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Capacitados para Restaurar
Capacitados para Restaurar
Tal y como Jay E. Adams lo aclara, la tesis para escribir este libro es que, consejeros
cristianos aptos, instruidos de manera apropiada en las Escrituras, están calificados para
aconsejar, mucho más calificados incluso, con mayores credenciales, que los psiquiatras o
que ningún otro profesional.
Para que esto sea posible es absolutamente perentorio, que quiénes vayan a dar
orientación estén arraigados en tres convicciones: 1) La Palabra de Dios es nuestra única
autoridad en toda labor de consejería o instrucción. 2) La instrucción bíblica debe ser parte
de los Ministerios de discipulado que se desarrollan dentro de las iglesias locales, como
también, de todos los Ministerios de Capellanía impartidos dentro de grupos sociales,
aunque estos no sean de carácter eclesial, y 3) Los hijos de Dios deben y pueden estar
enteramente capacitados para orientar de manera eficaz.
Dios nos ha dejado escrita Su Palabra, entre otros propósitos, con el fin de ayudar a los
creyentes genuinos en la tarea de comprender a las personas y sus problemas desde una
óptica escritural. El Ministerio Evangélico comete una grave equivocación cuando cambia
los conceptos y métodos de instrucción bíblica por los engañosos conceptos
psicoanalíticos. Cada creyente debe asumir la responsabilidad que Dios le ha dado para
aconsejar, responsabilidad que ha recibido tácitamente junto con el privilegio de entender
Su mensaje.
La pregunta del millón, planteada aquí por el Dr. Adams: “El problema fundamental de las
personas que acuden a una consulta personal, ¿es enfermedad o pecado?”
Disyuntivas muy difíciles surgen ante realidades como, la relación de la demencia con la
posesión demoníaca; el modelo médico que pretende eliminar el sentido de
responsabilidad personal del pecador sobre su comportamiento, un tipo de herejía
siquiátrica; el fracaso personal en afrontar los problemas de la vida y sus subsiguientes
consecuencias; su incapacidad para perdonar y abandonar su comportamiento pecaminoso
sin la acción del Espíritu Santo.
Según el modelo estudiado, el orientador cristiano debe empezar por las consecuencias del
pecado personal, (tanto los que el aconsejado ha cometido, como los cometidos contra él),
y también, las consecuencias del pecado de Adán sobre la generación humana; así,
logrará sacar a la luz los motivos que han promovido una conducta específica. Descubrirá
que el pecado incluye conductas incorrectas, pensamientos distorsionados, inclinación a
seguir los deseos personales y un cúmulo de malas actitudes. ¡El problema en el creyente
es la secuela del pecado, y en el no creyente, es el pecado que lo gobierna!
Nuestro Señor Jesús habló del Espíritu Santo como una persona, no como una influencia,
no como un poder místico, no como una fuerza etérea impersonal o fantasmal. El Espíritu
tiene todos los atributos de una personalidad, (mente, emociones y voluntad) y todos los
atributos de la Deidad. Él es un Ayudador exactamente con la misma esencia de Jesús.
Por tanto, el orientador bíblico debe tener una creciente relación con el Señor, prosperando
también en conocimiento como en obediencia a la Palabra de Dios y estar alerta sobre su
propia posibilidad de caer en pecado.
Orientar es la Obra del Espíritu Santo, Él es la fuente de todo cambio genuino. Las
capacidades del consejero, dones del Espíritu, deben ejercer bajo la llama del Espíritu y Su
dirección. Una posición doctrinal correcta es también necesaria en las situaciones
particulares de cada ayudado, por ejemplo: “cuando un esposo no ama a su esposa como
debería, es porque no ha entendido la doctrina de Cristo”. En todo problema que exista un
conflicto con un tercero, es evidente una falla de la persona en su relación con Dios.
La orientación bíblica es una extensión del discipulado, no hay porque marcar una brecha
entre estos dos; discipular, es la enseñanza de principios bíblicos a un creyente, a la vez
que, la orientación, usa esos mismos principios para tratar con ciertas situaciones en las
vidas de las personas. La orientación se hace más productiva cuando surge de manera
natural dentro del ministerio de discipulado, enseñando cómo vivir a la manera de Dios. De
hecho, que todo orientador bíblico debe ser un juicioso maestro, comprometido con un
enfoque preeminentemente hacia Dios y Su Palabra.
El orientador bíblico debe ser un ayudador integral, sentir un cuidado e interés genuinos en
la persona, percibirla como el alma qué es, así, el orientado será más receptivo al consejo
de alguien que sabemos está con y por él. El impacto o influencia sobre la vida de las
personas está generalmente en relación con cómo nos perciben, Jay Adams, menciona
tres formas en que podemos desarrollar identificación con los aconsejados: La compasión,
el respeto y la sinceridad.
María, la hermana de Lázaro, y muchos otros con quienes el Señor Jesús tuvo contacto
durante Su Ministerio, sintieron cuánto interés tenía Él por ellos. Ésta fue una de las
cualidades que Lo confirmaba como el Consejero Admirable. No se dedicó a observar
solamente los problemas y discurrir versículos bíblicos, ejemplificó la compasión que todo
consejero necesita sentir por aquellos a quienes está ayudando.
Otro consejero compasivo fue el apóstol Pablo; solemos creer que sólo fue un decidido
defensor de la fe y un teólogo brillante, pero encontramos en Segunda de Corintios 11:
29, “¿Cuándo alguien se siente débil, no comparto yo su debilidad? ¿Y cuándo a alguien
se le hace tropezar, no ardo yo de indignación?” Pablo se preocupaba por las personas y
éstas lo sabían, les había hablado con franqueza, les había abierto de par en par su
corazón, siempre les había dado su afecto, (Segunda de Corintios 6:11).
En los valiosos aportes sobre consejería del Dr. John MacArthur encontramos los
siguientes:
Jamás perdamos de vista nuestra propia pecaminosidad: Pablo asume en Gálatas 6:1, que
el orientador cristiano es de hecho un hombre espiritual, una mujer espiritual; sin embargo,
debe cuidarse, permanecer alerta sin confiarse, porque también, igual que sus
aconsejados, es susceptible de ser tentado o engañado. Nadie ha cometido algún pecado
que nosotros no pudiéramos haber cometido, sino hubiera sido por la asombrosa gracia y
cuidado de Dios.
Para nuestros orientados no sólo es necesario saber que nos preocupamos por ellos, sino
también, y muy importante, ¡que los respetamos! La definición oficial de respeto es, “actitud
de consideración, acompañada de cierta sumisión, con que se trata a una persona o una
cosa por alguna cualidad, situación o circunstancia” Así, debemos tener siempre en nuestra
mente el siguiente planteamiento: ¿Mi aconsejado se habrá sentido estimado y
considerado, y Dios puede decir que Le he honrado?
Damos el debido respeto a una persona cuando usamos una adecuada comunicación
verbal, tanto en la forma en que les hablamos a nuestros aconsejados, como en la manera
en que nos expresamos de ellos. Esta base es definitiva para entablar una adecuada
relación de respeto. Las Escrituras no aprueban palabras rudas, hirientes o denigrantes,
aun cuando estemos manifestando una verdad que nos confiere la razón en cuanto a los
cambios o ajustes que se esperan que los aconsejados lleven a cabo.
Así como se ha descrito la importancia de una adecuada comunicación verbal en cuanto a
la relación de respeto, una correcta comunicación no verbal, define el grado de confianza y
apertura del corazón por parte del orientado. La Escritura es clara respecto a este tipo de
lenguaje, Levítico 19:32 “Ponte de pie en presencia de los mayores. Respeta a los
ancianos. Teme a tu Dios. Yo soy el SEÑOR”. La comunicación silenciosa manifiesta a
través de nuestras acciones gestuales y corporales, son muy importantes a la hora de
hacer empatía con aquellos a quienes queremos ayudar.
Nunca minimicemos los problemas que presentan quienes quieren nuestra ayuda. Sus
situaciones y circunstancias son muy serias para ellos, en un gran porcentaje, sienten que
es asunto de vida o muerte. Cuando el orientador toma muy seriamente lo que le están
diciendo, estará comunicando respeto y reconociendo la valía que Dios le ha dado al
imprimir Su imagen y semejanza en esa persona que está acudiendo a nosotros.
El amor todo lo cree, debemos confiar en nuestros aconsejados. Mientras los hechos no
demuestren lo contrario, debemos creer lo que nos están diciendo. Una presuntiva
sospecha es una actitud mundana, la malicia no es divina; si somos fieles en la oración, el
Espíritu Santo traerá a lugar aquello que el aconsejado tiene en su corazón y que pensó,
no lo sacaría a la luz. Nuestra oración porque esto suceda es definitiva, ya que si confiesa,
se liberará de la carga, entenderá las consecuencias por las que está atravesando y que él
mismo se ha provocado, y sólo en este punto podrá asumir los cambios necesarios y las
razones por las que debe hacerlos.
Creo que este es el punto central de la orientación cristiana y en el que se debe ser
bastante enfático, “La esperanza tiene que ser bíblica”. No se debe subestimar el papel que
juega la esperanza en el proceso de santificación. “La esperanza produce un gozo que
permanece aún en medio de las pruebas más difíciles”. Sin embargo, la esperanza tiene
que ser bíblica, la falsa esperanza se basa en ideas humanas que siempre hacen caer en
la trampa de decirle al aconsejado lo que quiere oír, y no lo que necesita escuchar.
Ya que la orientación bíblica es una extensión del discipulado, debemos enseñar a la gente
a pensar bíblicamente. Mejor aún que citar una cantidad indefinida de versículos, se debe
enseñar que la Palabra de Dios habla de manera específica acerca de sus problemas y
situaciones y que es una fuente inagotable de esperanza. Al ampliar o corregir la
percepción que tienen de Dios, infundimos verdadera esperanza que los guía a pagar el
precio por los cambios a adoptar.
Ayudar a los aconsejados a aceptar la responsabilidad personal por su propio pecado; por
la forma errónea y egoísta de afrontar sus conflictos; por la irresponsable complacencia de
sus deseos y motivaciones; por culpar a las demás personas de sus problemas, sin
entender que ellos mismos han llegado a ser sus propios y peores enemigos. Cuando son
guiados a esta convicción de su responsabilidad, pueden asumir su propia realidad, incluso
si ésta es de enfermedad, y concientizarse de su compromiso delante de Dios.
Conducir a los aconsejados a la verdad de que, “el cambio bíblico demanda una decisión
personal”. La razón por la que las personas fracasan una y otra vez en su deseo de
cambiar, aun cuando Dios ya ha provisto los medios para ello, con frecuencia radica, en
que les resulta menos esforzado permanecer en un adormecido estado de fracaso. Un
cambio en la conducta empieza siempre en el corazón, entonces la confesión y
arrepentimiento abren el camino para llevar a cabo una liberadora sanidad interior e
infundir la certeza del cambio.
Por último, definir un compromiso con los aconsejados, él debe saber exactamente lo que
tiene que hacer. Los pasos a seguir deben ser claros y específicos; no se puede permitir
ambigüedad, ni andarse por las ramas, se debe ser concreto. El consejero es responsable
delante de Dios, por el alma que le ha sido traída para ser ministrada en consejería, así
que para asegurarse que él ha entendido los pasos a seguir, se debe hacer una
retroalimentación, ya sea verbal o escrita.