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CAPITULO 3

El papel del Espíritu en dar vida (3:1-8)


En el capítulo 3, el evangelista presenta un ejemplo de «los hombres» (2:25) que «creyeron en su
nombre al observar las señales que hacía» (2:23). Nicodemo viene a Jesús, que es la luz (1:9), pero
viene «de noche» (3:2). Este detalle simbólico confirma al lector perspicaz que la fe que lo trae a
Jesús es deficiente. Nicodemo siente la atracción de la luz, pero no quiere salir de la noche. Por
tanto, es un ejemplo de los «muchos» de 2:23-24. ¿Puede una fe deficiente crecer y ser efectiva?
Nicodemo comienza la conversación con un halago, tal vez sincero (3:2), pero Jesús le corta y
abarca de una vez el asunto importante (3). Lo que debe interesar a Nicodemo es participar en «el
reino de Dios», celestial y espiritual, y la única manera de entrar en él es por un nacimiento «de
nuevo» o «de arriba». La palabra griega que Jesús usa tiene los dos sentidos.
Juan 3:3-8 es otro «malentendido» (véase interpretación de 2:13-22). Nicodemo ya hablaba del
mundo de Dios: reconoció que Jesús vino «de Dios» (2). Sin embargo, cuando Jesús le contesta con
una palabra que significa «desde arriba,» Nicodemo supone que habla de realidades terrenales y
escoge otro sentido de la palabra. Piensa en un nacimiento en este mundo, un nacimiento físico, y
concluye que Jesús recomienda algo imposible. Esta interpretación de Nicodemo ilustra un
principio que Jesús hará explícito en 3:19: no es por una deficiencia intelectual que el hombre no
entiende, sino por una decisión que hace con su propia voluntad. Esta decisión es una manifestación
de la necedad que caracteriza al hombre en su pecado.
En respuesta al malentendido, Jesús explica que el nuevo nacimiento es una realidad espiritual, que
pertenece al mundo de arriba y no al mundo material de la tierra (5). El «agua» es un símbolo del
Espíritu Santo, tanto aquí como en el Antiguo Testamento (Ezequiel 36:25; Isaías 44:3), en la
literatura de Qumrán, y en Juan 1:33 y 7:37-39. «Nacer» es una figura que describe la
transformación que resulta cuando Dios derrama su Espíritu vivificante y purificador sobre
alguien. Esta transformación da al hombre una nueva naturaleza; y, por lo tanto, se puede comparar
con un nacimiento.
El encuentro con el Espíritu también es semejante al nacimiento en que las dos experiencias se
deben a la iniciativa de otra persona. Uno nace, no porque decida nacer, sino por una acción de sus
padres; de la misma manera, el nuevo nacimiento se realiza por iniciativa de Dios (1:13). El
hombre de carne no puede producir la vida verdadera, que es espiritual; ésta tiene que venir de
Dios, quien es espíritu (6). La decisión humana que se llama «creer» no es un mérito del hombre,
sino parte del don de Dios.
Jesús exhorta a Nicodemo a que no Se cierre a la verdad del mundo de arriba simplemente porque
es un misterio (7). Hay también misterios en este mundo, pero no dudamos de una realidad
simplemente porque no la podemos explicar (8). Hay un juego de palabras en el versículo 8 que no se
puede reproducir en el español. La palabra traducida «viento» es la misma que se traduce
«Espíritu». Nicodemo no entiende el origen ni el destino del viento, y sin embargo puede reconocer
su realidad y sus efectos. Así es con el Espíritu de Dios y con los que son transformados por una
acción soberana de él; hay muchos aspectos de su realidad que no entendemos, pero podemos
percibir un cambio real.
A la luz de la explicación en Juan 3:5-8, podemos concluir que Nicodemo no se equivocó totalmente
en su entendimiento de lo que Jesús dijo. Nicodemo pensó en volver a nacer físicamente y concluyó
que es imposible (3). En efecto, Jesús recomienda algo imposible... imposible para el hombre. De la
misma manera que uno no nace por iniciativa propia, la entrada al reino de Dios no depende de una
iniciativa del hombre, sino de una iniciativa de Dios para hacer algo que solamente él puede hacer:
dar vida. El hombre tiene que responder a la oferta de Dios (3:15-16), pero parte de «creer» es
reconocer que el hombre no puede hacer nada.
El término «reino de Dios», tan común en los evangelios sinópticos, aparece solamente dos veces en
el Evangelio de Juan, 3:3 y 5. Juan sustituye esta frase por el concepto del mundo de arriba, de
donde viene Jesús, y el concepto de la vida eterna que Jesús trae desde arriba.

El papel del Hijo en dar vida (3:9-15)


En Juan 3:9, Nicodemo habla por última vez en este capítulo. Su pregunta indica que no ha
entendido nada; aparentemente se quedó en la «noche» (3:2). Jesús acaba de explicar que es
menester aceptar el nacimiento por el Espíritu sin entenderlo, y Nicodemo contesta, con obstinada
necedad, que no entiende. Aparentemente no quiere aceptar la palabra de Jesús.
En su respuesta, Jesús recalca la tragedia de que un líder y experto religioso no entienda (10). Él
sabe de estas cosas y las ha visto, cuando estuvo en el mundo del Espíritu o de Dios antes de su
nacimiento. Presenta su testimonio, pero los religiosos no lo reciben (11). Los plurales en este
versículo generalizan su mensaje; Jesús incluye consigo a los cristianos que han entrado al mundo
de arriba o del Espíritu por medio de Jesús, e incluye con Nicodemo a los que no aceptan el
testimonio de los cristianos. En Juan 3:3-8, Jesús ha descrito el proceso por el cual el Espíritu da
vida nueva y celestial en la tierra; ahora va a describir el evento celestial que hace posible este
nacimiento (12). La vida pertenece solamente a la esfera de Dios, y nadie puede subir al cielo para
alcanzarla. Sin embargo, el Hijo del Hombre ha descendido a esta tierra para ofrecernos aquella
vida (13).
Para hacer posible esta vida, es necesario que Jesús «sea levantado» (14). Jesús recuerda un
evento del éxodo (Números 21:6-9). Dios castigaba la rebelión de Israel con una acometida de
serpientes venenosas. Cuando Israel clamó por misericordia, Dios ordenó a Moisés levantar una
serpiente de bronce en el campamento. Prometió que «cualquiera que sea mordido y la mire, vivirá»
(Números 21:8).
Jesucristo ha descendido del cielo para ser presentado ante los hombres en una manera semejante
a la serpiente de bronce. Toda persona que mira a Jesús con fe, también vivirá (15). Sin embargo,
hay también un contraste con la serpiente de bronce: por medio de ésta Dios ofrecía solamente la
sanidad física que permitía continuar la vida terrenal y mortal; por medio del Hijo del Hombre Dios
ofrece la «vida eterna», que es permanente porque pertenece al mundo permanente de Dios, el
cielo.
«Ser levantado» es una frase que aparecerá dos vece más en predicciones de la pasión y
resurrección de Jesús (8:28; 12:32) Jesús «fue levantado» cuando lo crucificaron, pero Dios
también lo «levantó» de los muertos en la Resurrección, y lo «levantó» a su mano derecha en la
Exaltación, dándole autoridad suprema. Todo esto se incluye en la frase «ser levantado». La
muerte de Jesús, su resurrección y su exaltación son todas parte del plan de Dios para salvamos.
El papel del Padre en dar vida (3:16-21)
Jesús ha descrito el papel del Espíritu Santo (3:5-8) y del Hijo (13-15) en este nacimiento
desde arriba. Ahora (16-17) presenta el papel del Padre.
Juan 3:16 es tal vez el versículo más importante de la Biblia. Revela la actitud, el propósito y el
deseo de Dios para con el hombre. Ama «al mundo», a todos los hombres; el «mundo» en Juan es el
hombre en rebelión contra Dios. Dios ama a sus enemigos y quiere que tengan la vida que él mismo
goza. No se trata de la existencia terrenal y limitada, sino de la vida eterna que existe solamente
en la dimensión espiritual y celestial donde habita Dios. No alcanzar esta vida es perderse, porque
el propósito de la existencia del hombre no es algo que pueda lograrse en este mundo; el que no
alcanza la vida eterna realmente no ha vivido. Dios mostró la profundidad de su amor cuando envió
a su único Hijo a morir, con inconcebibles dolores, para que «el mundo» alcance la vida verdadera.
Para recibir esta vida que Dios ofrece por medio de su Hijo, es necesario que el hombre responda,
que «crea». Creer es mirar a Jesucristo con dependencia y súplica (3:13-14); es confiar en su
palabra (2:22); es aceptar que él manifiesta la gloria divina (2:11); es seguirle (1:43); es esperar de
él lo que uno busca en la vida (1:38); es recibirle (1:12).
El propósito de Dios al mandar a su Hijo a este mundo no fue condenar al mundo, sino salvarlo (17).
Jesucristo no vino a separar a los aprobados de los desaprobados, sino a rescatar a todos, pues
todos han rechazado la vida (1:10, 11).
Sin embargo, el resultado de la venida del Hijo para los que rechazan su oferta de vida es
condenación (18). El ser humano fue creado para vivir en relación con Dios en el mundo eterno. Por
tanto, sus únicas opciones son aceptar esta vida o perder el propósito y el gozo de su existencia. El
encuentro con Jesús revela estas opciones y exige una decisión. El resultado de enfrentar a Jesús
tiene que ser vida o condenación. Esto fue cierto para aquellos que enfrentaron a Jesús en su
persona mientras anduvo en la tierra, y es cierto hoy cuando uno enfrenta a Jesús por medio del
testimonio que los cristianos y la Biblia dan de él.
Sin embargo, la condenación nunca es la voluntad de Dios para este encuentro (17). Más bien el
hombre se condena a sí mismo por la preferencia que muestra hacia las tinieblas de condenación y
muerte (19). La decisión del hombre, de encubrir su maldad y retenerla, resulta en su condenación.
Jesús es la luz, y revela la verdadera naturaleza del hombre (20-21). La respuesta instintiva del
hombre a esta luz es huir, porque «practica lo malo» y siente que Jesús censura sus obras (20). Sin
embargo Dios, por el milagro del nacimiento desde arriba (3, 5) y por el poder del sacrificio de su
Hijo (16), puede producir en el hombre una naturaleza nueva que «hace la verdad», las obras
celestiales que agradan a Dios, porque «son hechas en Dios» (21). El instinto de esta nueva vida que
Dios da es acercarse a él ¿Qué podemos hacer para alcanzar 1a nueva vida y escapar de la mala? Lo
mismo que hicimos para entrar en la vida carnal: nada. Pero reconocer que no podemos hacer nada,
que todo depende de Dios, es el principio de la fe que Dios da para salvar a todo aquel que cree.
El hijo está sobre todos 3:22-36
a. El último testimonio de Juan el Bautista (3:22-30)
La presencia de Jesús en Judea (22) facilita comparaciones entre él y Juan el Bautista, ya que
éste realiza su ministerio cerca de Judea (23, 1:28). El evangelista escribe para lectores que ya
conocen la historia del encarcelamiento de Juan (24); no la va a narrar. Antes de que el ministerio
del Bautista termine así, sus discípulos discuten con un judío «acerca de la purificación» (25). El
tema de la discusión recuerda las bodas de Caná (2:6). Este judío defiende un sistema que ya
terminó con la venida de Jesús. Probablemente discuten la eficacia relativa de las abluciones de los
judíos, el bautismo de Juan y el de Jesús.
El judío, tal vez porque no puede vencer a los discípulos de Juan con argumentos, esgrime la
marcada disminución en la cantidad de gente que sigue a Juan desde que Jesús empezó su
ministerio. Este comentario hiere profundamente a los discípulos de Juan, y lo llevan a su maestro
(26). Pero Juan el Bautista no siente celos, porque entiende el plan de Dios para él y para Jesús.
Juan menciona tres razones para no tener celos de Jesús. Primero, es Dios quien decide el éxito
que cada uno tendrá (27); los celos hacia otro siervo implicarían una crítica a la decisión que hizo
Dios. Segundo, Juan ya había aclarado su papel como precursor y, por tanto, inferior al Cristo (28;
1:20). Como en cada mención de Juan, el evangelio recalca aquí la superioridad de Jesús sobre
Juan. Tercero, Juan encuentra gozo, y no tristeza, en el éxito de Jesús (29). Para ilustrar su gozo,
se compara con un «amigo del novio», un ayudante que presta ciertos servicios en las bodas
palestinas, entre ellos el de presentarle la novia al novio. Sería absurdo y repugnante que este
amigo, al oír la voz del novio que se acerca, escondiera a la novia o la raptara. Lejos de quererla para
sí mismo, el amigo se alegra de que el novio la tiene. Así se goza el Bautista de que las multitudes
siguen a Jesús y no a él. El destino de Juan el Bautista es menguar (30). Su ministerio pertenece al
orden antiguo, que se acaba con la venida de Jesús. El que dominará la nueva edad es Jesús.
Juan el Bautista es un modelo y un reto para todo líder cristiano. Hay que aprender que lo que el
mundo ve como éxito es en realidad un don de Dios (27). No es necesario que el líder se promueva
y busque seguidores. Dios le dará la influencia necesaria para cumplir su tarea. El cristiano debe
usarla en cumplimiento de su responsabilidad para con Dios; debe servir fielmente a los que Dios
pone a su alcance. Cuando esta influencia mengua (30), debe entender que esto también es parte de
la voluntad soberana de Dios. Con humildad y gozo el líder cristiano debe reconocer la mano de Dios
en la influencia o éxito de los que le suplantan.
b. El que viene de arriba (3:31-36)
En la primera parte de este capítulo, la conversación entre Jesús y Nicodemo dio lugar a
explicaciones que podrían ser de Jesús o del evangelista (12-21). De manera semejante, los
versículos 31-36 presentan reflexiones que parecen ser del evangelista, porque el vocabulario y el
pensamiento son de él.
Esta sección resume y enfatiza varios temas del capítulo. Jesucristo es superior a todos (por
ejemplo, a Nicodemo y a Juan el Bautista) porque «viene de arriba», de la dimensión espiritual de
Dios (31). «De arriba» es el mismo término aplicado al nacimiento del Espíritu en los versículos 3 y
7. El propósito de la venida de Cristo es hacer posible esta nueva vida. «Está por encima de todos»,
pero no simplemente para enseñorearse de los demás, sino para salvarlos.
Cristo viene para testificar de las realidades espirituales o celestiales (32), porque la vida
verdadera pertenece a aquella esfera. Sin embargo, los hombres rechazan su testimonio. Los
versículos 32 y 33 presentan la misma tensión que 1:11-12. Todos rechazan, pero aun así hay quien
recibe su testimonio. Esta paradoja se debe a la iniciativa de Dios en dar vida por la actividad
soberana del Espíritu (3:5-8). El que recibe el testimonio de Jesús descubre la verdad de Dios y
secunda el testimonio de Cristo («atestigua», 33).
Jesús es la clave para entender la vida y su significado, porque proclama el mensaje de Dios en el
poder del Espíritu (34). Su testimonio no es solamente una parte de la verdad, porque «Dios no da
el Espíritu por medida». Los que venían antes, como los profetas, los maestros de los judíos, y Juan
el Bautista, anunciaron una parte de la verdad divina. Pero Jesús, porque tiene el Espíritu en forma
permanente (1:32-33), anuncia el mensaje completo de Dios. Sus palabras son «palabras de Dios»,
llenas de la verdad eterna y también del poder divino para dar vida.
«El que Dios envió» (34) tiene autoridad sobre todos (35). Esta autoridad se ejerce por medio de
la respuesta que cada persona da a la revelación de Dios en Jesús (36). Cuando Jesús desafía a uno,
tiene que responder, con fe o con desobediencia. El que responde con fe recibe la vida del mundo
eterno de Dios, aun aquí en este mundo. El que desobedece revela que no ha creído, porque la fe se
expresa en obediencia a Jesús. El que no cree nunca logrará siquiera un vistazo de la verdadera
vida, porque ya está morando bajo la ira de Dios (18). La condenación se expresa en términos
personales («ira de Dios»), no porque Dios tome una actitud de enemigo, sino porque la vida y su
opuesta son asuntos profundamente personales. El creyente vive por su relación personal con Dios;
el que desobedece no vive, porque su relación con Dios es negativa.

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