Capítulo 11 Semanas finales del ministerio público de Jesús Muerte de Lázaro
Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania,
la aldea de María y de Marta su hermana. 2 (María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume, y le enjugó los pies con sus cabellos.) 3 Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo. 4 Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Cuando su hermano se agravó, María y Marta acudieron a Jesús pidiendo ayuda. Confiaban que podía brindarles ayuda porque habían visto sus milagros. Nosotros también sabemos de los milagros de Jesús por las Escrituras y las vidas cambiadas que hemos tenido ocasión de ver. Cuando tenemos necesidad de ayuda extraordinaria, Jesús ofrece recursos extraordinarios. No debiéramos vacilar en pedirle ayuda. Cualquier prueba que enfrenta un creyente puede glorificar a Dios porque él puede lograr lo bueno de una situación mala.
¿Cuál es su reacción cuando enfrentan dificultades?
¿Murmura, protesta y culpa a Dios, o considera la dificultades como oportunidades para glorificarlo? ¿Por qué algunas personas deciden abandonar su creencia en Dios debido a pruebas o dificultades que afrontan? 5 Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro. A medida que Juan recuerda lo ocurrido con Lázaro, el Espíritu Santo lo guía a enfatizar que Jesús amaba a Lázaro, a María y a Marta. Observe que una forma de la palabra amor aparece dos veces en el primer párrafo. Las hermanas dijeron: “Señor, he aquí el que amas está enfermo” (Jn 11:3). Y Juan agrega: 5“Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro. Juan recalca el amor de Jesús. Él declara el amor del Señor por la familia que pronto estaría en duelo. Juan no quiere que sus lectores cuestionen el amor de Dios en un tiempo difícil. Mientras avanzamos en esta historia, veremos el amor de Jesús cada vez más. 6 Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. 7 Luego, después de esto, dijo a los discípulos: Vamos a Judea otra vez. ¿Por qué cree usted que el Señor se demoró en llegar para sanar a Lázaro? Jesús amaba a esta familia y a menudo les visitaba. Conocía su dolor, pero no respondió enseguida. Su demora tenía un propósito específico. El tiempo de Dios, en especial sus demoras, tal vez nos haga pensar que no responde o no lo hace como quisiéramos. Pero El suplirá nuestras necesidades de acuerdo con su programa y propósito perfectos. Aguarde con paciencia el tiempo de Dios. Un líder sabio escribió que Cristo había esperado para resucitar a Lázaro para que nadie pudiera decir que Lázaro no había muerto, sino que estaba débil e inconsciente. Jesús se retrasó hasta que Lázaro se descompuso. Entonces, hasta los sumos sacerdotes, admitieron que la *resurrección de Lázaro era un milagro (Jn 11:47). 2 8 Le dijeron los discípulos: Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá? 9 Respondió Jesús: ¿No tiene el día doce horas? El que anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; 10 pero el que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él. “Ciertamente Jesús iría a Judea a pesar de las amenazas de muerte que allí afrontaba. [En esos versículos, Jesús enseñó:] ‘Aunque sea la undécima hora de mi vida, aún así el día tiene doce horas y, durante ese período decretado, haré la obra que se me ha designado sin tropezar ni desmayar. Ese es el tiempo que se me ha dado para efectuar mi obra. No puedo esperar a la noche, cuando quizás la oposición desaparezca. Aquel que eluda sus responsabilidades y posponga sus labores hasta la noche tropezará en la oscuridad y fallará en su obra’” 11 Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle. 12 Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará. 13 Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño. 14 Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; 15 y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él. Si Jesús hubiese estado durante los momentos finales de la enfermedad de Lázaro, es posible que lo hubiese sanado en lugar de dejarlo morir. Pero Lázaro murió para que el poder de Jesús sobre la muerte pudiese mostrarse a sus discípulos y a otros. La resurrección de Lázaro era una demostración esencial del poder de Cristo, y la resurrección es una creencia fundamental de la fe cristiana. Jesús no solo se levantó de entre los muertos (10.18), sino que tiene poder para levantar a otros. 16 Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él. A menudo recordamos a Tomás como "el que dudaba", porque dudó de la resurrección de Jesús. Pero aquí demostró amor y valor. Los discípulos conocían los peligros de ir a Jerusalén con Jesús e intentaron convencerlo para que desistiese de hacerlo. Tomás sencillamente expresó lo que sentían todos. Al fracasar sus objeciones, estuvieron dispuestos a ir e incluso morir con Jesús. Tal vez no entendían bien por qué Jesús iba a morir, pero eran leales. Existen peligros desconocidos al realizar la obra de Dios. Es sabio considerar el alto costo que implica ser discípulo de Cristo. Jesús, la resurrección y la vida
17 Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que
Lázaro estaba en el sepulcro. 18 Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios; 19 y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano. 20 Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa. 21 Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. 22 Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará. 23 Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. 24 Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero. 25 Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. 26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Jesús tiene poder sobre la vida y la muerte, así como para perdonar pecados. Esto se debe a que El es el Creador de la vida . Aquel que es la vida sin duda puede restaurar la vida. Todo aquel que cree en Cristo tiene una vida espiritual que la muerte no conquistará ni disminuirá de manera alguna. Cuando logramos comprender su poder y hasta qué punto es verdaderamente maravillosa la oferta que nos hace, ¡cómo hemos de hacer otra cosa que no sea entregar nuestras vidas a El! Para quienes creemos, qué maravillosa es la seguridad y la certeza que tenemos: "Porque yo vivo, vosotros también viviréis" Jesús trata de motivar a Marta a creer. Cuatro días antes, Él envió el mensaje de que la enfermedad de Lázaro no terminaría en muerte (Jn 11:4). Entonces, Jesús le declara a esta hermana afligida que su hermano volvería a vivir. Pero Marta mira más allá del presente, hacia el futuro. Ella sabe que Lázaro resucitará otra vez en el día postrero cuando Dios levante a los justos que hayan muerto (Jn 11:24). Pero Jesús llama su atención al presente. Su mensaje NO es: Yo seré la resurrección y la vida, sino más bien: 25“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. 26Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. (Jn 11:25-26). Jesús es Vida. Cuando creemos en Él y permanecemos en Él, compartimos su vida, como la rama comparte la vida de una vid (Jn 15). Y la muerte física no puede quitarnos la vida espiritual que tenemos en Jesús. Los que creen en Jesús siguen viviendo espiritualmente, aunque su cuerpo terrenal muera (Jn 11:25). Para ponerlo de otra manera, mientras creamos y vivamos en Jesús, nunca moriremos espiritualmente. Ni la muerte física ni ninguna otra cosa pueden separarnos de la vida ni del amor que tenemos en Jesucristo (Jn 11:26; Ro 8:38-39). ¿Los que creen en Jesús morirán? 26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? 27 Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo. A Marta se le conoce especialmente por haber estado demasiado ocupada para sentarse a hablar con Jesús (Lucas 10:38-42). Pero aquí la vemos como una mujer de gran fe. Su declaración es exactamente la respuesta que desea Jesús de nosotros. Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo. Jesús llora ante la tumba de Lázaro
28 Habiendo dicho esto, fue y llamó a María su hermana,
diciéndole en secreto: El Maestro está aquí y te llama. 29 Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y vino a él. 30 Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que estaba en el lugar donde Marta le había encontrado. 31 Entonces los judíos que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se había levantado de prisa y había salido, la siguieron, diciendo: Va al sepulcro a llorar allí. 32 María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano. 33 Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, 34 y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. 35 Jesús lloró. 36 Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba. 37 Y algunos de ellos dijeron: ¿No podía este, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera? Juan enfatiza el hecho de que contamos con un Dios que se interesa por nosotros. Este retrato contrasta con el concepto griego de Dios que era popular en aquel entonces: un Dios sin emociones que no se involucra con los humanos. Aquí vemos muchas de las emociones de Jesús: compasión, indignación, tristeza, incluso frustración. Con frecuencia expresó sus emociones profundas y nunca debiéramos temer revelarle nuestros verdaderos sentimientos. Jesús no ha cambiado. Él es “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb 13:8). Él se siente lastimado cuando algo nos lastima. Él llora cuando nosotros lloramos. No dude de la luz del sol cuando no pueda verla. Si está en la oscuridad nunca dude de lo que ha conocido en la luz. Dios es amor. Y su amor siempre rodea a sus hijos, como el cielo rodea la tierra. Cuando Jesús vio a los que lloraban y se lamentaban, lloró también. Quizás se identificó con el dolor de ellos, o es posible que la incredulidad lo haya preocupado. Sea cual fuere el caso, Jesús demostró su inmenso interés en nosotros al llorar junto a nosotros cuando sufrimos. ¿Cuál debe ser nuestra reacción cuando enfrentamos dificultades? Resurrección de Lázaro
38 Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al
sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima. 39 Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. 40 Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Jesús ordenó: “Quitad la piedra” (Jn 11:39). Por un momento, Marta no creyó, a causa de las circunstancias. Su primera reacción fue: “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días”. Entonces el énfasis de Jesús en la promesa hizo que Marta pasara rápidamente de dudar a creer. Cuando Él le recordó que debía creer, probablemente ella asintió de inmediato. Quizás ella hizo un gesto con su mano para que rodaran la piedra. La fe siempre es más fuerte cuando ponemos a Jesús entre nosotros y nuestros problemas. Así que, exaltemos al Señor, y no a nuestras circunstancias. La creencia se expresa con acciones. La fe obedece a Jesús. Porque la fe sin obras es muerta (Stg 2:17). Esto no significa que hagamos rodar cada piedra de las tumbas o abramos cada féretro. Eso sería atrevimiento en vez de fe. Actuar en fe significa obedecer lo que la Palabra y el Espíritu hablan a nuestro corazón. “Haced todo lo que os dijere” (Jn 2:5). 41 Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. 42 Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. 43 Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! 44 Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle i El complot para matar a Jesús
45 Entonces muchos de los judíos que habían venido para
acompañar a María, y vieron lo que hizo Jesús, creyeron en él. 46 Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho. 47 Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. 48 Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. 49 Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; 50 ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. 51 Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; 52 y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. 53 Así que, desde aquel día acordaron matarle. 54 Por tanto, Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se alejó de allí a la región contigua al desierto, a una ciudad llamada Efraín; y se quedó allí con sus discípulos.55 Y estaba cerca la pascua de los judíos; y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la pascua, para purificarse. 56 Y buscaban a Jesús, y estando ellos en el templo, se preguntaban unos a otros: ¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta? 57 Y los principales sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno supiese dónde estaba, lo manifestase, para que le prendiesen. pesar de encontrarse frente a frente con el poder de la deidad de Jesús, algunos no quisieron creer. Estos testigos no solo rechazaron a Jesús: también tramaron su muerte. Estaban tan endurecidos que preferían rechazar al Hijo de Dios antes que reconocer que estaban equivocados. Cuídese del orgullo. Si permitimos que crezca, puede conducirnos a un pecado enorme. Los líderes judíos sabían que si no detenían a Jesús, los romanos los castigarían. Roma concedía libertad parcial a los judíos mientras se mantuviesen tranquilos y obedientes. Los milagros de Jesús a menudo provocaban disturbios. Los líderes temían que el desagrado de Roma causase mayores dificultades a su nación. Juan veía en la declaración de Caifás una profecía. Dios usó a Caifás, en su calidad de sumo sacerdote, para explicar la muerte de Jesús a pesar de que Caifás no se daba cuenta de lo que hacía. La prueba viviente de que Jesús levantó a Lázaro de entre los muertos no cambió la mente de los endurecidos líderes judíos. Y poco tiempo después, ni la resurrección de Jesús suavizó esos corazones de piedra de Caifás y algunos otros. Sin embargo, Saulo de Tarso no estaba demasiado endurecido para cambiar. Cuando el Espíritu de Dios mueva nuestro corazón para creer, respondamos de inmediato, antes de que el no creían se endurezca y se convierta en un no podían creer.