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Manuel Navarro
Sería posible suponer, a título de rodeo, que en la formulación del eje que hemos
elegido, a saber, «cuerpo y vida: el castigo en los discursos filosóficos, jurídicos y
políticos en nuestro presente», se encuentra manifiesto, de manera más o menos
explícita, cierto interés por circunscribir, en torno a la relación entre «cuerpo y vida»,
los análisis y los debates que elaboremos y propongamos acerca de la tematización que
habría merecido la cuestión del castigo: ahora bien, de darle curso a dicha
circunscripción, se trataría de ceñirnos a los tres géneros del discurso mencionados —
filosófico, jurídico, político—, bajo la condición, por último, aunque no secundaria, de
limitarnos, al hacerlo, a «nuestro presente». Una circunscripción así enunciada, en
general, no debería dar lugar a interrogantes o reservas, salvo que hubieran mediado dos
determinaciones: por una parte, que se la haya formulado, por ejemplo —lo que no
parece ser el caso—, como la delimitación de un dominio particular de cuestiones cuya
razón de ser no habría podido derivarse sino de una cuestión superior, primera u
originaria. Semejante lógica de la derivación la habría privado, sin duda, de todo interés
a la cuestión del castigo, habría bloqueado la posibilidad y la necesidad de cuestionar el
derecho soberano a castigar, a la vez que habría significado de antemano, una
resistencia a todo intento por deconstruir la lógica de esa jerarquía. (Dicho sea de paso,
una tal deconstrucción no sólo estaría motivada por esa jerarquía sino, a la vez, por las
resistencias de los discursos filosóficos y/o jurídicos y/o políticos, ante los efectos
ruinosos de semejante hetero- y/o auto-deconstrucción); por otra parte, que la
referencia a «nuestro presente» tenga un alcance tal que dé lugar a la constitución, por
lo que refiere al «nuestro», de una centralidad en la primera persona, y por lo que se
refiere al «presente», a la constitución de una jerarquía centrada en un presente rector.
Por lo que respecta a los riesgos de ese doble centrismo, sin duda que las precauciones y
reservas deberían ser incontables, habida cuenta del efecto de identificación u
ontologización que implican inevitablemente ambos gestos. Para detenernos brevemente
en esta cuestión, bastaría con que nos remitiéramos a un texto de Espectros de Marx en
el que el sintagma «nuestro presente» se encuentra de alguna manera, implícitamente,
problematizado:
Este párrafo vendría a mostrar, entre otras cosas, el alcance del gesto discursivo
de la deconstrucción por el que procura no prestarse a un tratamiento fragmentado de las
cuestiones sino, por el contrario, afirmar los vínculos inescindibles, la intrincación entre
sangre, Cristo, Eucaristía (transustanciación de la sangre), sentido, sello, historia,
concepto, pena de muerte, consumación, estrictura, etc. Valiéndose de Hegel y de su
interpretación del saber absoluto que, en tanto que relevo, vendría a ser el momento de
la verdad (Aufhebung) de la religión cristiana, el Séminaire La peine de mort
(20002001) pone en juego, en el párrafo citado, lo que de antemano ya estaba en juego,
a saber, la esperada intervención mesiánica o salvadora del sentido bajo la forma del fin
de la sangre (su sutura o selladura, a la vez que su sublimación): con el sentido (el
concepto, según Hegel) no habría derrame de sangre, es decir, no habría caída en el
sinsentido; de ahí la alquimia de la transustanciación, el Ersatz o el relevo de la sangre;
de ahí Cristo, el alquimista, ofrendando y demandando beber ese vino, sellando así, con
anterioridad y por consuma[i]ción, su sangre derramada luego en la cruz. Ahora bien, la
pretensión del sello, de la selladura, en tanto que garantía del sentido (de la sangre y del
sintagma «la pena de muerte»), habrá estado cuestionado aquí, como en otros contextos
del Séminaire (2000-2001), habida cuenta de que sería aquello que le da nombre al
trabajo de impermeabilización de los conceptos, de volverlos unívocos, decidibles,
incontaminados; trabajo cuya gramática obraba al servicio, en fin, de estructurar las
oposiciones conceptuales de la lógica filosófica: una lógica que no distingue los
conceptos sino para oponerlos: así los conceptos de arché y telos, naturaleza y cultura,
sensible e inteligible, vida y muerte, razón y corazón, cruel y no-cruel; una lógica que a
la vez que formula tales oposiciones tiene como propósito esencial introducir una
jerarquía entre los opuestos, la cual le permitirá reducir, no sin paradoja, un opuesto al
otro, es decir, gobernarlo:
Esta distinción de principio entre los dos conceptos de pena (de una parte la pena pre-
jurídica, de alguna manera, la pena natural é intima, y de la otra parte la pena jurídica,
aquella del derecho penal de la que se habla a propósito de la pena de muerte, la pena no
natural, sino artificial, institucional, histórica, externa y pública, el aparato del derecho,
la máquina jurídica), esta distinción de principio es a la vez indispensable si se quiere
saber de qué se habla, y ella parece a primera vista, ir de suyo; ella recuerda en
particular que el derecho y sobre todo en él, el derecho penal, y con más razón la pena
de muerte, no es del orden de la naturaleza; eso no está en la naturaleza, no es una
normalidad natural; y de ahí a pensar que esa maquinalidad es antinatural, incluso
anormal y monstruosa, hay sólo un paso, que Kant, por supuesto, no franquea, de la cual
trata de mostrar, al contrario, que esa no-naturalidad es la racionalidad pura misma.
(Derrida, J. (2015), p. 63; la traducción nos pertenece)
Una «no-selladura de los conceptos» que, por lo que dice por su cuenta el
Séminaire…, no podría ser otra cosa que la pérdida de la univocidad, la decidibilidad y
la indivisibilidad de la frontera que no sólo los habrían separado a los conceptos, sino
que los habrán llevado a oponerse. Estado de «no-selladura» de los conceptos
oposicionales apareados que, por otra parte, no significa la eliminación de los
apareamientos sino su reformulación según otras relaciones, en différance. Pero
entonces, para formular esas otras relaciones habría que contar con la figura del
contrabando, del tráfico sin fronteras, es decir, con la hospitalidad para con el devenir
valor de cambio del valor de uso, el devenir cruel de lo no-cruel, el devenir poena
forensis de la poena naturalis, etc. Por otra parte, si, como habíamos señalado
anteriormente, el trabajo de la deconstrucción encontraba su cometido en la tarea de
cuestionar aquellas oposiciones conceptuales canónicas que organizaban y daban lugar
al discurso de la filosofía y de las ciencias sociales, habría que decir que dicha tarea
incluye la posibilidad, no sólo de desestructurar ciertas expresiones sintagmáticas (hacer
morir, dejar morir, pena de muerte, etc.), sino la de mostrar también que ciertos
conceptos, como el de crueldad, creencia, muerte, sangre, etc., estén expuestos a perder,
a partir de ciertos análisis (Nietzsche, Freud, Adorno, Benjamin, etc.), su unidad,
estanqueidad, hermeticidad, selladura sin resto. Unidad que propiamente nunca la hubo
sino a partir del trabajo de la distinción (diferencia), la división (platónica), la oposición
(dialéctica hegeliana), etc. Sería de destacar respecto del párrafo citado, la manera por la
que, valiéndose de la paradoja del «tocar» y del «tocarse», a saber, no poder tocar sin,
simultáneamente, ser tocado, hace explícita la indecidibilidad y el contrabando de los
límites entre el acto y el no-acto, lo activo y lo pasivo, lo cruel y lo no-cruel, etc. Para
finalizar, citaremos del Séminaire…:
(…): cómo sucede que ninguna filosofa como tal, ningún sistema filosófico como tal ha
podido jamás oponerse racionalmente a la pena de muerte o justificar filosóficamente un
discurso abolicionista, abolicionista por principio (sí, por principio, y todavía insisto,
por principio y no por utilidad, por principio, porque hay muchas razones y modos de
oponerse a la pena de muerte, y en tanto que no se lo haga por principio, alumbrando lo
que «por principio» quiere decir, el abolicionismo será problemático, limitado y
precario, y sujeto a reversibilidad, lo que todavía sucede)
Por lo tanto, quedará preguntarse qué significa, para la historia de la filosofía y
para la historia de la pena de muerte, el hecho de que nunca haya habido un filósofo
abolicionista hasta el día de hoy, y que, hasta el día de hoy, ningún filósofo, ningún
sistema filosófico en tanto que tal, hubiera podido o debido excluir o condenar, como
tal, la pena de muerte. En una palabra, ¿qué condena a la filosofía como tal, hasta el día
de hoy, a permanecer en principio del lado de la condena a muerte? (Derrida, J. (2015),
p. 49-50; la traducción nos pertenece)
Bibliografia