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Barth - Navidad Desde La Cárcel
Barth - Navidad Desde La Cárcel
Karl Barth
Fuente: Dominicos.org
http://www.mercaba.org/LITURGIA/Adv/karl_barth_desde_la_carcel.htm
Ayúdanos, haznos el regalo de que nos reunamos una vez más como es
debido, que reflexionemos y examinemos cómo debemos ir a tu encuentro, ya
que tu venida es ahora ya inminente, para que después, nuestra celebración
de navidad no se reduzca a un teatro estéril, sino que por el contrario, sea un
esplendoroso, serio y gozoso encuentro contigo.
Él ha hecho esto: él, que se ha interesado por su pueblo de Israel, y con él,
de toda la tierra, sin merecerlo, por pura bondad. Él, que quería mantener y
consumar fielmente la alianza establecida con los hombres. Él, que no sólo
ha expresado en palabras, sino que ha puesto en obra con poder, su gran
amor al mundo creado por él. Él, que hizo brillar su luz en medio de nuestra
tiniebla. Él, que ha dado una esperanza eterna a todo lo que vive. Él ha hecho
esto, al hacerse hombre, al hacerse niño, como uno de nosotros, en la ciudad
y en el pesebre de Belén. Él ha hecho esto. Y no dice que él quiere hacerlo y
lo hará, sino que él ya lo ha hecho. Por lo tanto, fijaos bien: si eres un
hambriento, ya te ha colmado de bienes. Si eres un rico, ya te ha despedido
de vacío. Así es como sucedió allí, así se decidió y se realizó la separación al
nacer el Niño Jesús. De esta manera se hizo allí la selección y, por lo tanto,
se dijo sí y no, se amó y se odió, se aceptó y se rehusó. Los hambrientos
fueron colmados allí de bienes, y los ricos fueron allí despedidos de vacío. Y
el doble mensaje de adviento es éste, que se proclamó allí y se proclama
hasta el día de hoy: que Dios se porta así con los hambrientos y con los ricos.
Lo más necesario que puede faltarle a un hombre, puede ser también una
vida que él considere que vale la pena ser vivida. Pero lo que él ve, es una
vida mal empleada, perdida y corrompida. Entonces tiene hambre. Lo más
necesario que le falta, podría ser simplemente un poquitín de alegría. Mira
alrededor, y no encuentra nada, absolutamente nada, que realmente pudiera
causarle alegría. Y tiene hambre. Lo más necesario podría consistir
sencillamente en que nadie lo ha amado de verdad. Y no se encuentra nadie
que pueda apreciarlo. Y así tiene hambre. ¿Y si lo más necesario que le
faltara fuera una buena conciencia? ¿Quién no desearía y debería tener una
buena conciencia? Pero ¿y si uno sólo puede tener una mala conciencia? No
puede sino tener hambre. Lo más necesario para él podría ser el poder estar
completamente seguro de alguna cosa. Pero en él sólo hay dudas, y alguna
vez le amenaza la desesperación. Por esto tiene hambre. Lo más necesario
de todo podría ser para él, arreglar sus cuentas con Dios. Pero lo que hasta
ahora ha oído decir de Dios, no le dice nada. A partir de aquí, no puede
empezar a hacer nada, ni quiere saber nada de eso. Y ahora tiene hambre de
estas cosas tan importantes.
De estos hambrientos oímos decir ahora: los colma de bienes. Por lo tanto
no les ha dado sólo un "engaña bobos", ni solamente un bocado, ni se ha
limitado a un regalo de navidad, barato o caro, ni a las migajas que caían de
la mesa del señor, como las que recibió el pobre Lázaro (Lc 16, 21). No, él los
ha alimentado y los ha deleitado hasta la saciedad. Como se dice en uno de
nuestros cánticos: «les ha enviado desde el cielo una lluvia torrencial de
amor». De ellos, de los más pobres, ha hecho los más ricos. Y lo ha hecho,
haciéndose su hermano, convirtiéndose él mismo en un hambriento, que ha
gritado por ellos y a favor de ellos: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? (Mc 15, 34). Él se puso en lugar de ellos, poniendo a ellos en
su lugar, para quitar de ellos y tomar sobre sí toda su debilidad, todo su error,
todo su pecado, toda su miseria.
En el sentido aquí indicado, los ricos no son solamente éstos, sino que, tanto
si tienen cuentas corrientes o cosas por el estilo, o no, son todos los que con
su sabiduría y poder, creen que pueden dominar la vida, "manipularla", como
se dice hoy día. Ricos, en el sentido que se indica aquí, son todos los que se
tienen por sabios e inteligentes, por buenas personas (cf. Rom 12, 16). Todos
los que, como el fariseo en el templo "se sienten seguros de sí pensando
estar bien con Dios" (Lc 18, 9), todos los que se creen que han de dar gracias
a Dios porque no son como estos o aquellos bribones, y piensan poder
anunciar a los cuatro vientos lo bueno que han hecho o hacen (cf. Lc 18, 11
s), todos los que andan por ahí con la pretensión de que Dios y los hombres
deberían estar de veras contentos de ellos. Éstos son los ricos de quienes se
habla aquí.
Pero con esto, hermanos míos, no hemos acabado aún con el doble mensaje
de adviento, y os pido de todo corazón que prestéis atención, que
reflexionéis, que os toméis en serio aquello en que vamos a seguir fijándonos.
En segundo lugar: Los pobres ricos, de la clase que sea, actúan, y sólo
pueden actuar así, como si fueran ricos, siendo en realidad también ellos,
muy, pero muy pobres. Con su riqueza se engañan a sí mismos, a Dios y los
demás, aparentando lo que no son. Pues ningún hombre estará satisfecho de
verdad, de lo que él es y de lo que tiene, aunque tenga la cuenta corriente en
el banco, o su mercedes, o su honradez o su piedad. Nadie es de verdad su
propio dueño, nadie se forja su felicidad, o, díganlo como quieran todas estas
expresiones, nadie es su propio salvador. Mientras no actúe así, o si
creyendo ser algo y durante el tiempo que actúa así desprecia a Dios, es uno
a quien Dios, como prueba de su gran bondad para con todo el género
humano, ha pasado por alto, ha despedido de vacío. Mientras haga esto, sólo
podrá ver cómo Dios colma de bienes a los demás, a los hambrientos, pero
no puede celebrar la Navidad con alegría; para él han cantado en vano los
ángeles.
En tercer lugar: Pero existe también una esperanza para los ricos de todas
clases, despedidos de vacío provisionalmente. El pobre rico no debería actuar
como si tampoco le faltase a él lo más necesario, como si tampoco fuera él un
hambriento. Bastaría con que reconociese y confesara que tampoco él es una
persona inteligente, sabia y distinguida, y muy de veras se reconociera como
una criatura muy infeliz, inútil y miserable. Sólo le bastaría con colocarse,
abierto y sinceramente, al lado del publicano —del publicano auténtico,
naturalmente, no al lado de aquel falsificado—: allá, donde también el
salvador está directamente a su lado. Por lo tanto, sólo le bastaría querer
saber y estar convencido de esto: ¡Dios mío, ten compasión de mí, pecador!
(Lc 18, 13). De un solo golpe quedaría transformado. Ya no sería más un
pobre rico, sino un rico pobre, uno de los que se dice en el evangelio:
dichosos vosotros, los pobres (Lc 6, 20). También él sería colmado de bienes.
Entonces oiría y captaría lo que decía el ángel a los pastores: Os traigo una
gran alegría que lo será para todo el pueblo. Hoy os ha nacido un salvador
q(Lc 2, 10). Y entonces podría juntarse a la alabanza de todas las legiones
del ejército celestial: Gloria a Dios en el cielo paz en la tierra a los hombres,
que él quiere tanto (Lc 2, 1 ). Por otra parte ¿sabéis cual es la señal segura
de que uno está liberado de su mentira, es un auténtico hambriento y, por lo
tanto, un hombre ya colmado de bienes, un rico pobre? Si tiene manos y
corazón para los demás hambrientos de toda clase. Por ejemplo, el que en la
India, África y en otras partes, halla millones, que no tienen pan, sopa y arroz.
Vuestro problema será también entonces su propio problema. Entonces
reconocerá en este hombre a su hermano y a su hermana, y actuará de
acuerdo con esto. Haciendo esto, podría celebrar y celebraría para sí una
Navidad gozosa.