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Colección Teosofía
Mario Roso de Luna
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Mario Roso de Luna
ensoñada primero por un poeta y escrita por un filósofo, antes de ser
hecha tangible por un científico y puesta al alcance de todos por un
industrial”. De ahí que considerara importantes para el desarrollo de las
ciencias, las novelas de Julio Verne, Wells y otros, y que como Platón,
creyera que los mitos son vehículos de grandes verdades, dignos de ser
estudiados.
Roso buscó la verdad a través de la Fábula, pero siempre
interpretó la tradición mítica dentro de la más rigurosa lógica. Como
buen pitagórico, tenía la costumbre de someter todo a la geometría y al
número. Y las claves fundamentales de su labor científica y filosófica son
la ley, el orden y la armonía.
Para Roso, que siempre intentó poner de relieve los lazos que
unen los principios científicos con la sabiduría antigua, el encuentro en
París, en 1902, con la teosofía y la Sociedad Teosófica de H. P.
Blavatsky, fue decisivo. Formada con los preceptos básicos de todas las
religiones, la doctrina teosófica encajó de inmediato con sus ideas
panteístas. Desde entonces, y durante toda su vida, Roso deseó
comunicar a los demás los ideales teosóficos de amor, bondad y justicia,
saliendo siempre en defensa de la espiritualidad humana, tan
amenazada por el materialismo.
Pero la teosofía no representó para él, tan sólo, una teoría mística.
“Hermana de las religiones, es también una ciencia y como tal se basa
en la vida”; es una ciencia-espiritual que explica todos los fenómenos
del Universo que nos rodea, une lo existente con lo no existente,
poniendo un poco de ciencia en la religión y en la ciencia un poco de
ensueño y misticismo. “La ciencia por sí sola es estéril si no la alimenta
el sentimiento trascendental de que hay algo por encima de nuestros
pobres conocimientos y nuestro mísero mundo”. No es justo que la
ciencia clasifique los fenómenos extraños como irracionales y los relegue
al terreno de lo prohibido. “Vivimos en un mar de ignorancia”, y ante el
dilema de no dar explicación ninguna o dar como hipótesis una ocultista,
Roso prefiere lo último.
Ahora bien, cuando se trata de abordar el estudio de lo oculto,
como se trata de un mundo con leyes más amplias y diferentes, se
impone un escrupuloso esmero. Ni la más noble intención, ni la vida
más pura, son preparación suficiente para quienes desconocen las leyes
de la naturaleza - como demuestran los infinitos casos de locura
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sobrevenidos a gente que se mete a ocultista por simple ignorancia -,
“sólo la ciencia espiritual puede ayudarnos, entendiendo por tal la
ciencia, el arte, las virtudes, calma para analizar y libertad absoluta de
pensamiento para discernir”.
Naturaleza geométrica:
En todas sus investigaciones Roso interpreta la totalidad de la
realidad a través de las tres leyes básicas de la teosofía: Unidad,
Causalidad y Renacimientos.
Al aplicar la ley de unidad o analogía: “Lo que está arriba es como
lo que está abajo”, a la Astronomía, Roso se adelantó a la ciencia actual,
al afirmar que losastros también tienen unos orígenes, una vida y una
muerte como los hombres, “y muchos de ellos desaparecen, para que
con sus restos se mantengan otros”. (Astrobiología, 1909). Empleando
esta misma ley, hará también en su libro “Hacia la Gnosis” un estudio de
las nubes como “seres personales individuales, en los que se realizan
todas las evoluciones, como en cualquier otro ser de la creación”. Y es
que la realidad manifiesta, de cualquier orden que sea, no es para Roso
sino una unidad integradora de un orden superior, y así hasta lo infinito,
como ocurre con la numeración. La naturaleza es geométrica en todas
sus manifestaciones y en ella no hay casualidades, sólo causas
desconocidas. Si queremos penetrar en este terreno invisible - dice la
teosofía -, hemos de abrir bien los ojos en su proyección en lo visible. La
analogía como método, “nos proporciona conocimientos verdaderos, sin
necesidad de su constatación física”.
Podemos servimos también de esta ley para comprender la
cuestión de la inmortalidad. “La realidad ulterior se anuncia con
tendencias premonitorias y el problema del más allá está escrito en
nuestra psique”. ¿Existiría en nosotros el instinto de reproducción, el
anhelo por dejar una huella de nuestro efímero paso por el mundo, si no
fuera porque la realidad nos depara un futuro risueño más allá de la
tumba?
Roso no veía en la muerte más que un “incidente periódico en una
existencia sin fin”, y en el Cosmos sólo ve “Ciclos de ciclos”. También en
la historia de la humanidad, cada pueblo trae un ideal a la vida, y hasta
que no lo realiza no desaparece de la Tierra. “Nuestra titánica misión,
tanto individual como social, es luchar para alcanzar la belleza, la
verdad y el bien, pero estamos condenados a no poder saciar jamás
nuestras necesidades trascendentales de míseros caídos”. Sólo la
reforma de uno mismo, a través del estudio y el autoconocimiento, nos
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ayudará a comprender que esta vida es una etapa, y podremos
encontrar así nuestro lugar en este mundo.
Roso estaba convencido de que en las edades pasadas estaba el
secreto, la llave de apertura que daría algún sentido a nuestra vida de
europeos civilizados. Como Gurdjieff, creía que había existido una
revelación primitiva, conservada aún en los restos de sabiduría antigua
y viejas religiones. Para él, libros como el Zend-Avesta (Zoroastro), el
Popul-Vuh, el Evangelio de Enoch, o los Himnos Orficos, son un
testimonio de la historia de la humanidad, tan válido como cualquier
resto arqueológico. El Popul-Vuh, por ejemplo, explica todos los
acontecimientos históricos y prehistóricos de América Central. Además,
todas las religiones son fruto de un mismo árbol, si no dejarían de
entenderse las semejanzas entre culturas tan alejadas como la
americana, la europea y la asiática. El diluvio universal, los espíritus
caídos o el dios Océano, son claros ejemplos de estos paralelismos.
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Estatua de la Libertad fueron levantadas sin el conocimiento de las
matemáticas?.
Si bien le cautivaron siempre las doctrinas relativas a la pluralidad
de los mundos, nunca fue partidario de prácticas espiritistas: “Yo, en
lugar de evocar a Beethoven, intentando hacerlo bajar a este
desdichado mundo, trato de subir a las esferas de su música”. Y sin
negar el valor curativo del hipnotismo, decía: “Me repugna toda práctica
y todo instituto religioso o lúdico en los que el hombre entrega su
albedrío divino a la dudosa conciencia y voluntad de un tercero”.
En absoluto dogmático y de una ilimitada tolerancia ante cualquier
credo religioso, fue un heterodoxo dentro de la misma teosofía. Cuando
en 1911, la S. T. (Sociedad Teosófica) fundó la Orden de la Estrella de
Oriente, cuyo nuevo Mesías y objeto de adoración era Krishnamurti,
Roso declaró: “No rechazo ni admito estos senderos de devoción,
porque aún no he tenido la dicha de comprobar vaticinios tan risueños
como la venida de un segundo Mesías”.
Ayudado por su hija Sara, en 1921 fundó dentro de la Sociedad
Teosófica la rama Hesperia y la revista del mismo nombre, pero fue
demasiado tarde para evitar que fuera juzgado por el mismo rasero que
los filósofos ortodoxos. Sin embargo, su mayor afán consistió en
armonizar las fuerzas desconocidas, pero latentes en la naturaleza, para
utilizarlas en beneficio del progreso. Para Roso, todos los contrarios no
son más que ideas relativas integradas por una Unidad Suprema, y la
única ley efectiva que perdura a través del tiempo y del espacio, es la
Ley del Amor.
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citas arqueológicas, astronómicas y filosóficas. En él se habla de la
catástrofe atlante, de dioses, de la Cabala en la Asturias medieval.
El estudio étnico y mítico de las razas que realizó en De Gentes de
Otro mundo es una demostración erudita de que todas las ciencias
contribuyen a la investigación psíquica.
En el viaje ocultista que relata en De Sevilla al Yucatán, a través
de la Atíantida hace interesantes revelaciones sobre este continente.
Su profundo antimilitarismo se pone de manifiesto en La
Humanidad y los Césares: por encima de todo ha de estar el concepto
de humanidad, pero “la humanidad encumbra a los cesares que la
oprimen, y crucifica a los que la redimen”.
La música no le guardaba ningún secreto, como prueban: Música
Pitagórica o Wagner Ocultista y Beethoven teósofo. Aficionado él mismo
a tocar el piano y la guitarra, decía que “la importancia de la música se
debe a su labor de modelar el alma humana con un lenguaje universal”.
En 1905 realizó el Proyecto de una escuela modelo para la
educación y enseñanza de niños anormales, demostrando su
preocupación por los temas sociales. Asimismo hizo unos análisis
profundos de los mitos y leyendas españolas en El árbol de las
Hespérides y en el segundo tomo de sus Conferencias Teosóficas en
América del Sur.
Trayectoria:
Nació en 1872 en Logrosán, Cáceres, donde su padre, José Roso,
ingeniero valenciano, se había trasladado para trabajar en las minas de
fosforita. Su madre, Jacinta de Luna, era hija de Julián de Luna (1789-
1848), conocido liberal y polígrafo, maestro de Donoso Cortés.
Estudiante aventajado, Roso conocía ya a los quince años todas
las constelaciones. En 1893 descubrió a simple vista el cometa que lleva
su nombre, y en 1895 inventó el Kinotherión, instrumento de
astronomía popular que mide los cielos por medio de la electricidad y
que le valió la Cruz de Carlos III y la medalla de oro de la Academia de
Inventores de París. A lo largo de su vida fue requerido en numerosas
ocasiones por la prensa para escribir sobre los eclipses de sol (1900,
1905 y 1909) y descubrió seis estrellas temporarias, de las que
oficialmente sólo se le reconocieron tres.
Licenciado en Derecho (1890) y en Ciencias Físico Químicas
(1901) viajó a París, donde colaboró en el Diccionario de la casa A.
Collin, y a Londres y Bélgica, trabajando como profesor de español y
matemáticas.
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En 1899 se casó con Trinidad Román, con la que tuvo dos hijos:
Ismael, prestigioso gemólogo, y Sara, que le ayudaría siempre en su
labor teosófica.
Miembro de la Real Academia de Historia desde 1897, descubrió
en 1901 la losa sepulcral de Solana, documento jeroglífico de la
prehistoria celta, que fue comparado por prestigiosos arqueólogos, con
el hallazgo en la Argólida, del templo de Esculapio. Intérprete de más de
100 inscripciones romanas, iberas y celtas, descifrador de los Códices
Mayas, de él dijo Menéndez Pelayo que sus investigaciones eran las
“más precisas”.
No me lloréis:
Afiliado a la sociedad teosófica Adyar en 1904, en ese mismo año
se trasladó a Madrid y comenzó su labor como conferenciante y escritor.
En el Ateneo de Madrid dio numerosas charlas sobre teosofía, él las
llamaba polididáctica: ciencia, mitos y religiones comparadas. Valle-
Inclán, Ramón y Cajal, o Arturo Soria eran asiduos a estas tertulias. Su
facilidad y sencillez de palabra hacían comprensible cualquier tema,
científico o filosófico. En 1909 viajó a Sudamérica, donde recorrió
Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, dando conferencias teosóficas
gratuitas.
En 1917 más de 300 catedráticos elevaron una petición pública
para que le fuera concedida una cátedra de Historia de las Religiones en
la universidad, pero su fama de teósofo y la oposición de los jesuitas
hicieron que nunca la obtuviera.
Vivió los últimos años de su vida dedicado a escribir su obra
poligráfica, La Biblioteca de las Maravillas. Siempre preocupado por
Extremadura, fundó el Centro Extremeño, y en 1917 se le brindó en
esta región un homenaje. Aunque tenía muchas relaciones, fue un
hombre austero, noble y bondadoso que escribió mucho, y murió en
1931 dulcemente, diciendo: “No me lloréis”.