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En términos generales, la Lingüística del siglo XIX era concebida como una
disciplina histórica, cuyo principal interés era estudiar el desarrollo de las lenguas desde
una perspectiva diacrónica. Para ello, los estudios de la dialectología histórica
examinaban la extensión de las formas lingüísticas en el espacio geográfico y se
interesaban particularmente en establecer los límites máximos que alcanzaban los
rasgos que definían una variedad de lengua (isoglosas). Inicialmente, estos estudios se
emprendieron con la finalidad de reforzar la hipótesis de que los rasgos fonéticos se
producían de acuerdo con leyes que no admitían excepciones, sin embargo, terminaron
demostrando que en la práctica la regularidad se rompe.
Si bien es verdad que los cambios se producen a lo largo del tiempo, esa
variación sincrónica implica un cambio lingüístico en marcha que, contrariamente a lo
postulado por la lingüística diacrónica, puede examinarse de cerca “en las
diferenciaciones lingüísticas asociadas con los niveles generacionales”. Se habla en este
caso, de un estudio en el tiempo aparente, en el cual se evalúa la variación detectada
entre franjas etarias en un momento determinado (son una etapa del cambio a más largo
plazo). Es decir, que se trata de un estudio sincrónico en el que se evalúa el cambio en
progreso. Pero también, es posible estudiar el cambio desde una perspectiva diacrónica,
contrastando datos recogidos en épocas diferentes. Estos datos pueden provenir de
investigaciones anteriores efectuados por el propio lingüista o por otros especialistas.
En este caso se trata de un estudio en el tiempo real, en el cual se evalúa el cambio a
largo plazo.
Queda claro entonces, que la dinámica de las relaciones entre los grupos es un
elemento importante para el nacimiento y, más aún, para el triunfo de los cambios. A su
vez, la pertenencia de un sujeto a una determinada red social condiciona su capacidad
de innovación lingüística; mientras que los hablantes que se mueven en redes con
vínculos más débiles son más innovadores, los de las redes compactas, con mayor
estabilidad social y vínculos más fuertes, son más propicios al conservadurismo. Así, las
investigaciones indican que los estilos formales y los registros altos son más
conservadores, mientras que el habla informal acoge las innovaciones más recientes.
Por otra parte, el proceso del cambio lingüístico ha suscitado diversos estudios
orientados a determinar su estructura y los factores que en él derivan. López Morales, en
“El cambio lingüístico”, expone la propuesta presentada por Cedergren, la cual es
graficada de la siguiente manera:
FUENTES DE
INNOVACIONES
INNOVACIONES
FILTRO DE SELECCIÓN
LINGÜÍSTICO
VARIANTES
FILTRO DE
DIFUSIÓN
CAMBIO
LINGÜÍSTICO
En este modelo, la autora plantea que el fenómeno del cambio presenta tres
dimensiones, a cada una de las cuales le corresponde un producto teórico. La primera
de estas dimensiones la constituyen las fuentes de innovación lingüística. Por estas se
entiende cualquier mecanismo capaz de hacer nacer una forma nueva (juegos verbales,
producciones del niño en el proceso de adquisición de su lengua materna, etc.), es decir,
una innovación (producto). Las innovaciones pueden ser ontotípicas, las cuales se
asocian a los niños y no tienen posibilidades de difundirse en la comunidad, o
genotípicas, que surgen de las generaciones mayores y que, mayormente, “se expanden
y adquieren valores simbólicos en la comunidad” (sobre todo las propagadas por el
grupo generacional de adolescentes).