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►“El cambio lingüístico desde una perspectiva social” (capítulo 5), Suzanne

Romaine; “El cambio lingüístico”, Humberto López Morales.

1. ¿Qué aportaron los estudios dialectológicos al estudio del cambio?


2. ¿Cómo se relaciona la “variación” con el “cambio”?
3. ¿Qué significa cambios “desde abajo” / “desde arriba”?
4. ¿De qué manera puede estudiarse un cambio en marcha? ¿Qué significa estudiar el
cambio en tiempo “real / aparente”?
5. Grafiquen y expliquen sintéticamente cómo funciona el modelo de Cedergren.

En términos generales, la Lingüística del siglo XIX era concebida como una
disciplina histórica, cuyo principal interés era estudiar el desarrollo de las lenguas desde
una perspectiva diacrónica. Para ello, los estudios de la dialectología histórica
examinaban la extensión de las formas lingüísticas en el espacio geográfico y se
interesaban particularmente en establecer los límites máximos que alcanzaban los
rasgos que definían una variedad de lengua (isoglosas). Inicialmente, estos estudios se
emprendieron con la finalidad de reforzar la hipótesis de que los rasgos fonéticos se
producían de acuerdo con leyes que no admitían excepciones, sin embargo, terminaron
demostrando que en la práctica la regularidad se rompe.

Según expone Suzanne Romaine, el estudio de la variación fónica condujo al


desarrollo de métodos que permitieron registrar la extensión de las innovaciones y la
variación en el espacio y en el tiempo. Asimismo, evidenciaron que los patrones de
variabilidad que se presentaban no estaban en relación con factores internos al sistema
de la lengua, sino que estaban ligados a factores extralingüísticos. De este modo, los
estudios dialectológicos contribuyeron teórica y metodológicamente al estudio del
cambio, del cual se ocupa hoy la Sociolingüística.

La autora explica que la lengua, según la concepción sociolingüística, es


esencialmente un producto cultural situado en un contexto histórico siempre cambiante.
Agrega que muchas de las variables presentes hoy en la lengua tienen una considerable
antigüedad y representan cambios de largo y lento desarrollo que aún no se han
completado y que puede que no lleguen a completarse nunca. En este sentido, una
variante sólo podrá considerarse un verdadero cambio lingüístico cuando muestre
difusión temporal y social. En consonancia con Romain, Humberto López Morales
resalta la importancia fundamental que posee la variabilidad con respecto al cambio,
dado que “todo cambio viene siempre precedido por una etapa de variación en la que
conviven formas rivales”.

Si bien es verdad que los cambios se producen a lo largo del tiempo, esa
variación sincrónica implica un cambio lingüístico en marcha que, contrariamente a lo
postulado por la lingüística diacrónica, puede examinarse de cerca “en las
diferenciaciones lingüísticas asociadas con los niveles generacionales”. Se habla en este
caso, de un estudio en el tiempo aparente, en el cual se evalúa la variación detectada
entre franjas etarias en un momento determinado (son una etapa del cambio a más largo
plazo). Es decir, que se trata de un estudio sincrónico en el que se evalúa el cambio en
progreso. Pero también, es posible estudiar el cambio desde una perspectiva diacrónica,
contrastando datos recogidos en épocas diferentes. Estos datos pueden provenir de
investigaciones anteriores efectuados por el propio lingüista o por otros especialistas.
En este caso se trata de un estudio en el tiempo real, en el cual se evalúa el cambio a
largo plazo.

La diferencia entre un cambio en marcha y otro ya muy avanzado puede notarse


en su distribución social. El cambio comienza en un grupo social y luego, se desarrolla
y se expande hacia otros grupos. Cuando entran en contacto variedades lingüísticas
estándar y no estándar, lo esperable es que triunfen las innovaciones provenientes de la
primera. En este caso se habla de cambios “desde arriba”. Sin embargo, los cambios
también pueden producirse primero en los registros menos formales y luego difundirse
afectando a la variedad estándar. Se habla entonces de cambios “desde abajo”. Sea cual
fuere el punto de partida del cambio, cuando éste se generaliza, se estigmatiza la forma
perdedora.

Queda claro entonces, que la dinámica de las relaciones entre los grupos es un
elemento importante para el nacimiento y, más aún, para el triunfo de los cambios. A su
vez, la pertenencia de un sujeto a una determinada red social condiciona su capacidad
de innovación lingüística; mientras que los hablantes que se mueven en redes con
vínculos más débiles son más innovadores, los de las redes compactas, con mayor
estabilidad social y vínculos más fuertes, son más propicios al conservadurismo. Así, las
investigaciones indican que los estilos formales y los registros altos son más
conservadores, mientras que el habla informal acoge las innovaciones más recientes.

Por otra parte, el proceso del cambio lingüístico ha suscitado diversos estudios
orientados a determinar su estructura y los factores que en él derivan. López Morales, en
“El cambio lingüístico”, expone la propuesta presentada por Cedergren, la cual es
graficada de la siguiente manera:

FUENTES DE
INNOVACIONES

INNOVACIONES

FILTRO DE SELECCIÓN
LINGÜÍSTICO

VARIANTES

FILTRO DE
DIFUSIÓN

CAMBIO
LINGÜÍSTICO

En este modelo, la autora plantea que el fenómeno del cambio presenta tres
dimensiones, a cada una de las cuales le corresponde un producto teórico. La primera
de estas dimensiones la constituyen las fuentes de innovación lingüística. Por estas se
entiende cualquier mecanismo capaz de hacer nacer una forma nueva (juegos verbales,
producciones del niño en el proceso de adquisición de su lengua materna, etc.), es decir,
una innovación (producto). Las innovaciones pueden ser ontotípicas, las cuales se
asocian a los niños y no tienen posibilidades de difundirse en la comunidad, o
genotípicas, que surgen de las generaciones mayores y que, mayormente, “se expanden
y adquieren valores simbólicos en la comunidad” (sobre todo las propagadas por el
grupo generacional de adolescentes).

La segunda de las dimensiones la conforma un filtro de selección, que


representa el componente lingüístico del modelo. Este filtro “canaliza las presiones
estructurales impuestas por las fuentes de innovación” y da como resultado las
variantes. Un ejemplo de presión estructural son los debilitamientos fónicos de /s/ en la
posición final de sílaba en algunas variedades del español, lo cual da como resultado las
variantes sibilante, aspirada y elidida.

Por último, concluye el modelo con un filtro de difusión, que constituye el


componente social del mismo y del cual resulta el cambio lingüístico propiamente
dicho. Este filtro considera los efectos que ejercen los factores extralingüísticos
individuales (género, edad, nivel sociocultural, procedencia) sobre las variantes
distribuidas en la sociedad. Para que exista el cambio, el fenómeno debe mostrar
difusión temporal y social, siendo el factor generacional de vital importancia para
determinarlo, dado que si las variantes presentes en una comunidad covarían con las
edades, como ya hemos mencionado, se está ante un cambio lingüístico en proceso.

Finalmente, podemos concluir que el cambio no se produce de manera


instantánea, sino a lo largo del tiempo. La lengua no es un sistema fijo, sino un proceso
dinámico influido por diversos factores sociales, por lo cual los cambios no pueden
considerarse definitivos. Estos quedan a merced de que en cualquier momento surjan
nuevas variantes con valor equivalente, que estas variantes se prestigien y los
sustituyan en el uso.

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