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El mate, el asado criollo y la siesta, son tres tradiciones fuertes de los habitantes
del interior del país y se diría que un rasgo distintivo de Entre Ríos.
Los domingos al mediodía son el momento preferido para comer carne asada en
familia. Hay un rito entonces que se activa, que empieza con la elección de los
cortes, sigue con encender el fuego y culmina con “¡un aplauso para el asador!”, el
cumplido para el parrillero.
Hay un experto o experta en cada casa en el arte de cocer la carne a las brasas,
generalmente alguien que heredó la técnica de padres o abuelos.
El asado se sirve bien caliente, recién salido de la parrilla, jugoso. Una simple
ensalada de lechuga, tomate y cebolla o un buen plato de papas fritas son las
guarniciones indiscutibles.
Los entrerrianos suelen hacer un culto del asado con cuero, una técnica muy difícil
por la cual el animal faenado se corta en cuartos sin quitarle el cuero y así va a la
parrilla.
Es un proceso que lleva varias horas y es efectuado en una parrilla o estaca sobre
brasas, a fuego muy lento para lograr una cocción pareja y uniforme. Se constata
que el asado está “a punto” cuando el cuero se desprende sin dificultad.
La Fiesta Nacional del Asado con Cuero es uno de los principales eventos
gastronómicos de la provincia de Entre Ríos. Desde hace quince años esta
celebración autóctona, donde se ponen en escena usos y costumbres gauchas,
tiene lugar en la ciudad de Viale durante el mes de noviembre.
Los entrerrianos tenemos una identificación plena con el mate, que es visto como
un símbolo de compañía y encuentro. Cebar “unos verdes” es un ritual entrañable
en estos pagos.
Este mito rural cumple una función social: mantener a los chicos cerca de sus
padres mientras éstos descansan luego del agotador trabajo en el campo.
Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos
toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda
la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor
a la tierra de la que eran dueños… Pero llegaron los invasores, esos valientes,
atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les
arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y
muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela,
la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr
su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la
selva.
El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en
una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien al rato, fue
alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián,
le impusieron como castigo la muerte en la hoguera.
La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas
hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su
cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se
fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.
Se cuenta que cuando todo era campo raso, vivía en un rancho cerca del río un
fiero leñador junto a su morena hija, de ojos y trenzas renegridas, quien ayudaba a
su padre en los quehaceres del campo.
El padre no perdía de vista los pasos de su hija ya que era muy celoso y hasta no
quería que alguien le dirigiera la palabra.
Una tarde que la joven se encontraba descansando en la puerta del rancho, pasó
un forastero a caballo y miróintensamente a la joven, aunque siguió su camino.
Pocas noches más tarde, la moza escuchó una canción e intuyó que era para ella.
Abrió la ventana y vio a su padre con un facón en la mano, buscando al cantor.
Pero el galope de un caballo tranquilizó a la joven, convencida que quien cantaba
había huido.
La joven sufría con el trato que le daba su padre y la situación empeoró el día que
le dijo que debía casarse con un vecino, bastante entrado en años pero muy rico,
a quien ella despreciaba.
Pasaba el día pensando en liberarse, y cada vez que lo hacía volvía a su mente la
figura del forastero.
Fue entonces que caminó hasta la gruta de Santa Inés a fin de rogarle se
produzca un milagro que mejore su existencia.
Le dejó a la virgencita un caro regalo: la cadena de oro que le había regalado
aquél que su padre había elegido para que sea su esposo.
Mientras esto sucedía, el forastero galopaba sobre su blanco caballo, llevando una
bolsa con cocos y dos flores para las trenzas de su amada. Llegó hasta su
ventana e hizo señas, tras lo cual la moza salió del rancho y ambos salieron del
lugar en el caballo del muchacho.
El padre logró ver que huían, así que montó su brioso alazán. Lleno de rabia y
facón en mano salió a buscar a la pareja.
El caballo blanco de la pareja poco menos que volaba, y en esa carrera los cocos
iban cayendo y los cascos del caballo que los perseguía los iba enterrando en la
tierra.