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Boff La Santc3adsima Trinidad Es La Mejor Comunidad
Boff La Santc3adsima Trinidad Es La Mejor Comunidad
MEJOR COMUNIDAD
Leonardo Boff
Índice
Advertencia
Por otro lado, hemos de reconocer que el espíritu de comunión —y por eso
mismo la raíz trinitaria de la Iglesia— se conservó y se vivió mejor en la
vida religiosa y en el cristianismo popular. En estos terrenos el poder es
más participado y está muy presente el sentido de fraternidad. Esta tiene
que abrir cada vez más espacios a la participación igualitaria de todos, sin
discriminación alguna por razones de sexo o de la función específica que
uno ocupa en el conjunto eclesial. Sólo entonces podrá ser verdad lo que
dice el concilio Vaticano II: "De esta manera la Iglesia toda aparece como el
pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"
(Lumen gentium 4).
Este libro traduce en un lenguaje más asequible lo que expusimos con una
terminología técnica en La Trinidad, la sociedad v la liberación (1987).
Consideramos la concepción trinitaria de Dios tan revolucionaria para la
sociedad, la Iglesia y la autocomprensión de la persona, que nos
disponemos a difundirla en esta forma más popular y, según espero, más
universalmente comprensible. Por el hecho de que hemos de tratar con lo
más importante y fascinante, hemos tenido que trabar una lucha
permanente con las palabras, para que fueran las más adecuadas.
Realmente, pierden consistencia cuando se las confronta con lo Inefable de
la comunión de las tres divinas Personas. Resultan como alusiones o
frágiles saetas que apuntan hacia el misterio siempre conocido y al mismo
tiempo siempre desconocido en todo el conocimiento. Pero estamos
convencidos de que apuntan en una dirección exacta.
INTRODUCCIÓN
La santísima Trinidad es nuestro programa de
liberación
¿POR QUÉ nos ocupamos hoy de la santísima Trinidad? Creer en un solo Dios
constituye ya una gran dificultad. ¡Cuánto más creer en tres personas que son un
solo Dios! ¿Vale la pena creer en Dios? ¿Qué ganamos con ello? ¿Qué cambia en
nuestra existencia el hecho de decir con toda sinceridad: creo en Dios, creo en el
Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, siempre juntos y en comunión de vida y de
amor?
Estamos convencidos de que vale la pena creer en Dios. Con ello queremos
expresar la convicción de que no es la muerte la que tiene la última palabra, sino la
vida; no es el absurdo el que gana la partida, sino el sentido pleno. Decir creo en
Dios significa: hay alguien que me rodea, que me abraza por todas partes y que me
ama; él me conoce en lo mejor de mí mismo, en el fondo del corazón, en donde ni la
persona amada puede penetrar; él conoce el secreto de todos los misterios y la
dirección de todos los caminos. No estoy solo en este universo abierto con mis
interrogantes, para los que nadie me da una respuesta satisfactoria. El está
conmigo, existe para mí y yo existo para él y delante de él. Creer en Dios quiere
decir: existe una última ternura, un último seno, un útero infinito, en el que puedo
refugiarme y tener finalmente paz en la serenidad del amor. Si esto es así, vale la
pena creer en Dios. Esto nos hace ser más nosotros mismos, potencia nuestra
humanidad.
Pero no basta acoger la existencia de Dios. ¿Cómo vive Dios? ¿Cómo es? Aquí es
donde entra la santísima Trinidad. Creemos que Dios no es soledad, sino comunión.
El uno no es lo primero, sino el tres. Primero viene el tres. Luego, debido a la
relación íntima entre los tres, viene el uno como expresión de la unidad de los tres.
Creer en la Trinidad significa: en la raíz de todo lo que existe y subsiste hay
movimiento, hay un proceso de vida, de extroyección, de amor. Creer en la Trinidad
significa: la verdad está del lado de la comunión y no de la exclusión; el consenso
traduce mejor la verdad que la imposición; la participación de muchos es mejor que
el dictado de uno solo. Creer en la Trinidad implica aceptar que todo se relaciona
con todo, formando un gran todo; que la unidad resulta de mil convergencias y no de
un factor solamente.
CAPÍTULO 1
En el principio está la comunión de los tres, no la
soledad del uno
¿Qué significa decir que Dios es comunión y por eso Trinidad? Sólo las
personas pueden estar en comunión. Implica que una esté en presencia de
la otra, distinta de la otra, pero abierta, en una reciprocidad radical. Para
que haya verdadera comunión, tiene que haber relaciones directas e
inmediatas: ojo a ojo, rostro a rostro, corazón a corazón. El resultado de la
entrega mutua y de la comunión recíproca es la comunidad. La comunidad
resulta de relaciones personales, en las que cada uno es aceptado como
es, cada uno se abre al otro y da lo mejor de sí mismo.
Pues bien, decir que Dios es comunión significa que los tres eternos,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, están vueltos unos a los otros. Cada persona
divina sale de sí misma y se entrega a las otras dos. Da la vida, el amor, la
sabiduría, la bondad y todo lo que es. Las personas son distintas (el Padre
no es el Hijo ni el Espíritu Santo, y así sucesivamente), no para estar
separadas, sino para unirse y poder entregarse unas a otras.
Y es bueno que así sea, tres personas y un único amor, tres únicos y una
sola comunión.
1. El totalitarismo político
Ha habido gente que decía en otros tiempos: Lo mismo que existe un solo
Dios en el cielo, tiene que existir también un solo jefe en la tierra. Así es
como surgieron los reyes, los líderes y los jefes políticos que dominaban
ellos solos a sus pueblos, alegando que imitaban a Dios en el cielo. Dios
solo gobierna y dirige el mundo, sin dar explicaciones a nadie. El
totalitarismo político creó, por parte de los líderes, la prepotencia, y por
parte de los liderados, la sumisión. Los dictadores pretenden saber ellos
solos lo que es mejor para el pueblo. Quieren ejercer ellos solos la libertad.
Todos los demás deben acatar sus órdenes y obedecer. La mayor parte de
los países son herederos de una comprensión semejante del poder. Se ha
metido en la cabeza del pueblo. Por eso es difícil aceptar la democracia, en
la que todos ejercen la libertad y todos son hijos de Dios.
2. El autoritarismo religioso
Están también los que dicen: Como hay un solo Dios y existe un solo
Cristo, así también debe existir una sola religión y un solo jefe religioso.
Según esta comprensión, la comunidad religiosa está organizada en torno
a un solo centro de poder, que lo sabe todo, que habla de todo, que lo hace
todo; los demás son simples fieles, que han de adherirse a lo que el jefe
determina. Los evangelios, por ejemplo, no piensan así: está siempre la
comunidad y, dentro de ella, los coordinadores para animar a todos.
3. El paternalismo social
4. El machismo familiar
Si Dios es trinidad de personas, comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, entonces el principio creador y sustentador de toda unidad en los
grupos, en la sociedad y en las Iglesias tiene que ser la comunión entre
todos los participantes, es decir, la convergencia amorosa y el consenso
fraterno.
"Dios puede ser aquello que no podernos entender" (san Hilario). "¡Qué
profundidad de riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios! ¡Qué
incomprensibles son sus decisiones y qué irrastreables sus caminos.!.. De
él y por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por los siglos de los
siglos. Amén" (epístola a los Romanos 11,33.36).
CAPÍTULO 2
El proceso de revelación de la santísima Trinidad
Vamos a considerar cómo nos reveló Jesús las tres personas divinas.
Comencemos por el nombre del Padre. Sabemos que Jesús siempre llamó
a Dios Abba, que quiere decir "papá". Si uno llama a Dios Padre es porque
se siente hijo. Este Padre es de infinita bondad y misericordia. Jesús
mantuvo en sus largas oraciones una profunda intimidad con él. Si se
muestra misericordioso con los pecadores es porque está imitando al
Padre celestial, que es fundamentalmente misericordioso y ama a los
ingratos y malos (Lc 6,35).
El segundo lugar es Jesucristo. Jesús estaba lleno del Espíritu. Por eso era
el hombre nuevo, totalmente libre y liberado de todas las ataduras
históricas. En la fuerza del Espíritu lanza su programa mesiánico de total
liberación (Lc 4,18-21). El Espíritu y Cristo siempre estarán juntos para
conducir de nuevo a la creación al seno de la santísima Trinidad.
Estas son las señales de la presencia del Espíritu: cuando hay entusiasmo
en el trabajo de la comunidad, cuando hay coraje para inventar caminos
nuevos para nuevos problemas, cuando hay resistencia contra todo género
de opresión, cuando hay voluntad de liberación empezando por la justicia
de los pobres, cuando hay hambre y sed de Dios y unción en el corazón.
Habría otros textos que podrían ser leídos sin mayores explicaciones,
como en la epístola de Tito 3,4-6, en la primera de Pedro 1,2, en la epístola
de Judas 20-21, en el Apocalipsis 1,4.5 y en otros más.
Más importante que la conciencia del bien es hacer el bien. Más importante
que saber cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios es
vivir la comunión, que es la esencia de la Trinidad.
CAPÍTULO 3
La razón humana y la santísima Trinidad
Los modernos prefieren partir de las relaciones entre las tres divinas
personas. Parten decididamente de la novedad cristiana. Dios es, desde el
principio, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero las tres personas están de tal
manera interpenetradas unas en las otras, mantienen entre sí un lazo de
amor tan íntimo y tan fuerte, que son un solo Dios. Son tres amantes de un
solo amor o son tres sujetos de una única comunión.
A los filósofos les agrada ver en Dios al absoluto. Este lenguaje tiene un
inconveniente: establece siempre un dualismo fundamental entre lo
absoluto y lo relativo, entre la eternidad y el tiempo, entre Dios y el mundo.
Los cristianos preferimos hablar de la comunión de las divinas personas,
que es siempre inclusiva, ya que engloba también a la humanidad, al
mundo y al tiempo.
Relaciones son las conexiones que existen entre las tres divinas personas.
El Padre en relación con el Hijo posee la paternidad; el Hijo en relación con
el Padre posee la filiación; el Padre y el Hijo en relación con el Espíritu
Santo poseen la espiración activa; el Espíritu Santo en relación con el
Padre y el Hijo posee la espiración pasiva. Las relaciones permiten
distinguir a una persona de la otra. Pero las personas se distinguen
también por su propia personalidad.
No se nos han revelado las palabras, sino las personas: el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo. Las palabras solamente valen cuando nos recuerdan y
nos llevan a las personas divinas. Por eso es preciso usarlas con unción y
con amor. De lo contrario, somos como camellos que se quedan ciegos
antes de llegar al oasis de aguas abundantes.
CAPÍTULO 4
La imaginación humana y la santísima Trinidad
También es muy conocido el icono del ruso Rublev (por el 1410). Presenta
a las tres personas divinas bajo la forma de los tres ángeles que se
aparecieron a Abrahán en Mambré (Gén 18,1-5) y que luego
desparecieron, dejando la impresión clara de una visita del mismo Dios.
Los tres están sentados alrededor de una mesa, sobre la cual está la
eucaristía. Son todos ellos iguales y al mismo tiempo distintos. Se miran
entre sí con respeto y en profunda comunión de amor. La eucaristía
significa la presencia de Cristo y, junto a él, la del Espíritu, que fue enviado
por el Padre; es decir, la presencia de toda la santísima Trinidad morando
con nosotros en la tierra.
Cada persona humana lleva en todo su ser y en su obrar los rasgos de las
tres personas divinas. Toda persona humana nace de una familia. Ya aquí
aparecen signos de la presencia del Dios trino. Dios es comunión y
comunidad de personas. Pues bien, la familia se construye sobre la
comunión y sobre el amor. Ella es la primera expresión de la comunidad
humana.
Pues bien, eso precisamente decimos que es la santísima Trinidad: las tres
personas son distintas, pero actúan siempre juntas. La interrelación entre
los divinos tres hace que sean un solo Dios, reflejado en nuestra realidad
social.
"La comunión que ha de construirse entre los hombres abraza el ser desde
las raíces de su amor y ha de manifestarse en toda la vida, aun en su
dimensión económica, social y política. Producida por el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, es la comunicación de su propia comunión trinitaria"
(Documento de Puebla, n. 215).
Un gran teólogo del siglo III, Tertuliano, uno de los primeros en formular la
doctrina sobre la Trinidad, escribió lo siguiente: "Donde está el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, allí se encuentra también la Iglesia, que es el
cuerpo de los tres". En cada persona humana se refleja el misterio trinitario;
se refleja también en la familia; muestra sus signos en la sociedad. Pero es
en la Iglesia donde este augusto misterio de comunión y de vida encuentra
su expresión histórica más visible.
CAPÍTULO 5
Lo que es la santísima Trinidad:
La comunión de vida y de amor entre los tres
divinos
La persona humana nos ofrece una analogía para que entendamos mejor
lo que queremos decir cuando hablamos de los divinos tres como
personas. En cada existencia humana descubrimos las siguientes
relaciones: siempre hay una relación yo-tú. El yo nunca está solo. Es
también siempre un eco de un tú que resuena dentro del yo. El tú es un
otro yo, distinto, abierto al yo del otro. En este juego de diálogo yo-tú es
donde la persona humana va construyendo su personalidad.
"Cristo nos revela que la vida divina es comunión trinitaria. Padre, Hijo y
Espíritu viven en perfecta intercomunión de amor, el misterio supremo de la
unidad. De allí procede todo amor y toda comunión, para grandeza y
dignidad de la existencia humana" (Documento de Puebla, n. 212).
Cuando decimos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres divinas
personas, la mayor parte de los cristianos entiende la palabra "persona" en
la acepción común del término: un individuo que tiene inteligencia,
voluntad, sentimientos y que puede decir "yo". En Dios habría entonces tres
inteligencias, tres voluntades, tres conciencias. Si dijéramos sólo esto, sin
añadir que los tres están siempre relacionados, caeríamos fatalmente en el
error del triteísmo. Con ello queremos decir que tendríamos realmente tres
dioses distintos.
Karl Rahner aceptó esta misma intuición, pero añadiéndole una pequeña
modificación. En vez de hablar de tres modos de ser prefería hablar de tres
modos de subsistencia. Esta modificación intenta evitar el error del
modalismo. Según esta doctrina errónea, como antes señalábamos, en el
fondo no se aceptaba a la santísima Trinidad, sino a un solo Dios
revelándose de tres maneras distintas; sería tres solamente para nosotros,
pero en sí mismo Dios sería y continuaría siendo uno. Entonces Rahner
dice lo siguiente: Dios es un misterio de comunión. Está siempre saliendo
de sí y entregándose en vida y en amor. Es la autocomunicación como
misterio radical. Entonces, en cuanto que la autocomunicación, en el propio
acto de entregarse, permanece soberana e incomprensible, un principio sin
principio, se llama Padre; en cuanto que esta autocomunicación se expresa
y se hace comprensible y por eso es verdad, se llama Hijo; en cuanto que
esta autocomunicación acoge en amor y crea unión, se llama Espíritu
Santo. Este proceso no es sólo una forma de pensar por nuestra parte,
sino que Dios se revela así, tal como es en sí mismo; evitamos el
modalismo y estamos ante el misterio de la comunión, que se realiza
siempre en tres modalidades reales y nos inserta dentro del mismo
proceso, haciendo que, como personas, seamos cada vez más capaces de
entrega y de amor.
Si en la santísima Trinidad hay una lógica, ésta tiene que ser: dar, dar y dar
una vez más. Las tres personas son distintas para poder darse unas a
otras. Y este darse es tan perfecto, que las tres personas se unen y son un
solo Dios.
32. Tres soles, pero una sola luz: Así es la santísima Trinidad
CAPÍTULO 6
La comunión de la Trinidad:
Crítica e inspiración para la sociedad y la Iglesia
CAPÍTULO 7
La persona del Padre: Misterio de ternura
Jesús dijo: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo
quiera manifestar" (Mt 11,27). El Padre es un misterio insondable. El Padre
es invisible. Se vuelve visible mediante su Hijo (Jn 1,18; 14,9). Por tanto,
dependemos de Jesús, el Hijo unigénito, para poder vislumbrar alguna
faceta del rostro del Padre. En primer lugar, Jesús deja bien claro que el
Padre es un misterio de ternura. Lo llama Abba, que quiere decir: "Mi papá
querido". Jesús goza de tanta intimidad con él que dice: "Todo lo mío es
tuyo, y lo tuyo mío" (Jn 17,10), y también: "Yo y el Padre somos una sola
cosa" (Jn 10,30). Consiguientemente, "el que me ha visto a mí ha visto al
Padre" (Jn 14,9).
Cuando la fe cristiana profesa que Dios es Padre del Hijo eterno junto con
el Espíritu Santo, quiere manifestar que en él experimentamos el misterio
absoluto del que todo viene y hacia el que todo va. El es la fuente de toda
fecundidad. Pues bien, esta idea puede expresarse tanto por el término
Padre como por el término Madre. Cas palabras son diferentes, pero el
concepto (lo que se piensa) es el mismo. Al decir Padre y Madre eternos
queremos también expresar que lo femenino y lo masculino, que son
imagen y semejanza de Dios según el Génesis (1,27), encuentran en la
santísima Trinidad su última raíz y justificación. Quizá haya cristianos poco
acostumbrados a este tipo de terminología, ya que somos herederos del
predominio de lo masculino y de un lenguaje sexista de Dios. Realmente, si
consultamos la Biblia, veremos que Dios es presentado también con los
rasgos propios de la madre. Ya el buen papa Juan Pablo I decía
acertadamente: "Dios es Padre, pero es más todavía Madre". El concilio de
Toledo del año 675 enseña que "hemos de creer que el Hijo no procede ni
de la nada ni de otra sustancia, sino que fue engendrado y nacido del seno
del Padre, esto es, de su sustancia". Aquí se hace una referencia al seno;
pero es la mujer y la madre la que posee seno. Dios es Padre maternal o
Madre paternal. En otras palabras, la fecundidad de Dios se expresa mejor
por las dos fuentes humanas de fecundidad que son el padre terreno y la
madre terrena. Los dos expresan dignamente lo que es Dios en su misterio
que da origen a todo, el Dios que subyace a todo el proceso de generación
y aparición del nuevo ser.
La revelación que el Hijo encarnado nos ha hecho del Padre eterno nos
permite entrever alguna cosa de su realidad inmanente. Nosotros
solamente conocemos al Padre mediante la revelación del Hijo (Mt 11,27),
en cuanto que el Padre representa, por excelencia, el misterio abismal.
Cada una de las personas es misterio. Pero en el Padre el misterio destaca
como misterio. Quede asentado que el misterio divino es siempre un
misterio de comunión, de vida y de amor. No es una realidad que nos
asusta, sino una realidad que nos fascina y nos invita a participar de su
felicidad. La fe dice que el Padre es el principio sin principio. Como las
demás personas es una fuente que hace manar vida desde toda la
eternidad. El comunica esta vida en plenitud. Por eso creemos que el
Padre "engendra" al Hijo en el Espíritu Santo. Como ya hemos visto
anteriormente, el término "engendrar" no significa un desdoblamiento del
Padre; es la forma como el Padre se revela en el Hijo eterno y muestra en
él su fecundidad. El Padre también está junto con el Espíritu Santo,
"
espirándolo" en la unión con el Hijo unigénito. Esta "espiración" no significa
que el Padre cause junto con el Hijo a la tercera persona, el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo une al Padre y al Hijo en el amor que interpenetra a las
tres divinas personas. Porque los divinos tres están siempre juntos,
rezamos igualmente a los tres la misma oración: "Gloria al Padre, gloria al
Hijo, gloria al Espíritu Santo".
El ojo puede verlo todo, pero no puede verse a sí mismo. Cada río remite a
la fuente, pero la fuente no remite a nada. Mana por sí misma. Esto se
parece al misterio del Padre. El Padre es el origen escondido que lo
permite todo y del que todo tiene comienzo. El está siempre presente,
aunque invisible; presente para producir vida y defender a los que se
sienten amenazados en su vida.
CAPÍTULO 8
La persona del Hijo: Misterio de comunicación y
principio de liberación
Por muy siniestra que pueda parecer la trayectoria humana, hay algo de
ella que ha sido absolutamente preservado y radicalmente realizado: la
santa humanidad de Jesús, asumida por el Hijo eterno e introducida
definitivamente en el seno de la Trinidad. Hay algo nuestro, de nuestro
corazón, de nuestro deseo infinito, que por Jesús está para siempre a
salvo.
42. Lo masculino y lo femenino del Hijo, nuestro hermano
Con actitudes muy femeninas se inclina sobre los pobres que encuentra en
su camino; se llena de compasión (se conmovían sus entrañas) frente al
pueblo abandonado (Mc 6,34), no esconde las lágrimas cuando se entera
de la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11,35). De forma muy femenina dice
que quiso juntar a los hijos de Jerusalén como una gallina que reúne a sus
polluelos bajo sus alas y ellos no quisieron (Lc 13,34).
El Hijo fue enviado al mundo por el Padre junto con el Espíritu Santo. El no
solamente ilumina a todas las personas que vienen a este mundo (Jn 1,9),
sino que nos visitó en nuestra propia carne, haciéndose hermano nuestro
en nuestra situación de pobreza y de opresión. ¿Cuál es el sentido último
de la venida y de la misión del Hijo entre nosotros? ¿Cuál es la intención
del eterno? Hay dos corrientes que, históricamente, se han disputado la
mejor interpretación. La primera corriente parte del credo, que dice: "Por
nuestra salvación (el Hijo) bajó del cielo y fue concebido del Espíritu
Santo". En esta visión la encarnación se debió al pecado de la humanidad
que nos separaba de Dios. El pecado ocupa aquí todo el centro. En función
de la redención de este pecado, el Padre nos envió a su propio Hijo. Nos
preguntamos: ¿Es digno de Dios dejar que el pecado ocupe un puesto tan
central? ¿No es acaso Dios y su gloria el centro de todo? Debido a estas
preguntas, la segunda corriente parte de otra comprensión basada en el
prólogo de san Juan, en las epístolas a los Efesios y a los Colosenses y en
algunas afirmaciones de la epístola a los Hebreos. Allí se afirma que "todo
fue hecho por él (el Verbo), y sin él nada se hizo" (Jn 1,3). San Pablo dice
que el plan de Dios es "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Por
eso mismo podía decir también que "absolutamente todo fue creado por él
y para él" (Col 1,16), y que "todo lo sometió bajo sus pies" (Heb 2,7-8). En
otras palabras, la encarnación no es una solución de emergencia para
reconducir la creación a su dirección primitiva, de la que se había derivado.
La encarnación del Hijo pertenece al misterio de la creación. Sin la venida
del Hijo todo se quedaría sin cabeza, esto es, sin un último sentido y sin
una última coronación.
Nos parece que esta segunda corriente interpreta mejor los misterios
divinos en consonancia con la propia glorificación divina. El Hijo verbifica,
es decir, hace participar de su naturaleza de Verbo a todo el universo, hace
a todos los seres de la creación, incluso a los infrahumanos, hijos e hijas.
Por causa del pecado de los hombres, que contaminó también las
relaciones con la naturaleza, la encarnación se dio bajo la forma de
humillación y no de gloria; pero esta modalidad no cambia en nada la
esencia del plan de la santísima Trinidad de incluir en su comunión al
universo entero.
Esta visión se encuadra mejor en una comprensión realmente divina de la
creación. Como ya vimos, al proyectarse en el Hijo y revelarse en él, el
Padre proyecta y revela también a los imitables posibles de sí mismo y de
su Hijo, que podrían ser creados algún día. En este sentido, ya dentro de la
santísima Trinidad está la creación como proyecto. Está la santa
humanidad de Jesús, con la capacidad de acoger la plena comunicación
del Hijo, cuando fuera enviado a entrar dentro de nuestra historia. Y él vino.
Con ese acontecimiento comienza nuestro fin bienaventurado: ¡Estamos ya
dentro de la santísima Trinidad!
Todo lleva las marcas del Hijo porque todo fue hecho en él, con él y para
éL El sapo que está en medio del camino, la estrella del cielo, la partícula
atómica son filiales porque están en el Hijo. Son también nuestros
hermanos y hermanas. Y ésa es la razón por la que los respetamos y
amamos como a nosotros mismos.
CAPÍTULO 9
La persona del Espíritu Santo:
Misterio de amor e irrupción de lo nuevo
Más que en relación con el Padre y con el Hijo, la reflexión teológica vio
muy pronto dimensiones femeninas en el Espíritu Santo. Empezando por el
nombre Espíritu Santo, que en hebreo es femenino. En las Escrituras el
Espíritu aparece siempre asociado a la función generadora y al misterio de
la vida. El evangelio de san Juan nos dibuja la actuación del Espíritu Santo
en una terminología típicamente femenina. El nos consuela como paráclito,
exhorta y enseña como hacen las madres con sus hijos pequeños (Jn
14,26; 16,13). No permite que nos quedemos huérfanos (Jn 14,18). Nos
enseña a balbucear el verdadero nombre de Dios Abba, que quiere decir
"
papá". El nos transmite también el nombre secreto de Jesús, que es Señor
(1Cor 12,2). Finalmente, como hacen también las madres, él nos educa en
la oración y en la forma de pedir las cosas verdaderas (Rom 8,26).
CAPÍTULO 10
La Trinidad en el cielo y la Trinidad en la tierra:
La historia interna de la Trinidad reflejada en la
historia externa de la creación
50. Como era en el principio: La eternidad de la Trinidad
La Trinidad se revela tal como es: como comunión del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Los apóstoles y los primeros cristianos descubrieron que
Dios-Padre estaba presente y activo en la creación y en la historia. Se
dieron cuenta de que en Jesús de Nazaret estaba el mismo Hijo de Dios
encarnado. Percibieron que el Espíritu Santo actuaba en la historia con sus
cambios y en la comunidad, movía los corazones de las personas para
reconocer a Dios como Padre y aceptaron a Jesús como el Hijo de Dios,
que nos salvó por su vida, comprometido con la justicia y el amor sin
restricciones, por su muerte y su resurrección, y que seguía penetrando en
la historia para llevarla hacia su buen fin. Llamaron Dios a estas tres
presencias, sin caer por ello en el politeísmo ni traicionar la fe en un solo
Dios. Dios, a partir de entonces, será comprendido como Trinidad, es decir,
como comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, siendo un solo
Dios de amor, de vida y de comunicación.
Cada ser que existe conserva la marca del Padre; por eso se presenta
siempre como un misterio. Lleva la marca del Hijo; por eso puede
comprenderse y es fraternal y sororaL Tiene la marca del Espíritu Santo;
por eso puede ser amado y alimenta nuestra dimensión espiritual
CONCLUSIÓN
Resumen de la doctrina trinitaria:
El todo en muchos fragmentos
3. Lo que permite vislumbrar por qué las tres divinas personas son un
solo Dios es la perijóresis. Perijóresis significa la interrelación eterna que
existe entre los divinos tres. Cada persona vive de la otra, con la otra, por
la otra y para la otra persona. Están desde siempre entrelazadas e
interpenetradas, de manera que no podemos pensar ni hablar de una
persona, por ejemplo, del Padre, sin tener que pensar y hablar también del
Hijo y del Espíritu Santo.
GLOSARIO
ESPIRACIÓN: Acto por el que el Padre, junto con el Hijo, hace proceder a
la persona del Espíritu Santo (según los latinos) como de un único
principio. Los griegos hacen proceder al Espíritu solamente del Padre
y del Hijo o del Padre a través del Hijo.
GENNESIS: Término griego para expresar la generación del Hijo por parte
del Padre.
GESTALT RELACIONAL: Término usado por el teólogo alemán J.
Moltmann para expresar la contribución del Hijo en la espiración del
Espíritu Santo junto con el Padre; la persona del Espíritu proviene del
Padre, mientras que la configuración concreta (Gestalt) de la persona
del Espíritu Santo se deriva del Hijo. Es relacional, porque las
personas están siempre vueltas hacia las otras y dentro de las otras.
NOCIÓN: Son las características propias de cada una de las personas, que
las diferencian a unas de otras: la paternidad y la innascibilidad para el
Padre, la filiación para el Hijo, la espiración activa para el Padre y el
Hijo, la espiración pasiva para el Espíritu Santo. Por tanto, hay cinco
nociones.