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TEMA 33

LA MONARQUÍA HISPÁNICA BAJO LOS


AUSTRIAS: ASPECTOS POLÍTICOS, ECONÓMICOS
Y CULTURALES
Versión a

1. LA HEGEMONÍA EN EUROPA.
2. LOS CONFLICTOS POLÍTICOS INTERNOS.
3. EL DESARROLLO ECONÓMICO, SOCIAL Y CULTURAL.
4. LA CRISIS DEL IMPERIO DE LOS AUSTRIAS EN EL SIGLO XVII.
FELIPE III, FELIPE IV Y CARLOS II.
5. EL IMPACTO DE LA CRISIS EN LA ECONOMÍA Y LA
SOCIEDAD. EL SIGLO DE ORO.
6. BIBLIOGRAFÍA

1-La hegemonía en Europa.

La política matrimonial de los Reyes Católicos trae a España una nueva dinastía:
los Austrias o Habsburgo. Éstos heredan tan grandes territorios que ocupan una posición
hegemónica en la Europa del siglo XVI. La posesión de las colonias americanas refuerza y
contribuye a sostener económicamente esta hegemonía. Este siglo es una época de
expansión económica y demográfica en toda Europa; la misma situación existe en España
hasta la década de los ochenta en que se da el cambio de coyuntura.

Carlos I de España y V de Alemania (1516-1556) reúne los reinos de cuatro


dinastías: las de Castilla, Aragón, Borgoña y Austria. De los Reyes Católicos ha heredado
Castilla, algunas posesiones africanas como Melilla y Orán, Aragón, Cerdeña, Nápoles y
Sicilia, además de los territorios americanos (Nueva España, Nueva Granada, Perú, Nueva
Castilla y La Plata), en período de expansión; de María de Borgoña ha heredado Flandes,
Luxemburgo y el Franco-Condado; de los Habsburgo hereda los territorios de Austria.
Forma parte del acerbo de las conquistas españolas durante el período Milán y una parte
del actual Túnez.

Cada reino conserva sus leyes e instituciones propias. El rey tiene un concepto
aún patrimonial del Estado: por eso embarca a la nación en la defensa de unos territorios
que, desde un punto de vista de gastos y beneficios, son claramente irrentables. Pero lo que
está en juego no son los intereses nacionales, sino en todo caso los intereses de la casa
dinástica reinante, que tenía en la figura de Carlos I su cénit. En 1519 es nombrado
emperador de Alemania. Considera que el título le sitúa por encima de otros monarcas y
que debe velar por los intereses comunes de la cristiandad: se trata del otro factor que
debemos tener en cuenta para comprender los motivos por los que embarca al país es una

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aventura tan descabellada como sostener un imperio de tales magnitudes bajo una misma fe
católica. En una época de consolidación del concepto de nación, de afirmación de las
monarquías nacionales, era un proyecto anacrónico, difícil de sacar adelante.

Con tan extensa herencia, Carlos V emprende una política internacional que supone
una ruptura con la emprendida por los Reyes Católicos, basada en pactos familiares como
forma de ganar aliados para la Corona. Se trata de una política dinástica, alejada de los
intereses y posibilidades de los reinos peninsulares, y que recae básicamente en Castilla
como motor humano y económico.

Esta política de drenar recursos castellanos contará con la oposición temprana del
común. El rey Carlos convocará cortes en mayo de 1520 (apenas 4 años después de llegar a
España) para pedir un nuevo servicio impositivo relacionado con su principal ocupación en
ese momento, la corona imperial. El sentir general en Castilla se expresará en el Manifiesto
de los frailes de Salamanca, redactado en vísperas de dichas Cortes, suplicando que no se
sacrifiquen dineros de rentas, oficios o beneficios para intereses extranjeros; al tiempo que
muestran su rechazo a verse gobernados por una corte básicamente extranjera.

En todo caso, los objetivos de su política exterior son sostener la hegemonía en


Europa para la dinastía de los Habsburgo, lo que supone un enfrentamiento con la otra gran
casa real del momento, la francesa, en la figura de Francisco I, aspirante también a la
corona imperial; la defensa de la cristiandad, pero interpretada más que como un ideal
místico como uno de los escasos conceptos que pudieran articular cierto sentido unitario a
un reino tan dispar: dotado, pues, de un pragmatismo político. Esta opción intransigente
católica conlleva un enfrentamiento con los luteranos alemanes, rebeldes a su autoridad
(hasta cierto punto puede identificarse el luteranismo con el nacionalismo centrífugo, con
un régimen opuesto a la infalibidad política del emperador), y los turcos y berberiscos, que
atacarán reiteradamente sus dominios.

Algunos historiadores, en contra de la intención patrimonialista de la proyección


europea de Carlos V sostienen el talante europeísta de su Imperio, su cosmopolitismo, su
concepción de un espacio supranacional dentro del respeto a algunas de las peculiaridades
históricas y tradiciones legales de cada uno de los dominios. Lo cierto es que en todo caso
su concepción de Europa (dudosa) dista de ser la de un conjunto de territorios en pie de
igualdad, sino que existe una articulación según la cual algunos territorios ocupan una
posición subordinada.

En general, el debate historiográfico sobre la concepción imperial de Carlos V ha


dado lugar a dos interpretaciones:

- La tesis alemana, defendida por Peter Rassow, piensa que el rey, inspirado por el
canciller Gattinara, se proponía realizar la monarquía universal.
- La tesis española, sostenida por Ramón Menéndez Pidal, quien estima que Carlos
recogió la tradición política de Fernando e Isabel, cumplida por el secretario Pedro de
Quinta, y que puede resumirse en el lema "paz entre cristianos y guerra contra infieles". No
cabe duda de que Carlos V siempre consideró que la dignidad imperial le situaba por
encima de las monarquías nacionales y le obligaba a velar por los intereses comunes de la
cristiandad frente a los avances turcos en Europa y en el Mediterráneo. Dos religiones
universalistas se enfrentaban, lo que entonces equivalía al choque de dos civilizaciones. En
los años 1525-30 la corte imperial vive rodeada de un ambiente mesiánico que parece tener

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menos vigencia tras la muerte del canciller Gattinara. Solo una minoría de españoles, los
erasmistas como Alfonso de Valdés, e intelectuales que no parecen muy representativos
compartían aquellas aspiraciones mesiánicas y defendían la política imperial.

La política exterior de Carlos V ofrece constantes como:

-Mantener relaciones amistosas con el reino vecino de Portugal. Ya Portugal había


contribuido eficazmente a la victoria sobre los comuneros al suministrar a los gobernadores
el apoyo financiero de que carecían casi por completo en 1520. La boda de Carlos con la
princesa Isabel en 1526 favoreció la unión, como también la renuncia española a las islas
Molucas.

- Los avances turcos se dan en dos sectores: Europa Central y Mediterráneo occidental. Los
turcos ocupan los Balcanes y, tras la batalla de Mohacs (1526), casi todo el territorio de
Hungría; asedian Viena en 1529. En este sector, Carlos V se limita a contener la ofensiva
turca sin llegar nunca a pasar a la contraofensiva. En cambio, en el Mediterráneo sí actuará
al ataque: Barbarroja, señor de Argel, amenaza las posesiones españolas en Italia y la
misma Península (destrucción de Ciutadella de Menorca).

-En relación con Francia (reina Francisco I), existen puntos de fricción: Navarra, Borgoña e
Italia. Francia no había aceptado la solución dada por Fernando el Católico en 1512 a la
sucesión, y seguía apoyando las pretensiones de la destronada casa de Laberti. Por otra
parte, Carlos V se consideraba como heredero del ducado de Borgoña. Por último, la
rivalidad franco-española en Italia no cesaba: España seguía manteniéndose en Sicilia y
Nápoles, mientras Francia deseaba instalarse en Milán. Esta situación acarreó una serie de
guerras entre los dos soberanos, que buscaron apoyo cerca de los demás príncipes de la
época (Enrique VIII, el papa, el sultán Solimán...).

Aprovechando la rebelión de las Comunidades, los franceses invadirán Navarra en


1521, llegando hasta Pamplona y Estella, que les abren las puertas. Los castellanos se
hacen fuertes en Logroño, iniciando una contraofensiva, que sólo concluirá en 1524 con la
toma de Fuenterrabía.

El enfrentamiento en Italia tuvo a Francisco I como participante directo a partir de


1524. La batalla decisiva se libró en Pavía en febrero de 1525: el rey de Francia, herido
cayó prisionero y fue llevado a Madrid, donde firmará la paz en 1526: prometió a Carlos V
Borgoña y su retirada del Milanesado, pero al llegar a Francia incumplió sus promesas. Las
hostilidades se reanudarán en ese verano, siendo su episodio más dramático el asalto y
saqueo de Roma por las tropas imperiales, mandada por el condestable de Borbón en 1527.
La guerra terminó en 1529: por el tratado de Cambray, Carlos V renunció a Borgoña y
Francisco I al ducado de Milán, devuelto a Francisco Sforza, feudatario del emperador.

Con Felipe II (1556-1598) se habla ya de un Imperio hispánico, ya no de un


Imperio universal. Sus territorios desbordan también los límites de la Península. Sigue una
política europea similar a la de su padre, cuyos objetivos básicos eran mantener la
hegemonía no renunciando a las posesiones territoriales ganadas y fortalecer y defender el
catolicismo: el Emperador, pensaba, tenía como deber histórico el instituirse en brazo
armado de la defensa de la Iglesia de Roma, en plena identificación con el místico espíritu
de la Contrarreforma.

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Al abdicar en 1556, Carlos V dejó a su hijo y sucesor Felipe II todos los territorios
que le pertenecían, con la única excepción del imperio. Pero, de hecho, el nuevo rey
consideró que estaba obligado a seguir la política europea de su padre y a dar todo su
apoyo al emperador. Hubo, pues, una solidaridad dinástica y política entre los varios
elementos de la casa de Austria, cuya cabeza era Felipe II. Este llegó a identificar
estrechamente los intereses de la corona española con los de la religión católica en Europa,
pero como ya no tenía la autoridad moral de que la dignidad imperial confería a Carlos V,
su voluntad de luchar contra la Reforma y a favor de la cristiandad fue muchas veces
interpretada como una mera justificación de tipo ideológico para encubrir lo que se
consideró a menudo como una manifestación del imperialismo español. El intrincamiento
entre ideología y diplomacia fue tal que toda concesión a la herejía pareció equivaler a un
retroceso de España y se volvió, por lo tanto, imposible; al revés, todo avance del
protestantismo se celebraba entonces como una derrota española. De esta radicalización,
patente al mediar el siglo, Felipe II no es del todo responsable, ya que, como subrayó
Bataillon, fue una cierta necesidad externa más que una íntima convicción lo que obligó al
soberano a desempeñar dicho papel contrarreformista.

Felipe II emprende la última cruzada de la cristiandad contra los turcos, que en


1565 habían puesto sitio a Malta y después ocupado Túnez, declarando la guerra a Venecia
y tratando de conquistar Chipre. La Santa Sede, Venecia y España se unen en la Santa Liga,
cuyas fuerzas manda Juan de Austria, hijo natural de Carlos V. Los aliados derrotan al turco
en Lepanto, el 7 de octubre de 1571, rudo golpe para los otomanos, que se creían casi
invencibles. Los turcos firman la paz con Venecia en marzo de 1573, y al año siguiente
vuelven a reconquistar Túnez y la Goleta, lo que significa la eliminación definitiva de la
presencia española en aquella parte de África. Lepanto no fue, por tanto, una derrota total
para los turcos, pero sí contribuyó a elevar la moral de los cristianos. La guerra no se
interrumpe, sobre todo bajo la forma de la piratería, si bien ya nunca representará un
peligro inminente para España.

La sublevación de los Países Bajos es el problema mayor del reinado y condiciona


la política exterior. La causa de esta rebelión es primero política y luego también religiosa:
el calvinismo se ha extendido en el norte, en Holanda. Lo que comienza siendo una
sublevación oligárquica contra el poder central, se convierte en una guerra internacional.
Los sublevados reciben ayuda de ingleses, protestantes alemanes y calvinistas franceses.
Desde 1566 constituye el principal problema para Felipe II. Al dejar los Países Bajos para
regresar a España, en 1559, Felipe II había confiado el gobierno de aquellas provincias a su
tía, Margarita de Parma, asesorada por un consejo en el que la figura más destacada era la
de Granvela, que gozaba de la confianza del rey. La nobleza de la tierra, encabezada por el
príncipe de Orange, Guillermo de Nassau, desconfía de Granvela y hubiera preferido una
solución que les hubiera dado más influencia en los asuntos políticos. Felipe II acepta
alejar a Granvela, pero no consiente en otras concesiones, como la libertad de cultos, ya
que en Flandes la Reforma ha logrado éxitos importantes. En 1556 la minoría calvinista
organiza una serie de manifestaciones que culminan con la destrucción de muchas estatuas
y el saqueo de varios templos. Felipe II reacciona de forma enérgica, enviando a los Países
Bajos un ejército mandado por el duque de Alba, que procura acabar con la oposición por
medio de una represión implacable. El rey corta también toda tentativa de conciliación al
mandar ejecutar a los condes de Egmont y de Horns, que habían venido a España como
negociadores.

Contra el rey de España buscan los rebeldes apoyo de las potencias protestantes,

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particularmente de Inglaterra. Se trata de una guerra ideológica, quizá la primera de la
modernidad, en la que toda concesión a los rebeldes implica una victoria de la herejía, y
por tanto se descarta: de todo ello resulta un enfrentamiento terrible, con represiones y
nuevos focos de descontento, con guerras por tierra y mar. En 1573 Luis de Requesens
sustituye al duque de Alba, pero mostrando la misma intransigencia religiosa. Las tropas,
que reciben continuamente tarde e incompletas sus soldadas, se sublevan, se amotinan y
saquean Amberes en 1576. La solidaridad entre los nobles descontentos y los calvinistas se
hace aún más estrecha.

Don Juan de Austria, nombrado gobernador, firmará un armisticio efímero.


Alejandro Farnesio intentará con éxito relativo apartar a los católicos, numerosos en el sur
del país, de los calvinistas. Esta es la solución que imperará finalmente: dividir al país en
dos partes. La guerra de Flandes permite comprender también cómo las relaciones de
España con Inglaterra y Francia toman un cariz tan negativo. Con Inglaterra, primero hubo
un breve período de unión, cuando el príncipe Felipe, marido de María Tudor, era rey
consorte de Inglaterra; pero con la muerte de María Tudor y el advenimiento de Isabel, la
situación se trastorna: los rebeldes flamencos pueden contar con la simpatía del nuevo
gobierno inglés, y los corsarios ingleses como John Hawkins y Francis Drake atacar a los
barcos españoles; la guerra abierta, por último, comienza en 1585, cuando Felipe II decide
cortar el apoyo de los ingleses a los flamencos sublevados. Se trata de llevar a cabo una
invasión de las islas británicas, y para ello se hacen preparativos considerables: una armada
de sesenta y cinco navíos, con once mil tripulantes y 19.000 soldados se dispone a tomar
Inglaterra, en dos tiempos: primero había que embarcar tropas de Alejandro Farnesio, que
esperaban a la armada en los Países Bajos; luego, desembarcar el cuerpo expedicionario en
Inglaterra. Para ello se necesitaba un buen puerto; pero los rebeldes se las arreglaron para
que la primera parte del plan fracasara; los vientos y la tempestad acabaron de echar a
perder la operación.

2-Los conflictos políticos internos.

La España de los Austrias, lo mismo que la de los Reyes Católicos, no tiene unidad
política. Es un conjunto de territorios (reinos, condados, principados, señoríos) que
conservan su fisonomía propia, sus instituciones, leyes, fiscalidad, moneda, aduanas,
lengua... Sólo tienen en común ser gobernados por un mismo rey, que es al tiempo rey de
Castilla, de Aragón, de Valencia, conde de Barcelona, etc. Hablar de España es hasta cierto
punto inadecuado. España, como cuerpo político, no existe; es una mera expresión
geográfica, que además, en la época, incluye también a Portugal. Por lo tanto, no se puede
hablar de rey de España para referirse a Carlos V o a Felipe II. En realidad, los
contemporáneos preferían usar otros términos, aludiendo a la dignidad o al título ostentado
por el soberano: el imperio, en tiempos de Carlos V; la monarquía católica, en tiempos de
Felipe II.

En tiempos de Carlos V existen tres grupos de territorios:

-Los de la corona de Castilla: los propiamente dichos, como Castilla, León, Toledo,
Murcia, Córdoba, Sevilla, Granada..., y los anejos como Navarra, provincias vascongadas,
Indias.
-Los de la corona de Aragón: reinos de Aragón y Valencia el principado de
Cataluña, y sus anejos, el reino de Nápoles, Baleares y Sicilia.

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-La herencia de los Habsburgo: Flandes, el Franco-Condado, dignidad imperial, feudos en
Alemania y Austria.

Al abdicar Carlos V divide la herencia en dos partes: a su hermano Fernando cede


la dignidad imperial y los estados patrimoniales de los Habsburgo, con la excepción de
Flandes y el Franco-Condado; a su hijo Felipe lega Castilla y Aragón y los territorios
citados. Pero conviene notar que Felipe II recoge en 1580, tras varias peripecias jurídicas y
una intervención militar, la corona de Portugal: el rey Sebastián muere en batalla, al querer
reponer en su trono al rey de Fez; y la corona pasa entonces al cardenal infante Enrique,
viejo y enfermo, con lo que se abre la batalla por la sucesión, en la que participa Felipe II
(su madre fue la segunda mujer del rey portugués don Manuel), con apoyo de nobleza y
alto clero; la duquesa de Braganza y el prior de Crato. Felipe II envía en 1581 un ejército
mandado por el duque de Alba, y las Cortes portuguesas jurarán a Felipe II rey de Portugal
ese mismo año.

La integración de la Corona de Castilla es mayor que la de Aragón, pero no


completa: vascongadas y Navarra conservan un régimen fiscal y administrativo propio;
mientras que Aragón consta de tres territorios principales, Cataluña, Aragón y Valencia,
cada uno con sus instituciones peculiares. Los distintos elementos de la monarquía no se
sitúan en un plan de igualdad. Existe un desequilibrio a favor de Castilla debido a motivos
históricos, económicos y políticos. Castilla es más extensa en superficie, más poblada; su
economía es más fuerte que la de los demás territorios peninsulares, lo cual es la
consecuencia del colapso que sufrió Cataluña en el siglo XV, y del que tardará siglos en
reponerse.

Carlos de Austria se enfrenta a dos conflictos internos a principios de su reinado. La


revuelta de las Comunidades es, sobre todo, política: los grupos medios urbanos de Castilla
intentan limitar los poderes del rey en beneficio de las Cortes. La crisis se explica por las
dificultades acumuladas desde la muerte de Isabel; la actitud de los flamencos que
formaban el séquito del rey agrava el descontento. Los castellanos ponían muchas
esperanzas en la llegada del rey: confían en que se acabaría el paréntesis abierto por la
muerte de Isabel, y que los problemas de toda clase recibirían entonces solución. Ya los
primeros contactos con el rey Carlos suponen una honda decepción: nacido en Gante, había
recibido una educación de tipo francés y orientada conforme a los valores de la casa de
Borgoña, teniendo un contacto nulo con la realidad castellana. Desde 1509 Guillermo de
Croy (señor de Chièvres) se había impuesto como mentor del príncipe; le acompañó a
España disfrutando de la misma confianza. Cisneros, que por su autoridad y experiencia
hubiera podido contrarrestar la influencia flamenca, morirá en 1517, sin haber podido
tomar contacto con el rey. Se establecerá una barrera entre el rey (que no habla castellano)
y el pueblo.

Ya desde el principio se manifiestan quejas contra el rey: por la salida de monedas


exagerada hacia Flandes, por las mercedes dadas a los extranjeros para oficios y
dignidades, apelando además a la teoría del "contrato callado" entre el rey y los súbditos.
En 1518 son los frailes, más que las Cortes, quienes hacen ver su malestar, censurando los
cohechos de los flamencos. El rey no hará caso de las protestas, y en 1519 viaja a
Barcelona, donde recibe la noticia de que ha sido elegido emperador del sacro Imperio
Romano Germánico, sucediendo a su abuelo Maximiliano: a partir de ahora, de forma
clara, toda su política girará alrededor de la idea imperial: necesita dinero para el costoso

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proceso de investidura que le aguarda en Aquisgrán, para lo que no duda en subir las
alcabalas, y alquilar su cobro al mejor postor en contra de las concesiones hechas por
Cisneros.

El regimiento de Toledo se hace eco de las protestas, y en 1519 propone que las
ciudades con voz y voto examinen la situación creada por la elección imperial y las
consecuencias que pueda tener para el reino. Toledo exige que se guarde "el estilo y el
orden en el título que hasta ahora se ha tenido" (es decir, que se le reconozca como rey de
Castilla y se ignore su título imperial). En caso de que se ausentara a Alemania, advierte
que convendrá organizar la regencia.

Las Cortes de Santiago de 1519 son precedidas de una campaña en las ciudades
castellanas para elegir procuradores en la que los frailes elaborarán un programa de
oposición al imperio. Las Cortes son conflictivas, y sólo las presiones y sobornos logran
una aprobación de un nuevo servicio. Carlos V embarca hacia Alemania, dejando como
regente al cardenal Adriano.

Toledo ha echado mientras a su corregidor y se ha alzado en comunidad. En


Burgos, Segovia, Guadalajara, se producen matanzas. La desatención a las reivindicaciones
presentadas (suprimir el servicio, suprimir el mecanismo de alquiler de las acabaladas),
además de una tentativa mal planteada de represión, que acaba con el incendio de Medina
del Campo, contribuyen a aislar totalmente a Adriano y al Consejo Real. Juan de Padilla,
con tropas toledanas, madrileñas y salmantinas, entra en Tordesillas, donde reside la reina
Juana la Loca. La junta insurrecta se traslada allí, y gobierna "en nombre de la reina". La
rebelión atrae a otros descontentos: campesinos contra señores, nobles contra un rey que
consideran extranjero.

La alta burguesía burgalesa y la nobleza se inquieta por las pretensiones comuneras,


lo que es aprovechado por Carlos V: nombra corregentes junto a Adriano, al Condestable y
Almirante de Castilla, y satisface algunas propuestas de los mercaderes más moderados.
Burgos se aparta de la Junta. El 5 de diciembre de 1520, el ejército imperial desaloja a los
comuneros de Tordesillas. La Junta, que ha perdido representatividad, radicaliza sus
pretensiones, organizando desde Valladolid acciones bélicas contra los señoríos de Tierra
de Campos. Las fuerzas militares mandadas por el Condestable se movilizan y el 23 de
abril de 1521 aplastan al ejército de las comunidades en Villalar. Tres de los caudillos
principales, Padilla, Bravo y Maldonado son degollados al día siguiente; Toledo resiste
hasta febrero de 1522 mandada por la viuda de Padilla, pero finalmente cede. Con el
regreso de Carlos V se ejecutan a varios cabecillas más, concediendo al resto el perdón. A
partir de entonces nada se opone a la consolidación del absolutismo monárquico: no en
vano se había tratado de una tentativa para limitar los poderes de la realeza y la aristocracia
en beneficio de las Cortes (se trata, pues, de una revolución moderna, aunque prematura).

Las Germanías de Valencia y Baleares son un movimiento más social que político:
conflictos de clase que reflejan la oposición popular al poder de las oligarquías dirigentes.
En Valencia, nobles y plebeyos se oponen desde largo tiempo atrás. La peste de 1519
provoca la salida de los patricios, que buscan refugio en sus tierras, mientras el pueblo se
ve así abandonado, desamparado frente a la epidemia y las incursiones corsarias. Los
vecinos se arman para protegerse, y un consejo de trece síndicos se hace cargo de la
administración principal. La corte manda al virrey Diego Hurtado de Mendoza a
restablecer la normalidad, pero los agermanats lo echan de la capital y de Xàtiva,

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resistiendo en el poder un año.

Castellanos comuneros y valencianos agermanats persiguen reivindicaciones muy


similares; y sin embargo no hubo ningún intento de entroncar ambas propuestas casi
simultáneas: es un signo de la división política peninsular, pues actúan como si
pertenecieran a naciones distintas, lo cual, en rigor, es verdad. Las únicas diferencias entre
ambos movimientos es cierto sesgo más social en el caso de las Germanías y más político
entre las Comunidades. En todo caso, la crisis muestra la debilidad de un Estado que no
coincide absolutamente con las distintas nacionalidades: Valencia y Castilla se ignoran
mutuamente, y Castilla no quiere saber nada de la idea imperial que le aguardará sostener
en el futuro. La fuerza social de la aristocracia terrateniente, triunfadora en ambas
contiendas, queda puesta de manifiesto.

De esta forma, el cambio de dinastía empieza por una crisis que pone en peligro el
trono de Carlos I en los reinos de Castilla y de Valencia. Los dos movimientos, Germanías
y Comunidades tienen causas diferentes, pero se desarrollan al mismo tiempo, y, sin
embargo, no trataron de establecer entre sí ningún tipo de conexión.

La derrota de ambos movimientos supone abrir las puertas a la centralización y el


absolutismo real, como hemos afirmado, pero con ciertos matices. En primer lugar, no
podemos hablar de un poder real en términos globales. La monarquía no forma un conjunto
armónico: entre los varios reinos que la componen hay notables diferencias. La
centralización y absolutismo son mayores en Castilla que en Aragón. Tras la victoria de
Villalar, en ningún momento del siglo XVI se vio amenazado el poder real. Pero está muy
lejos de administrar directamente la inmensa mayoría del territorio nacional. Lo normal,
entonces, es la administración delegada, según tres modos distintos:

-Los señoríos forman un amplio sector mayoritario en el que el rey delega sus
poderes y su autoridad a señores, laicos o eclesiásticos: feudos territoriales de la nobleza,
tierras de abolengo, de la Órdenes Militares (encomiendas) o religiosas, de los obispos y
arzobispos. La mitra de Toledo administraba un territorio inmenso en el que detentaba
poderes judiciales, administrativos, económicos, nombrando jueces, escribanos y notarios,
llevando los tributos, etc. Los señores hacían lo mismo en los límites de su jurisdicción. La
mitad, o tal vez más, del territorio español, quedaba de este modo fuera de la jurisdicción
del rey.
-Los territorios de realengo no siempre quedaban directamente sometidos a la
autoridad del soberano: municipios, concejos, villas, ciudades, en todos estos casos nos
encontramos con autoridades delegadas, a veces no sumisas al rey. La autonomía relativa
de los grandes concejos era mucho menor que la de los señoríos, ya que la corona estaba
representada en aquellos por un alto funcionario, el corregidor, que presidía el
ayuntamiento, es decir, la asamblea compuestos por los regidores, que formaban una
oligarquía urbana muy cerrada, los jurados o representantes de los barrios, fieles, alcaldes y
otros oficios municipales.
-El Estado, en cambio, sí pasa a acaparar el poder político. Las Cortes quedan
reducidas a un papel secundario, sobre todo en Castilla, después de la derrota comunera.
Las Cortes no representaban todo el reino, sino solo los municipios de realengo. Carlos V
convocó dos veces, en 1527 y 1538, los tres brazos del reino castellano, es decir, el clero y
la nobleza al mismo tiempo que los procuradores de las ciudades, pero la experiencia no
fue satisfactoria. Felipe II ya ni siquiera intentó hacerlas. Por otro lado, un grupo reducido
de electores era el encargado de nombrar a los dos procuradores en Cortes: se trata de la

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oligarquía municipal de los regidores. Además, el corregidor se las arregla para que solo
salgan designados como procuradores hombres dispuestos a acatar la voluntad del rey.

La corona tiene, así, una libertad de acción muy grande; ningún poder intermedio se
interpone ante ella. Sin embargo, el rey no gobierna solo, sino con la colaboración de unos
Consejos especializados: Castilla, Hacienda, Inquisición, etc. Esta es la característica de la
administración de los Austrias: se trata de una administración colegial. Cada Consejo está
compuesto por unas diez o quince personas, en su mayoría letrados y antiguos alumnos de
los colegios mayores de Salamanca, Valladolid o Alcalá. Los Consejos examinan los
problemas importantes; después de la discusión de hace una relación sumaria, que se
presenta al soberano, y éste escribe en el margen del documento sus observaciones o
decisiones: es el sistema llamado de consultas.

Entre el soberano y los Consejos, el enlace se hace por medio de los secretarios,
que acaban ejerciendo un papel de primer plano en la vida política. Muchos de ellos
quedan en funciones largo tiempo, a veces toda su vida, como sucede con Francisco de los
Cobos (con Carlos V) y Rui Gómez da Silva y Gonzalo Pérez (luego sustituido por su hijo
Antonio) en tiempos de Felipe II.

¿Era un poder absoluto? Nadie ni nada parece capaz de contrarrestar su autoridad;


de hecho, el aparato administrativo es relativamente débil en principio, lo cual limita
singularmente las posibilidades concretas de intervención. Digamos que se trata de un
poder absoluto, pero no arbitrario, y que todavía no ha llevado el absolutismo a su punto de
perfección.

Felipe II fija la corte en Madrid en 1561, y desarrolla enormemente la burocracia.


Los enlaces matrimoniales con Portugal acaban por dar fruto: el rey hereda Portugal en
1580, y todo su Imperio, desde Brasil a las Molucas. El nuevo reino conserva sus propias
leyes e instituciones.

El monarca, defensor a ultranza del catolicismo, pone fin a la tolerancia con los
moriscos granadinos. El edicto de 1567 les conmina a abandonar su lengua, religión,
vestidos, costumbres, etc. La sublevación triunfa en Las Alpujarras, sofocándose dos años
después. Los que quedan son esclavizados o dispersados por la Península.

El conflicto con su secretario, Antonio Pérez, que huye a Aragón y se pone bajo la
protección de sus fueros (John H. Elliot afirma que "los Austrias eran reyes absolutos en
Castilla y sólo monarcas constitucionales en Aragón"), terminan por enfrentarle a Aragón.
Antonio Pérez, Secretario de Estado desde 1567, se vio implicado en el asesinato de Juan
de Escobedo, secretario de don Juan de Austria, que a la sazón era gobernador de los Países
Bajos. Tras una larga investigación se llegó a la conclusión de que Antonio Pérez había
hecho uso de secretos de estado y traicionado la confianza del rey. Pérez logró huir a
Zaragoza y, como era natural de Aragón, exigió que se le dieran las garantías forales
(derecho de manifestación). Las autoridades aragonesas accedieron a la petición, lo cual
irritó profundamente a Felipe II, que veía así escapársele un reo de lesa majestad.
Precisamente por aquellas fechas existía una cierta tensión entre los aragoneses y el rey. El
rey intenta apoderarse de Pérez a través del único instrumento realmente interreinal, la
Inquisición, acusando a Pérez de herejía. Mientras se llevaba a Pérez a la cárcel de la
Inquisición estalló un tumulto popular que le permitió escapar y refugiarse en Francia, en
1591. Para castigar el desacato, Felipe II concentró un ejército, protestando el Justicia de

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Aragón Juan de Lanuza, que será ejecutado junto con otros rebeldes. Sin embargo, los
fueron serán mantenidos con apenas algunas modificaciones.

3-El desarrollo económico, social y cultural.

El siglo XVI es de expansión económica. Los nuevos descubrimientos geográficos


impulsan el capitalismo comercial en toda Europa. El crecimiento demográfico y el
comercio con América provocan una fuerte demanda de productos agrícolas y artesanales.
Se roturan nuevas tierras; los artesanos no son capaces de competir en precios y calidad
con los productos extranjeros y muchos se arruinan, presionados por los altos impuestos.
La Mesta, muy protegida por los ingresos que suministra a la Corona, exporta grande
cantidades de lana.

El comercio internacional tiene un gran desarrollo provocado por el descubrimiento


de América. El comercio con las Indias se organiza desde Sevilla a través de la casa de
Contratación (creada en 1503), enviándose productos alimenticios y manufacturados,
muchos de estos últimos extranjeros, y se traen algunos productos coloniales y grandes
cantidades de metales preciosos.

En el siglo XVI se produce la llamada revolución de los precios, relacionada con la


llegada de metales preciosos y con el aumento de la demanda por el crecimiento de la
población. Se incrementa la cantidad de dinero en circulación, sobre una economía que no
es capaz de absorber tanto metal, y genera así una fuerte inflación. El ducado de oro
(equivalente a 375 maravedís), el escudo de oro (con valor de 350 y luego 4.000
maravedís), el real de plata (34 maravedís) y la blanca de vellón (cobre más plata, que vale
un cuarto de maravedí) son las principales monedas.

La Hacienda real castellana vive un déficit crónico a pesar de la subida de los


impuestos y de los metales americanos. Los reyes acuden a la emisión de deuda pública -
juros- y a préstamos de los banqueros -asientos-. Pero ni siquiera esto es suficiente y Felipe
II declara su primera bancarrota nada más subir al trono.

El siglo XVI es un siglo de crecimiento demográfico general: los reinos hispánicos


pasan de 5,5 millones de habitantes a principios de siglo a unos 8 a finales de la centuria.
Castilla sigue llevando el peso principal en cuanto al potencial demográfico, con casi el
80% de la población.

Se trata de una sociedad aún muy jerarquizada. Tres cuartas partes de la tierra son
señoríos laicos o eclesiásticos. Los mercaderes y manufactureros enriquecidos procuran
cuanto antes incorporarse a la nobleza, comprando hidalguías y fundando un mayorazgo.
Los campesinos están aplastados por los impuestos.
La Reforma planteó a Carlos V un problema gravísimo: se trataba para él de
conservar a la vez la unidad religiosa de la cristiandad y la unidad política del imperio.
Logró más o menos el segundo propósito, pero fracasó en el primero. Dos etapas pueden
señalarse en la política seguida con respecto a los protestantes alemanes: conciliación hasta
1541 y ruptura tras dicha fecha.

En la primera mitad del siglo continúa la recepción del humanismo y de la cultura


renacentista europea, pero, en la segunda mitad, la vida cultural se ve condicionada por la
Contrarreforma, y se cierran las fronteras; aparece la censura de libros (en forma del Índice

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de los libros prohibidos por la Iglesia), y se prohíbe a los españoles ir a estudiar a
universidades extranjeras, excepto a la religiosa de Bolonia. A pesar de todo, se trata de un
siglo de esplendor cultural.

A raíz del acto revolucionario de Lutero, Carlos V procura contemporizar, evitar


todo ataque directo a los nobles y la guerra civil. La Dieta de Worms condenó en 1521 a
Lutero, pero no se hizo nada para aplicar dicha censura. La meta era la reunión de un
concilio general para reformar la iglesia y mantener la unidad religiosa. En la primera
Dieta de Spira (1526), se deja libres a los príncipes alemanes respecto a seguir o no las
doctrinas luteranas; ellos interpretan aquella actitud como una invitación a comportarse
conforme a sus intereses materiales, y muchos empiezan a secularizar los bienes de la
Iglesia y apropiárselos. Carlos V reacciona en 1530, y decide aplicar el decreto de Worms
contra Lutero; los protestantes se considera amenazados y forman la llamada Liga de
Smalkalda, cuyas preocupaciones eran de tipo político tanto o más como religioso. La
conciliación fracasará en 1541, año en el que Carlos V acepta la ruptura religiosa y procura
solo mantener la unidad el imperio. El concilio que se reúne en Trento en 1545, en ausencia
de los luteranos, llega demasiado tarde. El emperador emprende sus acciones contra el
elector de Sajonia y sus partidarios, a los que derrota en Mühlberg en 1547. Sólo la
posterior Paz de Augsburgo de 1555 proclamará la libertad religiosa de los estados
imperiales. Es la amargura que dejó en Carlos V el fracaso en la unidad religiosa lo que le
llevó a abdicar al año siguiente; si bien su hijo Felipe II no renunciará a enmendar lo que
considera un fracaso.

Los reyes se hacen construir palacios reales como muestra de su poder: Carlos I en
Granada y Felipe II en El Escorial, todo un símbolo de palacio áulico de su monarquía. Un
grupo de escultores y pintores renacentistas -muchos de ellos extranjeros-, está al servicio
de la Corte. Los españoles prefieren el tema religioso: los escultores trabajan con madera
policromada y en los pintores predomina la influencia de los italianos. El manierismo
comienza a irrumpir, dotado de cierto sesgo místico, en la figura del Greco.

Durante todo el siglo XVI vemos desarrollarse una rivalidad, una competencia, una
lucha de influencia entre el brazo militar y los funcionarios, las armas y las letras. Los
nobles ven con desgana cómo los letrados dirigen el Estado, pero lo letrados envidian el
prestigio social de los hidalgo y no piensan sino en alcanzar ellos mismos la hidalguía. Esta
es la doble faz de la centuria: la aristocracia tiene la impresión de que se le ha frustrado su
victoria en Villalar, pero nunca su prestigio fue tan grande como entonces. Los letrados
ocupan puestos importantes en los Consejo y la administración; se enriquecen, compran
juros y censos; se avergüenzan de sus orígenes plebeyos y acaba adoptando el modo de
vida de los caballeros, su mentalidad y escala de valores. Es un aspecto más de lo que
viene llamándose la traición de la burguesía (también puesta de manifiesto en su separación
del movimiento comunero cuando éste se radicalice)

La nobleza ocupa indiscutiblemente el primer lugar de la sociedad. Su potencia


economía y su influencia social son considerables, y las leyes de Toro de 1505, al
generalizar la institución de los mayorazgos, han consolidado y perpetuado su posición.
Posee propiedades inmensas, latifundios, que le proporcionan rentas considerables. La
inflación disminuyen en parte aquellas ganancias, pero muchos nobles han tenido la
precaución de cobrar sus rentas en productos y no en metálicos. También disponen de otras
fuentes de ingresos, como los juros, o actividades comerciales como las del duque de
Medina Sidonia en Andalucía.

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La composición social es muy heterogénea; incluso, dentro de la nobleza:

-Los Grandes y títulos (duques, condes, marqueses): unas treinta casas al principio
de la centuria, el doble al final: Son los Enríquez, Velasco, Mendoza, Guzmán, Pimentel,
etc., cuyos apellidos se encuentran en las crónicas cortesanas con tanta frecuencia.
-Los caballeros, entre los cuales podemos distinguir por lo menos tres grupos: los
miembros de las Órdenes Militares, caballeros, comendadores, dignatarios (el hábito
confiere un prestigio muy apetecido, y la encomienda una fuente de ingresos nada
despreciable); los señores de vasallos, poseedores de señoríos jurisdiccionales y tierras; la
oligarquía urbana.
-A los que no son ni títulos ni señores de vasallos ni caballeros de alguna orden se
les designa como hidalgos. En el siglo XVI, la distinción caballero-hidalgo parece
reducirse a una diferencia de fortuna: el noble sin grandes bienes es un hidalgo; en cuanto
dispone de tierras asciende a caballero. Comarcas enteras, como la Montaña de Santander o
Vizcaya, se consideraban como tierras de hidalgos.

La sociedad del siglo XVII es una sociedad estamental, fundada en el privilegio, y


el privilegio esencial es la exención fiscal: el noble no contribuye en los servicios, en los
pechos. Todas las diferencias vienen a reducirse a esta: si es hidalgo o pechero. La
hidalguía -o sea, la exención fiscal- es el signo visible de la nobleza, que permite tener
honores, prestigios y otras ventajas. De ahí el ahínco con que se procura alcanzarla cuando
no se tiene por derecho propio o herencia familiar.

Había medios ilícitos para ingresar en la categoría de los hidalgos, como el soborno
de los oficiales municipales encargados de establecer el padrón de pecheros. Pero también
los había legales: compara la hidalguía por dineros, adquirir algún señorío, ya que también
la corona puso en venta a lo largo de la centuria tierras enajenada al patrimonio real, a la
Iglesia
o a las Órdenes Militares. Nobles, burgueses, clérigos y todos lo que tienen dinero quieren
comprar tierras, o lo que es lo mismo, prestigio.

En 1541 en León y Asturias había tantos hidalgos como pecheros; en Burgos, una
cuarta parte de la población lo era, y una octava en Valladolid. La inmensa mayoría vivía
en centros urbanos; muchos menos eran los que viven en zonas rurales, y esta minoría ha
dado motivo a la imagen del hidalgo pobre tan difundida por al literatura, pero que en
realidad no se corresponde con la realidad. En general, son ricos, o al menos no pobres.

El estamento nobiliario goza de prestigio: incluso los burgueses, muchos y potentes


en la época, se empeñan en imitar las costumbres nobles, volverse hidalgos: podemos decir
que carecen de espíritu burgués. Muchos lo conseguirán, lo que es señal de cierta apertura
y movilidad social, ya que el acceso a las clases privilegiadas aún no está cerrado
definitivamente. La proporción de hidalgos, casi el 10% en Castilla, es importante. Como
casi todos ellos son grandes propietarios, letrados ricos, mercaderes adinerados, resulta que
los que tienen la riqueza no contribuyen; la carga tributaria pesa sobre todo en los
campesinos y en los pobres. Esta es, pues, otra de las características de la sociedad
estamental española del siglo XVI y XVII: es una sociedad terriblemente injusta en la
repartición de impuesto: ser pobre o campesino es casi una maldición. La sociedad del
Renacimiento, tanto en Francia como en España, ha reforzado los valores nobiliarios y
acentuado el desprecio por el trabajo manual y las actividades mecánicas. De ahí el
problema planteado por la oleada creciente de mendigos y vagos que iban de un lugar a

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otro en busca de alimentos. Esta mano de obra potencial, muchos procuran fingirla,
prohibiendo sus errancias a través del país y separando los verdaderos pobres (ancianos,
tullidos, enfermos, que debían ser socorridos con limosnas y recogidos en hospitales
-aunque para un período posterior, Pedro Carasa ha estudiado como la consideración de
"pobre", de ese pobre al que sí hay que socorrer, es casi una institucionalización o
reconocimiento por parte de las clases altas: al pobre se le exige una serie de requisitos,
como la respetabilidad-) de los fingidos, a los que se obliga a ganar la vida trabajando. Las
Cortes, la corona, regimientos como los de Zamora o Valladolid, tomaron medidas en este
sentido.

Sin embargo, más que un problema de falta de mano de obra activa, asistimos a un
problema de trasfondo estructural: los nobles y ricos tienen una inequívoca tendencia a
invertir su riqueza en al tierra, en juros, en censos, para vivir de sus rentas. Todo ello debió
mermar las posibilidades reales de trabajo, lo cual, junto con el poco aprecio que se tienen
por las actividades mecánicas, no podía sino aumentar el número de pobres.

El siglo XVI ve realizarse progresivamente la unidad de fe que los Reyes Católicos


habían decidido implantar en España. Limpieza de sangre dirigida contra los descendientes
de judíos y moros; represión de las tendencias iluministas o erasmistas; destrucción
violenta de los focos protestantes. En todas aquellas circunstancias, la ortodoxia católica se
imponen con mano dura, de forma organizada y burocratizada, con un aparato
administrativo y una serie de sucursales en las distintas provincias que le conferían una
fuerza extraordinaria, al servicio no tanto del catolicismo como de una concepción muy
rígida de la ortodoxia que rayaba en el fanatismo. Ahora bien, sería un error considerar que
la Inquisición solo fue un aparato represivo del que sólo un grupo minoritario para imponer
el catolicismo al pueblo español La Inquisición se ensañó contra grupos minoritarios y
buscó el apoyo de la mapa para aquella demagógica operación: se incitó a los fieles a
denunciar todo lo que les pareciera manifestar cierto inconformismo: actitudes, creencias,
opiniones. Y los fieles no dudan en hacerlo, colaborando de esta forma a la eliminación de
los núcleos heterodoxos, o simplemente de las nuevas formas de pensar y sentir. Fue por
parte de las autoridades oficiales del Estado una política deliberada que tendió propugnar
un catolicismo de masas y que, conforme se avanza en el siglo, se hizo más y más cerrada a
las innovaciones y a las inquietudes religiosas. Esta tendencia produjo una elite de santos y
místicos, pero también favoreció la difusión de una devoción rutinaria en el pueblo
cristiano.

4-La crisis del Imperio de los Austrias en el siglo XVII. Felipe III, Felipe IV y
Carlos II.

Los problemas demográficos, económicos, sociales y políticos que se acumulan en


este siglo nos hablan de una crisis general en toda Europa. En los reinos hispánicos
podemos hablar también de decadencia dinástica. La crisis se manifiesta ya en los últimos
años del reinado de Felipe II, y los primeros signos de recuperación se notan en la periferia
de la Península antes de terminar el siglo XVII.

Los propios contemporáneos son conscientes de la crisis y algunos analizan las


causas y proponen remedios -arbitrios- para solucionarla: de ahí el nombre con el que se
les conoce, arbitristas.

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En el mismo siglo tiene lugar la revolución científica -sobre todo fuera de España-
y el gran descubrimiento artístico y literario del Barroco, en lo que constituye el Siglo de
Oro español.

En el siglo XVII se dan muestras de la inminente pérdida de la hegemonía. La


posición de la dinastía de los Habsburgo en el marco de las relaciones internacionales
europeas. Felipe III (1598-1621) es partidario de mantener la paz y la coyuntura
internacional le resulta favorable. Holanda, que es independiente de hecho, está agotada y
firma la Tregua de los Doce Años en 1609. La paz se romperá en 1618 con el inicio de la
Guerra de los Treinta Años.

La muerte de Felipe II trae como consecuencias más visibles un notable


decrecimiento de la influencia personal de los reyes. La institución monárquica sigue
respetada y acatada por todos los sectores sociales, pero sus titulares, pro falta de talento o
de voluntad, renuncia desde entonces a ejercer personal el poder, que entregan a privados o
validos. Estos no siempre tuvieron las dotes necesarias que les capacitaran para tales
responsabilidades; a partir de 1621, sin embargo, Olivares trata de aplicar sus propios
criterios políticos para restaurar las fuerzas de España y mantener su hegemonía en Europa.
Su caída, en 1643, marca el fin de una primera etapa en la que métodos nuevos e intentos
de reformas se ensayan sin resultados positivos.

En el plano interno, el reinado de Felipe III supone un importante cambio de ideales


en la política española. Por un carácter poco activo y tendente a la melancolía (Felipe II
reiteradamente se quejaba en privado: "Dios, que me ha dado tantos reinos, no me ha dado
un sucesor capaz de mantenerlos"), dejó la labores de gobierno en manos de sus válidos,
como el duque de Lerma o el duque de Uceda, que constituirán una camarilla más
interesada en favorecer a sus respectivas clientelas que en el bien público. Lerma no tenía
ningún valor intelectual, sí en cambio un apetito voraz de riquezas y honores para sí y su
familia y amigos, entre los que merecen destacarse a Rodrigo Calderón, cuya
extraordinaria ascensión suscitó tantas críticas que acabaron por llevarlo al cadalso. Lerma,
que se había hecho conceder el capelo de cardenal, perdió en 1618 la confianza del rey,
quien le sustituyó por el duque de Uceda, que desempeñó el cargo hasta la muerte del rey
en 1621.

La privanza del duque de Lerma significó un cambio radical en los métodos de


gobierno. Representó una victoria para la aristocracia latifundista que los dos primeros
Austrias habían procurado tener más o menos apartada de las grandes responsabilidades
políticas. El gobierno de la monarquía pasará desde entonces a quedar encomendado a los
Consejos, pero también se inició una tendencia a constituir juntas transitorias, que se
formaban para casos especiales y cuyo cometido era asesorar a los consejeros del rey
proponiéndoles medios adecuados para la situación: de reformación, de Ejecución, de
Armadas, del Papel sellado, de la Sal, de Presidios...

Llama la atención el número de juntas destinadas a examinar problemas fiscales. La


cosa tiene explicación: el erario real gasta más de lo que cobra y siempre está preocupado
pro cubrir el déficit del estado. La política exterior sigue siendo ocasión de gastos
considerables, tras reanudarse los enfrentamientos en 1620. En el mismo momento, las
remesas de plata indiana que llegan a Sevilla no son tan abundantes ni tan regulares,
mientras que la corte exige cantidades cada vez más importantes para sufragar los gatos, y
se otorgan merced a los Grandes y nobles bajo dirección del duque de Lerma.

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En 1609 se decreta la expulsión de los moriscos, primero en Valencia, y luego en el
resto del territorio. Simboliza el fracaso de la asimilación de esta minoría por parte de la
sociedad cristiana.

En el reinado de Felipe IV (1621-1665), la guerra, localizada en el Imperio alemán,


se extiende por toda Europa. Las razones para intervenir son dinásticas -ayudar a los
Habsburgo austriacos- y religiosas, pero no faltan también las políticas. Es una lucha entre
católicos y protestantes, entre partidarios y enemigos de la casa de Austria. La primera fase
de la guerra termina con éxito para los Habsburgo, pero la situación se complica al asumir
la jefatura protestante, primero, el rey de Dinamarca, y luego, el de Suecia. Francia entra en
la guerra en 1635, en la época de Luis XIII y Richelieu su objetivo es suplantar la
hegemonía de los Habsburgo por la de Francia.

La guerra termina con la Paz de Westfalia (1648), que confirma la derrota de los
Austrias: es el fracaso definitivo de la política que defendía España desde Carlos V. Se
establecen las bases de un nuevo equilibrio europeo: España queda reducida a un papel
secundario; firma la paz con Holanda y reconoce su independencia. Con Francia la paz no
se firma hasta 1659, con al Paz de los Pirineos. Francia obtiene ventajas territoriales y
comerciales, confirmándose así su supremacía continental.

A nivel interno, Felipe IV también dejará el gobierno en manos de sus válidos. El


más sobresaliente es el conde-duque de Olivares. Su deseo de recuperar la hegemonía en
Europa hace necesari8as profundas reformas internas. Castilla estaba arruinada, por lo que
no puede seguir cargando en solitario con el peso de la política exterior. Por esto, el conde-
duque de Olivares propone la unificación de los distintos reinos peninsulares. En su
Memorial de 1624 sugiere: "Tenga V.M. por el negocio más importen de su monarquía
hacerse rey de España, quiero decir [...) que trabaje y piense por reducir estos reinos de que
se compone España, al estilo y leyes de Castilla". Es decir, se trataba de una unificación
siguiendo un modelo hasta cierto punto centralista. El intento de integración comienza con
al Unión de Armas de 1624, que implica la participación de todos los españoles en el
servicio armado. Este objetivo político lleva a la monarquía a la grave crisis de 1640: tiene
que enfrentarse a sublevaciones en Cataluña, Portugal, Andalucía, Aragón, Nápoles y
Sicilia. En 1632 en Vizcaya se da una revuelta de carácter foral. Sólo la revuelta de
Portugal termina con su definitiva independencia, reconocida en 1668. Las reformas del
conde-duque fracasan. Los reinos periféricos han rechazado con éxito los proyectos de
unificación a una Castilla que ha dejado de ser el centro decisorio de la monarquía
hispánica.

La crisis que en los años 1640 -revolución catalana, independencia portuguesa,


separatismo andaluz- estuvo a punto de hundir la monarquía fue consecuencia directa de
las guerras en que España se vio envuelta, y que ya no podía sostener por falta de hombres
y de dinero. El reinado de Felipe III había sido relativamente pacífico. Pero la especie de
indolencia que caracterizó la política española durante las dos primera década del siglo
XVII se cambió, a partir de 1620, en activo intervencionismo en asuntos europeos.
Olivares se encontró para llevar a cabo su política hegemónica con una Castilla exhausta y
unas provincias aparentemente intactas y que se escudaban detrás de sus privilegios para
no contribuir como lo podían en los gastos comunes. La Unión de Armas ideada por
Olivares consistía en repartir el peso de la política imperial de una manera más ajustada a
las posibilidad es de cada provincia, formar un ejército común, abastecido y mantenido por
cada provincia a proporción de su población y riqueza. Para ello, existía un obstáculo

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fuerte: la autonomía de las provincias, que le impedía actuar a su antojo. Olivares pensó en
imponer al resto de la península las leyes castellanas, que hacían de este reino el más
sumiso.
Con Carlos II (1665-1700), la monarquía hispánica se ve envuelta en guerras con
Francia a causa de la agresiva política internacional de Luis XIV. Se pierde definitivamente
el Franco Condado. Al final del reinado, Luis XIV se muestra generoso, pues ya está
planteado el problema sucesorio de la corona española: su nieto, Felipe de Anjou, es un
posible candidato.

En el plano de la política interior, su reinado se ha interpretado como una época de


decadencia de la monarquía. El Rey Hechizado, El Impotente, y toda una larga suerte de
apodos despectivos dan cuenta de la nitidez con que la población de la España de fin del
siglo XVII percibe la decadencia fisiológica de la dinastía, concordante con una decadencia
de un modelo de entender la propia monarquía, el propio Estado español, luego variado por
la llegada de los Borbones. El rey, carente de hijos, ha de soportar ver convertida su corte
en un nido de intrigas que tienen como centro la cuestión sucesoria. Carlos II había sido un
niño raquítico y durante toda su vida fue enfermizo y enclenque. Sus dotes intelectuales no
parecen haber sido muy grandes, tal vez por el descuido con que se le educó: se dice que a
los 9 años no sabía leer. Su primera mujer, la francesa María Luisa, murió en 1689 sin dejar
sucesión. al año siguiente se casó con una austriaca, que pronto quedó claro tampoco le
daría hijos. La corona española sería de esta forma objeto principal de la atención de las
potencias.

En medio de la crisis económica, la corte conserva el mismo ritmo de gastos de


antaño, pese a la situación de bancarrota. Las intrigas palaciegas ocupan amplio lugar en
aquellos tiempos en que todo el mundo intenta mantener contra viento y marea su posición.

5-El impacto de la crisis en la economía y la sociedad. El Siglo de Oro.

Las bases económicas son las mismas que las del siglo anterior; y, sin embargo,
asistimos a una crisis generalizada en el siglo XVII.

En la agricultura son frecuentes las malas cosechas, ocasionadas por la climatología


adversa y por plagas de langosta, que provocan crisis de subsistencias. A pesar de la
introducción del maíz y la patata (la forma de los bultos del tubérculo, que recordaba a las
bubas de los apestados, hizo creer durante mucho tiempo a buena parte de la población que
la patata provocaba la endemia) en el norte de la Península y de la extensión de la vid, en
muchos lugares se asiste a un progresivo abandono del campo.

La ganadería trashumante sufre una reestructuración: disminuye el número de


cabezas, pero la Mesta sigue siendo una organización muy poderosa. Los problemas de la
artesanía castellana del siglo XVI continúan y se agravan por la política librecambista de la
corona en una época de mercantilismo: crisis de las pañerías de Segovia y de la seda de
Toledo. A pesar de los problemas se crean los primeros altos hornos en la Península en
Santander, destinados a la fundición de cañones y proyectiles. En Cataluña y Valencia, con
menos impuestos, la crisis es menor.

En el comercio internacional, los comerciantes extranjeros sustituyen a los


nacionales, tanto en el Atlántico como en el Mediterráneo. Decae el eje Medina del
Campo-Burgos-puertos del norte. El comercio con las Indias sufre importantes cambios: su

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centro se traslada de Sevilla a Cádiz en al segunda mitad del siglo; el monopolio casi no
existe debido a los comerciantes extranjeros, al contrabando y a la piratería. Disminuye la
demanda americana y desciende el envío de metales preciosos. Según Chaunu, a partir de
1620 existe una gran caída del comercio hispanoamericano, que masa de casi 60 mil
toneladas por año a menos de 20 mil en el año 1640.
La Hacienda real sigue con graves problemas. Para solucionarlos, acude a los
mismos medios que en el siglo anterior y, además, a uno nuevo: la manipulación de la
moneda. Alteran el valor de la moneda de vellón, que queda reducida a cobre puro, y le
atribuyen un valor nominal muy superior al intrínseco, lo que conlleva una gran subida de
precios.

La recuperación comienza antes de que termine el siglo, especialmente en el norte y


Levante. Es mérito del gobierno de Carlos II haber puesto orden a la economía y las
finanzas. Se crea, por ejemplo, la Junta de Comercio para fomentar las manufacturas, y se
hace compatible la dedicación a la industria y la pertenencia al estamento nobiliario.

En el siglo XVII hay una grave crisis demográfica: podemos hablar de


estancamiento o, incluso, de posible disminución. Hay tres grandes epidemias. Es
precisamente ahora cuando el centro demográfico comienza a desplazarse a la periferia,
invirtiéndose la anterior tendencia.

Con la crisis de la monarquía, la alta nobleza desplaza a la pequeña y mediana de


sus cargos políticos. Se crean nuevos títulos por méritos o por compras. Hay un incremento
importante del número de eclesiásticos, pues, ante los problemas económicos, se busca
refugio en la Iglesia. La escasa burguesía, ahora mucho más débil, no cambia la
mentalidad. Los grupos populares protagonizan numerosos motines de subsistencias a lo
largo del siglo, pero especialmente en 1640, y teniendo como centro a Andalucía.

Frente a la crisis, las letras y las manifestaciones artísticas en el siglo del Barroco
pasan por su -época más brillante: es el llamado Siglo de Oro. El espíritu de la
Contrarreforma aún está presente. El realismo y la religiosidad son los rasgos más
significativos del Barroco español, y aparecen en todas las manifestaciones culturales de la
época, sobre todo, en escultura.

6-BIBLIOGRAFÍA
ALCALÁ-ZAMORA Y QUEIPO DE LLANO: España, Flandes y el Mar del Norte, 1618-
1639. Barcelona, 1975.

AVILÉS, M. y ESPADAS, M. (eds.): Manual de Historia Universal. T. V. Ed. Nájera,


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ELLIOT, J.H.: Un palacio para el rey. El Buen Retiro y la corte de Felipe IV. Ed. Espasa,
Madrid, 1981.

LYNCH, J.: España bajo los Austrias. Ed. esp., Barcelona 1972.

TUÑÓN DE LARA (dir.), M.: Historia de España. V. La frustración de un Imperio (1476-

17
1714). Labor, Barcelona, 1984.

VV.AA.: Historia General de España y América. Madrid, Rialp, 1984, vol. X.

VV.AA.: España, siglo XVII. Esplendor y decadencia (Historia 16, Extra nº XII, diciembre
de 1979).

Ver Bibliografía actualizada en mi Tema 33PD. GRA.

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