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Cuando tenía otra cuenta de Twitter más activa, los seguidores de Diego Álvarez Miguel se

sabían de memoria los cientos de versos que podía llegar a subir en un día. Pero en aquel
momento, hace ya unos cuantos años, Diego aún no era el Diego que es hoy. Cuando el
joven poeta asturiano se dio cuenta de que la fama y los followers no iban con él, decidió
empezar de cero y escribir lo que él quería, sin pensar en gustar a los otros, pero sí a sí
mismo. Así, Diego publicó un puñado de libros, hizo viajes a festivales con colegas, se
mudó a Madrid para cumplir otro puñado de sueños y ahí sigue: con la dirección de Oculta
Lit, revista centrada sobre todo en la poesía, con una novela juvenil dando vueltas entre los
lectores de Destino y con un poemario nuevo, muy distinto a lo que hizo anteriormente, una
especie de alucinación narrativa en donde la poesía más que una emoción, es puro
ritmo. Por todo esto y por su libro Meh(Valparaíso) decidimos hablar con Diego, y esto
es lo que nos contó:

El título de tu nuevo libro, Meh, ¿hace referencia al estado de la poesía en España?

Pues un poco sí. Realmente el libro antes de llamarse Meh se llamaba Química pura. Nació
de la idea de qué pasaría si negábamos toda emoción en la poesía. La tristeza, la alegría, el
amor… todo son reacciones químicas, y mi propósito era el de intentar alejarme de ello y
escribir una poesía más apática y analítica. Así que de Química pura pasé al Meh, que
básicamente es una respuesta a esa ausencia de emoción y a ese camino que ha tomado la
poesía reciente.

¿A qué crees que se debe esta deriva sentimental y facilona de nuestra poesía?

Supongo que se debe a que es más fácil entender cuando te lo dicen que cuando te lo
sugieren. Y en muchos casos la sugerencia se está perdiendo. La nueva poesía que más se
vende no busca provocar emociones, busca describirlas. Busca decir “estoy llorando” pero
no hacerte llorar, por decirlo de algún modo.

¿Crees que puede haber poesía sentimental pero que no sea tontorrona?

Sin ninguna duda. Tenemos el ejemplo de La edad de merecer, de Berta García Faet, que
creo que es uno de los grandes libros de la últimos años y que a mí, personalmente, me
encanta.

Cierto. Aunque hace poco el tuitero Hijo Tonto también decía que los críticos hablan
más de la emoción que de la inteligencia de los poetas, ¿me darías algún ejemplo de
poeta contemporáneo "inteligente"?

Pienso en Ben Lerner, por ejemplo, que yo creo que encajaría en esa idea de poeta
"inteligente". En el caso patrio, sin dejar de lado la emoción, que yo creo que está
necesariamente presente en casi cualquier discurso poético, El agua y la sed,de Maria Elena
Higueruelo, me pareció un libro muy inteligente, cercano a la línea de pensamiento de
Roberto Juarroz, que si bien no es contemporáneo, es lo que para mí sería un poeta
inteligente.

Volviendo a los “poetas de Twitter”, tú has sido una de las personas más críticas con
ellos, pero al mismo tiempo eres amigo de muchos de ellos y publicas tu libro en
Valparaíso, una de las editoriales que ha propiciado esta corriente. ¿Te ha traído
dolores de cabeza estar entre esos dos mundos?

De lo que me he dado cuenta es de que en realidad la gente no se siente parte ni de un lado


ni de otro. Muchos de los beligerantes ni siquiera saben, o sabemos, bien contra qué tirar
piedras y contra qué no. Recuerdo que cuando escribí el primer artículo, muchos de los que
no se reconocían como poetas me dieron la razón y me contaron que la verdad es que a ellos
todo esto les había pillado por sorpresa. Con todo, en realidad esos dos bandos no son tales,
y si los hay no están tan definidos como pensamos. Por otra parte, en cuanto al papel de las
editoriales, yo soy muy cercano a Valparaíso, cuya línea editorial va en varias direcciones:
lo mismo te publica a autores jóvenes que venden miles de ejemplares que te publica a un
poeta estadounidense que vende sólo veinte. Y esta convivencia creo que es buena porque
favorece que ciertas editoriales se puedan permitir traer traducciones de libros que al final
son verdaderos descubrimientos.

Dices que entonces no hay grandes bandos, pero históricamente el mundillo de la


poesía española ha estado marcado por grandes discusiones o peleas que lo dividían. Si
la de los “poetas de Twitter” no es la discusión del momento… ¿cuál es?

A ver, creo que aquí está pasando algo especial. Porque detrás de esta especie de “guerra”
está otra más grande, que es la que siempre hubo y la que siembre habrá entre los poetas de
la experiencia y el resto, entre los padres y sus hijos. Mientras que algunos poetas jóvenes
intentan matar al padre, otros defienden o incluso están avalados por esos padres que
muchos rechazamos. Creo que de ahí viene la cruzada actual.

Sobre matar al padre, encuentro en un verso de Meh a Manuel Vilas, no sólo como
personaje sino como influencia. ¿Vilas es un padre al que hay que matar o al que hay
que reivindicar?

Pienso que no hay que reivindicar nunca a ningún padre. Tal vez a algún abuelo, pasado el
tiempo, pero padre a ninguno. Y en el poema sobre Vilas, que ha formado también parte de
mis influencias, lo que pretendo decir es que ha llegado también su hora, que está en
decadencia, y que no se preocupe, porque venimos yo y "mis amigos" detrás.

Hay otro verso de Meh que me ha hecho gracia. Dices: “Pero he vuelto y nadie se
acuerda de mí”. ¿Hace referencia a tu pasado como poeta con miles de seguidores en
redes sociales?

En parte es la idea del poema, que refleja también la idea que yo tengo de mi adolescencia.
Me pasó una cosa muy curiosa que es que cuando vivía en Francia, en una época en la que
no había habido aún este boom de los poetuiteros. Empecé a usar la red social para
relacionarme con gente de España y programaba entre cincuenta y cien versos al día, hasta
el punto de tener muchos más seguidores de los que tengo ahora. En un momento dado
volví a mi país y me di cuenta de lo que había hecho: iba por la calle y alguien me recitaba
los versos que había compartido, o me encontraba con alguien en una terraza que cantaba
canciones que yo había subido… Me dio tanto reparo y me dio tanto que pensar que decidí
parar un poco esa maquinaria. Y cuando la paré, desapareció por completo. Por eso es
curioso analizar cómo funcionan estos fenómenos. Lo viví en primera persona y creo que de
algún modo eso me hace entender cuáles son los modos de acción de estas personas que
están forzadas a seguir. De estos poetuiteros que se dejan llevar. Es un problema artístico
muy grande porque al final toda tu obra depende de lo que la gente que está ahí exige de ti,
y no de lo que tú quieres como escritor. Es un público al que si no le das ciertas cosas, les
decepcionas.

¿Cuál era tu nombre como poetuitero?

@jazzmeplease.
Parece que te vino bien deshacerte de jazzmeplease, porque luego empezaste tu propia
carrera como poeta, ganaste premios importantes y hasta formaste parte de algún que
otro grupo literario. Sobre esto último, ¿quiénes sois los “patarrealistas”?

Somos un grupo de amigos sin ambiciones de ningún tipo. Sin embargo fueron naciendo
proyectos pequeños alrededor que se materializaron en algunos libros, páginas, etcétera. Un
juego que ahora está medio dormido pero que a veces despierta. Vive a destellos. A mí me
parece muy gracioso el discurso que teníamos, esa épica del absurdo, que nació como
parodia de la realidad y de los propios grupos literarios.

Es curioso, viendo la foto de los que conformaron ese grupo… todos sois hombres.

Tienes razón. Somos solo hombres y es algo que nos lleva jodiendo mucho tiempo. En
realidad, pensamos que es un grupo abierto y que puede entrar y salir quien quiera, pero
resulta que nadie quiere mezclarse con nosotros.

¿Crees que es algo sintomático de los grupos literarios y generaciones literarias en


general eso de que la mayoría de sus componentes sean hombres? ¿La idea de “grupo
literario” es de por sí masculina?

No estoy seguro. De hecho, antes del patarrealismo tuve otra experiencia dentro de un
grupo. En la universidad, en Oviedo, formábamos parte de “Mil novecientos violeta”, cuyo
nombre tomamos de una obra del mexicano David Meza. Allí había tantas mujeres como
hombres. Supongo que grupos como el que vino después, el del patarrealismo, estaba
mucho más limitado, quizá por su espíritu absurdo, y menos atractivo para la gente. En
cualquier caso no creo que sea algo sintomático de los grupos literarios en sí.

Y como editor de la revista Oculta Lit, ¿qué haces para propiciar la igualdad de
género en reseñas, recomendaciones, entrevistas…?

El problema de Oculta es que tenemos pocos medios, entonces lo que publicamos depende
de las colaboraciones que nos llegan, y a veces el peso es más masculino. Pero donde sí
tengo más capacidad de decisión es en la parte de creación, y ahí sí voy alternando, y tiendo
siempre a la paridad.

¿Cómo surgió la revista y qué pretendías reivindicar con ella cuando nació hace un
año?

Mi propósito era el de utilizar las redes sociales para promocionar esa poesía que a veces
llega a poco público, no ya porque haya pocos lectores de poesía, sino porque los propios
autores o editores no tienen los medios para promocionarse. Yo creo que en ese sentido
podemos ayudar. Y mediante redes, publicaciones y visibilización quise crear un grupo de
lectores en los que pequeñas editoriales y escritores jóvenes se pudieran apoyar. Esa era la
idea y eso es en lo que estamos trabajando.

Dime tres de esos poetas jóvenes a los que te apetezca reivindicar.

Me gustó mucho Rodrigo G. Marina, que publicó sus poemas en Digopalabra. Me gustó
mucho la peruana Valeria Román Marroquín. Y me gusta mucho Alba Cid, poeta gallega.

Ahora que mencionas a Valeria, justo ella formó parte durante un tiempo de Poesía
Sub25, una de la revistas de creación joven más importantes de los últimos años hecha
desde Perú. También has mencionado Digopalabra que la dirige la venezolana Oriette
D’Angelo. ¿Oculta Lit tiene conexiones con lo que se está haciendo en América
Latina?

Una de las ideas más ambicionas de Oculta era crear vínculos con todas esas revistas. Hablé
con los editores de Vallejo&Co, de Círculo de Poesía, de Digopalabra y alguna más, para
ver si existía la posibilidad de compartir y cruzar artículos y referencias de una revista a
otra. El proyecto va tirando muy lentamente, ya que esas revistas también son pequeñas y
los procesos se ralentizan. Pero sigue siendo necesario crear una audiencia poética a nivel
mundial.

Visto lo visto, puede que los poetas no tengamos las ventas, pero sí tenemos Internet.
En cambio, da la impresión de que los narradores jóvenes no tienen ese espacio. ¿Qué
hay que hacer para sacar a la luz a los novelistas de nuestra generación?

No sé si es que hay menos porque escribir una novela requiere más trabajo y tiempo del que
a veces una persona joven dispone, o si es problema de las editoriales grandes, que apuestan
menos por lo autóctono mientras que sí traducen autores nacidos en los 90 que ya han
tenido un gran éxito fuera. Me gustaría pensar más que se trata de lo primero que de lo
segundo.

El año pasado publicaste una novela, semanalmente publicas cuentos en


PlayGround. Habiendo leído tu libro de 2015 y el que acabas de publicar ahora, me da
la impresión de que en dos años tu trabajo como narrador ha influido enormemente
en tu poesía. Los poemas de Meh son mucho menos líricos, ¿hay alguna relación entre
esas dos cosas?

Sí, la hay. En los poemas de Meh hay una voluntad distinta. Antes trataba de ser más lírico,
me centraba más en la sorpresa y en la emoción, y en los nuevos poemas me interesaba algo
más analítico y narrativo, quizá para poder hablar de temas que no son necesariamente
poéticos. Mencionar, por ejemplo, el prolapso de un narcotraficante gallego. Me atraía
mucho la idea de descreer del discurso poético.

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