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Juana Bignozzi (1937–2015)

Juana Bignozzi (1937–2015) | by Los Inrockuptibles | Los Inrockuptibles | Medium

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Juana Bignozzi es la mejor poeta de la generación del sesenta. Esto se debe probablemente a que

los rasgos distintivos de su obra coinciden y no coinciden con los de la poesía aparecida en esos

años. Bignozzi no es coloquial en el sentido de que represente la voz del pueblo, pero la claridad de

sus textos alude a una oralidad culta, correcta, no artificiosa, definida más por las sutilezas de la

selección léxica que por las torsiones de la estructura sintáctica. Bignozzi no exhibe una vena

sentimental derivada de la idealización de la clase obrera argentina, pero no por eso el movimiento

crítico-irónico de buena parte de sus poemas supone el fin de la ideología, la renuncia a los

objetivos de la izquierda o la renegación de su militancia en el Partido Comunista. Bignozzi no

escribe una “poesía política” en el sentido coyuntural o propagandístico del término, pero sí una

“poesía ideológica” que representa la sensibilidad cotidiana de una persona que fue educada para

hacer la revolución, tomar el poder y gobernar, no lo logró y sigue viviendo y pensando en el mundo

que debía cambiar. Bignozzi no es nostálgica de las condiciones irrepetibles que la formaron como

militante y como poeta, pero no por eso deja de identificar al enemigo en cada una de sus

manifestaciones culturales. Mujer de cierto orden, Regreso a la patria e Interior con

poeta (reunidos hace diez años por Adriana Hidalgo bajo el título La ley tu ley) representan los

puntos más altos de una producción siempre buena que sucesivas generaciones de poetas han leído

y siguen defendiendo. Es el dato central: Bignozzi, a diferencia de otros autores contemporáneos

más conocidos, tiene lectores jóvenes. Su lenguaje no se gastó; por lo tanto, tampoco la percepción

del mundo que incuba ni la potencia comunicativa que lo definió de entrada. Este mérito se duplica

si consideramos que la poesía de Bignozzi incluye la polémica, la frase categórica y la bajada de

línea, rasgos que en su último libro, Si alguien tiene que ser después (Adriana Hidalgo) se
añaden a los temas del matrimonio, los padres, los amigos y los enemigos, ahora tironeados por

una pregunta: si alguien va a “tomar la antorcha”, si habrá “después de una lucha otra lucha/

después de mi certeza otra certeza”.

En tu nuevo libro, ya desde el título, se advierte una mirada posada en el futuro así

como una preocupación por quiénes van a sucederte. ¿En quién o quienes estás

pensando?

Juana Bignozzi: Yo no tengo esta visión de que la historia o de que la izquierda se han

terminado. Para nada. Como dice Toni Negri, mientras haya un “campo de la necesidad”, entonces,

vamos a cambiar los nombres, pero no la lucha. No sé cómo se va a llamar. No tengo esa visión de

la gente de mi edad que es de izquierda y dice “ay, los jóvenes de ahora…” Yo sé que hay, en algún

lugar que no conozco, en un vacío al que le hablo, gente que de distinta manera va a retomar mis

cosas. Gente que va a retomarme en su estilo, con los rasgos de su época. Gente que piense en la

sociedad, que piense en estar en el mundo, después de toda esa onda poética de los últimos veinte

años del retorno de lo peor de lo femenino de corte intimista. Yo me reconozco en chicas jóvenes,

textos que yo no escribiría porque es otra superficialidad, otro mundo, pero que no están en su casa

viendo cómo la olla larga vapor, algo que me parece un horror. Hablan del afuera, de su vida en el

mundo. En eso tengo una confianza ciega. En que alguien va a haber.

En cuanto a poetas argentinas mujeres, ¿reconocés algún tipo de descendencia?

Creo que sí. Laura Wittner tiene algo. Es muy diferente, otro universo, pero ella tiene conmigo una

afinidad. Y también Irene Gruss, por supuesto, que es mucho más joven que yo. Ella se reconoce

como discípula. Y va a haber más. Lo que yo creo es que hubo un interregno. Yo hago poesía

ideológica, y en las últimas décadas hubo una nada ideológica y esto se nota. También me gustó

mucho el libro de Clara Muschietti.

Alguna vez hiciste una distinción entre la poesía política que no escribirías y la poesía

ideológica de izquierda, que sí escribís…

Yo no tengo voz para la poesía política, no es que no quiera escribirla. Es muy difícil. En el mundo
hubo poca gente que hizo buena poesía política. Nos guste o no, Neruda fue uno. Diría que la poesía

política tiene en principio un sesgo proselitista, partidario, sirve para difundir una consigna de

ideología aplicada. Eso lo logró Gelman a veces. Los brasileños han tenido una excelente poesía

política. Incluso participan en las campañas electorales. Tienen esa relación con la política. Los

italianos fascistas han hecho poesía ideológica, pero no política. Los rusos, sí, claro, después de la

revolución. Ellos cantaban un proyecto, un Estado al que adherían, entonces podían.

“El estilo es producto de la autocensura. Y yo estoy siempre muy pendiente del juicio.
El primer libro que no tiene tanta censura es este último, en el que me permito incluir
poemas a mi madre, hablar de sentimientos, algunos textos sobre el matrimonio. Yo
antes creía que eso te hacía patinar en la cursilería total.”

El enemigo es un interlocutor importantísimo en tus libros. Esa gente que hace

décadas te desprecia y a la que vos despreciás, ¿sigue siendo la misma hoy en día?

¿Quiénes son?

En principio los que tienen el poder, las distintas formas del poder. Toda la vida me preocupé tanto

por el enemigo como por el amigo. Casi más por el enemigo, diría… Hay un conformismo en el que

nunca caí, será porque me fui, porque estuve treinta años aislada. En homenaje a lo que creo, hay

lugares a los que no voy por lo que para mí representan ideológicamente. Hay mesas en las que no

participo. No cae bien que no participe en casi nada. Es lo último que me queda ahora que no tengo

partido, que no tengo militancia. Esa cosa del “no somos todos buenos”, “no está todo bien”, eso

molesta profundamente. Perdí amistades incluso. O eso de que porque sos mujer y escribís poesía,

no podés estar en contra de otra mujer que escribe poesía. Es ridículo. Yo he sido una

feminista avant la lettre. Las mujeres de mi familia trabajaron desde siempre. Y eso que no se me

da por hablar de política… Todavía no me han dicho que es por la edad, pero ya me lo van a decir,

en cualquier momento (risas).

¿Qué fue lo que te llevó a irte del país en 1974 con tu marido?

En principio nosotros nos fuimos por dos años. Por eso digo que no fuimos exiliados, sino

desterrados. La idea era volver, pero nunca volvimos. Cuando muere Perón, estábamos seguros de
que iba a gobernar Montoneros. “Se va a pasar esta furia montonera y podremos volver”,

pensamos, pero después llegó la dictadura y ya fue imposible. Montoneros me parecía el horror.

Desgraciadamente para mí, quisiera hablar en pasado, ese nacionalismo con olor a sacristía no va.

Que después fue un movimiento que aglutinó a todos, que muchos lo consideraron la opción

política del momento, lo entiendo, pero la base, los Abal Medina, los Firmenich, ese nacionalismo

católico siempre lo detesté. Yo como comunista hija de anarquistas nunca los pude ni ver. Me

toman el pelo ahora: te fuiste por los Montoneros y volviste con un gobierno montonero (risas).

¿Por qué nunca diste un taller literario? Incluso los denostás…

Taller de lectura, taller de historia de la poesía, sí; taller de creación, no. Una vez di un taller en la

cárcel de Ezeiza, un año, hasta que me di cuenta de que lo que tenían que hacer esas chicas era

terminar el primario, el secundario, aprender un idioma, no hacer taller de poesía. Si son poetas,

ya serán poetas, qué más. La poesía no es algo que podés castrar, frustrar y matar. Una persona a

solas en su casa escribe. Así de simple. Escribió Emily Dickinson con ese papá que tenía.

Escribieron las Brontë con ese papá y en ese páramo, todas locas encerradas. Claro, si hace veinte

años que das taller, después tenés trescientos alumnos que van a la presentación de tu libro, y que

encima escriben todos como clones. Los talleres transmiten manías, cierta falsa seguridad sobre lo

que la poesía es.

“Toda la vida me preocupé tanto por el enemigo como por el amigo. Casi más por el
enemigo, diría.”

¿Hay lugar para lo religioso o lo místico en tu obra?

No. No tengo sensibilidad para eso y ninguna relación con la divinidad. Cuando hablo de

trascendencia, es social, política, literaria. Y creo en esa eternidad, pero no tiene nada que ver con

un sentimiento místico o religioso. Eso es por ser hija de mi padre, no me rozó lo religioso, y nunca

me lo me cuestioné.

Cuando hablas de las ruinas de tu mundo, ¿tiene que ver con tu vuelta al país quince

años más tarde?


Esa tristeza insalvable empezó cuando me echaron del Partido Comunista y me di cuenta de que

no iba a vivir enla Revolución. Esofue en el 65, ahí empezó. Yo no iba a vivir enla Revolución, no

iba a ser como la primera tractorista dela Unión Soviética.Ahí me volví una paria del Partido en el

que había sido educada, preparada cuidadosamente, como militante de base. Ahí empezaron las

ruinas. Esas son mis ruinas, más que la vuelta, cuando me encontré con un país que no podía saber

si era mejor o peor de tan distinto que era. Todavía estoy medio tambaleando. Otro mundo, otra

generación.

Ya desde el primer poema de Mujer de cierto orden se advierte un desencuentro con

la acción que persiste en todos tus libros. ¿Fue una cuestión de temperamento o de

circunstancias?

Se fue dando. Mis opciones políticas me fueron alejando de la acción. Yo había sido preparada para

ser una militante, no para ser una guerrillera. A lo mejor si mi ideología hubiera coincidido con esa

formación, hubiera terminado en eso. Pero no. Como mucha gente de mi generación –no todos–

quedé exiliada de la acción, sin saber adonde ir. Nunca volví a encontrar una red de acción. Yo creo

que hoy para militar, si no militás en algo filoperonista, no tenés dónde. Si a algo le tengo más

rechazo que al peronismo, es a los radicales.

“Yo sé que hay, en algún lugar que no conozco, en un vacío al que le hablo, gente que
de distinta manera va a retomar mis cosas.”

Si bien el Partido Comunista no hizo la revolución, a vos te permitió cierta

emancipación individual y ascenso social. ¿Cómo viviste eso?

Es una cosa que llevo mal. Le pasa a todo intelectual. El intelectual practica cierta forma de la

traición a su clase, su acción lo hace manejarse en otro mundo. Puede que no acepte los valores de

ese otro mundo, no digo que se venda, pero el estatus social es otro, no hay duda. Como decía un

jefe mío: “mientras no tenga que levantarme a las seis de la mañana para subirme a un andamio,

ya estoy agradecido”. Yo viví muy bien, viajé por toda Europa como traductora. Ninguna chica que

fue a la primaria conmigo hizo eso. Ninguna fue al secundario, salvo yo y otra compañera. Esa es
la base, porque después la facultad, todo eso, ya lo manejás de otra manera. Ese es un privilegio

que le debo absolutamente a mis padres, más que al partido.

Resalta muy llamativa la coherencia compacta de tu estilo. ¿Obedece a una

construcción deliberada?

El estilo es producto de la autocensura. Y yo estoy siempre muy pendiente del juicio. El primer

libro que no tiene tanta censura es este último, en el que me permito incluir poemas a mi madre,

hablar de sentimientos, algunos textos sobre el matrimonio. Yo antes creía que eso te hacía patinar

en la cursilería total. Incluso diría que mis primeras versiones siempre fueron muy cursis, largos

poemas tipo cartas. Recién después logro escribirlos como los escribiría Juana Bignozzi (risas). Me

he pasado la vida pensando “¿qué va a pensar tal?”, “¿qué va a pensar fulano?”. Tengo un superyó

terrible, deben ser cien mil personas…

¿Cómo creés que te leen hoy los poetas más jóvenes?

Los peores son los de cincuenta y sesenta años. Ahí está más concentrada esa idea de la poesía de

mujeres, de la sensibilidad, la olla haciendo “chus-chus”… Ahí tengo menos repercusión. Pero los

de menos de cincuenta años, ¿sabés cómo me leen? Me leen con asombro porque estoy viva, en

sentido poético. Les asombra que alguien del sesenta puro y duro como yo escriba algo que a ellos

les interesa. La prueba para un poeta es si te leen los jóvenes. Que te lean los de tu edad y que no

te lean los jóvenes, significa que tu primera eternidad está perdida. Cuando yo me muera, si no me

está leyendo alguien de cuarenta, hay algo ahí que salió mal, que escribí para la nada. En los últimos

años de tu vida escribís para el vacío.

“Yo hago poesía ideológica, y en las últimas décadas hubo una nada ideológica y esto
se nota.”

¿Y vos estás al tanto de lo que se escribe?

Yo leo todo lo que me dan. Después hago tres pilas: una para quemar, otra para regalar y otra para

quedarme…
¿Lees blogs?

Tengo cinco blogs que sigo, entre política y literatura. Sigo las peleas, que me encantan, son

divertidísimas, y los comentarios…

¿Qué te pareció la antología de doscientos años de poesía argentina que acaba de

salir?

¡Ese bodoque! Hay cada sinvergüenza ahí adentro. Depende del amor personal que le tuviera Jorge

Monteleone. Además de ser una antología totalmente desinformada, porque los últimos libros no

los ha leído. Monteleone dice “cómo no me acercaron los libros”. ¡Un antólogo sale a buscar los

libros! La fecha de corte está puesta en función de incluir alguna gente amiga. Si llegás al 59, por

qué no hasta el 60, y ahí ya tenés algunos poetas que tendrían que estar. Es arbitrario

absolutamente; toda selección es un gusto personal, pero en las buenas antologías eso está

suavizado. Esta es una antología absolutamente sentimental, con gustos personales discutibles a

muerte, sobre todo la última parte. Hay de todo: pasás del diamante a las cenizas. No hace bien esa

antología. Va a servir sólo para extraviar almas jóvenes. Un joven que se compre eso, se hace un

barro en la cabeza. Encima es carísimo.

Hace más de veinte años, en Regreso a la patria, escribiste “sé que largué un

bumerang que todavía no volvió”. ¿Ya volvió?

Yo nunca pensé que iba a tener este reconocimiento, estoy totalmente asombrada. Lo que me

fascina es cuando alguien me descubre. Pero ese bumerang nunca termina de volver, el mundo lo

va devolviendo más o menos rápido. A veces no vuelve con los grandes premios, los

reconocimientos, que no es lo que me interesa… Pero sobre todo ese bumerang que no volvió se lo

lancé a alguien que va a tener que contestar. Yo siempre espero respuestas de otra gente. He tirado

mis bumerangs contra unas cuantas cosas.

(Foto Alejandra López)

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