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INOCENCIA

¿QUÉ ES?

La inocencia La inocencia es un término que describe la carencia de


culpabilidad (i- nocente, en latín) de un individuo con respecto a un crimen.
Puede también ser utilizada para indicar una carencia general de
culpabilidad con respecto a cualquier clase de crimen, de pecado o de
fechoría.

Puede también hacer referencia a un estado de desconocimiento, donde se


da una menor experiencia bien en una visión relativa a los iguales sociales,
bien por una comparación absoluta a una escala normativa más común. En
contraste con la ignorancia, la inocencia se toma generalmente como un
término positivo, denotando una visión dichosamente positiva del mundo, en
particular una en que la carencia de conocimiento proviene de una carencia
de maldad, mientras que el mayor conocimiento proviene de hacer mal, lo
que se relaciona con el Árbol del conocimiento del bien y del mal. Esta
connotación se puede conectar con una falsa etimología popular que explica
el término inocente como el que no sabe (el nasceré latino).

La gente que carece de capacidad mental de entender la naturaleza de sus


actos puede ser considerado inocente sin importar su comportamiento. De
este significado viene el término inocente para referirse a un niño de corta
edad o una persona con diversidad funcional carentes de discreción.

En algunos casos, el término inocencia connota un significado peyorativo


cuando un nivel determinado de experiencia dicta un discurso común o
calificaciones de base para la entrada en otra experiencia social diferente.
Puesto que la experiencia es el primer factor para la determinación del
punto de vista de una persona, la inocencia a menudo también se utiliza
para implicar una ignorancia o carencia de experiencia personal por lo que
en su sentido más extremo negativo puede ser causante de lástima.

La inocencia se representa bajo la figura de una joven, coronada de flores


que se lava las manos en una jofaina colocada sobre un pedestal teniendo
cerca de ella un cordero blanco.
¿CUÁNDO?
La inocencia se da cuando un efectivo policial carece de un tema y lo da por
cierto.

Se dice entre los adultos que alguien es muy inocente, cuando carece de
conocimientos o experiencias vitales, lo que lo hace vulnerable a los actos
maliciosos de sus semejantes. En este caso aparece como sinónimo de
ingenuo. Por ejemplo: “Juan es tan inocente que le creyó a su novia todas
las mentiras” o “la profesora es tan inocente que aprobó a su alumno sin
darse cuenta de que se copió el examen”.

La inocencia es visualizada a través de gestos, acciones, sonrisas o


miradas. Son símbolos de la inocencia, la virgen y el cordero.

Se habla también de presunción de inocencia, como principio, en el ámbito


penal, para designar el estado de falta de culpabilidad en que se halla el
procesado, antes de que se presenten y corroboren las pruebas que
demuestren la comisión de un delito, y el juez lo haya condenado en su
sentencia. Se trata de una garantía procesal.
¿CÓMO?

La inocencia como una especie de literalidad.

Suele darse sobre todo en la niñez, de ahí que se la llame “edad de la


inocencia”. En la niñez se tiene exagerada confianza en los signos, se cree
que las hadas y los dragones existen y que los sueños son pedazos de esa
vida que los adultos llaman real y que los niños encuentran realizados en
todas partes.

En la medida en que la inocencia es cosa de niños, el adulto inocente suele


ser un individuo infantil o inmaduro pese a que la inocencia en la vida adulta
no se parece tanto a la del niño. La de éste es espontánea mientras que la
del adulto suele ser un modo recursivo e inconfesado –aunque deliberado–
de hallar refugio contra el mal. El inocente es uno que se ha auto
convencido de que el mal no existe (o sí, pero en la forma de un ogro o una
bruja o de una mala pécora), a fin de cuentas, para no tener que hacerle
frente. Vive convencido de que lo que le pasa, sea bueno o malo, se lo
merezca o no, es obra de alguna intención y le está dedicado; y así, mira
cada nuevo avatar en su propia vida como quien abre las cajas de los
regalos en Nochebuena: permanentemente a merced de la exaltación o del
fiasco.

Perdemos la inocencia (y bien está que sea así) cuando nos alejamos del
hogar familiar y de los halagos de nuestros padres, pero nos pasamos la
vida tratando de recuperar la beatitud que obtenemos con ella buscándola
en brazos del ser amado. Empresa vana, porque el amor es cosa
perecedera, de tal modo que los momentos de inocencia en la pasión
amorosa son muy pocos y demasiado efímeros. Así pues, el inocente es un
badulaque enamoradizo que se arrastra de decepción en decepción.
¿Por qué entonces incurrimos una y otra vez en actitudes inocentes si está
escrito que habrán de ser frustradas? ¿Por una inútil rebelión contra el paso
del tiempo? No. Tratamos de permanecer inocentes porque vamos en
busca de verdades literales: estamos convencidos de que hay un mundo
que es tal cual y que es el nuestro; y de este modo acabamos por ser
víctimas propiciatorias de todos los engaños, las ilusiones y las
maquinaciones tramadas por otros.
¿POR QUÉ?

Por qué en su sentido más amplio, el término inocente se utiliza para


referirse a aquello o aquel que no daña ni ofende en forma alguna y que no
presenta ningún tipo de malicia en su accionar. Fui víctima de una broma
inocente por parte de mis compañeros de estudios, entonces, ni siquiera
pude enojarme.

Por otra parte, el término inocente se emplea con frecuencia para referirse a
alguien que despliega un comportamiento ingenuo o un pensamiento de
este tipo. Juan es tan pero tan inocente que cree que puede cambiar él solo
la fuerte corrupción enquistada en la empresa desde hace años.

Asimismo, cuando una persona es sumamente fácil de engañar porque es


demasiado confiada de todos, se suele hablar de ella en términos de
inocente. María es tan inocente que le hicimos creer que Juan, el más
atractivo de la clase, se encuentra profundamente enamorado de ella y lo
creyó.

En tanto, a instancias del derecho, cuando se dice que alguien es inocente


se refiere que se encuentra libre de culpa y cargo respecto de aquello por lo
cual se lo había acusado o encarcelado. Generalmente describe la carencia
de culpabilidad de alguien en relación a un crimen.

También, la palabra inocente se emplea para referirse a aquel niño de muy


corta edad y por tanto carente de la suficiente razón, o en su defecto a
aquella persona adulta pero que presenta una discapacidad de tipo mental
que le impide actuar y pensar normalmente, restringiéndose a lo más básico
y elemental.
Aunque muchas veces al término inocente equivocadamente se lo conecta
con la situación de no saber, la realidad nos demuestra que esto no debería
ser así, ya que debe ser concebido como un término positivo y no negativo
como suele suceder, porque la carencia de conocimiento supone la carencia
de maldad.

La imagen, el símbolo de la inocencia y por tanto de alguien inocente se


encuentra representada por la figura de una joven coronada con flores y que
aparece lavándose las manos en una jofaina colocada sobre un pedestal y
presentándose en su proximidad un cordero blanco.
¿PARA QUÉ?

Para aprender a vivir… Pero si fuéramos capaces de conectarnos con el


niño que fuimos, si fuéramos capaces de volver a sentir «primeras veces» y
a ver lo maravilloso en lo pequeño o insignificante, quizás podríamos
respetar la pureza de esas almas que creemos en construcción, pero que
son las que realmente pueden darnos lecciones de grandeza.

Detengamos un momento el tiempo, bajémonos del mundo y como el


concurso del «carro blindado», construyamos con ellos de cada día un
juego. Porque lo que no te he dicho es que si miras de cerca a un niño, te
pones bizco y se ríe tienes que pegarte mucho a su pecho. Si escuchas el
colibrí aleteando que vive dentro, quizás te contagies y puedas ser inocente
de nuevo.

Si fuéramos capaces de preservar esa candidez el mayor tiempo posible, si


nos parásemos a pensar si realmente vale la pena apurar los tiempos y
tener «niños mayores» con 3 años, o princesas con 5…Si fuéramos
conscientes de que la inocencia no se recupera si la pierdes y que no hace
falta jugar con pistolas o espadas…que las guerras ya llegan solas cuando
menos te lo esperas.

Si fuéramos conscientes de que una vida que crece es todo lo que hay de
divino en el mundo, a lo mejor nos lo pensaríamos dos veces antes de
volver a decir » así se van curtiendo».

Antes de volver a faltarles al respeto.


¿CON QUÉ?

Con el que el efectivo policial se dé cuenta al observar la inocencia es


contemplar a un niño maravillarse cuando a un caracol le «salen los cuernos
al sol». Ver ese brillo en sus ojos y saber agradecerlo. Es escuchar su risa
nerviosa la primera vez que nota el lametazo de un perro en la cara. Es
emocionarse contemplando su paz mientras duerme. Poder observar la
inocencia y ser conscientes de que ese pequeño ser humano está
experimentando un millón de sensaciones que jamás había sentido antes
debería ser para nosotros todos los regalos de Navidad en un segundo.

Porque a veces se nos pasa de largo, a veces no reparamos en que esa


duda al bajar un escalón es la primera vez que experimenta el miedo, o no
somos conscientes de que aquella pelea con su primo favorito fue su
primera gran decepción. Qué ciegos al meterle prisa porque llegamos tarde
o al obligarle a que se reconcilie con su primo para seguir jugando. No. Es
su primer miedo. Es su primera decepción.

Es el mundo el que debería pararse a observar y acompañar ese momento.


Es el mundo el que debería detenerse a respetar ese instante único.

La inocencia es la ignorancia del mal, la mirada limpia que contempla desde


el asombro, la curiosidad y la luz. Qué pena ser testigos de tal
acontecimiento y vivir pensando en todo lo que no es realmente importante
mientras está sucediendo justo a nuestro lado…y nos lo estamos perdiendo.
Y lo que es peor, muchas veces, lo estamos contaminando.

¿Qué pasaría si nunca perdiéramos la inocencia? ¿Qué pasaría si fuéramos


capaces de vivir experimentando cada día como un regalo? ¿Cómo sería
vivir sin que las ganas de explorar y aprender se marchitasen?
¿DÓNDE?

Donde siempre, donde nace la inocencia.

Suele darse sobre todo en la niñez, de ahí que se la llame “edad de la


inocencia”. En la niñez se tiene exagerada confianza en los signos, se cree
que las hadas y los dragones existen y que los sueños son pedazos de esa
vida que los adultos llaman real y que los niños encuentran realizados en
todas partes.

En la medida en que la inocencia es cosa de niños, el adulto inocente suele


ser un individuo infantil o inmaduro pese a que la inocencia en la vida adulta
no se parece tanto a la del niño. La de éste es espontánea mientras que la
del adulto suele ser un modo recursivo e inconfesado –aunque deliberado–
de hallar refugio contra el mal. El inocente es uno que se ha autoconvencido
de que el mal no existe (o sí, pero en la forma de un ogro o una bruja o de
una mala pécora), a fin de cuentas, para no tener que hacerle frente. Vive
convencido de que lo que le pasa, sea bueno o malo, se lo merezca o no,
es obra de alguna intención y le está dedicado; y así, mira cada nuevo
avatar en su propia vida como quien abre las cajas de los regalos en
Nochebuena: permanentemente a merced de la exaltación o del fiasco.

Perdemos la inocencia (y bien está que sea así) cuando nos alejamos del
hogar familiar y de los halagos de nuestros padres, pero nos pasamos la
vida tratando de recuperar la beatitud que obtenemos con ella buscándola
en brazos del ser amado. Empresa vana, porque el amor es cosa
perecedera, de tal modo que los momentos de inocencia en la pasión
amorosa son muy pocos y demasiado efímeros. Así pues, el inocente es un
badulaque enamoradizo que se arrastra de decepción en decepción.
¿Por qué entonces incurrimos una y otra vez en actitudes inocentes si está
escrito que habrán de ser frustradas? ¿Por una inútil rebelión contra el paso
del tiempo? No. Tratamos de permanecer inocentes porque vamos en
busca de verdades literales: estamos convencidos de que hay un mundo
que es tal cual y que es el nuestro; y de este modo acabamos por ser
víctimas propiciatorias de todos los engaños, las ilusiones y las
maquinaciones tramadas por otros.

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