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Economía
Medio Ambiente
Tecnología
26.11.2008
35 minutos de lectura
Resumen
El desarrollo científico y tecnológico es una de los factores más influyentes sobre la
sociedad contemporánea. La globalización mundial, polarizadora de la riqueza y el poder,
sería impensable sin el avance de las fuerzas productivas que la ciencia y la tecnología han
hecho posibles.
En los momentos actuales abordar la relación naturaleza – sociedad, como procesos que
interaccionan, tiene una importancia significativa, se trata de explicar el comportamiento de la
humanidad ante los retos de la Revolución Científica Técnica, que si bien ha constituido un
gran salto en la acumulación de saberes humanos, también ha propiciado la acelerada
destrucción y apropiación irracional del medio ambiente.
A las puertas del siglo XXI el nivel de desarrollo nunca antes alcanzado por la ciencia y la
tecnología está marcando transformaciones tan significativas en la sociedad actual como lo
hicieron en su momento las dos revoluciones industriales, de ahí la denominación de tercera
revolución industrial al cambio cualitativo y la interrelación ciencia-técnica-tecnología-
producción y el papel protagónico de la ciencia y su conversión en fuerza productiva directa,
proceso que identificamos como Revolución Científica Técnica.
El resultado histórico que ha devenido del desarrollo conocido hasta el presente no ha
conducido sino, a un marcado deterioro del medio ambiente, a consecuencias de una insensata
y despiadada intervención humana sobre los sistemas ambientales de nuestro entorno
planetario. Se hace necesario entonces realizar un análisis de la relación ciencia-tecnología-
sociedad y como esta ha repercutido en el actual desarrollo de la humanidad y el papel que le
corresponde asumir en el marco del nuevo paradigma del desarrollo sustentable, teniendo en
cuenta la compleja relación entre los avances en la ciencia y las tecnologías científicas en los
albores del tercer milenio y el desarrollo sostenible, como la vía mas sensata para salvar la vida
en el planeta.
Introducción
La ciencia y la tecnología han aportado incuestionables resultados a la Humanidad, sin
embargo a más de veinte siglos de civilización del planeta, el ser humano afronta la
inexcusable necesidad de rectificar estilos y formas de desarrollo económico, que de continuar
su desenfrenado ritmo, amenazan agotar para siempre recursos inapreciables del patrimonio
universal, y lo que es peor, comprometer la existencia misma de las futuras generaciones de
seres humanos (Clark, 1998).
Sobre el particular, Castro, F(1992), señaló que “los portentosos avances de la ciencia y la
tecnología se multiplican diariamente, pero sus beneficios no llegan a la mayoría de la
Humanidad, y siguen estando en lo fundamental al servicio de un consumismo irracional que
derrocha los recursos limitados y amenaza gravemente la vida en el planeta”.
El desarrollo científico y tecnológico es una de los factores más influyentes sobre la sociedad
contemporánea. La globalización mundial, polarizadora de la riqueza y el poder, sería
impensable sin el avance de las fuerzas productivas que la ciencia y la tecnología han hecho
posibles. Así también es inobjetable, que en los momentos actuales abordar la relación
naturaleza – sociedad, como procesos que interaccionan, tiene una importancia significativa, se
trata de explicar el comportamiento de la humanidad ante los retos de la Revolución Científica
Técnica, que si bien ha constituido un gran salto en la acumulación de saberes humanos,
también ha propiciado la acelerada destrucción y apropiación irracional del medio ambiente,
con la consecuente derivación hacia problemas tales como: aumento poblacional, salud,
vivienda, educación, alimentos e incluso conflictos armados.
La situación global de la protección del medio ambiente se caracteriza por el carácter global y
la urgencia que ha adquirido el debate ecológico en la contemporaneidad, manifestándose éste
por todo un amplio espectro de rasgos que gravitan negativamente en todos los confines de la
sociedad y la economía planetarias, en tanto que ha surgido un nuevo debate ético: el
motivado por los cambios ambientales que a escalas global y local afectan a toda la
Humanidad.
Pueden citarse diversos hechos harto elocuentes de tan relevante estado de cosas, como son
entre otros: la internacionalización que ha adquirido el fenómeno ambiental, el grado de
concienciación alcanzado sobre los problemas ecológicos globales, el surgimiento de un fuerte
movimiento de organizaciones no gubernamentales (ONGs) de corte ambientalista, así como
los compromisos formales de muchos estados y gobiernos en hacer reversible el deterioro del
entorno al más corto plazo de tiempo posible.
Sin lugar a equívocos, ante tal desafío el planeta se divide entre dos grandes grupos de países,
de una parte una minoría industrializada, poderosa y rica, con un alto desarrollo de la ciencia y
la tecnología y una mayoría atrasada, pobre y desposeída, con un incipiente desarrollo
científico técnico, dotadas ambas con marcadas diferencias en el nivel de vida, pero
semejantes al compartir una baja calidad de vida. Recordemos que más del 90 % de la
capacidad científica y tecnológica mundial está en manos de un reducido grupo de países y
algunos centenares de grandes corporaciones transnacionales. Tal proceso de concentración
es parte del proceso de marginalización que la actual globalización reserva para numerosos
grupos humanos y países. La ciencia y la tecnología son parte de la dinámica de concentración
de riqueza y poder.
Son diversos los problemas ocasionados por el ser humano al medio ambiente, pues de hecho
se asiste a una profunda crisis ambiental, originada por la especie biológica más poderosa, que
ha crecido en población de forma desmedida en los últimos lustros (de 160 millones de
habitantes en 1950, a 500 millones en el 2000); ha realizado un uso irracional de los recursos y
condiciones naturales, al sobrepasar las capacidades de renovación de los mismos; ha
ejecutado una despiadada deforestación (dos millones de kilómetros cuadrados, a un ritmo
anual de cincuenta mil kilómetros cuadrados); ha erosionado y desertificado los suelos (un total
de dos millones de kilómetros cuadrados, equivalente al 10 % del suelo fértil); ha lacerado los
sistemas costeros por las incongruentes construcciones, la contaminación de las aguas y los
derrames de hidrocarburos; ha generado una dañina contaminación ambiental a consecuencias
de la proliferación y disposición inadecuada de productos químicos, tóxicos, radioactivos y
peligrosos en sentido general; así como ha deteriorado la calidad de vida urbana, producto del
creciente desabastecimiento y la contaminación de aguas, las dificultades con la disposición
final de los residuos sólidos, la polución de la atmósfera, los riesgos de accidentes industriales
y las lluvias ácidas entre otros males (PNUMA, 1997).
Si a todo ello se suma la degradación del ambiente social y económico en que se desenvuelve
la vida humana (miseria, hambre, desempleo, insalubridad, analfabetismo, violencia,
drogadicción, prostitución, deuda externa y otros flagelos, no cabe dudas de que nos
encontramos ante los perversos tributos que el actual orden político, económico, social y
ecológico, que el ser humano ha impuesto a todos los inquilinos de La Tierra.
Desarrollo
El actual desarrollo y el medio ambiente
Sin lugar a equívocos, las formaciones socioeconómicas prevalecientes durante la evolución
del desarrollo de la Humanidad, incluidos el capitalismo y el socialismo, no han logrado ofrecer
una solución al deterioro ecológico ancestral y a la creciente crisis ambiental de nuestros
tiempos. De una parte las posiciones afiliadas al capitalismo mantienen supeditadas las
acciones de beneficio ambiental a la maximización de las ganancias económicas y a los
resortes del mercado, con una extrema desigualdad e injusticia social, mientras que las
percepciones de corte socialista están dominadas por un marcado humanismo, pero con
limitaciones en cuanto a las concepciones ecológicas y al crecimiento económico.
El resultado histórico que ha devenido del desarrollo conocido hasta el presente no ha
conducido sino, a un marcado deterioro del medio ambiente, a consecuencias de una insensata
y despiadada intervención humana sobre los sistemas ambientales de nuestro entorno
planetario, poniendo en peligro la existencia de los sistemas sustentadores de vida en La
Tierra, que a su vez colocan en riesgo de desaparición a la propia especie humana.
El siglo XX, que ha sido un siglo intensamente industrial y tecnológico, proporciona una
perspectiva impresionante de lo conseguido en términos de evolución tecnológica. La magia
soñada en otras épocas se ha hecho realidad ante los ojos de los habitantes del siglo, ya sea
en términos de volar como las aves, comunicarse a distancia, producir y controlar la energía,
dominar la materia a través de sus interrelaciones químicas y producir así nuevos productos y
materiales, crear alimentos sin límite con bastante independencia del sol y de la lluvia, curar las
enfermedades y extender la vida de las personas, dominar las inclemencias del tiempo, y
acercarse al infinito en todas las direcciones. Hemos creado un mundo artificial del que
dependemos inevitablemente para vivir. Un mundo al que se ha llegado con el concurso de tres
habilidades o cualidades específicas del hombre, sin las cuales no sería tal: la habilidad ya
mencionada, de crear artefactos multiplicadores de sus capacidades físicas; la habilidad de
fijarse objetivos externos a él mismo y alcanzarlos; y la habilidad de multiplicarse, expandirse y
colonizar todos los espacios posibles, incluidos los más lejanos y adversos. Es decir, hemos
creado un mundo artificial pero profundamente humano, ya que ha surgido del hombre mismo
dando libertad a su naturaleza más profunda y a sus características más genuinas. El único
problema es que la tecnología, una vez fuera de la mente del hombre, es decir, una vez hecha
realidad física, y una vez puesta al servicio de los intereses de unos y de otros, adquiere
autonomía, se rebela y causa, o puede causar, estragos sin límite en la vida del hombre. Entre
otros, y para empezar, puede afectar a lo que hemos dado en llamar “humano”, un término y
concepto, siempre en los primeros lugares de la actividad de reflexión de los hombres, que
atrae de nuevo con fuerza en la actualidad, el interés de todos: pensadores, intelectuales y
políticos. Puede que, además de la naturalidad de la tecnología, es decir, de su generación
espontánea desde el interior del hombre, la sociedad tecnológica actual haya surgido de la
enorme utilidad que proporciona vía de crecimiento económico, acumulación de riqueza y
dominio y preeminencia de unos sobre otros.
A las puertas del siglo XXI el nivel de desarrollo nunca antes alcanzado por la ciencia y la
tecnología está marcando transformaciones tan significativas en la sociedad actual como lo
hicieron en su momento las dos revoluciones industriales, de ahí la denominación de tercera
revolución industrial al cambio cualitativo y la interrelación ciencia-técnica-tecnología-
producción y el papel protagónico de la ciencia y su conversión en fuerza productiva directa,
proceso que identificamos como Revolución Científica Técnica.
En el ámbito social se aprecia el elevado costo del desarrollo que gravita sobre el capital
humano, la insuficiente valoración del impacto social en el proceso de desarrollo, la incipiente
cultura ambiental en cuanto a gestión participativa, la insuficiente sensibilización humana sobre
los problemas del ambiente y la escasa utilización de las elevadas potencialidades humanas
para resarcir los efectos negativos sobre el ambiente.
Los componentes más sensibles que alertaron sobre el deterioro del medio ambiente, se
refieren a los efectos nefastos de los actuales estilos de desarrollo, sobre las aguas, el aire
atmosférico, los suelos, la diversidad biológica, los cambios climáticos y las condiciones
culturales, curativas, éticas y estéticas de la naturaleza.
En tal compleja situación se ha originado por lo tanto una nueva crisis, la ambiental, que se
añade a tantas otras propias de estos tiempos, como son entre otras la económica, la
financiera y las guerras y que con diferente connotación a éstas últimas, amenaza a más largo
plazo con el exterminio de la especie humana.
Si bien señala Clark (1998), que se experimenta un “abismo creciente entre el avance de la
ciencia y de la tecnología mismas y el ritmo y alcance del progreso social”, se aprecia además
la profundización de tales contradicciones con respecto al medio ambiente, donde habita el ser
humano y del cual depende para su propia existencia.
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Con independencia de unas u otras definiciones, los contenidos más sensatos que se han
brindado sobre desarrollo sustentable, apuntan hacia la consecución de un crecimiento con
eficiencia económica, garantizando el progreso y la equidad social por medio de la solución de
las necesidades básicas de la población y la salvaguardia de las culturas, sobre la base del
funcionamiento y la eficiencia ecológica de los sistemas biofísicos.
En todo caso, el nuevo paradigma de la sustentabilidad presupone alcanzar una armonía entre
todos los atributos que corresponden al desarrollo, a saber, sus aristas referentes a la
economía, la sociedad, la naturaleza, la cultura y la tecnología, donde la dimensión ambiental
formase parte integral del proceso de desarrollo.
Ante tan compleja encrucijada, las interrogantes divagan sobre las alternativas destinadas a
aceptar, rechazar o tomar como referente la teoría de la sustentabilidad. Lo último parece ser lo
más sensato, en tanto no existan las mínimas condiciones subjetivas para contar con la
elevada dosis de altruismo que requiere la implementación tácita del desarrollo sustentable.
Entre las exigencias que el nuevo paradigma del desarrollo sustentable le impone a la ciencia y
a la técnica actual, se impone reorientar las nuevas tecnologías, hacia la sustitución de
recursos naturales y a la prevención de la contaminación ambiental, desarrollando programas
pertinentes y coherentes que propicien la educación ambiental, contribuyan a mitigar las
desigualdades entre ricos y pobres y propicien la búsqueda de la calidad de vida en lugar del
nivel de vida de la población.
Si para alcanzar los niveles de desarrollo que hoy ostenta la Humanidad, ha sido necesario
transitar por procesos históricos matizados por las revoluciones industriales y científico –
técnica, no resulta descabellado afirmar, que para acceder al desarrollo sustentable, habrá que
transitar por una revolución ambiental; que a diferencia de sus precedentes, obedecerá a la
evolución ambiental del pensamiento humano, debido a lo cual sólo sería alcanzable a un
imprevisible lapso de tiempo, en tanto que desaparezcan las condiciones que han propiciado el
actual anti-desarrollo, que prevalecerá aún por mucho tiempo en el planeta.
Inexorablemente, saltar de la actual pre-historia del desarrollo humano a una era ambiental,
donde se instaure el desarrollo sustentable, implica rebasar un complejo, difícil y dilatado
proceso de revolución en la conciencia humana, que destierre todo signo de egoísmo y se
apodere de una elevada dosis de altruismo, para encarar exitosamente el derrotero que
conduce a prolongar la estancia del Homo sapiens sobre La Tierra.
Los pesimistas, por otra parte, son partidarios de actuar sobre el mundo actual, simplificando
los estilos de vida, descentralizando las actividades productivas, volviendo a los cultivos
naturales sin fertilizantes ni otros productos químicos, patrocinando el uso de energías
alternativas y difundiendo en el mundo la idea de un desarrollo sostenible que proteja nuestro
medio ambiente y la biodiversidad de la naturaleza. Sin dejar por ello, lógicamente, de
alimentar a la población mundial y conseguir un nivel de vida aceptable para todos. Este grupo
es, por supuesto, enemigo de la energía nuclear, del petróleo y de otras energías peligrosas y
contaminantes, y se opone, como cabría esperar, a los productos transgénicos y a la
manipulación de los genes en general.
Hoy, sin embargo, existe la conciencia generalizada de no poder ir mucho más lejos sin control
del desarrollo tecnológico y sin fuerte atención a la protección del medio ambiente. Las nuevas
tecnologías, por otra parte, especialmente las relacionadas con la vida y la genética, se
manifiestan más amenazantes que nunca, aunque también en esto hay confrontación y
diversidad de opiniones.
El reforzamiento de la capacidad científica ha sido establecido como una de las piezas claves
del desarrollo sostenible. La Agenda 21 enfatiza la necesidad de “reforzar las bases científicas
para llevar a cabo una gestión sostenible.”
“Habida cuenta de la creciente importancia que tienen las ciencias en relación con las
cuestiones del medio ambiente y el desarrollo, es necesario aumentar y fortalecer la capacidad
científica de todos los países, especialmente de los países en desarrollo, a fin de que participen
plenamente en la iniciación de las actividades de investigación y desarrollo científicos en pro
del desarrollo sostenible. Hay muchas maneras de aumentar la capacidad científica y
tecnológica. Algunas de las más importantes son las siguientes: enseñanza y capacitación en
materia de ciencia y tecnología, prestación de asistencia a los países en desarrollo para
mejorar las infraestructuras de investigación y desarrollo que permitirían a los científicos
trabajar en forma más productiva; concesión de incentivos para alentar las actividades de
investigación y desarrollo y mayor utilización de los resultados de estas actividades en los
sectores productivos de la economía.
Es necesario hacer especial hincapié en que los países en desarrollo fortalezcan su propia
capacidad para estudiar su base de recursos y sus sistemas ecológicos respectivos y para
ordenarlos mejor con objeto de hacer frente a los problemas en los planos nacional, regional y
mundial”.
A lo que se añade en párrafos sucesivos que la “…investigación necesita llegar a ser más pro-
activa y centrarse en la prevención e identificación temprana de los problemas emergentes así
como en las oportunidades, más que en su actual enfoque en el que los problemas se afrontan
una vez que se han agudizado.”
Al tenor de esta exposición se plantea la pregunta, qué tipos de problemas son los más críticos
para el desarrollo sostenible y cómo la ciencia se puede movilizar mejor para darles respuesta.
Los retos que afronta la ciencia en la búsqueda de la sostenibilidad no son solamente de tipo
técnico; así, los aspectos empíricos y de metodología científica son retos fundamentales en el
logro de un mejor entendimiento de nuestro medio natural y de los sistemas complejos del
planeta. Finalmente, existen también aspectos de tipo moral y de procedimiento en la definición
del rol del conocimiento científico y de las innovaciones que afectan a la gobernabilidad de los
riesgos ambientales y tecnológicos, en relación a una gestión sostenible de los ecosistemas y a
una comunicación efectiva de la información científica, en el logro de esos fines.
Los problemas complejos como la salud, el medio ambiente, entre otros, han demostrado los
límites de la capacidad de la ciencia de predecir y controlar. Un testimonio son los problemas
globales como el cambio climático. Se observa que antiguas enfermedades que se
consideraban extinguidas reaparecen y se multiplica el número de nuevas enfermedades; se
producen accidentes nucleares; el caso de las vacas locas demuestra la vulnerabilidad de los
controles tecnocientíficos y los desastres ecológicos ocurren a diario. Todos estos ejemplos
son también el resultado de los procesos de industrialización que la tecnología ha hecho
posibles. La Revolución Verde es un claro ejemplo de destrucción ambiental asociada al
avance tecnológico.
Las actividades industriales y agrícolas provocan cambios en los ciclos biológicos, químicos y
geológicos que perturban los sistemas naturales. Asistimos a la desaparición de especies,
contaminación del aire y del agua, el agujero en la capa de ozono, sequías y exceso de lluvia,
inundaciones, huracanes, tsunami, entre otros.
Se observan un montón de paradojas: los plaguicidas crean plagas, los antibióticos hacen
surgir nuevos agentes patógenos, los hospitales son focos de infección, el desarrollo agrícola
aumenta la brecha entre ricos y pobres. Se abre paso la convicción de una nueva conciencia
de la ciencia, sistémica y humanista, que asimila la incertidumbre y los compromisos con los
valores. La comprensión de la complejidad se abre paso.
Los problemas ambientales, entre otros, plantean a la ciencia y la sociedad problemas nuevos.
El ideal de la ciencia libre de valores; la ingenua idea de que a partir de los hechos científicos
es posible extraer conclusiones inapelables y de ellas deducir acciones y políticas
incontestables, está en buena medida descartada. Ahora se admite que la ciencia y las
políticas que en ella se asientan, se vinculan estrechamente con los valores que guían las
decisiones; en muchos casos carecemos de respuestas únicas y completas y en consecuencia,
es preciso aprender a lidiar con la complejidad, la incertidumbre, el riesgo. En materia
ambiental con frecuencia no es posible explicar y predecir sobre la base de teorías probadas;
frecuentemente sólo es posible tener modelos matemáticos, simulaciones por computadora,
soluciones aproximadas. A este tipo de práctica científica, envuelta en valores en conflicto,
incertidumbre y riesgos, algunos autores prefieren denominarla “ciencia post-normal”, en
alusión a una época en que la norma para la práctica científica podía ser la solución rutinaria
de problemas sin considerar cuestiones éticas, políticas o metodológicas complejas (Funtowicz
y Ravetz, 1997).
Una lección a aprender es que la relación entre los avances en la ciencia y las tecnologías
científicas, por un lado, y el desarrollo sostenible por otro, es compleja, ambigua y presenta
múltiples facetas. Simplemente, el reconocimiento de los límites ecológicos en términos de
producción y consumo económicamente sostenibles conllevan que “más output” no es lo
mismo que “buen output”, así, no necesariamente más conocimiento científico expresado en
innovaciones científicas tendrá como resultado una sociedad más sostenible.
Ante todo esto se deben plantear importantes cambios en la relación existente entre los
problemas afrontados por la ciencia y las soluciones científicas que sean necesarias. Algunos
de estos cambios son:
Una de las implicaciones que se deducen es que dentro de las prioridades de la ciencia se
debe analizar si la ciencia puede contribuir efectivamente al desarrollo sostenible. Este es un
mensaje que se tiene que comunicar a sí misma la comunidad científica; la práctica científica
no esta básicamente libre de valores, pero tiene que encontrar sus justificaciones en referencia
a las preocupaciones sociales prevalecientes. El objeto del ámbito científico, en este nuevo
contexto, podría bien ser el de impulsar el proceso de resolución social del problema,
incluyendo la participación y el aprendizaje mutuo entre los agentes involucrados, en vez de la
búsqueda de soluciones definitivas o implementaciones tecnológicas.
En este sentido, las orientaciones normativas de desarrollo sostenible deben guiar el trabajo
científico hacia innovaciones tecnológicas que respeten los valores fundamentales de
sostenibilidad, tales como la resistencia de los ecosistemas locales, la mitigación de los
impactos provocados por el cambio climático, la eficiencia energética, la seguridad alimenticia
impulsando, al mismo tiempo, la capacidad de las poblaciones locales de influir en los procesos
de resolución de problemas. Una parte importante de las ideas aquí sugeridas, es el diseño e
implementación de procesos de acuerdos sociales para asegurar la calidad del conocimiento
científico y de las implementaciones tecnológicas. Esto nos dirige al resurgir de nuevas
instituciones sociales que desarrollen la función de asegurar la calidad. En este estilo de
ciencia, el conocimiento de un lugar específico y los recursos de las comunidades locales
necesitarán ser integradas de forma complementaria al conocimiento universal de la práctica
científica tradicional.
La creencia de los fundadores de la ciencia moderna fue que la ignorancia sería conquistada
por el poder de la razón. La incertidumbre era resultado de las pasiones humanas. La tarea de
la ciencia era la creación de un Método que asegurara la separación entre la razón y la pasión.
Su objetivo era el descubrir los puros hechos duros, no contaminados por sistemas de valores
blandos.
Más por lo general, se difunde el sentimiento de que el sistema científico (incluida la tecnología
basada en la ciencia) es responsable de muchos de los problemas que percibimos en el
ambiente natural y en nuestra salud. La sociedad percibe también la conexión entre ese
sistema científico y una ciencia económica que privilegia el crecimiento económico como la
única forma de desarrollo, olvidándose de las cuestiones de equidad y justicia, y que adopta un
despreocupado optimismo tecnológico. Así pues, el Bien que deriva de la ciencia, también está
en entredicho.
Claramente esa tarea no puede ser solamente el avance del conocimiento impulsado por una
mezcla de curiosidad científica de los científicos y de ganancia económica o política de los
patrocinadores de la investigación. Esa nueva ciencia se dirigirá, más bien, a resolver
problemas de salud en la escala individual humana, de las comunidades, y del ambiente
natural. Para lograr esto, su método será necesariamente como antaño, una cierta
simplificación de la complejidad, pero eso debe hacerse ahora en el contexto de una
incertidumbre irreducible e incluso aceptando la ignorancia. Los supuestos básicos de la
ciencia moderna deben modificarse para poder desarrollar una ciencia nueva, dirigida a los
problemas. Para hacer frente a esas nuevas cuestiones, la ciencia dividida en disciplinas tiene
que convertirse en ciencia transdisciplinaria, y la razón debe reconciliarse con la pasión.
El sistema científico moderno y su modelo de toma de decisiones no puede por sí mismo dar
respuestas completas a los problemas de salud individuales, sociales o ambientales. La salud
sólo puede entenderse y abarcarse como un concepto sistémico que incluye una pluralidad de
perspectivas legítimas.
La complejidad de los objetos y la metodología que sintoniza con ella, obliga también a
considerar el concepto de calidad de la investigación y los métodos para estimarla. El método
habitual de estimación de la calidad es la “evaluación por pares, es decir, el juicio de los
expertos sobre las contribuciones de sus semejantes. Sin embargo, en los sistemas
socioecológicos, el conocimiento del contexto específico que se investiga, la experiencia
práctica de los actores, la memoria de una colectividad pueden ser fundamentales para los
nuevos desafíos al conocimiento. Y ese saber puede no pertenecer a los expertos.
Esto puede ejemplificarse con el caso de un debate sobre el manejo integrado de una zona
costera que ha soportado en alto grado la degradación que el turismo hotelero y los cruceros
puede generar. Mi observación participante en diálogos de esta naturaleza donde grupos
organizados de la sociedad civil (ecologistas, pescadores, buzos), empresarios y
representantes del poder público presentan sus argumentos y buscan respuestas a preguntas
sobre las causas y consecuencias de los deterioros ambientales, me sugiere la conveniencia
de acompañar la legitimidad de las diferentes perspectivas e intereses (“la zona costera es de
todos”) con una capacidad comunicativa que la racionalidad fundada en la educación puede
respaldar.
Los problemas que enfrentamos son también responsabilidad de la propia ciencia, con sus
enfoques mecanicistas, su determinismo estrecho, la reducción del todo a las partes, la
formación hiperespecializada, la incapacidad de apreciar lo particular a nombre de las leyes
generales, el exceso de empirismo, sus métodos, sus prioridades. Y también cierta dosis de
prepotencia que conduce a sobre valorar el conocimiento experto en detrimento de los saberes
y juicios de los legos, a veces también poseedores de información útil para la toma de
decisiones en asuntos de interés social (en campos como la agricultura, la salud, el medio
ambiente, existen numerosos ejemplos al respecto).
El carácter social de la ciencia debe ser orientado hacia la sostenibilidad social y ambiental,
como prioridad. La práctica científica y tecnológica debe ayudarnos a lidiar con el riesgo y la
incertidumbre, reconociendo que la capacidad de predicción y control de la ciencia, es
necesario lidiar convenientemente con la complejidad inherente a la naturaleza y la sociedad.
Para ello parece muy importante romper con la dicotomía ciencia/valor, promover la integración
transdisciplinaria, así como el encuentro fecundo ente las ciencias naturales y sociales, entre la
ciencia y la tecnología, entre las tecnologías físicas y las tecnologías sociales.
Una ciencia orientada a la sostenibilidad debe extenderse a todo el cuerpo social, promoviendo
la cultura científica y tecnológica de la población. Será esencial lograr una efectiva participación
pública en ciencia y tecnología, de modo que la población pueda efectivamente influir en el
curso de la ciencia.
Conclusiones
Ante la encrucijada que se enfrenta la Humanidad, de reconocer o desconocer el peligro
ambiental que se cierne sobre la propia especie humana, no cabe dudas en calificar como
desacertado, toda manifestación de desarrollo que hasta el presente haya tenido cabida en La
Tierra, al negar como factor común dentro del desarrollo, la inclusión de la complejidad y
diversidad ambiental, en sus componentes naturales, sociales, económicos, culturales y
tecnológicos.
La gravedad de los problemas ambientales inserta a los científicos en una dinámica social que
necesita replantear su perspectiva de desarrollo, urge la demanda de reelaborar el papel de la
ciencia ante la situación de deterioro, en la necesidad de reivindicar la tradición ecológica y los
aportes que puede ofrecer al análisis critico de la protección de ese medio en notable
depauperación.
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Escrito por:
C Celestino González León
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