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C A S A D E C I TA S

LOS POEMAS DE
HANNAH ARENDT
La poesía de Hannah Arendt
busca mediar entre la conciencia
del dolor y su foco, no para
hacérnoslo olvidar, sino para
que la convivencia con él resulte
soportable y estabilizada.

Introducc ión y selecc ión :

A L B E RTO C I R I A

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“En los sueños a veces caemos desde las alturas, nos asestan una
puñalada o nos propinan una paliza, pero nunca sentimos dolor”.

F. M. Dostoievski, El sueño de un hombre ridículo.

l
a editorial Herder ha publicado los poemas completos
de Hannah Arendt (1906-1975), cuya edición alemana
fue asimismo reciente. Son un conjunto de setenta y dos
poemas más una serie de versiones alternativas que la
pensadora alemana escribió entre 1923 y 1961, casi todos
ellos como anotaciones de diario o en epistolarios y dedi-
catorias. Muchos de ellos ni siquiera fueron transcritos a máquina por
la autora sino que quedaron como manuscritos. Esto explica que hasta
ahora sólo se hubieran publicado parcialmente, por ejemplo los poemas
comprendidos en los Diarios de pensamientos o en su correspondencia
epistolar con Martin Heidegger, Walter Benjamin, Heinrich Blücher,
Hermann Broch y Kurt Blumenfeld.
El número de poemas revela que, al menos en comparación con su
producción y magisterio teóricos, la dedicación de Hannah Arendt a
la poesía fue más bien secundaria. La datación de los poemas revela en
primer lugar que la producción poética aunque no fue abundante sí fue
proseguida, y en segundo lugar los años de silencio poético (de 1926 a
1942 y a partir de 1961) revelan que, si la angustia y la pesadumbre (en
tiempos de huida o de duelo) llaman a la poesía, el poema solo germina
una vez que aquellas se han apaciguado y calmado, tanto si la poesía se
limita a esperar como si quizá necesita precisamente su tiempo para
contribuir al serenamiento y obrar sanaciones por sí misma. Poemas
que basculan de un admirable refinamiento conceptual a una ocasional
ambigüedad desconcertante, y en los que la mejor voluntad de forma no
siempre resiste la pujanza de la maestría léxica, revelan a una pensadora
de oficio escribiendo textos personales. Finalmente, las fuentes de los
poemas revelan destinatarios personales y que su finalidad no era, al
menos inicialmente, la publicación, aunque ésta tampoco los violenta,
como podría suceder con otro tipo de poemas íntimos.

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Muchas veces estos poemas nos hablan de pérdidas: de una “edad
dorada” a causa del mero paso del tiempo o el proceso de crecimiento,
de la patria a causa del exilio o de seres queridos a causa de su falleci-
miento. Sobre la pérdida de esa “edad dorada” que es la infancia versan
los poemas juveniles (1923-1926). Sobre el exilio versan los poemas de
la primera madurez (1942-1951). Y sobre la muerte de seres queridos
versan varios poemas de la segunda madurez (1951-1962).
Pero si la pérdida causa sufrimiento es porque, a pesar de la ruptura,
el amor persiste. Uno se podría insensibilizar ante el dolor mitigando
el amor. Pero es más irrenunciable el amor que insoportable es el
sufrimiento. “Si sufrimos es porque amamos”, dice uno de los versos.
Aunque a menudo estos poemas expresan el anhelo de un aplaca-
miento del dolor a través del desvanecimiento de la conciencia, por
ejemplo con el sueño (se llega a divinizar la noche en un poema), o
por medio de una evasión mental, como la que brinda el baile (la edi-
ción alemana de los poemas completos escogió como título un verso
sobre el baile), sin embargo esta apetencia de inconsciencia no ansía
reposo definitivo, sino más bien lapsos, paréntesis, pausas. Conoce-
mos a Rilke y a Novalis como grandes asimiladores de la noche a la
muerte (quizá porque no las concibieron como reposo). Pero Hannah
Arendt, poetizando también ambas, define bien la diferencia entre la
noche provisional que cíclicamente viene a nosotros a aliviarnos y la
noche única y definitiva que se nos lleva. En el conjunto de los poemas
prevalece, sobre el dolor que nos causa la fugacidad, la serenidad que
nos aporta el avenimiento. Así es como el tono general es contenido.
Poemas esporádicos pero a su despacioso ritmo incesantes, breves
pero indelebles, a veces inasibles pero nunca esquivos, y privados pero
no recelosos. ¿Qué poética hay detrás de aquellos poemas que no nece-
sitan el virtuosismo para ser grandes, que no necesitan de la frecuencia
para alcanzar la constancia, que no necesitan dilatarse para aspirar a
ser permanentes, que no siempre necesitan perfilar sentidos unívo-
cos para resultar significativos y que no necesitan de la publicidad
para hacerse universales? ¿Qué poética es ésa que encuentra terreno
propicio en los diarios íntimos y las correspondencias personales?

178 Alberto Ciria


Metáforas de una poética
Durante los meses que duró el proceso de traducción y edición de los
poemas de Hannah Arendt un día tuve que ir al ministerio de aduanas
a tramitar una importación. Con el objetivo de amenizar las esperas
había instalada en un rincón una vitrina donde se exponían productos
exóticos requisados. En su mayoría eran objetos manufacturados con
pieles de serpientes, reptiles y quelonios, cuya importación al parecer
está restringida. A juzgar por su diseño, aquellos objetos podían llevar
en esa vitrina y en ese rincón desde los años setenta. Zapatos, bolsos,
cosas así. En un frasco se conservaba en cloroformo el cadáver de una
cobra, en una impostada postura erecta, como presta a atacar.
En aquellos mismos días visité una exposición sobre pintura y
escultura del Siglo de Oro español. Ahí estaba el cuadro de Zurba-
rán sobre la numinosa aparición de San Francisco de Asís llevando
el estigma de la lanzada. El estigma testimonia una comunión con
otro reabriendo en sí mismo una llaga ajena que, al ser compartida,
se vuelve indolora cuando el gozo de comulgar anula el dolor de la
vulneración. La estigmatización es una analgesia. Sobre esto volve-
remos más adelante.
En la sala de tallas de madera policromada, junto a una de las
famosas esculturas del Cristo yaciente de Gregorio Fernández, había,
sobre sendos pedestales, dos bustos, o mejor sería decir dos cabezas de
la Madre de Dios: la Virgen de la Soledad de José de Mora y la Mater
Dolorosa de Pedro Roldán. Las cabezas de las vírgenes estaban sobre
sus pedestales a la altura del visitante y orientadas de tal modo que
semejaban estar contemplando y llorando, cada una desde su ángulo,
el cadáver del hijo, el cual ocupaba el centro de la sala creando una
realísima atmósfera de velatorio. El Cristo yaciente estaba circundado
por unas cadenas sostenidas por unos bolardos, de hecho para prote-
ger la valiosísima escultura manteniendo a los visitantes a distancia,
pero también sugiriendo que los muertos, aunque materialmente los
tenemos ahí delante y al alcance de la mano, personalmente nos han
sido arrebatados y se los han llevado a una dimensión a la que nosotros
no tenemos acceso. Los velatorios nos enseñan que el cadáver en su

Los poemas de Hannah Arendt 179


patencia misma es la más incontestable evidencia de que el muerto
nos excluye. Los muertos son convexos. Por su parte, las cabezas de las
vírgenes estaban metidas dentro de unas urnas prismáticas de cristal.
Aunque la función de esas urnas era protectora, tomándolas como
parte de la instalación semejaban unos envases herméticos en cuyo
vacío interior la aflicción se hubiera perpetuado en un gesto conge-
lado en el momento de máximo llanto. Hasta las lágrimas se habían
mineralizado en las mejillas de las vírgenes.
Había una analogía entre el frasco que encerraba sumida en clo-
roformo la amenazadora cobra de mortal mordedura y las urnas que
conservaban en su vacío cabezas gimientes y transidas de aflicción.
Esos objetos podían tomarse, a modo de instalaciones, como metá-
foras plásticas de una determinada concepción poética.
Según esa concepción, la poesía es el vacío en el que se enfrascan
lo atroz y el dolor para hacerlos inocuos, de lo cual resulta a la vez su
perpetuación. El poema es el frasco o la urna de cristal que, al tiempo
que extrae del paso del tiempo lo que nos hiere y destroza intemporali-
zándolo en su momento de máxima destructividad, al exhibírnoslo en
una campana de evidencia no empañada y con la plena transparencia
del vacío nos preserva y nos salva de ser afectados por ello.
Esta es también la función que cumple el sueño según la cita de
Dostoievski que sirve de encabezamiento. Numerosos poemas de
Hannah Arendt evocan ensoñaciones y a menudo tienen un tono
impresionista y nostálgico. A diferencia de lo que sucede por lo gene-
ral, estas ensoñaciones no llevan a una evasión, sino a un encaramiento,
a un afrontamiento de lo más atroz, como un golpe cruel que nos
alcanza desprevenidos, o de lo que más nos consume, como el silen-
cioso pero implacable paso del tiempo. Como de ordinario eso nos
destruiría, para permitir que lo encaremos la poesía, antes de exponer-
nos a ello, lo vuelve inocuo, bautizándolo en un aura de irrealidad y
ficción que, despojándolo de su realidad, lo hace máximamente visible
en su evidencia e inteligible en su verdad. La cobra perpetuada dentro
del frasco es inocua y las lágrimas fosilizadas como gotas de resina
ya no resbalan ni llaman a nuevas lágrimas, siendo entonces cuando

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más expuestas quedan a la contemplación y al análisis. “Los sueños,
como es bien sabido, son algo extraordinariamente extraño: unos se
perciben con una claridad pavorosa y sus detalles son tan precisos
que parecen cincelados por mano de orfebre; en otros, sin embargo,
uno ni siquiera se da cuenta de los saltos que da en el tiempo y en
el espacio”, dice Dostoievski completando su comentario sobre la
naturaleza de los sueños.
Lo humillante del sufrimiento, tanto del físico como del psico-
lógico y espiritual, es su invencible inmediatez, la imposibilidad de
distanciar la conciencia de sí mismo de la sensación dolorosa convir-
tiéndola en percepción. El colmo del sufrimiento es la absorción de
la conciencia en el foco del dolor.
Cumpliendo una función analgésica y terapéutica, la poesía trans-
forma una realidad insoportable en una ensoñación indolora y un pre-
sente del que no nos podemos desapegar en una permanencia aislada de
nosotros. No lo hace en busca de una evasión, porque la poesía nunca es
una huida, sino en aras de un encaramiento, que nos permite afrontar y
escudriñar. Si la narrativa de José Saramago busca sumar al sufrimiento
la conciencia de sufrimiento para desestabilizar la situación haciéndola
todavía más intolerable, la poesía de Hannah Arendt busca mediar entre
la conciencia del dolor y su foco, no para hacérnoslo olvidar, sino para
que la convivencia con él resulte soportable y estabilizada.
Si para Rilke la poesía es el arte de “hacer fecundos los dolores”,
en Hannah Arendt es el instrumento para hacerlos inocuos.
A resultas del acto poético, los dolores no se transmutan en su
inverso ni se olvidan. Tampoco se recuerdan ubicados en un pasado
superado. Sino que se portan constantemente consigo en una perma-
nencia calmada. En eso se parece el ejercicio poético a la disciplina
del diario, que es la consignación de eventos tristes por fugaces y de
cuya inconsistencia ellos mismos se resienten mudamente como de
una doble injusticia. Eventos que ahora conservamos en esa distancia
desde la que quedan fuera del campo de tensión de nuestra memoria
en acto, pero a la vez en esa permanencia de un registro suyo que
siempre llevamos con nosotros. El diario es el rescate de las famosas

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lágrimas disueltas en la lluvia y escurridas con ella, y así es como, en
efecto, la mayor parte de los poemas de Hannah Arendt son ano-
taciones de diario íntimo o de ese otro diario compartido que es la
correspondencia personal.

Canción estival (1925)


Dejo que mis manos se deslicen
por la dorada plenitud del verano,
mientras mis miembros se estiran dolorosamente
hasta la oscura y pesada tierra.

Campos que declinan sonoros,


senderos que el bosque sepulta,
todo nos fuerza a guardar riguroso silencio:
que si sufrimos es porque amamos;

que la mano sacerdotal no marchite


el sacrificio ni la plenitud,
y que en medio de una noble y diáfana quietud
no se nos extinga la alegría,

pues las aguas se desbordan,


la fatiga quiere destruirnos
y nosotros nos dejamos la vida
cuando amamos, cuando vivimos.

A la noche (1925)
Tú que consuelas, inclínate sobre mi corazón sin hacer ruido.
Tú que callas, dispensa alivio a mis dolores.
Interpón tu sombra ante todo lo que es demasiado claro
y tráeme el entumecimiento que me brinde una huida de lo estridente.
Déjame tu silencio, esa liberación atemperante.
Déjame que oculte el mal en la oscuridad.

182 Alberto Ciria


Y cuando la claridad me mortifique con nuevas visiones
dame fuerzas para cumplir en todo momento con mi deber.

Canción nocturna (1925)


Los días se limitan a ir pasando,
haciendo que transcurra nuestro tiempo.
La muda noche nos deparará
perpetuamente los mismos signos oscuros.

Siempre tiene la noche que decir lo mismo,


perseverando en la misma nota.
Incluso después de habernos atrevido a cosas nuevas
lo único que ella seguirá mostrando de continuo es lo que ya éramos.

La mañana tienta ruidosa e ignota


y rompiendo la oscura mirada muda
nos lleva de regreso, con sus mil congojas nuevas,
al colorido día.

Pero las sombras se quedarán


para cerrar con recato el día.
Es entonces cuando nos dejamos arrastrar
por rápidos ríos a lejanas costas.

Nuestra patria son las sombras,


y cuando desfallecemos profundamente
aguardamos un lene consuelo
en el oscuro regazo nocturno.

Teniendo esperanza podemos perdonar


todo horror y toda congoja.
Nuestros labios se vuelven más mudos…
irrumpe el día sin hacer ruido.

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[Sin título] (1943)
Muchos recuerdos se alzan
de ese estanque de aguas quietas que es el pasado.
Formas nebulosas pretéritas y tentadoras
terminan de trazar los nostálgicos círculos de mi cautiverio.

Muertos: ¿qué queréis? ¿No tenéis patria y morada en el hades?


¿No tenéis por fin la paz de las simas?
Agua y tierra, fuego y aire os son devotos
como si un poderoso dios hubiera tomado posesión de vosotros, como
si un dios
os llamara desde aguas estancadas, desde cenagales, lodos y estanques
para que acudáis a reuniros.
Cintilando en la penumbra recubrís de niebla los reinos de los vivos,
escarneciendo la oscura fugacidad.

También nosotros queremos jugar; intervenir y reírnos y atrapar


sueños de un tiempo que pasó.
También nosotros nos hemos cansado de las calles, de las ciudades,
de la rauda alternancia de la soledad.

También nosotros podríamos mezclarnos entre las barcas de remos


con parejas de amantes engalanados
en estanques de aguas quietas en el bosque: quedos, ocultos
y arrobados sobre nubes nebulosas que pronto

revestirán con delicadeza tierra, orilla, arbusto y árbol


en espera de la tormenta que se avecina.
En espera de esa tormenta que se levanta en remolino
de la niebla, de castillos en el aire, de la insania y del ensueño.

[Sin título] (1946)


La tristeza es como una luz encendida en el corazón.
La oscuridad es como un resplandor que sondea nuestra noche.

184 Alberto Ciria


No tenemos más que encender la pequeña luz del duelo
para hallar el camino de regreso a casa atravesando la vasta y larga
noche, como si fuéramos sombras.
Bosque, ciudad, calle y árbol están alumbrados.
Bienaventurado aquel que no tiene patria, porque la verá en sueños.

[Sin título] (1947)


Señor de las noches:
como oro oscuro
fulguras desde la corriente al anochecer,
a esa hora en la que,
cuando ya bajo corriendo desde la colina, suspiro
por recostarme en el frescor.

Señor de las noches:


llena de impaciencia
aguardo la venida de tu sueño, de la noche.
Días se alinean con días
formando una cadena,
pero cada anochecer la hace saltar.

Señor de las noches:


tiende el puente
desde las orillas sobre la corriente,
para que cuando yo baje corriendo desde la colina
suspirando
por recostarme en el frescor,
todavía en mitad del último salto me rehaga sosteniéndome
sobre el puente,
entre las orillas, entre los días,
sobre el brillo de tu oro.

Los poemas de Hannah Arendt 185


[Sin título] (1948)
Incesantemente nos aparta la vida de aquello
que hace apenas un momento estaba a las puertas con todas sus energías.
Incesantemente se acerrojan puertas y se hunden puentes
en el flujo de la corriente apenas los tocas con el pie.
Pero a veces aparece lo más familiar, abriendo el
portal de la casa y quedándose detenido, como una eterna estancia
en la aceleración final,
igual que se comba el puente de orilla a orilla sobre corrientes de
ajetreo,
firmemente vinculado, forma fija, siendo a la vez libertad y patria.

H. B. [Hermann Broch] (1951)


¿Pero cómo vive uno con los muertos? Di,
¿dónde está el sonido que atenúa el trato con ellos?
¿Cuál es el gesto cuando, encauzándonos por él,
deseamos que la cercanía misma nos rehúse?

¿Quién conoce el lamento que nos los aleja


y corre el velo ante la mirada vacía?
¿Qué nos ayuda a avenirnos a su ausencia
haciendo que revierta en ese sentir con el que aprendemos a sobrevivir?

[Sin título] (1952)


Aún sin noticia
de aquellos días
que, dándose paso unos a otros,
se consumieron fogosamente
y nos laceraron:
la llaga que deja la dicha
se torna estigma, no cicatriz.

186 Alberto Ciria


De ello no quedaría noticia

si tu decir
no le brindara permanencia:
la palabra poetizada
es sede que ampara y no guarida.

[Sin título] (1956)


A golpe de latidos se abría camino mi corazón antaño
por un mundo foráneo que no cesaba de proliferar.

Lamentándose se dejaba reservada mi corazón antaño la cuneta del


camino
para guarecerse de la espesa maleza del mundo.

Cuando ahora me late el corazón


recorre caminos ya abiertos y roturados,
y yo cosecho en el lindero
lo que la vida me depara. 

Alberto Ciria es filósofo.

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