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Creo que con eso ella quería ponerlo bajo alguna protección.
Cualquier cosa le hubiera parecido bien, una cruz o una mascota,
una fórmula mágica o quién sabe qué. En el fondo tenía razón,
puesto que Fipps pronto caería entre los lobos y aullaría con ellos.
“Encomendarlo a Dios” era tal vez la última posibilidad. Ambos
lo entregamos, cada uno a su manera.
Cuando Fipps regresaba con una mala nota de la escuela, yo
34 no decía una palabra, pero tampoco lo consolaba. Hanna se afligía
en secreto. Regularmente se sentaba después del almuerzo con él y
le ayudaba en las tareas, y le tomaba la lección. Ella desempeñaba
su tarea lo mejor posible. Pero yo no creía en la buena causa. Me
daba lo mismo si Fipps llegaba más tarde a la Enseñanza Media
o no, si llegaba a convertirse en algo bueno o no. Un obrero qui-
siera ver a su hijo convertido en médico, un médico quiere que el
suyo sea por lo menos médico. Yo no comprendo eso. Yo no quería
que Fipps fuese ni más inteligente ni mejor que nosotros. Tampoco
quería ser amado por él; no tenía por qué obedecerme, o hacer mi
voluntad. No, yo quería... Sólo debía empezar desde el principio,
demostrarme con un solo gesto que no tenía por qué imitar nues-
tros gestos. No vi ninguno en él. ¡Yo había nacido de nuevo, pero
él no! Era yo el primer hombre, era yo y perdí todo el juego, no hice
nada.
No deseaba nada para Fipps, nada en absoluto. Sólo seguí
observándolo. No sé si un hombre debe observar a su propio hijo
de esa manera. Como un investigador un “caso”. Yo contemplaba
a este desahuciado caso humano. Este niño que yo no podía amar
como amaba a Hanna, a la que nunca dejaba caer por completo,
porque no me podía defraudar. Ella ya había sido el mismo tipo
humano que yo cuando me encontré con ella: bien formada,
experimentada, un poco especial pero no tanto, una mujer, y
luego mi mujer. Yo le seguí un proceso a este niño y a mí... a él,
por haber destruido una esperanza suprema, a mí porque no le
podía preparar el suelo. Había esperado que este niño, por ser
un niño... sí, había esperado que salvara el mundo. Suena como
una monstruosidad. Y de verdad he actuado monstruosamente
con el niño, pero no es una monstruosidad lo que yo esperaba.