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LA LEY DE LA NAVEGACIÓN
Cualquiera puede gobernar un barco, pero
se necesita que un líder planee la ruta
EN 1911, DOS GRUPOS DE EXPLORADORES emprendieron una misión creíble. Aunque usaron
estrategias y rutas diferentes, los líderes de los equipos tenían la misma meta: ser los
primeros en la historia en llegar al Polo Sur. La historia de estos grupos son ilustraciones
muy vividas de la Ley de la Navegación.
Uno de los grupos fue dirigido por el explorador noruego Roald Amundsen.
Irónicamente, la intención original de Amundsen no era ir a la Antártida. Su deseo era ser el
primer hombre en llegar al Polo Norte. Pero cuando supo que Robert Peary hizo la proeza
antes que él, Amundsen cambió su meta y se dirigió hacia el otro extremo del mundo. Norte
o Sur —él sabía que su plan merecería la pena.
DONDE VA EL LÍDER…
Los navegantes de primera categoría siempre tienen presente que otras personas dependen
de ellos y de su capacidad de trazar un buen rumbo. Leí una observación que hizo James A.
Autry en Life and Work: A Manager’s Search for Meaning [Vida y trabajo: Un gerente
busca sentido] que ilustra esta idea. El sostuvo que ocasionalmente se oye la noticia del
choque de cuatro aviones militares que vuelan juntos en formación. La razón de la pérdida
de los cuatro es la siguiente: Cuando los aviones de guerra vuelan en grupos de cuatro, un
piloto —el líder— decide hacia dónde debe volar la escuadrilla. Los otros tres aviones
vuelan según los dirija el líder, observándolo y siguiéndolo adondequiera que vaya.
Cualquiera que sea la movida que haga, el resto de su equipo la hará con él. Y esto es así,
ya sea que se eleve en las nubes o se estrelle en la cima de una montaña.
Antes de llevar a su gente a una jornada, el líder atraviesa por un proceso a fin de dar al
viaje la mejor oportunidad de tener buen éxito: