Está en la página 1de 41

CULTURA DE PAZ

PRESENTACIÓN
Hace ya diez años, en setiembre de 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas, recordando que “si la guerra,
empieza en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben levantarse los baluartes de la paz”,
aprobó la “Declaración y Programa sobre una Cultura de Paz”, llamando a todos los Estados a promover valores,
actitudes y comportamientos que, basados en la justicia, solidaridad, la libertad y la solución no violenta de los conflictos,
contribuyan a lograr la paz.

Nuestro país viene acogiendo crecientemente ese llamado, incorporando la promoción de la cultura de paz en
las Políticas de Estado del Acuerdo Nacional, la Ley Orgánica de los Gobiernos Regionales, las Políticas Nacionales
de Cumplimiento Obligatorio y en las normas y acciones que, en especial, los sectores Educación, Justicia, Interior,
Salud, Mujer y Desarrollo Social y los gobiernos regionales y locales están desarrollando.

La promoción de una Cultura Paz es una tarea que atraviesa al conjunto de los sectores del Gobierno nacional
y los tres niveles del Estado, pues lograr los objetivos de bienestar y seguridad a su cargo requiere tanto realizaciones
materiales como transformaciones culturales que en conjunto significan un auténtico desarrollo humano.

La experiencia internacional enseña que el crecimiento y el desarrollo económico requieren fortalecer el capital
social de un país, tanto como las otras formas de capital. Capital social en cuyo centro se encuentran precisamente los
valores, el civismo, la confianza y la cooperación que forman parte de una Cultura de Paz.

Asimismo, la seguridad y la paz, son inalcanzables sin cambios significativos con relación a la discriminación,
la exclusión y la violencia, cambios que demandan transformaciones en la mentalidad y la cultura de la sociedad en
todos sus niveles, a fin de favorecer una mayor equidad y mejorar la convivencia social. Debemos recordar que el largo
período de violencia y autoritarismo han afectado el tejido social, la confianza, los valores cívicos y el sano optimismo,
siendo necesario reaprender todos y todas a ejercer debidamente nuestra ciudadanía y las libertades y derechos que
nos ofrece la democracia.

En lo que corresponde al MIMDES el fomento de una Cultura de Paz es un componente fundamental para
lograr avances profundos y sostenibles en los objetivos del sector con relación a la equidad de género, el fortalecimiento
de las familias, la protección y promoción de los derechos de las personas, en particular de niños y niñas; la lucha
contra la pobreza y la búsqueda del desarrollo social.

Por todo ello, y en el marco de la competencia del sector en la materia, el MIMDES ha considerado importante
contribuir a una mayor difusión de la Cultura de Paz, siguiendo la perspectiva propuesta por las Naciones Unidas en la
“Declaración y Programa sobre una Cultura de Paz”.

Finalmente y en ese sentido, este libro tiene el propósito de alcanzar a todos aquellos que, desde el Estado y
la sociedad civil, trabajan en el fomento de una Cultura de Paz, un conjunto de ideas e información que alimente sus
conocimientos, pero, sobre todo, su compromiso con la construcción de la Paz en el Perú.
INTRODUCCIÓN
Pocas ideas como la paz y la Cultura de Paz convocan tanto la adhesión de las personas; todos aspiramos a
que se hagan realidad y reclamamos por su llegada lo más pronto posible. Sin embargo, las terribles expresiones
cotidianas de violencia, injusticia y la crisis de valores que vivimos parecerían decirnos que ellas son un imposible.

¿Por qué si todas, o al menos la gran mayoría de las personas, no sólo en nuestro país sino en todo el mundo,
queremos vivir en paz, no podemos hacerla realidad? Las respuestas a esta interrogante pueden ser
sorprendentemente obvias.

En primer lugar, hay que recordar que, como señalaba el filósofo Ortega y Gasset, la paz es una obra humana,
algo que hay que producir con un esfuerzo todavía mayor a esas otras obras que son la guerra o la violencia sistemática.
Y lo que dice Ortega y Gasset vale no sólo con relación a la guerra entre Estados, sino también para la violencia al
interior de los Estados, de las sociedades, las comunidades y nuestras familias.

Un país como el nuestro que ha sufrido la violencia interna del período 1980-2000, que costó la vida de miles
de personas, no puede sólo esperar que no vuelva a presentarse. Tenemos que ser conscientes de que si no afirmamos
la paz, la justicia y no trabajamos por la reconciliación, ese terrible período de nuestra historia puede repetirse.

Tampoco podemos esperar que la violencia familiar, la violencia social, la discriminación y la violencia que
significa la pobreza desparezcan por si solas. Tenemos que reemplazarlas por otras obras humanas como son familias
armoniosas, comunidades constructivas y en desarrollo y una sociedad democrática con cada vez mayor equidad.

Una segunda razón por la que no alcanzamos la paz a la que aspiramos la mayoría es que en el fondo nos
parece un imposible; algo bueno y deseable, pero difícil de lograr. Pensamos que es algo muy grande que requiere
un cambio en las personas y estructuras sociales que difícilmente se producirá. Sin embargo, a pesar del
esfuerzo que puede representar la construcción de la paz, es una propuesta más viable de lo que
suponemos.
Debemos empezar por considerar a la paz no como algo absoluto y total. Ciertamente una paz así
es una utopía, pero la paz a la que aspiramos el común de los mortales es una situación en la cual, como
decía el pacifista americano Adam Curle (1971), se maximice la justicia y se minimice la violencia. En todo
momento y lugar podemos trabajar por avanzar hacia una mayor justicia y una menor violencia e ir así
construyendo la paz.
Por otro lado, los cambios en las personas y las sociedades no son la excepción, sino una constante
en la vida de los seres humanos. Cambios drásticos en la forma de pensar y actuar se han producido a lo
largo de la historia de la humanidad. El sistema esclavista que muchos filósofos creían eterno, ya ha sido
superado. El racismo y la discriminación de la mujer, también han empezado a quedar de lado, de modo que
situaciones impensables como mujeres o afrodescendientes en el poder han empezado a producirse en
nuestro continente.
Una tercera respuesta a la interrogante de por qué no hay paz, es que su construcción involucra un
compromiso personal que generalmente no estamos dispuesto a realizar. Con seguridad, quienes leen este
libro son personas que tratan de tener vidas y hogares pacíficos, todo lo cual es muy importante, pero el
compromiso con la construcción de la paz nos demanda tratar de influir en otras situaciones y personas para
mejorar, desde nuestra vida cotidiana, la convivencia en nuestro entorno y favorecer la paz en y desde los
diferentes espacios de trabajo y participación que tenemos en la sociedad.
En gran parte, la falta de compromiso con la paz se nutre del desconocimiento de lo que tenemos
que hacer y ser para construirla. Esto no nos debe sorprender, pues hasta hace poco aún la paz permanente
entre los países era impensable, hasta que en 1945, con la fundación de las Naciones Unidas, por primera
vez en su historia la humanidad se propuso seriamente “librar a las futuras generaciones del flagelo de la
guerra”.
Para alcanzar la paz, necesitamos conocimientos, valores e ideas que nos orienten en su
construcción. Necesitamos, en suma, desarrollar una Cultura de Paz que guíe la acción por un mundo donde
se “maximice la justicia y se minimice la violencia”.
Este libro se propone, contribuir a ello facilitando una introducción en los temas de la paz y de la
Cultura de Paz, estimulando la reflexión y compromiso con ellas, así como ofreciendo un conjunto de
orientaciones para su promoción en nuestra sociedad y en particular en el sector mujer y desarrollo social.
El libro consta de tres partes. En la primera se presenta en cuatro capítulos los conceptos de paz,
conflictos, violencia y Cultura de Paz. El capítulo I “Paz” repasa la evolución del concepto hasta su definición
moderna y positiva, pues significa no sólo ausencia de violencia, sino también la presencia de justicia. El
capítulo II “Conflictos y Violencia” remarca la diferencia entre ambos conceptos y la necesidad de un manejo
pacífico y cooperativo de los conflictos para evitar la violencia. El capítulo III “Cultura de Paz” expone el
surgimiento del término en el seno de las Naciones Unidas y su significado como concepto normativo. El
capítulo IV “Construyendo Culturas de Paz” presenta el referente concreto de la Cultura de Paz; la
convivencia social, así como las orientaciones generales para pasar de la teoría a la acción, concretando el
concepto normativo de la Cultura de Paz en ejes de acción y medios para promoverla en la sociedad.
La segunda parte del libro comprende seis capítulos cortos, uno para cada uno de los ejes de acción
para construir una Cultura de Paz, siguiendo y adaptando los temas considerados en la “Declaración y
Programa sobre una Cultura de Paz de las Naciones Unidas”. Estos ejes de acción son:
1. Desarrollo de capacidades para la convivencia, la ética y la ciudadanía democrática.
2. La promoción y vivencia de los derechos humanos.
3. La promoción de la igualdad entre varones y mujeres y la equidad de género.
4. La promoción de actitudes y capacidades constructivas para el diálogo y el manejo de los
conflictos. 5. Promoción y vivencia del respeto, solidaridad, tolerancia y la no discriminación.
6. La promoción del desarrollo humano, inclusivo y sustentable.

Esta segunda parte tiene como propósito exponer en qué consiste cada eje y cómo puede ser
desarrollado para promover en concreto una cultura de paz.
Finalmente, la tercera parte consigna normas internacionales que constituyen documentos básicos
de referencia para la promoción de la Cultura de Paz, y que son incluidos en este texto para facilitar su
acceso y uso.
PRIMERA PARTE
UN POCO DE TEORÍA

CAPÍTULO I

PAZ
Pocos conceptos tienen un significado tan amplio y diverso como la paz. La paz nos habla de
relaciones armoniosas entre países, grupos sociales y personas y entre éstas y la naturaleza y Dios. Pero
también se refiere a un estado interior de las personas, a una vivencia y una emoción especial que la hace
ser deseada intensamente.

Pero las ideas sobre la paz no han sido siempre las mismas, ellas han evolucionado a lo largo de la
historia hasta adoptar los significados que hoy le atribuimos. Por ello, para elaborar una definición para lo
que es la paz es útil recorrer, aunque de manera simplificada, algunos de los hitos más importantes en la
evolución de la idea de paz.

Cabe aclarar que se trata de un recorrido desde la perspectiva occidental en la cual predomina una
visión “externa” de la paz, al contrario de lo ocurre en las culturas orientales donde, desde hace milenios, la
vivencia interior constituye el centro de la paz, o en las culturas indígenas, donde la paz está íntimamente
vinculada al equilibrio entre el ser humano y la naturaleza.

RECURRIDO HISTÓRICO DE LA IDEA DE PAZ


FAX

Los diversos autores que tratan el tema de la paz empiezan señalando que el término proviene de
la Idea de Paz “Pax” y que en su origen se encontraba asociada a la llamada “pax romana” que significaba
dominación y ausencia de rebeliones en tiempos del imperio romano.

Es en el marco de esta concepción que se entiende el famoso precepto “si quieres la paz, prepara
la guerra”, porque la paz requería la dominación del contrario. Asimismo, se encontraba asociada
exclusivamente a la relación entre los Reinos y Estados y no a las relaciones entre las personas o de éstas
con el Estado.

Si bien el significado de la “pax romana” fue en su momento el más difundido, existieron al mismo
tiempo otras ideas de paz, como la de los cristianos que representa la paz con Dios y el amor al prójimo.

PAZ COMO AUSENCIA DE GUERRA

La paz como idea que refleja la ausencia de guerra es la definición que por más tiempo ha predominado en
la historia. Los múltiples y frecuentes conflictos violentos entre Reinos primero y, luego, entre Estados,
hicieron que la paz fuera sinónimo de los breves momentos en que no había guerra o se terminaba con ella
a través de los llamados “acuerdos de paz”.

La guerra era vista como una situación inevitable y natural, por lo cual pensar o definir la paz no era
importante. No es sino hasta la obra “La paz Perpetua” (1795) del filósofo alemán Inmanuel Kant que se
cuestiona consistentemente la inevitabilidad de la guerra, señalando que sus “raíces naturales” no hacen
imposible instaurar la paz a través de la razón, facultad humana llamada precisamente a modificar el estado
natural del hombre.
Para lograr la “paz perpetua”, Kant consideraba necesaria la creación de una federación de Estados
independientes que, reconociendo a sus súbditos igualdad y vigencia del Estado de Derecho, se encargaría
de evitar las guerras.

PAZ COMO EQUILIBRIO DE FUERZAS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL

Las ideas sobre la paz tuvieron que esperar hasta después de la Primera Guerra Mundial (1917) para
emerger nuevamente, dando origen a lo que hoy se llama estudios sobre la paz, que constituyen toda una
disciplina dirigida a pensar cómo evitar las guerras.

Una perspectiva muy difundida en dichos estudios es la que asocia la paz con un equilibro dinámico
de los factores políticos, sociales, culturales y tecnológicos entre los países, de modo que cuando dicho
equilibrio se rompe, se produce la guerra. En este enfoque, lo realista es mantener o recuperar el balance
de los factores, antes que pretender desterrar los conflictos bélicos, pues la tendencia de la sociedad sería
más bien hacia la guerra.

No es sino hasta la fundación de las Naciones Unidas (1945), luego de dos conflictos mundiales que
costaron la vida de cerca de cien millones de personas, que por primera vez en su historia la humanidad se
plantea la tarea de desterrar la guerra, resurgiendo entonces la idea de la paz como algo que es necesario
construir.
En ese sentido, para “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”, la Carta
Fundacional de las Naciones Unidas declara como su primer propósito:

“Mantener la paz y la seguridad internacional, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir
y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr
por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste
o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir o quebrantamientos de la
paz”. (Naciones Unidas, 1945)

PAZ NEGATIVA Y PAZ POSITIVA

En las ideas implícitas en la constitución de las Naciones Unidas, la paz significaba principalmente la
ausencia de guerras entre Estados. Pero las ideas sobre la violencia, de la cual la guerra es sólo una forma
particular, evolucionaron al punto de hacer insatisfactorio hablar de la paz sólo como ausencia de guerra, de
modo que el término paz fue abarcando también la ausencia de otras formas de violencia y, en especial, la
presencia de valores y situaciones positivas en la relación entre las personas.

Así, por ejemplo la Encíclica “Paz en la Tierra” (1963) del Papa Juan XXIII, señala que la paz entre
todos, los pueblos se funda sobre la verdad, la justicia, el amor y la libertad, aspectos que en muchos sentidos
empezaron a nutrir también los puntos de vista de los estudios laicos sobre la paz.

En 1969, Johan Galtung introdujo una idea fundamental para el concepto moderno de lo que es la
paz, afirmando que no sólo es lo opuesto a la guerra, sino lo opuesto a toda forma de violencia, identificando
tres tipos de violencia: La “violencia directa”, referida a la agresión directa, a la cual pertenece la guerra, la
“violencia estructural”, asociada a la injusticia en la sociedad y entre los países; y la “violencia cultural”, es
decir, las ideas que legitiman todas las formas de violencia (Ver Capitulo II).

De este modo, la paz es ausencia o reducción de todo tipo de violencia, directa, estructural y cultural.
La paz involucra, entonces, la paz directa, la paz estructural y la paz cultural.
Los estudios de Galtung lo llevaron a identificar dos maneras de hablar de la paz. Una en forma de
negación de las violencias y otra en forma afirmativa de lo que significa la paz. En la primera forma, conocida
como paz negativa, la paz directa sería simplemente la ausencia de agresiones y asesinatos entres las
personas, la paz estructural, la ausencia de explotación, y la paz cultural, de ideas discriminadoras o incitadoras a toda
forma de violencia.
En cambio en la forma afirmativa, llamada paz positiva, se habla de las interrelaciones positivas presentes en
la relación entre las personas, en las estructuras sociales y en la cultura. Con el tiempo, Galtung incluyó también como
sujeto de paz a la naturaleza, de modo que su definición de paz positiva la incluye en el siguiente texto.

“La Paz natural es cooperación entre especies… La Paz positiva directa consistiría en la bondad verbal y física,
el bien para el cuerpo, la mente y el espíritu… dirigido a todas las necesidades básicas… el amor es el compendio de
todo ello… La Paz positiva estructural sustituiría represión por libertad, equidad por explotación y los reforzaría con
diálogo, integración, solidaridad y participación… La Paz positiva cultural sustituiría la legitimación de la violencia por
la legitimación de la Paz” (Galtung, 2003)

De esta manera, “Los aspectos positivos de la Paz nos conducirían a considerar no solo la ausencia de violencia
estructural sino la presencia de un tipo de cooperación no violenta, igualitaria, no explotadora, no represiva entre
unidades, naciones y personas”(Galtung, 2003).

Otros investigadores han fortalecido esta visión de la paz positiva, sobre todo enfatizando la presencia de la
justicia. Adam Curle, resume entonces la paz como una “situación caracterizada por un nivel reducido de violencia y
un nivel alto de justicia” (1974), a la vez que Betty Reardon señala que “La paz es un orden social o un conjunto de
relaciones humanas en el cual la justicia puede proseguirse sin violencia… la paz nutre la vida, dignifica y cataliza las
energía humanas para la autorrealización” (1997).

La paz positiva define la paz como la acción necesaria para que se presenten un conjunto de características
positivas como la cooperación, la confianza o la justicia entre las personas, sociedades y países. Enfatiza que la paz
como un proceso antes que un punto de llegada. Esta idea es remarcada por Galtung al señalar que la paz es, en un
sentido dinámico, también la capacidad de resolver los conflictos de manera creativa y sin violencia (2003).

PAZ FEMINISTA: MACRO Y MICRO NIVELES DE LA PAZ

En los años 70 y 80 una nueva perspectiva fue aportada a la idea de paz desde el movimiento feminista,
señalando que la violencia había sido vista sólo desde una mirada “macro”, la guerra entre países, y que era necesaria
también una mirada “micro” de la violencia, en particular la violencia contra las mujeres y los niños en los momentos
en que no había guerra.

Un contribución importante del feminismo fue la identificación de la relación entre varones y violencia, al
punto de señalar, por ejemplo, que la guerra es una forma masculina de afrontar los conflictos, mientras que existen
otras formas, desarrolladas especialmente por la mujeres en el espacio privado de la familia, para manejar los
conflictos mediante la negociación, la persuasión y la reciprocidad.

El feminismo y los estudios de género han incorporado temas cruciales para la actual concepción de la paz,
como son la erradicación de la violencia de género, la necesidad de transformar las relaciones entre varones y mujeres
hacia una mayor igualdad, y el enriquecimiento de la paz con los aspectos generalmente asignados a lo femenino como
son la importancia de las emociones y el cuidado de las personas.

Como señala Irene Comins, el aporte feminista consistió principalmente en dos elementos:
“En primer lugar, el descubrimiento y crítica de las dominaciones y subordinaciones… En este sentido se ha ampliado
la clasificación de la violencia distinguiendo entre violencia organizada y violencia no organizada, aportando así el
análisis del micronivel de la violencia: la violencia doméstica, a la infancia, etc. En segundo lugar, el descubrimiento y
reconstrucción de valores y actitudes positivos para todos y que por determinadas razones han estado relegados a la
mujer: la ternura, el cuidado… la categoría de género se hace imprescindible (para) reconstruir nuevas formas de ser
femeninos y masculinos, más flexibles y menos violentas” (Comins, 2004).

HOLÍSTICA PAZ-GAIA: PAZ CON EL AMBIENTE

En los años 80 y 90 emerge un enfoque de paz que valora altamente la relación de los humanos con el sistema
bioambiental, concibiendo a la especie humana como una unidad dentro de una unidad mayor que es la naturaleza, la
cual debe ser respetada y cuidada.

Esta visión se ha reflejado, posteriormente, en la Carta de la Tierra, documento elaborado por líderes y
científicos del mundo en un diálogo intercultural.

“La humanidad es parte de un vasto universo evolutivo. La Tierra, nuestro hogar, está viva con una comunidad
singular de vida… La capacidad de recuperación de la comunidad de vida y el bienestar de la humanidad dependen de
la preservación de una biosfera saludable, con todos sus sistemas ecológicos, una rica variedad de plantas y animales,
tierras fértiles, aguas puras y aire limpio. El medio ambiente global, con sus recursos finitos, es una preocupación
común para todos los pueblos. La protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra es un deber sagrado”
(Carta de la Tierra, 2000).

Asociada a esta visión surgen las ideas sobre el ecodesarrollo y el desarrollo sostenible, concebido éste como
el desarrollo que asegura las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para
enfrentarse sus propias necesidades.

De esta manera la relación del ser humano con la naturaleza, tan presente en culturas indígenas, se introduce
en el pensamiento occidental acerca de la paz.

QASI KAUSAY (VIVIR TRANQUILO): LA PAZ DE LOS RUNAS

Para el hombre andino el mundo es una totalidad viva, integrada y sagrada. No se comprende a las
partes separadas del todo, cualquier evento se entiende inmerso dentro de los demás y donde cada parte
refleja el todo. Esa totalidad natural es la Pacha que comprende todas las cosas vivas, incluyendo los cerros,
las estrellas y los muertos. Cuando el mundo está tranquilo, cuando nadie trasgrede esa tranquilidad de la
Pacha, es tiempo de paz.

En la concepción andina existe una suerte de solidaridad entre hombres, animales y naturaleza. Por
eso la introducción de un desorden social no es percibida solamente como un peligro para el orden social
sino para la naturaleza misma: puede traer enfermedades o sufrimientos no tolerables (granizadas, heladas,
terremotos). De ese modo la violencia introducida en la sociedad tiene que ser expulsada mediante un
combate que punta a la destrucción de quienes se han puesto fuera de la sociedad. Si el primer tipo de
violencia es percibida como ilegitima y peligrosa, el segundo no solo es legítimo sino necesario. (Ansion,
1985).
Existen formas de ritualizar el desorden, las discusiones o diferencias que se presentan en las
comunidades y restablecer la tranquilidad. Es el caso del Tinkuy, donde grupos opuestos se enfrentan hasta
pagar con sangre a la ofensa a la Pacha y restablecer así la unidad y equilibrio.

PAZ INTERNA Y EXTERNA

Aunque tradicionalmente en Occidente se ha dado poca importancia a los aspectos subjetivos, en las últimas
décadas se ha incrementado la atención respecto a la interrelación entre el mundo interior de las personas
y los fenómenos externos, sociales, políticos, económicos y ecológicos, así como sobre la importancia de la
autorrealización y la trascendencia de los seres humanos.
En ese marco se ha puesto de manifiesto la relación entre la vida interna de las personas (mente y
espíritu) y la paz externa, que no vendrían a ser sino dos aspectos de un mismo fenómeno.

“La paz empieza dentro de cada uno de nosotros. Cuando tenemos paz interior, podemos estar en
paz con los de alrededor. Cuando nuestra comunidad está en un estado de paz, puede compartir esa paz
con las comunidades vecinas, y así en estructuras cada vez más amplias. Cuando sentimos amor y ternura
hacia otros, no sólo hace que otros se sientan queridos y cuidados, sino que también nos ayuda a desarrollar
paz interior y felicidad…” (Dalai Lama, al recibir el premio Nóbel).

Esta visión, cuya riqueza no podemos referir en estas pocas líneas constituye una importante
contribución para involucrar en la construcción de la paz a todas las personas, no sólo a los líderes y
autoridades, y para prestar mayor atención a los aspectos espirituales involucrados en dicha tarea.

EL CONCEPTO MODERNO DE PAZ

Las diferentes ideas que han ido surgiendo a lo largo de la historia respecto a lo que es la paz, antes que
sustituir una a la otra, se han sumado y complementado hasta formar lo que hoy, por lo general, se entiende
por paz. En ese sentido, podemos afirmar que una definición completa debe incluir lo siguiente:

- La paz significa ausencia de toda forma de violencia, incluyendo la violencia directa, estructural y cultural.
No sólo se refiere a la guerra.
- La paz, exige simultáneamente a la ausencia de violencias, la presencia de condiciones y aspectos
deseadas (paz positiva) como la cooperación, la igualdad, la justicia y la solidaridad y, ciertamente, el
cumplimiento de los derechos humanos.
- La paz involucra, en especial, una transformación igualitaria de las relaciones entre varones y mujeres, así
como la erradicación de cualquier tipo de discriminación.
- La paz es también una forma de relación fructífera y respetuosa de los seres humanos con la naturaleza y
el ambiente.
- La paz tanto una dimensión externa (social) como interna (mental y espiritual) y representa una íntima
relación entre ambas dimensiones.
- La paz, a la vez que representa un objetivo, es también un proceso en el cual crecientemente estamos
involucrados todos y todas, no sólo los líderes y gobiernos.
- La paz es un proyecto posible, al punto que las naciones del mundo se han unido tras ese propósito,
aunque no siempre de manera consecuente.

Como hemos dicho, la idea de paz que estamos presentando, corresponde básicamente al punto de vista
de la cultura occidental, punto de vista que sin duda debe ser enriquecido con los conceptos de otras culturas,
en un necesario diálogo intercultural para un tema como la paz que involucra a todos los seres humanos.
Los seres humanos siempre le estamos pidiendo más a la idea de paz, abarcando cada vez más nuevos y
más transcendentes conceptos. Por ello, no tenemos por qué pensar que la idea de paz no siga ampliándose
en el futuro.

PAZ EN POSITIVO

Como mencionamos en el recorrido histórico de las ideas sobre la paz, uno de sus significados más
duraderos ha sido simplemente la ausencia de guerra del cual, con el tiempo, se fue alejando para
representar lo opuesto a todo tipo de violencia y no sólo a la guerra, adoptando luego un sentido más
afirmativo con la paz positiva de Galtung. Este sentido afirmativo lleva a la paz y su construcción más allá
del rechazo a la violencia y la sitúa primordialmente en la adhesión y promoción del amor, la confianza, la
solidaridad, la cooperación y la justicia.
Galtung (2003) emplea una valiosa metáfora para explicar ese sentido afirmativo, comparando a la
paz con la salud y a la violencia con la enfermedad. Ciertamente, cuando se tiene salud, no hay enfermedad,
pero la salud es mucho más que simplemente no estar enfermo. Significa estar en condiciones para un buen
funcionamiento y contar con las defensas necesarias para evitar la enfermedad o superarla sin sufrir un daño
permanente.
Bajo esta metáfora la paz debe permitir un funcionamiento saludable de la sociedad basada en los
elementos que nutren la vida en ella, como son el amor, la confianza, la solidaridad, la cooperación y la
justicia. Bajo la paz, la violencia directa, estructural y cultural no tienen cabida (o son reducidas) y los
inevitables conflictos que se presentan en la vida social puedan ser superados sin violencia.

La paz como la salud, entonces, no se logran sólo reprimiendo o evitando la enfermedad/violencia,


sino sobre todo fortaleciendo nuestra capacidad para una buena convivencia social. Ello requiere fortalecer
las relaciones entre las personas a través del afecto, la empatía y la preocupación por el bienestar y la
dignidad de las otras personas, como también crear las estructuras sociales fundadas en el desarrollo
humano, equitativo y sostenible, en el respeto a los derechos humanos y en la democracia.

En relación a la violencia, la metáfora de paz como salud nos llama a actuar no sólo sobre las
consecuencias de la violencia o sobre el riesgo de que se produzca, sino especialmente sobre los aspectos
que desde el interior de los individuos los protegen de ejercer o sufrir la violencia. Por ejemplo, es importante
sancionar a los autores de la violencia contra la mujer y atender a las víctimas, así como neutralizar los
factores de riesgo, pero también es importante fortalecer relaciones armoniosas entre las parejas y en las
familias.

LA PAZ IMPERFECTA

A diferencia de lo que ocurría antes, la paz es crecientemente vista como un proceso presente y no
como un estado futuro e ideal. En ese sentido podemos decir que la paz existe en el presente de una manera
imperfecta. No es la “paz perpetua” de los filósofos, sino una construcción en progreso, una vivencia humana
diferenciada de la guerra y la violencia que se produce incluso en medio de ellas como “un signo de bienestar,
felicidad y armonía que nos une a los demás, también a la naturaleza y al universo en su conjunto” (Muñoz,
2004).
La historia se ha escrito generalmente siguiendo el hilo de las guerras, pero no desde el hilo de cómo
se vive y se construye la paz, la cual ha quedado así invisibilizada. El enfoque de la paz imperfecta nos
recuerda que simultáneamente con la historia de las guerras y la violencia hay también una historia de paz,
pues los seres humanos estamos tratando siempre de vivir en paz.

“Si el concepto de paz positiva marcó una ruptura con la noción tradicional estableciendo la relación
de paz no con la guerra sino con la violencia; la paz imperfecta señala un avance por cuanto si bien reconoce
la imperfección de la condición humana, también percibe que nuestras relaciones están caracterizadas por
decisiones y acciones guiadas, la mayoría de las veces, por la regulación pacífica o no violenta de los
conflictos, lo que permite que los seres humanos en nuestras continuas tentativas, procesos y ensayos
tengamos cotidianamente más momentos de paz que de violencia o de guerra” (Tuvilla, 2004).

EL DERECHO HUMANO A LA PAZ

La Declaración Universal de los Derechos Humanos y los pactos de derechos humanos no incluyeron
a la paz como derecho, aun cuando en el Preámbulo de la Declaración se considera que “la libertad, la
justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos
iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”.

En 1984, las Naciones Unidas, respondiendo al contexto de amenaza de las armas nucleares en
esos años, aprobó la Declaración sobre el Derecho de los Pueblos a la Paz, señalando que:

“La Asamblea General:


1. Proclama solemnemente que los pueblos de nuestro planeta tienen derecho sagrado a la paz;
2. Declara solemnemente que proteger el derecho de los pueblos a la Paz y fomentar su realización es una
obligación fundamental de todo Estado” (Naciones Unidas, 1984).

Sin embargo, no ha sido posible hasta la actualidad establecer un tratado internacional que otorgue
valor jurídico vinculante a esta declaración del derecho humano a la paz, es decir que haga obligatorio su
cumplimiento como si ocurre con los otros derechos humanos reconocidos que cuentan con pactos o
tratados. Ello no hace menos cierto lo que dice Bobbio: “La paz es la condición sine qua non para proteger
eficazmente los derechos humanos y la protección de los derechos humanos favorece la paz” (1992).

PAZ Y GUERRA A PRINCIPIOS DEL NUEVO SIGLO

Como nos lo recuerdan algunos historiadores como Hobsbawm, el siglo XX ha sido el más sangriento en la
historia de la humanidad.
“La cifra total de muertos provocados directa e indirectamente por las guerras se eleva a unos 187
millones de personas… Si tomamos el año 1914 como punto de partida, el siglo XX ha sido un siglo de
guerras ininterrumpidas, a excepciones de algunos breves períodos sin conflictos armados organizados en
todo el planeta” (Hobsbawm, 2007).

Sin embargo, ha sido también el siglo en el cual las naciones del mundo han empezado a buscar
caminos para alcanzar la paz, especialmente desde que en 1945 surgen las Naciones Unidas para “librar a
los pueblos del flagelo de la guerra”. Desde entonces diversos acuerdos internacionales han evidenciado un
mayor compromiso con la paz, incluso entendida ésta en su versión más integral y completa.

Así, se produjeron la histórica Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), el


reconocimiento del Derecho a la Paz (1984), la Declaración y Programa para una Cultura de Paz (1999) y
los múltiples acuerdos internacionales que, sobre los problemas de la paz, el desarrollo, la democracia, los
derechos humanos y el ambiente, se celebraron a lo largo de la década de los noventa y culminaron con la
Cumbre del Milenio (2000), de la cual emanaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio, en la cual las
naciones del mundo se comprometieron, una vez más, con “establecer una paz justa y duradera en todo el
mundo” y “el respeto de la igualdad de derechos de todos, sin distinciones por motivo de raza, sexo, idioma o
religión, y la cooperación internacional para resolver los problemas internacionales de carácter económico, social,
cultural o humanitario” (Naciones Unidas, 2000).

¿UN NUEVO SIGLO DE GUERRAS?

Lamentablemente, la convulsión de la primera década del nuevo siglo, con los atentados del 11 de setiembre
y las “guerras preventivas” e invasión en Afganistán e Irak parecen alejar la promesa de construir un mundo
más pacífico en el siglo XXI.

Además, a las guerras entre países se suman crecientemente los conflictos armados al interior de
los países. Si en la Primera Guerra Mundial, sólo el 5% de las víctimas eran civiles, en la Segunda el
porcentaje se elevó al 66% y en la actualidad la proporción de víctimas civiles en cualquier guerra se sitúa
por encima del 70 u 80%, sobre todo en los conflictos armados internos en el Perú, entre el Estado Peruano
y dos movimientos subversivos (SL y MRTA), que padeció nuestro país entre los años 1980 y 2000, donde
del total de víctimas mortales el 70% fueron civiles (CVR, 2004).

Tras repasar las condiciones de la guerra y la paz para el siglo XXI, Hobsbawm considera que si
bien las guerras no serán tan sangrientas como en el siglo XX, la paz parecería estar todavía lejana. Ello
hace más urgente actuar para revertir esos pronósticos, como nos lo recordaba la Carta de la Tierra, suscrita
en el año 2000 por un conjunto de líderes del mundo, al señalar que:
“Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro. A
medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la vez, grandes
riesgos y grandes promesas. Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible fundada en el
respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz.
En torno a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad
unos hacia otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras” (Carta de la Tierra,
2000).
Lograr ello requiere superar el fatalismo, alimentado por una dieta de noticias sobre violencia y
guerras, y recordar que a pesar de todo los seres humanos también logramos coexistir pacíficamente. No se
trata de subestimar la guerra y la violencia, sino de recordar la preponderancia de la capacidad de los seres
humanos también de hacer paz y de cambiar.

En ese sentido es útil tener presente lo que afirma William Ury, creador junto Irving Fisher del
conocido método de negociación basado en principios o método de Harvard: “En el lapso de un siglo la
humanidad ha logrado irrupciones tecnológicas de importancia evolutiva. Hemos puesto a toda la humanidad
en contacto reciproco por medio de la comunicación instantánea, hemos fisionado el átomo y llegado a la
Luna. El desafío consiste ahora en aprender a realizar avances sociales de proporciones análogas… En el
nuevo milenio muchas cosas serán posibles ¿Por qué no el antiquísimo sueño de la paz?” (Ury. 2000).

¿Y EN EL PERÚ?
La violencia a escala de conflicto armado interno ha sido felizmente superada en nuestro país, pero
necesitamos asegurar que ese peligro no se vuelva a presentar y acabar con todas las formas de violencia
directa, estructural y cultural que subsisten.

Y esa es una tarea que no puede ser dejada exclusivamente en manos del Estado y la clase política,
pues como lo ha venido comprendiendo el mundo, la paz es necesariamente tarea también de los
ciudadanos, sobre todo cuando por paz entendemos no sólo el callar de las armas, sino también una
sociedad más unida, justa y solidaria.
CAPÍTULO II
CONFLICTO Y VIOLENCIA

“El hombre nació en la barbarie, cuando matar a su semejante era una condición normal de la existencia. Se
le otorgó una conciencia. Y ahora ha llegado el día en que la violencia hacia otro ser humano debe volverse
tan aborrecible como comer la carne de otros.” (Martin Luther King).

Conflicto y violencia son dos términos estrechamente relacionados a lo largo de la historia y con
frecuencia se les toma como sinónimos. Sin embargo, como veremos en este capítulo, se trata de dos
conductas o comportamientos humanos muy diferentes, que se debe aprender a entender y manejar
adecuadamente para que haya paz.

En todas las sociedades se producen conflictos, es decir, discrepancias activas, pues las personas y
grupos sociales tenemos diferentes maneras de pensar e intereses propios y diferenciados, de modo que es
totalmente comprensible que existan desacuerdos. En ese sentido se puede afirmar que el conflicto es algo
normal. En cambio, la violencia no tiene por qué ser lo normal, pues los conflictos no necesariamente tienen
que derivar en confrontaciones violentas, aunque en muchos casos sea la forma a través de la cual se
pretende “resolver” el conflicto.

LOS CONFLICTOS Y LA PAZ

¿Qué es un conflicto? Lederach (2000) nos dice que la mejor definición que ha encontrado es que se trata
de una “lucha expresada entre, al menos, dos personas o grupos interdependientes, que perciben objetivos
incompatibles, recompensas escasas e interferencias del otro para realizar sus metas”.
En esta definición se destaca que el conflicto tiene un importante componente subjetivo, pues para que exista
el conflicto se requiere que las partes perciban, es decir, sientan y crean que existen esas incompatibilidades
e interferencias para alcanzar sus metas.

CONFLICTOS Y VIOLENCIA

Los especialistas en conflictos nos dicen que siendo los conflictos normales en la vida humana, ellos no
son, necesariamente, positivos o negativos, si no que esto depende de cómo se resuelvan y qué resultados
produzcan. Como señala Fisas:

“(El conflicto es) una construcción social, una creación humana diferenciada de la violencia (puede haber
conflictos sin violencia, aunque no violencia sin conflicto) que puede ser positivo o negativo según como se
aborde y termine, con posibilidades de ser conducido, transformado y superado (puede convertirse en paz)”
(Fisas, 1998).

Sin embargo, los conflictos tradicionalmente tienen una connotación negativa en tanto se consideraba que
alteraban el equilibrio social y resultaban disfuncionales para el sistema social. Progresivamente se ha
relevado su valor en la vida social, considerándolos como necesarios para el acomodo de los grupos sociales
en medio de las comprensibles incompatibilidades que surgen, siendo, además, un importante motor para el
cambio social (MIMDES, 2008 c).

Una razón por la que se percibe el conflicto como algo negativo es porque se le confunde con la violencia.
Como el conflicto es abstracto y requiere entender los problemas que lo originan, sólo cuando empiezan los
actos violentos se percibe su existencia y la necesidad de intervenir. Así, se piensa equivocadamente que si
no hay violencia, no hay conflicto.

Al asociarse automáticamente “conflicto” y “violencia” se esconden los múltiples conflictos pacíficos y


constructivos que, cotidianamente y sin percibirlos claramente, procesan las personas y grupos sociales para
resolver sus diferencias.
“Regulamos cotidianamente muchos conflictos sin apenas gastar energía en su gestión. Efectivamente, hay
muchísimos ejemplos de conflictos regulados “sin ruido” a través de mutua confianza, orientaciones
amigables, interese positivos hacia el bienestar de los demás, comunicación honesta, etc., sólo reconocemos
por conflictos aquellas situaciones en las que nuestra conciencia tiene que actuar para regularlos, aunque
de hecho estemos inmersos en muchos más...” (Muñoz, et al., 2004).

La violencia no es, entonces, la única respuesta al conflicto; por el contrario, las respuestas pueden ser
múltiples y van desde la integración, la cooperación, la adaptación mutua, la negociación, la mediación, el
arbitraje, la disuasión, antes de llegar a la violencia.

El manejo adecuado del conflicto consiste, en limitar las respuestas al conflicto a aquellas que no incluyan
la violencia. Cambiar la forma en que los humanos intentamos resolver los conflictos, descartando la
violencia, representa un cambio cultural trascendental, tal vez la transformación “más radical y enriquecedora
que ninguna otra en la historia de la humanidad” (Adams, 2000).

ASPECTOS POSITIVOS DE LOS CONFLICTOS

Modernamente, el conflicto es percibido como una interrelación humana presente en todos los grupos
humanos y sociedades e incluso necesaria para la construcción y reconstrucción de la realidad social.

“Los conflictos nos han acompañado como especie desde el inicio hasta nuestros días, como un
ámbito de cambio, variación y elección entre diversas posibilidades. Y el éxito de la especie ha dependido
de la capacidad de socializar estas divergencias y convertirlas en energía creativa. Dicho de otra forma: la
vida sin conflictos sería muy aburrida, probablemente no sería ni vida” (Muñoz, 2004).

Desprovisto de su asociación con la violencia, el conflicto ofrece varios aspectos positivos. En primer
lugar, los conflictos suelen llamar la atención sobre situaciones de inequidad en que puede encontrarse un
grupo social, sirviendo así de alerta temprana frente a problemas que, de pasar desapercibidos y no ser
atendidos, pueden generar violencia (Buckles, 2000). Cuando los conflictos se originan en necesidades
básicas de un grupo social, alertan sobre potenciales pérdidas o impactos inaceptables que hacen necesario
afirmar derechos, intereses y prioridades.

Por otro lado, los conflictos pueden cumplir una función integradora para cada una de las partes
enfrentadas, aumentando la solidaridad interna, manteniendo la disciplina y contribuyendo a precisar e
identificar los intereses y demandas de cada una de ellas.

El conflicto al relacionar a dos o más partes, obliga a cada una de ellas a interesarse en la
organización e intereses de la otra parte, visibilizando y ofreciendo así nuevas fuentes para una posible
colaboración. De hecho, conflicto y cooperación son dos caras de una misma moneda, en toda situación
conflictiva existe cierta cooperación, pues a pesar de que cada parte actúa siguiendo sus intereses, surge
una reciprocidad, interacción y racionalidad común que pueden servir de base para la cooperación
(Rapoport, 1992, citado por París, 2005).

Es importante también el aporte del conflicto a la innovación y la creatividad en la sociedad. En


realidad, desechada la violencia, la salida al conflicto demanda una gran dosis de creatividad para
compatibilizar los diferentes intereses y alcanzar acuerdos y consensos que satisfagan a todas las partes.

CONFLICTOS Y PAZ

Teniendo en cuenta los aspectos positivos del conflicto, Galtung, complementa su definición de la paz con
una versión más dinámica, señalando en buena cuenta que la Paz consiste en saber resolver los conflictos
sin violencia, procesándolos con empatía y creatividad (Galtung, 1998). Empatía no es sino compartir, sentir
y entender las posiciones del contrincante, sin necesariamente estar de acuerdo con el; creatividad es la
capacidad de ir más allá de las estructuras mentales de las partes en conflicto, abriendo nuevos caminos
para su relación.
Descartada la violencia, los conflictos son, entonces, relaciones humanas importantes para construir
la paz y una Cultura de Paz, visibilizando los problemas sociales, ajustando la cohesión social, abriendo
nuevas perspectivas para la cooperación y confianza entre las partes y sirviendo de campo de desarrollo
para la empatía, la creatividad y la solución de las contradicciones sin violencia.

Pero, los aspectos positivos no deben impedirnos ver también los aspectos negativos del conflicto,
como, por ejemplo, la energía que consumen, las tensiones sociales que crean y, muy especialmente, el
riesgo que eventualmente representan para generar situaciones de violencia.

LAS VIOLENCIAS

Existen diversas definiciones de lo que es la violencia y, además, cada uno de nosotros tiene un concepto
intuitivo y personal respecto a ella. La Organización Mundial de la Salud define la violencia como:

“El uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona
o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños
psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones” (OMS, 2003).

Por su parte, Fisas nos dice:


“Por violencia podemos entender el uso o amenaza de la fuerza o potencia, abierta u oculta, con la finalidad
de obtener de uno o varios individuos algo que no consienten libremente o de hacerles algún tipo de mal
físico, psíquico o moral” (Fisas, 1998).

La intencionalidad es un aspecto clave para que un acto sea considerado como violencia. Así, un accidente
automovilístico con víctimas no es propiamente violencia, pues no hubo intención. La intención de hacer
daño, sin embargo, es algo que está sujeto a interpretación y ésta depende de la cultura de cada grupo.
Hasta hace unos años, aplicar un “jalón de orejas” aun niño no era considerado violencia, sino una forma de
disciplina o “educación”. Hoy, ese mismo acto es tomado como un hecho violento, pues se conoce que tendrá
consecuencias negativas para el niño y viola sus derechos.

La violencia es, entonces, un hecho social y cultural y no un hecho puramente mecánico. Por ello, en la
actualidad al evolucionar las formas de pensar, muchos hechos antes no considerados como violencia si lo
son hoy en día. Ofender verbalmente a la mujer, castigar físicamente a un niño o niña, obligar a un anciano
a hacer algo, apartarse o rechazar a alguien por su lugar de origen, etnia, discapacidad o su preferencia
sexual, son ahora consideradas formas de violencia, algo que no ocurría antes.

Pareciera que cada día los seres humanos nos hacemos más sensibles a las violencias, “descubrimos”
nuevas formas de violencia y las condenamos; paradójicamente cada vez más las diversas violencias se
manifiestan con mayor fuerza. Y es que los seres humanos tenemos una relación ambigua con la violencia,
pues a la vez que la rechazamos, a veces, las justificamos o, al menos, nos parecen comprensibles y las
relativizamos según las circunstancias o las motivaciones. La violencia también nos atrae, llama nuestra
atención y suscita incluso, en muchos casos, emociones confusas. De ahí, por ejemplo, el éxito de las series
de televisión o películas con altos contenidos de violencia y el atractivo de las noticias sangrientas.

VIOLENCIA DIRECTA, ESTRUCTURAL Y CULTURAL

La violencia no es solamente un acto físico, no se refiere sólo a una forma de “hacer” sino también de “no
dejar hacer”, de impedir una determinada potencialidad. Fue John Galtung quien, en los años sesenta,
introdujo una definición de violencia que va más allá de la violencia directa, física o psicológica.
“La violencia hace acto de presencia cuando los seres humanos son influidos en tal forma que sus
actos somáticos y mentales se encuentran por debajo de sus realizaciones potenciales… por tanto la
violencia es la causa de la diferencia entre lo potencial y lo actual” (Galtung, 1972). A partir de ésta idea,
surge lo que se conoce como “violencia estructural”.

“Si una persona mata a otra y más particularmente si un grupo de personas ataca a otro, éstos son
claros ejemplos de violencia directa. Pero, qué pasa si la estructura social, dentro y entre naciones esta
hecha de tal forma que algunas personas pueden vivir una vida completa, llena, larga y creativa, con nivel
elevado de autorrealización mientras que otras mueren lentamente debido a la mala nutrición, deficiencia en
las proteínas, a la falta de cuidados médicos a la privación de todo tipo de estímulos mentales, etc., este tipo
de reflexión condujo a la distinción entre violencia directa y la estructural: la distinción entre violencia que
esta causada por personas concretas cometiendo actos de destrucción contra otras personas y la violencia
que forma parte de la misma estructura social”(Galtung, 1974).

La noción de violencia estructural, junto a la violencia directa y la violencia cultural conforman el


conocido triángulo de las violencias formulado por Galtung, violencias que se retroalimentan entre ellas.

Los efectos de la violencia directa son evidentes: los muertos, los heridos, los desplazados, los daños
materiales. La violencia estructural es menos visible, pues no se identifica al agente que lo comete, pero sus
efectos son igualmente visibles: pobreza, vulneración de derechos, injusticia.

No se trata sólo de causar directamente un daño, sino también de permitir privaciones que pueden
ser atendidas en las condiciones actuales. Como dice Galtung “si la gente pasa hambre, cuando el hambre
es objetivamente evitable, se comete violencia, sin importar que haya o no una relación clara entre sujeto -
acción - objeto como sucede en las relaciones económicas mundiales tal como están organizadas” (Galtung,
1985).

La violencia cultural, por otra parte, no es sino el conjunto de ideas, creencias y actitudes que
pretenden justificar las violencias directa y estructural, haciéndolas aparecer como razonables o menos
malas, cambiando su “color moral”, pasando lo incorrecto a correcto o aceptable, haciendo opaca la realidad
de manera que determinados actos no se vean como violentos.

¿POR QUÉ EXISTE LA VIOLENCIA?

La violencia se encuentra actualmente tan unida a la vida de los seres humanos que pareciera que siempre
nos ha acompañado. Sin embargo, los registros arqueológicos no encuentran violencia humana generalizada
durante el primer noventa y nueve por ciento de la evolución de nuestra especie, sólo en los últimos 10,000
años hay pruebas abundantes y claras de violencia organizada (Ury, 2000)

Por el contrario, la clave para la supervivencia humana ha sido la capacidad de cooperar en metas
comunes, como la protección y la comida. “Por cierto, nuestros cerebros, y el lenguaje mismo, habrían
evolucionado como herramientas para manejar la cooperación cada vez más compleja que estaba en el
núcleo de la economía de caza y recolección” (Ury, 2000).

Sería luego con el surgimiento de la agricultura y los Estados que la violencia entre grupos se fue
desarrollando hasta llegar a los niveles sofisticados de organización y tecnología que hoy en día tiene la
guerra.

A pesar de todo, hay quienes sostienen que la violencia tiene un origen biológico que, de cualquier
manera, existe en los seres humanos una predisposición inevitable hacia la violencia. Este argumento tuvo
una severa negación científica con el Manifiesto de Sevilla, elaborado por un conjunto de científicos con
motivo del año Internacional de la Paz, 1986, y que ha sido recogido y difundido por la UNESCO.

Por su parte, el médico siquiatra Luis Rojas nos recuerda que:


“Hoy tenemos a nuestra disposición cientos de estudios científicos que demuestran que la violencia no es
instintiva, sino que se aprende. Los seres humanos heredamos rasgos genéticos que influyen en nuestra
forma de ser. Pero los comportamientos más complejos, desde el sadismo hasta el altruismo, están
condicionados por nuestra personalidad y valores culturales que moldean y regulan nuestras actitudes y
decisiones... Recordemos que las personas discriminan y deshumanizan a sus semejantes por prejuicios,
torturan por odio, matan por venganza y violan por dominio, no por instinto” (Rojas, 2005).

EL MANIFIESTO DE SEVILLA

1. “Científicamente es incorrecto decir que hemos heredado de nuestros antepasados los animales una
propensión a hacer la guerra... La guerra es un fenómeno específicamente humano que no se encuentra
en los demás animales.

2. Científicamente es incorrecto decir que la guerra o cualquier otra forma de comportamiento violento está
genéticamente programada en la naturaleza humana... Aunque los genes estén implicados en nuestro
comportamiento, ellos solos no pueden determinarlo totalmente.

3. Científicamente es incorrecto decir que a lo largo de la evolución humana se haya operado una selección
en favor del comportamiento agresivo sobre otros tipos... La violencia no se inscribe ni en nuestra herencia
evolutiva ni en nuestros genes.

4. Científicamente es incorrecto decir que los hombres tienen "un cerebro violento"... No hay nada en la
fisiología neurológica que nos obligue a reaccionar violentamente.

4. Científicamente es incorrecto decir que la guerra es un fenómeno instintivo o que responde a un único
móvil... Las tecnologías de la guerra moderna han acentuado considerablemente el fenómeno de la
violencia, sea a nivel de la formación de los combatientes o en la preparación psicológica para la guerra
en la población. Debido a esta ampliación, se tiende a confundir las causas y las consecuencias.

Como conclusión proclamamos que la biología no condena a la humanidad a la guerra... Así como
las guerras empiezan en el alma de los hombres, la paz también encuentra su origen en nuestra alma. La
misma especie que ha inventado la guerra también es capaz de inventar la paz. La responsabilidad
incumbe a cada uno de nosotros”.

VIOLENCIA Y GÉNERO

La base fundamental de la cultura es el proceso de socialización de las personas, el cual se produce de


manera diferente en varones y mujeres dando origen a las diferencias de género. Como sabemos, el
género se refiere a las diferencias entre varones y mujeres que, siendo culturales, se presentan como
naturales (biológicas) y que han servido de base a la subordinación de la mujer.

Así, por ejemplo, tradicionalmente se relaciona a la mujer exclusivamente con la atención del hogar
y a los varones con el trabajo fuera de casa. No es que no haya mujeres que trabajen fuera de hogar, sino
que nos hemos acostumbrado a verlas en su rol doméstico y ellas mismas, en cierto sentido, siguen
viéndose así. De esta manera parece “natural” que las mujeres se dediquen a la atención del hogar y al
cuidado de las personas; y los varones al mundo laboral y público.
Estas maneras diferentes de ver a varones y mujeres, pueden parecer poco importantes. Sin
embargo, llegan a ser la base de terribles discriminaciones contra las mujeres como cuando se prefiere
la educación de los hijos en detrimento de las hijas.

Esas diferencias también se dan respecto al ejercicio de la fuerza y la violencia, que se encuentran
asociadas sobre todo a los varones y no a las mujeres, las cuales por su maternidad y dedicación a la
crianza desarrollan más bien un rechazo a las expresiones de violencia. Los varones, en cambio, desde
pequeños son “educados” para aceptar los actos violento al punto que hoy en día la capacidad de hacer
daño a otro se encuentra asociada, en diferente grado, a la identidad masculina.

Las diferencias de género con relación a la violencia, pueden evidenciarse a través de un dato
concreto: el 85% de todos los homicidios los cometen los varones.

Otro rasgo de la socialización de los varones es la identificación de la virilidad con el poder del hombre
sobre la mujer, lo que en el lenguaje popular se conoce como “machismo”. Este “poder” malentendido y
la capacidad de ejercer violencia por parte de los varones son la base de la extendida violencia contra la
mujer en nuestras sociedades.

En cambio, la socialización de la mujer, relacionada principalmente a su rol en la reproducción, la ha


llevado a adoptar la función del cuidado de las personas y a prestar más atención a las emociones, la
empatía y las relaciones interpersonales, así como a manejar los conflictos por medios diferentes a la
fuerza y la violencia. Estas características constituyen, sin duda, aspectos valiosos para construir una
Cultura de Paz.

Como también son valiosas otras características desarrolladas especialmente por los varones, como
el predominio de la razón (racionalismo), la búsqueda de ser el mejor (competencia) o el sentido del deber
(seguir las reglas). De lo que se trata para construir una Cultura de Paz es de integrar los aspectos más
positivos de lo que es ser varones y mujeres y reconvertirlos en una mejor manera de ser seres humanos.

VIOLENCIA Y CRIANZA

En el proceso de socialización la crianza es un aspecto fundamental, por lo cual es importante evitar que
en la familia se reproduzcan patrones que sustenten la violencia y la dominación.

“Las semillas de la violencia se siembran en los primeros años de la vida se cultivan y desarrollan
durante la infancia y comienzan a dar sus frutos malignos en la adolescencia. Esta simiente se nutre y
crecen impulsada por los mensajes y agresiones crueles del entorno social hasta llegar a formar parte
inseparable del carácter del adulto... Las criaturas maltratadas tienen más probabilidades de volverse
emocionalmente insensibles a los horrores de la crueldad que quienes crecen en ambientes seguros y
acogedores. Y lo que es peor, una vez mayores tienen más probabilidades de comenzar un nuevo ciclo
de violencia maltratando a sus propios hijos y haciendo de ellos futuros verdugos” (Rojas, 2005).

En nuestro país el maltrato a los niños es un mal extendido. Estudios del MIMDES encontraron que
en promedio 8 de cada 10 niños han sufrido violencia en su hogar, tanto por parte de los padres como de
las madres (MIMDES, 2008b). Y no sólo los niños son maltratados en la familia, lo son también los adultos
mayores, de modo que 4 de cada 100 denuncias en los Centros de Emergencia Mujer del MIMDES
provienen de ellos.

La importancia de la crianza en relación a la prevención de la violencia, asigna a la familia, padres y


madres una gran responsabilidad en el combate de la violencia. Como señala Rojas, “un axioma básico
sobre el desarrollo de la personalidad es que el amor engendra más amor y la violencia engendra más
violencia”.
No es una tarea fácil, pues ciertamente un carácter equilibrado y proclive a la paz demanda no sólo
amor, requiere también la satisfacción de necesidades esenciales, como el alimento, la seguridad,
protección además del afecto y el estímulo. Requiere de adultos que proporcionen ejemplos, apoyo,
comprensión y que enseñen a actuar éticamente.

Desde luego, la escuela, la comunidad, los medios de comunicación y el propio Estado tienen también
una gran responsabilidad en la prevención de la violencia, pero sin duda la familia, sigue siendo el pilar
fundamental para esta tarea, y para esto necesitan todo el apoyo posible.

¿ES INEVITABLE LA VIOLENCIA?

Hemos visto que la violencia es fundamentalmente un hecho cultural, y que, por lo tanto, así como ha
sido aprendida puede dejar de aprenderse y ser reemplazada. Como lo recuerda el Manifiesto de Sevilla,
“la misma especie que ha inventado la guerra también es capaz de inventar la paz”. No es, desde luego,
fácil, pues requiere cambiar los patrones culturales, encontrando nuevas formas para tratar sin violencia
los problemas y diferencias que surgen en la vida social y nuevas y mejoras formas de ejercer el poder,
cuyo mal uso es, con frecuencia, fuente de violencia, especialmente estructural. Si existen desigualdades
sociales y pobreza, es sin duda porque los poderes político, económico y social no están funcionando
adecuadamente.

Por otro lado, generalmente se percibe el poder como la capacidad de imponer una voluntad, pero,
es necesario recordar que, en su sentido básico, el poder no es sino la capacidad de “hacer cosas con
los demás”, es decir, de actuar conjuntamente. La imposición es sólo una manera de “hacer cosas con
los demás”, existen otras formas que pueden y deben ser preferidas culturalmente.

La relación entre padres e hijos puede servir de ejemplo de esas otras formas de poder que los seres
humanos podemos construir. Por siglos, el poder de los padres sobre los hijos tuvo como medio
privilegiado el miedo o el castigo, hoy en día, existe consenso en que es preferible emplear la autoridad
del ejemplo, usar la persuasión o el diálogo abierto.

Los seres humanos necesitamos, entonces, ampliar nuestros repertorios de actuación entre nosotros,
crear nuevas formas e incluso instituciones que nos permitan superar nuestros problemas y nuestras
diferencias sin apelar a la fuerza y la violencia.

Así como hemos sido capaces de llegar a crear armas nucleares para la guerra, ahora debemos ser
capaces de cambiar de rumbo y poner el mayor esfuerzo posible para desarrollar poderosas formas
pacíficas de relación. No podemos seguir siendo, como dijo autocríticamente un general norteamericano,
“gigantes nucleares y enanos morales” que no sabemos convivir en paz.

Pero, ocurre que el poder suele convertirse en un fin en sí mismo, en un premio que alimenta el ego
de personas, grupos y sociedades, que buscan imponer por cualquier medio su “verdad” y voluntad
prefiriendo el uso de la violencia.

IRRACIONALIDAD E INEFICACIA DE LA VIOLENCIA

Ciertamente, la complejidad de la vida social, los intereses diferentes que tienen las personas y grupos
sociales, la violencia estructural y cultural presentes, hacen difícil el acuerdo y el consenso. Pero la violencia
es un criterio absurdo de resolución de conflictos, pues no hay ninguna relación entre tener más fuerza y
tener más razón. Es decir, en la búsqueda de una solución óptima, la violencia no garantiza la mejor solución
al conflicto; en cambio, la vía del diálogo, aunque demore y cueste trabajo, permite afinar una propuesta
mejor y satisfactoria para las partes.
Por otro lado, bien visto, la violencia es ineficaz, no resuelve los conflictos, sólo los cubre. No debe
confundirse victoria con solución, pues lo impuesto por la fuerza sólo puede mantenerse con la fuerza. Como
nos lo muestra la historia, cuando la relación de fuerza cambia, el conflicto resurge con mayor virulencia y
resentimiento.

Los seres humanos hemos gastado ingentes recursos económicos para ejercer la violencia, hacer la
guerra, o incluso sólo para usar las armas como medio disuasivo. ¿Cuánto hemos invertido para construir
paz?.
El gasto militar mundial en “seguridad” es del orden del billón de dólares al año. Con un 2% de esta
cantidad sería posible eliminar el hambre en todo el mundo. Erradicar las condiciones que se encuentran en
la base de los conflictos violentos, como el hambre, los desequilibrios económicos, el subdesarrollo o la
desigualdad de oportunidades, entre otros, es mucho más barato y crea más seguridad.

Pero siempre habrá quienes mantienen la vieja manera de pensar. Hoy, por ejemplo, se dice que “las
próximas guerras serán por el acceso al agua”, ¿no es mejor pensar en cómo unir las capacidades y
conocimientos de todos para conservar el agua, antes que empezar nuevas guerras?

¿VIOLENCIA JUSTA?

Podemos estar de acuerdo en que rechazar la violencia es lo mejor, pero ¿podemos decir que este rechazo
es siempre valido?. Quienes discuten estos temas, se dividen en dos grupos, unos absolutizan el rechazo a
toda forma de violencia, y otros, en cambio, consideran que en determinadas circunstancias, la violencia
puede justificarse.

La idea de que la violencia es válida está presente, por ejemplo, en la legítima defensa reconocida
por el Código Penal e incluso en el Catecismo de la Iglesia católica. Esta última señala que “una vez agotados
todos los medios de acuerdo pacífico entre países, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima
defensa”, siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones.

Como por ejemplo, que la acción sea emprendida por una autoridad legítima, que el daño causado
por el agresor sea duradero, grave y cierto, o que el empleo de las armas no signifique males más graves
que los que se pretende evitar con la legitima defensa.

Discutir si es válido apelar en ciertos casos a la violencia, no es un ejercicio puramente académico,


sobre todo en un país como el nuestro, donde el terrorismo pretendió justificarse con una supuesta búsqueda
de justicia. Los problemas sociales que subsisten en nuestro país pueden ser también ahora un argumento
falaz para el empleo de la violencia.

La filosofa Arendt nos previene frente a esto recordándonos que “la violencia puede ser justificable,
pero nunca será legítima. Su justificación pierde plausibilidad (ser recomendable) cuanto más se aleja en el
futuro del fin propuesto. Nadie discute el uso de la violencia en defensa propia porque el peligro no solo
resulta claro, sino que es actual y el fin que justifica los medios es inmediato” (Arendt, 2005).

En el uso de la violencia para alcanzar una determinada agenda política no se encuentra esa relación
directa entre acción violenta y una justicia futura, pues nada garantiza que a través de ella se la vaya a
alcanzar. Todo lo contrario, el empleo mismo de acciones violentas como medio sistemático de acción niega
la dignidad humana, base de toda justicia.

“La paz, la justicia, y la cooperación, son el objetivo, a la vez que los valores que queremos alcanzar
y desarrollar. Hemos de reconocer que la violencia, por altas que sean sus miras y razonamientos, es anti
ética a esos valores y eso debe hacernos preguntar si es posible lograrlo mediante la opción violenta”
(Lederach, 2000).
Como señala Gandhi: “No hay caminos para la Paz, la Paz es el camino”.

Si los argumentos señalados parecieran insuficientes para rechazar el empleo de la violencia como medio
político, cabe preguntarse, tras las miles de víctimas del conflicto armado interno en nuestro país si tiene
algún sentido que se repitan hechos que sólo trajeron destrucción y dolor a todos.
CAPÍTULO III

HISTORIA DEL CONCEPTO DE CULTURA DE PAZ

“Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben
erigirse los baluartes de la paz... Una paz fundada exclusivamente en acuerdos políticos y económicos entre
gobiernos no podría obtener el apoyo unánime, sincero y perdurable de los pueblos, y que, por consiguiente,
esa paz debe basarse en la solidaridad intelectual y moral de la humanidad”. (UNESCO, 1945).

ANTECEDENTES

El concepto de Cultura de Paz surge en el marco de la profunda reflexión que, luego de la Segunda Guerra
Mundial, se desarrolló a nivel internacional en torno a la construcción de la paz; una tarea que devino en
impostergable luego que las dos guerras mundiales costaron la vida de más de 100 millones de personas y
que la humanidad adquirió, con la bomba atómica, la capacidad de auto aniquilarse.

En 1945 se fundan las Naciones Unidas con el objetivo de “salvar a las generaciones venideras del
flagelo de la guerra” y ese mismo año, se crea la UNESCO para promover la cooperación en educación,
ciencia y cultura para alcanzar los objetivos de la paz. En su Acta de Constitución, de la UNESCO inscribió
la famosa frase que introduce la cultura como factor importante tras la violencia: “Que, puesto que las guerras
nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la
Paz” (UNESCO, 2004).

La reflexión en torno a ese cambio profundo en la “mente de los hombres” y cómo lograr una mayor
“solidaridad intelectual y moral” fue enriqueciéndose a lo largo del trabajo de la UNESCO hasta que en 1986
la declaración de ese año como “Año Internacional de la Paz” por las Naciones Unidas, ofreció la oportunidad
de decantar y clarificar las ideas en torno a la paz y los caminos para alcanzarla.

En el marco de la conmemoración de ese año, un grupo de 20 connotados científicos de todo el


mundo, especialistas en psicología, sociología, neurología, etología, genética, antropología y de otras ramas
de la ciencia, redacto el Manifiesto de Sevilla, el cual afirma fehacientemente que no existe ningún obstáculo
de naturaleza biológica para la abolición de la guerra.

En 1989 el Manifiesto fue adoptado y difundido mundialmente por la UNESCO que ese mismo año
realizó el “Congreso Internacional Paz en la Mente de los Hombres”, en Yamoussoukro (Costa de Marfil,
África), cuya declaración final llama a construir “una nueva visión de una cultura de Paz basada en los valores
universales de respeto por la vida, la libertad, justicia, solidaridad, tolerancia, derechos humanos e igualdad
entre mujeres y hombres”.

EL APORTE DEL PADRE FELIPE MAC GREGOR

El término “Cultura de Paz”, empleado en la declaración del Congreso de Yamoussoukro, fue aportada por
el sacerdote peruano Felipe Mac Gregor (UNESCO, 2005) quien conducía en el Perú la Comisión Nacional
Permanente de Educación para la Paz, adscrita al Ministerio de Educación.

Así lo recuerda también, David Adams, Director del Año Internacional de la Paz, por la UNESCO.
“Fue en las reuniones preparatorias para la Conferencia (Yamoussoukro) de la UNESCO que la frase y
definición de la Cultura de Paz fue traída por el Padre Felipe Mac Gregor. Mac Gregor había encabezado el
equipo que previamente publicó un libro preciosamente ilustrado de educación para la paz, en 1986, en el
Perú, llamado "Cultura de Paz", con descripciones completas de conflicto, violencia y paz. Tuve el privilegio
de trabajar con el padre Mac Gregor en esas reuniones”. (Adams, 2003).
El libro “Cultura de Paz” si bien no presenta explícitamente una definición de lo que es una cultura
de paz, contiene sus elementos centrales, sobre todo al referir como bases de la paz el desarrollo moral de
las personas, la solución no violenta de los conflictos y el fin de la violencia estructural y cultural.

Haciéndose eco de la discusión internacional de entonces, el libro identifica la violencia estructural,


la injusticia, como una forma de violencia que se produce “cuando la estructura social quita o dificulta la
realización de las posibilidades corporales e intelectuales, morales y religiosas de la persona o del grupo de
personas” (Mac Gregor, 1989).

Las referencias a la violencia estructural y la necesidad de superarla a través de la justicia fue motivo
de enconada controversia en momentos en que el país sufría el conflicto armado. Por un lado, ciertos
sectores consideraban que la Cultura de Paz no era sino una forma de “sosegar al pueblo”, mientras que
otros consideraban que la denuncia en el libro de la violencia estructural le hacía el juego al terrorismo. Esto
a pesar del claro repudio que el padre Mac Gregor hacía de Sendero Luminoso y la revolución violenta.

“En 1986, Año Internacional de la Paz, irónicamente año en que la violencia de Sendero Luminoso
se hacía presente en la vida peruana, el Ministro de Educación del Perú nombró una Comisión Nacional
Permanente de Educación para la Paz, de la que fui nombrado presidente. Éramos dieciséis profesores,
trabajadores en educación primaria, secundaria, técnico profesional o universitaria. Antes de proponer una
educación para la paz decidimos escribir cada uno nuestra concepción de Paz y exponerla. Fue una de las
más ricas experiencias de mi vida. En las exposiciones, "violencia", "conflicto", "solución de conflictos",
aparecían frecuentemente; encontrábamos casi habitual la solución violenta de los conflictos.

Lentamente nuestras discusiones se fueron iluminando con un principio de realidad, la guerra no es


el enemigo de la Paz, el enemigo de la Paz es la violencia. Nos preguntábamos hasta dónde puede resistir
la moral autónoma a una moral heterónoma que, por ejemplo, obliga por la costumbre a resolver un conflicto
por la vía violenta. El resultado de la búsqueda fue que debíamos empeñarnos en construir en nosotros, en
nuestros alumnos, en nuestros conciudadanos, una nueva cultura a la que llamamos "Cultura de Paz" porque
transforma el imperativo moral de una persona, sus valores y sus decisiones hasta convertirlos en una única
decisión: nunca usar la violencia para resolver un conflicto.

Dos directores de la UNESCO, A. M. Bow y Federico Mayor, se convirtieron en impulsores de "Cultura


de Paz". El actual director general propuso, como tema central de su segundo mandato, impulsar la "Cultura
de Paz" y, elegido, estableció el Programa de Acción "Cultura de Paz". Lo demás es parte de una historia
conocida por ustedes y en la que los actores no son sólo un grupo de maestros peruanos, sino maestros de
América, de Europa y de África, bajo la firme conducción de la UNESCO”. Felipe Mac Gregor (1997).

EL PROGRAMA DE ACCIÓN DE CULTURA DE PAZ DE LA UNESCO

En la década de los noventa la UNESCO lleva a la práctica el concepto de Cultura de Paz, estableciendo en
1992 un “Programa de Acción en Cultura de Paz” y proyectos nacionales de Cultura de Paz en Centroamérica
y África para contribuir a la vigilancia y construcción de la paz.

En 1994 la UNESCO realiza en el Salvador el “I Foro Internacional de Cultura de Paz”, y ese mismo
año se celebra la 40 Conferencia de Educación que encara el tema de la educación para la Paz. En 1995 la
Conferencia General de la UNESCO introduce el concepto de Cultura de Paz en su Estrategia de Medio
Término 1996-2001. En ella la Cultura de Paz emerge como una respuesta a la Cultura de Guerra y hace
una definición más completa del concepto:

“En la cultura de la guerra los conflictos se resuelven por la violencia, física o simbólica. En cambio,
la Cultura de la Paz es inseparable del recurso del diálogo, la mediación y el reconocimiento del otro como
igual en derecho y dignidad... Así, la cultura de paz podría definirse como el conjunto de valores, actitudes y
comportamientos, modos de vida y acción que, inspirándose en ella, reflejan el respeto de la vida, de la
persona humana, de su dignidad y sus derechos, el rechazo de la violencia, comprendidas todas las formas
de terrorismo, y la adhesión a los principios de libertad, justicia, solidaridad, tolerancia y entendimiento, tanto
entre los pueblos como entre los grupos y las personas” (UNESCO, 1996).

En los siguientes años, la UNESCO realizó una serie de iniciativas en torno a la promoción de la
Cultura de Paz, las mismas que pueden verse en la cronología que se encuentra en la página 45.

LA DECLARACIÓN Y PROGRAMA DE CULTURA DE PAZ DE LAS NACIONES UNIDAS

En la década de los noventa, las acciones de la UNESCO para promover la Cultura de Paz, impulsadas por
su Director Federico Mayor Zaragoza, permitieron que el concepto fuera introducido crecientemente en las
Declaraciones oficiales de las Naciones Unidas y sus organismos, lo cual coincidió con el papel de mayor
protagonismo del sistema de naciones unidas bajo un enfoque más preventivo de las guerras y de mayor
apoyo a la reconstrucción pacífica luego de los conflictos armados.

“Una verdadera Cultura de Paz, basada en respeto mutuo y el intercambio creativos... es el corazón
de la gran empresa histórica que significan las Naciones Unidas” sostenía Boutros Gali, Secretario de las
Naciones Unidas, en la Conferencia sobre la Diversidad Global celebrada en 1995 en Australia. En los
siguientes años fue creciente el compromiso de las Naciones Unidas con la promoción de la Cultura de Paz.
En 1997, la Asamblea General declaro el 2000 como “Año Internacional de la Cultura de Paz” y, en 1998, la
“Década Internacional 2001-2010 para una Cultura de Paz y no Violencia para los Niños del Mundo”,
reconociendo los enormes daños y padecimientos causados a los niños y niñas por las diversas formas de
violencia en el mundo entero.

En 1999, la 53 sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, mediante la Resolución


A/53/243, aprobó la “Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz” definiendo ocho áreas
de acción vinculadas a través de un concepto coherente de Cultura de Paz y no violencia.

LA CULTURA DE PAZ DE ACUERDO A LA DECLARACIÓN Y PROGRAMA

“Una Cultura de Paz es un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida
basados en: a) El respeto a la vida, el fin de la violencia y la promoción y la práctica de la no violencia por
medio de la educación, el diálogo y la cooperación; b) El respeto pleno de los principios de soberanía,
integridad territorial e independencia política de los Estados y de no injerencia en los asuntos que son
esencialmente jurisdicción interna de los Estados, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas y el
derecho internacional; c) El respeto pleno y la promoción de todos los derechos humanos y las libertades
fundamentales; d) El compromiso con el arreglo pacífico de los conflictos; e) Los esfuerzos para satisfacer
las necesidades de desarrollo y protección del medio ambiente de las generaciones presente y futuras; f) El
respeto y la promoción del derecho al desarrollo; g) El respeto y el fomento de la igualdad de derechos y
oportunidades de mujeres y hombres; h) El respeto y el fomento del derecho de todas las personas a la
libertad de expresión, opinión e información; i) La adhesión a los principios de libertad, justicia, democracia,
tolerancia, solidaridad, cooperación, pluralismo, diversidad cultural, diálogo y entendimiento a todos los
niveles de la sociedad y entre las naciones; y animados por un entorno nacional e internacional que favorezca
a la paz.” (Naciones Unidas, 1999). La Declaración señala que “el progreso hacia el pleno desarrollo de una
cultura de paz se logra por medio de valores, actitudes, comportamientos y estilos de vida propicios para el
fomento de la paz entre las personas, los grupos y las naciones” (Naciones Unidas, 1999).

En ese sentido enfatiza que la educación en todos los niveles es uno de los medios fundamentales
para edificar una Cultura de Paz, en particular la educación en la esfera de los derechos humanos. Asimismo,
señala que los gobiernos tienen una función primordial en la promoción y el fortalecimiento de una cultura
de paz y que la sociedad civil debe comprometerse plenamente en el desarrollo total de una Cultura de Paz,
a lo que contribuye también el papel informativo y educativo de los medios de difusión.
La Declaración establece ocho áreas de acción que deben ser abordadas a través de un conjunto de
medidas para:

- Promover una Cultura de Paz por medio de la educación.


- Promover el desarrollo económico y social sostenible.
- Promover el respeto de todos los derechos humanos.
- Garantizar la igualdad entre mujeres y hombres.
- Promover la participación democrática.
- Promover la comprensión, la tolerancia y la solidaridad.
- Apoyar la comunicación participativa y la libre circulación de información y, conocimientos.
- Promover la paz y la seguridad internacional.

El surgimiento del concepto de Cultura de Paz no podría ser entendido sin observar los cambios que se
produjeron a fines del siglo XX en el sistema internacional respecto a la situación de la Paz y a la ampliación
del concepto de paz. La situación fue bien descrita por el entonces Director de la UNESCO, Federico Mayor:

“Al prepararnos para ingresar al siglo XXI, la humanidad encara amenazas sin precedentes para su
misma existencia. La confrontación nuclear de la Guerra Fría nos ha hecho ver el peligro. Hoy día
comprobamos que las amenazas se amplían. Incluyen también la degradación del ambiente así como la
pobreza, la sobrepoblación, migraciones masivas, intolerancia y mala distribución de los recursos en el
mundo, todo lo cual está vinculado a la violencia y la guerra. La Paz, entonces, alguna vez definida como
ausencia de guerra, está viniendo a ser algo más amplio, un proceso dinámico. Incluye no solo relaciones
no violentas únicamente entre Estados, sino también entre individuos, entre grupos sociales, entre Estados
y sus ciudadanos y entre los humanos y el planeta” (UNESCO, 1995).

Esta concepción más amplia de la paz y el surgimiento de la Cultura de Paz, como señala Adams
(2003), no habría sido posible en el sistema internacional sin la convergencia desde fines de los 80 de
tendencias históricas como los procesos de liberación nacional, que transformaron la membresía de
organizaciones de las Naciones Unidas como la UNESCO, el desarrollo de un análisis científico sobre la
guerra y la paz con la Declaración de Sevilla sobre la Violencia (1986) y en especial el término de la Guerra
Fría (1992) que hizo posible la acción unánime del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para incluir
en las operaciones de mantención de la paz una agenda concreta por consolidar la paz .

CRONOLOGÍA DEL DESARROLLO DEL CONCEPTO DE CULTURA DE PAZ POR LAS


NACIONES UNIDAS:

1986 : En el marco del año Internacional de la Paz declarado por las Naciones Unidas, se publica en el Perú
el libro “Cultura de Paz” preparado por un grupo de profesores presidido por el padre Felipe Mac
Gregor.

1989 : “El Congreso Internacional sobre la Paz en la Mente de los Hombres” (YamoussoukroAfrica), adopta
el concepto y recomienda que la UNESCO “ayude a construir una nueva visión de la paz por el
desarrollo de una Cultura de Paz basada en los valores universales de respeto a la vida, libertad,
justicia, solidaridad, tolerancia, derechos humanos e igualdad entre hombres y mujeres”.

1992 : La UNESCO establece un programa específico para promover una Cultura de Paz como una
contribución a los esfuerzos de vigilancia de la Paz de las Naciones Unidas. Se crean Programas
nacionales en países de Centroamérica y África.

1994 : Se realiza en el Salvador el Primer “Foro sobre la Cultura de Paz”.


1995 : La 28 Conferencia General de la UNESCO introduce el concepto de Cultura de Paz en su estrategia de
medio término 1996 -2001.
1996-2001 : La UNESCO implementa el proyecto transdisciplinario “Hacia una Cultura de Paz”.

1997 : La 52 sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, mediante la Resolución A/52/15 del 20
de noviembre de 1997, declara el 2000 como Año Internacional de la Cultura de Paz.

1998 : La 53 sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, mediante Resolución A/53/25, del 10 de
noviembre de 1998,, declara al período 2001-2010 “Década Internacional para una Cultura de Paz y no
Violencia para los Niños del Mundo”.

1999 : La 53 sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas aprueba mediante Resolución A/53/243,
del 6 de octubre de 1999, la “Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz”.

20OO : En el marco del “Año Internacional de la Cultura de Paz” se realiza la campaña internacional
“Manifiesto 2000” documento elaborado por varios Premios Nobel y suscrito por 75 millones de
personas.

DEL MANIFIESTO DEL AÑO 2000 AL PRESENTE

La Declaración y Programa sobre una Cultura de Paz fue el documento base para la declaración del “Decenio
de una Cultura de Paz para los Niños del Mundo” y el “Año Internacional de la Cultura de Paz”, el año 2000.
Con motivo de este año se lanzó el “Manifiesto 2000”, elaborado por un grupo de premios Nobel, entre ellos
el Dalai Lama y los latinoamericanos Adolfo Pérez Esquivel, Rigoberta Menchú y Óscar Arias.

Al año siguiente, con la Resolución 55/282 de diciembre del 2001, la Asamblea General decidió que
a partir de 2002 se celebre el “Día Internacional de la Paz” el 21 de septiembre de cada año, llamando a
observar una jornada de cesación del fuego y de no violencia a nivel mundial.

En los siguientes años, la Asamblea General mantuvo en su agenda el tema de Cultura de Paz, en
el marco del “Decenio Internacional de una Cultura de Paz para los Niños del Mundo”. Asimismo, la UNESCO
continuó su labor de difusión, especialmente en el ámbito de la educación, y desarrolló una iniciativa para el
encuentro y comprensión entre religiones. Al respecto, la Asamblea General decidió celebrar en el 2007 un
“Diálogo de Alto Nivel” sobre la cooperación entre religiones y culturas para promover la tolerancia, la
comprensión y el respeto universal en cuestiones de libertad de religión o creencias y de diversidad cultural.

Ese mismo año, la Asamblea General de las Naciones Unidas, acuerda, a través de la Resolución
A/RES/61/271, establecer el 2 de octubre de cada año como el Día Internacional de la No Violencia, siendo
una ocasión para "diseminar el mensaje de la no violencia, incluso a través de la educación y la conciencia
pública". La Resolución reafirma "la relevancia universal del principio de la no violencia" y el deseo de
"conseguir una Cultura de Paz, tolerancia, comprensión y no violencia” (Naciones Unidas, 2007).

El recrudecimiento de la guerra en el mundo, con el derribamiento de las torres gemelas en Nueva


York en el año 2001 y la invasión a Irak sin autorización de las Naciones Unidas, no ofrece el mejor contexto
para la construcción de un mundo más pacífico y el desarrollo de una Cultura de Paz. A pesar de todo, el
desarrollo de una Cultura de Paz, de la mano con el reconocimiento de los derechos humanos, forma parte
ya del sistema internacional.
Por ello, el director general de la UNESCO, Koichiro Matsuura, con ocasión del Día Internacional de
la Paz 2008, nos recuerda la necesidad de:

“Constituir una coalición amplia que trabaje para intensificar y fortalecer los esfuerzos mundiales
encaminados a velar por que cada hombre, mujer o niño puedan disfrutar de los derechos y las libertades
fundamentales consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Todos juntos, debemos
esforzarnos en poner fin a las flagrantes violaciones de los derechos humanos que se cometen en el mundo
de hoy, a fin de crear las condiciones necesarias para construir una Cultura de Paz, uno de los máximos
desafíos para la humanidad” (UNESCO, 2008).

MANIFIESTO 2000

Reconociendo mi parte de responsabilidad ante el futuro de la humanidad, especialmente para los niños de
hoy y de mañana, me comprometo en mi vida diaria, en mi familia, mi trabajo, mi comunidad, mi país y mi
región a:
- Respetar la vida y la dignidad de cada persona, sin discriminación ni prejuicios.

- Practicar la no violencia activa, rechazando la violencia en todas sus formas: física, sexual,
sicológica, económica y social, en particular hacia los más débiles y vulnerables, como los niños
y los adolescentes.

- Compartir mi tiempo y mis recursos materiales cultivando la generosidad a fin de terminar con la
exclusión, la injusticia y la opresión política y económica.

- Defender la libertad de expresión y la diversidad cultural, privilegiando siempre la escucha y el


diálogo, sin ceder al fanatismo, ni a la maledicencia y el rechazo del prójimo.

- Promover un consumo responsable y un modo de desarrollo que tenga en cuenta la importancia


de todas las formas de vida y el equilibrio de los recursos naturales del planeta.

- Contribuir al desarrollo de mi comunidad, propiciando la plena participación de las mujeres y el


respeto de los principios democráticos, con el fin de crear juntos nuevas formas de solidaridad.

LA NO VIOLENCIA

La No Violencia es un llamado radical a buscar la justicia empleando medios pacíficos. Gandhi identificaba
la no violencia como el ahimsa (no matar, no causar daño o sufrimiento), pero también, en un sentido positivo,
con la inocencia y la llamó también satyagraha, o fuerza de la verdad y de la justicia.

De una manera sintética la no violencia es el deber y la acción por la justicia respetando la vida y la integridad
de los adversarios en esa lucha (López, 2004).

"La resistencia no violenta no es un método para los cobardes. Es una verdadera resistencia. Por ello Gandhi
decía tan a menudo que si la cobardía es la única alternativa de la violencia, es preferible luchar... Si bien es
cierto que el resistente no violento es pasivo en el sentido de que no es físicamente agresivo hacia su
adversario, su mente y sus emociones no son menos activas, procura constantemente convencer a su
adversario de su error. No es una no resistencia pasiva al mal, sino una resistencia no violenta activa al mal".
(Martin Luther King).
CAPÍTULO IV
CONSTRUYENDO CULTURAS DE PAZ

“La Cultura de Paz es una cultura que promueve la pacificación, una cultura que incluya estilos de vida,
patrones de creencias, valores y comportamientos que favorezcan la construcción de la paz y acompañen
los cambios institucionales que promueven el bienestar, la igualdad, la administración equitativa de los
recursos, la seguridad para los individuos, las familias, la identidad de los grupos o las naciones, sin
necesidad de recurrir a la violencia” (Elise Boulding).

La propuesta de las Naciones Unidas de trabajar por una Cultura de Paz constituye un llamado trascendental
para promover un cambio cultural que favorezca la construcción de la paz en el mundo. Es en ese sentido,
una propuesta para modificar y mejorar desde la política, en este caso internacional, la convivencia de los
seres humanos en un momento crítico para superar las amenazas a la sobrevivencia de la humanidad.

En ese marco, la “Cultura de Paz” es un concepto normativo, es decir un “deber ser”, que sólo puede ser
alcanzado trabajando desde la realidad de las múltiples culturas que existen en el mundo.

En el presente capítulo presentamos algunas ideas básicas en torno a lo que significa trabajar por una
Cultura de Paz desde nuestras culturas, para lo cual empezaremos repasando algunas nociones sobre
cultura, cambio cultural y convivencia social.

CULTURAS DE PAZ
La cultura, como lo dice la UNESCO en una definición sintética, “son las maneras de vivir juntos” (UNESCO,
1995), o como lo señala de manera más amplia Federico Mayor, “es el conjunto de elementos simbólicos,
estéticos y significativos que forman la urdiembre de nuestras vidas y le confieren unidad de sentido y
propósito de la cuna a la tumba” (Mayor, 1994).

En buena cuenta, la cultura abarca toda realización humana diferenciada de la naturaleza. Por lo
mismo, la cultura de los seres humanos no es algo predeterminado, sino que es resultado de la interacción
entre ellos y con la naturaleza. Es, entonces, dinámica y cambiante, aunque en el corto plazo pueda parecer
inmutable. Así, por ejemplo, hasta hace unas decenas de años, los valores e ideas predominantes no
favorecían para nada la educación superior de las mujeres o la obligación de los Estados de atender las
necesidades básicas de los ciudadanos. Hoy eso está cambiando.

La cultura, por otro lado, no se limita al lenguaje, las creencias o las prácticas entre las personas,
sino también a las instituciones y sistemas que organizan la sociedad. La cultura involucra, entonces, la
manera en que se crea y distribuye la riqueza, se gobierna el bienestar y la seguridad, se manejan las
relaciones con el ambiente y se ejerce justicia, entre otros aspectos.

CULTURA Y SISTEMAS DE PAZ

Si bien los valores, ideas, creencias o comportamientos de las personas tienen un peso considerable en la
manera en que se organiza la sociedad, cambios en dicha organización influyen también en los valores,
ideas, creencias y comportamientos. La paz, desde luego, necesita de cambios tanto en éstos como en las
maneras de organizar la sociedad. Como dice Galtung, se requieren no sólo transformar la cultura, sino
también crear instituciones y formas de organizar la sociedad que sustenten la paz.

Ambos procesos se producen muy interrelacionados. Un ejemplo es el caso de la “esclavitud”. Ciertamente


antes que se eliminara, no necesariamente la mayoría de las personas que no eran víctimas de éste
aborrecible sistema, pensaban que era negativo. Su eliminación legal y la propia experiencia social han
hecho que hoy en día, las ideas y valores comunes sean contrarios a la esclavitud.
CULTURA Y BALANCE ENTRE PAZ Y VIOLENCIA

Es fácil advertir que no existe una única cultura humana, sino que más bien existen muchas culturas.
Diversos estudios identifican más de 10,000 grupos culturales en el mundo. En todos ellos, en mayor o menor
grado, encontramos valores, ideas, actitudes y comportamientos favorables a la paz, como también otros
favorables al uso de la fuerza y la violencia.

Como señala Boulding, en su libro “Culturas de Paz”:

“En general, las sociedades tienden a ser una mezcla de temas de una cultura pacífica y de una de guerra,
el balance entre esos temas varia de sociedad a sociedad y de momento histórico a momento histórico. En
nuestro tiempo, las tensiones ente los dos temas ha devenido en una pesada carga social por un sistema
mundial militar vinculado a modos de industrialización y urbanización destructivos del planeta que afectan la
capacidad humana para el cambio creativo y pacífico” (Boulding, 2000).

Así, en los diferentes “modos de vivir juntos” de todos los pueblos del mundo existe esa mezcla de
aspectos pacíficos y de violencia. Reconocer esto es importante porque nos recuerda, en primer lugar, que
la capacidad para hacer la paz se encuentra en todas las culturas y, en segundo lugar porque hace evidente
que hay diversas formas de construir la Paz y esa diversidad también es importante para enriquecernos
mutuamente.

Por ello, algunos autores, reconociendo la importancia normativa del concepto “Cultura de Paz” de las
Naciones Unidas, prefieren hablar de construir “Culturas de Paz” para referirse al trabajo concreto para
desarrollar los aspectos pacíficos de nuestras diversas culturas.

No se trata entonces de reemplazar nuestras múltiples culturas por una única Cultura de Paz, sino
de desarrollar nuestras formas de hacer la paz teniendo como referencia enriquecedora lo que nos ofrece el
concepto normativo formulado por las Naciones Unidas, concepto que es fundamental pues resume el
consenso mundial más avanzado de lo que debemos entender por paz y por una Cultura para la Paz.

Como vimos en el recorrido histórico de la idea de la paz, hasta hace pocas décadas la igualdad de
varones y mujeres no aparecía como un componente indispensable para hablar de paz. De hecho todavía
muchas culturas no consideran importante ese aspecto, aunque mantengan sus propias formas de respeto
a las mujeres. Pero, desde que los Estados del mundo promulgaron la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, la plena igualdad entre hombres y mujeres se ha convertido en uno de los pilares indispensables
para hablar de paz y de una Cultura de Paz.

CULTURA DE PAZ

(La Cultura de Paz) consiste en la creación de nuevas formas de cultivar las relaciones entre los seres
humanos mismos y entre estos y la naturaleza para incrementar las posibilidades humanas de vivir en paz...
Por una parte, se trata de reconstruir los momentos, actitudes, instituciones, etc., que a lo largo de la historia
han servido para organizarnos pacíficamente, como indicadores de las capacidades o competencias
humanas para hacer las paces. Por otra, expresa el compromiso con la transformación de las culturas y las
sociedades con miras al incremento de las formas pacíficas de convivencia y la remisión o disminución de
las capacidades humanas para ejercer los diferentes tipos de violencia. Es un compromiso con el presente
que recupera las maneras imperfectas de hacer las paces en el pasado para la construcción progresiva de
múltiples maneras de hacer las paces de acuerdo con el reconocimiento de la interculturalidad” . Guzmán,
2004.

CONVIVENCIA Y CULTURA DE PAZ


Siendo la cultura “las maneras de vivir juntos”, trabajar por una Cultura de Paz significa, entonces, laborar
por orientar la convivencia hacia la paz. Para ello, necesitamos entender mejor lo que es la convivencia
humana, allí descubriremos hasta qué punto los seres humanos estamos preparados para la paz.

Como sabemos el ser humano es un ser social, que si bien tiene una individualidad, no puede sino
vivir desde su nacimiento en estrecha relación con los otros seres humanos, no se trata de una mera
coexistencia, sino de un vivir juntos reconociendo y participando de los sentimientos del otro, aunque no
necesariamente sin conflicto.

“Convivir, significa vivir unos con otros, basándose en unas determinadas relaciones sociales y en
unos códigos valorativos forzosamente subjetivos, en el marco de un contexto social determinado. Esos
polos que marcan el tipo de convivencia están potencialmente cruzados por relaciones de conflicto, pero en
modo alguno ello amenaza la convivencia. Conflicto y convivencia son dos realidades inherentes a toda
forma de vida en sociedad” (Jares, 2006).

En realidad, el ser humano se “hace humano” en esta convivencia conjugando lo biológico con lo
cultural. Y lo biológicamente básico, en ese constituirse en ser humano a lo largo del crecimiento de cada
persona, es el amor, esto es el reconocimiento en el otro de alguien con quien convivir. Lo culturalmente
básico es más bien el lenguaje, que es la capacidad de simbolizar y de comunicarnos entre humanos
(Maturana, 1984).

Es fácil percibir esto en la crianza, que es el primer momento en que empezamos a hacernos
humanos. Todos empezamos a incorporarnos a la comunidad de humanos a través del amor, de la madre,
del padre y la familia en general. Ese amor es el que sustenta la satisfacción de las otras necesidades
biológicas. El biólogo Fernando Maturana sustenta esta idea:

“Todo sistema social humano se funda en el amor, en cualquiera de sus formas, que une a sus
miembros, y el amor es la apertura de un espacio de existencia para el otro ser humano junto a uno. Si no
hay amor, no hay socialización genuina y los seres humanos se separan. Una sociedad en la que se acaba
el amor entre sus miembros se desintegra. Sólo la coerción de uno y otro tipo, es decir, el riesgo de perder
la vida, puede obligar a un ser humano, que no es un parásito, a la hipocresía de conducirse como miembro
de un sistema social sin amor. Ser social involucra siempre ir con otro, y se va libremente sólo con el que se
ama” (Maturana, 1984).

PREPARADOS PARA LA PAZ


Si los humanos no pudiéramos establecer relaciones de amor, no podríamos convivir ni siquiera entre
padres e hijos; si no pudiéramos comunicarnos, nuestra convivencia sería tan cercana a la de los animales
que no conviviríamos humanamente.

Lo central de la convivencia, y esto es más evidente a nivel familiar, es sin duda el reconocimiento
incondicional del otro como alguien con quien vivir. El desarrollo de la empatía, la solidaridad y el altruismo
dentro de esa convivencia, son características que fortalecen la cooperación y la cohesión de los grupos
humanos y son, por ello, indispensables para la sobrevivencia.

Se forman en los procesos de socialización más básicos, (familia, tribu y otros), después en los grupos de
iguales y comunidades hasta que a nivel de las sociedades se diluyen algo en las relaciones institucionales,
pero en éstas también existen.

Sin embargo, convivir, no significa estar de acuerdo en todo, sino la posibilidad de disentir, debatir y regular
las discrepancias y conflictos sin que ello suponga necesariamente una ruptura, una desintegración o la
pérdida de cohesión social.
Junto a la empatía, la solidaridad y el altruismo, también se forman potencialmente sus opuestos, los cuales,
sin ser indispensables para la sobrevivencia, también existen por ahora en el ser humano. Como señala el
Doctor Rojas:
“Todos los seres humanos nacemos con la propensión natural hacia la bondad, la racionalidad, la tolerancia,
la compasión y la generosidad. La razón es que estas cualidades forman parte del instinto de conservación
porque nos ayudan a sobrevivir y a propagar la especie. Pero también es cierto que todos venimos al mundo
con el potencial para el disparate, el odio y la crueldad. Un axioma básico en el desarrollo de la personalidad
es que el amor engendra más amor y la violencia engendra más violencia” (Rojas, 2005).

LA VIOLENCIA: RUPTURA DE LA CONVIVENCIA

Todo lo señalado evidencia que los seres humanos tenemos una gran capacidad para construir relaciones
pacíficas o, más bien, para desarrollar las bases pacíficas que ya existen en nuestra cultura. Siendo así,
parecería lógico que tras miles de años los seres humanos hayamos consolidado nuestra convivencia
pacífica. Sin embargo, como es fácil constatar, nuestras sociedades se encuentran marcadas por numerosas
formas de violencia, directa, estructural y cultural.

Y es que al desarrollarse la humanidad, al pasar de los núcleos familiares a las comunidades básicas
y de ellas a las sociedades y a las naciones y países, las relaciones se han hecho más complejas y no se
ha podido, o querido, que ellas evolucionen de tal manera que prime la cooperación y no la competencia, la
solidaridad y no el egoísmo, el acuerdo pacífico y no la confrontación violenta. “La condición humana hace
que a partir de un determinado momento frente a las propuestas pacíficas (para resolver los conflictos),
aparecieran otras tendencias destructivas, a las que llamamos violencia.

Es decir, frente a algunos conflictos, en vez de optar por una gestión altruista y cooperativa, para
favorecer al máximo posible al conjunto del grupo, se opta por soluciones egoístas o que favorecen
asimétricamente a una parte. Se originan en el seno de personas o grupos humanos que eligen vías de
distribución desigual de los recursos u optar por soluciones degradantes o destructivas” (Muñoz, 2004).

El llamado a construir una Cultura de Paz nos propone el reto de afirmar las potencialidades pacíficas de
nuestra convivencia humana. No podemos retroceder y volver a ser una sola familia o grupos y comunidades,
o desandar el camino de una historia de guerra y paz que nos ha traído hasta aquí. Pero podemos recrear
nuestras relaciones recordando que la convivencia humana es básicamente pacífica y que los conflictos
deben ser resueltos y la violencia rechazada con las dos cosas que nos hacen realmente humanos, la razón,
pero también el amor expresado en empatía y el altruismo.

EJES DE ACCIÓN PARA CONSTRUIR CULTURAS DE PAZ

Construir una Cultura de Paz consiste, entonces, en afirmar en nuestras culturas todos aquellos valores,
actitudes y comportamientos que favorecen la convivencia y que permite resolver a favor de la paz las
tensiones que enfrenta esta convivencia y que se señalan en las siguientes columnas.

COMPETENCIA COOPERACIÓN
DIFERENCIA IGUALDAD
INTERÉS INDIVIDUAL COLECTIVO
INEQUIDAD EQUIDAD
DOMINACIÓN AUTONOMÍA

El predominio de los factores de la izquierda con frecuencia llevan a la violencia, esto es a romper la
convivencia, y los de la derecha a la paz. Pero como dice Boulding, las sociedades son, más bien, una
mezcla intermedia de ambos.
Todas las sociedades se encuentran preparadas para regular las tensiones señaladas, pero en
ciertos momentos ellas llevan la convivencia social a una situación crítica, como la que vivimos hoy en día
en el mundo en que se multiplican las violencias hasta amenazar la propia sobrevivencia de la humanidad.

Los factores de competencia, egoísmo y dominación han tenido un desarrollo constante, mientras
que los de cooperación, solidaridad y autonomía parecen haberse atrofiado, favoreciendo el riesgo de ruptura
de la convivencia y violencia.

Es fácil ver este enorme desbalance, por ejemplo, en la propia crisis económica que sacude hoy al
mundo, en los problemas del cambio climático y el incesante “progreso” de los medios de guerra, en contraste
con los más bien modestos avances de la responsabilidad empresarial, las políticas de combate a la pobreza,
el cuidado del ambiente o las técnicas de negociación cooperativa. Mientras los medios para comunicar a
las personas se han incrementado con el uso de la Internet o los teléfonos móviles, la comunicación
interpersonal, por ejemplo, entre padres e hijos, siguen siendo limitados y apenas asoman descubrimientos
como el uso de la inteligencia emocional.

En este contexto, la propuesta de trabajar por una Cultura de Paz constituye una poderosa
herramienta para corregir esos desbalances y contribuir así a una convivencia fuertemente orientada a la
construcción de la paz. Para ello, necesitamos identificar lo más precisamente posible cuales son las cosas
que tenemos que hacer para fortalecer en nuestras culturas los aspectos más favorables para la paz. La
Declaración y Programa de Cultura de Paz de las Naciones Unidas, nos orienta en ese sentido.

EJES DE ACCIÓN PARA SU CONSTRUCCIÓN


Tomando como base la definición de la “Declaración y Programa de las Naciones Unidas”, podemos decir
que:
“La Cultura de Paz es un conjunto de valores, actitudes y comportamientos que reflejan el respeto a la vida,
a la dignidad del ser humano y a la naturaleza, y que ponen en primer plano los derechos humanos, la
igualdad entre hombres y mujeres, el rechazo a la violencia en todas sus formas y la adhesión a la
democracia y a los principios de libertad, justicia, respeto, solidaridad y tolerancia”.

Esta formulación parafrasea la definición de la Declaración y Programa, añadiendo dos elementos: el respeto
a la naturaleza y la mención explícita a la democracia. Ambos son hoy en día indispensables para una
definición completa de la Paz. La Declaración y Programa de las Naciones Unidas y otros documentos de
las Naciones nos permiten elaborar una lista ampliada de los temas relacionados a la Cultura de Paz:

- La convivencia humana y la formación ética.


- La práctica de la democracia y de una ciudadanía democrática.
- El respeto pleno de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
- La igualdad de derechos y oportunidades entre varones y mujeres.
- El fortalecimiento del respeto, solidaridad, tolerancia y la no discriminación.
- El manejo cooperativo y pacífico de los conflictos y la construcción de consensos.
- El respeto y la promoción del derecho al desarrollo.
- El respeto a la naturaleza y el compromiso con un desarrollo sustentable.
- El respeto pleno de los principios de soberanía, integridad territorial e independencia política de los
Estados.
- El respeto y el fomento del derecho de todas las personas a la libertad de expresión, opinión e
información.
- La adhesión a los principios de libertad, justicia, democracia, tolerancia, solidaridad, cooperación,
pluralismo, diversidad cultural, diálogo y entendimiento a todos los niveles de la sociedad y entre las
naciones.
- La construcción de un entorno nacional e internacional que favorezca a la Paz.
Tomando en cuenta este conjunto de asuntos y desde un enfoque de desarrollo social, podemos
establecer los siguientes como principales ejes de acción, las “cosas que tenemos que hacer”, para construir
Cultura de Paz y fortalecer una convivencia más pacífica:

1. El desarrollo de capacidades para la convivencia, la ética y la ciudadanía democrática, eje que aborda lo
central de la Cultura de Paz como una cultura de convivencia orientada a la construcción de la paz.

2. La promoción y vivencia de los derechos y deberes humanos, eje que abarca los derechos humanos
como el marco regulador mínimo e indispensable de la convivencia humana.

3. La promoción y práctica de la igualdad entre varones y mujeres, que aborda nada menos que la
convivencia de las dos mitades de la humanidad y sustenta la noción más básica de la igualdad de los
seres humanos.

4. La promoción de actitudes y capacidades para el diálogo y el manejo de conflictos a nivel personal, familiar,
comunal y social, eje de acción dedicado al aprendizaje de nuevas y mejores formas de tratar los conflictos
renunciando a la violencia.

5. La promoción y vivencia del respeto, solidaridad, tolerancia y la no discriminación, pilares de la


convivencia humana y que constituyen la sustancia de una Cultura de Paz que busca terminar con todas
las formas de violencia.

6. La promoción de un desarrollo humano sustentable e inclusivo, eje que aborda el quehacer humano hacia
un mayor crecimiento económico compatible con la sustentación de la naturaleza y que represente a la
vez una acción colectiva para mejorar las condiciones de existencia de todas las personas y superar la
violencia estructural.

Estos ejes de acción han sido establecidos en los “Lineamientos de política sectorial para la
promoción de una Cultura de Paz” del MIMDES (Resolución Ministerial 376-2007 MIMDES). Son una guía
para desarrollar una Cultura de Paz desde nuestras diferentes culturas y en todos los espacios de la vida
social, no son los únicos, pero constituyen el núcleo fundamental para dicho proceso. Los ejes de acción
no pueden realizarse de manera aislada, pues se relacionan y complementan mutuamente, de modo que
no podemos pensar en practicar unos y desatender otros. De poco valdría, por ejemplo, desarrollar
nuestras capacidades, sino las ponemos en práctica a través de, por ejemplo, promover y vivir los
derechos humanos o el desarrollo sustentable e inclusivo.

PREPONDERANCIA DE LA CONVIVENCIA PACÍFICA

“Nuestras creencias fatalistas nutridas por una dieta de noticias sobre peleas, violencia y guerra, pasan por
alto un punto fundamental: la mayor parte del tiempo, la mayoría de las personas logra coexistir
pacíficamente… A pesar de la diferencia de temperamento, costumbres o estilos de comunicación, la
mayoría de esposos, esposas hijos e hijas logra vivir juntos. Aunque puedan estar en desacuerdo acerca de
los valores básicos, la mayoría de los vecinos viven lado a lado. A pesar de sus intereses opuestos, los
obreros y gerentes trabajan juntos. Incluso con todas sus disputas, la mayor parte de los países están en
paz entre si... Por lo tanto, ya es tiempo de dejar de pensar en la coexistencia como una visión irreal. Es la
norma. No se trata de subestimar la existencia o importancia de la pelea, la violencia y la guerra. Se trata
sólo de recordarnos la absoluta preponderancia de la paz” (Ury, 2000).

SEGUNDA PARTE
LA CULTURA DE PAZ EN ACCIÓN
CULTURA DE PAZ
La Cultura de Paz es la propuesta que las Naciones Unidas hacen a las naciones y pueblos del mundo para
afirmar y desarrollar en sus propias culturas aquellos valores, actitudes y comportamientos que favorecen a
la paz entre los seres humanos y con la naturaleza.

En ese sentido, tomando como base la Declaración y Programa de las Naciones Unidas sobre Cultura
de Paz, podemos decir que:

“Una Cultura de Paz es un conjunto de valores, actitudes y comportamientos que reflejan el respeto
a la vida, a la dignidad del ser humano y a la naturaleza, y que ponen en primer plano los derechos humanos,
la igualdad entre hombres y mujeres, el rechazo a la violencia en todas sus formas y la adhesión a la
democracia y a los principios de libertad, justicia, respeto, solidaridad y tolerancia”.

OBJETIVOS DE LA PROMOCIÓN DE UNA CULTURA DE PAZ

La promoción de una Cultura de Paz es fundamental para construir la paz en nuestro país, una paz que,
como señalaba el padre Mac Gregor, significa fundamentalmente justicia y libertad: “No hay paz cuando en
la vida social hay injusticia y ausencia de libertad. Para que exista equilibrio, el dinamismo de la vida debe
estar fundado en la justicia y la libertad” (Mac Gregor, 1989).

La Paz significa entonces un desarrollo integral y sustentable para todos y todas, pero también mayor
cohesión social y democracia, y desde luego la erradicación de las diversas formas de violencia.

1. Contribuir al Desarrollo Integral y Sostenible

La Cultura de Paz, como conjunto de valores, actitudes y conductas favorables a la paz, contribuye a
establecer relaciones constructivas, no violentas y lo más armoniosas posibles entre las personas y
grupos sociales, fomentando así aspectos claves para el desarrollo social. Como señalan las teorías
modernas, el desarrollo no tiene su base fundamental en los recursos naturales ni en la tecnología, sino
principalmente en las personas, habiendo consenso en que el progreso de las sociedades se basa en el
capital social; esto es, en las relaciones de confianza, las capacidades de asociatividad y la práctica del
civismo, y en la construcción de sentidos de inclusión e identidades colectivas fuertes.

El fomento de una Cultura de Paz resulta entonces clave para el desarrollo, pues desde la formación
y práctica de capacidades para la convivencia, la ética y la ciudadanía y desde el respeto, la tolerancia,
la no discriminación y la solidaridad, se contribuye a formar y aumentar el capital social de nuestra
sociedad y generar el compromiso con el bien común y la integración social.

La Cultura de Paz a través de la promoción y práctica de los derechos humanos ofrece, a su vez, un
marco de consenso para entender y orientar correctamente el desarrollo, entendido no sólo como
crecimiento económico, sino fundamentalmente como ejercicio de derechos y capacidades que
incrementa la libertad de las personas. La atención a los derechos de las personas convierte el proceso
de crecimiento en un desarrollo inclusivo, es decir, un desarrollo que incorpora, sin discriminación, a todas
las personas, en particular a los más desfavorecidos, al disfrute de los bienes y servicios que genera la
sociedad.

La Cultura de Paz, como expresión de una cultura de manejo pacífico y constructivo de las
diferencias, posibilita que los conflictos, normales y particularmente inevitables en los procesos de
desarrollo, sean abordados de manera adecuada evitando su escalamiento hacia la violencia y
transformándolos en oportunidades para el cambio y la generación de soluciones favorables para todos.

Un aspecto particularmente importante en la relación Desarrollo y Cultura de Paz, es la ética. Las


formas de crecimiento económico, las decisiones sobre prioridades económicas, así como el
funcionamiento de los agentes económicos demandan una sólida orientación ética que, entre otras cosas,
prevenga uno de los peores males para el desarrollo, como es la corrupción.

Por otro lado, la convicción respecto a la necesidad de un desarrollo sostenible, esto es que no afecte
las posibilidades de las futuras generaciones, requiere un compromiso con la conservación de los
recursos naturales y el ambiente, amenazados por el crecimiento económico descontrolado. Una cultura
de respeto a la naturaleza es indispensable para el desarrollo de prácticas cada vez más sustentables en
la producción y en el consumo.

Finalmente, es necesario recordar que la Cultura de Paz, a la vez que constituye un medio importante
para promover el desarrollo, es en sí mismo un fin del desarrollo, pues sin duda éste no puede ser integral
si no incluye la presencia de una sólida Cultura de Paz.

2. FORTALECER LA COHESIÓN SOCIAL Y LA DEMOCRACIA


En nuestro país como en todo el mundo, el vínculo social se encuentra amenazado y afectado por las
múltiples formas de violencia directa, estructural y cultural que debilitan la cohesión social; es decir, la
integración de las personas y grupos en base a mecanismos instituidos y reconocidos de inclusión y de
sentidos de pertenencia a una sociedad.

El mantenimiento de estructuras y prácticas discriminatorias, que limitan el ejercicio de derechos y


acceso a las oportunidades a amplios sectores de la población, afectan sustantivamente la integración
social. Ellas, se sostienen sobre prejuicios, ideas y actitudes negativas que deben ser confrontadas y
modificadas para superar la violencia estructural y fortalecer la cohesión social en nuestra sociedad. La
Cultura de Paz, al promover los valores básicos de la convivencia, la tolerancia, la solidaridad y el respeto
a los derechos humanos contribuye de manera importante a ello.

Un elemento clave para la integración social es la conformación de ciudadanos, es decir, de personas


reconocidas como iguales y con iguales derechos frente al Estado que arreglan sus relaciones bajo reglas
democráticas. Los ciudadanos no surgen espontáneamente, requieren ser formados, formación a la cual
contribuye sustantivamente la Cultura de Paz, tanto con valores y actitudes como con capacidades para
el manejo de las diferencias renunciando a la violencia y afirmando las vías del diálogo, la negociación y
la concertación, típicas de la democracia.

Ser ciudadanos democráticos en tiempos de cambios e incertidumbre como el que vivimos, nos obliga a
redefinir y acomodar una y otra vez nuestros intereses y diferencias para vivir y prosperar con los demás.
Para ello, la moral familiar, lo aprendido en la escuela o la regla de la ley, siendo tan importantes, pueden
no ser suficientes frente a la diversidad de situaciones que se presentan, por lo cual se requiere un marco
más amplio de capacidades sociales y éticas como el que ofrece la Cultura de Paz.

3. CONTRIBUIR A LA ERRADICACIÓN DE LA VIOLENCIA Y A LA CONTRIBUCIÓN HUMANA

El concepto moderno de seguridad involucra no sólo las relaciones entre Estados, sino también al interior
de los Estados y se refiere centralmente a la seguridad de las personas. La seguridad humana es
entonces, la protección de esencia vital de las personas de forma que se realce las libertades humanas y
la plena realización del ser humano (Comisión, 2003).

Tradicionalmente se pensaba que los derechos y medios para proteger a los ciudadanos eran
monopolio del Estado, hoy en día existen consenso en que es fundamental la participación de los
ciudadanos, tanto para definir qué se va a proteger y cómo se debe proteger como en la implementación
de las formas de protección.

En ese marco la Cultura de Paz, como proveedora de valores, actitudes y comportamientos


favorables a una convivencia pacífica resulta fundamental, pues constituye la fuente de un sólido
compromiso con la seguridad de las personas. Seguridad frente a la violencia familiar y la delincuencia,
seguridad frente a la violencia social y política, seguridad frente a las catástrofes, seguridad frente a las
guerras con otros Estados, pero seguridad que involucra el respeto de la vida y dignidad de las personas
y sus derechos humanos, lo que lleva a enfatizar los aspectos preventivos y propositivos antes que los
represivos, pero sin excluirlos.

Por otro lado, una Cultura de Paz involucra el desarrollo de capacidades de las personas para
prevenir y manejar adecuadamente los conflictos en los niveles personal, familiar, comunal y social
contribuyendo así a disminuir los factores de riesgo para la seguridad en todos esos niveles. La Cultura
de Paz aporta también a la seguridad y la tranquilidad pública, favoreciendo lo que se conoce como una
cultura de respeto a la ley, que no es otra cosa que el respeto a todos los que conformamos la comunidad
y sociedad que compartimos un conjunto de reglas que garantizan la convivencia pacífica.

El objetivo de reducir las expresiones de violencia en la sociedad demanda el desarrollo de una


Cultura de Paz, que, como se ha dicho, construya en la mente de los hombres los baluartes de la paz,
pues el rechazo a las diversas formas de violencia y el manejo adecuado de los factores de riego de
violencia requieren el compromiso de todas las personas. En el Perú, luego del período de violencia 1980-
2000, la afirmación de una Cultura de Paz es indispensable para evitar la repetición de los dolorosos
hechos de esa época, los que tuvieron en su origen no solo las brechas sociales sino, principalmente,
ideas y creencias que legitimaban el uso de la violencia y que terminaron sosteniendo los peores
crímenes.

Para que no se repitan esos dolorosos hechos, se necesita desde luego enfrentar los problemas
sociales, pero también construir una Cultura de Paz, cultura de la cual forma parte el compromiso con la
verdad, la justicia y la reparación de la población afectada.

HERRAMIENTAS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA CULTURA DE PAZ

La “Declaración y Programa sobre Cultura de Paz” nos dice que “la educación a todos los niveles es uno
de los medios fundamentales para edificar una Cultura de Paz. Ciertamente, la educación entendida como
el aprender a saber hacer, saber conocer, saber ser (Delors, 1997) constituye un medio fundamental para
afirmar una Cultura de Paz. Pero la educación abarca no sólo las instituciones educativas tradicionales,
sino todos los ámbitos donde se aprende en la sociedad, como son la familia, los espacios públicos, el
mundo del trabajo, los medios de comunicación, entre otros. Ese sentido amplio de educación no se limita
a los niños y adolescentes, pues el aprender a ser y a convivir son aprendizajes que acompañan a los
seres humanos a lo largo de toda la vida.

El Informe Delors (1997) destaca la necesidad de la educación a lo largo de la vida y la importancia


de los espacios no institucionales para adquirir los cuatro saberes mencionados. “El concepto de
educación a lo largo de la vida es la llave para entrar en el siglo XXI. Ese concepto va más allá de la
distinción tradicional entre educación primaria y educación permanente y coincide con otra noción
formulada a menudo: la de una sociedad educativa en la que todo puede ser ocasión para aprender y
desarrollar las capacidades del individuo”.

La cultura no es un hecho estático, con valores y normas que heredamos, sino una permanente
construcción de significados, normas y valores que las personas producen activamente desde sus
experiencias y relaciones sociales. Por ello, construir una Cultura de Paz requiere aplicar sus normas,
valores, actitudes y comportamientos en nuestras propias experiencias; por ejemplo, empleando en los
conflictos una perspectiva y metodología cooperativa y afirmando valores de equidad y respeto.

Por otro lado, para construir una Cultura de Paz debemos generar experiencias significativas en la
vida diaria que la afirmen; por ejemplo, promoviendo acciones colectivas de ejercicio de la solidaridad o
de celebración y estímulo a prácticas y experiencias de fomento de la Paz y de relaciones pacíficas.
Construir una Cultura de Paz desde la experiencia cotidiana ofrece, sin duda, un gran potencial que recién
empieza a ser explorado por nuestras sociedades. Dicho esto, presentamos a continuación algunas ideas
sobre los principales medios y agentes para construir una Cultura de Paz.

LA EDUCACIÓN

No hay institución a la que se le exija más para mejorar la convivencia pacífica que a la educación formal.
Ciertamente la educación es un medio poderoso para el cambio cultural hacia la paz.

Como señala Tuvilla:


“La educación constituye sin lugar a dudas el instrumento más valioso para construir la Cultura de Paz,
pero a su vez, los valores que ésta inspira deben constituir los fines y los contenidos básicos de tal
educación… Cultura de Paz y educación mantienen así una interacción constante, porque si la primera
es la que nutre, orienta, guía, marca metas y horizontes educativos, la segunda es la que posibilita -desde
su perspectiva ética- la construcción de modelos y significados culturales nuevos” (Tuvilla, 2004).

La educación no se produce en el vació sino en un determinado contexto social y cultural, por lo cual
no es automática la incorporación de la formación en Cultura de Paz en los programas educativos, ni se
encuentran exentas las comunidades educativas de las tensiones y conflictos sociales e incluso de lo que
se conoce como violencia en el medio educativo.

Por otro lado, la creciente influencia de otros medios y espacios en la socialización de las personas,
hace necesario que la función educadora de la escuela sea reforzada y complementada. De esta manera,
para que la educación pueda aportar con mayor eficacia a la construcción de una Cultura de Paz se
requiere simultáneamente un esfuerzo consciente y sistemático de la escuela para hacer educación para
la paz y convertirse en un espacio vivo de paz, y que los otros espacios de la vida social que incidan en
la socialización, complementen y amplíen la labor formadora de la escuela.

POLÍTICAS DE PROMOCIÓN DE CULTURA DE PAZ

Una herramienta muy importante para construir una Cultura de Paz es la acción del Estado. Desde su
función normativa, el Estado puede introducir estímulos y controles para que crecientemente se afirme en
la sociedad una Cultura de Paz. El fomento de equidad de género es un buen ejemplo de este tipo de
políticas que, si bien pueden parecer sólo declarativas, van introduciendo en el imaginario social nuevas
percepciones sobre la mujer y sus derechos, y nuevos comportamientos respecto a ella. Si bien las
normas no pueden regular los valores y actitudes, inciden a la larga sobre ellos al modificar
comportamientos; por ejemplo, a través de la ley de cuotas para las mujeres en los comicios electorales.

El Estado también puede promover una cultura de paz proveyendo a la sociedad de servicios de
educación formal e informal en Cultura de Paz e incorporando en sus programas regulares, objetivos
también de promoción de Cultura de Paz. Un buen ejemplo son las acciones dirigidas a la seguridad
ciudadana, que crecientemente incorporan acciones formativas en Cultura de Paz, o la creación de
sistemas de mediación prejudicial que a la vez que proveen justicia educan en el diálogo y la solución
cooperativa de los conflictos.

Por otro lado, la necesidad de incorporar la promoción de la Cultura de Paz, se hace presente en
una serie de campos de la acción del Estado, para proveer seguridad y bienestar a la población, pues
ofrece valores, actitudes, comportamientos y habilidades que fortalecen la convivencia social y ciudadana
indispensables para el cumplimiento y la sostenibilidad de las políticas y servicios del Estado.

LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN


Existe consenso en que los medios de comunicación han adquirido igual o mayor importancia que la
familia y la propia escuela en el proceso de socialización. Lo mismo se puede decir con relación a los
procesos culturales, donde los medios, principalmente la televisión, juegan un rol importante.

Si bien se critica con razón las influencias negativas de los medios, es evidente que ellos ofrecen también
un importante potencial para el fomento de una Cultura de Paz. La televisión y el cine, y cada vez en
mayor medida, la Internet, llegan con una eficacia audiovisual a la población que podría ser empleada
para la formación y difusión de valores y mensajes de Cultura de Paz. Encontrar los mecanismos que,
respetando la libertad de prensa y empresa, permitan lograr esto, constituye un esfuerzo de la mayor
importancia.

LA FAMILIA

No es posible terminar este repaso a algunos medios para la construcción de una Cultura de Paz sin
mencionar la importancia fundamental de las familias, la sociedad civil y las instituciones religiosas en
esta tarea.

Como nos recuerda la Madre Teresa de Calcuta: “La paz y la guerra empiezan en el hogar. Si de
verdad queremos que haya paz en el mundo, empecemos por amarnos unos a otros en el seno de
nuestras propias familias”. Aun cuando la vida de la familia se encuentra tensionada por las dificultades y
es escenario de conflictos, sin duda las más importantes batallas por la paz se libran en su seno, por lo
que requiere el mayor de los apoyos para cumplir su función protectora y educadora y ser, como lo señala
el “Plan Nacional de Apoyo a la Familia”, artífice de una Cultura de Paz y de la prevención de la violencia.

LA SOCIEDAD CIVIL

La sociedad civil, esto es los ciudadanos organizados, ya sea en organizaciones de base u ONG, es
también muy importante para la construcción de la Cultura de Paz. Las organizaciones dirigidas a
defender derechos o atender problemas sociales constituyen un amplio campo de acción desde donde
se trabajan aspectos centrales de una Cultura de Paz, como la solidaridad, la defensa de derechos
humanos o el manejo de conflictos. Ampliar el sentido educativo de su trabajo y fomentar su capacidad
para evitar la violencia son aspectos necesarios para integrarlos plenamente a la construcción de una
Cultura de Paz.

Las organizaciones sin fines de lucro, son también agentes importantes de una Cultura de Paz. En
particular, las ONG vienen trabajando desde hace muchos años en ese sentido y han desarrollado
importantes experiencias que pueden servir de base a políticas públicas. Las instituciones de voluntarios
constituyen, a su vez, silenciosos ejércitos de paz que trabajan en el seno de la sociedad sin tener todavía
el reconocimiento que se merecen.

LAS IGLESIAS

El rol de las instituciones religiosas en la promoción de la paz y de una Cultura de Paz ha sido reconocido
internacionalmente. El mensaje de paz de la iglesia católica, evangélica y otras congregaciones en
nuestro país es acompañado de una amplia acción educativa y social. Es, además, conocido su
compromiso con la paz en las etapas más difíciles de la violencia que atravesó nuestro país. La acción
ecuménica de las religiones es un poderoso mensaje de unión y paz.

LAS EMPRESAS Y EL ESTADO

El sector empresarial privado, desde la filantropía y la responsabilidad social, viene involucrándose


crecientemente en la promoción de la Cultura de Paz, recordando que la empresa privada prospera donde
la sociedad prospera y que ello, además de crecimiento económico, supone fortalecer la cohesión social
y el respeto de los derechos humanos.

A los agentes mencionados debemos sumar al propio Estado en sus tres niveles, nacional, regional
y local, que vienen desarrollando diversas acciones de promoción de Cultura de Paz, cumpliendo las
políticas del Acuerdo Nacional, cuya Décimo Sexta Política señala que :

“(El Estado) desarrollará una Cultura de Paz, de valores democráticos y de transparencia, que acoja
los reclamos genuinos y pacíficos de los distintos sectores de la sociedad; promoverá una cultura de
respeto a la ley, de solidaridad y de anticorrupción...” (Acuerdo Nacional, 2002).

EJES DE ACCIÓN PARA PROMOVER UNA CULTURA DE PAZ

Desarrollar nuestra cultura como una Cultura de Paz demanda desde la acción social abordar un conjunto
de tareas que podemos organizar en seis ejes de acción que, además de reflejar lo sustancial de la Cultura
de Paz, permitan ir haciéndola realidad.
1. Desarrollo de capacidades para la convivencia, la ética y la ciudadanía democrática.
2. La promoción y vivencia de los derechos humanos.
3. La promoción de la igualdad entre varones y mujeres y la equidad de género.
4. La promoción de actitudes y capacidades para el diálogo y el manejo constructivo de los conflictos.
5. La promoción y vivencia del respeto, solidaridad, tolerancia y la no discriminación.
6. La promoción del desarrollo humano, inclusivo y sustentable.
En las siguientes páginas presentamos cada uno de estos ejes de acción.

1. DESARROLLO DE CAPACIDADES PARA LA CONVIVENCIA, LA ÉTICA Y LA CIUDADANÍA


DEMOCRÁTICA.

La Cultura de Paz no es otra cosa que una cultura de convivencia que nutre y sustenta la paz. Por más
que los seres humanos nos encontremos preparados para la convivencia, ella necesita en un mundo cada
vez más complejo, el desarrollo de nuestras capacidades para vivir juntos, capacidades que implican:

1. Que cada persona se forme una imagen ajustada de sí mismo, de sus características y posibilidades,
de su autonomía y capacidad para superar las dificultades.

2. Saber relacionarse con otras personas y participar en actividades de grupo con actitudes cooperativas
y tolerantes, libre de inhibiciones y prejuicios debidos a raza, sexo, clase social, creencias y otras
características individuales y sociales.

3. Asimismo, saber analizar los mecanismos y valores que rigen el funcionamiento social, en particular
los relativos a los derechos y deberes ciudadanos, así como elaborar juicios y criterios personales y
actuar con autonomía e iniciativa en la vida activa.

La convivencia demanda capacidades tanto emocionales, de actitud, como de juicio y razón. “El desarrollo
de la empatía, la ternura, son tan importantes como el desarrollo del juicio ético, pues la racionalidad no
niega la emotividad, y viceversa. Actuamos y pensamos globalmente como seres racionales y afectivos”
(Jares, 2006).

La formación de las capacidades para la convivencia, si bien se da fundamentalmente en la infancia,


está lejos de acabar con ella, y completarla resulta cada vez más importante para el funcionamiento social.
Como nos dice la teoría de la inteligencia emocional, la capacidad para reconocer sentimientos y
gerenciarlos para trabajar positivamente con otros, es fundamental hoy en día en el ámbito no solo familiar
y social, sino también laboral y ciudadano.
VALORES

Justicia: Disposición de dar a cada quien lo que le corresponde. Implica el concepto de igualdad y de
equidad, según corresponda, dar a todos por igual, dar más al que se lo merece o dar más
al que necesita.

Libertad: Capacidad individual que permite discernir, decidir y optar por algo sin pretensiones ni
coacciones para desarrollarse como ser humano en todo su potencial, sin afectar la propia
dignidad ni la de los demás.

Respeto: Reconocimiento de la dignidad de todo ser humano. Esto permite a la persona interactuar con
los demás en un clima de equidad con interés por conocer al otro y apertura al enriquecimiento
mutuo.

Solidaridad: Decisión libre y responsable de dar de uno mismo a otras personas, para su bien, sin
esperar recompensa. Implica la noción de comunidad y el saberse y sentirse miembro de
ella. (MINEDU, 2005)
No Violencia: Supone una estricta coherencia entre los fines que se persiguen y los medios para
alcanzarlos. La no violencia se plantea como la forma de luchar contra la injusticia, sin
que esa lucha implique daño a la persona o grupo que respalda esa injusticia. (Jares,
2006).

FORMACIÓN ÉTICA Y MORAL

Un aspecto clave para el desarrollo de las capacidades de convivencia pacífica es el desarrollo de criterios
para comprender las relaciones que se establecen entre las personas y los valores y las normas que se
desarrollan en la vida social, lo cual refiere una formación ética.

“La formación ética es la preparación y ejercicio de una reflexión crítica y la deliberación acerca tanto del
sentido de la vida como de las reglas y normas que regulan la convivencia entre las personas... esta
reflexión se expresa en la capacidad de optar y tomar decisiones, así como de evaluar los actos y
reorientarlos hacia fines y valores comunes” (Ministerio de Educación, 2005). Es fácil percibir que este
tipo de formación no puede agotarse en la edad temprana y que es más bien en la edad adulta que los
dilemas éticos y morales demandan un continuo fortalecimiento de la ética y los valores de las personas.

Sin desmedro de otros, los valores sociales que se rescatan como prioritarios para la Cultura de Paz son
los valores de Justicia, Equidad, Respeto, Solidaridad y No violencia. En particular el valor de la No
Violencia afirma el rechazo a la violencia para resolver conflictos o diferencias entre las personas,
afirmando el valor de la integridad y dignidad de toda persona.

CIUDADANÍA DEMOCRÁTICA

La formación ética busca en el plano colectivo formar ciudadanos que vivan en un clima de respeto de
derechos, cumplimiento de deberes, acatamiento de la ley y activa de participación en las decisiones que
les incumbe individual y colectivamente, apelando cuando es necesario a un manejo constructivo y
pacífico de las diferencias.

Pero no hay democracia sin ciudadanos, es decir, sin sujetos que ejercen o buscan ejercer sus derechos
frente al Estado y que están dispuestos a cumplir sus deberes. Esos ciudadanos de carne y hueso
requieren capacidades sociales generales y capacidades de ejercicio de la ciudadanía democrática. La
capacidad de comunicarse, de dialogo y de asumir los intereses propios es fundamental para la vida
ciudadana, como lo es también la capacidad para manejar las discrepancias que surgen en la vida
democrática y de hacerlo sin caer en la tentación de la violencia.
La participación democrática requieren de habilidades y disposiciones que permitan pensar por cuenta
propia y en forma crítica, comunicarse adecuadamente, poder conocer diversos temas, aprender
continuamente, trabajar con los demás, comprender la importancia y los mecanismos de dicha
participación, y entender y valorar las diferencias entre una dictadura y la democracia.

¿Cómo desarrollar capacidades para la convivencia, la ética y la ciudadanía democrática?

La formación familiar, la educación de los niños, adolescentes y jóvenes, son sin duda los ámbitos
privilegiados para el desarrollo de capacidades para una Cultura de paz, pero no son los únicos.

Para los jóvenes y adultos, los espacios del trabajo y la recreación son también claves para esos
aprendizajes que, dada la complejidad y el mayor dinamismo de nuestra sociedad requieren ser
permanentes y abarcar nuevos campos.

El reto es convertir los espacios de la vida diaria en espacios que fortalezcan las capacidades para la
convivencia y que permitan ejercer y enriquecer esas capacidades.
Algunos ejemplos en ese sentido son:

- La formación en liderazgo, inteligencia emocional y en ética y transparencia.


- Las prácticas reglamentadas y estímulos al buen trato y atención a las personas en los servicios
públicos y privados.
- Los reconocimientos a instituciones, personas y prácticas que promueven o son ejemplo para la
convivencia social y la ciudadanía democrática.
- Las campañas y programas de información, sensibilización y formación de capacidades sociales
para la convivencia y la Cultura de Paz.
- Las campañas de información y formación en derechos y deberes ciudadanos y participación
política.

CAPACIDADES SOCIALES PARA LA CONVIVENCIA: DE PANDILLEROS A GESTORES DE


MICROEMPRESAS

Como en otros distritos, por diversas circunstancias algunos jóvenes de asentamientos humanos del Callao
se convierten en pandilleros. En base a un trabajo sostenido de la Policía Nacional del Perú, grupos de estos
jóvenes adquieren nuevas capacidades y cambian su comportamiento, dejando el pandillaje y convirtiéndose
en gestores de microempresas.
Esta experiencia, que enfatiza la transformación en vez de sólo la represión, fue reconocida por el MIMDES
entregando el Premio por la Paz 2007 a su promotor el suboficial PNP Carlos Mendoza Jiménez.

2. LA PROMOCIÓN Y VIVENCIA DE LOS DERECHOS Y DEBERES HUMANOS.

Los derechos humanos se encuentran sin duda en el corazón de la Cultura de Paz, pues ellos comprenden
lo sustancial de lo que una Cultura de Paz se propone: afirmar la dignidad de las personas a través del
cumplimiento de valores básicos de justicia, libertad, solidaridad y de la erradicación de todas las formas de
violencia.

Los derechos humanos proclamados, por las Naciones Unidas en 1948 constituyen el reconocimiento
fundamental de la dignidad del ser humano, el respeto a su valor como un ser único y fin en si mismo. Su
promoción en la sociedad es indispensable para la Paz desde que ésta representa una convivencia basada
en el respeto de esa dignidad.

LA DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS


Como sabemos, la Declaración de los Derechos Humanos fue establecida por la Asamblea General de las
Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, recogiendo los derechos considerados básicos. La Declaración
ha servido de base para la creación de las dos convenciones de las Naciones Unidas: el “Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos y el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales”,
convenciones a las que se obligan los Estados que las suscriben. La Declaración y los Pactos forman lo que
se llama la Carta Internacional de los Derechos Humanos.

Al amparo de la Carta de los Derechos Humanos las Naciones Unidas han ido ampliando la
legislación internacional para afirmar la dignidad, la igualdad y la seguridad de las personas en particular con
normas concretas sobre la mujer, la infancia, las personas con discapacidad, las minorías, los trabajadores
migrantes y otros grupos vulnerables, que ahora son titulares de derechos que los protegen de prácticas
discriminatorias.

Los derechos humanos buscan asegurar la dignidad, la igualdad y la seguridad de todos los seres
humanos, aspecto que se encuentran íntimamente relacionados. La dignidad, que refleja tanto libertad y
responsabilidad, se ocupa del individuo. La igualdad es la piedra angular de las relaciones armoniosas que
sostiene los sistemas comunes de ética y derechos en el mundo, tanto en relación con la igualdad ante la
ley o la equidad en que los Estados y los sistemas internacionales se conducen. Ni la dignidad ni la igualdad
pueden darse sin una seguridad básica para las personas, que comprenda el acceso a las condiciones
básicas de vida como la protección del ambiente y los derechos culturales de cada pueblo.

Los derechos humanos son derechos inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna
de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico, color, religión, lengua, o cualquier otra
condición. Todos tenemos los mismos derechos humanos, sin discriminación alguna.

También podría gustarte