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EPISTEMOLOGÍA
FRONTERIZA

Puntuaciones sobre teoría, método


y técnica en ciencias sociales

Cora Escolar y Juan Besse


Coordinadores
Cora Escolar
Epistemología fronteriza. - 1a ed. - Buenos Aires : Eudeba, 2011.
192 p. ; 23x16 cm. - (Lectores)

ISBN 978-950-23-1785-4

1. Epistemología. I. Título.
CDD 121

Eudeba
Universidad de Buenos Aires

1ª edición: 2011

© 2011
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar

Imagen de tapa: Pangolín de Pablo Besse.


Diseño de tapa: Troopers
Corrección general: Eudeba

Impreso en la Argentina
Hecho el depósito que establece la ley 11.723

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en


un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio,
electrónico, mecánico, fotocopias u otros métodos, sin el permiso previo del editor.
Entre la singularidad del ejemplo y la generalidad de la sentencia,
los relatos hacen su camino. Entre lo histórico y lo no histórico, lo que viene de
un mundo anterior al hombre encuentra con qué excavar su agujero
y nidificar en los bordes del vacío, de la fusión, en la frontera
de la disgregación, del lenguaje, del tiempo y del pensamiento.

Pascal Quignard. Retórica especulativa


ÍNDICE

Presentación. Investigar en la frontera


Cora Escolar y Juan Besse..............................................................11

Capítulos

1. Pensar en/con Foucault


Cora Escolar.....................................................................................21

2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como método


en Michel Foucault
Luciana Messina y Lisandro de la Fuente........................................33

3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales,


entre la aplicación y la extensión
Juan Besse.........................................................................................49

4. La teoría menor, el tiempo histórico y la práctica simbólica


compartida
Cora Escolar.....................................................................................85

5. Proceso y diseño en la construcción del objeto de investigación:


las costuras de Frankenstein o un entre-dos que no hace dos
Juan Besse............................................................................................ 93
6. Método: notas para una definición
Cora Escolar y Juan Besse.............................................................115

7. El encuadre teórico-metodológico de la entrevista como


dispositivo de producción de información
Luciana Messina y Cecilia Varela...................................................125

8. La “gestión de datos” como proceso de toma de decisiones


Cora Escolar...................................................................................137

Incursiones bibliográficas: comentarios de lectura

Pensar la construcción. Un comentario sobre Arquitectura plus


de sentido
Juan Besse.......................................................................................147

Un lugar para los estudios de la vida cotidiana


Cora Escolar y Analía Minteguiaga...............................................155

Memoria del análisis estructural. Un comentario de El periplo


estructural. Figuras y paradigma de Jean-Claude Milner
Juan Besse.......................................................................................165

Simmel con Lacan. Un comentario de Lacan lector de Simmel:


una extraña alianza de Paul Vanden Berghe
Juan Besse.......................................................................................175
AGRADECIMIENTOS

Los escritos que constituyen este libro encontraron su enhebrado gracias al trabajo
docente en las materias de epistemología y metodología de las ciencias sociales,
en el nivel de grado y posgrado, tanto de la UBA, de la UNLa, como de otras
instituciones universitarias.
El seminario interno de las cátedras de Epistemología y Metodología de la
carrera de Geografía de la UBA, llevado a cabo al alba de cada jueves de 2003 en
la mesa redonda de Las Violetas y cada miércoles de 2004 en la ovalada de la Reina
Kunti, ha sido el reavivo para pensar la enseñanza y la transmisión de muchas
de las cuestiones concernidas en los capítulos que integran la compilación. El
conjunto de los trabajos de este libro ha florecido con ese encuentro sostenido.
Luis Baer y Cecilia Varela hicieron posible el tejido de la primera red para
el armado del libro. Silvina Fabri lidió con los menesteres de la presentación
editorial. El trayecto final estuvo a cargo de Andrea Lobos, todos ellos alumnos
y graduados adscriptos a las cátedras antes mencionadas.
En Eudeba, Pablo Castillo brindó un tiempo atento y riguroso al trabajo
de edición.

Cora Escolar y Juan Besse

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Presentación
INVESTIGAR EN LA FRONTERA

Cora Escolar y Juan Besse

El título de este libro acaeció en el tiempo en que una serie de escritos –nuestros
y de quienes forman parte de las cátedras de Epistemología de la Geografía y
Metodología de la Investigación–1 se dispersaban en revistas o en las memorias
de nuestras computadoras.
Fue hacia fines de 2002 cuando empezó a tomar forma la idea de reunir
en un libro escritos forjados al calor de pensamientos e intuiciones modulados
en los seminarios internos de la cátedra. Esos borradores surgieron como resul-
tado del cursado de materias o seminarios de formación, o en la tarea misma
de la enseñanza. Allí, en ese tiempo y por esas prácticas, se hizo evidente, para
nosotros mismos, el carácter fronterizo de la andadura epistemológica trabajada.
Por eso, cuando tomamos contacto con el término epistemología fronteriza,
el regusto a contradicción en los propios términos que secretaba la adición de las
dos palabras, se impuso como una razonable condensación de los enfoques que
coexistirían en el futuro libro. Ese descompletamiento de la Epistemología2 –por la

1. Cátedras del Departamento de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Uni-


versidad de Buenos Aires.
2. En la acepción que asocia Epistemología con Filosofía de la Ciencia, como sociedad con
aspiraciones tribunalicias, es decir, un saber con atribuciones no sólo de examen sino de
validación del conocimiento.

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Cora Escolar y Juan Besse

vía de la frontera o, más precisamente, inventemos el término, a cuenta y riesgo


de la frontericidad– era, tal vez, uno de los denominadores comunes presente
entre los distintos artículos a compilar.
Pero ¿de qué hablamos cuando decimos epistemología o aludimos al ca-
rácter epistemológico de un enunciado?
En un trabajo inspirador sobre los usos de la noción de epistemología,
luego de hacer suyo el supuesto de que “hay un aspecto que caracteriza a todos
los usos que vamos a distinguir: análisis crítico de las premisas de una actividad
cognitiva”, Delgado señala los tres principales recortes que organizan la consti-
tución terminológica del hoy acrecentado terreno epistemológico.3 Trabajo que
sugiere la pertinencia de referirse: a epistemologías, en plural, cuando se haga
referencia a teorías de las ciencias particulares, es decir, “a discursos meta-teóricos
con valor disciplinar, esto es, cánones de la metodología de una disciplina”; a
epistémica cuando se realice el análisis de “los contextos históricos, culturales y
filosóficos en los cuales se desarrolla un estilo de pensamiento”, y a epistemología,
en singular, cuando se dé cuenta de posiciones referidas a la construcción del
objeto en los términos más tradicionales de la teoría del conocimiento, esto es,
concepciones o perspectivas epistemológicas que despliegan a su vez teorías del
objeto y del sujeto de conocimiento; pero, también, la asunción de que hay una
dimensión epistemológica inherente a cualquier actividad.4
Las tres acepciones son constitutivas de las prácticas de investigación. Los
trabajos que integran el libro expresan sus anudamientos y las tratan, en cada
abordaje, con énfasis particulares.

La tarea propia de las disciplinas sociales es, simultáneamente, conocer y pensar.


El verbo que condensa el uso poskantiano, digamos contemporáneo, de esa juntura
es, no sin algún tropiezo, investigar. Entonces, ¿por qué investigar en la frontera?
Investigar es ya, de algún modo, habitar la frontera entre la razón y la
sinrazón.5 Reconocer que el límite que las separa es permeable o frágil, de allí la

3. Juan Manuel Delgado (1997), “Epistemologías, epistémica y epistemología”, en Fernando


Álvarez-Uría (ed.), Jesús Ibáñez. Teoría y práctica, Madrid, Endymion, p. 177.
4. Juan Manuel Delgado (1997), op. cit., pp. 180-181.
5. Este libro es un texto universitario y, como ha dicho Derrida, no se puede pensar la posi-
bilidad de la universidad como institución moderna sin interrogar ese acontecimiento que
es el principio mismo de razón. Jacques Derrida (1983), “Las pupilas de la Universidad. El
principio de razón y la idea de Universidad”, en Cómo no hablar. Y otros textos, Proyecto ‘A’
Ediciones, Barcelona, 1997.

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Presentación. Investigar en la frontera

insistencia clásica en su separación; la inquietud normativa por el establecimiento


de criterios taxativos de demarcación que tracen el límite entre lo racional y lo
que no lo es.
Y así, a un lado o a otro de la frontera móvil entre trabajos viejos y nuevos,
la puesta en común de estos materiales epistemológicos en un mismo libro fue
adquiriendo color.6 El color de “lo fronterizo”.

*
Corominas sitúa el uso del vocablo “frontera” hacia 1140. En cambio, el
advenimiento del término “fronterizo” es ubicado con precisión en 1607.7 A
cuatrocientos años de esa emergencia, tres han sido las invitaciones a inscribir
el título del libro en esa inclinación: desde la frontera, como sustantivo, hacia
lo fronterizo como atributo de algo.

Por una parte, las nociones de lo epistemológico esbozadas antes por Del-
gado, aun primando una de ellas, hacen frontera en cualquier trabajo de investi-
gación. La investigación es entonces una región fronteriza entre el conocimiento
como posibilidad, como necesidad8 y como invención histórica: la producción
de sujetos y objetos de conocimiento en las prácticas de investigación tiene como
horizonte saberes, disciplinas y ciencias históricamente constituidas. Sobre ese
supuesto cualquiera de esas nociones (epistemología en singular, epistemologías en
plural o epistémica) es una vía de entrada que habilita –cuando no directamente la
promueve– la búsqueda de enlaces, conexiones, relaciones, con alguna de las otras.
Los trabajos que forman parte de este libro se palpan en esa frontera. En
cada uno de los capítulos, los autores –como no puede ser de otro modo– hacen
reverberar, en sus escrituras, improntas disciplinares: las certidumbres y las ig-
norancias, los modos de dudar y de evidenciar, los estilos de razonar, que ponen
de manifiesto las formaciones primarias transitadas. Pero en ninguno de los

6. Wittgenstein, en sus observaciones sobre los colores, dice que “una historia natural de los
colores tendría que dar cuenta de su aparición en la naturaleza, no de su esencia. Sus propo-
siciones tendrían que ser temporales”, Ludwig Wittgenstein (1977), Observaciones sobre los
colores, Barcelona, Paidós/IIF-UNAM, 1994, p. 34.
7. Joan Corominas (1961), Breve Diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid,
Gredos, 1994, p. 281.
8. En el sentido establecido por Emilio Lamo de Espinosa, J. M. González García y C. Torres
Albero en “Introducción: Conocimiento, individuo y sociedad”, La sociología del conocimiento
y de la ciencia, Madrid, Alianza, 1994.

13
Cora Escolar y Juan Besse

casos la razón disciplinar se ejerce como fundamento último. Así, los lenguajes
incorporados en los trayectos académicos o profesionales –sean éstos los lenguajes
provistos por las seguridades de las formaciones primarias (la antropología, la
geografía, la sociología) o los de los balbuceos en los campos más recientemente
explorados (la lingüística, el psicoanálisis, la filosofía)–, se intersecan, y esperamos
que en el espacio de esas intersecciones se con-fronten fructíferamente.

La segunda filiación de nuestra opción por lo fronterizo proviene de


los llamados estudios poscoloniales,9 cuyos autores, a decir verdad, no hemos
frecuentado con asiduidad. Sin embargo, y a pesar de las diferencias de es-
tilo, atisbamos en ese acervo teórico cuestionamientos fecundos. Ha sido el
pasaje de los llamados estudios culturales10 a los estudios poscoloniales uno de
los laboratorios del pensamiento contemporáneo que puso en entredicho el
adocenado terreno epistemológico de las ciencias sociales. El arduo trabajo
de instalar nuevas preguntas que dieran lugar a nuevos enfoques y objetos de
investigación, ya no definidos por disciplinas sino por problemas, sirvió para
sacudir la modorra epistemológica en la que se encontraban las ciencias sociales
en los años ‘80 y, de ese modo, trabajar en pos de estrategias de investigación
transdisciplinarias.
La perspectiva poscolonial ha hecho suyo el concepto mismo de episte-
mología fronteriza, espacio bisagra entre estrategias globales e historias locales,
sin el cual, a juicio de estas corrientes, no es posible pensar la producción de
conocimiento. En ese sentido, Walter Mignolo entiende que “la reflexión sobre
espacios geográficos y localizaciones epistemológicas es posible y es promovida
por las nuevas formas de conocimiento que se están produciendo en las zonas
de legados coloniales, en el conflicto fronterizo entre historias locales y diseños
globales, desde América a África del Sur, desde América hasta África del Norte,

9. Véase, entre otros trabajos, Edgardo Lander (comp.) (2000), La colonialidad del saber:
eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires, CLACSO.
10. Castro-Gómez sostiene, y coincidimos con su apreciación, que “es preciso establecer aquí
una diferencia en el significado político que han tenido los estudios culturales en la univer-
sidad norteamericana y latinoamericana respectivamente. Mientras que en Estados Unidos
los estudios culturales se han convertido en un vehículo idóneo para el rápido ‘carrerismo’
académico en un ámbito estructuralmente flexible, en América Latina han servido para
combatir la desesperante osificación y el parroquialismo de las estructuras universitarias”,
Santiago Castro-Gómez (2000), “Ciencias sociales, violencia epistémica y el problema de la
‘invención del otro’”, en Edgardo Lander (comp.) (2000), op. cit., p. 157.

14
Presentación. Investigar en la frontera

desde el Pacífico en las Américas hasta el Pacífico del Sur de Asia y Oceanía.
[...] Se trata de entender la fuerza de las epistemologías fronterizas, de aquellas
formas de conocimiento que operan entre los legados metropolitanos del co-
lonialismo (diseños globales) y los legados de las zonas colonizadas (historias
locales). Se trata de pensar a partir de esta situación”.11 Pensar la situación es
pensar en situación y, para Mignolo, el concepto de epistemologías fronterizas
es solidario de otra noción: las geopolíticas del conocimiento.12 Intersección
que no sólo compatibiliza sino que vuelve necesario leer, por dar un ejemplo
que puede invitar a sonreír, a Jauretche con Derrida... y, contra reembolso, a
Derrida con Jauretche.

La tercera incitación proviene de la pasión, o de la práctica, antifilosó-


fica. Una epistemología fronteriza alude a una epistemología que no logra
13

completar un sistema o que, habiendo sostenido la ilusión de la completud,


se descompleta. Lo fronterizo es allí, casi, sinónimo de estado de descomple-
tamiento. La intervención freudiana contradice la modernidad en razón de
su propia experiencia, y da lugar “a lo que Eugenio Trías llama una razón
fronteriza” en la que el campo del sentido no es lo opuesto a lo real como
tampoco ya es pertinente pensar “al individuo como opuesto a la sociedad, ni

11. Walter Mignolo (1996), “Espacios geográficos y localizaciones epistemológicas: la ratio


entre la localización geográfica y al subalternización de conocimientos”, en Revista del Instituto
de Estudios Sociales y Culturales PENSAR, Nº34, Pontificia Universidad Católica Javeriana
de Bogotá, p. 5.
12. Walter Mignolo (2000), Local Histories/Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledge
and Border Thinking, Princeton Princeton University Press. Hay traducción castellana His-
torias locales/Diseños globales: ensayos sobre los legados coloniales, los conocimientos subalternos y
el pensamiento de frontera, Madrid, Akal, 2003.
13. Jorge Alemán arqueologiza los usos del término en el campo psicoanalítico, a partir de
la indicación de Lacan, en 1974, cuando –a poco de crearse un Departamento de Psicoaná-
lisis en París VIII y con relación a la formación del analista– habló de lingüística, topología
y antifilosofía como saberes que hacían a esa formación. Dice Alemán que “si tuviéramos
que señalar un primer rasgo de lo que creo debe entenderse por antifilosofía, sería éste: el
acontecimiento que tuvo lugar con el nombre propio de Freud, al dilucidar una frontera que,
a diferencia de lo que vamos a llamar las tradiciones filosóficas que se proponen agotar al sujeto
o a la subjetividad en el campo del sentido, el dato que se impone en Freud es esa articulación
‘pulsión-sentido’, esa especie de bisagra, de gozne, que une y separa a la vez estos dos sitios”, Jorge
Alemán (2000), “Introducción a la antifilosofía. La filosofía y su exterior”, en Jacques Lacan
y el debate posmoderno, Buenos Aires, Filigrana, p. 32.

15
Cora Escolar y Juan Besse

a la libertad como opuesta a la restricción”.14 Punto –este último enunciado


de Alemán– en el que se restringe lo que cobija el rótulo, en ocasiones muy
amplio, de antifilosofía.15
Ahora bien, la anti-epistemología o incluso la anti-metodología16 –en tanto
términos usados como sustitutos eventuales de la noción de anti-filosofía– no
supone necesariamente hacer suyos y desplegar los supuestos analíticos derivados
de una razón fronteriza.17 En la medida en que el corte con el saber filosófico,
epistemológico o metodológico establecido y consagrado (expresado en el prefijo
anti) promueve una posición anti-normativista,18 podría decirse que están dadas
ciertas condiciones de posibilidad de una razón fronteriza que hace su trabajo
advertida de que lo simbólico no agota lo real pero que, sin embargo, en ese ince-
sante, hacer frontera con él no cesa de intervenir en su fabricación.
Así, las epistemologías de las ciencias sociales no pueden desconocer el
principio de razón que las funda pero tampoco descansar en la ilusión de una
razón operante por si misma o automática que conlleve un abandono del trabajo
de pensar la singularidad de cada práctica de investigación. Algunas interven-
ciones del último Bourdieu, figura emblemática de una epistemología de las
ciencias sociales dispuesta a ponerse en entredicho en cada acto de investigación,
sugieren esa dirección.19

*

Jullien habla de China como de una frontera al (propio) pensamiento. Dice


“China nos permite tomar distancia del pensamiento del que venimos, romper
con sus filiaciones e interrogarlo desde afuera [...] este paso por China tiene dos

14. Jorge Alemán (2000), op. cit., p. 31.


15. Lugar en el que se inscribirían pensadores tan distintos y a la vez, en más de un sentido,
próximos como Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein, Deleuze o Foucault.
16. En ese horizonte, planteos como el de Paul Feyerabend en El anti-método o Pierre Bour-
dieu, Jean-Claude Passeron y Jean-Claude Chamboredon en El Oficio de Sociólogo pueden
ser reconocidos como una anti-filosofía de la ciencia.
17. Tal como es esbozada la noción por Eugenio Trías y retomada por el trabajo de Jorge Alemán.
18. Entiéndase anti-normativista y no anti-normativa.
19. Como cuando dice que “aquello que denominé objetivación participante (a la que no debemos
confundir con la ‘observación participante’) es, sin duda alguna, el más difícil de los ejercicios,
porque exige romper con las adherencias y adhesiones más profundas y más inconscientes; a
menudo con aquellas que fundamentan el ‘interés’ mismo del objeto estudiado para quien lo
estudia, es decir, lo que él menos desea saber acerca de su relación con el objeto que intenta
conocer”, Pierre Bourdieu (1987), “Una objetivación participante”, en Pierre Bourdieu y Loïc
Wacquant, Respuestas. Por una antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995, p. 191.

16
Presentación. Investigar en la frontera

funciones, o se desarrolla en dos direcciones: de desvío y de retorno”.20 Como


lo fueron –y en gran medida lo siguen siendo– el buen y el mal salvaje en los
albores del pensamiento moderno, esta China pretexto, o la América pretexto, o
lo que cumpla esa función de desarraigo epistemológico, es experiencia fronteriza,
donde el desvío es solidario del retorno y al revés.

Los capítulos

En el capítulo 1 “Pensar en/con Foucault”, Cora Escolar propone indagar la


posibilidad de la utilización del arsenal teórico-metodológico y las reflexiones
epistemológicas de Foucault para el abordaje teórico de las relaciones entre
prácticas sociales, discursos de verdad y producción de subjetividad. Para ello,
se presentan algunas cuestiones epistemológicas y metodológicas mediante el
recorte de una serie de enunciados seleccionados con el fin de repasar algunos
supuestos teóricos acerca de la temática del poder que caracterizara la producción
de Foucault en los años ‘70. Asimismo, dicho repaso de los items escogidos es
trabajado a la luz de conexiones con los escritos de Foucault anteriores a los años
‘70, principalmente aquellos en los cuales sentó principios de corte epistemológico
sobre las prácticas de investigación en el campo de las ciencias humanas. Por
último, el abordaje destaca algunos rasgos del pensamiento de Foucault, entre
ellos, que en su discurso no exista en sentido restringido una teoría del poder,
sino más bien una analítica de éste.

El capítulo 2 de Lisandro de la Fuente y Luciana Messina, “Relaciones entre


ciencia y saber. La arqueología como método en Michel Foucault”, pasa revista
a la noción de arqueología en Michel Foucault. Así, el trabajo gira en torno a
“cómo concibe Foucault el saber y por qué propone un abordaje arqueológico
del documento histórico”. A la vez, colateralmente, la propuesta es dar cuenta
de las relaciones que establece entre ciencia y saber en diversos pasajes de La
Arqueología del Saber. En segundo lugar, se propone “indagar cómo Foucault,
al construir un método opuesto a los modelos ya establecidos de análisis de la
historia del pensamiento, necesitó deconstruir algunas concepciones sobre las
que éstos se asientan”. Los autores centraron su análisis en La Arqueología del
Saber con el fin de articular los ejes principales de dicho libro con ciertos aspectos

20. François Jullien (2005), Conferencia sobre la eficacia, Buenos Aires, Katz editores, 2006,
p. 15.

17
Cora Escolar y Juan Besse

de la obra de Gaston Bachelard y Pierre Bourdieu, entre otros autores que han
marcado la construcción del andamiaje epistemológico de las ciencias sociales.

En el capítulo 3 “El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias


sociales, entre la aplicación y la extensión”, Juan Besse señala que la travesía de
incorporar el psicoanálisis al trabajo de investigación social invita a recorrer los
diversos caminos que las distintas disciplinas sociales transitaron en su relación
con la producción psicoanalítica. Sin embargo, dadas las dificultades que supone
brindar un panorama razonable de esos encuentros y desencuentros, en reverso,
ha optado por explorar algunos aspectos de los modos en que el psicoanálisis
llevó a cabo, pero también pensó y teorizó, su relación con otros saberes.
Así, el trabajo procura indagar algunos estilos de relación entre el psicoanáli-
sis y otros campos mediante el rastreo de las coordenadas políticas, institucionales
y epistémicas que vertebraron la constitución de las nociones de psicoanálisis
aplicado y psicoanálisis en extensión. Y, por esa vía, comenzar a pensar qué de lo
dicho por los psicoanalistas acerca de la formación del analista comparte una
espesura en común con la formación del investigador social.

El capítulo 4 de Cora Escolar “La teoría menor, el tiempo histórico y la


práctica simbólica compartida”, Cora Escolar plantea, con un carácter predomi-
nantemente hipotético y a los efectos de la discusión, un conjunto de cuestiones
relativas a la relación entre la llamada “teoría menor” y las llamadas “teorías
totalitarias” o “totalizadoras”. El trabajo ancla su desarrollo en un contrapunto
de las posiciones de Cindi Katz y Michel Foucault respecto de la importancia
de la llamada “teoría menor” en relación con la construcción y reconstrucción
metodológica de distintos campos problemáticos.

En el capítulo 5, “Proceso y diseño en la construcción del objeto de in-


vestigación: las costuras de Frankenstein o un entre-dos que no hace dos”, Juan
Besse revisa las nociones establecidas de algunos conceptos claves del discurso
metodológico. Así los usos de términos como proceso y diseño de investigación
son revisados al calor de la mentada relación teoría-método-técnica en la cons-
trucción del objeto de estudio y reinscriptos como aspectos constitutivos de las
prácticas de investigación.

18
Presentación. Investigar en la frontera

El capítulo 6 de Cora Escolar y Juan Besse “Método: notas para una defini-
ción” recupera una serie de notas de Cora Escolar escritas en México a mediados
de los años ‘80 y reescritas en colaboración con Juan Besse a principios de los
‘90. Allí, la noción de método establecida juega con la incompletud del camino
a recorrer por la práctica de investigación, pero también con la insuficiencia del
camino recorrido. El método es construcción sobre andaduras previas como
tomar un atajo transitado por otros investigadores no supone el mismo trayecto
sino hacer marcas que no estaban en la senda. En el universo limitado de nuestra
actividad docente, tanto en la UBA como en la UNLa, el trabajo es un “clásico”
que, desde 1996,21 nos hemos propuesto muchas veces reescribir y sin embargo
hemos decidido conservarlo como entonces, casi sin modificaciones.

El capítulo 7 “El encuadre teórico-metodológico de la entrevista como


dispositivo de producción de información”, de Luciana Messina y Cecilia Varela,
aborda algunos conceptos fundamentales en la construcción de soportes teóricos
vinculados al campo de la metodología de investigación en ciencias sociales. La
propuesta consiste en pensar el encuadre de la entrevista como un dispositivo
de obtención de información, por un lado, irreductible a la interacción personal
entre entrevistador y entrevistado y, por el otro, habilitante de la producción de
discursos que entrañen la emergencia de lo no conjeturado previamente por el
investigador.

El último capítulo de Cora Escolar, “La ‘gestión de datos’ como proceso


de toma de decisiones”, tiene como objetivo presentar una serie de conside-
raciones acerca de los procesos de “gestión de datos” que se dan en el ámbito
de las instituciones gubernamentales y que pueden ser de utilidad para pensar
descarnadamente las potencialidades y limitaciones de un “hacer”. Un hacer que
deviene en indicativo para la formulación de contratos de préstamo, reglamentos
operativos, indicaciones para monitorear y evaluar programas y proyectos sociales.
El proceso de “gestión” de datos como tarea político-administrativa y de investi-
gación supone el reconocimiento previo de un complejo proceso de construcción
de la información. Desde esta perspectiva resulta fundamental entender que

21. Año de su primera publicación como ficha de cátedra por OPFyL.

19
Cora Escolar y Juan Besse

los datos no están “dados en la realidad” y que sólo resta recopilarlos, sino que
son fruto de una acción creadora y por tanto condicionada por las perspectivas
teórico-metodológicas desde las cuales se los construye.

Por último, cuatro comentarios de libros, publicados como algunos de los


trabajos anteriores en las revistas Litorales y Biblio 3W,22 exploran los andariveles
epistemológicos de unos escritos, cuyos autores bordean los extremos de las
disciplinas que cultivan: la arquitectura, la filosofía, la geografía o la lingüísti-
ca. Ese borde con las ciencias sociales propone, a cada momento, excursiones
hacia y desde esas fronteras que, más allá del pintoresquismo que asedia como
posibilidad a cualquier viaje, pueden promover la necesidad de pensar y extraer
opciones metodológicas fecundas.

Buenos Aires, invierno de 2009

22. Litorales. Teoría, método y técnica en geografía y otras ciencias sociales, Revista Electrónica
del Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, y
Biblio 3W de Geocrítica, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales de la Univer-
sidad de Barcelona.

20
Capítulo 1
PENSAR EN/CON FOUCAULT*

Cora Escolar

El viaje rejuveneció las cosas y envejeció


la relación con uno mismo.

Michel Foucault, 1976

Algunas palabras

El propósito de este artículo es indagar la posibilidad de la utilización del arse-


nal teórico-metodológico y las reflexiones epistemológicas de Foucault para el
abordaje de nuestras investigaciones.
Para ello proponemos presentar y analizar las cuestiones epistemológicas-meto-
dológicas a través de una serie de items unilateralmente seleccionados e interviniendo
en el discurrir de Foucault. Sostenemos que estas reflexiones quedan impresas en
el núcleo de todo proceso que pretenda ser creador y productor de conocimiento.
Siguiendo a Deleuze1 sostenemos que las teorías son focales, limitadas,
aplicables sólo a un campo concreto. Ninguna puede abarcar nuestra expe-
riencia diaria, en su enorme complejidad. Por eso, nuestra producción teórica
y práctica tiende a romper los muros de las teorías, tiende a relacionarlas unas

* Publicado en Cinta de Moebio. Revista Electrónica de Epistemología de Ciencias Sociales,


Nº20, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Santiago, septiembre de 2004.
Este artículo lo escribo en esa voluntad incesante de retorno de la memoria de mi hijo Manuel.
1. Deleuze (1987), p. 75.

21
Cora Escolar

con otras.2 Ésta no es una idea nueva, pero cabe recordarla: todos somos, a la
vez, teóricos de la sociedad y ciudadanos de a pie.

La práctica del poder

La centralidad del problema de lo político es evidente en las últimas obras de


Deleuze y Foucault. Dice Foucault: “Es preciso dejar de describir siempre los
efectos del poder en términos negativos: ‘excluye’, ‘reprime’, ‘rehúsa’, ‘abstrae’,
‘encubre’, ‘oculta’, ‘censura’. En efecto, el poder produce, produce lo real, produce
campos de objetos y rituales de verdad [...]”.3
Retengamos en estas palabras una propuesta de investigación sobre “el
ejercicio del poder”. Dice el autor: “[...] cuando pienso en la mecánica del poder,
pienso en su forma capilar de existir, en el proceso por medio del cual el poder
se mete en la misma piel de los individuos, invadiendo sus gestos, sus actitudes,
sus discursos, sus experiencias, su vida cotidiana”.4
El hecho es que Foucault hace aflorar un ámbito de investigaciones que,
efectivamente, había permanecido inexplorado antes de que él se ocupase del
mismo: el de las relaciones de poder en cuyo interior se ejercen todas las formas
de práctica social.
Según Foucault el poder produce. Es, pues, una técnica (tikto). Ahora bien
¿cómo produce el poder? De la lectura de Foucault se desprende que el poder es el
ejercicio del poder. Es decir, multiplicidad de dispositivos, organismos, artificios,
funciones, tácticas, mecanismos.
Ello implica, según Deleuze, “el abandono de los cuatro postulados fun-
damentales que rigen la filosofía política tradicional”:5

1) Que el poder sea “atributo” de una clase que lo habría conquistado, y no


el efecto de innumerables puntos de fuga, conflictos, luchas, cambios; una
resultante, en suma, de las diversas posturas estratégicas que asumen las
diferentes clases y que se asumen dentro de una misma clase.
2) El de la “localización”: que el poder esté localizado en un aparato institu-
cional subordinado a la “estructura económica”.
3) El del “modo de acción”: el poder como negativo: represión, ocultamiento, etc.

2. Bourdieu y Wacquant, (1995), pp. 167-169.


3. Foucault (1987) [1976], p. 75.
4. Foucault (1987) [1976], p. 60.
5. Deleuze (1975), p. 16.

22
Capítulo 1. Pensar en/con Foucault

4) El de la “legalidad”: el poder como complejo de leyes, cuando la ley “es


siempre una composición de arbitrariedades a las que diferencia formali-
zándolas [...] la ley no es más que el resultado de una guerra vencida”.6

El poder y la norma

En Vigilar y castigar Foucault describe un conjunto de prácticas de la norma en


el sentido moderno del término, “la formación de lo que podríamos llamar en
general la sociedad disciplinaria”.7
Lo importante en la idea de sociedad disciplinaria es la idea de que las
disciplinas crean sociedad, crean un tipo de lenguaje común entre todas las clases
de instituciones, hacen posible que una pueda traducirse a la otra. La norma
es precisamente aquello por lo que la sociedad, cuando se hace disciplinaria,
se comunica consigo misma. La norma articula las instituciones disciplinarias
de producción, de saber, de riqueza, de finanzas, y las hace interdisciplinarias,
convierte en inteligible el espacio social.
La norma o lo normativo es lo que permite la transformación de la discipli-
na bloqueo en disciplina mecanismo. En efecto, dice Foucault: “Tradicionalmente
el poder es lo que se ve, lo que se muestra, lo que se manifiesta... Aquellos sobre
quienes se ejerce el poder pueden permanecer en la sombra; sólo reciben la luz
que les es concedida de esta parte del poder [...]”.8 Con la disciplina según la
lógica de la norma, la sombra llega a la luz. “En la disciplina, son los sujetos
quienes han de ser vistos. Esta iluminación asegura el dominio del poder que
se ejerce sobre ellos”.9
No hay que confundir “norma” y “disciplina”. Las disciplinas apuntan a
los cuerpos con una función de adiestramiento; la norma es una medida, una
manera de producir la medida común.
En una dimensión, el poder es llamado disciplinario, pero la disciplina es
sólo un aspecto de él.
Lo que sin duda preocupó a Foucault fue comprender cómo la acción de
las normas en la vida de los hombres determina el tipo de sociedad a la que ellos
pertenecen como sujetos.10

6. Deleuze (1975), p. 16.


7. Foucault (1989) [1975], p. 213.
8. Foucault (1987) [1976], p. 65.
9. Foucault (1987) [1976], p. 65.
10. “Por lo tanto, no preguntemos por qué cierta gente desea dominar, qué busca, cuál es su
estrategia general. Preguntemos, en cambio, cómo funcionan las cosas al nivel de la presente

23
Cora Escolar

Puede entenderse por qué el interés de Foucault no se centra en el poder


con mayúscula, sino en las microestructuras del poder (el poder con minúscula),
que tiene su génesis en el propio sujeto.
Cuando Foucault escribió La historia de la locura en la época clásica
(1961) o Vigilar y castigar (1975), no recogió las quejas de los pacientes, no
oyó la confesión de los presos, no sorprendió a los locos en sus manejos, sino
que estudió máquinas de curar y máquinas de castigar. Foucault se volvió hacia
las instituciones: registró sus edificios y sus equipos, sondeó sus doctrinas y sus
disciplinas, enumeró y catalogó sus prácticas, publicó sus técnicas. Es decir, pal-
pó con cuidado los dispositivos y las disciplinas; describió minuciosamente las
funciones del hospital y de la prisión.11 La arquitectura de la cárcel se modifica
para que sea más difícil a los prisioneros ahorcarse. Las tácticas van tomando
forma progresivamente sin que nadie sepa bien qué significan.
Foucault dirigirá su atención al problema de la normatividad en general,
al hilo de los procedimientos propios que en una sociedad distinguen el bien
del mal, el enfermo del sano, el loco del cuerdo, lo normal de lo anormal.
Para Foucault el problema estriba en la posible criticabilidad de cualquier
normatividad.
Me interesa subrayar que estas tesis llevan implícitas una representación
del poder que supone que el poder no sea concebido como una propiedad, sino
como una estrategia. Siguiendo a Deleuze, toda sociedad tiene su o sus diagramas.12
El panóptico es un intercambiador entre un mecanismo de poder y una función.
Es una manera de hacer funcionar relaciones de poder. Es una máquina abstrac-
ta, en el sentido que Foucault da a la máquina escuela, a la máquina hospital.
Lo que quiere significar con máquina abstracta es que las máquinas son sociales
antes que ser técnicas.13
En otras palabras, admitir que “el poder no se posee sino que se ejer-
ce, que no es un privilegio adquirido o conservado por la clase dominante,

subyugación, al nivel de esos procesos continuos e ininterrumpidos que sujetan nuestros


cuerpos, gobiernan nuestros gestos, dictan nuestras conductas, etc. En otras palabras, antes
que preguntemos cómo aparece el soberano ante nosotros en su altivo aislamiento, debería-
mos tratar de descubrir cómo es que los sujetos son constituidos gradual, progresiva, real y
materialmente por medio de una multiplicidad de organismos, fuerzas, energías, materiales,
deseos, pensamientos, etc.”; Faucault (1979), p.135.
11. La nueva tecnología del poder no se origina en ninguna persona o grupo identificable.
En verdad se inventan tácticas individuales para necesidades particulares (Couzens, 1988).
12. Un diagrama es “...la exposición de relaciones de fuerzas que constituyen el poder”;
Deleuze (1987), pp. 62-63.
13. Deleuze (1987), p. 68.

24
Capítulo 1. Pensar en/con Foucault

sino el efecto resultante de sus posiciones estratégicas [...] Este poder [...]
no se aplica, pura y simplemente, como una obligación o una prohibición
a quienes ‘no lo tienen’, sino que los impregna, pasa por ellos, del mismo
modo que ellos, en su lucha contra el poder, se apoyan en las acciones que
éste ejerce sobre ellos”.14

Poder y saber

Otra gran tesis de Foucault: la imbricación entre efectos del poder y


efectos del saber. Aquí, su contribución original no consiste en afirmar que
la posesión de un saber equivale a detentar un poder. El tema que atraviesa
toda su obra, y que él ha sido el primero en teorizar, es el del poder que
produce saber.15 Según Deleuze, interpretando a Foucault, “[...] el poder
considerado abstractamente no ‘ve’ ni ‘habla’ [...] se ejerce a partir de innu-
merables puntos [...] viene de abajo. Pero precisamente porque ni habla ni
ve, hace ver y hablar”.16
De esta manera, contra la concepción “negativa”, “represiva”, en el fondo
“jurídica”, de un poder que se contenta con prohibir, con “decir no”, Foucault
destaca el “carácter productivo del poder”.17
Es el tema central de La voluntad de saber: “Lo que le da estabilidad al
poder, lo que induce a tolerarlo, es el hecho de que no actúa solamente como una
potencia que dice no, sino que también atraviesa las cosas, las produce, suscita
placeres, forma saberes, produce discursos”.18
Ésta es la razón para que en Foucault no exista una teoría del poder, sino
más bien una analítica de éste. El poder es una relación que puede ser instru-
mentalizada, pero no una sustancia. Entonces, Foucault analiza la procedencia
de las prácticas en las que se hacen efectivas relaciones de poder.
En suma, todo saber se produce en el interior (por efecto y bajo el domi-
nio) de las relaciones de poder. Las implicaciones de estas tesis son evidentes:
por una parte, contra la interpretación racionalista del par “ciencia/ideología”:
“Yo creo que el problema no consiste en discernir, en un discurso, lo que

14. Foucault (1987) [1976].


15. “¿...en qué sentido existe primacía del poder sobre el saber, de las relaciones de poder sobre
las relaciones de saber? Las relaciones de saber no tendrían nada que integrar si no existiesen
las relaciones diferenciales de poder”; Deleuze (1987), p. 111.
16. Deleuze (1987), p. 111.
17. Deleuze (1987), p. 111.
18. Véase Foucault, La voluntad de saber (1987) [1976].

25
Cora Escolar

viene caracterizado como cientificidad, y como verdad, de lo que derivaría


de cualquier otra cosa, sino en ver cómo se producen históricamente efectos
de verdad en el interior de unos discursos que de por sí no son ni verdaderos
ni falsos”. Es curioso en Foucault este rechazo de la palabra ciencia; prefiere
sustituirla por saber.
El poder se nos manifiesta también como ciencia y lo que resalta Foucault
son los saberes sometidos; los saberes que son una tradición de lucha, los saberes
de los descalificados –los locos, los presos, las mujeres– y también el saber des-
preciado, el libro escrito hace cien años y que desde entonces se cubre de polvo
en las bibliotecas. Ese saber que la ciencia no quiere para sí es el único que no
va a ser integrado por el poder y, por lo tanto, el único que no va a ser arma de
represión.19
Dentro de esta perspectiva, la idea de que la ideología está en una posición
secundaria respecto a algo que debe funcionar como infraestructura es, para
Foucault, básico en la desvinculación que realiza del sistema de las prácticas
ideológicas respecto de las relaciones de producción. En este sentido se separa
de Marx.20 Por esta razón evita hablar de ideología dominante.21 Lo que trata
de hacer es develarla allí donde el efecto de la ideología dominante disimula los
saberes dominados, es decir, en la familia, en la escuela, en el hospital. De aquí
la teoría de la “microfísica del poder”.22

19. “¿...Qué tipos de saberes queréis descalificar cuando preguntáis si es una ciencia? ¿Qué
sujetos hablantes, discurrientes, qué sujetos de experiencia y de saber queréis reducir a la
minoridad cuando decís: ‘Yo que hago este discurso, hago un discurso científico y soy un
científico’?”; Foucault (1993), p. 17.
20. Según Lecourt, refiriéndose a la Arqueología del saber, “...las dificultades con que se topa
(Foucault) y el fracaso relativo al que llega no tienen solución y salida más que en el campo
del materialismo histórico”; Lecourt (1973) [1972], p. 100. Ver también Dreyfus y Rabinow
(1988) [1979], pp. 101-121.
21. “No digo que estas teorías globales no hayan procurado ni procuren todavía, de manera
bastante constante, instrumentos utilizables localmente... Pero pienso que no habrían procu-
rado tales instrumentos más que a condición de que la unidad teórica del discurso quedase
como en suspenso, cercenada, hecha pedazos, trastocada, ridiculizada, teatralizada [...] En
cualquier caso, toda renovación en términos de totalidad ha tenido, en la práctica, un efecto
de freno”; Foucault (1980), p. 128.
22. “La verdad se debe entender como un sistema de procedimientos ordenados para la
producción, regulación, distribución y operación de declaraciones [...] ‘La verdad’ está vin-
culada en una relación circular con sistemas de poder que la producen y la sostienen [...]”;
Foucault (1979), p. 143.

26
Capítulo 1. Pensar en/con Foucault

Arqueología, genealogía y estructuralismo

En una primera instancia aparece la confluencia del estructuralismo y la genea-


logía en el método arqueológico de Foucault.23
“Genealogía quiere decir a la vez valor del origen y origen de los valores.
Genealogía se opone tanto al carácter absoluto de los valores como a su carácter
relativo o utilitario. Genealogía significa el elemento diferencial de los valores
de los que se desprende su propio valor. Genealogía quiere decir, pues origen o
nacimiento, pero también diferencia o distancia en el origen. Genealogía quiere
decir nobleza o bajeza, nobleza y vileza, nobleza y decadencia en el origen. Lo
noble, lo vil, lo alto, lo bajo, tal es el elemento propiamente genealógico y crítico.
Pero así entendido, la crítica es también lo más positivo”.24
En el curso del 7 de enero de 197625 Foucault desarrolla el concepto de
Genealogía y sostiene “[...] se trata de un saber histórico de la lucha [...]” y “[...]
se ha perfilado así [...] investigaciones genealógicas múltiples, redescubrimiento
conjunto de la lucha y la memoria directa de los enfrentamientos. Y esta genea-
logía, en tanto que acoplamiento del saber erudito y del saber de la gente, no
sólo ha sido posible, sino que además pudo intentarse con una condición: que
fuese eliminada la tiranía de los discursos globalizantes con su jerarquía y con
todos los privilegios de la vanguardia teórica”.26
Es así que Foucault asigna a la genealogía una tarea indispensable: percibir
la singularidad de los sucesos, fuera de toda finalidad monótona.27 En este discurso
la genealogía aparece como inductivista.28
Cuando Foucault sostiene que el proyecto genealógico no es un empirismo,
ni tampoco un positivismo, pero sí una anti-ciencia, está precisamente discutiendo
con estas dos corrientes de pensamiento. Se trata de “[...] la insurrección de los
saberes [...]”.29

23. Según Dreyfus y Rabinow: “[...] Foucault llama a su nuevo método ‘análisis arqueológico’ [...]
un método de análisis [...] puro de todo antropologismo”; Dreyfus y Rabinow (1988) [1979], p. 74.
24. Morey (1978), p. 233.
25. Cursos pronunciados por Foucault en el College de France. Traducidos directamente de
la grabación en cinta magnetofónica (1979), pp. 125-137.
26. Foucault (1979), p. 126.
27. Foucault (1979), p. 7.
28. Dice Foucault: “[...] encontrarlos allí donde menos se espera y en aquello que pasa
desapercibido por no tener nada de historia –los sentimientos, el amor, la conciencia, los
instintos [...]”; Foucault (1979), p. 17.
29. Foucault está discutiendo contra los contenidos, los métodos o los conceptos de una
ciencia centralizadora y “al funcionamiento de un discurso científico organizado en el seno
de una sociedad como la nuestra”, Foucault (1993), p. 16.

27
Cora Escolar

El estructuralismo que posee un valor epistemológico es ante todo un


método, una práctica, un procedimiento.30 Durante los años ‘60 se sucedieron
intensos debates sobre el estructuralismo y muchos de ellos en relación con el
pensamiento de Foucault.
Foucault se niega en repetidas ocasiones a ser llamado estructuralista, y
aparece un rechazo foucaultiano al propio estructuralismo. En el prefacio de la
edición inglesa de Las palabras y las cosas, escrito un año después de la Arqueo-
logía, Foucault insiste que “no ha utilizado ninguno de los métodos, conceptos
y términos claves que caracterizan al análisis estructural”.31
Foucault resalta muy claramente que el proyecto de descripción y de
búsqueda de unidades que pretende el arqueólogo no puede confundirse con el
análisis estructural de la lengua. La lengua es siempre un sistema para enunciados
posibles, un conjunto de leyes generales para un número infinito de pruebas. En
el caso de los acontecimientos discursivos lo que hay que analizar es un conjunto
finito de discursos.32
El análisis histórico de Las palabras y las cosas no es ni una historia de las
ideas ni una epistemología en el sentido clásico del término.33 El título original
de Las palabras y las cosas era El orden de las cosas. Y ésta es la preocupación de
Foucault, la cuestión que ha dado origen a la Arqueología.34
¿Por qué las diferentes épocas y las diferentes culturas ven el mismo
mundo de modos diferentes? ¿Por qué el orden de las cosas es diferente? ¿Por
qué las teorías que explican este orden son diferentes? Según Foucault entre
el orden empírico de las cosas y las teorías que explican este orden existe una
“región intermedia”, existen los “códigos fundamentales de una cultura”35 o de
una época y son éstos los que rigen tanto el orden de las empiricidades cuanto
el orden de las teorías.
El objeto de la arqueología, la episteme, es esta región intermedia, el orden
que ordena los órdenes empíricos y los órdenes teóricos, que rige tanto los

30. Boudon (1968), pp. 214-215.


31. Dreyfus y Rabinow (1988) [1979], p. 74.
32. “La cuestión que me plantea el análisis de la lengua a propósito de un hecho cualquiera de
discurso es siempre éste: ¿según qué reglas podrían construirse otros enunciados semejantes?
La descripción de los acontecimientos del discurso plantea otra cuestión muy distinta. ¿Cómo
es que ha aparecido tal enunciado y ningún otro en su lugar?”; Foucault (1990) [1969], p. 43.
33. Foucault (1998) [1966], p. 7.
34. “Los problemas de método que plantea tal ‘arqueología’ serán examinados en una obra
próxima”, Foucault (1998) [1966], p. 7.
35. Foucault (1998) [1966], p. 5.
36. Foucault (1998) [1966], p. 7.

28
Capítulo 1. Pensar en/con Foucault

esquemas perceptivos cuanto el lenguaje, tanto las palabras cuanto las cosas.36
El orden no proviene ni del sujeto ni del objeto; es anterior, los construye,
los ordena.37
Pretendemos dejar planteada esta impronta foucaultiana que en Las
palabras y las cosas nos muestra cómo es diferente el orden durante el Renaci-
miento, la Época Clásica o la Modernidad, sin ofrecernos una causalidad de
la discontinuidad.
La constitución de un conocimiento a partir de una práctica social la
desarrolla en la Arqueología del saber. Analizar un saber es pasar de la concien-
cia constituida al discurso en tanto práctica, es pasar del sujeto titular de unos
conocimientos al análisis de una relación diferencial de enunciados que van a
posibilitar un saber. Aquí el sujeto no crea un discurso, sino que se sujeta a un
conjunto de reglas determinadas de las que no es consciente. Es este conjunto y
no el protagonismo aislado del sujeto lo que para el arqueólogo hará posible la
emergencia de lo que definirá como práctica discursiva.
La arqueología recorre el eje constituido por práctica discursiva en lugar
de conciencia, saber en lugar de conocimiento. Ambos ejes conciencia-cono-
cimiento, práctica discursiva-saber, desembocan en la categoría de ciencia. El
lugar del saber va más allá de la demostración científica para ubicarse además
en ficciones, relatos, encuestas, instituciones.38 De esta manera toda práctica
discursiva implica un saber pero no una ciencia. Existen saberes no científicos,
independientes de las ciencias.
Reconocer una ciencia como práctica discursiva es hacer su arqueología,
analizarla desde el pensamiento del exterior, desde el nivel simbólico, para ver
cómo se inscribe en el elemento del saber, es decir, estudiando las reglas que
han permitido la formación de sus objetos, las posiciones del sujeto que habla,
la aparición y transformación de sus conceptos, las elecciones teóricas, así como
todo el ensamblaje de consideraciones que acompaña todo proceso de produc-
ción de conocimientos.

37. “El orden es, a la vez, lo que se da en las cosas como su ley interior, la red secreta según
la cual ellas se miran en cierta manera unas a otras, y lo que no existe sino a través de la grilla
de una mirada, de una atención, de un lenguaje; y es sólo en los espacios en blanco de este
tablero que él se manifiesta en profundidad como ya dado, esperando el momento de ser
enunciado”. Foucault (1998) [1966], p. 35.
38. “La práctica discursiva no coincide con la elaboración científica a la cual puede dar lugar;
y el saber que forma no es ni el esbozo áspero ni el subproducto cotidiano de una ciencia
constituida. Las ciencias aparecen en el elemento de una formación discursiva y sobre un
fondo de saber”. Foucault (1990) [1969], p. 309.

29
Cora Escolar

Conclusión

Este artículo arranca desde la preocupación por conocer la utilización del arse-
nal teórico de Foucault para el desarrollo de nuestras investigaciones. Para ello
fuimos desbrozando, a través de una serie de items (poder, saber, ciencia, ideo-
logía, genealogía, arqueología) las implicancias epistemológicas-metodológicas
de algunos de sus escritos.
Fuimos señalando cómo el análisis del poder arroja luz sobre técnicas ca-
paces de producir e imponer normas. En el trasfondo de todo esto, percibíamos
que subyacía la cuestión de saber qué tipo de verdad era producida. De esta
manera, el análisis del poder se doblaba en un análisis de los procedimientos
de verdad. Y, en el punto de intersección de las normas y las tecnologías de
la moral, del poder, de la verdad, del saber, nos topamos con el problema del
sujeto.39 Este sujeto es producido y a la vez sometido a través de estas tecno-
logías. Los sistemas de control social y de castigo constituyen la moral que se
impone a los sujetos.
Entonces, por un lado, encontramos un sujeto sometido a las relaciones
de poder dominante y, por otro, un sujeto que actúa autónomamente e influye
en estas mismas relaciones de poder.
Foucault trata de recuperar al sujeto como sujeto localizado, disciplinado.
La discusión del sujeto oscilando entre su aspecto reproductor y su aspecto
productor.40 En este sentido, identificamos el concepto de institución41 de los
teóricos del análisis institucional con el concepto de sujeto en Foucault.
Pero Foucault añade algo más al concepto de sujeto. Ya no es el sujeto
racional, autoconsciente, tal cual ha sido tipificado por las corrientes racionalistas,
sino el sujeto como producto histórico.
Resulta notorio que atesoró algunos motivos de la reflexión de Bachelard,
básicamente los relativos a la distinción entre umbrales epistemológicos o, más
ampliamente, a los fenómenos de discontinuidad. Parece remitir a una concep-
ción teórica de la ciencia de amplia mirada, al modo de una filosofía dispersada42
en capas distintas.

39. “Las ideas que me gustaría discutir aquí no representan ni una teoría ni una metodología
[...] Mi objeto [...] ha consistido en crear una historia de los diferentes modos de subjetivación
del ser humano en nuestra cultura [...]. Así, el tema general de mi investigación no es el poder
sino el sujeto” en Dreyfus y Rabinow (1988) [1979], p. 227.
40. Cfr. con la función reproductora y productora de las instituciones; Escolar, (2000), p. 30.
41. Lourau (1970), p. 95.
42. Bachelard (1993) [1940], pp. 12-14.

30
Capítulo 1. Pensar en/con Foucault

También se preocupó por indagar las relaciones entre el discurso y el saber


localizados temporalmente. Así, intenta buscar cómo en cada práctica científica
se constituyeron el sujeto y el objeto de conocimiento.43
El polémico estructuralismo de sus primeros escritos, la genealogía, la
arqueología, su concepto de episteme, son enseñanzas de este maestro generoso,
cuyo método participa, a la vez, de una extrema prudencia científica y de una
extrema distancia con relación a la ciencia.

Bibliografía

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—: Genealogía del racismo, Montevideo, Carone Ensayos, 1993.

43. “[...] en principio hemos de considerar que estas tres pasiones o impulsos –reír, detestar
y deplorar– tienen en común el ser una manera no de aproximarse al objeto, de identificarse
con él, sino de conservar al objeto a distancia, de diferenciarse o de romper con él [...]”;
Foucault (1980), p. 27.

31
Cora Escolar

—: Las palabras y las cosas, Madrid, Siglo XXI, 1998 [1966].


Lourau, R.: El análisis institucional, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1970.
Lecourt, D.: Para una crítica de la epistemología, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973
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Morey, M.: Sexo, poder, verdad, Barcelona, Editorial Materiales, 1978.
Terán, O.: Michel Foucault. El discurso del poder, Folios Ediciones, México, 1983.

32
Capítulo 2
RELACIONES ENTRE CIENCIA Y SABER
LA ARQUEOLOGÍA COMO MÉTODO EN MICHEL
FOUCAULT*

Luciana Messina
Lisandro de la Fuente

I. Introducción

En el presente artículo pretendemos dar cuenta de las relaciones entre el saber y


la ciencia desde una perspectiva foucaultiana. Para ello proponemos, en primer
lugar, ahondar en cómo concibe Michel Foucault el saber y por qué propone un
abordaje arqueológico del documento histórico. En segundo término, procuramos
indagar cómo dicho pensador, al construir un método opuesto a los modelos
ya establecidos de análisis de la historia de las ideas, precisó deconstruir algunas
concepciones sobre las que éstos se asientan.
Abordamos en este escrito, entonces, al Foucault epistemólogo. Tomando
como eje La Arqueología del Saber, expondremos el método arqueológico en
los aspectos que pueden ser vinculados con desarrollos conceptuales de otros
pensadores –principalmente, Gaston Bachelard y Pierre Bourdieu– y del mismo
Foucault en otros escritos. Así como Bachelard sostiene que el acto de conocer

*El presente artículo es una reescritura de “Bajos fondos de saber. La arqueología como
método en Michel Foucault”, publicado en la Revista Litorales, Año 2, Nº 2, agosto de 2003.

33
Luciana Messina y Lisandro de la Fuente

implica desarmar aquellos conocimientos incuestionados que se han transformado


en obstáculos epistemológicos y Bourdieu –retomando a aquél– nos enseña que para
construir el objeto de investigación es necesario producir rupturas epistemológicas
con las nociones dadas y naturalizadas del sentido común, Foucault nos ofrece
un nuevo método de análisis de la historia del pensamiento que –al partir de la
crítica de los grandes temas de éste (unidad, continuidad, totalidad, origen) y
al tratar los documentos como restos arqueológicos– focaliza en la detección de
reglas de formación de los discursos y de sus discontinuidades, posibilitando así
la descripción del espacio de dispersión de los saberes.

I. Saber y episteme

En Las palabras y las cosas, Foucault decide orientarse hacia lo que denomina
análisis de la episteme, entendiendo por ésta la configuración del “campo epis-
temológico” en el que los conocimientos “hunden su positividad y manifiestan
así una historia que no es la de su perfección creciente, sino la de sus condiciones
de posibilidad”.1 La episteme sería, entonces, aquello que establece el horizonte
de pensabilidad de una época dada, el a priori histórico que da lugar a la manera
de expresarse de una época, el modo de ser del orden a partir del cual pensamos.
Es en este sentido que Foucault2 afirma: “no se puede hablar en cualquier época
de cualquier cosa”.3
Con la intención de reconstruir el camino que condujo al surgimiento de
las denominadas ciencias humanas, Foucault da cuenta en dicha obra de aquello
que concibe como las dos grandes rupturas en la episteme de la cultura occidental:

1. En La Arqueología del Saber, Foucault definirá la episteme como el “conjunto de rela-


ciones que pueden unir en una época determinada las prácticas discursivas que dan lugar a
unas figuras epistemológicas, a unas ciencias, eventualmente a unos sistemas formalizados”;
Foucault (1987) [1969], pp. 322-323.
2. Foucault (1987) [1969], p. 73.
3. El concepto de episteme se diferencia tanto de los de cosmovisión y paradigma como del
de estructura. Se aparta de las cosmovisiones, de los paradigmas, de esas grandes legislacio-
nes escritas “de una vez y para siempre por una mano anónima”, por su carácter de “campo
indefinido de relaciones”, por ser aquel “conjunto indefinidamente móvil de escansiones,
de desfases, de coincidencias que se establecen y se deshacen”; Foucault (1987) [1969], pp.
322-324. A pesar de la semejanza, mientras el concepto de estructura remite a un todo cohe-
rente, completo y cerrado sobre sí mismo, que permitiría la emergencia de un conocimiento
válido y objetivo, la episteme refiere a las formas de ver y de hablar de una época histórica
no caracterizadas por la coherencia, sino por las rupturas, grietas y discontinuidades, y niega,
por lo tanto, al idea de totalización.

34
Capítulo 2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como...

por un lado, la que inaugura la época clásica hacia mediados del siglo XVII y,
por otro, la que marca el comienzo de la época moderna a principios del siglo
XIX. Es en el seno de esta última redistribución en el orden del saber –que reem-
plaza la episteme clásica por la episteme moderna– donde aparecen las ciencias
humanas. Más allá de las contingencias que han dado lugar al nacimiento de
cada una de ellas, la posibilidad intrínseca del surgimiento de “este conjunto de
discursos que toma por objeto al hombre en lo que tiene de empírico” está ligada
a un reordenamiento de la episteme que dio por resultado la constitución de la
figura del hombre como objeto de ciencia; es decir, su emergencia como “aquello
que hay que pensar y aquello hay que saber”.4 Las figuras epistemológicas que
componen las ciencias humanas no podrían, entonces, presentar antecedentes
en formas discursivas previas a su surgimiento: es solamente a partir de la in-
vención del hombre que éste, por primera vez, puede ser colocado en el lugar de
los objetos de conocimiento. La irrupción de la concepción del hombre en el
pensamiento moderno no sólo fundó las ciencias humanas, sino que entregó a
éstas su paradoja constitutiva: el hombre se convirtió, por un lado, “en aquello a
partir de lo cual todo conocimiento podía constituirse en su evidencia inmediata
y no problemática” y, al mismo tiempo, “en aquello que autoriza el poner en
duda todo el conocimiento del hombre”.5
En La Arqueología del Saber –obra en la que Foucault establece los prin-
cipios metodológicos que habrían gobernado la construcción de sus obras ante-
riores–,6 el concepto de episteme es apenas mencionado hacia el final, mientras
que el despliegue teórico se estructura en torno a los conceptos de formación
discursiva, enunciado, saber y sus relaciones con la ciencia.
Foucault considera que el saber de una época se halla constituido por el
conjunto de los regímenes de enunciados posibles, regímenes que encuentran
sus límites en lo visible y lo decible en un tiempo y lugar determinados y que
resultan del interjuego de reglas que hacen que emerjan algunos enunciados y
no otros. En este sentido, el saber para Foucault es aquel pensamiento implícito
en la sociedad, pensamiento anónimo configurado a partir de ciertas reglas de
formación y transformación, que resulta condición de posibilidad tanto de una
teoría como de una práctica o de una ciencia. El saber constituye, entonces,
aquella experiencia social que, aunque no se inscriba de manera elocuente en un
enunciado concreto, sí puede ser reconstruida a partir de una descripción de las

4. Foucault (1984) [1966a], p. 334.


5. Foucault (1984) [1966a], p. 335.
6. En la Introducción, Foucault sostiene que dicha obra es un intento por dar coherencia al
conjunto de “una empresa cuyo plan han fijado de manera muy imperfecta la Historia de la
locura, El nacimiento de la clínica y Las palabras y las cosas”; Foucault (1987) [1969], pp. 24-25.

35
Luciana Messina y Lisandro de la Fuente

líneas de visibilidad y de enunciación que caracterizan la masa discursiva de un


período (reglamentos, poesía, consejos de higiene, filosofía; en fin, documentos
provenientes de distintos campos). Foucault propone atender esta masa discursiva
con el fin de identificar las regularidades en la construcción de determinadas
formas de mirar y de decir, ya que ellas conforman códigos de la palabra y de la
mirada que posibilitan la comprensión de aquel pensamiento anónimo y de las
verdades y evidencias construidas en su seno.

III. El método arqueológico

Desde esta perspectiva, la pregunta por el saber es una pregunta arqueológica


y la tarea del “arqueólogo” consiste en “sacar a la luz este pensamiento anterior
al pensamiento [...] ese trasfondo sobre el cual nuestro pensamiento ‘libre’
emerge y centellea durante un instante”.7 Se trata de buscar los estratos sobre
los que se erigen nuestras evidencias y verdades actuales, es decir, de indagar
las condiciones de posibilidad de la aparición de ciertos enunciados y de la
exclusión de otros. En este sentido, Foucault propone un trabajo de descripción
sobre el archivo, entendiendo por él no la masa de textos recuperados de una
época sino el conjunto de las reglas que en un tiempo y lugar definen sobre
qué se puede hablar, cuáles discursos circulan y cuáles se excluyen, cuáles son
válidos, quiénes los hacen circular y a través de qué canales. Así, el método
arqueológico recurre a la historia, pero “esta estrategia no implica buscar las
verdades del pasado sino el pasado de nuestras verdades”.8 Por ello, no resulta
relevante para el análisis arqueológico la veracidad de los documentos sino
las condiciones de su aparición, “pues lo que interesa es ver cómo estamos
constituidos, desde qué mecanismos; ya que aquello que damos por verdadero
tiene un cierto efecto en qué somos y cómo somos”.9 Al llamar arqueológico al
método de análisis de la historia, Foucault propone invertir las relaciones que
caracterizaron a ambas disciplinas. Según el autor, hubo un tiempo en que la
arqueología tendía a la historia y “no adquiría sentido sino por la restitución de
un discurso histórico: podría decirse, jugando un poco con las palabras, que,
en nuestros días, la historia tiende a la arqueología, a la descripción intrínseca
del monumento”.10

7. Foucault (1991) [1966b], p. 34.


8. Murillo (1996), p. 39.
9. Murillo (1997), p. 39.
10. Foucault (1987) [1969], p. 11.

36
Capítulo 2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como...

El análisis arqueológico focaliza en la dimensión de exterioridad de los


discursos11 y busca sus condiciones de existencia en las prácticas discursivas que
son, asimismo, prácticas sociales. Las prácticas discursivas producen saberes de
distinto tipo que, a su vez, las caracterizan y delimitan. En palabras de Foucault,
“No cuestiono los discursos sobre aquello que, silenciosamente, manifiestan, sino
sobre el hecho y las condiciones de su manifiesta aparición. No los cuestiono
acerca de los contenidos que pueden encerrar sino sobre las transformaciones
que han realizado. No los interrogo sobre el sentido que permanece en ellos a
modo de origen perpetuo, sino sobre el terreno en el que coexisten, permanecen
y desaparecen. Se trata de un análisis de los discursos en la dimensión de su
exterioridad”.12

IV. Las relaciones entre ciencia y saber desde


una perspectiva arqueológica

El método arqueológico no describe disciplinas –si entendemos por ellas a un


conjunto de enunciados que pretenden producir conocimientos científicos, es
decir, discursos coherentes, demostrados e institucionalizados–, ya que aquéllas
no fijan los límites de las positividades ni se corresponden con las formaciones
discursivas. Tampoco las positividades y las ciencias se hallan en relación de
sucesión cronológica o de mutua exclusión. Entonces, ¿cuáles son las relaciones
entre ciencias y positividades?
En este punto, resulta relevante distinguir los dominios de cientificidad de
los territorios arqueológicos. Mientras que los primeros se constituyen de aquellas
proposiciones coherentes, sujetas a ciertas leyes de construcción pasibles de de-
mostración, de ordenación jerárquica y sistematización; la arena arqueológica,
en cambio, atraviesa distintos tipos de textos. En tanto el saber no se ciñe a los
enunciados demostrados, el análisis arqueológico puede intervenir igualmente en
ficciones, reflexiones, relatos, reglamentos institucionales y decisiones políticas. Es
en este sentido que, en términos de Foucault, “la práctica discursiva no coincide

11. En El orden del Discurso, Foucault expone los cuatro principios de método reguladores del
análisis de los discursos; cuatro principios que se oponen a las nociones que han dominado
la historia de las ideas, a saber: de trastocamiento, de discontinuidad, de especificidad y de
exterioridad. Este último propone “no ir del discurso hacia su núcleo interior y oculto, hacia
el corazón de un pensamiento o de una significación que se manifiestan en él; sino, a partir del
discurso mismo, ir hacia sus condiciones externas de posibilidad, hacia lo que da motivo a la
serie aleatoria de esos acontecimientos y que fija los límites”; Foucault (1999) [1970], p. 53.
12. Foucault (1991) [1968], p. 58.

37
Luciana Messina y Lisandro de la Fuente

con la elaboración científica a la que puede dar lugar; y el saber que forma no es ni
el esbozo áspero ni el subproducto cotidiano de una ciencia constituida. Las ciencias
[...] aparecen en el elemento de una formación discursiva y sobre un fondo de saber”.13
Para abordar las vinculaciones entre ciencia y saber, es oportuno señalar que
las formaciones discursivas se transforman al franquear distintos umbrales (posi-
tividad, epistemologización, cientificidad y formalización). Dichos umbrales no
sólo redistribuyen los elementos de cada formación discursiva sino que delimitan
nuevas reglas de formación de objetos, de conceptos y de estrategias discursivas.
Producen, de esta forma, nuevas articulaciones entre estos elementos, nuevos
criterios de selección y nuevos recortes, y dan paso, así, a nuevas condiciones
para la emergencia de los enunciados.14
En cada formación discursiva se reconoce una particular relación entre
ciencia y saber, y una de las opciones de la descripción arqueológica consiste en
mostrar cómo el discurso científico se inscribe y opera en el campo del saber;
es decir, cómo recorta, selecciona y modifica los elementos del saber. En este
sentido, la ciencia se localiza en el saber pero de ninguna manera lo agota o lo
reemplaza. Por ello, si bien la ciencia se constituye sobre un fondo de saber, no
todo dominio de saber deviene conocimiento científico.15

V. De la historia de las ideas a la historia del discurso

Ahora bien, para comprender por qué han aparecido en un cierto tiempo y lugar
una ciencia, una teoría, un concepto, valores, verdades, etc., hay que atender a

13. Foucault (1987) [1969], pp. 308-309. Destacado nuestro.


14. Foucault denomina “umbral de positividad” al momento en que una formación discursiva
se individualiza y autonomiza. Cuando sobre una formación discursiva se opera un recorte
de enunciados que intentan hacer valer ciertas reglas de verificación y de coherencia, se dirá
que aquella atraviesa el “umbral de espistemologización”. En tanto aquellos enunciados con
estatuto epistemológico obedecen a criterios formales y a leyes de construcción de proposicio-
nes, se dice que han franqueado el “umbral de cientificidad”. Por último, cuando el discurso
científico define axiomas necesarios y puede desplegar el edificio formal que lo constituye,
se dirá que ha atravesado el “umbral de formalización”. Estos umbrales no representan esta-
dios naturales y necesarios a través de los cuales se sucederían ordenada y evolutivamente las
formaciones discursivas; implican, por el contrario, modificaciones internas del orden de la
singularidad y la contingencia.
15. Foucault dirá que el saber “no es ese almacén de materiales epistemológicos que desapa-
recería en la ciencia que lo consumara. La ciencia (o lo que se da por tal) se localiza en un
campo de saber y desempeña en él un papel. Papel que varía según las diferentes formaciones
discursivas y que se modifica con sus mutaciones”; Foucault (1987) [1969], p. 310.

38
Capítulo 2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como...

las relaciones sociales que los hicieron discursos enunciables y visibles, esto es,
situarlos en determinadas relaciones de poder. En este sentido, vemos cómo el
saber se liga al poder. Asimismo, al preguntarse por las condiciones de posibilidad
de la emergencia de determinados discursos y sus relaciones con otras prácticas
extradiscursivas –obviando deliberadamente la referencia a voluntades indivi-
duales–, Foucault apuesta, más que a una historia de las ideas, a una historia
del discurso.
Consideramos oportuno detenernos en este dilema teórico-metodológico
entre la tarea de realizar una historia de las ideas o una descripción arqueológica.
Foucault desestima por varias razones los tipos de análisis producidos por los
historiadores de las ideas. En primer lugar, mientras que la historia de las ideas
busca interpretar en el discurso aquellos elementos que lo trasciendan y que sean
manifestaciones de un sentido ubicado por fuera de él, la arqueología se dirige al
discurso mismo en tanto práctica que obedece a ciertas reglas de formación. En
segundo lugar, la descripción arqueológica, lejos de buscar una continuidad y una
explicación causal entre los discursos y aquello que los precede, antecede o rodea,
pretende abordar el discurso desde su exterioridad, por medio de la explicitación
de las formas específicas en que se articulan las formaciones discursivas y los
dominios no discursivos. En tercer lugar, la descripción arqueológica no toma a
la obra como una unidad por considerar que las reglas de formación discursiva
atraviesan las obras individuales. Y por último, mientras que la historia de las
ideas, al marcar distinciones entre lo original y lo ya dicho, intenta recuperar
las motivaciones o intenciones del autor, la arqueología pretende, en cambio,
describir las regularidades de los enunciados, es decir, el conjunto de condiciones
en que se ejerce la función enunciativa. De este modo, la arqueología localiza
su interés en las discontinuidades que, delineadas por ciertas transformaciones,
afectan el régimen de las formaciones discursivas.16 La descripción arqueológica
es, entonces, “una tentativa para hacer una historia distinta de lo que los hombres
han dicho”.17
En pocas palabras, La Arqueología del Saber nos habla de dos formas de
hacer historia, de dos tipos de análisis de la historia: mientras que el más tradi-
cional enfatizaría en la continuidad de las grandes unidades históricas, la historia
nueva fijaría su atención, por el contrario, en detectar las interrupciones que
se deslizan por debajo de esas unidades. Si bien ambas trabajan con y a partir

16. Foucault entiende por “formación discursiva” a las series de enunciados surgidos en
distintos ámbitos que, lejos de formar un sistema homogéneo, se articulan en la dispersión
(esto es, en la diferencia) y emergen en prácticas sociales que operan como condiciones de
posibilidad del conjunto de enunciados constitutivos de esa formación discursiva específica.
17. Foucault (1987) [1969], p. 233.

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Luciana Messina y Lisandro de la Fuente

de documentos, sus concepciones sobre el valor del documento son distintas


y provocan efectos de superficie inversos. Mientras que la historia tradicional
interroga al documento con el objeto de reconstruir el pasado que lo produjo, la
historia nueva no pretende ni interpretarlo ni probar su veracidad sino abordarlo
desde su interior. Es decir, plantea revertir la posición respecto de la utilización
del documento en tanto éste ya no es “esa materia inerte a través de la cual trata
ésta [la historia] de reconstruir lo que los hombres han hecho o dicho, lo que
ha pasado y de lo cual sólo resta el surco: trata de definir, en el propio tejido
documental, unidades, conjuntos, series, relaciones”.18
La mutación epistemológica de la historia operaría un desplazamiento
desde el documento como memoria hacia el documento como monumento, en
el que se despliegan los elementos que el investigador deberá aislar, reagrupar,
relacionar. Desde esta perspectiva, algunos efectos de superficie surgidos de la
concepción tradicional de la historia pueden resultar obstáculos epistemológicos
para la descripción arqueológica.

VI. Obstáculos para una arqueología del saber

Gaston Bachelard introduce el concepto de obstáculo epistemológico para deno-


minar aquellos conocimientos que por diversos motivos se han convertido en
causas de estancamiento, retroceso o inercia para el desarrollo del proceso de
investigación científica. No se trata de obstáculos externos como “la complejidad
o la fugacidad de los fenómenos” ni son atribuibles a “la debilidad de los sentidos
o del espíritu humano” sino que constituyen dificultades propias del sujeto en
el acto de conocer. En este sentido, sostiene que “hay que plantear el problema
del conocimiento científico en términos de obstáculos [...] es en el mismo acto de
conocer, íntimamente, donde aparecen, por una especie de necesidad funcional,
los entorpecimientos y las confusiones”.19
Desde este enfoque, el acto de conocer no sería una actividad apacible en
la que el sujeto de conocimiento y el mundo de las cosas se encuentran en una
relación signada por la continuidad y la afinidad, sino que, por el contrario, no
habría entre ambos adecuación ni identificación. Dice Foucault, retomando al
Nietzsche de La gaya ciencia, “entre el conocimiento y las cosas que tiene para
conocer no puede haber ninguna relación de continuidad natural. Sólo puede
haber una relación de violencia, dominación, poder y fuerza, una relación de
violación. El conocimiento sólo puede ser una violación de las cosas a conocer

18. Foucault (1987) [1969], p. 10.


19. Bachelard (1984) [1938], p. 187. Destacado en el original.

40
Capítulo 2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como...

y no percepción, reconocimiento, identificación de o con ellas”.20 La tarea de


conocer conlleva, entonces, el ejercicio de una violencia sobre la continuidad
asignificativa del mundo. Y el sujeto que conoce no sólo ejerce esta violencia sobre
el mundo material sino también sobre sí mismo al romper con las prenociones,
deconstruyéndose en este acto como sujeto.
En esta línea de pensamiento, algunos procedimientos y temas pivote de
la historia global (origen, totalidad, unidad, continuidad) pueden ser pensados
como obstáculos epistemológicos para la realización de una historia general
o arqueología. Querríamos profundizar en algunos obstáculos que Foucault
distinguió al proponer una historia del pensamiento mediante la descripción
arqueológica del documento. Es decir, pretendemos indagar sobre algunas pre-
construcciones, verdades dadas, evidentes, que resultan trabas para un análisis
que intente trazar la historia del pensamiento a partir de nuevas relaciones entre
los elementos; análisis que implicará quiebres, deconstrucciones y rearticulaciones
de las relaciones más aparentes.21
Foucault opera rupturas con las nociones, conceptos, teorías y tipos de
relaciones que obstaculizan la tarea de una descripción arqueológica, es decir, de
“una descripción pura de los acontecimientos discursivos como horizonte para la
búsqueda de las unidades que en ellos se forman”.22 Vemos aquí una semejanza
metodológica con la concepción de Pierre Bourdieu acerca de la construcción
del objeto de investigación. Según Bourdieu, el conocimiento sólo es posible
a partir de un proceso sistemático y deliberado de desarticulación de saberes
previos, y del establecimiento de un nuevo haz de lazos conceptuales. En sus
palabras, “el descubrimiento no se reduce nunca a una simple lectura de lo real,
aun del más desconcertante, puesto que supone siempre la ruptura con lo real

20. Foucault (2000) [1973], p. 24.


21. En palabras de Murillo: “El método arqueológico se vale del documento, recurre a la
historia efectiva y real, no acepta ninguna forma de determinismo ni teleología, se centra
en los acontecimientos y reconoce el valor del azar, en sentido de lo contingente. El método
foucaultiano enseña a desconfiar de cualquier forma de evidencia” (1997), p. 39.
22. Foucault (1987) [1969], p. 43. Profundizando en esta cuestión, Foucault plantea: “si
los discursos deben tratarse desde el principio como conjuntos de acontecimientos discur-
sivos, ¿qué estatuto hay que conceder a esta noción de acontecimiento que tan raramente
fue tomada en consideración por los filósofos? Claro está que el acontecimiento no es ni
sustancia, ni accidente, ni calidad, ni proceso; el acontecimiento no pertenece al orden de
los cuerpos. Y sin embargo no es inmaterial; es en el nivel de la materialidad, como cobra
siempre efecto, que es efecto; tiene su sitio, y consiste en la relación, la coexistencia, la
dispersión, la intersección, la acumulación, la selección de elementos materiales; no es el
acto ni la propiedad de un cuerpo; se produce como efecto de y en una dispersión material”;
Foucault (1999) [1970], p. 57.

41
Luciana Messina y Lisandro de la Fuente

y las configuraciones que éste propone a la percepción [...] para hacer surgir el
nuevo sistema de relaciones entre los elementos”.23

a) Discontinuidad y ruptura

Un primer obstáculo se relaciona con todas aquellas formas que apelan a la


continuidad: nociones tales como tradición, influencias, desarrollo, evolución y
mentalidad; grandes unidades discursivas pretendidas en libros, obras y autores;
y temas recurrentes como el origen y lo ya dicho. Foucault realiza sobre ellas
un trabajo negativo, deconstructivo, en tanto “son siempre el efecto de una
construcción cuyas reglas se trata de conocer y cuyas justificaciones hay que
controlar, definir en qué condiciones y en vista de qué análisis ciertas son legí-
timas; indicar las que, de todos modos, no pueden ser ya admitidas”.24 Pueden
establecerse, aquí, semejanzas con el planteo de Pierre Bourdieu en torno a que
la historia de las ciencias “es siempre discontinua porque el refinamiento de la
clave de desciframiento no continúa nunca hasta el infinito sino que concluye
siempre en la sustitución pura y simple de una clave por otra”.
Foucault propone librarnos de las construcciones naturalizadas de largos
períodos que dan cuenta de unidades cerradas sobre sí mismas, cuya coherencia
interna descansa en la articulación de relaciones causales entre sucesos que se
derivan unos de otros, y donde lo discontinuo es borrado en pos de subrayar
la continuidad. Si no librarnos, al menos dejarlas en suspenso, ponerlas entre
paréntesis, dejar de considerarlas como evidentes, y empezar a tener en cuenta
que la unidad de una época histórica, una obra o un autor son construcciones
realizadas desde alguna perspectiva actual sobre un conjunto discursivo previo:
una operación que da cuenta de que el sentido se construye a partir de un efecto
de retroversión.

b) La constitución subjetiva

Un segundo obstáculo epistemológico se relaciona con la concepción de sujeto


supuesta en la concepción tradicional de la historia. Según Foucault, una razón
para que los efectos de la mutación epistemológica en el análisis de la historia
no se hayan dejado sentir aún en la historia del pensamiento se vincula con la
pretensión de salvar la soberanía del sujeto contra todos los descentramientos
de los que éste fue víctima. Foucault señala que, en el siglo XIX, Marx, Nietzs-
che y Freud –según Paul Ricoeur, los maestros de la sospecha– operaron tres

23. Bourdieu (1995) [1993], p. 48.


24. Foucault (1987) [1969], p. 41.

42
Capítulo 2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como...

descentramientos de la función fundadora del sujeto. A partir de ellos, ingresaron


en el pensamiento occidental nuevas formas de discursividad que permitieron
pensar la enajenación del sujeto, poner en duda la posibilidad del hombre de
gobernar la totalidad de sus acciones. La descentralización definitiva, operada por
el psicoanálisis, dejó en evidencia que el hombre no se halla gobernado entera-
mente por la razón, dando por tierra con la idea de un sujeto libre y consciente
de todos sus actos.
Ignorando estos descentramientos, la historia continua “es el correlato
indispensable de la función fundadora del sujeto: la garantía de que todo cuanto
le ha escapado podrá serle devuelto”; y en este sentido, “lo que tanto se llora no
es la desaparición de la historia, sino la de esa forma que estaba referida en secre-
to, pero por entero, a la actividad sintética del sujeto; lo que se llora es ese uso
ideológico de la historia por el cual se trata de restituir al hombre todo cuanto,
desde hace más de un siglo, no ha cesado de escaparle”.25
En oposición a la concepción del sujeto como esencia dada, como identidad
sustantiva, de un sujeto caracterizado por la razón, la libertad, la voluntad y la
capacidad de conocer la verdad de lo real en sí mismo, Foucault sostiene que
los sujetos son producidos en el seno de dispositivos.26 El sujeto es fabricado en
dispositivos tales como la familia, la sexualidad y el trabajo, cuya parte enunciable
está conformada por el dispositivo discursivo que las atraviesa. En este sentido,
el sujeto se constituye en la relación de las prácticas discursivas y extradiscursivas
propias de cada dispositivo y al interior de una trama histórica-social.
Hablar de dispositivos nos conduce, entonces, a plantear cómo Foucault
entiende el poder. Desde la perspectiva foucaultiana, el poder no es pensado
como algo que se posee y se transmite sino como relaciones de fuerza que se
ejercen, relaciones que, a su vez, generan resistencias. Son estas resistencias, que
pueden o no ser conscientes y racionales, las que dinamizan los dispositivos de

25. Foucault (1987) [1969], pp. 20, 23-24. En el campo del pensamiento social, numerosos
desarrollos han incorporado valiosos aportes del psicoanálisis, aunque cabe destacar que la
concepción del sujeto que se centra en igualar el yo con la conciencia no fue del todo deste-
rrada de su posición hegemónica en el espacio discursivo de las ciencias humanas.
26. En “¿Qué es un dispositivo?”, Gilles Deleuze entiende los dispositivos como madejas en
las que se entretejen líneas de visibilidad, de enunciación, de fuerza. En cuanto a la visibili-
dad, los dispositivos serían “máquinas para hacer ver y para hacer hablar. La visibilidad no se
refiere a una luz en general que iluminara objetos preexistentes; está hecha de líneas de luz
que forman figuras variables e inseparables de este o aquel dispositivo. Cada dispositivo tiene
su régimen de luz, la manera en que ésta cae, se esfuma, se difunde, al distribuir lo visible y lo
invisible, al hacer nacer o desaparecer el objeto que no existe sin ella”; Deleuze (1990), p. 155.
Un dispositivo es, entonces, una red conformada por elementos heterogéneos y polimorfos
que se configuran en y a partir de ciertas relaciones de fuerza.

43
Luciana Messina y Lisandro de la Fuente

poder. De este modo, lejos de pensar al poder como algo puramente represivo,
Foucault lo entiende como algo activo: produce sujetos y saberes. En este sentido,
“el dispositivo se halla pues siempre inscrito en un juego de poder, pero también
siempre ligado a uno de los bordes del saber, que nacen de él pero, asimismo,
lo condicionan. El dispositivo es esto: unas estrategias de relaciones de fuerzas
soportando unos tipos de saber, y soportadas por ellos”.27 De este modo, el poder
atraviesa todo el entramado social, es ejercido, no vertical o piramidalmente, sino
desde el interior de redes formadas por un conjunto heterogéneo de elementos
discursivos y no discursivos que se articulan configurando dispositivos.
El análisis de la episteme es pensado como el análisis de un tipo de disposi-
tivo específicamente discursivo. En este sentido, una descripción arqueológica de
los documentos históricos no se ocupa de interpretar la voluntad individual del
autor, rechaza cualquier análisis que se reduzca a las intenciones o capacidades de
individuos empíricos. Por el contrario, considera al discurso en su materialidad,
en tanto producto de prácticas sociales concretas entramadas en dispositivos
concretos; busca mostrar cómo, en ellos, los sujetos y los saberes son fabricados.
Si el sujeto no nace sino que se hace, es porque, en primer lugar, él mismo es
inventado en el seno de dispositivos que lo estructuran. Para Foucault, en una
línea de pensamiento inaugurada por Marx un siglo antes, el sujeto está sujetado;
es el emergente, el efecto de una estructura que lo precede.
Consideramos pertinente, en este punto, apoyarnos en algunas conceptua-
lizaciones desarrolladas en el Seminario 2 de Jacques Lacan, seminario dictado
entre los años 1954 y 1955.28 Según Lacan, el pensamiento freudiano revolu-
ciona el estudio de la subjetividad al postular que el sujeto no es equivalente al
individuo. En este sentido, se rehúsa a pensar el sujeto como una esencia dada,
como un yo consciente que preexiste al acto de conocer. Al reconocer que todo
cuanto el sujeto hace y dice no está enteramente gobernado por la razón y la
voluntad individual no sólo supone que el sujeto excede a la conciencia (es más
que, cartesianamente, “una cosa que piensa”), sino que reafirma la dimensión de
lo inconsciente como constitutiva de la subjetividad. “Las palabras fundadoras,
que envuelven al sujeto”, dice Lacan, “son todo aquello que lo ha constituido, sus
padres, sus vecinos, toda la estructura de la comunidad, que lo han constituido

27. Foucault (1991) [1977], p. 130.


28. Se trata, más que de una articulación entre dos sistemas de pensamiento (lo cual carecería
por completo de sentido desde una perspectiva foucaultiana), de reforzar la exposición del
método arqueológico con la idea de sujeto sujetado al lenguaje que construye Lacan en un
momento puntual de su recorrido intelectual. La relación de Foucault con el psicoanálisis
fue cambiando notablemente en el transcurso de su producción intelectual y merecería con-
sideraciones extensas que exceden por completo las intenciones de este artículo.

44
Capítulo 2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como...

no sólo como símbolo sino como ser”.29 Así, el sujeto se halla estructuralmente
sujetado, en principio, por el lenguaje; está atrapado en la red significante, en
lo que Lacan llama el Orden Simbólico. El sujeto se constituye, entonces, en la
función simbólica pues “por pequeño que sea el número de símbolos que pue-
dan concebir en la emergencia de la función simbólica en la vida humana, ellos
implican la totalidad de todo lo que es humano. Todo se ordena en relación con
los símbolos surgidos, con los símbolos una vez que han aparecido. La función
simbólica constituye un universo en el interior del cual todo lo que es humano
debe ordenarse [...] Si la función simbólica funciona, estamos en su interior.
Y diré más: estamos a tal punto en su interior que no podemos salir de ella”.30

c) La invención de la verdad

Un tercer obstáculo podría vincularse a una concepción clásica de la verdad como


descubrimiento de la autenticidad del ser y de la génesis de las cosas, como relación
de correspondencia entre las palabras y las cosas, como esencia pura pasible de
ser develada a través de las palabras. Esta concepción de verdad se anuda, así, a
una comprensión del lenguaje como mero instrumento, como un vehículo no
problemático; en resumen, un lenguaje transparente que simplemente nombra.
Foucault sostiene que la verdad es socialmente construida y compartida,
como emergente de relaciones sociales concretas, relaciones de fuerza, de poder
y resistencia, que se imbrican formando una red. También la verdad es produ-
cida en dispositivos. En palabras de Pierre Bourdieu, deben rechazarse “todos
los intentos por definir la verdad de un fenómeno cultural independientemente
del sistema de relaciones históricas y sociales del cual es parte”.31
La verdad así concebida, en tanto supuesto epistemológico, puede cumplir
una función metodológica en el proceso de producción de conocimiento. Para
Foucault no hay ni sujetos ni objetos preexistentes al acto de conocer, éstos se
configuran en la relación, y es en ella que se genera algo distinto al sujeto y al
objeto, algo singular, nuevo. No se trata de una verdad que se le imponga al sujeto
de conocimiento –énfasis en el objeto– ni de verdades contenidas en el sujeto y
que son potencialmente desarrollables –énfasis en el sujeto– sino del hecho de
que sujeto y objeto se coconstituyen en el conocimiento.
Desde esta perspectiva, la descripción arqueológica no indaga al docu-
mento sobre el valor de verdad o falsedad de sus enunciados, sino que trata de

29. Lacan (1995) [1954], p. 37.


30. Lacan (1995) [1954], pp. 51-53.
31. Bourdieu (1993) [1973], p. 35.

45
Luciana Messina y Lisandro de la Fuente

detectar: cómo se construyen criterios de verdad, a partir de qué reglas ciertos


discursos se constituyen como verdaderos mientras que otros quedan relegados
a los márgenes de lo verdadero, cómo han surgido las verdades evidentes, qué
dispositivos las producen y qué efectos de poder generan.

VII. Conclusión

En síntesis, frente a una historia como necesidad, donde pueden encontrarse


encadenamientos causales entre sucesos que nos hablarían de un destino prefijado,
en oposición a una visión progresiva y teleológica de la historia, Foucault pro-
pone pensar la historia como articulaciones contingentes entre acontecimientos
que, surgidos en ciertos dispositivos, lejos de clausurar sentidos, abren grietas,
multiplican líneas de ruptura, permiten el sinsentido. Asimismo, una historia
general, como contrapartida de una historia global, no busca la restitución de
un sentido totalizador, de un origen fundante, de una causalidad necesaria, sino
que acoge al discurso en su carácter de acontecimiento singular. Y una descrip-
ción arqueológica aborda la historia como la masa de documentos que circulan
y son leídos, busca series de acontecimientos, intenta identificar qué desfasajes
pueden existir entre ellas, qué temporalidades diferentes las caracterizan, qué
elementos las constituyen. En suma, “la anulación sistemática de las unidades
dadas permite en primer lugar restituir al enunciado su singularidad de acon-
tecimiento y mostrar que la discontinuidad no es tan sólo uno de esos grandes
accidentes que son como una falla en la genealogía de la historia, sino ya en el
hecho simple del enunciado”.32
De este modo, las distintas perspectivas teórico-metodológicas recorren
ejes distintos, ejes que suponen diferentes concepciones del sujeto, de la verdad
y de la historia. Por un lado, la historia de las ideas discurre sobre el eje con-
ciencia - conocimiento - ciencia, que remite a una historia interna de la verdad,
protagonizada por sujetos soberanos, autónomos y plenamente conscientes de
sus actos. Por otro lado, la descripción arqueológica desplaza su interés hacia
el eje prácticas discursivas - saber - ciencia, eje que permite articular la historia
interna de la verdad con aquellos otros sitios donde se producen verdades y que,
a su vez, revela un sujeto producido en redes significantes.
Finalmente, podríamos decir que la ciencia actúa sobre el saber redistribu-
yendo, validando, confirmando y modificando algunos de sus elementos. De este
modo, algunos saberes han sido sometidos por la ciencia. Este disciplinamiento
de saberes polimorfos y heterogéneos consiste justamente en su sistematización

32. Foucault (1987) [1969], p. 46.

46
Capítulo 2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como...

según criterios de selección que descalifican y desechan el saber falso y el no saber,


en la normalización y homogeneización de sus contenidos y en su jerarquización
dentro del dominio científico. Frente a la tiranía de los discursos totalizantes,
Foucault postula la liberación de los saberes soterrados; liberación sólo posible
mediante la insurrección de los saberes contra la institución y los efectos de poder
del discurso científico, contra su propia jerarquización, contra lo que tiene de
coercitivo el discurso teórico, unitario, formal.

Bibliografía

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nálisis del conocimiento objetivo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1984 [1938].
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47
Capítulo 3
EL PORVENIR DE UN ENCUENTRO.
PSICOANÁLISIS Y CIENCIAS SOCIALES, ENTRE LA
APLICACIÓN Y LA EXTENSIÓN*

Juan Besse

I. Entradas

El trabajo explora algunos aspectos de los modos en que el psicoanálisis1 enunció,


pero también pensó y teorizó, su relación con otros saberes y prácticas. Así, el
escrito se propone indagar dos estilos de relación entre el psicoanálisis y otros

* En este capítulo reescribí algunos tópicos trabajados en “El porvenir de una relación. Psicoaná-
lisis & investigación social entre la aplicación y la extensión”, publicado en la Revista Universitaria
de Psicoanálisis, Nº8, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, 2008. Una parte
de esta nueva versión encontró el momento de ser reescrita en ocasión de las 1as Jornadas de
Historia, psicoanálisis y filosofía llevadas a cabo en Buenos Aires en 2009. La reescritura de ese
artículo ha sido acompañada por ese intertexto que es el grupo de estudio, sobre los escritos de
Lacan, con Ricardo Rodríguez Ponte. El trabajo se benefició con los comentarios de Ricardo
Abduca, Federico Aboslaiman, Carina Basualdo, Ana Couchonnal y Guillermo Wilde. También
con las puntuaciones de Omar Acha. Y esta extensión fue posible gracias a la charla de muchos
años con Laura Salinas. Como es de forma, no los hago responsables de lo aquí expresado.
1. Bien podría hablar de los psicoanálisis pero, como señala Derrida, “pluralizar es siempre
darse una salida de emergencia hasta el momento en que es el plural el que nos mata”; Jacques
Derrida (1997) [1996], p. 44.

49
Juan Besse

campos mediante el rastreo de algunas de las coordenadas políticas, institucio-


nales y epistémicas que vertebraron la constitución de las nociones psicoanálisis
aplicado y psicoanálisis en extensión. Y, por esa vía, comenzar a pensar qué de lo
dicho por los psicoanalistas acerca de la formación del analista comparte una
espesura en común con la formación del investigador social o el quehacer propio
de las ciencias sociales.
Al intentar reconstruir los lazos del psicoanálisis con otros saberes, es
inevitable transitar la cornisa de las controversias acerca de lo que distingue el
psicoanálisis aplicado del psicoanálisis en extensión. Las denominaciones “aplicado”
y “en extensión” entrañan problemas derivados de los usos y de las referencias de
las palabras. Ambas denominaciones tienen una historia que no es otra que la
de los usos del psicoanálisis por fuera de lo que se supone su campo específico,
esto es, el de una práctica que se entiende desde el propio psicoanálisis a partir
de su relación con la clínica. Los problemas parecen exceder entonces la cuestión
terminológica. En todo caso, los términos aplicado y en extensión dan cuenta de
modos de vinculación del psicoanálisis con otros saberes y otras prácticas. En
ese sentido, dichas denominaciones permiten desbrozar el tipo de producto pero
también los presupuestos epistemológicos que nutrieron los modos en los que el
psicoanálisis llevó a cabo –y pensó– su relación con otros campos –entre ellos, el
de las ciencias sociales–. Esos modos de relación del psicoanálisis con otros cam-
pos (en un sentido que implica el desde) se ha venido desarrollando en sincronía
con los modos en que otros saberes se encontraron o buscaron herramientas
conceptuales en el psicoanálisis para enfrentar sus propias preguntas y desafíos.
Se trata entonces de situar un tablado para pensar los usos del psicoanálisis
en el campo de las ciencias sociales y, más específicamente, en el terreno de las
prácticas de investigación social. Con ese objetivo, estas notas se proponen reseñar
algunas distinciones efectuadas en el campo psicoanalítico acerca del psicoanálisis
aplicado y el psicoanálisis en extensión que inviten a intentar nuevas escuchas entre
ambos campos y escrutar las posibles vías de encuentro entre el quehacer propio
de la ciencia social y aquello que el psicoanálisis ofrece.

II. Psicoanálisis aplicado / psicoanálisis en extensión

A la luz de la propuesta esbozada, no es cuestión de engrosar las tintas de la


controversia entre lo aplicado y lo extensivo mediante una lógica que plantee la
diferencia como un dilema. Los usos efectivos de un saber son materializaciones
del hacer, de modo tal que las distinciones entre una y otra posición sólo serán
aprehensibles si, a condición de no moralizar la disputa, el problema se plantea
como un debate entre dos praxeologías. En algún punto –como diría Lévi-

50
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

Strauss– sólo si aíslo los extremos la contradicción permanece. En tal sentido,


no se trata de tensar la cuerda con el fin de crear la escena manualística de una
riña académica o profesional entre “aplicacionistas” y “extensionistas”2 sino que
he apelado a esos rótulos con el fin de reordenar algunos ejes de la exposición
y mostrar que tras los términos anidan, por lo menos, dos concepciones acerca
de cómo pueden establecerse las relaciones entre el psicoanálisis y otros saberes,
sobre todo, cuando allí en los usos –que cada una de las posiciones encarna– se
condensan sin duda muchos de los sobreentendidos y malentendidos que orga-
nizan las relaciones entre el psicoanálisis y las ciencias sociales.3
Assoun destaca que la conjunción de los términos psicoanálisis y cien-
cias sociales “no logra conformar una sintaxis”. Así, dice que “la posición
freudiana traduce al mismo tiempo la convicción firme de una especificidad
irreductible del psicoanálisis, en su objeto y en su experiencia propia –lo que
la expresión fara da sa traduce vigorosamente– y una apertura de la ‘ciencia
del inconsciente’ hacia sus fronteras, especialmente hacia las ciencias de lo
social –lo que la expresión psicoanálisis aplicado (angewandte Psychanalyse)
significa con firmeza–. De manera que sería conveniente redescubrir y asumir
la letra de esta expresión que adquirió mal nombre epistemológico, porque
produjo muchos productos eclécticos con esa marca que mancillaron el
principio original, ya que existe un movimiento espontáneo desde el psicoa-
nálisis hacia las llamadas ciencias ‘del hombre’. Por lo tanto, no se trataría
de aplicar el psicoanálisis a los objetos de las ciencias sociales como una
‘cataplasma’, sino de aprehender el movimiento por el cual el inconsciente,

2. De hecho, los colores de esas camisetas no se destacan en el campo psicoanalítico y les son
indiferentes a la mayor parte de los investigadores y teóricos sociales.
3. Así, la y que vincula en el título [de este capítulo] psicoanálisis y ciencias sociales podría
reemplazarse por la notación lógica lacaniana ◊ (punzón, en francés losange). Dicha nota-
ción lógica daría cuenta de las dificultades que presenta la copla entre ambos saberes. Porge
dice que “ese losange se presta a equívocos que nada tienen que envidiar a los equívocos
significantes. ‘Está hecho para permitir veinte y cien lecturas diferentes’, afirma Lacan. En
efecto, si al principio, en 1958, el punzón es identificado por Lacan con el esquema L,
luego será de buena gana descompuesto (como los caracteres chinos) en ‘<’ y ‘>’ e identi-
ficado con la división del Otro y la Demanda, de la S y a son respectivamente el cociente
y el resto; un corte en doble bucle del plano proyectivo; la disyunción/conjunción; el más
grande/el más pequeño; el vel de la alienación y el borde de la separación en la intersec-
ción y la reunión de conjuntos; la implicación y la exclusión”; Erik Porge (2007) [2005],
p. 63). Parodiando los juegos de palabras de Lacan cuando –frente a las invectivas de los
lingüistas que sostenían su impertinencia en los usos de la lingüística– afirma que él hace
lingüistería, Rithée Cevasco señala que los usos que Lacan efectúa de la lógica bien podrían
ser entendidos como logistería.

51
Juan Besse

como objeto sui generis, tiende a ‘aplicarse’ a lo ‘social’, movimiento que hay
que acompañar y pensar”.4
Es interesante señalar que en el marco de la exploración de las aporías que
atraviesan la relación entre psicoanálisis y ciencias sociales, el mismo Assoun
realiza una recuperación del psicoanálisis aplicado mediante el llamado a asumir
la letra de la denominación, rompiendo de ese modo el mito de la dualidad
de origen entre los sustratos conceptuales, o doctrinarios, de la aplicación y
la extensión. A la vez, mediante lo que podría entenderse como una línea de
recuperación del espíritu freudiano primitivo, el trabajo de Assoun pareciera
dirigirse hacia un doble deslinde. Por una parte, respecto de 1) las posiciones que
priorizaron el psicoanálisis como terapia5 –descuidando de ese modo los métodos
psicoanalíticos de investigación y, sobre todo, sus usos por fuera del tratamiento
de las psicopatologías (esto es: la constitución epistémica de un campo de saber
asociado a esa indagación). Pero también Assoun pareciera remarcar su disidencia
con 2) ciertas vertientes lacanianas –cuando no respecto del mismo Lacan– que
produjeron, como veremos más adelante, una subversión del concepto mismo
psicoanálisis aplicado tal como fuera utilizado para clasificar ciertos estudios en
vida de Freud o por los corrientes posfreudianas.
De modo similar, Plon insiste en que la premura con que, desde los inicios
del psicoanálisis, muchos analistas “se dedicaron a encajar –más que aplicar– un
‘saber’ psicoanalítico a objetos no pertenecientes al terreno de la clínica, de la
cura” colaboró activamente en su descrédito, habilitando por esa vía críticas
destinadas a facilitar la servidumbre del psicoanálisis respecto de la psiquiatría
como especialidad médica y eludiendo así la posición política que Freud asume
respecto del asunto Reik en ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, “donde recuerda
enfáticamente que la línea divisoria no se sitúa entre psicoanálisis ‘médico’ y las
aplicaciones del psicoanálisis, sino ‘entre el psicoanálisis científico y sus aplica-
ciones en los dominios médico y no médico’”.6
El movimiento desde el psicoanálisis hacia las ciencias de la cultura o del espíritu
–o como el propio Freud lo refiriera más tarde, hacia la “indagación del régimen social”–,
denominado psicoanálisis aplicado, recorre tópicos de la obra psicoanalítica temprana7
y se institucionaliza en 1912 mediante la revista Imago bajo la inspiración de

4. Paul-Laurent Assoun, 2001 [1999], pp. 149-150.


5. Ídem, pp. 32-34.
6. Michel Plon, 2006 [2004], pp.10-11. Sobre este punto véanse Sigmund Freud (1986),
“¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial” y “Presentación au-
tobiográfica”.
7. En 1907 se establece en Viena una colección de monografías sobre psicoanálisis aplicado
denominada Schriften zur Angewandten Seelenkunde, Michel Plon (2006) [2004], p. 10.

52
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

Hans Sachs y Otto Rank.8 Así, desde lo que podría denominarse la política del
psicoanálisis, la aplicación, a pesar de sus resonancias tecnológicas, se ubica en el
seno de la propuesta epistémica de Freud y de sus estrategias de posicionamiento
del psicoanálisis en el campo científico de su tiempo. Mientras la denominación
psicoanálisis aplicado –en la acepción no lacaniana del término– parece ser casi
tan vieja como el psicoanálisis mismo, en contraste, el psicoanálisis en extensión
se encuentra asociado a las escisiones promovidas en el campo psicoanalítico
alrededor de la praxis de Lacan.
Es Colette Soler quien propone “para un contexto bastante generalizado,
que más allá de la multiplicación de grupos, existen tres momentos en la histo-
ria del psicoanálisis: la corporación que privilegia al grupo sobre el discurso, la
asociación que privilegia el saber universitario, y la escuela –es la propuesta de
Jacques Lacan– que pone el acento en la elaboración (cartel, pase) del saber –sea
referencial o textual–”.9 La periodización que propone Soler es sugerente ya que
ayuda a articular en el abordaje de nuestro tema los procesos de institucionali-
zación del psicoanálisis con las rupturas teórico-clínicas que se produjeron en su
seno, las cuales entre otros aspectos supusieron posicionamientos respecto de la
relación del psicoanálisis con otros saberes. Así se puede destacar que la aparición
de un espacio de producción y publicación sobre psicoanálisis aplicado como la
revista Imago coincide con los inicios de la Asociación Psicoanalítica Internacional
(IPA) y la emergencia del término psicoanálisis en extensión con los discursos y

8. El nombre completo de la revista era Imago: Zeitschrift für Anwendung der Psychoanalyse auf
die Geisteswissenschaften, es decir, revista para la aplicación del psicoanálisis a las ciencias del
espíritu, denominación esta última que establece, por una parte, la impronta neokantiana en
los procesos de institucionalización académica de las ciencias sociales en el campo intelectual
y científico de habla alemana pero también cierta frontera indiscernible entre el terreno de las
humanidades y el de las ciencias sociales. Al respecto, véanse Sigmund Freud, 1984 [1914]
y Sigmund Freud (1986) [1926], pp. 230-232. En este último escrito, Freud sostiene enfá-
ticamente que “en modo alguno consideramos deseable que el psicoanálisis sea fagocitado por la
medicina y termine por hallar su depósito definitivo en el manual de la psiquiatría, dentro del
capítulo ‘Terapia’ [...] Merece un mejor destino, y confiamos que lo tendrá. Como ‘psicología
de lo profundo’, doctrina de lo inconsciente anímico, puede pasar a ser indispensable para
todas las ciencias que se ocupan de la historia genética de la cultura humana y de sus grandes
instituciones, como el arte, la religión y el régimen social. Yo creo que ya ha prestado valiosos
auxilios a estas ciencias para la solución de sus problemas, pero ésas no son sino contribucio-
nes pequeñas comparadas con las que obtendrán cuando los historiadores de la cultura, los
psicólogos de la religión, los lingüistas etc. aprendan a manejar por sí mismos el método de
investigación que se les ofrece. El uso del análisis para la terapia de las neurosis es sólo una de
sus aplicaciones; quizás el futuro muestre que no es la más importante”, Sigmund Freud (1986),
p. 232 (los destacados son míos).
9. Germán García (2005), pp. 245-246.

53
Juan Besse

textos de Lacan relacionados con la fundación de la Escuela Freudiana de París.


En síntesis, que la aplicación se corresponde con la lógica de la Asociación y la
extensión con la de la Escuela. O, al menos, que si no hay correspondencia –es-
trictamente– lógica, la hay cronológica.
Ahora bien, a diferencia de la aplicación, la idea de extensión cuestiona la
noción misma de lo interno y lo externo al psicoanálisis y desplaza la cuestión
de la relación con otros campos desde la reverberancia técnica que habla de
procedimientos e instrumentos aplicables hacia el trabajo o la experiencia que
presupone la formación del analista.10 En el concepto promovido por Lacan,
la práctica clínica –la intensión– necesita de ese trabajo –la extensión– que,
dicho sea de paso, podrá sin duda colaborar con el hacer de otras profesiones
o prácticas.

III. La formación del psicoanalista en la vía del artista

La formación del psicoanalista ha sido objeto de pensamiento y de acción desde


los inicios de la Asociación internacional fundada en 1910. A esa inquietud
respondió, ya avanzada en la década siguiente, la creación de los Institutos de
Psicoanálisis.11 La formación de analistas se organizó entonces siguiendo el
patrón funcional del instituto de Berlín. Fue en el seno de esa modalidad, y
de sus ulteriores adaptaciones en los países anglosajones, que los estudios de
psicoanálisis aplicado ingresaron en la criba del saber de corte universitario y lo
hicieron, además, como un modo de complementar la formación psicoanalítica
básicamente pensada para los médicos.12

10. Cabe destacar que en Freud la formación del analista ya ocupa un lugar relevante. Véase
Sigmund Freud (1986) [1926].
11. El Instituto de Berlín fue inaugurado en febrero de 1920. A Berlín siguieron los de Viena,
en mayo de 1922, y unos meses más tarde bajo el nombre de Instituto Psicoanalítico Estatal
se estableció el Instituto de Moscú.
12. Es sabido cuáles fueron las respuestas que obtuvo Freud en relación a la admisión de
los no médicos en la Asociación. En los institutos los no médicos, también llamados por
diversas traducciones analistas profanos o legos, tenían “su lugar en el cursus [establecidos
por los institutos] a título excepcional o transitorio”, Eric Laurent (2004), pp. 22 y ss. Dice
Pommier que, en respuesta al patrón alemán, Ferenczi fue el primero en señalar que no
había diferencia entre análisis terapéutico y análisis didáctico (el que se realiza en el marco
del programa de formación que tiene a los institutos como eje) y “el único antes de Lacan
en relacionar el objetivo de la formación y el fin de análisis”; sobre este punto y acerca de
cómo la formación psicoanalítica se guió por el modelo médico universitario, véase Gérard
Pommier (1992) [1989], pp. 23-31.

54
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

En el campo de la teorización afiliada a la enseñanza de Lacan dicho criterio


de demarcación sostiene –a trazo grueso– que para la perspectiva del psicoanálisis
aplicado, en su sentido tradicional –es decir, tal como era entendido más que
ejercido por el canon de la Asociación internacional–, los alcances de la aplicación
del psicoanálisis por fuera de su campo clínico específico se juegan en el terreno
de la interpretación sin transferencia;13 mientras que la extensión daría cuenta
de usos que más que aplicar de modo unilateral el saber psicoanalítico estarían
destinados a recibir del arte, la literatura, la filosofía o la ciencia social acicates
para revisar la teoría y la experiencia analítica, lo que equivale a decir: modos de
trabajar sobre los propios conceptos psicoanalíticos.14
En ese sentido, la aplicación y la extensión pueden ser entendidas como un
punto de encuentro y desencuentro entre Freud y Lacan.15 Encuentro, en tanto
ambas posiciones habilitan un pensamiento acerca de cómo abordar las relaciones
entre el psicoanálisis y lo que no es el psicoanálisis. Desencuentro en tanto la
aplicación presupone –al menos en algunas de las corrientes posfreudianas– un
espíritu interventor desde una posición de saber, mientras que la extensión se
piensa a sí misma como la lógica de un testigo o de un discípulo que piensa su
propia práctica a la luz de lo que ofrecen otros saberes.
Por otra parte, la perspectiva de la extensión considera que esa vinculación
del psicoanálisis con otros saberes no hace referencia al encuentro de dos exter-
nalidades, como, por ejemplo, podrían ser las ciencias sociales y el psicoanálisis.
Muy por el contrario se trata de una extensión que se ubica topológicamente
respecto de la intensión16 propiamente clínica enriqueciendo la práctica mediante

13. Si seguimos a Assoun: “ya estamos en condiciones de captar el sentido estricto del tér-
mino ‘aplicado’, que aparece en la expresión ‘psicoanálisis aplicado’ y que parece designar la
imposición de algo –en este caso, la ‘rejilla’ de la interpretación psicoanalítica– a otra cosa
distinta (aquí, las ciencias del hombre y de la cultura)”, Paul-Laurent Assoun (2001), p. 32.
14. Mario Pujó (2001), pp. 37-41.
15. En el marco de las respectivas reflexiones acerca de la introducción del psicoanálisis en
la universidad –es decir, su institucionalización como saber que, además de trabajarse en
las propias instituciones analíticas, se impartiría en las instituciones universitarias–, tanto
Freud como Lacan identificaron algunos saberes y disciplinas como los más adecuados a la
formación de psicoanalistas. Véase Mario Pujó (2001), nota 42.
16. Los términos intensión (Sinn; en castellano, sentido, contenido de un concepto) y extensión
(Bedeutung; en castellano, referencia de un concepto) son tomados de las categorías lógico-
semánticas propuestas por Gottlob Frege. Por ejemplo, las frases “el tirano prófugo” y “el
primer trabajador”, en el marco de la lengua política de los argentinos, refieren (extensión)
ambas a J. D. Perón, pero producen distintos y, en este caso, contrapuestos sentidos (intensión).
Derrida llama la atención sobre cuestiones asociadas con la traducción de la lengua alemana,
y, respecto a la palabra Sinn, que quiere decir “sentido’, indica “que también tiene relación

55
Juan Besse

nuevas aperturas de la teoría. Al fin y al cabo el psicoanálisis, como diría Milner


“ciencia de lo éxtimo”, no podría dejar de contemplar –sin el riesgo de vulnerar
sus propios axiomas– cómo las torsiones entre intensión clínica y extensión
cultural no pueden ser concebidas sino como superficies contiguas.17 Bajo esa
misma directriz de trabajo es oportuno destacar que la relación entre intensión
clínica y extensión al campo de la cultura intenta prevenir la tentación imperialista
y desmarcar así el concepto de la extensión respecto de la noción de expansión.18
Desde los supuestos anteriores, Pujó enfatiza que “la llamada ‘aplicación’
del psicoanálisis no debería ser linealmente entendida como la extensión de un
saber constituido, objetivo y objetivable, a un campo distinto del de su produc-
ción, porque su implementación pone en juego, cada vez, un doble movimiento:
allí donde el psicoanálisis funda su discurso en los saberes de la cultura para dar
cuenta de su clínica provee herramientas que van a permitir, a la inversa, despejar
los resortes esenciales en los que la propia cultura reposa. Lo que nos conduce
a una segunda afirmación: la teoría freudiana de la transferencia es solidaria y

con camino, algo intraducible por ‘sentido’”. Aventuro que Lacan hizo propio ese atolladero
de la traducción del término señalado por Derrida. Véase Jacques Derrida (1999), p. 39. En
un sugerente escrito acerca de la Proposición del 9 de octubre de 1967 de Jacques Lacan, Bassols
pregunta “¿Qué es el ‘psicoanálisis en extensión y en intensión’?” y sigue diciendo: “En la
‘Proposición...’ Lacan escribe ‘psicoanálisis en extensión, o sea los intereses, la investigación, la
ideología que él acumula...’. Esta es la referencia del psicoanálisis, su extensión, su Bedeutung.
Los ‘intereses’ es un término que evoca el texto de Freud ‘Múltiple interés del psicoanálisis’,
su ‘múltiple extensión’, sus múltiples referencias: la literatura, la antropología, la religión –las
logociencias, como las ha designado Jacques-Alain Miller–, la Universitas litterarum necesaria
a la formación del analista”, Miquel Bassols (2004, puede consultarse en línea).
17. Bassols destaca así cómo la clínica del caso y la clínica de lo social muestran en su solidaria
extensión los alcances de la intervención topológica que el propio Lacan propusiera –en los
comienzos de la fundación de su escuela– al revelar las consecuencias de la lógica segregativa,
esto es “el advenimiento, correlativo a la universalización del sujeto procedente de la ciencia,
del fenómeno fundamental cuya erupción puso en evidencia el campo de concentración”;
Jacques Lacan (1993) [1967], p. 26. El mismo Lacan dice: “la singular extraterritorialiadad de
que goza esta institución [la de los psicoanalistas nucleados en la International Psychoanalytic
Association (IPA)] respecto de la enseñanza universitaria, y que le permite calificarse de inter-
nacional, fue una buena protección, en la historia, frente a ese primer intento de segregación
a gran escala que fue el nazismo. De ello se desprende una curiosa afinidad, perteneciente
al registro del reaseguro, entre el estilo de la institución y las soluciones segregativas que la
civilización está a punto de retomar ante la crisis generada en ella por la generalización de
los efectos del saber. Sería nefasto que ello generase una complicidad: pero es fatal que así
sea, si se deja fuera la elaboración de una ética propia a la subversión del sujeto anunciada
por el psicoanálisis”, Jacques Lacan (1988) [circa 1961 con interpolaciones 1969], p. 20.
18. Véase Frida Saal (1996), p. 14.

56
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

contemporánea de la teoría freudiana de la formaciones culturales; y la intelec-


ción de su dinámica la reconoce homólogamente implicada en el fundamento
de todo lazo social”.19 Atento a lo dicho por Pujó, la intelección del lazo social
sólo es posible a condición de la solidaridad entre la teoría de la transferencia y
la de las formaciones culturales, recordándonos una vez más a los investigadores
sociales que el sujeto del psicoanálisis, el del inconsciente, no es ni individual
ni social, sino que es transindividual. En el reverso de esa asunción básica del
psicoanálisis de corte lacaniano, la vía de encuentro entre el psicoanálisis y las
ciencias sociales no pasa por lo que al psicoanálisis le faltaría ni por lo que tiene
sino por lo que ofrece en tanto discurso y práctica que se organiza a partir de la
lógica del no-todo.
En palabras de Lacan, “pienso, aunque la propia Marguerite Duras me entera
de que no sabe de toda su obra de dónde le viene Lol, y aunque pueda yo entreverlo
por lo que me dice en la frase siguiente, pienso que un psicoanalista sólo tiene derecho
a sacar ventaja de su posición, aunque ésta por tanto le sea reconocida como tal: la de
recordar con Freud, que en su materia, el artista siempre le lleva la delantera, y que no
tiene por qué hacer de psicólogo donde el artista le desbroza el camino.
Reconozco esto en el rapto de Lol V. Stein, en el que Marguerite Duras
evidencia saber sin mí lo que yo enseño.
Con lo cual no perjudico su genio al apoyar mi crítica en la virtud de
sus recursos.
Que la práctica de la letra converja con el uso del inconsciente, es lo único
de lo que quiero dar fe al rendirle homenaje”.20
Sin embargo, al establecer su posición, Lacan invoca a Freud, invitándonos
así a pensar que la perspectiva “aplicacionista” está más cerca de una incompren-
sión de la extensión freudiana en algunos de sus epígonos que en el hacer del
propio Freud al respecto.
Ciertas aristas históricas relacionadas con los conflictos y las rupturas en el
interior del campo psicoanalítico pueden echar luz sobre la cuestión de los rótulos
y de los usos de esas denominaciones a partir de la segunda mitad de los años
sesenta. Veamos entonces el modo en que Lacan subvierte las denominaciones

19. Mario Pujó (2001), p. 209.


20. Jacques Lacan (1988) [1965], pp. 65-66 (los destacados son míos). Años después Duras
escribió, “En Lol. V. Stein ya no pienso. Nadie puede conocer a L. V. S., ni usted ni yo. Y
hasta lo que Lacan dijo al respecto, nunca lo comprendí por completo. Lacan me dejó estu-
pefacta. Y su frase: ‘No debe de saber que ha escrito lo que ha escrito. Porque se perdería. Y
significaría la catástrofe’. Para mí, esa frase se convirtió en una especie de identidad esencial,
de un ‘derecho a decir’ absolutamente ignorado por las mujeres”, Marguerite Duras (2006)
[1994], pp. 21-22.

57
Juan Besse

adocenadas en el psicoanálisis de entonces, entre ellas, y en este caso, la noción


establecida en el sentido común de los psicoanalistas acerca de los trabajos sin-
dicados como parte del psicoanálisis aplicado.
El año 1963 es el de la demorada ruptura de la IPA (International Psychoa-
nalytic Association) con Lacan.21 La “excomunión” de Lacan y otros psicoanalistas
plantea a los excluidos un escenario institucional novedoso que reconfigura las
dimensiones organizativas de la práctica analítica. En el año 1964 Lacan funda
la Escuela Francesa de Psicoanálisis “corregido inmediatamente”22 por Escuela

21. Son muchos, y variopintos, los trabajos sobre la separación de Lacan como didacta auto-
rizado por la IPA y los movimientos que llevaron a la fractura y desaparición de la Sociedad
Francesa de Psicoanálisis (creada en 1953 y aceptada como Grupo de estudio en el seno de la
Asociación) por acción de la IPA. Véanse, entre otros trabajos, las entrevistas compiladas por
Alain Didier-Weil, Emil Weiss y Florence Gravas (2003) [2001]; los documentos compilados
por Jacques-Alain Miller (1987); Erik Porge (1998) [1997]; también Élisabeth Roudinesco
(2000) [1993]. Vemos que tanto el cercamiento de Lacan por la conducción de la IPA como
la escisión y posterior disolución de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis que finalmente da
lugar a la fundación de una Escuela por Lacan “se trata, en efecto, de la primera gran esci-
sión producida en el movimiento analítico que no se hace contra Freud o sin Freud”; Erik
Porge (1998) [1997], p. 71. Destaquemos el hecho de que la escisión, como señala Porge,
no sólo no es sin Freud o contra Freud sino que profundiza el retorno a Freud enunciado
como ‘consigna’ por Lacan en la conferencia “La cosa freudiana”, llevada a cabo en Viena
en noviembre de 1955. Véase Jean Allouch (1993) [1984], p. 267. Algunas cuestiones del
retorno a Freud son trabajadas por Zafiropoulos, una de cuyas sugerentes preguntas abre
otras líneas de indagación sobre el tema; así señala “pero si Lacan fecha su retorno ‘público’
(es decir, en un seminario) a Freud en 1951, ¿por qué presentarse como su anunciador en
1955? Porque entonces ya no se trata exclusivamente de su propio retorno a Freud sino –y
son sus palabras– de una ‘consigna’ (Escritos, 402) cuya resonancia política (en el sentido
de política del psicoanálisis) se asume ahora de verdad y es susceptible de ponerse en acto
–por su iniciativa– en el plano colectivo e internacional del campo psicoanalítico”; Markos
Zafiropoulos (2006) [2003], p. 141. Destaco entonces la distinción entre enunciación y
anunciación en el punto en que esta última da cuenta, en sentido estricto, de una posición
política en el interior del campo psicoanalítico.
22. Una extensa cita de Allouch recalca cómo el pensamiento se significa también en la geografía.
Así dice que “haré notar que en 1953 Lacan está lejos de pensar en fundar una ‘Escuela freudiana’;
crea, con otros, una ‘Sociedad Francesa de Psicoanálisis’, algo, entonces, que no implica, en su
título, ninguna referencia a Freud. Será necesario esperar mucho tiempo, exactamente hasta 1964,
para que el régimen de la ‘Sociedad’ ceda su lugar al de una ‘Escuela’ en el tiempo mismo en el
que (no sin una ligera vacilación [Allouch hace referencia a que la primera denominación que se
pensara para la escuela fuera Escuela Francesa de Psicoanálisis]), ‘freudiano’ aparece en el título en
lugar de la referencia nacional, y ‘psicoanálisis’ se encuentra a la vez excluida por la localización en
París de este freudismo. Es tanto más legítimo subrayar estas últimas sustituciones, cuanto que un
formidable ‘azar’ (!) deja intacta la sigla, como para marcar, con esta estabilidad acrofónica, que
los lugares son efectivamente, ’los mismos’”, Jean Allouch (1993) [1984], p. 268.

58
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

Freudiana de París (EFP). En el discurso del acto de fundación23 se explaya con


precisión en la descripción de la estructura institucional de la EFP. Tres son las
secciones que tendrá la Escuela: 1) “psicoanálisis puro –praxis y doctrina–”, 2)
“psicoanálisis aplicado24 –terapéutica y de clínica médica–” que a su vez se divide
en subsecciones y 3) “Sección de recensión del campo freudiano”, sección esta
última que también se subdivide en otro ternario: 3a) “comentario continuo del
movimiento psicoanalítico”, 3b) “articulación con las ciencias afines”, 3c) “ética
del psicoanálisis que es la praxis de su teoría”.25 Advertimos así cómo el modo en
que la confrontación con la Asociación internacional que acaba de segregarlo es
registrada mediante torsiones topológicas que ubican al “campo freudiano” donde
antes se aplicaba el psicoanálisis y al psicoanálisis aplicado no como el lugar de
saber y hacer puros, sino como el espacio de la terapéutica y de la clínica médica.
La doctrina y la praxis, más allá de la ortodoxia y la ortopraxis establecidas por
el no-lugar de la Asociación, han encontrado su sección primera (S1) que será
lo que la sección dos (S2) y la sección tres (S3) hagan en su despliegue.
Según Lacan, la institución de la Escuela (EFP) se propone fundar un
espacio de enseñanza, pero también y con los años un dispositivo del ejercicio
clínico, cuya marca sea la apuesta a una lógica antisegregativa. La respuesta de
Lacan, en un giro que renueva la apuesta de Freud sobre la legitimidad, pero
también la legalidad, de los legos para ejercer el análisis, pone de manifiesto el
núcleo ético de lo que está en juego: la fundación “es asunto solamente de quienes,
psicoanalistas o no, se interesan por el psicoanálisis en acto”.26

23. Jacques Lacan (2005) [1964].


24. Es Miller quien señala que la distinción entre psicoanálisis puro y aplicado, tal cómo
Lacan entiende y propone este término a partir de la organización y estructura de su Escuela,
“desaparece en la obra del último Lacan con la fórmula Sínthoma = Síntoma + Fantasma”;
Gerardo Pedevilla (2008), pp. 73-74.
25. La descripción de las misiones y funciones de la tercera sección no puede ser más
elocuente. Las palabras de Lacan resuenan en la actualidad de, por ejemplo, el modo en
que, dos años más tarde, Michel Foucault en Las palabras y las cosas situará a la etnolo-
gía y a una cierta vertiente de la lingüística estructural junto con el psicoanálisis como
contraciencias. Lacan enfatiza que la sección “convocará, por último, a instruir nuestra
experiencia así como a comunicarle, a aquello del estructuralismo instaurado en ciertas
ciencias, puede esclarecer el estructuralismo cuya función he demostrado en la nuestra;
además de ponerlos a ambos en comunicación y, en sentido inverso, llevar a esas ciencias
aquello que por nuestra subjetivación puede recibir como inspiración complementaria”,
Jacques Lacan (2005) [1964], p. 113. Repárese que en el anterior enunciado de Lacan el
psicoanálisis tácitamente es referido como ciencia.
26. Jacques Lacan (2005) [1964], p. 120. No es posible deslindar aquí el haz de los sedi-
mentos teóricos que en 1964 pudieron dar sentido a la noción de psicoanálisis en acto. Sólo
apuntemos que en la vertical de las resonancias epistémicas y éticas del discurso de fundación,

59
Juan Besse

Asimismo, es oportuno indicar que hacia mediados de los años ‘60 las
vicisitudes políticas e institucionales del psicoanálisis y los debates internos
respecto del ejercicio de su práctica como de los alcances de su enseñanza que
llevaron a la “excomunión” de Lacan tuvieron consecuencias no sólo en el campo
psicoanalítico sino también en otros, entre ellos el de las ciencias sociales. La
interrupción del seminario sobre los Nombres del Padre, en 1963, y la retoma
del seminario en enero de 1964 bajo el lema fundante de Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis gracias a la hospitalidad de la EPHE (École Pra-
tique des Hautes Études) facilitaron la apertura de las clases a un público ya no
circunscripto a los psicoanalistas.
En el devenir de esa apertura y sin duda asociado al fragor del conflicto
con la IPA, pero más aún a la edificación de la ética que presupone el proyecto de
retorno a la letra freudiana, es claro que Lacan lleva a cabo respecto de Freud una
variación en el vector que une al psicoanálisis con otros saberes y otras prácticas,
tales como el arte o la literatura.27 Si, en este punto, el pensamiento de Lacan
opera una variación respecto de Freud, con respecto a la ortodoxia de la Asocia-
ción Internacional se trata de un corte que de alguna manera reactualiza –bajo
nuevos modos de plantear preguntas– viejas controversias entre médicos y legos.28
Por ejemplo, en el comentario que formulara a la obra de Jean Delay
sobre Gide, Lacan demuele la acepción del psicoanálisis aplicado vigente hasta
el momento. Lacan afirma en ese fragmento que al texto de Delay ninguna de
las avenidas del descubrimiento psicoanalítico le son extrañas para luego decir
que “sin el psicoanálisis, este libro no sería el mismo. No es que haya corrido
ni por un instante el riesgo de parecerse a lo que el mundo analítico llama una
obra de psicoanálisis aplicado. Ante todo, rechaza lo que esta calificación absurda

la convocatoria invoca a los nuevos ‘legos’ mediante un enunciado que pone el acento en el
psicoanálisis y no en los psicoanalistas.
27. François Regnault (1996) [1993].
28. Miller muestra, a través de la reconstrucción de la historia del psicoanálisis en la Rusia
zarista y en la Unión Soviética, el espesor histórico de las preocupaciones en la IPA respecto
del análisis profano y sus repercusiones en el desarrollo del psicoanálisis aplicado. En el caso
ruso, la representación de los médicos –tanto en el grupo de Moscú como en el de Kazan– era
baja respecto de los no médicos y “pese a que Freud se oponía a exigir formación médica para
los candidatos psicoanalíticos, un número de los psicoanalistas europeos de la IPA tenía cierta
desconfianza hacia los psicólogos y otros especialistas no médicos de las ciencias sociales y de las
humanidades que se dedicaban al psicoanálisis. La idea de que un matemático (Otto Schmidt)
fuera vicepresidente del Instituto de Moscú resultaba inexplicable para los médicos. La IPA
tampoco puso demasiado énfasis en esta época en la investigación en psicoanálisis aplicado
por parte de los estudiosos en Psicología social, filosofía, estética, o historia, campos en lo que
lo rusos ya estaban haciendo contribuciones”; Martin Miller (2005) [1998], pp. 109-110.

60
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

traduce acerca de la confusión que reina en ese paraje. El psicoanálisis sólo se aplica,
en sentido propio, como tratamiento y, por lo tanto, a un sujeto que habla y oye”.29
François Regnault se detiene en ese comentario y destaca el modo en el
que Lacan refiere el escrito de Delay invirtiendo, en un juego de palabras, el
significado y la dirección de la aplicación. En Lacan –ausculta Regnault– no
se trataría de aplicar el psicoanálisis a la literatura o al arte, sino al revés.30 Así,
“no parece que haya en Lacan el propósito de percibir lo que el artista o la obra
reprimen sino, más bien, que la obra y el artista interpretados hacen percibir
lo que la teoría desconocía. La obra va, incluso al encuentro del psicoanálisis
aplicado, de manera siempre espontánea, para hacerle tomar conciencia de sus
eventuales prejuicios, y el teórico del análisis recibe de la obra de arte, podríamos
decir, su mensaje en forma invertida”, con estas palabras Regnault31 establece
el corte, sutil pero fundamental, que fundaría la práctica de la aplicación del
psicoanálisis como un trabajo del analista sobre la obra literaria o artística que,
por sus efectos productivos sobre la teoría analítica, en rigor, se manifestaría
como trabajo de la obra sobre el analista.
Ese trabajo de la obra sobre el analista y la invitación a recordar con Freud
que el analista no ha de hacerse el psicólogo donde el artista le abre camino, refresca
el lugar de desecho que el propio analista necesita transitar en la formación analí-
tica; el vector lacaniano destacado por Regnault refuerza, entonces, la situación de
encuentro que la obra artística o literaria propone al analista en su práctica teórica.
La guía freudiana se revela aquí, tempranamente, precisa e incisiva.32
Ahora bien, el caso de las relaciones entre el arte y el psicoanálisis centellea
de modo ejemplar en la discusión sobre los límites y los alcances de la aplicación.
En breve recorrido, prospectemos entonces el terreno de las continuidades y
discontinuidades con el planteo de Lacan antes esbozado.
Le Poulichet recuerda que, ya en 1907, Freud prevenía contra la escritura
de patografías de artistas “dado que las teorías no pueden más que resentirse por
ello”,33 insistiendo en lo que las obras podían mostrar al psicoanalista a la hora

29. Jacques Lacan (1993) [1966, 1958], p. 727 (los destacados son míos). Véase cómo el texto
sobre Jean Delay anticipa en 1958 la postulación institucional de 1964: las subsecciones de la
sección psicoanálisis aplicado son: 2a) doctrina de la cura y de sus variaciones, 2b) casuística
y 2c) información psiquiátrica y prospección médica.
30. François Regnault (1996) [1993], p. 19.
31. François Regnault (1996) [1993], p. 20.
32. Véase Sigmund Freud (1948) [1907] y las observaciones de Paul-Laurent Assoun (1995)
[1994] sobre el texto de la ‘Gradiva’ de Jensen: “el escritor, señala Freud, muestra más dis-
cernimiento que el psiquiatra”, p. 129.
33. Pueden verse al respecto las palabras preliminares y el capítulo I de Sylvie Le Poulichet
(1998) [1996], p. 8. Le Poulichet dice que “una nueva relación entre el arte y el psicoanálisis

61
Juan Besse

de entrenar la escucha. La duda de Freud respecto a realizar –no un sino el– psi-
coanálisis del arte es bien auscultada por Rancière cuando ubica las relaciones
entre el arte y el psicoanálisis en un plano político de naturaleza impolítica:34
saber acerca de las relaciones entre ambos campos no puede “ser un simple asunto
entre el psicoanálisis y el arte”.35 Rancière establece que a los fines de su trabajo
no pretende saber de qué modo se aplica la teoría psicoanalítica a la interpre-
tación de textos literarios o de las obras plásticas. A la inversa, a la manera de
Lacan, se pregunta “por qué la interpretación de esos textos y esas obras ocupa
un lugar estratégico en la demostración de la pertinencia de los conceptos y las
formas de interpretación analíticas”.36 Asimismo, Rancière deja en claro que no
se trata de una alianza entre Freud y los artistas sino más bien de la historia de
un desencuentro parcial, en el que el fundador del psicoanálisis –al acometer el
arduo trabajo de construcción del estatuto del inconsciente– tuvo que moverse
en un territorio ya ocupado por otros inconscientes.
Freud, dice Rancière, le pide al arte y a la poesía que “testimonien po-
sitivamente a favor de la racionalidad profunda de la ‘fantasía’, que apoyen a
una ciencia [el psicoanálisis] que pretende, en cierta forma, volver a poner a
la fantasía, a la poesía y a la mitología en el centro mimo de la racionalidad
científica”37 mediante la demostración de que el pathos no está disociado del
logos. Solicitud de testimonio que, de aceptar los argumentos de Rancière,
habilita la postulación de un “reproche” freudiano a artistas y poetas.38 Al

podría privilegiar en lo sucesivo una reflexión sobre la capacidad de las obras para elaborar
teorías: ciertas obras y ciertas trayectorias de artistas, en efecto son susceptibles de transmi-
tirnos preciosos elementos concernientes a la puesta en juego de procesos psíquicos que la
confrontación con la psicopatología nos impide abordar. ¿La puesta en acción de esos procesos
psíquicos no entraña unas teorías implícitas que terminan por enriquecer nuestras capacidades
de escucha en el campo de la clínica? [...] Sin querer ‘aplicarles’ un saber ya constituido, ¿no
se invita al psicoanálisis a abrir más aún sus propias cuestiones al contacto con los elementos
teóricos que transmiten las obras?, pp. 9-10.
34. Según Cacciari en Nietzsche “‘impolítico’ no significa por lo tanto ‘supra-político’: su
concepto atraviesa el total espacio de lo ‘político’, es, en lo ‘político’, la crítica de su ideología
y de su determinación”; Massimo Cacciari (1994), p. 70.
35. Jacques Rancière (2005) [2001], p. 9.
36. Jacques Rancière (2005) [2001], pp. 19-20.
37. Jacques Rancière (2005) [2001], pp. 62-63.
38. Freud está al tanto de las marcas románticas, vitalistas o místicas que nutren la poesía de
muchos de sus contemporáneos y, en un giro propiamente gramsciano, arremete contra la
materialidad del arte-narcosis y sus efectos en la subjetividad de su momento. Algo de esto
testimonia el recuerdo de Goetz sobre sus entrevistas con Freud; véase Bruno Goetz (2001)
[1960], pp. 34-35. Musachi retoma el escrito de Goetz para situar la posición de Freud frente

62
Capítulo 2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como...

final de la cuenta –para Freud– en la empresa racional de interrogar el más allá


de la conciencia, artistas y poetas no serían más que “semi-aliados”,39 parte de
una alianza objetiva pero no interesada en el mismo combate. Así, el arte o
la literatura, inmersos en y por sus propias prácticas en la frontera que cruza
razón y pulsión, son entonces un hacer privilegiado para desovillar la lógica de
la fantasía que tanto importa a la práctica como a la teorización psicoanalítica.
La constitución epistemológica de la “razón fronteriza”40 sobre la que trabajan
el arte y el psicoanálisis será entonces objeto de una tarea colaborativa entre
artistas y analistas, pero sin colaboración activa.41
De resultas, lo más razonable es aceptar que las denominaciones psicoaná-
lisis aplicado y psicoanálisis en extensión no son unívocas ni trazan los contornos
de dos estrategias nítidamente delineadas. Por lo tanto y en tanto nombres de
usos distintos, a veces epistémicamente opuestos pero en más de un detalle
coalescentes, ambos términos admiten un trabajo de reconstrucción a través
del cual se expongan con rigor tanto los puntos en los que el espíritu de la
aplicación –en la acepción freudiana originaria– y la extensión –en la lanzada

al ‘hinduismo’ de los intelectuales europeos. En el análisis de lo que lee en Freud respecto


del deseo del analista, Musachi destaca en Freud una posición que en principio contraría las
perspectivas más tradicionales del psicoanálisis aplicado. Dice Musachi que “Freud no se lleva
bien con las ‘oscuridades del misticismo’ ya sean de Ferenczi, de Empédocles o de la ‘jungla
hindú’ [...] [y que, ya en el encuentro con Goetz] “en 1904 Freud sabe lo que hay que saber
acerca del hinduismo europeo de su tiempo: que no sabe nada de la profundidad oriental, que
sueña, divaga y llega a enloquecer creyendo que esa nada de la que habla el pesimista es una
diversión voluptuosa. Entendámonos, Freud no cree que los europeos estén mal informados
(que también pueden estarlo a raíz de la ‘jungla hindú’) sino que –interpretamos– afirma que
las experiencias alojadas en un discurso no pueden trasladarse tal cual a contextos de enunciación
distintos y por el solo trámite del conocimiento” (los destacados son míos); Graciela Musachi
(2001), pp. 44-45. En pocas palabras, Freud desacredita, por superfluo o por terrorífico, el
‘hinduismo aplicado’, aplicado por el solo trámite del conocimiento, y lo hace en nombre
de una política precautoria, que es la del psicoanálisis.
39. Jacques Rancière (2005) [2001], pp. 59-60.
40. Jorge Alemán (2001).
41. Los breves pero no por eso menos atribulados pensamientos de Freud respecto de la
obra de Popper-Lynkeus parecen testimoniar los encuentros y desencuentros que supone
una semi-alianza en la que se comparten los mismos utensilios para metas o combates dis-
tintos. Asimismo, vemos resonar el asombro y el homenaje de Freud a Popper-Lynkeus en
las palabras del homenaje que Lacan tributara a Marguerite Duras cuando Freud, luego de
explicar brevemente la censura onírica, dice “que es justamente este fragmento esencial de
mi teoría del sueño el que Popper-Lynkeus ha descubierto por sí mismo”; Sigmund Freud
(1984) [1923], p. 282. Véase también Sigmund Freud (1986) [1932].

63
Juan Besse

de Lacan– se solapan, como en aquellos otros en los que quedan expuestas las
incompatibilidades.42
En ese sentido, cabe la precaución que prevenga el “historicismo” con-
ceptual o el “evolucionismo” de las prácticas que propone leer la aplicación o la
extensión como dos momentos o como dos etapas que muestran, en la “literatura
de las ideas” psicoanalíticas, la relación del psicoanálisis con otros campos. Como
modos de relación, el afán aplicativo o el papel de la extensión en la formación
del analista surgieron en tramas históricas específicas, y en alguna medida se
cincelaron al ritmo del devenir del psicoanálisis y de su política; sin embargo, en
tanto hacer de los psicoanalistas –en 1912 o en 1964– los aguafuertes de ambos
estilos de relación ya estaban delineados y será cuestión de ponderar sus efectos
en el caso por caso.
Ahora bien, ¿qué podemos recuperar quienes trabajamos en el campo de
las ciencias sociales de estos debates en el campo psicoanalítico? Por analogía, y
como propuesta sólo de principio, que el investigador social no se haga el “cien-
tista” social allí donde el psicoanálisis le abre el camino. El carácter “general”
o referencial del psicoanálisis respecto de las ciencias sociales, tal como ha sido
ásperamente esbozado en el Excursus, no es entonces un postulado de hueca
autoridad; sólo indica que la cuestión es escuchar y pensar en consecuencia, qué,
para qué y cómo algo de eso llamado psicoanálisis le concierne, para algo y en
algún punto, al investigador social.

V. Salidas

Los intercambios entre el psicoanálisis y las ciencias sociales tienen, casi, la edad
de ambos saberes. Ambos se constituyeron en las encrucijadas políticas, culturales
e intelectuales de finales del siglo XIX. Los frutos del encuentro entre esa proble-

42. Según Pujó, “Lacan no ‘aplica’ el psicoanálisis [...] como un instrumento de interpretación,
sino que excursiona en él como un recorrido necesario a la elaboración de su experiencia como
analista. Deja ver así una diferencia de perspectivas que no es menor y que tiene incluso su
incidencia en la preferencia de aquellas disciplinas que tanto Freud como Lacan proponen,
cada uno en su momento, como apropiadas a la formación de los analistas. En la coyuntura
de la posible introducción del psicoanálisis en la Universidad, ambos imaginan una relación
con otros saberes que no se interesa tanto en lo que el psicoanalista podría aprender de
ellos, como en la singular transformación que la experiencia de su práctica les impondría; pero
difieren, no obstante, y fuertemente, en cuanto al estatuto de los saberes a los cuales referir
esa práctica y esa formación. [...] Esta diferencia de orientación prolonga y acentúa la men-
cionada divergencia respecto al sentido a dar a la noción de ‘psicoanálisis aplicado’”; Mario
Pujó (2001), p. 39 (los destacados son míos).

64
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

mática entidad llamada teoría social y la teoría psicoanalítica maduraron al ritmo


de la aceptación por parte de los pensadores e investigadores sociales de lo que, a
título provisorio, podríamos llamar los presupuestos de la antropología freudiana.
Pero ni el psicoanálisis ni la ciencia social se reducen sólo a teorías. En tanto
prácticas, sustentadas en la clínica o en la investigación, recortan un horizonte
que desborda lo teórico. Así, el pase de la razón epistemológica a la condición
praxeológica impone nuevos recaudos y no menos nuevas responsabilidades.
A pesar de un siglo de encuentros y desencuentros, el trabajo de poner en
relación psicoanálisis ◊ ciencias sociales, en más de un sentido, pareciera que
se está siempre iniciando o no cesando de no inscribirse. La reelaboración de la
teoría del sujeto acometida por el psicoanálisis lacaniano expurgó al psicoaná-
lisis de sus improntas ontológicas en lo teórico, y puso sine die en entredicho el
debate acerca de la cientificidad del psicoanálisis. Fue allí, al poner en relación
el carácter transindividual del sujeto y el estatuto ético del inconsciente, que
se constituyó un punto de partida nuevo y fecundo para el psicoanálisis. Estos
supuestos, derivados de la experiencia específicamente clínica, que Lacan esta-
bleció como divisa de la práctica psicoanalítica, no han dejado de resonar por
fuera del psicoanálisis.
En 1966, Foucault trazó las diagonales de la configuración epistemológica
de aquello que dio en llamar la episteme moderna, entendiendo a esta última como
el campo epistemológico donde los conocimientos manifiestan una historicidad
que no es otra que la de sus condiciones de posibilidad. Allí, escrutó un presente
y aventuró un porvenir para la relación entre las no-ciencias (las ciencias sociales
o humanas) y las contraciencias (el psicoanálisis, la etnología y la lingüística).43
Entre los varios fragmentos que abren una senda a través de la cual puede pensarse
ese encuentro, Foucault dice que “el psicoanálisis y la etnología ocupan un lugar
privilegiado en nuestro saber. Sin duda no se debe a que hubieran aprehendido,
mejor que cualquier otra ciencia humana, su positividad y realizado por fin el
viejo proyecto de ser realmente científicos; sino más bien porque, en los confi-
nes de todos los conocimientos sobre el hombre, forman con certeza un tesoro
inextinguible de experiencias y conceptos, pero sobre todo un perpetuo principio
de inquietud, de poner en duda, de crítica y de discusión de aquello que por otra
parte pudo parecer ya adquirido”.44

43. Que a la manera de la máxima marxista que dice que es la anatomía del hombre la que
permite entender la del momo y no al revés, en la vertical histórica de su perspectiva fran-
cesa es claro que Foucault está pensando no en los inicios de la etnología, la lingüística o el
psicoanálisis sino en Lacan, en Lévi-Strauss y en Jakobson/Benveniste.
44. Michel Foucault (1992) [1966], p. 362. Es Milner quien relee Las palabras y las cosas y
La Arqueología del Saber de un modo sugerente para pensar la aplicación, y su relación con la

65
Juan Besse

Se trata ahora de pensar –y de hacer– más allá de los principios teóricos,


pero en las coordenadas que el encuentro entre la teoría psicoanalítica y la teoría
social han abierto al pensamiento, el puente entre psicoanálisis e investigación
social en tanto prácticas que suponen modos de poner a trabajar teoría, método
y técnica. Pienso así –cuestión que dejo planteada a modo de hipótesis– que
los usos del psicoanálisis en el campo de la investigación social han comenzado
a rebasar el horizonte de una teoría referida a la relación de lo viviente con el
lenguaje –es decir, a lo estructural humano– para proyectarse en prácticas más
específicas propias de la construcción teórico-metodológica de los objetos de
investigación social. Al compás del apotegma de Lacan “no hay relación (o pro-
porción) sexual”, un no hay relación de conocimiento, una escritura universal de
la relación de conocimiento, concierne a la práctica de los investigadores sociales.
La investigación social contemporánea, expresión cuyo espesor periódico
cabe ser escrutado en el caso por caso, no sólo requiere nutrirse de la experiencia
del psicoanálisis sino que la misma le resulta ineludible; le es necesaria no por
convicción dogmática o unilateral sino porque le viene siendo necesaria, en la
medida en que ya no es afortunado sostener discursos sobre la subjetividad sin
apelar a la teoría del sujeto que inaugura la experiencia psicoanalítica, o, al me-
nos, sin advertir que la teoría y la investigación social después de su encuentro
o desencuentro con el psicoanálisis se han puesto a sí mismas en entredicho en
el mismo acto de pensar lo impensable. O más ajustadamente, de insistir en
simbolizar lo que resiste a la simbolización e imaginar no lo inimaginable –en
tal caso no habría algo como una ciencia de lo social– sino lo que resulta difícil

formación del analista, según la lógica del modelo médico universitario y la extensión en
tanto lugar (a donde se llega) solidario del pase, como trayecto formativo. Resulta imposible
desplegar en este trabajo las estimulantes conjeturas de Milner acerca de la relación entre
la constitución del saber moderno y el nombre judío. Según Milner la estructura del saber
moderno, en los términos que él la reconstruye, tuvo como una de sus consecuencias que
ese saber se pensara como absoluto, es decir como un saber desembragado del sujeto y el
objeto, donde el objeto es la ocasión del saber y el sujeto no es más que el mediador tam-
bién ocasional de ese saber. Así, el psicoanálisis aplicado podría entenderse como uno de
los efectos de esa relación históricamente situada entre el psicoanálisis y la figura del saber
absoluto, es decir un saber desembragado del sujeto y el objeto, para el caso una práctica
reducida a un saber. Milner dice que Freud “de un modo singular; se pretendió judío de
saber, luego, por obra de las circunstancias, pero también por un movimiento propio, dejó
de lado esta pretensión”; Jean-Claude Milner (2008), p. 13. Con el giro dado en 1920, que
inaugura el ciclo de escritos que pone en el centro de la perspectiva freudiana la pulsión
de muerte, y de modo muy especial con la publicación del Moisés, esa posición absoluta
respecto del saber, que nutrió el programa básico de la aplicación del psicoanálisis, fue
puesta en entredicho.

66
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

de imaginar. Eso que la experiencia analítica denomina lo real, como parte de


un entre tres que no hace tres, y al que “ya no es cuestión de imaginar [...] que se
ubicaría más allá de la prensión, así como de la comprensión: queda bien captado
y comprendido (en todos los sentidos del término), incluso si lo fuera bajo la
modalidad de lo imposible. ¿Cómo se situaría en un ‘más allá’ este imposible
puesto que, sin él, lo simbólico y lo imaginario quedarían desarmados?”.45
De allí, la enigmática expresión de una experiencia de lo real (entendido
como lo imposible, aquello que no cesa de no inscribirse) utilizada por algunos
psicoanalistas como Miller. Como el mismo Pommier lo indica, lo imposible
no sería lo más “periférico en la experiencia sino aquello que viene a centrarla”.46
Las trampas de la homonimia nunca llegaron tan lejos como para disociar lo real
del psicoanálisis de lo real de la ciencia. Si el sujeto del psicoanálisis presupone
al de la ciencia, una misma espesura se extiende entre ambos.
Por eso, entre otras razones, al recorrer a lo largo de fragmentos de la
historia del psicoanálisis los usos y los sentidos de la aplicación y la extensión,
he intentado ponderar algunos problemas en torno de la figura misma de la
aplicación del psicoanálisis –o mejor dicho de algunas teorías psicoanalíticas– al
terreno de las ciencias sociales. Más específicamente, destacar la preocupación
acerca de la relación procelosa que une la posición aplicativa con los riesgos de
reducción. Así, el supuesto básico que sustenta la relación antedicha es que la
aplicación, por estructura, entraña la pendiente hacia la reducción. Dicho de otra
manera, el “aplicacionismo” como estrategia de vinculación entre campos de
estudio –pero también de intervención práctica y/o técnica– supone modos de
anexión que suelen inducir, cuando no promover deliberadamente, formas de
reducción unilateral de los objetos de investigación.
Expurgado de connotaciones finalistas, normativas o escatológicas, en pocas
palabras de las marcas que nutrieron muchas filosofías de la historia, el destino
puede entenderse como “una composición subjetiva del tiempo”.47 Acaso no sea
otro, en esa acepción, el destino del psicoanálisis en su relación con otros saberes
y, pienso, muy en particular con las ciencias sociales. El de quedar en el lugar
silente del desecho. Si la concepción clásica del psicoanálisis aplicado supone una
posición de poder autorizada en un saber, de allí la idea de una interpretación sin
transferencia que esbocé más adelante, la extensión sólo sería posible a través de
una posición organizada, en términos de Miller, como un deseo de no dominio.48

45. Gérard Pommier (2005) [2004], p. 168.


46. Gérard Pommier (2005) [2004], p. 72.
47. Alain Badiou (2007) 2004, p. 11.
48. Se pregunta Miller, “¿Cómo pudo elaborar Freud, poner a punto este deseo de no dominio
que, podemos decir, es inédito en la historia? Es, efectivamente, porque este deseo es inédito

67
Juan Besse

Los estilos mediante los cuales el psicoanálisis se relacionó con otros campos
ayudan a pensar de qué modo las ciencias sociales pueden relacionarse a su vez
con el psicoanálisis. La aplicación de las ciencias sociales al psicoanálisis no ha
sido ni parece ser una vía fructífera, en cambio sí la consideración del psicoaná-
lisis como una de las extensiones posibles de las ciencias sociales colabora en la
interrogación del quehacer (intensión) de los investigadores sociales. Esos usos
del psicoanálisis como reavivo de la cuestión que mueve la práctica de las ciencias
sociales supondrá, sin duda, algunas licencias que, parodiando a Lacan, bien
podrían inscribirse como una psicoanalisería. Entonces, el trabajo a emprender
puede entenderse en términos afines a los que Assoun sugiere como clave para
abordar la relación entre Freud y Wittgenstein; las relaciones entre psicoanálisis
y ciencia social “nos imponen, mediante su tan problemático diálogo, la obliga-
ción de ubicarnos, no como una resultante o un compromiso entre dos modos
de pensar, sino en alguna parte del centro mismo de su parentesco apórico. Esto,
tan contradictorio de pensar, es, según nos parece, lo que más da que pensar”.49
Estas puntuaciones, con las vacilaciones a la vista, se embarcan en esa dirección.

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exaltada del amo. La grandeza del psicoanalista, en el sentido de Lacan, es por el contrario,
consagrarse a permanecer en el lugar de desecho”; Jacques-Alain Miller (2006) 1986, p. 100.
49. Paul-Laurent Assoun (1992) [1988], p. 7.

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Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

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Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

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*
Excursus. El carácter referencial del psicoanálisis en tanto
teoría “general”

Y bien, resulta que el inconsciente es algo aceptado, y, por otra parte, se piensa
haber aceptado muchas cosas en paquete, a granel, gracias a lo cual todo el mun-
do cree saber lo que es el psicoanálisis, salvo los psicoanalistas, y eso es lo molesto.
Ellos son los únicos que no lo saben. No sólo no lo saben, sino que hasta cierto
punto es algo que se justifica completamente. Si creyeran saberlo de inmediato,
sería grave, no habría más psicoanálisis en absoluto. A fin de cuentas, todo el
mundo está de acuerdo, el psicoanálisis es un asunto definitivamente reglado,
pero para los psicoanalistas no puede serlo.

Jacques Lacan, 1967

La primera pregunta que cabe plantear es: el psicoanálisis ¿teoría y teoría general
para quién o para qué prácticas? Si el término teoría está demasiado preñado
de significados, ya sea porque se lo imagina como un sistema de proposiciones
cerradas o como un cuerpo sistemático de enunciados, el término teoría gene-
ral redobla la preñez y hace bullir el tono propio de pretensiones imperiales.
Para salir de ese atolladero positivizante, desde el psicoanálisis y con mucho
más énfasis desde la vertiente lacaniana, se ha insistido en establecer el psi-
coanálisis como una práctica que para llevarse a cabo requiere abrir la vía a su
propia teorización. De modo tal que la rigidez implícita en el término teoría
da lugar a una práctica que requiere del teorizar pero que no se extravía en la
vía de las deducciones o las inducciones simples. Pienso entonces que, más
que una teoría, en la acepción más convencional del término, esa teorización
se encuentra cerca de lo que en La Arqueología del Saber Foucault denomina
una formación discursiva que vista en su despliegue histórico ha establecido
en y por la regularidad de sus prácticas discursivas y sociales un saber. Así, el
psicoanálisis reivindica para sí la función practicante y la función teorizante
y evita la proclividad hacia su reducción como conocimiento despegado de la

71
Juan Besse

teorización sobre el caso y como técnica independiente de la práctica que es la


del caso por caso.
Aun cuando resalta que “no es el camino que me gustaría tomar”, dice Porge
que “existe un saber de verdades analíticas –la sexualidad infantil, la castración, la
transferencia– que, desde Freud, los psicoanalistas transmiten y que forma parte
de un saber referencial del psicoanálisis. Aunque estas nociones, especialmente
por su difusión, se presenten como resultados del saber analítico cuya verdad
de conjunto habría que admitir a priori, la verificación personal que cada uno
puede hacer de ellas en una cura o de otro modo suele contribuir a asegurar y a
mantener, retroactivamente, esta verdad del psicoanálisis en su conjunto”.50 Y,
como bien dice Grignon, Porge, en el desarrollo del trabajo del que extrajimos la
cita anterior, contradice la posición que sostiene que “hay un saber de las verda-
des psicoanalíticas que sería referencial. Lo enfatizo pues no pienso que el saber
psicoanalítico sea referencial en tanto debe ser producido singularmente por cada
cura. En este sentido, no precede al acto psicoanalítico, está producido por él; es
lo que se deposita de él”.51 Ahora bien, si nos situamos no como psicoanalistas
sino como investigadores sociales o ensayistas, no sería un desbarre decir que ese
saber referencial al que alude Porge es asimilable a lo que, en breve, Recio dirá del
psicoanálisis como una teoría general y que Foucault, sin duda, vincularía con
el carácter singular de las contraciencias –cuando se refiere en Las palabras y las
cosas al psicoanálisis, a la lingüística y a la etnología como contraciencias– como
saberes signados por un permanente principio de inquietud.

Recio sostiene que para las ciencias sociales el estatuto del psicoanálisis es
similar al de la lingüística, ya que constituye una teoría general con la que hay
que contar. No se trata de forzar la relación entre una “disciplina científica” y
una “corriente teórica”, o de pensar al psicoanálisis como un saber que puede ser
anexado o subordinado al proyecto de una disciplina en un sentido instrumental
como lo postula la misma denominación psicoanálisis aplicado, sino más bien
de construir la relación como psicoanálisis en extensión, ya que “la relación entre
psicoanálisis e investigación social debería situarse en la reflexividad y no en la
instrumentalidad”.52

50. Erik Porge (2008) [2007], p. 113.


51. Olivier Grignon (2008) [2007], p. 140.
52. Que, como bien puntúa Recio, “no es lo mismo teoría psicoanalítica e investigación social
que ‘interpretación psicoanalítica’ en la investigación social. [...] El ‘psicoanálisis aplicado’
a la investigación social es una forma de contribuir no sólo a la retórica sociológica, sino

72
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

Situar al psicoanálisis como teoría general entraña un conjunto de inter-


venciones epistemológicas para el campo de las ciencias sociales. Entre ellas la
de un cierto descompletamiento. Por un lado, reconocer el estatuto del psicoa-
nálisis como el de una teoría general lo coloca en posición de exterioridad –en
el sentido más fecundo de una contraciencia–53 respecto de las ciencias sociales o
humanas. La postulación de una exterioridad, propia de una contraciencia, provee
una vía para evitar así los distintos modos de relación entre las ciencias sociales
y el psicoanálisis que ya han mostrado su esterilidad:54 la anexión imperialista,
la suplementación complementarista (una suerte de coexistencia pacífica) o
algunas de las modalidades de la tierra prometida enunciadas por los anhelos
interdisciplinarios o multidisciplinarios.55

también a la vulgarización psicoanalítica. Más pertinente es pensar la investigación social a


través de la teoría psicoanalítica. Esto nos permite entender mucho mejor, no sólo la propia
investigación, sino lo social mismo”; Félix Recio (1994), p. 488.
53. La perspectiva de Recio, que señalara antes, en pos de un psicoanálisis en extensión
encuentra uno de sus sustentos más sólidos en los argumentos que ofrece aquel Foucault de
los años ‘60, en el capítulo décimo de Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias
humanas. Hacia el final del libro Foucault define el estatuto del psicoanálisis y la etnología (y
no cabe duda que está pensando en los virajes de esos campos del saber mediante su encuentro
con la lingüística derivada de otro encuentro, el de Ginebra y Praga, en las versiones más
estructurales de Lacan y estructuralista de Lévi-Strauss). “Así, pues, era necesario que ambas
fueran ciencias del inconsciente: no porque alcancen en el hombre lo que está por debajo de
su conciencia, sino porque se dirigen hacia aquello que, fuera del hombre, permite que se
sepa, con un saber positivo, lo que se da o se escapa a su conciencia [...] el psicoanálisis y la
etnología no son tales ciencias humanas al lado de otras, sino que recorren el dominio ente-
ro, que animan sobre toda su superficie, que expanden sus conceptos por todas partes, que
pueden proponer por doquier sus métodos de desciframiento y sus interpretaciones. Ninguna
ciencia humana puede asegurar haber terminado con ellas, ni ser del todo independiente de
lo que hayan podido descubrir, ni tampoco remitirse a ellas de una manera”; Michel Foucault
(1992) [1966], pp. 362 y 367 (los destacados son míos). En estas últimas afirmaciones, como
en otros pasajes tan sugerentes como el seleccionado, son presentadas algunas de las aporías
más notables que vienen signando las relaciones entre el psicoanálisis y las ciencias sociales.
54. Al respecto véase el trabajo de Omar Acha acerca de las relaciones entre psicoanálisis e
historiografía. Allí Acha dice que “la historicidad del lacanismo condice con la imposibilidad
de definir una historiografía en el marco de una sola teoría. Así como una ‘historiografía
marxista’ haría escasa justicia al marxismo al comprimir sus contratiempos en una filosofía
de la historia, una ‘historiografía lacaniana’ haría un flaco favor a los proyectos de extender
sus efectos críticos en las ciencias sociales. Es preciso delimitar la transferencia a Lacan. Su
teoría no podría coincidir con lo real de la historia”; Omar Acha (2004).
55. Las controversias acerca de los supuestos y los alcances de las estrategias interdisciplinarias y
multidisciplinarias rebasan los propósitos (pero más aún los límites) de este trabajo. La noción
de transdisciplina, si bien resuelve en parte el atolladero de sostener lógicas exclusivamente

73
Juan Besse

Ahora bien, aun al costo de una cierta grosería argumental, dejaré de lado
en este excurso la controversia respecto del estatuto de cientificidad de las ciencias
sociales (o humanas), que si bien ronda las consideraciones aquí bosquejadas,
agregaría un plus de problematicidad imposible de desplegar en los límites de
este trabajo. Si nos atenemos estrictamente al desarrollo propuesto por Foucault
en Las palabras y las cosas, la pregunta por la cientificidad de las ciencias huma-
nas constituye ya un problema no sólo con consecuencias epistemológicas sino,
básicamente, políticas.56
Por otra parte, a diferencia de los psicoanalistas, especialmente de raigambre
lacaniana, la mayor parte de los investigadores sociales no ponen hoy en entre-
dicho la inclusión de sus prácticas bajo el rótulo de la ciencia social.
Supuesto: el psicoanálisis no es una ciencia humana más. Es más, el psi-
coanálisis no es una ciencia, duda a la hora de pensarse a sí mismo como una
ciencia y, sin embargo, no reniega de la cientificidad.57

políticas en el trazado de las fronteras disciplinarias, agrega dificultades adicionales. En pos


de transitar esas dificultades frente a una interdisciplina que “deja las cosas como están” es
“preferible practicar otra cosa: la transdisciplinariedad, es decir, la actitud que se interroga
acerca de eso ‘propio’ en cuyo nombre se practican esos intercambios”; Jacques Rancière
(2005) [2001], p. 6.
56. Dice Foucault, “Ciertamente no hay duda alguna de que esta forma de saber empírico
que se aplica al hombre (y que, por obedecer a la convención, puede llamarse aun ‘ciencias
humanas’ antes de saber en qué sentido y dentro de cuáles límites se les puede llamar ‘cien-
cias’”; Michel Foucault (1992) [1966], pp. 338-339.
57. En palabras de Alemán “no se trata, en efecto, de fundar la cientificidad del psicoanálisis
según las epistemologías; por el contrario, si el psicoanálisis no puede ser una ciencia no es
por un déficit, sino porque se ocupa de aquello que la ciencia excluye para constituirse como
tal”; Jorge Alemán (2001), p. 33. Bailly destaca que “el psicoanálisis jamás será una ciencia
experimental, porque el observador forma parte integrante e integral de la cura; lo que puede
considerarse como objeto de examen no es el analizante y ni siquiera su discurso, sino el
conjunto analista-analizante, es decir la transferencia [...] Hacia el final de su vida [Lacan]
dijo: ‘el psicoanálisis es un delirio’ o ‘un delirio que querría ser científico’. Es una conclusión
bastante buena del debate sobre las relaciones del psicoanálisis y la ciencia”; René Bailly en
Alain Didier-Weil, Emil Weiss y Florence Gravas (2003) [2001], pp. 105-106. Allouch dice
“el análisis no es una psicología. Tampoco es un arte ni el psicoanalista es una artista, algo
que se dice y a veces incluso se reivindica. No hay duda de que no es una religión, también
y a pesar de algunas inclinaciones hacia ese lado; y menos todavía una magia, aun cuando
ocasionalmente sea ‘mágico’. Está pues como flotando en el aire. Ni ciencia, ni delirio, ni
religión, ni magia: ¿Qué es entonces el psicoanálisis?”; Jean Allouch (2007), p. 29. Las pre-
guntas por la cientificidad del psicoanálisis reverdecieron a la luz de la ruptura de la IPA con
Lacan. La coyuntura político-institucional generada en torno de la práctica y la enseñanza

74
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

Hablar de modos de relación entre el psicoanálisis y la ciencia social


es ya presuponer que el psicoanálisis tiene para el pensamiento social una
condición de existencia, ha pasado el instante de la mirada o tiempo para ver y
estamos transitando diversos modos del pasaje entre el tiempo de comprender y
el momento de concluir.58 Con estos momentos del tiempo lógico expuestos por
Lacan he querido enfatizar que el psicoanálisis ya es parte del mapa epistémico
de la modernidad. Son pocos los discursos, y son expresiones poco confiables
(al menos para la “academia crítica”), aquellos que niegan la racionalidad del
psicoanálisis59 y más aún, diría el fundador del psicoanálisis, los discursos que
no la niegan pero a condición de que el psicoanálisis se restrinja a lo que “se”
supone su campo específico.60
Volvamos ahora a los modos de relación. Lo primero que cabe señalar
es que dichos modos de relación entre el psicoanálisis y las ciencias sociales
son, como dijimos antes, distintos. Discernibles, en el sentido weberiano del
término, en tanto tipos ideales o conceptuales de relación. Esto es, no son
descripciones empíricas sino construcciones que empapadas de determina-
ciones históricas no se ajustan uno a uno a ningún caso sino que facilitan la
intelección de los casos mismos.
En primer lugar podemos perfilar la modalidad de la anexión. La anexión
recorre varios tópicos; un análisis pormenorizado de los casos concretos de
“anexión” permitiría historizar los estilos de anexionismo practicados por algunos
científicos sociales (vg. Talcott Parsons o Anthony Giddens).
Es Félix Recio quien postula que el psicoanálisis y la lingüística no son
abordables a partir de las ciencias sociales. Dice este autor que, visto lo estéril
que ha resultado cultivar la imagen de cierta paridad disciplinar, “producir
otra modalidad de relación consiste en pensar que el estatuto del psicoanálisis

de Lacan colaboró activamente en la profundización de las preguntas acerca del estatuto del
psicoanálisis y su relación con la ciencia. Véase sobre estas cuestiones Jacques Lacan (1995)
[1973] [1964].
58. Para situar uno de sus libros, Žižek refiere a que “en su Pragmatismo, William James
desarrolló la idea, retomada por Freud, de que en la aceptación de una nueva teoría hay tres
etapas necesarias: primero es descartada como absurda; después hay quienes sostienen que
la nueva teoría, aunque no carece de méritos, en última instancia se limita a presentar con
nuevas palabras algo que ya saben todos; finalmente se reconoce la novedad”. Luego sigue
diciendo que “a un lacaniano le resulta fácil discernir en esta sucesión los tres momentos
del ‘tiempo lógico’ –el instante de la mirada, el tiempo de comprender y el momento de
concluir– articulados por Lacan”; Slavoj Žižek (1998) [1996], p. 12.
59. Véase Jacques Lacan (1998) [1981].
60. Véase Sigmund Freud (1986) [1925].

75
Juan Besse

es semejante al de la lingüística. Es decir, lingüística y psicoanálisis son teorías


generales de las ciencias sociales porque a partir de ellas se puede dar cuenta de
lo social. Diferentes saberes, como la semiología o la antropología, la historia
de las mentalidades o la investigación sociológica de textos y discursos, pueden
remitirse a la lingüística o al psicoanálisis, mientras que la lingüística o el psi-
coanálisis no son abordables a partir de estos saberes”.61 Pero ¿en qué sentido no
serían abordables? Claro está que lo son como objeto de investigación histórica
o sociológica (verbigracia la historia de sus devenires teóricos, del modo en que
nutrieron la historia intelectual, o de sus configuraciones institucionales) pero
no lo serían, dice Recio, como (o en tanto) teorías generales. En esa afirmación
de hebra althusseriana, para las ciencias sociales, el psicoanálisis adquiere una
cierta disposición referencial.
Y aquí sí cabe tomar posición respecto de lo que haría que una teoría se
ubique en el rango de lo general y no de lo particular o lo local. Sin duda, los
objetivos de este escrito exceden el tratamiento que merece la caracterización
de una teoría como general, pero –a modo de una aproximación a los criterios
mínimos de establecimiento que la figura de lo general trae– intentaré transitar
un corredor espinoso y complejo. Así, y antes de continuar con la perspectiva de
la anexión arriba enunciada, demos entonces un rodeo que permita establecer
en qué sentido y por qué razones un saber puede ser pensado como fábrica de
conceptos con carácter general (por caso, los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis que Lacan, en 1964, propusiera como sustento de la práctica ana-
lítica: inconsciente, pulsión, transferencia y repetición). Aun cuando el término
mismo que conjuga la propuesta no sea muy amigable al campo psicoanalítico
afín a la enseñanza de Lacan, tantearemos en el próximo apartado la posibilidad
de pensar al psicoanálisis –mirado desde las ciencias sociales– como una teoría
y, además, general.
*

Volvamos ahora a la pregunta por el estatuto general de una teoría. Cuando


de aplicación se habla, el estatuto mismo de lo general está puesto en el tapete,
y por eso mismo cabe destacar brevemente los alcances y las limitaciones de la
noción de generalidad que se deriva del planteo de Recio antes mencionado.
Al comulgar con el apelativo de lo aplicado, la cuestión se desliza hacia
el terreno de la lógica. Pierre Bourdieu a lo largo de su obra sostuvo lo que hoy
constituye un apotegma de su edificación epistemológica, la precaución de no
confundir las cosas de la lógica con la lógica de las cosas. La sentencia de Bourdieu,

61. Félix Recio (1994), pp. 487-488 (los destacados son míos).

76
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

muy propia del segundo trayecto de su producción intelectual, parece rescatar


esa experiencia de lo real a la que hicimos mención en el inicio de este apartado.
Algo así como afirmar la incompletud de las estructuras simbólicas mediante las
que se edifica la investigación social. Dicho de otro modo por el mismo Bourdieu
mediante la paráfrasis que hace de Kant al decir que la teoría sin investigación
está vacía y la investigación sin teoría está ciega.62
En ese sentido, el carácter general que el psicoanálisis reviste –en tanto
teoría general respecto de la investigación social– no es adecuado pensarlo como
una estructura legiforme o normativa de nivel “superior” al conocimiento de
las ciencias sociales, sino como un saber y una práctica a partir de los cuales se
pueden pensar los objetos de estudio de las ciencias sociales.
A modo de redondeo, la siguiente indicación de Agamben resulta orienta-
dora. Agamben sostiene que el concepto de aplicación es una de las categorías más
problemáticas no sólo en el campo de la teoría jurídica sino en todos aquellos que
se ordenan por una noción de lo aplicativo de naturaleza estrictamente lógica.63
Por esa razón, un adecuado abordaje del problema de la aplicación “exige, por
lo tanto, que ella sea transferida del ámbito de la lógica al ámbito de la praxis”.64
Agamben recuerda de ese modo el acierto de Schmitt al conceptualizar que la
aplicación de una norma no se encuentra contenida en la norma misma ni se
trata de una cuestión de mera deducción, “porque, de haber sido así, no habría
sido necesario crear todo el imponente edificio del derecho procesal. Como entre
lenguaje y mundo, tampoco entre norma y aplicación hay ningún nexo interno
que permita derivar inmediatamente una de otra”.65
La generalidad radicaría entonces en unos usos del psicoanálisis, insepa-
rables de la inexorable dificultad que implica el pasaje de la lógica a la praxis.
Esto es, una utilidad que sólo podría ponderarse en la práctica de investigación
misma. De modo tal que, al entender la relación de lo general con lo particular
menos como una deducción lógica y más como una actividad práctica, se hace
evidente otro pasaje: el de la aplicación a la extensión.

62. Pierre Bourdieu (2000).


63. Kant pareciera robustecer la idea de que el carácter general de una teoría no la hace una
teoría completa o global sino que, por el contrario, dicho carácter colabora en su descomple-
tamiento, por ejemplo, cuando afirma que “aunque la teoría puede ser todo lo completa que
se quiera, se exige también entre la teoría y la práctica un miembro intermediario que haga
de enlace y el pasaje de la una a la otra; pues al concepto del entendimiento que contiene la
regla se tiene que añadir un acto de la facultad de juzgar por el que el práctico diferencia si
el caso cae o no bajo la regla”; Immanuel Kant (2003) [1793], pp. 9-10.
64. Giorgio Agamben (2004) [2003], p. 82.
65. Giorgio Agamben (2004) [2003], pp. 82-83.

77
Juan Besse

Vale aún una puntuación más: decir que el psicoanálisis se ubica en el


rango de una teoría general no presupone sostener que se trata de una teoría
sobre lo genérico humano. Por el contrario, sus alcances como teoría general
hacen del psicoanálisis un saber y una práctica con las limitaciones propias de
lo universal simbólico que, como fuera enfatizado por Lacan, “no tiene ninguna
necesidad de difundirse por toda la superficie de la Tierra para ser universal. Por
otra parte, que yo sepa no hay nada que constituya la unidad mundial de los seres
humanos. No hay nada que esté concretamente realizado como universal. Y, sin
embargo, desde el momento en que se forma un sistema simbólico cualquiera,
éste es completamente, de derecho, universal como tal”.66
La adjetivación sustantivante de una teoría como “general” ¿no reúne –en
lo que esperamos no sea una apocopación transigente– el riesgo de ser entendida
como algo que se distribuye entre lo genérico y lo universal? Puede ser. Tal vez,
sea cuestión de escribir: lo genérico ◊ lo universal. Donde el punzón dé cuenta
de cuán difícil es acoplar un término a otro. Cómo un término no recubre al
otro. Es sabido que el término general está connotado por usos epistemológicos
y lastres conceptuales que se apartan de la ética del psicoanálisis o, en términos
menos exigentes, que resultan muy problemáticos para el modo en que el psi-
coanálisis concibe su práctica y el sentido de la misma. Pero, ¿acaso el itinerario
del psicoanálisis, al evitar la vía de la reducción culturalista y tocar resortes
específicos de ciertas sobredeterminaciones del viviente humano, no ha consis-
tido en mostrar cómo el corte entre naturaleza y cultura es no sólo insuficiente
sino también ingenuo a la hora de pensar de qué manera lo genérico humano
es “intervenido” por el símbolo, dando lugar así a una dimensión de lo real que
inaugura una experiencia singular de lo imaginario sin la cual el acontecimiento
mismo de lo humano no hubiera tenido lugar? Sin llegar al forzamiento de “hacer
caer” al psicoanálisis propuesto por la praxis de Lacan en la pretensión freudiana
de constituirlo como el basamento categorial de una antropología, pienso que

66. Jacques Lacan (2001) [1978] [1954/55], pp. 56-57. En dicho capítulo, Lacan se apoya
en Las estructuras elementales del parentesco de Lévi-Strauss para construir su noción de lo
universal. A la vez, Lacan sube la apuesta mediante la distinción clave entre la universa-
lidad y lo genérico, situando lo universal humano como un subrogado de la existencia
misma de la función simbólica: la cita parece ser una respuesta a la asociación primera
entre naturaleza y universalidad / regla y cultura que Lévi-Strauss delinea en su libro. Así
Lacan remarca que “el hecho de que los hombres, salvo excepción, tengan dos brazos, dos
piernas y un par de ojos –y por otra parte esto lo tienen en común con los animales–, el
hecho de que se, como se dijo, sean bípedos sin plumas, pollos desplumados, todo esto
es genérico, pero absolutamente no universal”. Véase y confróntese Claude Lévi-Strauss
(1993) [1949], especialmente, pp. 41 y ss.

78
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

nada indica que Lacan –o quienes se inscriben bajo su divisa doctrinaria– hubiera
rechazado los supuestos de la pregunta anterior. Cuestionar lo general por la vía
de remarcar su dependencia de lo particular, poner en entredicho lo universal
por considerar que lo universal no es sin lo singular o que para el psicoanálisis lo
universal se encarna en lo singular del sujeto, son otros tantos modos de sortear
falsos dilemas.
Aun cuando el psicoanálisis no se sienta cómodo en el concepto de lo
general, es evidente que la extensión de otros campos hacia él, de un modo u
otro, lo requiere. En otras palabras, servirse de una teoría general a condición
de poder prescindir de ella.

Continuemos con la perspectiva de la anexión antes enunciada. Como rasgo


básico de la política que lo caracteriza, el anexionismo asume –con comodidad–
la teoría psicoanalítica pero elude las implicancias de la transferencia.67 Esto es,
disyunta la teoría de la clínica o, lo que en algún plano es lo mismo, la teoría de
la práctica. Es más, supone una teoría en vez de una práctica que teoriza o una
teorización practicante.
Al separar la teoría de la práctica, el anexionismo desarticula el núcleo
dinámico de un saber. Lo diseca. En este caso, la fecundidad del psicoanálisis
no es independiente de lo que han hecho los psicoanalistas con su práctica, en
concreto, Freud, Klein, Lacan, o quien fuere.68 Para bien y para mal la teoría no
puede ser sopesada en el más allá de sus aciertos y sus errores. El psicoanálisis,
entonces, como teoría no puede ser desacoplado en un todo de su práctica, esto es,
la de los propios psicoanalistas.69

67. Jorge Alemán (2003), pp. 71-86.


68. En ese sentido, resulta interesante pensar la respuesta de Jean Clavreul a la pregunta de
Alain Didier-Weil: “A. D-W.: ¿Qué opinas del retrato de Lacan que se desprende de su bio-
grafía escrita por Élisabeth Roudinesco, recién publicada? J. C.: Creo, como muchos otros
analistas, que en ese libro no se advierte de ninguna manera por qué Lacan fue psicoanalista
y no se dedicó a otra profesión...” (los destacados son míos); Jean Clavreul en Alain Didier-
Weil, Emil Weiss y Florence Gravas (2003) [2001], op. cit., p. 24. Cfr. Élisabeth Roudinesco
(2000) [1993], en particular, pp. 628-629.
69. Atento a lo que sostienen, en especial, los propios analistas que se inscriben en el campo
lacaniano, la práctica psicoanalítica adquiere su sentido (intensión) en el quehacer clínico pero
no por eso, como veremos más adelante, se cierra sobre sí misma sino que se nutre de los saberes
de su tiempo y lo hace sopesando la transferencia con esos saberes. Major, un analista cercano
a Lacan, pero que nunca se sumó a su Escuela, dice al respecto que “fundar la autonomía de

79
Juan Besse

Ahora bien, en cualquier caso, la anexión es por estructura unilateral.


En síntesis, y aunque parezca un tanto descabellado: se evidencia la polí-
tica de anexar la teoría y eludir la transferencia. In extremis: anexar la teoría para
eludir la transferencia.
La segunda modalidad de anexión podría considerarse un caso particular
de la primera, la anexión no por vía militar sino por vía política y, además, “co-
rrecta”: la mal llamada estrategia de la suplementación.
La retórica de la suplementación es en verdad (se piensa como) una
complementación que parte de un supuesto falaz organizado sobre la “asunción
incorregible” de que el psicoanálisis constituye un saber sobre lo individual.70
Postulado que no se comprende sin una disyunción ontológica –esto es, como
una división realista– entre individuo y sociedad. Se trata a todas luces de un
dogma basado en un pleonasmo que confunde la emergencia del inconsciente
–en la dimensión que lo hace posible, la de la singularidad que pone en juego
al sujeto– con un patrimonio individual.71 Cuando el individuo y el sujeto son
traspuestos e intercambiables ya no se está en el lugar que propone el psicoanálisis.
El psicoanálisis, desde sus inicios, consistió en un trabajo de discernimiento que
–bajo distintos nombres, ya sean las tópicas freudianas o las apuestas provocativas
de Lacan al hacer uso de la noción de sujeto– se ha propuesto evitar la absorción
del sujeto analítico en el individuo sociológico.
Las diversas estrategias de la suplementación terminan –a la corta o a la
larga– inscribiéndose como efectos teóricos que se refuerzan los unos a los otros. Así,
se pretende suplementar “lo individual” con “lo social”, “lo biológico” con “lo
cultural”, cuando no “lo patológico” con “lo normal”, retro-trayendo el estado

la clínica psicoanalítica no quiere decir confinarse en la ignorancia de las otras disciplinas y de


su lenguaje, sea el de la filosofía o el de la biología, el de la genética o el de las neurociencias.
Supone, por el contrario, su conocimiento, e incluso préstamos y desvíos, como sucedió con los
recursos múltiples del pensamiento lacaniano a la lingüística, la filosofía y la lógica. Pero esto no
significa confusión de lenguas. Se trata, por el contrario, de un trabajo riguroso de traducción:
un trabajo, hablando con propiedad, de transferencia”; René Major (2000) [1999], p. 87.
70. Sobre las intervenciones epistemológicas de Freud puede consultarse el trabajo señero
de Michel de Certeau (1995) [1987] y los diversos modos de abordaje de ese punto en la
obra freudiana trabajados en los escritos de Paul-Laurent Assoun (2001) [1999] y (1993).
71. No hay otro ser que el ser hablante, pero eso no habilita a hacer del hablante una mónada.
Una vez más el sujeto y la individualidad empírica quedan traspuestos, y en consecuencia
confundidos en una operación pre-cartesiana que piensa al cuerpo y a su implicación con
el alma como algo del orden del uno. Dicha ‘unificación’ oblitera la vertiente cartesiana que
intelige en la constitución del sujeto el espacio epistémico que abre el tener en dicha intelec-
ción. Véase Guy Le Gaufey (1998) [s/r], pp. 51 y ss.

80
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

del psicoanálisis a un punto anterior al giro teórico que Freud diera a partir de
192072 y profundizara con la zaga de escritos que se inicia en 1923. La postulación
de la pulsión de muerte –y la radical teoría del lenguaje que por su copertenencia
estructural con lo simbólico se deriva de ella– inaugura un estatuto de la pulsión
que, en los dilemas73 que oponen instinto a razón, siempre tiende a eludirse.
Una extensión hacia la teoría psicoanalítica no puede soslayar el estatuto
de lo pulsional, como sostiene Laurent, a sabiendas de que el lazo con el Otro
es la pulsión, y en ese sentido, el psicoanálisis se constituye para el pensamiento
social en invitación incesante a recordar el malestar. La noción de malestar –que
el concepto de pulsión permite inteligir– en su doble apertura, hacia lo crónico y
lo histórico,74 inaugura una avenida compleja para el análisis social: el reconoci-
miento de lo no histórico en lo histórico, y viceversa, mediante la postulación de
una naturaleza humana no enturbiada por el imperativo y el “equívoco idealista”,75
matriz esta última del equívoco historicista (todo es historia).
Así, la antropología freudiana hace del malestar estructura y por tanto
propone una posición menos ingenua respecto de la naturaleza humana. Huma-
na naturaleza que habiendo perdido pie en la primera naturaleza, la que filia al
hombre con el animal, no puede sentirse cómoda en la segunda –la cultura–, ésa
que el saber socioantropológico entiende como propiamente humana. En esos
pasajes de la primera naturaleza a la segunda –siempre dispuestos y expuestos
a fracasar y triunfar– un núcleo resiste la reconciliación del sujeto con el orden
simbólico que sostiene la cultura76 y abre, en consecuencia, la consideración del
malestar como concepto ordenador en la constitución del lazo social, posibilitando
de ese modo la aprehensión de la lógica de las formaciones culturales. Eso que,

72. Véase Juan Carlos Cosentino y Carlos Escars (comps.) (2003).


73. Construcciones muy propias de quienes sostienen la estrategia de la suplementación
‘complementaria’.
74. Sobre este punto al interrogarse acerca de lo que puede aportar el psicoanálisis a la proble-
mática de la exclusión y qué puede decir sobre las “formas actuales de la crisis de lo colectivo
y de sus ‘ideales’, que el síntoma de la exclusión cristaliza”, Assoun señala que “el vínculo
social se define por condiciones inconscientes [...] existe un sujeto del inconsciente que tiene,
como un Jano de dos cabezas, un ‘lado’ colectivo y un ‘lado’ individual, sin extensión a un
‘inconsciente colectivo’ que, como subraya Freud, es un pleonasmo que no explica nada [...]
es lícito sugerir que existe un decir del psicoanálisis sobre las formas, al mismo tiempo peren-
nes –ya que son estructurales– y móviles –ya que son históricas– de lo que Freud denomina
Malestar”; Paul-Laurent Assoun (2001) [1999], p. 27.
75. Sigmund Freud (1986) [1930, 1929], p. 139.
76. Sobre este punto puede verse la homologación pertinente e impertinente entre la perspectiva
hegeliana y freudiana del malestar llevada a cabo por Slavoj Žižek (2001) [1999], pp. 90 y ss.

81
Juan Besse

según Lacan, “Freud nos indica sin pedantería, sin espíritu de reforma, y casi
abierto a una locura que supera por mucho lo que Erasmo sondeó de sus raíces:
este acuerdo del hombre con una naturaleza que misteriosamente se opone a sí
misma, y donde él querría que logre descansar de su pena al encontrar el tiempo
medido de la razón”.77 Pasaje temprano en el que Lacan reivindica el papel que
fungió la construcción antropológica de Freud, pero también escruta y sopesa
los perjuicios y los beneficios que abismarse en la aventura de una antropología
puede tener para la práctica analítica. Poco después, y en medio del fragor de las
luchas políticas que marcaron el devenir del campo psicoanalítico en los años
sesenta, Lacan recusará la aspiración antropológica del psicoanálisis y se embar-
cará en el establecimiento de una ética estrictamente ajustada a los alcances de
la experiencia analítica, como una práctica que se concibe a sí misma, aunque
no exclusivamente, en relación con la clínica y sus avatares. Paradójicamente,
las transformaciones y los modos de pensar esa práctica, abiertos por la escisión
realizada en nombre de Lacan, tendrá efectos, silenciosos, pero contundentes,
en el terreno del pensamiento filosófico y en el quehacer de las ciencias sociales
que se nutre de ese pensar.

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Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...

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Juan Besse

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84
Capítulo 4
LA TEORÍA MENOR, EL TIEMPO HISTÓRICO Y LA
PRÁCTICA SIMBÓLICA COMPARTIDA*

(A propósito de las reflexiones de Cindi Katz, Hacia una teoría Menor,1


y Michel Foucault, Microfísica del poder)2

Cora Escolar

Introducción

El propósito del presente artículo es plantear, con un carácter predominantemente hi-


potético y a los efectos de la discusión, un conjunto de cuestiones relativas a la relación
entre la llamada “teoría menor” y las llamadas “teorías totalitarias” o “totalizadoras”.
Partimos para su desarrollo de la lectura crítica de las posiciones de Cindi
Katz y Michel Foucault respecto de la importancia de la llamada “teoría menor”
en relación con la construcción y reconstrucción metodológica para el abordaje
de distintos campos problemáticos.
Hemos seleccionado ambos trabajos porque a nuestro criterio plantean
de manera original y nueva una serie de reflexiones más que pertinentes para
la problemática que aquí pretendemos desarrollar. Pero, que al mismo tiempo
contienen lo que desde nuestra perspectiva constituyen interesantes puntos de

* Artículo publicado en Cinta de Moebio. Revista Electrónica de Epistemología de Ciencias


Sociales, Nº15, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Santiago, 2002.
1. Katz (1996).
2. Foucault (1979).

85
Cora Escolar

discusión que nos ayudan a armar el discurso sobre la importancia metodológica


de la “teoría menor”.
En lo que sigue, haremos primero una breve exposición de los conceptos
con que Katz y Foucault abordan esta problemática. Luego intentaremos una
crítica de esos mismos conceptos con el fin de recuperar lo que en ellos nos parece
relevante. Por último, trataremos de exponer nuestros propios puntos de vista
respecto de la teoría menor y su relación con la teoría mayor en la construcción
de una mirada epistémico-metodológica del proceso de investigación.

Cindi Katz y su relación con las “teorías totalizadoras”

En términos generales, el artículo de Cindi Katz sostiene una posición crítica


de lo que denomina teorías totalizadoras3 que parecen conformar el núcleo
fuerte del paradigma dominante en el medio académico occidental en los
últimos años.
Este paradigma descansaría en una gnoseología positivista fundada a su vez
en una concepción lineal del tiempo y que define a la ciencia como un saber de
validez transhistórica (por tanto, como verdad ahistórica de alcance universal),
no dimensionada contextualmente ni condicionada por factores materiales de
ninguna índole (se trate del acceso a recursos o de intereses subjetivos). Conse-
cuentemente, la producción de ciencia es considerada como actividad autorre-
gulada, cuya legalidad propia y autónoma garantiza el deslinde infalible entre
éxitos y fracasos –es decir, la distinción inequívoca entre teorías que no resisten la
contrastación y son descartadas y aquellas que superan adecuadamente el cotejo
con “la realidad” y entran a formar parte del patrimonio universal de verdades
científicas (o conjeturas plausibles).
El carácter ahistórico y necesariamente acumulativo del conocimiento
científico involucrado en esta visión deriva lógicamente de la asunción (usual-
mente no explícita) de un sujeto de conocimiento.
La definición de la verdad científica como una y válida para todo sujeto
racional posible conduce inevitablemente a una política de exclusión en razón
de su presunta no cientificidad que se extiende a toda teoría o práctica de
investigación cuya adscripción a las reglas de producción de conocimiento
derivadas de y validadas por el paradigma dominante es por lo menos dudosa.
Esta marginalidad de la legitimidad académica de sectores y grupos que hacen
ciencia conforme otras lógicas ha sido históricamente reforzada por el peso
aunado de dos factores:

3. Katz (1996).

86
La teoría menor, el tiempo histórico y la práctica simbólica...

En primer lugar, la vigencia del criterio de demarcación4 del positivismo


lógico de tipo popperiano –que parece resistir en saludable agonía– al intento,
exitoso en un sentido amplio, de desmonte de las visiones neopositivistas más
estrechas que han sido el sustento teórico de la práctica científica de las últimas
décadas.
En segundo lugar, el refuerzo que este mismo enfoque positivista ha recibi-
do por parte de una de sus “consecuencias observacionales”5 más conspicuas –el
llamado “giro tecnológico”–, que a la trascendencia e ahistoricidad atribuida a
la ciencia ha sumado la autonomía de la legalidad tecnológica que se realimenta
permanentemente automotivada por la lógica de la innovación.
El efecto conjunto de estos factores se traduce en el carácter de tierra de
nadie que sigue teniendo aún hoy gran parte de la producción de conocimiento
–a pesar de y justamente por la asimilación de la crítica– dentro del todavía en-
corsetado universo académico que, desde su normativa que define qué es ciencia
y qué no, distribuye habilitaciones y proscripciones del terreno del discurso y
la práctica científica.
Los platos rotos de esta exclusión parecen pagarlos sistemáticamente aque-
llos que trabajan bajo nuevas modalidades en los espacios intermedios –es decir, en
los intersticios que constituyen las líneas de fractura del paradigma–, o, en palabras
de la autora, los puntos de subdesarrollo por los cuales el lenguaje puede escapar.6

Michel Foucault y las “teorías totalitarias”

También Foucault rechaza las pretensiones de lo que llama teorías totalitarias, a


las que reconoce algunos méritos –en particular cuando se trata del psicoanálisis
o del marxismo– y les adjudica un efecto inhibitorio7 (a diferencia de estas teorías
globales, y contra ellas, propondrá Foucault el desarrollo de teorías localizadas,
regionales, particulares.8
La teoría, para Foucault, no constituye sino “[...] una caja de herramientas
[...]”, “[...] se trata de construir no un sistema sino un instrumento [...]” y “ [...]

4. Popper (1978).
5. Weber (1973) [1958].
6. Katz (1996).
7. Foucault (1979).
8. “El papel de la teoría hoy me parece ser justamente éste: no formular la sistematicidad
global que hace encajar todo; sino analizar la especificidad de los mecanismos de poder, per-
cibir las relaciones, las extensiones, edificar avanzando gradualmente un saber estratégico”;
Foucault (1979), p. 79.

87
Cora Escolar

esta búsqueda no puede hacerse más que gradualmente, a partir de una reflexión
[...] sobre situaciones dadas”.9

La “teoría menor” como problemática en ambos autores

De ahí que en el discurso de Katz, más allá de cierta flojedad en el uso metafórico
del lenguaje –lo que complica el lado también descriptivo de todo relato que
en principio e intención asume centralmente la forma de planteo–, estos inters-
ticios representan la sospecha de grietas en el paradigma y evidencian que nada
permanece tal como lo definimos por mucho tiempo. La obstinación de lo real
por contrariar nuestros intentos de simplificar su complejidad actúa en dirección
favorable a lo que (siguiendo muy flexiblemente a Katz) puede entenderse como
una reelaboración de la anomalía que procede por descomposición de lo mayor.
Para Foucault, lejos de pensar en una descomposición de lo mayor, la reflexión
sobre situaciones dadas produciría investigaciones genealógicas múltiples.10

Espacio intermedio, intersticio, líneas de escape:


“el tornarse menor”

Se trata, entonces, para el tema que plantea Katz, además de una elaboración más
precisa de estos términos –espacio intermedio e intersticio– del esclarecimiento del
panorama, acercando una descripción del estado de las cosas en el cual la tensión
entre permanencia y cambio –cuyo nexo fluido sería el tornarse o devenir del que
habla la autora– podría ser, además de móvil y exquisita, informativamente más rica.
En efecto, no se trata de una petición de principio de tipo semántico:
elaborar como conceptos las expresiones que la autora emplea permitiría pasar
del lenguaje evocador de las imágines al código de construcción y desciframiento
de lo real –es decir, del sugerir al referir.

9. “No digo que estas teorías globales no hayan procurado ni procuren todavía, de manera
bastante constante, instrumentos utilizables localmente: el marxismo y el psicoanálisis están
ahí para confirmarlo”. Sin embargo, agrega de inmediato: “...pienso que no habrían procurado
tales intrumentos más que a condición de que la unidad teórica del discurso quedase como
en suspenso, cercenada, hecha pedazos, trastocada, ridiculizada, teatralizada [...]”; Foucault
(1979), p. 127.
10. “Y esta genealogía, en tanto que acoplamiento erudito y del saber de la gente, no sólo
ha sido posible sino que además pudo intentarse con una condición: que fuese eliminada la
tiranía de los discursos globalizantes con su jerarquía y con todos los privilegios de la van-
guardia teórica”; Foucault (1979), p. 129.

88
La teoría menor, el tiempo histórico y la práctica simbólica...

La utilidad de tal operación no se agota en su rinde gnoseológico en


tanto la autora señala que aun cuando las perspectivas no dominantes son
conocidas y aun citadas, sus reclamos no alteran en realidad el proyecto, a la vez
que enfatiza la importancia de la acción informada, una construcción descrip-
tivamente apropiada del escenario es la condición de posibilidad de orientar
en la dirección de lo viable la potencialidad transformadora que conlleva todo
tornarse menor.11
Resulta necesario poder identificar cuáles son y dónde están los intersti-
cios y los espacios intermedios para elaborar los puntos de ruptura en términos
de reales y operativas líneas de escape, y es lógicamente imposible identificar –y
señalar como blanco de una política de transformación– aquello cuyo concepto
es difuso. No se trata de una cuestión de nombrar, por cuanto esto remite a
la asignación convencional de correspondencias entre las palabras y las cosas,
mientras que elaborar un concepto es construir desde lo lógico-lingüístico la
identidad de un objeto.
La diferencia entre ambos actos es significativa: mientras el nombrar des-
cansa sin mayores dificultades en la confortable suposición de la existencia de
objetos ya dados al sujeto (equiparando cosa existente y objeto), el conceptualizar
involucra la perspectiva constructivista del conocimiento que hace del sujeto el
forjador activo de los objetos. Y esto no equivale, valga la aclaración, a poblar el
mundo desde el lenguaje, por cuanto a menos que deseemos incurrir en esencia-
lismos de difícil justificación lógica, la entidad de los objetos es debida a nuestra
actividad de conceptualización y clasificación de las cosas existentes.
En consecuencia, entre una sutil operación lógica como lo es la elaboración
conceptual de lo real, y algo tan escasamente abstracto como su transformación,
la distancia está marcada por la construcción de una estrategia de cambio rea-
lista e implementable. Esto es, ni más ni menos, transformar ese punto que es el
intersticio en un vector –una línea direccionada–, en este caso, para garantizar
la habilitación de otros discursos y prácticas igualmente científicos, que también
construyen el mundo que habitamos colectivamente.
En el debate por legitimar las voces de estos otros constructores de mun-
dos –los activistas de la teoría menor– Katz defiende un propósito políticamente
crítico por cuanto que es sustantivamente democrático: asegurar también para
estas otras lógicas el carácter de “hogar” del medio académico. Señala que los
reclamos de la teoría menor, siendo conocidos “y aun citados”, no producen
de hecho ninguna modificación en el paradigma dominante. La razón de este
eclipse pareciera, en principio, debida a una heterogeneidad en el estilo de pro-
ducir conocimiento científico: Katz habla de una “diferencia de desempeño”,

11. Katz (1996).

89
Cora Escolar

atribuyendo a las teorías opositoras una lógica de producción científica desde


un registro menor.
No obstante, la heterogeneidad de los lenguajes se resuelve, en realidad,
en un conflicto de intereses a través del cual las teorías opositoras ponen en
evidencia el carácter encarnado del conocimiento en general y las condiciones
materiales alternativas que promueven o limitan la producción de ciencia. Por
esta vía crítica procede a mostrar el fundamento históricamente posicionado
de los “registros diferentes”: la heterogeneidad de lenguajes descansa, en última
instancia, en un fundamento material, que hace de la incomensurabilidad de las
teorías como enfoque de la historia de la ciencia una postura ideológico-política
resistida en el debate académico ortodoxo.
En este sentido, el posible aporte de una línea de pensamiento como
la que desarrolla la autora radica en llamar la atención sobre la necesidad de
franquear el acceso al rango de la excelencia no sólo a otras teorías, otras lógicas,
otros modos de producir conocimiento, sino –lo que es más importante– de
acoger dentro del hogar académico a los grupos humanos que llevan adelante
esas otras prácticas.
Desde ya que tal propósito se inscribe de lleno en la praxis –la acción
informada, en palabras de Katz–, y que por lo tanto exige mucho más que escla-
recimientos teóricos o deslindes conceptuales. Sin embargo, el primer paso en
esta dirección bien puede ser trabajar el ensanche de la noción históricamente
elitista de excelencia, “forzando los límites del lenguaje” de manera de producir, a
la larga, una democratización del enfoque desde el cual la propia intelectualidad
académica piensa su lógica de conocimiento en la generación de conocimiento.
Este primer objetivo es seguramente modesto, pero su modestia no es insig-
nificancia, y no por ello, por otra parte, es sencillo de alcanzar: si así fuera, los años
de “teoría marxista, feminista, poscolonial, antirracista y otras singularidades”12
habrían logrado posiciones de relevancia en la vida académica norteamericana.
Lejos de ello, Katz revela muy a su pesar que estas otras miradas apenas si han
podido arañar sin hacer mella el monolítico sentido común académico –para
usar una expresión de Gramsci que resulta aquí especialmente pertinente.

El intelectual “específico” y su lucha en torno a la verdad

Como lo expresa Foucault, el intelectual específico ha terminado por sustituir al


intelectual universal: “[...] de este modo, el intelectual específico, actuando dentro
de su ámbito particular y de acuerdo a su especialidad –y ello independientemente

12. Katz (1996).

90
La teoría menor, el tiempo histórico y la práctica simbólica...

de cualquier proyecto estratégico global– cumpliría, entonces sí, un papel en


el trastocamiento del sistema de poder”. Y continúa: “[...] Un nuevo modo de
‘ligazón entre la teoría y la práctica’ se ha constituido. Los intelectuales se han
habituado a trabajar no en el ‘universal’, en el ‘ejemplar’, en el ‘justo-y-verdadero-
para todos’, sino en sectores específicos, en puntos precisos en los que los situaban
sus condiciones de trabajo o sus condiciones de vida (la vivienda, el hospital, el
manicomio, el laboratorio, la universidad, las relaciones familiares o sexuales”.13
Y esta lucha del intelectual específico hace referencia ante todo y princi-
palmente a la lucha en torno a la verdad. Pero entendiendo por verdad no “[...]
el conjunto de cosas verdaderas que hay que descubrir o hacer aceptar sino el
conjunto de reglas según las cuales se discrimina lo verdadero de lo falso y se
ligan a lo verdadero, efectos políticos de poder”.14 De ahí, que las luchas en torno
a la verdad implican para el intelectual un problema político fundamental. Y
esta situación se expresa mejor en la concepción que Foucault ha expuesto del
sistema educativo: “[...] ¿Qué es después de todo un sistema de enseñanza sino
una ritualización del habla; sino una cualificación y una fijación de las funciones
de los sujetos que hablan; sino la constitución de un grupo doctrinal cuando
menos difuso; sino una distribución y una adecuación del discurso con sus po-
deres y saberes?”.15 La lucha estaría dirigida hacia la constitución de un nuevo
régimen político de verdad.

¿Teoría totalizadora versus teoría menor?

Avanzar en la dirección de la integración no es, por otra parte, tan sólo un legítimo
reclamo de progres nostálgicos. En efecto, asegurar la heterogeneidad de voces y
la posibilidad de potenciar la fertilización cruzada entre perspectivas, teorías y
prácticas es una bandera que debe levantarse no únicamente desde el deber ser
de la pluralidad democrática esencial al oficio de científico, sino que responde
también a una necesidad práctica: este mundo nuestro –al que agredimos y ha-
bitamos colectivamente– no puede darse el lujo de descartar ninguna incubadora
de posibles soluciones para algunas de todas las heridas con que continuamente
lo lastimamos. Y, en esa dirección, no puede desdeñarse el aporte de estas otras
maneras “alternativas” –conforme la denominación estándar– a la hora de idear
nuevas soluciones a nuevos problemas, nuevas maneras de enfocar problemas

13. Foucault (1979).


14. Foucault (1979).
15. Foucault (1980) [1970].

91
Cora Escolar

viejos y rápidas vías de adaptación para las cambiantes condiciones de nuestro


escenario cotidiano.
Indicar una “línea de escape” en esta dirección es, me parece, el logro que
el artículo de Katz alcanza, a la vez que evidencia –desde su propia factura, los
giros de su expresión y la forma en que en él cohabitan un poco promiscua y
ligeramente temas y preocupaciones diversas– un estado de la cultura académica
occidental actual y una agenda de urgencias pendientes de resolución (y aun de
planteo adecuado).
Creo, siguiendo a Katz y Foucault, que en un medio intelectual y político
cansado de burdas interpretaciones, de la burocratización de los partidos, del
“vanguardismo” pretencioso que se erige en representante de las masas, que
muchas de las proposiciones de ambos autores aparecen como una bocanada
de aire fresco en un ambiente enrarecido. Y, esto, para los intelectuales contiene
otra virtud: la importancia de las microluchas cotidianas sin tener que pregun-
tarse por el significado de esas microluchas en relación con la sociedad global.
Es cierto que no pensar en perspectiva puede resultar estéril, por ello, propongo
pensar en simultaneidad y articulación. Creo que ha llegado el momento de
exponer nuestros propios puntos de vista y con ello lograremos que las “teorías
totalizadoras” acojan a las “teorías menores”, bien como realidades prácticas, bien
como utopías, que la utopía tiene su lugar en la historia.

Bibliografía

Foucault, M.: “Poderes y estrategias” en Microfísica del poder. Madrid, La Pi-


queta, 1979.
—: “Los intelectuales y el poder” en Microfísica del poder. Madrid, La Piqueta,
1979.
—: “Nietzsche, la Genealogía, la Historia” en Microfísica del poder. Madrid, La
Piqueta, 1979.
—: “Curso del 7 de enero de 1976” en Microfísica del poder. Madrid, La Piqueta,
1979.
—: El orden del discurso. Barcelona, Tusquets, 1980 [1970].
Katz, C.: “Towards minor theory” en Environment and Planning D: Society and
Space, volumen 14, pp. 487-499, 1996.
Popper, K.: “La lógica de las ciencias sociales”, en Popper et al., La lógica de las
ciencias sociales, México D.F., Grijalbo, 1978.
Weber, M.: Ensayos sobre metodología sociológica. Buenos Aires, Amorrortu Edi-
tores, 1973 [1958].

92
Capítulo 5
PROCESO Y DISEÑO EN LA CONSTRUCCIÓN DEL
OBJETO DE INVESTIGACIÓN: LAS COSTURAS DE
FRANKENSTEIN O UN ENTRE-DOS QUE NO HACE DOS*

Juan Besse

Tras días y noches de increíble trabajo y fatiga, logré averiguar la causa de


la generación de la vida; y más aún, conseguí dotar de animación a la materia
inerte. [...] Pero este descubrimiento era tan grande y abrumador que
enseguida olvidé las etapas que gradualmente me habían conducido a él,
y sólo tuve ojos para el resultado.

Víctor Frankenstein
Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo

I. Razones introductorias

Discernir los niveles epistemológico, metodológico y tecnológico mediante los


cuales se lleva a cabo el trabajo investigativo hace al establecimiento de una

* El presente capítulo surgió de las costuras de notas sueltas y pasajes de trabajos preexistentes.
Las lecturas y consideraciones de Cecilia Ros y Miriam Wlosko respecto de algunos de esos
escritos fueron un envite a dar forma a este trabajo. Cora Escolar y Juan Samaja hicieron lo
suyo gracias a una enseñanza perdurable.

93
Juan Besse

analítica de la investigación, sin la cual la metodología –como saber– corre el riesgo


de ser capturada o, lo que es peor, reducida por los otros niveles, dificultando
de ese modo el entendimiento o la aprehensión de la complejidad de la lógica
de las prácticas de investigación social. Para Jesús Ibáñez, que lee a Bourdieu,
Chamboredon y Passeron, que a su vez leen a Bachelard, “la tecnología nos da
razón de cómo se hace. Pero antes de plantear el problema de cómo se hace, hay
que haber planteado los problemas de por qué se hace así (nivel metodológico) y
para qué o para quién se hace (nivel epistemológico). Bourdieu señala tres opera-
ciones necesarias para el dominio científico de los hechos sociales: una ‘conquista
contra la ilusión del saber inmediato’ (epistemológica), una ‘construcción teórica’
(metodológica) y una ‘comprobación empírica’ (tecnológica). Las tres opera-
ciones están jerarquizadas. Cada una da razón de las siguientes, construye un
metalenguaje sobre ellas. Bourdieu se inspira en Bachelard, para quien el hecho
científico se conquista, construye y comprueba”.1
Decir que el hecho científico se conquista, construye y comprueba es estable-
cer anterioridades donde lo lógico prima sobre lo cronológico. Si hay en juego
una temporalidad, se trata de una temporalidad lógica no expresable de manera
directa en un tiempo cronológico, el de la mera temporalidad ordinaria. Como
recurso grotesco, algo así como decir: el lunes conquisto, el martes construyo y
el miércoles compruebo. La comprobación supone lógicamente la construcción y
esta última la conquista del objeto. Según Badiou, “en una concepción experimen-
talista de la ciencia como la de Bachelard para la física o la de Canguilhem para
la fisiología, el ‘hecho’ experimental es él mismo un artefacto: es una escansión
material de la prueba y nunca la preexiste”.2

1. Jesús Ibáñez (1996) [1986], pp. 51-52. Véase El Oficio de Sociólogo de Pierre Bourdieu,
Jean-Claude Chamboredon y Jean-Claude Passeron (1992) [1973]. En la introducción
de este último libro, denominada “Epistemología y metodología”, los autores señalan que
“establecer, con Bachelard, que el hecho científico se conquista, construye y comprueba, implica
rechazar al mismo tiempo el empirismo que reduce el acto científico a una comprobación y
el convencionalismo que sólo le opone los preámbulos de la construcción. A causa de recor-
dar el imperativo de la comprobación, enfrentando la tradición especulativa de la filosofía
social de la cual debe liberarse, la comunidad sociológica persiste en olvidar hoy la jerarquía
epistemológica de los actos científicos que subordina la comprobación a la construcción y
la construcción a la ruptura: en el caso de una ciencia experimental, la simple remisión a la
prueba experimental no es sino tautológica en tanto no se acompañe de un explicación de los
supuestos teóricos que fundamentan una verdadera experimentación, y esta explicitación no
adquiere poder heurístico en tanto no se adhiera la explicitación de los obstáculos epistemo-
lógicos que se presentan bajo una forma específica en cada práctica científica” (los destacados
son míos); Bourdieu, Chamboredon y Passeron (1992) [1973], p. 25.
2. Alain Badiou (2009) [2007, 1969], p. 54.

94
Capítulo 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto...

Destaco entonces que lo que define la entidad de una práctica de inves-


tigación es el anudamiento necesario entre la teoría, el método y la técnica,3
nudo siempre singular, cuyo devenir –en tanto anudamiento– da lugar a lo que
suele denominarse el proceso de investigación. La materialización de las acciones
que hacen dicho proceso y las decisiones racionales de diseño que lo puntúan
presuponen el enlazamiento de los tres niveles, operaciones y modalidades que
Ibáñez señalara:

Relación Niveles Operaciones Modalidades


1 teoría Epistemológico Conquista (epistémica) Para qué / para quién
2 método Metodológico Construcción (teórica) Por qué (se hace así)
3 técnica Tecnológico Comprobación (empírica) Cómo

Cada uno de esos tres niveles, que es solidario de los otros, le imprime a
cada momento del proceso de investigación una primacía relativa que se despliega
peculiarmente, con énfasis distintivos, en la práctica de diseño. Se trata entonces
de puntualizar aspectos propios de los tiempos y las operaciones conceptuales y
prácticas de la construcción del objeto en el proceso de investigación. La cuestión es
entonces transmitir la complejidad de las relaciones entre:

• los niveles (epistemológico, metodológico, tecnológico)


• las operaciones (conquista contra la ilusión del saber inmediato, es decir
las relaciones entre la ruptura, el obstáculo y la vigilancia epistemológica;
construcción teórica del objeto de estudio y comprobación empírica del
mismo mediante la obtención y procesamiento de información) y
• las modalidades (cómo, por qué, para qué y para quién)

Es ya un lugar establecido de la retórica4 construccionista, la postulación


de relaciones entre teoría, método y técnica en el trabajo de constitución del
objeto de estudio. Dichas relaciones suelen ser enunciadas como la relación
T-M-T, entendiéndose así una cierta universalización del interjuego y por

3. Sobre este punto en particular, véase Cora Escolar (2000).


4. No sólo en el sentido de giros argumentales que fundan una posición sino también como
retórica especulativa, dice Quignard, “tradición letrada antifilosófica que recorre toda la
historia occidental desde la invención de la filosofía”; Pascal Quignard (2006) [1994], p. 9.
Pienso que hay en Bourdieu, como emblema de algunos otros, y su estilo de trabajo intelectual
ciertas trazas de esta filiación retórica.

95
Juan Besse

ende su carácter necesario. Se trata entonces de relaciones contingentes que en


la medida que den a luz un producto se dirá que han sido o devenido necesarias.
Así, pensando en la transmisión de ese carácter necesario de la relación
teoría, método, técnica, surgió la potencia de ciertas figuras topológicas que logran
no sólo graficar las relaciones entre los elementos sino dar cuenta de la consistencia del
anudamiento que rebasa lo imaginario de los vínculos y se proyecta sobre la escritura
del proceso de investigación y por lo tanto sobre su producto. La idea es que las figuras
que se usan para mostrar modos de relación eviten abordajes simplificadores
que conduzcan por una parte, a pensar una aprehensión independiente de la
teoría, del método y de la técnica en el proceso de investigación y por otra, a una
escisión entre el proceso de investigación y la producción tanto del objeto como
del sujeto de la investigación.5
Al buscar figuras lógicas de transmisión del enunciado ‘si hay investigación
hay anudamiento’, la topología6 pero también sus usos tal como ha sido utilizada
por ejemplo por Lacan en un campo distinto al de la matemática, muestra su
fecundidad para otros usos.7 Guitart, como matemático, realiza al respecto una
indicación pertinente –y estimulante para el campo de las ciencias sociales–
cuando dice “el alcance de lo que Lacan [hace] puede verse en la necesidad de
proponernos con sus elaboraciones en torno a objetos matemáticos, como la
banda de Moebius y el entrelazamiento borromeo, no es tanto del orden de la
topología (elaboración de los discursos sobre la cuestión de los lugares) como
de lo que yo llamaría logotopía (elaboración de lugares sobre la cuestión de los
discursos)”.8 Entre esas figuras topológicas, o si seguimos a Guitart, logotópicas,
la del anudamiento borromeo permite visualizar un entre tres que no hace tres.9

5. La enseñanza de la metodología por vía de inventario suele desembocar en modos de


rubricar, por parte del enseñante o del investigador, imágenes de desresponsabilización sub-
jetiva (y por tanto objetiva) respecto del objeto construido en la práctica de investigación.
El investigador suele “aparecer” como mero mediador entre el objeto y el conocimiento.
6. Una semblanza accesible sobre los nudos puede consultarse en Ian Stewart (2004) [1987].
7. Cabe señalar aquí los riesgos de imaginarización que pueden producir esas figuras si no se
marcan adecuadamente ciertos principios que reduzcan la tentación de pensarlas como nuevas
formas de sutura o dialectización que terminan invitando a los siempre buscados efectos de
cierre, en el sentido de un completamiento sin punto ciego.
8. René Guitart (2003) [2000], p. 44.
9. Los nudos borromeos son figuras topológicas que fueron desarrolladas conceptualmente por
Jacques Lacan para matematizar (matemizar) la enseñanza del psicoanálisis a partir de 1972 y, de
ese modo, transmitir un saber que paradójicamente no puede reducirse, en tanto saber clínico,
a una mera enseñanza. En ese sentido algunas figuras topológicas permiten graficar relaciones
complejas y enfatizar el carácter analítico de las distinciones, siempre proclives –a fuerza de
prácticas– a sustantivarse. La denominación debe su nombre a una figura presente en el blasón

96
Capítulo 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto...

Tres que sólo es posible enlazar mediante la construcción de un cuarto térmi-


no; es decir algún grado de –dispénsese el neologismo– efectuación del sujeto de
investigación, esto es un sujeto investigador. Donde el término investigador hace
referencia a algo que es necesario producir cada vez y no a una sustancia o una
facultad pre-existente, anterior y exterior a la práctica de investigación misma.
Con esto queda establecido como supuesto que no sólo el objeto de investigación
es del orden del efecto sino que el sujeto también lo es.10

de la familia milanesa Borromeo, consistente en una “‘cadena de tres, tal que al desatar uno de
los anillos de esta cadena los otros dos se deshacen’ [...] y si los nudos borromeos interesan es
a causa de su función esencial, ‘es decir, del tipo paradójico de enlace que instituyen’: ‘ ¿Qué
es una topología? Una topología –declarará Lacan en su charla el Savoir du psychanaliste– es
algo que tiene una definición matemática. La topología es lo que se aborda en primer lugar
mediante relaciones no métricas, relaciones deformables. Propiamente hablando, es el caso de
esas especies de círculos blandos [...] cada uno es una cosa cerrada blanda que se sostiene por
estar encadenada a las otras. Nada se sostiene solo. Esta topología, por su inserción matemática, está
ligada a relaciones de significancia, es decir, que es en tanto que esos tres términos son tres que vemos
que por la presencia del tercero se establece una relación entre los otros dos. Es esto lo que quiere decir
el nudo borromeo’” (destacados nuestros); Claude Conté (1996) [1993], p. 88. Asimismo, “el
nudo procede de un método emparentado con el de la ciencia: el método que cobra consistencia
gracias a una dimensión por la cual pasamos de la demostración a la mostración, es decir, a una
evidencia que ya no obedece únicamente a la calidad imaginaria de la demostración sino también
a la calidad de lo real”; Charles Melman (2003) [2001], p. 85. Por tal razón no se trataría de una
mera ilustración, una imagen pertinente. Así los dibujos como medios para hacer efectiva una
representación gráfica ponen en escena una captura imaginaria, pero al tratarse de una escritura
ya introducen “el simbolismo”. En esa dirección, Granon-Lafont afirma que “Lacan demanda
del nudo borromeo explicar, formalizar relaciones que por lo demás no están escritas. El nudo
no ilustra las relaciones entre los términos, las crea”; Jeanne Granon-Lafont (1999) [1987], p. 142.
10. Según Foucault el conocimiento es un “efecto de superficie”; su invención –en los términos
sostenidos por Foucault– comporta una doble ruptura. Ruptura con la naturaleza humana pero
también con la naturaleza de la cosas. Con la naturaleza humana, porque el sujeto de conocimiento
no es del mismo nivel que ‘la’ o al menos una naturaleza humana (ya sea se entienda por natura-
leza humana una determinada estructura anatómica y fisiológica compleja caracterizada por un
atributo sutil como el prensilismo; una co-pertenencia entre lo humano y el orden simbólico; la
posesión de un aparato para proferir el lenguaje; el hecho de ser seres hablantes) sino que entraña
un plus. Ruptura con la naturaleza de las cosas porque el conocimiento tampoco se desprende de
la naturaleza de las cosas, las cosas no reclaman ser conocidas y esto ni aunque las cosas humanas
se definan por su estar en la lengua o posean el atributo del habla o la potencialidad de ser dichas.
En tal sentido, Foucault no desconoce la existencia de una materialidad –de hecho– independien-
te del acto de conocimiento, materialidad que pre-existe al trabajo de constituir el objeto sino
que enfatiza el argumento de que el conocimiento sólo es posible mediante la distancia o mejor
dicho el proceso de producir un distanciamiento entre un sujeto y un objeto que se producirían
con el acto mismo de conocer, pauta que nos es brindada por el lenguaje: conocer es co-nacer;

97
Juan Besse

En síntesis, el anudamiento entre teoría, método y técnica que posibilita


llevar a cabo un proceso de investigación y la construcción de un objeto se pro-
duce simultáneamente con la ‘efectuación’ del sujeto.11
En ese sentido, el proceso de investigación que conduce a la construcción
del objeto es un proceso tridimensional, a la vez epistemológico, metodológico
y tecnológico. Así como de un objeto tridimensional no cabría preguntar si es
ancho o largo porque es ancho, largo y alto; respecto de un proceso de investi-
gación no cabe preguntar si es teórico o empírico, no cabe tampoco escindir la
teoría del método o éste último de la técnica.

II. Los usos del término proceso de investigación

Una vía fecunda para abordar la noción de proceso de investigación es descom-


poner el término a partir de múltiples cruces. Así, un camino es el rastreo en
algunas definiciones de sus marcas etimológicas pero también de su historia
conceptual, tanto desde el punto de vista de su significado referencial (un abor-
daje semántico) como de los usos efectivos en el campo científico y con mayor
énfasis en el campo de la investigación social.
La tarea entonces es tomar cierta distancia respecto del término proceso
de investigación. Como primera aproximación hacerlo no sólo en lo tocante a
su significación erudita o manualística sino también a su significancia social.12

Michel Foucault (1984) [1973]. Por ende, el sujeto no coincide con el investigador (aunque lo
presupone, es su condición necesaria pero no suficiente) y el objeto no coincide con las cosas
(aunque las presupone), se producen junto con el conocimiento en una fabricación que no es
transparente ni del todo conciente para el investigador. Está claro que Foucault sube la apuesta de
la teoría del conocimiento kantiana mediante la incorporación del poder y la historicidad. Y que
lo hace por la vía de la incorporación de elementos conceptuales provenientes del pensamiento
de Nietzsche a través de los cuales pone en perspectiva el conocimiento pero también el objeto
y el sujeto de conocimiento. Véase en este libro nuestro comentario sobre el libro de Vanden
Berghe Lacan lector de Simmel: una extraña alianza.
11. Sujeto y objeto no son causa de conocimiento sino que son del orden del efecto. O en
todo caso sujeto y objeto se encuentran en el lugar de causados uno respecto del otro pero
a condición de preservar un punto de imposibilidad: el sujeto no puede decirlo todo acerca
del objeto y el objeto no puede ser dicho todo.
12. Acerca de la significancia o insignificancia social, de manera muy preliminar, cabe decir
que los usos del término se inscriben en un orden del discurso que habría que indagar caso
por caso y que la magia del término se ve reforzada, entre otras impulsiones, por la noción
de proceso en tanto progreso. En la lengua de los argentinos, la marca del significante Proceso
de Reorganización Nacional es motivo de vacilaciones o impasses discursivos.

98
Capítulo 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto...

La eficacia simbólica del concepto le viene dada por un orden que excede las
cuestiones epistemológicas y metodológicas, es decir que su significación no se
da por el mero trámite de las razones expuestas por las teorías de la ciencia, del
conocimiento o de la investigación que circulan en las instituciones académicas
o científicas sino también por los alcances de su inscripción social. Siguiendo a
Canguilhem, la cuestión es explorar no sólo en el terreno discursivo de lo que la
ciencia dice sobre el proceso de investigación sino sobre lo que no dice o dice no.
Proceso de investigación es un término que enlaza dos significantes poli-
valentes y enraizados de un modo u otro en el habla social. Evolucionar y conocer
hacen sentir allí su escansión o corte histórico. Digamos que se trata de un con-
cepto eminentemente moderno, ilustrado, faro de luz durante al menos dos siglos.
También que se está ante una palabra encandilante. ¿De qué distintos modos el
evolucionismo –una sucesión de fases, etapas o estadios correlativos y necesarios– y
el funcionalismo –la visión de algo como un todo de partes interdependientes y
con imperativos de regulación interna– están presentes en el término? Se trata
entonces, como diría Canguilhem, de distinguir –y diferenciar– lo normal de
lo normativo y ver cómo el significado más asentado de normalización es un
producto arbitrario de la confusión entre normatividad y normativismo (en tanto
uso espúreo o explotación política o ideológica de la norma).13
Según Allouch –y la metodología como campo con aspiraciones disci-
plinarias tanto como los usos del término en dicho campo no son ajenos a este
boceto– “el término ‘proceso’ viene del latín processus que quería decir ‘progreso’;
es ‘eso que va adelante’, de allí su sentido anatómico de ‘prolongamiento’, ‘sa-
liente’, ‘divertículo’. Littré lo define como un conjunto de fenómenos concebido
como activo y organizado en el tiempo (el singular señala que esos calificativos se
refieren al conjunto como tal y no a los fenómenos). Guilbaud en su libro sobre

13. Una de las certidumbres relativas que orientan este trabajo indica que no podemos rehusar
de la normatividad pero tampoco caer en el normativismo; es decir que en esa delgada línea
se juega la diferencia entre la razón y la locura. Al respecto Legendre dice que “importa no
confundir una reflexión sobre la normatividad con el despliegue de un pensamiento normativo. La
sociología –al menos la que no es ciega a sus propios fines– ha perfeccionado suficientemente
sus métodos para favorecer esta distinción. La explotación social y política de la normatividad
es una cosa, la cuestión vital del vínculo de un sujeto con la normatividad es otra cosa. Ninguna
sociedad humana podría prescindir de poner en orden a sus sujetos” (destacados míos); Pierre
Legendre (1996) [1985], p. 11. Una aserción similar ofrece la obra de Georges Canguilhem
Lo normal y lo patológico, al distinguir entre el cuerpo normado –como cuerpo social exter-
no producido por el científico en el quehacer de su ciencia (laboratorio, estadísticas)– y el
cuerpo normativo –en tanto cuerpo capaz de innovar, de producir respuestas inéditas, esto
es, la normatividad como instrumento a través del cual el ser viviente se singulariza; véase
Guillaume Le Blanc (2004) [1998], pp. 46-66.

99
Juan Besse

la cibernética da la definición siguiente: “...una teoría general de los ‘procesos’,


palabra que designa ya sea una sucesión de fenómenos, dotada de cierta coherencia
o unidad (aquí los calificativos se refieren a la sucesión como tal) ya sea la fuente
o la génesis de esta sucesión. [...] Es cierto, Freud no cerró definitivamente esta
puerta al proceso, lo cual nos puede sorprender viniendo de quien sin embargo
había reconocido que en el hombre no existía la más mínima tendencia al pro-
greso”.14 Para Allouch el proceso entendido como progreso por lo que supone
como dirección homogénea y orientada, ofusca el acto. Así, siguiendo a este
autor, Lacan, al forcluir el proceso psiquiátrico, daría lugar al acto (analítico).15
A semejanza de ese gesto teórico, en el campo de la investigación social se
puede decir que cuestionar la noción de proceso de investigación no es desestimar
su lugar sino reubicar su importancia y abrir la caja negra: desplazar la vigilancia
epistemológica desde el proceso de investigación (historicismo que cree que el
sentido viene del pasado) hacia el acto investigativo (cuya marca es historizante
y no historicista).16 Y tal vez este reavivo del acto de investigación no sea otra cosa
que la necesidad de “perder apoyo” en el proceso, reducir su hipostasía en el
discurso metodológico de la ciencia y por prolongación en el de la ciencia social,
afín a lo que Samaja sugiere cuando dice “la actividad investigativa efectúa una
modificación en el sistema originario de observables y de representaciones del
objeto de estudio. Efectuadas las actividades y producido el resultado, el proceso
remata y se ‘extingue’ en el producto”.17
La noción de proceso de investigación puede ser interrogada desde otras
concepciones que la despegan de la noción de progreso. Por ejemplo, Jullien,
en su Tratado de la eficacia, desde una perspectiva comparativa que examina la
noción de eficacia en el mundo griego, después romano-cristiano, y la confronta
con la concepción de proceso en el mundo chino, revela un corte de base entre
procesar y progresar. Así, dice Jullien, “la lección china, en síntesis, reside en que la
eficacia es siempre el resultado de un proceso. Es necesario un desarrollo. Podrán
percibir aquí la gran noción china del tao, la ‘vía’, o, como acabo de traducirlo,
la viabilidad. Pero no podemos equivocarnos: a pesar de lo que el tema de la
‘vía’ parece tener fatalmente en común, a través de la diversidad de las culturas,

14. Jean Allouch (1994), p. 20.


15. Agrega Allouch que “en psiquiatría, en psicoanálisis, pero también en otros campos
(notablemente en historia) uno encuentra regularmente y hasta en los mejores trabajos, ese
procedimiento bastante curioso que consiste en hacer de un caso, de una monografía que
ofrece una secuencia de acontecimientos, un proceso [...] es casi general la tendencia que
hace de la distinción del reconocimiento de un proceso, el criterio de una comprensión al fin
‘científica’ de un objeto que de golpe también lo sería”; Jean Allouch (1994), p. 17 y p. 18.
16. Así diacronía no es, por sucesión de tiempo crónico, historicidad.
17. Juan Samaja (2003) [1993], p. 46.

100
Capítulo 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto...

la vía china no es una vía que ‘lleva a’, como la vía religiosa en Europa, o la vía
de la filosofía que, como el principio de Parménides, conduce a la verdad. En el
contexto cristiano, la vía lleva al Padre (a la Salvación, a la Vida eterna). Nuestra
imaginación europea siempre relaciona la vía con un final, siempre hay un telos;
mientras que el tao chino no es una vía que lleva a, sino la vía por donde la cosa
pasa, por donde es posible, por donde es ‘viable’. Es la vía de la regulación, la
vía de la armonía por donde el proceso, que no se desvía, vuelve a pasar ince-
santemente. [...] aquí no hay ninguna idea de resultado; se trata de un proceso
y no de un progreso”.18
Así, atento a la vía china pero sin desafiliarse de la vía occidentada, diver-
sos autores, entre ellos Samaja, han señalado los usos, muchas veces confusos e
imprecisos, de términos tales como proceso, diseño, método o proyecto de investi-
gación. Que si bien son términos que refieren a aspectos de la investigación que
se encuentran estrechamente vinculados en la práctica de producción de cono-
cimiento es necesario distinguirlos como dimensiones específicas de dicha práctica.
Demos un rodeo antes de avanzar en la definición de proceso que ofrece
Samaja.
La asunción básica del programa para una epistemología de las ciencias
sociales impulsado por Bourdieu, Chamboredon y Passeron a principios de los
años ’70, y cuyo manifiesto es El Oficio de Sociólogo, se organiza sobre el intento
de evitar la disyunción sustantiva entre epistemología y metodología, o dicho en
otras palabras entre teoría y método, esto es dejar de suscribir la separación
realista entre teoría y observación, teoría e investigación, teoría y práctica que,
aunque sutilizada, imponía el canon metodológico derivado del programa de Paul
Lazarsfeld y continuado por Galtung: teoría teoricista y metodología empirista.
La cuestión entonces es buscar el atajo para salir de la encerrona que insiste
en separar en términos sustantivos19 la teorización del objeto de estudio respecto
del proceso de investigación, entendido este último como el proceso de elabora-
ción del diseño de investigación20 pero que al no coincidir uno a uno con él lo
rebasa y lo afecta. En esa dirección se orienta la recuperación del aserto de Kant,
parafraseado por Pierre Bourdieu, cuando dice que la teoría sin investigación
empírica está vacía y la investigación sin teoría está ciega.
El discurso metodológico (no el ‘clásico’ sino el del pasado reciente) ha
introducido un término como es el de estrategia de investigación o estrategia
teórico-metodológica que viene a cuestionar, es decir a darle otro significado u

18. François Jullien (2006) [2005], pp. 78-79.


19. Es decir, en términos prácticos y no analíticos.
20. En la acepción restringida que hace referencia al diseño como el conjunto de operaciones téc-
nicas destinadas a la obtención de información, punto que desarrollaré en el acápite siguiente.

101
Juan Besse

otro alcance, al término proceso de investigación. La noción de estrategia de


investigación ‘desnaturaliza’ o si preferimos ‘desnormaliza’ la temporalidad de
la secuencia investigativa y, por ende, viene a resolver los problemas derivados
del empastamiento entre proceso (construcción por la acción) y diseño (cons-
trucción por la razón). Sin embargo, agrega otras dificultades: supone, desde
una asunción demasiado político-militar de la noción de estrategia la idea de
un gobierno cuasi-pleno sobre la práctica de investigación.21
En contraste con la estrategia de investigación entendida como gobierno de
la práctica, Samaja identifica múltiples aspectos del proceso de investigación y, de
este modo, matiza los alcances de la lógica estratégica mediante la intelección de
un punto de imposibilidad. Dice Samaja: “con el término ‘proceso de investigación
científica’ quiero hacer referencia a la totalidad de las acciones que se ponen en juego
en el curso del proceso cuyo producto final es eso que se denomina ‘conocimiento
científico’. En ese conjunto están comprendidas no sólo las acciones conscientes,
sino también las inconscientes. No sólo las acciones individuales, sino también las
institucionales. Es una noción sumamente abarcativa y es susceptible de ser exami-
nada en diversas escalas de tiempo, de espacio y de contexto social”,22 brindando
así una definición sumamente amplia de la noción de proceso de investigación que
no deja de resultar útil a la luz de uno de los presupuestos básicos antes esbozados.
Sobre el cañamazo de la definición de Samaja, sí es posible sostener
entonces el presupuesto de que la existencia del proceso de investigación es
tributaria de la relación o del anudamiento teoría-método-técnica pero no por
ello se recubren con exactitud o son términos intercambiables. Con esto quiero
decir que hay proceso si hay anudamiento, esto es que el anudamiento T-M-T
es condición necesaria pero no suficiente de la práctica de investigación que se
materializa en actos de investigación singulares que retroactivamente pueden
ser inscriptos, a los fines de una enseñanza, en la lógica y la cronológica de un
proceso de producción de conocimiento.
La definición de Samaja recuerda la afirmación de Bourdieu acerca de que
la acción social no es lo mismo que la elección racional.23 Dicho de otro modo,
que el proceso en tanto acción social no puede ser reducido a las elecciones
racionales del diseño y viceversa.
Es el mismo Samaja quien propone un concepto de diseño como articu-
lador entre el proceso y el proyecto. Así, en coincidencia con Samaja, el concepto

21. Gobernar, una de las profesiones marcadas por la imposibilidad según Freud.
22. Juan Samaja (2004), pp. 47-48, definición que corrige y especifica parcialmente, sobre
todo en lo referente a la relación del proceso con el diseño y el proyecto, a la propuesta en
Juan Samaja (2003) [1993], pp. 204-205.
23. Pierre Bourdieu (2000), p. 81.

102
Capítulo 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto...

de diseño (uno de los conceptos principales del discurso y la enseñanza meto-


dológica) permite representar una articulación mediadora entre el proyecto y el
proceso de investigación pero a condición de que el proceso y el diseño no se
confundan con el proyecto.24
Será cuestión entonces de desempastar la noción de proceso de investiga-
ción respecto de sus connotaciones progresivas (algún progreso se espera pero no
por eso se da por supuesto: es el progreso difícil) como también de sus ilusiones
progresistas (por procesar progresaremos: es el progreso fácil). Esto habilitará
discernir más adecuadamente el registro propio del proceso de investigación
respecto del registro del diseño y animará a pensar sus articulaciones en otro
trazado epistemológico al que, me pregunto, tal vez sea prometedor denominarlo
bajo el nombre más antiguo de trabajo de investigación.

III. Los usos del término diseño de investigación

Con el fin de reducir algunos problemas semánticos en torno al término diseño


de investigación desbrozaré de manera somera algunos significados y sentidos
asociados a diversas ‘acepciones’ del término diseño presentes (y frecuentes) en
la lengua de los metodólogos e investigadores sociales. Partimos del supuesto
pragmático de que los significados dependen de los usos de las palabras. Así,
el término diseño de investigación reconoce tanto en el campo de la literatura
metodológica que nutre los modos de hacer investigación social como en el
discurso de los propios investigadores sociales, cuando cuentan la cocina de su
práctica, al menos, tres acepciones básicas que remiten a diferentes operaciones
discursivas y prácticas de la investigación.
Como ha señalado Lacan el sentido es un recipiente agujereado. No es
cuestión entonces de detener la pérdida o el deslizamiento de sentido mediante
un parche al recipiente, o su normalización, que es casi lo mismo; sin esa pérdi-
da de sentido sería imposible pensar la propia intelección sobre las prácticas de
investigación. Sin embargo, ponerse de acuerdo acerca de qué decimos cuando
decimos diseño no está de más. Ayuda a pensar la práctica de investigación al
poner en palabras el modo en que pretendemos recortar conceptualmente la

24. Dado que ni el proceso ni el diseño apuntan necesariamente a la formulación de un


proyecto –para Samaja mero documento de gestión– que plasma por lo general, en los inicios
de un proceso de investigación, el estado de conocimiento de un investigador o equipo de
investigadores y lo hace con el fin de intercambiar un plan de trabajo por reconocimiento
simbólico (financiamiento, becas, adscripción o cobijo institucional). Con Lévi-Strauss se
puede decir que el proyecto se inscribe en la lógica del intercambio.

103
Juan Besse

realidad en estudio, obtener información y finalmente a través de la construc-


ción de los datos en relación a una problemática, construir y validar un objeto
de investigación.
Tres son los usos más habituales:

1) El que asocia el término diseño con la elaboración de proyectos de investigación.


2) El que asocia el término diseño con la formulación teórico-conceptual del
objeto de estudio (recorte del tema, planteo del problema y establecimiento
de los objetivos de investigación, elaboración del estado de la cuestión y
desarticulación del mismo para rearticular los conceptos en el interior del
marco teórico, etc.).
3) El que asocia el término diseño con la elaboración de procedimientos e ins-
trumentos de obtención de información, es decir con el diseño de las técnicas
de investigación social.

A pesar del orden que les he impuesto,25 es la elaboración de proyectos la


acepción menos frecuente (y a mi juicio la menos pertinente o la más inadecua-
da) y es la elaboración de técnicas la más extendida. Pasemos revista entonces a
las acepciones 2 y 3.
De los usos del término diseño se desprende una acepción madre que
aplica el sustantivo diseño a un “estado” racional y explicitable del proceso de
diseñar una investigación. Llevar a cabo una práctica de diseño sería entonces
propiamente anudar la teoría, el método y la técnica. Y así las prácticas de diseño
quedan asociadas a lo que efectivamente hacen los investigadores en el proceso
de investigación.26 Identifiquemos entonces dos momentos del diseño en el
proceso de investigación.
Si descartamos la elaboración de proyectos como término intercambiable
con la noción de diseño de investigación27 encontramos en una punta de ese
arco de acepciones una definición amplia que refiere al proceso de formulación
teórico-conceptual del objeto de investigación (recorte del tema, problema,
objetivos, estado de la cuestión y elaboración de los supuestos y conceptos teó-
ricos fundamentales, etc.) y le permite al investigador anticipar –mediante una

25. En consonancia con distintos momentos del proceso de investigación tal como han sido
imaginados por las imágenes prevalecientes en la literatura metodológica de las ciencias sociales.
26. El uso del término lleva hacia otros deslizamientos semánticos. A esos deslizamientos de
sentido vamos a denominarlos acepciones no excluyentes de un significante que a fuerza de
ser usado cobija el secreto de la coexistencia pacífica.
27. Elaborar un proyecto supone una práctica de diseño pero no es lo mismo. También supone
una práctica de diseño confeccionar un artículo, una ponencia, una tesis, un libro, un informe.

104
Capítulo 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto...

representación organizada del punto de partida– el inicio de la construcción del


objeto en el proceso de investigación.
A este primer momento, podemos denominarlo diseño de investigación en
sentido amplio y recalcaré que hace referencia a la construcción teórica del objeto.
En la otra punta del arco, una acepción restringida que define al diseño como
la opción técnica adecuada a un determinado tipo de problema de investigación28
y que entiende al diseño como un dispositivo exclusivamente técnico. Esto es
el diseño de los procedimientos e instrumentos de obtención de información.
Ahora bien, cuando diseñar reemplaza como verbo a investigar no lo hace
como sinónimo. El uso del verbo diseñar está poniendo énfasis en la dimensión
estratégica del proceso de investigación. Desde el punto de vista etimológico,
diseño significa plan, programa o hace referencia a algún tipo de anticipación
de aquello que se pretende “conseguir”: la construcción de un objeto.
Morin recupera la etimología común que tienen los términos diseño y
designio,29 lo cual hace pensar en la tensión que estructura el sentido de lo que
se quiere comunicar cuando se habla de diseñar una investigación. Por un lado,
un plan de investigación, es decir hacia dónde se apunta, qué se quiere recor-
tar/buscar, pero también con qué procedimientos e instrumentos (¿cómo?); y
entonces lo que se resalta es el componente técnico del diseñar. Como investi-
gadores, no sólo planteamos una pregunta y perseguimos un objetivo, sino que
armamos los instrumentos que permitirán la consecución del mismo. Y es esa
combinatoria de componentes estratégicos y tácticos lo que se quiere significar
cuando en términos más modernos (unas dos décadas y media) se habla de una
estrategia teórico-metodológica. En ese sentido la denominación estrategia teórico-
metodológica subsume, en su mismo fraseo, ambos momentos del diseño de
investigación y reconoce al proceso de investigación como el locus en el que se
anudan, en el tiempo tanto lógico del sujeto como cronológico de la práctica,
la teoría, el método y la técnica. Así, la teorización no está ni antes ni después
del proceso de investigación, orienta y acompaña el proceso de investigación
desde sus inicios pero no es todo –si fuera todo estaríamos en el teoricismo–. Con-
trarreembolso, la investigación (en el sentido restringido que la entiende como
intervención tecnológica) nutre la teorización pero no la sustituye –si la sustituyera
estaríamos en el empirismo.30

28. Por ejemplo, Alvira sostiene que “un diseño de investigación se define como el plan
global de investigación que [...] intenta dar de una manera clara y no ambigua respuestas a
las preguntas planteadas en la misma”; Francisco Alvira (1996) [1986], p. 87.
29. Edgar Morin (1995) [1990].
30. Una anécdota de Rubert de Ventós prepara el terreno para los apartados que siguen; así,
dice el autor que no es cuestión de pretender que “la existencia y eficacia de las imágenes

105
Juan Besse

Para redondear, en pocas palabras, y a riesgo de redundar diré que en


la literatura metodológica o en los discursos de las ciencias sociales que dan
cuenta de la ‘cocina’ de la investigación hemos podido aislar dos grandes usos
del término diseño:31

a) Un uso –tal vez el menos extendido– asociado a la formulación teórico-


conceptual del objeto de estudio (tema, problema, objetivos, pasaje del
estado de la cuestión al marco teórico, etc.). Acepción en la que el término
diseño queda recubierto, en parte, por la noción de método y a la que llamaré
apelando a un distingo clásico, diseño de investigación en sentido amplio.
b) Un uso –tal vez el más habitual– asociado a las operaciones tecnológicas
de elaboración de instrumentos y procedimientos de aplicación de dichos
instrumentos. Acepción en la que el término diseño queda recubierto, en
parte, por la noción de procedimiento y a la que llamaré diseño de investigación
en sentido restringido.

Es un lugar común calificar a las investigaciones en cuantitativas y cuali-


tativas. Ahora bien, ¿en qué nivel del diseño y en que momento del proceso de
investigación cabe la distinción entre diseños cuantitativos y cualitativos?

sea algo nuevo, pero sí que su paso de la natura a la cultura, su transformación en productos
expresamente manufacturados para ser asumidos, no ha supuesto tanto la desmitificación de las
ideologías como la reprogramada remitificación de una supuesta experiencia directa y eficacia
inmediata. Sólo así puede comprenderse que el culto a la imagen y el empirismo más estricto
se amalgamen sin conflicto alguno en la cultura norteamericana. Empíricos, pragmáticos y
profundamente desconfiados respecto de las ideologías, los americanos no se escandalizan sin
embargo si la Casa Blanca lanza la ‘operación Candor’ como una campaña de marketing, cuyo
objetivo declarado es ‘mejorar la imagen del Presidente después de Watergate’. Igualmente
‘empíricos’ en sus investigaciones, los antropólogos de Harvard rechazan las ‘especulaciones’
de Mauss o Lévi-Strauss y se atienen estrictamente a lo que el indio Juan o la patrona María
les cuentan sobre su concepción de Dios o de las estaciones. Sólo que el indio Juan pronto
aprende que cuanto más larga y barroca es su historia más propina saca. De modo que, bajo
los dólares, hacen proliferar en México tantos mitos y tradiciones como tesis doctorales se
escriben en USA. Tesis todas, claro está, que transcribirán con exactitud las observaciones y
entrevistas realizadas. La conclusión de mi mujer, luego de trabajar con los antropólogos de
Harvard, creo que es en este sentido definitiva: puesto que ellos son ‘empíricos’ y se niegan
a inventar teorías... lo que inventan –o pagan para que les inventen– son los hechos mismos”;
Xavier Rubert de Ventós (1980) [1974], pp. 374-375.
31. Juan Besse (2000), p. 98.

106
Capítulo 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto...

Tal como intenté definirlo en el apartado anterior, en el nivel del diseño


de investigación en sentido amplio no corresponde utilizar la clasificación que
distingue entre diseños cuantitativos y cualitativos. Los temas, los problemas, los
objetivos de investigación –el conjunto de la construcción teórica del objeto– no
caben ser clasificados según un criterio propio de la técnica. Ni los problemas
de investigación ni los marcos teóricos pueden ser clasificados como cuantitati-
vos o cualitativos; en cambio sí dicho distingo –y a pesar de los gradientes– es
pertinente en el nivel de las técnicas.
La distinción entre diseños cuantitativos y cualitativos opera exclusiva-
mente en el nivel tecnológico. A diferencia de las teorías o de los métodos –y
según lo que entendamos por método–, en rigor, las técnicas sí pueden ser cla-
sificadas como cuantitativas y cualitativas. Al menos, es posible definir una serie
de rasgos característicos de las técnicas cuali o cuanti como si se tratara de tipos
técnicos ideales32 y ponderar por la vía de la distancia (cuánto se alejan y cuánto
se acercan) en relación con ese tipo ideal, los procedimientos e instrumentos de
obtención de información ‘reales’.
En principio, como intenté mostrar, el diseño en sentido restringido se sitúa
básicamente en el nivel tecnológico –y no meramente técnico– es decir implica
una distancia reflexiva respecto de las técnicas. En el sentido restringido, diseñar
es elaborar los procedimientos y los instrumentos de obtención de información.
Ahora bien, una técnica está constituida por tres aspectos: la experiencia, el
procedimiento y el instrumento. Así, es necesario distinguir el nivel de la experiencia
–por efecto de la mediación del instrumento y el procedimiento, escasa o nula
en las técnicas cuantitativas y, por contraste, densa y abigarrada en las técnicas
cualitativas– del nivel de la procedimentalidad y del de la instrumentalidad. Desde
la perspectiva de los tipos ideales los diseños cuantitativos y cualitativos pueden
ser caracterizados según los rasgos que se describen en el cuadro que sigue:

32. En el sentido establecido por Max Weber.

107
Juan Besse

Cuadro de rasgos según diseños de investigación en sentido restringido

Rasgos Cuantitativo Cualitativo


Diseños
Lógica de construcción ex ante ex post
Lógica de la decisión táctica estratégica
Procedimientos de elaboración lineales no lineales
del instrumento
Estructura del instrumento rígida flexible
Procedimiento de uso del instruccional decisional
instrumento
Ingreso de la información cerrado abierto
Relación universo/muestra determinada indeterminada

Sólo cabe señalar entonces que se trata de tipos conceptuales ‘puros’ y que
por convención se dirá que una técnica es cuantitativa o cualitativa si presenta
una concentración mayoritaria de rasgos propios de uno de los tipos de diseño
y no si responde al ideal ‘puro’.

IV. Conclusiones preliminares

En comparación con el devenir de la teoría social la denominada metodología


de la investigación social, es decir la teoría de la investigación social, no se ha
visto alterada en sus lineamientos conceptuales fundamentales desde que Paul
Lazarsfeld y algunos de los emigrados centroeuropeos33 instituyeran su órganon

33. Le cabe a Paul Lazarsfeld aquello que Milner afirma respecto de los emigrados judíos –los
judíos de saber– en relación con el derrotero del nombre judío en la jungla académica anglosajo-
na: “...todos ellos se hicieron trampa a sí mismos y a sus contemporáneos. Hicieron trampa a
propósito del saber; hicieron trampa con su lengua natal; hicieron trampa con Europa; hicieron
trampa con los Estados Unidos; hicieron trampa con el nombre judío: cada uno de ello siguió
rodeos que le eran propios, pero todos tomaron caminos colaterales. Hoy se sospecha que estos
caminos no llevaban a ninguna parte. Pasado el tiempo, corresponde hacer el balance. Los judíos
de saber pudieron estar en el candelero de las universidades norteamericanas o inglesas; pudieron
sacar adelante trabajos de magnitud, pero no dejaron ninguna huella particular en lo que atañe
al devenir del nombre judío. En cuanto al saber universitario, siempre estuvo regido por una
ley de hierro: deformación cuando no hay olvido, olvido cuando no hay deformación; sólo se
salvan de esto las excepciones. Los judíos de saber no fueron excepción”; Jean-Claude Milner
(2008) [2006], p. 124. En la crítica y el homenaje que Samaja efectúa a lo que da en llamar la

108
Capítulo 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto...

multinacional en la influyente academia sociológica norteamericana. Otras disci-


plinas como la antropología o la historia dan cuenta de otros derroteros aunque no
del todo independientes de la ciudadela metodológica –todavía– hegemonizada
por los cánones duros del modelo norteamericano establecido, a escala planetaria
luego del ‘45 y desplegado al compás de las industrias académicas financiadas
por los Estados Unidos o el mundo occidentado.34
En ese sentido, la metodología en tanto campo disciplinar se caracteriza
por un ritmo de cambio lento, por temporalidades frías35 y bastante mecánicas
en el sentido que Lévi-Strauss dio a esos términos. Desde los grandes cismas
‘teórico-metodológicos’ de la década del ‘60 –los que comenzaron con el ‘58 de
la mano de Wright Mills y la sociología crítica norteamericana hasta los que se
gestaron en el ‘68 de la mano del estructuralismo, el marxismo, las relecturas de
Weber y de Heidegger con Bourdieu, Chamboredon y Passeron a la cabeza– es
poco lo que se ha dicho en los últimos treinta años que no haya emergido y
madurado en esa década larga.
Una arqueología del saber metodológico nos indica la pista de la coexis-
tencia pacífica entre la gran tradición asociada al empirismo abstracto norte-
americano (Parsons, Merton y los miembros fundadores de la multinacional
metodológica:36 Lazarsfeld, Zeisel, Jahoda y otros, o la más tardía formalización
de los principios de esa perspectiva a cargo de Galtung) y su contracara en la
baraja: la teoría social crítica (W. Mills, Gouldner). No tanto porque se resignara
la confrontación en pos de una civilizada tolerancia sino porque, entre quienes
comulgan con las diferentes –y en ocasiones contrarias– perspectivas teóricas e
incluso epistemológicas que ofrece el panorama de la ciencia social contemporánea,

matriz de datos ‘clásica’ de Galtung puede leerse, conjeturo, algo del deseo de Lazarsfeld que se
extravió en las andaduras de las universidades norteamericanas; Juan Samaja (2003) [1995].
34. Las transformaciones de lo que en la mayor parte del mundo académico se denomina
Metodología de la investigación social, con escasas excepciones, abrevan poco en la riqueza
que se desprende de un examen minucioso de la singularidad de las prácticas de investiga-
ción tanto disciplinares como de aquellas difíciles de inscribir en tradiciones disciplinarias
o teóricas asentadas.
35. Parafraseando a Foucault, es como si por detrás de la historia atropellada de las grandes
controversias teóricas, de las implicancias políticas de las teorías, de los objetos y de los proble-
mas de investigación se dibujaran “unas historias, casi inmóviles a la mirada, historias de débil
declive, historia de las vías marítimas, historia del trigo o de las minas de oro, de la sequía y
de la irrigación” (los destacados son míos); seguimos diciendo nosotros: de los métodos de
análisis o de las técnicas de obtención de información. Michel Foucault (1988) [1969], p. 4.
36. Michael Pollak (1986) [1979]. Sobre la trayectoria académica de Lazarsfeld puede
consultarse la presentación de Fernando Álvarez-Uría y Julia Varela (1996) a Los parados de
Marienthal.

109
Juan Besse

los métodos propugnados por el ‘metodologismo’ y las técnicas asociadas a ellos


no difieren sustantivamente.
Lo actual de las metodologías de la investigación social, las más generalistas
y las más aplicadas o asociadas a objetos específicos, es el estado de encerrona.
Las insistencias más tenaces que quieren reducir el saber metodológico al nivel
tecnológico, siguen teniendo el ‘éxito’ del discurso instruccional o el más sólido
encanto del discurso procedimental que escinde la teoría del método y el método
de la técnica, cuando no la teoría de la teoría37 y la técnica de la técnica; en una
suerte de ‘taza taza, cada uno a su casa’. Sin embargo, la reducción de lo meto-
dológico a lo técnico al no habilitar un pensamiento, decae, desinfla el deseo y
obtura el trabajo de investigación.
En cambio, el saber metodológico que entiende que no puede ser si no es
a través de su anudamiento con lo epistemológico y lo tecnológico no teme a la
teorización de la investigación que, entre otras cosas supone teorizar la práctica
que teoriza.
La teorización metodológica –si consiste en un verdadero trabajo de par-
tera epistemológica– horada la completud imaginaria de la práctica de investi-
gación, produce incomodidad, cuestiona el reglamento, hace de la instrucción
un procedimiento y del procedimiento una práctica que necesita ser pensada
cada vez. Prorrumpe en el automatismo. En el automatismo del método como
receta y como reglamento o reglamentación del uso del recetario. Pero también,
sobre el que opera en la aceptación de la continuidad asignificativa de las cosas
preconstruidas –cuya dotación de realidad pareciera depender, paradójicamente,
del hecho de que tienen más presencia social cuando menos significan.38

37. Pierre Bourdieu, J-C. Chamboredon y J-C. Passeron (1992) [1973].


38. “La experiencia lo prueba: mientras más no significa nada, más indestructible es el sig-
nificante [...] Es fácil, desde luego, criticar lo que puede tener de arbitrario o de huidizo el
uso de una noción como la de sociedad, por ejemplo. No hace tanto tiempo que se inventó
la palabra, y resulta irónico ver a qué impasse concreto lleva en lo real, la noción de sociedad
como responsable de lo que le ocurre al individuo, cuya exigencia ha dado lugar finalmente
a las construcciones socialistas [...] Son todas cosas que no existen de suyo. De ello es lícito
deducir que la noción de sociedad puede ser puesta en duda. Pero precisamente en la medida
misma en que podemos ponerla en duda es un verdadero significante. Y por esa misma razón
entró en nuestra realidad social como una roda, como la cuchilla de un arado. Cuando se
habla de lo subjetivo, e incluso cuando aquí lo cuestionamos, siempre permanece en la mente
el espejismo de que lo subjetivo se opone a lo objetivo, que está del lado del que habla, y que
por lo mismo está del lado de las ilusiones: o porque deforma o porque contiene lo objetivo.
La dimensión hasta ahora eludida de la comprensión del freudismo, es que lo subjetivo no
está del lado del que habla. Lo subjetivo es algo que encontramos en lo real”; Jacques Lacan
(1998) [1981, 1955-56], pp. 265-266. Estas consideraciones, entre otras harto fecundas, abren

110
Capítulo 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto...

Si la epistemología tal como fuera pensada por Bourdieu, en tanto


nombre emblemático de la renovación en los métodos de la investigación
social, hace retornar a la vertical que cose al lenguaje con el sujeto: para qué
y para quién; si la metodología en sentido restringido exige justificar por qué
hemos hecho lo que hemos hecho de ese modo y la tecnología supone dar
cuenta de cómo lo hemos hecho, la ética resitúa todo eso en el plano de la
emergencia singular.
¿En qué consiste esa emergencia? Por diversas razones, no es este el lugar
para escribir sobre ello. O como dijo el monstruo a su creador Víctor Frankenstein:

–Estoy tratando de razonar. Esta pasión es perjudicial para mí, ya que no te


das cuenta de que eres tú la causa de su exceso.

En esas palabras que Mary Shelley puso en boca del ser defectuoso, se revela
un plus que la investigación social exige reconocer como propio de su práctica,
su lógica y su ética: acompañar pero a condición de no sustituir los avatares del
sujeto por el taponamiento acompañante (llámese éste teoría, método, técnica
o tutor). Las costuras de Frankenstein, como metáfora del hacer investigativo,
proyectan sobre la singularidad de cada práctica de investigación el plus de una
soledad que ni el proceso ni el diseño, ni la relación teoría-método- técnica
pueden evitar porque es su causa.

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113
Capítulo 6
MÉTODO: NOTAS PARA UNA DEFINICIÓN*

Cora Escolar y Juan Besse

Introducción

El propósito de estas notas fue en sus inicios familiarizar a los estudiantes con
un espectro de discusiones que, en principio, les resultaba extraño: la teorización
epistemológica y metodológica acerca de los métodos y técnicas cualitativas. Hoy
consideramos necesario ampliar el repaso de los principales problemas involucrados
en el ejercicio de las estrategias metodológicas propias de la investigación social.
Con ese horizonte esbozaremos una perspectiva epistemológica desde la
cual reflexionar sobre los problemas de construcción del método, así como de
manera más específica abordar la relación entre teoría, método y técnicas en un
proceso de investigación.

* Una parte de este trabajo fue publicado con el título “De los problemas del método a los
métodos cualitativos en Geografía” en Cuadernos de Epistemología y Metodología. Métodos
Cualitativos, Nº1, Departamento de Geografía, Oficina de Publicaciones de Filosofía y
Letras, UBA, 1996.

115
Cora Escolar y Juan Besse

El método en perspectiva epistemológica

Aquí tan sólo hay fragmentos. Pedazos de conceptos, teorías, reflexiones,


pensamientos que pueden ser un buen punto de partida para construir herramien-
tas. Si citamos a Deleuze “una teoría es exactamente una caja de herramientas”.1
Aun concientes de las reminiscencias instrumentalistas que esta metáfora conlleva
pensamos que se trata de una analogía apropiada, ya que se asocia simbólicamente
al universo de las propuestas constructivistas. Las herramientas, siempre, para
cumplir su función deben ser usadas.
Las teorías se construyen a través de piezas: los conceptos. Wacquant pon-
derando el pensamiento de Bourdieu nos dice que su “relación con los conceptos
es, ante todo, pragmática: los trata como ‘cajas de herramientas’ (Wittgenstein),
disponibles para ayudarle a resolver problemas”.2 Son precisamente las relaciones
entre los conceptos las que nos permiten formular teorías,3 es decir discursos que
intentan capturar un aspecto de lo real mediante un trabajo de simbolización.
La aproximación a lo real presupone concepciones acerca de sus propie-
dades y el cómo conocerlas. León Olivé señala que “las teorías [...] presuponen
necesariamente ciertas opiniones en lo concerniente a la naturaleza del conoci-
miento científico y a los rasgos fundamentales de la realidad social. Llamamos a
estos puntos de vista, que afectan a su vez a la teoría sustantiva, epistemológico
y ontológico, respectivamente. Una consecuencia de esta suposición es la tesis
de que las diferentes concepciones epistemológicas y ontológicas repercuten en
la sustancia de las teorías sociales científicas”.4 Sin comulgar con la cuestión on-
tológica, basta con sostener que lo real no debe ser entendido como una “cosa”,
sino que por el contrario se trata de algo, en constante movimiento, imposible
por definición. La imposibilidad radica en que lo real se encuentra en fuga per-
manente, cuando se lo captura ya no es lo real, sino que ha devenido realidad, es
decir “algo” de lo real inaccesible de manera inmediata; sólo accesible mediante
la mediación imaginaria de los lazos sociales que constituyen toda práctica de
investigación y simbólicamente mediante el lenguaje. Cualquier práctica discur-
siva que quiera dar cuenta de lo real tendrá que hacer de esa imposibilidad un
fragmento de realidad y entonces será una práctica significante.
Transformar en inteligible ese cúmulo que constituye “lo real” es sin duda
investigar, producir conocimientos, producir saberes. A su vez como señalamos
con anterioridad, toda producción de conocimiento es una producción de

1. Foucault (1979), p. 79.


2. Wacquant (1995), pp. 30-31.
3. Weber (1973) [1958].
4. Olivé (1988), p. 10.

116
Capítulo 6. Método: notas para una definición

realidad.5 De este modo, vemos cómo teoría y realidad se confunden, se mez-


clan, se co-producen. En este sentido, la realidad pierde los atributos de absoluta
externalidad respecto del sujeto de conocimiento que adquiriera en el decurso
de las conceptualizaciones que las vertientes empiristas y positivistas hicieran
sobre la misma.6
Cuando investigamos el universo conceptualizado como natural, conta-
mos con la ventaja (¿o la desventaja?) de que el mundo de la naturaleza no se
significa a sí mismo,7 no se pregunta, no reflexiona sobre sí. Es el investigador
quien relaciona, recorta, destaca, experimenta sobre un mundo que está meta-
fóricamente mudo.
En cambio, cuando trabajamos con el universo social, con el mundo
conceptualizado como social, el mismo presenta una organización distinta al
anterior. El mundo social no sólo no está mudo, sino que quiere y promete
permanentemente decir su palabra. Nos habla a través de todo: el lenguaje, los
gestos, los cuerpos, lo que produce, lo que consume, lo que construye, lo que
destruye, sus palabras y sus silencios.
Los conceptos y las teorías, si se pretende trabajar con ellos, deben ser
manipulados.8 Manipular y jugar con los conceptos deben entenderse aquí como
funciones sustantivas de la investigación. No podemos construir una mesa si no
manipulamos las piezas, el material con el cual vamos a realizarla. Con el trabajo
intelectual ocurre lo mismo, sin imaginación creativa, sin manipulación de los
conceptos difícilmente podamos investigar. De este modo, no sólo debemos
“pensar”, sino también extraer información de la realidad mediante técnicas
(entrevistas, por ejemplo, o simples preguntas a viejos libros).
Llegados a este punto, entendemos que el conocimiento denominado
científico sólo puede ser producido a través de la construcción de los llamados
objetos de investigación, estudio o conocimiento. Y, que esa construcción tiene
como condición la práctica de la vigilancia epistemológica en sus múltiples
modalidades, ya que consideramos que el concepto de raigambre bachelardiana
acuñado por Bourdieu, Chamboredon y Passeron (1973) involucra una serie de
ejercicios intelectuales que recorren no sólo las diversas etapas (temporalidades)
del proceso de investigación sino también una multiplicidad de espacios simul-
táneos que hacen a los modos de representación de lo real.

5. Foucault (1979).
6. Un análisis de los presupuestos compartidos por las vertientes rotuladas como “naturalismo”
y “positivismo” respecto de la distinción –siguiendo a Olivé (1988)– ontológica y epistemo-
lógica entre sujeto y objeto como entidades “discretas”; ver Hammersley y Atkinson (1985).
7. Schütz (1993) [1932].
8. Bourdieu et al. (1986) [1973].

117
Cora Escolar y Juan Besse

El ejercicio de la vigilancia epistemológica, en lo que podríamos denominar


sus dimensiones temporales y espaciales queda asociado a otro concepto, prove-
niente de vertientes fenomenológicas o interaccionistas como es el de reflexivi-
dad;9 y, en tal sentido, inscripto como una práctica básicamente antidogmática
y por lo tanto, más allá de algunas consideraciones generales, referenciado en
prácticas particulares de construcción de conocimiento.
Sólo el pensamiento dogmático tiene definiciones acabadas y definitivas
acerca del mundo. En este sentido, la investigación y la rigidez no se llevan bien.
El dogmatismo le teme al juego, porque no sabe jugar. Presupone las respuestas
sin haber pasado por las preguntas.10 La actitud dogmática anticipa resultados,
desenlaces, obstruyendo uno de los mejores atributos humanos: la capacidad de
innovar. Por lo tanto, trabajar con definiciones provisorias disminuye la ansie-
dad y permite seguir adelante en la tarea de investigación. Y este avanzar, como
dirían las abuelas, sin prisa pero sin pausa, genera las condiciones para repensar
los conceptos y ajustar las definiciones. Como dijo Roland Barthes, “Hay una
edad en la que se enseña lo que se sabe; pero inmediatamente viene otra en la
que se enseña lo que no se sabe: eso se llama investigar”.11

Una aproximación a los problemas de los métodos

En primer lugar, creemos pertinente plantear algunos usos que en las cien-
cias sociales se hacen del concepto de método, para continuar con una serie
de reflexiones sobre los métodos cualitativos. Entendemos que las siguientes
reflexiones constituyen un “piso” indispensable para repensar teóricamente
los métodos cualitativos. Las prácticas de investigación implican permanentes
tomas de posición y decisión por parte de los investigadores y, en este sentido
inscribir los abordajes cualitativos, tanto metodológicos como específicamente
técnicos en un horizonte de problematización teórica constituye un primer paso
en el camino hacia la identificación de las potencialidades que presentan para la
geografía como disciplina.
En el terreno de las ciencias sociales, podemos distinguir diferentes niveles
de abstracción a los que se asocia el término método. Si, en términos ideales,
la situación problemática a la que se enfrenta el investigador social es el cono-
cimiento de los objetos sociales en su conjunto, la respuesta marca un camino
con el grado de generalidad que corresponde al tema planteado. Los métodos

9. Hammersley y Atkinson (1994) [1983].


10. Bachelard (1973).
11. Barthes (1986) [1978], p. 150.

118
Capítulo 6. Método: notas para una definición

discuten y proponen, en relación con las teorías en las que abrevan una manera de
construir el objeto de estudio; o dicho en otros términos, un modo de recorrer el
camino que une la aproximación a lo real con la construcción de datos científicos.
Entonces, definimos al método como la construcción de un camino intelectual
especificable mediante el cual se aborda una cuestión o pregunta de investigación que,
en tanto camino construido a través de una práctica de vigilancia epistemológica
debe ser pasible de una reconstrucción retrospectiva.
Cabe destacar que en la literatura que trata sobre temas metodológicos
muchas veces se hace referencia a los métodos como técnicas, a las técnicas como
métodos.12 Este carácter intercambiable de los términos nos lleva al problema
de los límites. Desde nuestra perspectiva sostenemos a la teoría, a los métodos
–tal cual los hemos definido– y a las técnicas como componentes que actúan
solidariamente en la práctica de investigación.
Una pragmática del concepto nos indica que otro uso del término método
–vinculado a las perspectivas epistemológicas positivistas– es el que lo asocia a
una serie de procedimientos canónicos o metodología estipulada para mantener
en resguardo la objetividad científica y la representatividad de los datos. O sea,
que la manipulación del objeto no tergiversa las relaciones entre los “hechos”
ni sus características; este concepto es el que asocia método con experimento.
Se habla también de método cuando se describen los pasos a seguir para
desarrollar con orden y de manera sistemática una problemática específica, que
debe ser vinculada con los datos. Las fases de un diseño describen un método de
resolución de problemas.13 Al reconocer que los componentes de un diseño son
complejos, ya que abren distintas alternativas, podemos usar la palabra método
para designar a las técnicas de recopilación de la información, lo que traducido a
los términos de nuestra perspectiva epistemológica sería designar como método
a las técnicas de intervención en lo real para obtener información. Información
que nosotros no consideramos datos puros sino que la entendemos como insumo
del proceso de deconstrucción/ reconstrucción de los datos.14
Ahora bien, reservamos la denominación de técnicas a aquellos procedi-
mientos operativos de intervención en la realidad que aspiran a poder ser usados
desde distintas perspectivas teóricas. Las técnicas se colocarían al final del pro-
ceso de abstracción y supuestamente como tales no les cabe la consideración de
verdaderas o falsas, sino de útiles o inútiles a los fines de la investigación. Esta
definición coincide con lo sostenido por Bourdieu,15 la concepción de que las

12. Taylor y Bogdan (1986) [1984].


13. Alonso (1981).
14. Saltalamacchia (1992).
15. Bourdieu et al. (1986) [1973].

119
Cora Escolar y Juan Besse

técnicas, al igual que el método y la teoría, se construyen en cada proceso de


investigación y de acuerdo con las particularidades del objeto de estudio.
Sin embargo, consideramos necesario precisar en qué sentido entende-
mos la utilidad o inutilidad de las técnicas respecto de los fines de la investiga-
ción. Así como el método no puede ser escindido del proceso de investigación
particular que lo construye, las técnicas resultan útiles o inútiles respecto del
problema que cada investigación formula, en relación a los objetivos que se ha
propuesto.
En este sentido, coincidimos con Ferrarotti en que “hay un momento
meta-técnico en cada técnica de investigación que no puede ignorarse. Las
técnicas no son teóricamente indiferentes. No son neutras. No constituyen una
especie de zona franca ni pueden considerarse intercambiables, o sea, aplicables
con indiferencia a cualquier problema”.16
De esta manera, resaltamos el privilegio epistemológico de los problemas de
investigación respecto de los procedimientos de intervención en la realidad. Las téc-
nicas se encuentran “subordinadas” a la teoría en su proceso de construcción y
“subordinadas” a los procesos de reformulación de las problemáticas o problemas
de investigación, los cuales orientarán la selección de las técnicas más apropiadas
para construir los datos.

Los métodos y técnicas cualitativas

La relación sujeto-objeto aparece como uno de los problemas fundamentales del


conocimiento. Distintas teorías epistemológicas han aportado diversas respuestas,
pero ninguna deja de considerarla como problema. Se trata entonces, de situar
las técnicas como parte de esta relación sujeto-objeto en etapas más específicas
del quehacer científico. A partir de esta visión integral, las técnicas involucran
una serie de problemas teórico-prácticos que deben ser situados en el conjunto de
coordenadas problemáticas que van apareciendo en las distintas fases del diseño
de investigación. Su aparente responsabilidad específica por ser las encargadas de
aportar la información para la construcción de los datos, se extiende a las distintas
fases de un diseño, porque, como ya señalamos, los datos deben necesariamente
insertarse en una problemática de investigación.
Cabe aclarar que nos referimos al diseño de investigación en tanto intento
de formalización particular de los pasos de un proceso de investigación, por lo
tanto, resultado de un método vigilado epistemológicamente.17 De manera que,

16. Ferrarotti (1990) [1986], p 115.


17. Bourdieu et al. (1986) [1973].

120
Capítulo 6. Método: notas para una definición

para nosotros el diseño no es una receta18 de tipos puros y excluyentes como lo


proponen los metodólogos fogueados en los presupuestos ontológicos y metodo-
lógicos del empirismo abstracto, sino que cada proceso de investigación particular
construye su propio diseño de investigación sobre la base de los recursos teóricos
y técnicos disponibles en el mercado del campo profesional.
Ahora bien, nos detendremos en el objeto específico de estas reflexiones:
los métodos y técnicas cualitativas.
Definimos las técnicas cualitativas como instrumentos teórico-prácticos de
intervención en la realidad con el fin de obtener información. A continuación vamos
a presentar de manera indicativa, sin pretensiones de exhaustividad, lo que en la opi-
nión de una serie de autores son problemas técnico-metodológicos fundamentales.
Hay un primer problema a considerar. El uso del término técnica hace
suponer al lector inadvertido que por fin el pensamiento teórico abandona las
vueltas de la supersofisticación intelectual, dejando de lado las cuestiones, a veces
circulares, de los fundamentos para entrar en un terreno más acotado a fines
prácticos de recolección y análisis de datos. Pero todo investigador que se haya
enfrentado al uso de técnicas sabe que los problemas que se presentan son todos
los “grandes” problemas de la producción de conocimiento, sólo que ajustados
a un campo de hechos más limitado.
El segundo problema se presenta de manera más específica en las llamadas
técnicas cualitativas, las cuales no transitan exclusivamente por el camino de la
abstracción de lo común a los diferentes datos para proceder a la medición, sino
de técnicas que pretenden, también, captar la especificidad del objeto de estudio.
La anterior definición sintetiza en extremo una discusión que a lo largo de
décadas mantuvo su vigencia en las ciencias sociales. La misma, a nuestro entender,
se construyó en torno a una falsa oposición entre técnicas cuantitativas y técnicas
cualitativas, que sólo sirvió para delinear fronteras rígidas y plantear la opción
por “lo cuantitativo” o “lo cualitativo” de manera dilemática y no problemática.19

18. Según Miller (1960, 40-41) “un diseño de investigación no es un plan sumamente es-
pecífico que deberá seguirse sin ninguna desviación, sino más bien una serie de guías para
mantener a uno en la dirección correcta. Uno debe estar preparado a abandonar (aunque
no muy rápido) hipótesis que no resultan y desarrollar nuevas hipótesis basadas en el nuevo
conocimiento que se va adquiriendo en el proceso de investigación. Es más, cada diseño de
investigación desarrollado en un cubículo sufrirá casi generalmente cambios y alteraciones,
tomando en cuenta lo que el investigador vaya enfrentando en su trabajo de campo”. Ham-
mersley y Atkinson nos dicen que “el diseño de la investigación debe ser un proceso reflexivo,
operando en todas las etapas del desarrollo de la investigación”; Hammersley y Atkinson
(1994) [1983], p. 42.
19. Las distinciones de Taylor y Bogdan (1984) entre foco sustancial y foco teórico y la de
Hammersley y Atkinson (1983) entre problemas de investigación tópicos y genéricos –ambas

121
Cora Escolar y Juan Besse

En su conjunto, los métodos y técnicas cualitativos presentan al objeto en


medio de sus conexiones vitales y, por lo tanto, obligan al investigador a encon-
trar razones que justifiquen una forma de categorizarlo. En rigor, apuntan a
reflexionar sobre la ligazón existente entre la teoría, el método y las técnicas20
en la construcción del objeto.
Un tercer problema consiste, por lo dicho más arriba, en el desafío que
estas técnicas plantean a las grandes teorías –en el sentido en que usa el término
Wright Mills (1969) en La imaginación sociológica– al obligarlas a desplegar
hipótesis explicativas vinculadas a terrenos más específicos; en otros términos,
a la formulación de hipótesis intermedias que permitan consumar el camino de
lo teórico a lo empírico. Mediante estas técnicas no sólo se encuentra lo que se
busca, sino que se presenta el objeto con una serie de interrelaciones nuevas que
requieren explicación. Tal vez ésta sea, para las técnicas cualitativas, una de sus
funciones más importantes.
Esta forma de presentación de lo real no se hace totalmente a ciegas,
sino con las indicaciones generales extraídas de las teorías a partir de las cua-
les se procede a descubrir nexos más detallados, un número más variado de
aspectos fundamentales a tratar. Con lo anterior nos estamos refiriendo a un
número más variado en relación a las cuestiones fundamentales que trata toda
gran teoría, ya que éstas tienen como tema aspectos globales; en cambio, las
técnicas focalizan su atención en un campo más restringido de hechos. Las
técnicas cualitativas permiten abordar en profundidad dimensiones de lo real.
En este sentido, las técnicas entendidas como instrumentos de intervención
en la realidad, se constituyen en mediaciones o caminos que resuelven la
tensión presente entre la teorización y lo real. En otras palabras, significaría la
posibilidad de efectuar a través de la implementación técnica una operación
intelectual (“esfuerzo”) que integre simultáneamente la densidad conceptual
y la densidad de lo real.
En síntesis, diríamos que el cuarto problema es que las técnicas cualitati-
vas ayudan a construir teorías o aspectos de alcance medio de ellas21 y además,
su utilización como procedimientos de recopilación plantea permanentemente
tareas de creación del instrumento, adecuándolo o construyéndolo de acuerdo
con los requerimientos del objeto de estudio.

conceptualizaciones explícitamente inspiradas en The Discovery of Grounded Theory de Glaser


y Strauss (1967)– son propuestas con el fin de esclarecer entre otros aspectos esta función de
las técnicas cualitativas. Sin duda las representaciones duras de ambas opciones técnicas se
constituyeron en el seno de perspecticas paradigmáticas autodefinidas como inconmensurables.
20. Bourdieu et al. (1986) [1973].
21. Merton (1964) [1949].

122
Capítulo 6. Método: notas para una definición

Un quinto problema, que se vincula estrechamente con las técnicas, se


relaciona con la siguiente pregunta: ¿Cómo se construyen los datos? De este
modo, la relación entre las técnicas y la construcción de los datos de una inves-
tigación queda planteada como otro de los problemas técnico-metodológicos
nodales. Consideramos que la discusión acerca de la construcción del dato como
problema epistemológico rebasa los límites de este artículo. No por eso debemos
dejar de plantear la relación crítica existente entre la construcción de la técnica
y la construcción del dato.
Un señalamiento provisorio nos indica que el dato no puede reducirse uni-
lateralmente a la construcción de la técnica, ya que sería sostener una reducción
de la realidad a los presupuestos teóricos que subyacen en el diseño de la misma.
Pero tampoco podemos postular la “independencia” de los datos respecto de los
instrumentos diseñados para su obtención. Llegados aquí, nos hallamos ante el
quid de la perspectiva que proponemos.
Los datos se construyen a lo largo del proceso de investigación a través
de la interacción entre teoría, método y técnicas con ese problemático referente
denominado empiria.
Según Saltalamacchia, “[...] el dato nunca es y nunca podrá ser lo real
mismo. En tanto material simbólico, el dato es siempre una determinada es-
tructuración de la realidad; la transposición de lo real a lo simbólico siempre
representa un proceso de reducción, de síntesis y de atribución de sentido, en
tanto dato, lo real es siempre un real construido”.22 Es en este punto, como ya
hemos señalado, donde la tensión técnica/dato encuentra un camino de resolu-
ción teórica a través de los controles que establece la vigilancia epistemológica
en sus múltiples modalidades.
El último de los problemas que plantearemos en estas notas nos remite
al dominio de la gnoseología, el mismo puede resumirse en la postulación del
carácter problemático que presenta la percepción en la investigación cualitativa.
A nuestro entender el problema de la percepción puede traducirse a nivel de
las ciencias en general y de las ciencias sociales en particular como problemas
vinculados a la observación, por lo tanto, a la problemática epistemológica.

Bibliografía

Alonso, José Antonio: Metodología, México, Ed. Edicol, 1981.


Bachelard, Gaston: Epistemología, Barcelona, Anagrama, 1973.

22. Saltalamacchia (1992), p. 34.

123
Cora Escolar y Juan Besse

Barthes, Roland: El placer del texto y lección inaugural de la Cátedra de Semiología


Literaria del Collège de France. México, Siglo XXI, 1986 [1978].
Bourdieu, Pierre, J. C. Passeron y J. C. Chamboredon: El Oficio de Sociólogo.
México, Siglo XXI, 1986 [1973].
Ferrarotti, Franco: La historia y lo cotidiano. Buenos Aires, CEAL, 1990 [1986].
Foucault, Michel: Historia de la Sexualidad I. La voluntad de saber. México.
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Foucault, Michel: Microfísica del poder. Madrid, La Piqueta, 1979.
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Mayntz, Renate, K. Holm y P. Hubner: Introducción a los métodos de la investi-
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Merton, Robert: Teoría y estructura sociales. México D.F., FCE, 1964 [1949].
Miller, Delbert: Handbook of Research Design and Social Measurement. New York,
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Olivé, León: Estado, legitimación y crisis. Crítica de tres teorías del Estado capitalista
y de sus presupuestos epistemológicos. México, Siglo XXI, 1988.
Saltalamacchia, Homero R.: Historia de vida. Puerto Rico, Esmaco Printers
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Schütz, Alfred: La construcción significativa del mundo social. Barcelona, Paidós
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Buenos Aires, Paidós Studio, 1986 [1984].
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por una antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995.
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guaje, London, Hutchinson, 1980 (traducción del original realizada por
Gabriela López).
Wright Mills, Charles: La imaginación sociológica, México, Fondo de Cultura
Económica, 1969.

124
Capítulo 7
EL ENCUADRE TEÓRICO-METODOLÓGICO
DE LA ENTREVISTA COMO DISPOSITIVO DE
PRODUCCIÓN DE INFORMACIÓN*

Luciana Messina
Cecilia Varela

“Pertenecemos a ciertos dispositivos y obramos en ellos. La novedad de unos


dispositivos respecto de los anteriores es lo que llamamos su actualidad, nuestra
actualidad. Lo nuevo es lo actual. Lo actual no es lo que somos sino que es más
bien lo que vamos siendo, lo que llegamos a ser, es decir, lo otro, nuestra diferente
evolución. En todo dispositivo hay que distinguir lo que somos (lo que ya no
somos) y lo que estamos siendo: la parte de la historia y la parte de lo actual [...]
Pues lo que se manifiesta como lo actual o lo nuevo, según Foucault, es lo que
Nietzsche llamaba lo intempestivo, lo inactual, ese acontecer que se bifurca con
la historia, ese diagnóstico que toma el relevo del análisis por otros caminos. No
se trata de predecir, sino de estar atento a lo desconocido
que llama a nuestra puerta.”

Gilles Deleuze, 1990.

I. Introducción

El presente artículo constituye un intento por comenzar a repensar algunos con-


ceptos que consideramos fundamentales en la construcción de soportes teóricos
vinculados al campo de la metodología de investigación en ciencias sociales. La

* En este trabajo retomamos muchas de las ideas desarrolladas por Juan Besse y Cora Escolar en
sus clases de epistemología y metodología de la investigación. Especialmente, en lo que hace a la
posibilidad de pensar a través del psicoanálisis aspectos de las prácticas de investigación en ciencias
sociales. Queremos, a su vez, agradecer sus comentarios críticos y sugerencias a este artículo.

125
Luciana Messina y Cecilia Varela

propuesta consiste en pensar el encuadre de la entrevista como un dispositivo1


de obtención de información, por un lado, irreductible a la interacción personal
entre entrevistador y entrevistado y, por el otro, habilitante de la producción de
discursos que entrañen la emergencia de lo no conjeturado previamente por el
investigador. La pregunta que organiza el presente escrito y que consideramos
nuclear a la hora de pensar esta herramienta metodológica es “¿Para qué mirada
se escenifica?”2. Es decir, ¿desde dónde se construye ese “yo” que narra?
Pensar la situación de entrevista requiere, entonces, preguntarse acerca de
las relaciones que establecen quienes intervienen en ella, y más concretamente,
reflexionar sobre los lugares que éstos ocupan dentro del entramado simbólico
que soporta esas posiciones. Este enfoque se distancia de cualquier abordaje del
sujeto concebido como pura individualidad empírica e interpela los procesos
identificatorios que lo constituyen.

II. La entrevista como técnica cualitativa

La entrevista es una técnica cualitativa de intervención en la realidad y de ob-


tención de información relevante para la construcción de un objeto de investi-
gación. Las técnicas de investigación, ya sean de recopilación de información o
de procesamiento y análisis de discurso, constituyen instrumentos diseñados por
el investigador para interrogar la realidad en función de las categorías de análisis
por él mismo diseñadas. En este sentido, la construcción de una técnica siempre
involucra una perspectiva teórica. Por eso, sustentar la existencia de técnicas
neutrales supondría una operación –diríamos, imposible– de desvinculación de
su componente teórico; componente presente, sin duda, tanto en el momento
de su construcción como en el de su puesta en práctica en la medida en que las
técnicas contienen ya una teoría del objeto.3 Las ilusiones acerca de la neutralidad
de ciertas técnicas –en especial, de las cuantitativas– se derrumban, entonces, ante
el reconocimiento del carácter perspectivo de la construcción de conocimiento.

1. En principio, utilizamos el concepto de dispositivo en un sentido amplio para referirnos


a un mecanismo o constructo diseñado por el investigador para provocar un discurso en
el otro pasible de constituirse en información en el proceso de construcción del objeto de
investigación. Sin embargo, también consideramos que ciertos aspectos de la concepción
foucaultiana de dispositivo pueden ser útiles para complejizar el abordaje teórico de esta
herramienta metodológica; aspectos que sugieren que esta técnica pueda ser pensada como
dispositivo de las ciencias sociales.
2. Žižek (1999) [1997]. Destacado en el original.
3. Bourdieu et al. (1993) [1973]; Bourdieu (1990) [1984].

126
Capítulo 7. El encuadre teórico-metodológico de la entrevista...

Tampoco podemos sostener la existencia del dato en estado puro e in-


dependiente de las técnicas que lo producen. Los datos construidos al interior
de un proceso de investigación se desprenden de la interrelación entre teoría,
método y técnicas.4 Por ello, no da lo mismo utilizar cualquier técnica sino que
ésta debe ser potable de constituirse en un instrumento por medio del cual el
investigador pueda articular las categorías que considera relevantes para analizar
el problema de investigación al que se encuentra abocado. En este sentido, las
técnicas deben evaluarse en función de su utilidad o inutilidad con relación al
problema de investigación.5
La entrevista, como toda técnica cualitativa, se caracteriza por la flexibilidad
y la apertura a la información. Si bien toda entrevista supone un cuestionario
relativamente estructurado, la situación de entrevista (a diferencia de la de en-
cuesta) habilita tanto la alteración del orden y de la cantidad de preguntas como
la incorporación “sobre la marcha” de nuevos interrogantes que no habían sido
anticipados por el investigador. Es decir, hay un margen para la redefinición del
instrumento. Pero, la posibilidad de emergencia de nuevas preguntas en la situa-
ción de entrevista supone un entrevistador atento al discurso del entrevistado. Y
aquí atento significa dispuesto a “escuchar” –y no sólo a “oír”– lo dicho por el
entrevistado. Hammersley y Atkinson6 sostienen que el papel del investigador,
si bien de una aparente pasividad, es el de un oyente activo. Rosana Guber,7 por
su parte, considera a la “atención flotante” como uno de los tres procedimientos
de los que se vale la entrevista antropológica para facilitar el acceso al universo
cultural del entrevistado.8 Esto nos sugiere que la posición de entrevistador

4. Escolar, Besse y Lourido (1994); Escolar (2000, 2003).


5. Bourdieu et al. (1993) [1973); Escolar (2000).
6. Hammersley y Atkinson (1983).
7. Guber (2004) [1991].
8. Los otros dos son: la categorización diferida del investigador y la asociación libre del in-
formante. Podemos ver aquí las conexiones entre la entrevista antropológica y la entrevista
psicoanalítica. La atención flotante (en contraposición a la atención voluntaria) es un concepto
de origen freudiano y consiste en “el principio de acogerlo todo con igual atención equilibra-
da...”. El analista debe evitar dejarse guiar por sus esperanzas o tendencias, “pues en cuanto
esforzamos voluntariamente la atención con una cierta intensidad comenzamos, también, sin
quererlo, a seleccionar el material que se nos ofrece: nos fijamos especialmente en un material
determinado y eliminamos en cambio otro, siguiendo en este selección nuestras esperanzas o
nuestras tendencias. Y esto es precisamente lo que debemos evitar. Si al realizar tal selección
nos dejamos guiar por nuestras esperanzas, corremos el peligro de no descubrir jamás sino lo
que ya sabemos, y si nos dejamos guiar por nuestras tendencias, falsearemos seguramente la
posible percepción. No debemos olvidar que en la mayoría de los análisis oímos del enfermo
cosas cuya significación sólo a posteriori descubrimos”; Freud (1997) [1912], p. 1554. En
el caso de la investigación social, si el investigador se deja guiar por sus propias formas de

127
Luciana Messina y Cecilia Varela

no adviene sola sino que, al igual que el objeto de estudio, debe ser producida
mediante una operación de conquista. Retomaremos más adelante esta cuestión
que hace a la construcción de la posición del entrevistador.
A su vez, la situación de entrevista se presenta como un acontecimiento en
el que entran en relación dos “sistemas de pre-construcciones”, dos universos de
significaciones que, de no ser sometidos a una “confrontación metódica”, lleva-
rían a “dejarse imponer las nociones y categorías de la lengua empleada por los
sujetos”.9 La construcción del dispositivo de entrevista debe partir, entonces, del
reconocimiento de esas realidades estructuradas a partir de diferentes universos
de significaciones. Pero, si bien la construcción del sentido se produce a partir
de la interacción de estas dos parcialidades en cuestión, los discursos e inter-
pretaciones surgidos de la entrevista las rebasan, produciendo nuevos sentidos
inexistentes antes de ella.10

Partimos del supuesto de que la entrevista no puede pensarse como comu-


nicación transparente. Como toda situación en la que está en juego la producción
significante, la entrevista produce malentendidos y sobreentendidos. La produc-
ción de este “ruido” no representa una desviación en el proceso comunicativo,
no equivale a una anomalía que pueda evitarse; sino que, más bien, es uno de
sus elementos constitutivos.11

clasificar el mundo, utilizando categorías que son propias de una forma de conceptualizarlo
y que se enraízan en una perspectiva teórica-política, se corre el riego de “proyectar conceptos
y sentidos del investigador en las palabras del informante, corroborando lo que se proponían
encontrar”; Guber (2004) [1991], p. 208. Así como el ejercicio de la atención flotante du-
rante una entrevista en el marco de la investigación social habilita la categorización diferida,
la opción por la no directividad guarda relación con la regla psicoanalítica de la asociación
libre consistente en que el paciente “comunique, sin crítica ni selección alguna, todo lo que
se le vaya ocurriendo”; Freud (1997) [1912], p. 1654.
9. En Bourdieu et al. (1993) [1973].
10. Saltalamacchia (1992).
11. En primer lugar, porque el lenguaje difícilmente pueda ser conceptualizado como un
instrumento comunicacional diáfano que remite unívocamente significantes a significados.
Saussure indicó que el signo lingüístico no une una cosa con su respectivo nombre, sino más
bien un significado (concepto) con un significante (imagen acústica) y que el lazo entre estos
dos elementos es de carácter arbitrario. Es decir, los significantes no se corresponden sustan-
cialmente con ningún significado. Esto es lo que explica para él la polisemia en el lenguaje:
un significante puede hallarse enlazado a múltiples significados y conformar, de esta forma,
distintos signos lingüísticos. El carácter arbitrario del signo es lo que permite la polisemia,
aunque en el esquema saussuriano la significación enlazada al significante vuelve a otorgar

128
Capítulo 7. El encuadre teórico-metodológico de la entrevista...

Además, la situación de entrevista es terreno para la emergencia de al-


gunos malentendidos atribuibles específicamente, esta vez, a las diferencias en
los universos lingüístico-culturales de entrevistador y entrevistado. Los autores
que han focalizado en ellos sugieren que una opción para evidenciarlos consiste
en realizar preguntas abiertas tendientes a que el entrevistado se explaye en sus
propios términos. Así, el entrevistador sería capaz de captar el universo de sig-
nificaciones del entrevistado y trabajar, de alguna forma, con el problema de la
polisemia significante. Se trata, entonces, de trabajar con el malentendido y no a
su pesar, ya que muchas veces es a través de su captura que el investigador llega
a comprender los sentidos que los sujetos les otorgan a sus propias prácticas. De
allí los recaudos de tipo técnico-metodológico en la situación de entrevista tales
como: la “no directividad” y la “categorización diferida”,12la necesidad de relevar
aquellos términos que pudieran aludir a “quiebras” cognitivas13 y de capturar
la “dialéctica entre los sistemas de preconstrucciones” puestos en juego.14 Estas
herramientas son las que permiten muchas veces relevar las categorías nativas o
categorías sociales en uso, que luego permitirán la reconstrucción de la teoría
nativa o el conocimiento práctico que los actores tienen sobre su propio universo
social. Parafraseando a Bourdieu cuando se refiere a la función del error en el
proceso de investigación, podríamos decir que en la situación de entrevista lo
importante es atravesar el malentendido y captar su lógica.

valor positivo a la unidad de signo lingüístico. Lacan, al retomar la lingüística saussureana


desde el psicoanálisis con el fin de indagar el modo en que se relacionan lenguaje e incons-
ciente, alteró los términos de la articulación establecidos por Saussure entre significante y
significado: si en el esquema saussureano, una vez conformado el signo lingüístico, aquéllos
se hallan indisolublemente ligados, en el lacaniano se hallan estructuralmente separados. Si
la lengua es polisémica no es porque –a diferencia de lo postulado por Saussure– haya sig-
nificados a priori asociados a un mismo significante, sino porque el sentido se produce en la
cadena significante siempre como efecto retroactivo. Cada significante se definirá, entonces,
por todo lo que los otros significantes no son, es decir, por su pura diferencia con los otros
significantes. Pero, si cada uno se define por lo que los otros no son, resulta imposible pensar
en tener una totalidad donde se encuentren todos: “definir un todo del campo significante
requiere que un significante no esté en él. El que falta permite la totalización. Para Lacan la
estructura, está, por definición, descompletada. Hay una relación opositiva entre estructura
y todo. Sólo hay estructura en el no todo de sí misma”; Recio (1995), p. 482. Así, el sentido
es un efecto que se produce por intermedio del rebote de un significante sobre otros en la
cadena significante. Si hay deslizamiento significante es porque lo que circula es la falta, y es
esta ausencia la que permite el espacio necesario para que se constituya el sentido.
12. Guber (2004) [1991].
13. Agar (1998) [1982].
14. Bourdieu et al. (1993) [1973].

129
Luciana Messina y Cecilia Varela

De este modo, la entrevista no puede pensarse como comunicación


transparente por los múltiples atravesamientos que construyen el lugar de en-
trevistador y entrevistado. El “ruido” proviene del hecho de que el entrevistador
y entrevistado no se miran a sí mismos del mismo modo en el que son mirados
por el otro. Los diferentes universos de significación de los que participan afec-
tan las formas en que cada uno decodifica tanto las palabras y las acciones del
otro como sus atributos adscriptos y adquiridos (aspecto físico, modalidades de
enunciación, gestualidad, vestimenta, etc.).15 En este sentido, las interacciones
sociales producidas en la situación de campo se hallan siempre atravesadas por
la dimensión de la alteridad.

III. El campo del Otro: identificación imaginaria, simbólica


y fantasía

Si bien la situación de entrevista vincula dos individuos que se constituyen como


otros en esa relación, ésta no puede reducirse a una mera interacción personal
ni los discursos producidos en ella se dirigen y estructuran en función de un
único interlocutor, es decir, del individuo empírico que oye. Consideramos, por
el contrario, que aquélla no se juega en una relación de a dos. Siempre hay una
terceridad que organiza las construcciones discursivas de los participantes en la
entrevista, esto es, el campo del Otro. Para comunicarme con un otro debo pri-
mero pasar por el Otro, es decir, el orden simbólico. El Otro debe ser remitido
al registro de lo simbólico, a lo que está antes del sujeto, esto es, el lugar previo
del lenguaje en el cual y a partir del cual aquél se constituye.16 En palabras de
Assoun, “El Otro designa el lugar de la palabra, solidario por esta razón de la
categoría de lo simbólico. Debe comprenderse que este tercer testigo de la ver-
dad es el lugar referente de la verdad de la palabra entre dos sujetos. El Otro es
el lugar donde se constituye el yo (je) que habla con el que escucha”.17 En este
sentido, el Otro no es asimilable a un semejante, sino que es el lugar desde el que
emerge el sujeto en tanto hablante. De allí la pregunta: ¿desde dónde eso habla?
Slavoj Žižek18 propone distinguir conceptualmente dos tipos de identifica-
ción: la identificación imaginaria y la identificación simbólica. La distinción entre
ambas identificaciones puede resumirse en la preponderancia de la imagen en un

15. Hammersley y Atkinson (1994) [1983]; Besse (2000).


16. Al introducir el registro de lo simbólico, Lacan recusa la autonomía de lo imaginario
puro, planteando la determinación de la imaginario por lo simbólico.
17. Assoun (2004), pp. 104-105.
18. Žižek (1992) [1989].

130
Capítulo 7. El encuadre teórico-metodológico de la entrevista...

caso y de la mirada en el otro. En este sentido, mientras que en la identificación


imaginaria el elemento distintivo lo constituye la idealización19 de una imagen
del yo que resulta placentera, en la identificación simbólica resulta determinante
el lugar desde el que somos mirados. En palabras de Žižek “la identificación
imaginaria es la identificación [...] con la imagen que representa ‘lo que nos
gustaría ser’, y la identificación simbólica es la identificación con el lugar [...]
desde el que nos miramos de modo que nos resultamos amables, dignos de
amor”.20 Si bien ambas identificaciones se hallan entrelazadas, la identificación
simbólica domina a la imaginaria permitiendo que el sujeto se integre en un
campo socio-simbólico determinado; esto es, que asuma un mandato y ocupe
una posición dentro de la red intersubjetiva de relaciones simbólicas. De este
modo, aun cuando el sujeto se identifica con una imagen, lo hace en relación
con una cierta mirada puesta en el Otro.
La alienación imaginaria expresa una total ausencia de distancia dialéctica
entre “lo que se cree ser” y “lo que se es”, una omisión de la pregunta por la pro-
pia posición subjetiva dentro del entramado simbólico del que se forma parte.21
En este sentido, la ausencia de la pregunta que problematiza el orden simbólico
(¿quién soy yo para el Otro?), sustenta la creencia en la mismidad, es decir, en una
identificación con una imagen más allá del reconocimiento público. A partir de
la inscripción de la mirada del Otro se produce una nueva alienación asociada,
esta vez, a un mandato simbólico donde el Otro, a través de su mirada, regulará
las futuras imágenes con las cuales el sujeto se identificará.22

19. Resulta oportuno destacar que la idealización alude aquí a los procesos psíquicos que
posibilitan que un objeto sea investido de características y peculiaridades únicas y perfectas.
En Psicología de las masas y análisis del yo, Freud nos muestra cómo la idealización se encuentra
íntimamente ligada el narcisismo: “Amamos al objeto a causa de las perfecciones a las que
hemos aspirado para nuestro propio yo y que quisiéramos ahora procurarnos por este rodeo
para satisfacción de nuestro narcisismo”; Freud (1997) [1912], p. 2590.
20. Žižek (1992) [1989], p. 147.
21. En este sentido, Žižek señala que “la definición lacaniana de un loco es alguien que cree
en su identidad inmediata con él mismo, alguien que no es capaz de una distancia mediada
dialécticamente hacia él mismo como un rey que cree que es rey, que toma su ser como
una propiedad inmediata y no como un mandato simbólico que le ha impuesto una red de
relaciones intersubjetivas de las que él forma parte”; Žižek (1992), p. 76.
22. Es interesante pensar aquí cómo la trama de la película de John Lasseter Toy Story ilustra
esta tensión entre identificación imaginaria y simbólica. Mientras Buzz está convencido de
ser un astronauta que pertenece a un grupo de guardianes del espacio, Woody se reconoce
como el juguete favorito del pequeño Andy. En Buzz, al estar cautivado por la imagen del
astronauta, predomina una alienación imaginaria que expresa una total ausencia de distancia
dialéctica entre “lo que cree ser” y “lo que es”, una omisión de la pregunta por la propia

131
Luciana Messina y Cecilia Varela

La constitución subjetiva queda así marcada por la integración a un or-


den simbólico que posiciona al sujeto en relación a un mandato determinado.
Pero este mandato no se desprende de las capacidades reales del sujeto, sino
que se le presenta de manera arbitraria. Es así que el sujeto queda enfrentado a
la pregunta de por qué carga con ese mandato. Ese resto es el Che vuoi? “Dices
que soy esto, pero ¿por qué dices que soy esto? ¿Qué quieres con ello? ¿Qué es
lo que pretendes?”. La fantasía emerge allí como un argumento imaginario que
funciona como un intento por resolver esa pregunta, evadiendo de este modo el
insoportable enigma del deseo del Otro.23
Por ello, el deseo realizado en la fantasía no es nunca el del sujeto, sino
que se trata del deseo del Otro. Pero si la narrativa fantasmática surge para re-
solver este enigma (permitiendo de este modo otorgarle cierta consistencia a la
“realidad”), son estos mismos contenidos discursivos los que permanecen como
testigos de la irresoluble pregunta inicial.
Partiendo de la idea según la cual la persona entrevistada dice más cosas de
las que piensa decir, podemos decir que más allá del sujeto del enunciado –un
sujeto con intenciones de significar algo (moi)– hay un sujeto de la enunciación
que remite a la posición desde la cual se enuncia (je).24 La importancia del relato
en el proceso de investigación no tiene como finalidad, entonces, adentrarse en un
supuesto “yo auténtico” del entrevistado, sino echar luz sobre la posición desde
la cual éste construye sus identificaciones, los procesos a través de los cuales ésta
se ha construido y los factores que han intervenido en su formación. Por ello, y
a propósito de cada representación de un “papel”, la pregunta que será necesario
formularse es cuál es la mirada tenida en cuenta por el sujeto al momento de

posición subjetiva dentro del entramado simbólico del que forma parte. Así las cosas, Buzz
sostiene momentáneamente el sentido de realidad a través de una fantasía que muestra el
abismo entre la imagen con la cual se identifica y su lugar efectivo en la red intersubjetiva de
las relaciones entre los juguetes. En este sentido, la ausencia de la pregunta que problematiza
el orden simbólico (¿quién soy yo para el Otro?), sustenta la creencia de ser un astronauta en
su mismidad, es decir, más allá del reconocimiento público en cuanto tal. Para un análisis
más detallado del film desde esta perspectiva, véase Baer et al. (2003).
23. La cuestión aquí es que finalmente el Otro también está barrado, estructurado en torno
a una falta. La fantasía es ese intento por colmar la falta en el Otro, mantenerlo sin fisuras y
consistente. Finalmente, entonces, el Otro sólo existe en tanto ilusión retroactiva que oculta
la contingencia de lo real, necesario entonces para permitir el juego social y garantizar de un
mínimo de consistencia a la “realidad”; Žižek (2000) [1991], (1992) [1989].
24. Lacan distinguía así al Sujeto (je) del yo (moi): si el yo es la representación que un su-
jeto se hace respecto de sí mismo a través de sus enunciados y por ende está del lado de lo
imaginario, el sujeto es ubicado en el registro de lo simbólico y refiere a la posición desde
la cual aquél habla.

132
Capítulo 7. El encuadre teórico-metodológico de la entrevista...

identificarse con una determinada imagen.25 Los dichos del entrevistado pueden
ser interpelados a partir de su identificación con la imagen vinculada al locus desde
donde se mira. La problematización del orden simbólico permite ir más allá de
las supuestas imágenes que se imbrican en los procesos identificatorios y, por lo
tanto, en la estructuración del “papel” del entrevistado. Pues en la conformación
de los rasgos de identificación se interpone siempre una mirada en el Otro que
opera cuando el entrevistado se identifica con una imagen.

*

Así –y desde una perspectiva que pone a dialogar antropología y psicoaná-


lisis–, Rita Segato propone no colocar nuestro foco en la construcción cultural de
la identidad, ni en la subjetividad en tanto contenidos constitutivos de un ego y
sostiene, en cambio, que el análisis antropológico consiste en identificar “la manera
(en) que pronunciamos de forma tácita o explícita, la primera persona del singular”26
asumiendo, en este sentido, que el sujeto no tiene contenido discursivo, sino que
es pura posición frente a otros. De allí que en el proceso de investigación el interés
no radique únicamente en el contenido efectivo del relato –contenido que sería
del orden de lo imaginario en tanto está informado por la fantasía– sino también
en la identificación de la posición desde la cual éste es enunciado.
A los fines de pensar el encuadre de la entrevista es pertinente, entonces,
considerar el escenario en y para el cual se escenifica. Esto nos lleva necesariamente
a sustraer la entrevista del estrecho marco que la considera un vínculo entre dos
individuos en tanto y en cuanto siempre está involucrado el Otro. El Otro no
es equivalente al otro presente físicamente, sino que entrevistador y entrevistado
están siendo constituidos por miradas que no son analogables a la visión del
interlocutor, y que participan de la constitución de los discursos. Las preguntas
serán entonces: ¿cuál es la posición desde la que se enuncia el discurso de la
entrevista? y ¿cuáles son las miradas que operan en la formación de los discursos?

IV. La conquista de la posición de entrevistador:


saber su-puesto

Todo investigador es portador de ciertas marcas que pueden incidir en el pro-


ceso de obtención de información (género, edad, indumentaria, modalidades
de enunciación). Hammersley y Atkinson sostienen que en las entrevistas (así

25. Žižek (1992) [1989].


26. Segato (2003), p. 93.

133
Luciana Messina y Cecilia Varela

como en otros tipos de observación participante), “el cuidado de la propia ima-


gen” posibilita “evitar la asignación de identidades perjudiciales y desarrollar las
que faciliten la afinidad”. En este sentido, es necesario que los atributos –tanto
adscriptos como adquiridos– del investigador devengan objeto de una práctica
de vigilancia epistemológica.
Sin embargo, el lugar que el investigador construye para sus interaccio-
nes en el trabajo de campo no se agota en estas consideraciones que hacen a la
posibilidad de manipular la imagen personal. Retomaremos aquí los conceptos
de semblante, posición y disposición desarrollados por Besse para pensar cómo se
constituye el sujeto de investigación en las prácticas de investigación. El concepto
de semblante27 refiere a la construcción de un “desplazamiento entre la posición
del investigador y la cara que éste construye para relacionarse con los actores”,
desplazamiento simulado (y no tanto) desde un lugar de “saber” hacia otro de
“no saber” que a su vez requiere un supuesto saber frente al otro. La posición del
investigador se vincula a la perspectiva teórica y política desde la cual se construye
conocimiento. Por último, la disposición refiere a una actitud de predisposición
para revisar los supuestos personales de carácter teórico-político y en este senti-
do supone una práctica de vigilancia epistemológica. Es esta reflexividad la que
permite el desplazamiento del investigador desde su posición, y lo dispone al
planteo de nuevas preguntas y problemas, es decir, a abrir el campo problemático.
El concepto de esta tríada que consideramos fundamental para pensar la
situación de entrevista es el de semblante porque es la basculación entre el saber
y el no saber la que permite la producción de novedad. La vinculación entre
los conceptos de posición y disposición no es directa; no podemos sostener que
“desde una posición dispongo”. Si se produce este movimiento de posición-
disposición, es porque se hace semblante en las prácticas de investigación. La
aspiración del investigador de ponerse en el lugar del “otro” (informante) puede
ser una consecuencia producida por pasar por alto el concepto de semblante.
La empatía (en el sentido de creer que el investigador puede alcanzar el conoci-
miento de los estados psíquicos ajenos) se constituye así, en aparente paradoja,
como un obstáculo que no permitiría la emergencia de la intersubjetividad. Si la
empatía involucra la identificación de un sujeto con otro, lo que aquí llamamos
semblante refiere, por el contrario, a una modalidad de escucha que presupone
la suspensión de la identificación y con ello de todo juicio de valor, entendiendo
esto como aquello que hace posible la palabra del sujeto.
A su vez, la conquista del lugar de entrevistador involucraría no sólo poder
escuchar al entrevistado sino ser capaz de escucharse a sí mismo. Y, en rigor, si el
entrevistador puede ejercer estas dos escuchas, el entrevistado también se encontraría

27. Besse (2000), p. 160.

134
Capítulo 7. El encuadre teórico-metodológico de la entrevista...

habilitado a hacerlo. Por eso, lo deseable es que la situación de entrevista habilite


la producción de estas cuatro escuchas; es decir, que la relación establecida entre
entrevistador y entrevistado posibilite un proceso reflexivo que habilite la emer-
gencia de lo no conjeturado, de lo no pensado. Es en este sentido que la entrevista
puede constituirse en un dispositivo que posibilite la producción de discursos
inexistentes previamente.
La entrevista se manifiesta en primer lugar como dispositivo en tanto cons-
tituye una máquina “para hacer ver y para hacer hablar” que configura objetos y
posiciones de sujeto inexistentes por fuera de ella.28 Para Deleuze en todo dispositivo
es necesario discernir la historia (lo que ya no somos) y lo actual (lo que estamos
siendo). Pensar la entrevista como dispositivo implica, entonces, contemplar en ella
la posibilidad de emergencia de nuevos sentidos antes no conjeturados. Se trata de
que la entrevista genere “algo más” que una interacción entre dos individuos. Esta
postura rompe con la concepción de la entrevista como mero enfrentamiento de
dos cuerpos, en el cual los sujetos preexisten y están por fuera de él. El encuentro
que propicia la situación de entrevista pone así de manifiesto la importancia de la
co-constitución del sujeto de investigación en la misma interacción, pues lo que
importa es aquello novedoso que adviene en la tensión del intercambio.

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136
Capítulo 8

LA “GESTIÓN DE DATOS” COMO PROCESO


DE TOMA DE DECISIONES*

Cora Escolar

Introducción

“Uno, como el protagonista de Morgan, caso clínico,


ha tenido muchas veces la impresión de vivir
en una isla de sensatez rodeado de un mar de locura...
los consultores-investigadores...
hacen lo que hacen sin pensar en lo que hacen,
aplican sus rutinas sin saber por qué ni para qué...”

Jesús Ibáñez

El presente artículo tiene como objetivo presentar una serie de reflexiones referidas
a los procesos de “gestión de datos” que se dan en instituciones de los gobiernos
y que pueden ser de utilidad para exponer descarnadamente las potencialidades y

* Este artículo es una resignificación de uno más acotado publicado en Cinta de Moebio,
Revista Electrónica de Epistemología de Ciencias Sociales, Nº14, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Chile, Santiago, 2002.

137
Cora Escolar

limitaciones de un “hacer”. Un hacer que deviene en indicativo para la formulación


de contratos de préstamo, reglamentos operativos, indicaciones para monitorear
y evaluar programas y proyectos sociales.
El proceso de “gestión” de datos como tarea político-administrativa y de
investigación supone el reconocimiento previo de un complejo proceso de cons-
trucción de la información. Desde esta perspectiva resulta fundamental entender
que los datos no están “dados en la realidad” y que sólo resta recopilarlos, sino que
son fruto de una acción creadora y por tanto condicionada por las perspectivas
teórico-metodológicas desde las cuales se los construye.
Aunada a esta afirmación la “gestión de información” debe recurrir a datos
que deben ser susceptibles de ser contados, medidos, pesados y para ello se apoya
en una metodología cuantitativa que se basa en muy diversas fuentes.

Los indicadores como elementos fundamentales


de este paradigma

La medida o la construcción de índices y de indicadores, de manejo estadístico de


masas más o menos grandes de datos, carecen en general de fronteras, y aquí lo
que nos interesa resaltar es el importante tema de la construcción de indicadores
sociales, que surge ante la necesidad de cuantificar determinadas dimensiones
de una situación social, como por ejemplo la satisfacción ante una determinada
prestación social o el nivel de vida de una determinada población.1 En este
caso, los indicadores son utilizados como puros instrumentos de conocimiento.
Diríamos como el básico instrumento de conocimiento, sin discutir de dónde
provienen o cuál es la base teórica de su origen.2
Al respecto cabe destacar el importante aporte de Blalock, quien sostiene
que no existe una correspondencia directa entre teoría y realidad, entre concep-
tos y observaciones, por lo que “se requiere la existencia de una ‘teoría auxiliar’
como intermediaria entre ambos planos, que especifique en cada caso el modo
de relación de un indicador determinado con una variable teórica determinada”.3

1. Indicador social es “la medida estadística de un concepto o de una dimensión de un con-


cepto o de una parte de ésta, basado en una análisis teórico previo e integrado en un sistema
coherente de medidas semejantes, que sirva para describir el estado de la sociedad y la eficacia
de las políticas sociales”; Carmona (1977), p. 30.
2. Lazarfeld habla de “...la formulación de un concepto derivado de la inmersión del investiga-
dor en los detalles de un problema teórico [...] y que da sentido a las relaciones observadas...”;
Lazarsfeld y Rosemberg (1955), p. 15.
3. Blalock (1968).

138
Capítulo 8. La “gestión de datos” como proceso de toma de decisiones

Esta preocupación que planteamos subyace en todo sistema de información


que funciona como “gestión de datos” sin problematizar la estandarización de
esquemas conceptuales y teóricos que tienden a homogeneizar la información en
una progresiva organización burocrática de la misma. La organización internacio-
nal de sistemas de indicadores omite la discusión crítica de enfoques teóricos y
metodológicos y se constituye en recetas de planificación y evaluación de proyectos
y programas sociales. Esta paradigmática postura ha llevado a la primacía de la
producción masiva de datos.

La construcción de los datos como perspectiva


teórico-metodológica

Proponemos por tanto un nivel de construcción del dato: “los datos empíricos”
en sí no dicen nada, se deben analizar en función de identificar el lugar desde
el cual fueron construidos. Desde esta línea, el proceso de “gestión” de datos
implica, por un lado de-construir aquellos parámetros y variables desde los cuales
fue elaborada la información y por el otro, re-construir la misma a partir de este
reconocimiento de singularidad.4 Singularidad que se vuelve necesaria al relacio-
narla metódicamente con las causas y razones que la explican y le dan sentido.

La naturaleza del dato

Referirse a la naturaleza del dato plantea varios interrogantes: ¿Cuál es ésta? ¿Es algo
dado? ¿Existe mediación conceptual? ¿Cuál es la relación entre lo dado y el dato?
En términos de esta perspectiva epistemológica lo dado es un “recorte epis-
temológico”, efectuado por el sujeto en el objeto percibido. “...en este sentido,
la abstracción requiere para su construcción de un procedimiento sistemático
y coherente...”. 5

4. La construcción de datos descansa siempre sobre una previa clasificación de los datos,
ya sea conforme a categorías “ad-hoc” o bien a los términos de la práctica de gestión. Cf.
Cicourel (1964).
5. “Afirmar que los conceptos tengan un contenido teórico significa que constituyen una
anticipación de realidad en función de un esquema que los especifica en función de un orden
de determinaciones (o sea, teóricamente). Por el contrario, se trata de construir una relación
no teórica (en la acepción anterior) en cuyo marco los conceptos, que sirven de base al ra-
zonamiento y que provengan del conocimiento acumulado, sean utilizados en forma de que
cumplan la función construir campos problemáticos con prescindencia de las delimitaciones
teóricas de la realidad”; Zemelman (1990) [1984], p. 6.

139
Cora Escolar

Sin embargo, aquí lo que interesa es lo dado, es decir lo que toma el sujeto
como “dado” del objeto, como el lugar conocido empíricamente, como el “dato
inmediato” del mismo, por una parte, y por la otra, la relación entre lo dado y
el dato, considerado éste como lo dado elaborado, como lo dado mediado. Lo
dado vendría a ser un recorte epistemológico efectuado por el sujeto en el objeto
percibido. Este recorte tiene que ver con el alcance “visual” logrado por todo un
desarrollo aprehensivo, por lo que podemos llamar una especie de “socialización”
cognoscitiva del objeto.6
De esta manera, se reduce lo observable al indicador estadístico, o a una
característica indicativa y permanente, tratándose de los datos cualitativos. El
indicador establece la intensidad o extensidad del fenómeno, y a veces su corre-
lación con otros fenómenos, comprendidos como variables. En rigor, el proceso
estudiado o en vistas de ser analizado se reduce a ser una cosa; el objeto se petrifica,
quedando de él el significado de su rasgo y el esqueleto de su regularidad.7
Esta crítica a la concepción del dato es importante, no sólo para develar su
encajonamiento empirista, sino también para liberarlo del empaquetamiento que
hace de él como instrumento neutro, herramienta primaria en el acto de procesar
información que pretende dar cuenta de una realidad recortada según formas
particulares que se destacan acorde a cualidades indicativas/indicadas de ante-
mano (del latín index, -icis, ‘indicador, revelador´; derivado: indicar, indicare,
indicador; indicativo).8
Como afirma Bourdieu “no lamentar, no reír, no detestar, sino compren-
der” , de nada serviría que el sociólogo hiciese suyo el precepto spinoziano si no
9

fuera también capaz de brindar los medios de respetarlo. La idea es facilitar los
medios para la comprensión, es decir, instrumentar los dispositivos necesarios
para aprehender la realidad como necesaria e insertarla en el contexto que la
hace ser lo que es.
Para superar el estigma de que el proceso de “gestión” de información se
constituya en una suma de técnicas o un “sistema nacional de contabilidad social”,
la propuesta es subordinar estas técnicas y conceptos e indicadores a un examen
sobre sus condiciones y límites de validez, repensarlos en sí mismos en función
del caso particular. Esta cautela metodológica significa repensar la mecánica

6. Prada (1986), p. 307.


7. Se convierte en un intercambiable socialmente: entre el sujeto cognoscente y el objeto
perceptual median el símbolo y el indicador, como formas cosificadas, hipóstasis del objeto
dado, pero útiles en cuanto a su transmisión en el lenguaje, como también para su manipulación
en el proceso de gestión de información; Prada (1987).
8. Corominas (1994), p. 64.
9. Bourdieu (1999) [1993], p.141.

140
Capítulo 8. La “gestión de datos” como proceso de toma de decisiones

lógica de las comprobaciones y las pruebas y reconocer que existen atajos para
proponer un discurso que haga legible la complejidad de la producción social.10
La vigilancia epistemológica11 debe estar presente tanto en el procesamiento
de la información como en el análisis de la misma ya que se vuelve una fuente
de información “ad hoc” al “hablar significativamente” de los fenómenos bajo
análisis. Esto exige estar atento a la diversidad de subjetividades que intervienen
en todo el proceso que recorre una y otra vez la construcción de distintas matrices
de datos que se constituyen en fuentes de información básica para el trabajo de
sistemas de información.
En otras palabras, no se trata simplemente de la “aplicación correcta” de un
manual de procedimientos, que se presupone neutral, objetivo y paradigmático,
sino de cómo hacer para preservar el entorno de “objetos” a los que se atiende
o a los que se supone que se atiende para generar algo llamado “dato”. Así se
elaboran múltiples tablas, estadísticas, indicadores y cuadros que aparecen como
datos objetivados y que de alguna manera encubren el núcleo de procedimientos
(demasiado simplificados) que pretenden verificar y justificar supuestos e hipóte-
sis que son en definitiva decisiones teórico-políticas, por tanto sustancialmente
ideológicas.
De esta manera podemos afirmar que los consultores-investigadores se
enfrentan permanentemente a problemas inseparablemente teóricos y prác-
ticos que ponen de relieve la relación social entre los primeros y su objeto de
investigación-gestión.

El procesamiento e interpretación de la información. Sus usos

Otro ítem significativo refiere a las interpretaciones que de ellos se hacen sobre
lo que “sucedió” (se atendieron XXX beneficiarios, el presupuesto devengado
fue de XXX, las prestaciones fueron XXX) pretendiendo presentar argumentos
convincentes como condición para decidir los diferentes resultados que se están
mostrando.
Aquí nos volvemos a encontrar con la estadística. La estadística (ciencia del
estado) ha sostenido siempre metodológicamente el paradigma del control. Ha
servido a un poder que se reserva el azar (permanece impredecible) y atribuye la
pauta (predice).12 La estadística descriptiva permite al Estado hacer el recuento

10. Recordemos que la descripción no es más que “la toma de posesión” de un conjunto con-
creto por medio de un conocimiento ya producido de antemano. Está sometida a los resultados
que suministran los procesos de delimitación y de clasificación de la encuesta descriptiva.
11. Bourdieu et al. (1993] [1973].

141
Cora Escolar

de sus recursos materiales y humanos. La estadística inferencial le permite reducir


a pauta –objetivar– el comportamiento de las personas y el movimiento de las
cosas (suministra una estrategia contra seres sin estrategia).
En relación a este punto, Foucault sostuvo en aquella Primera Conferen-
cia de La verdad y las formas jurídicas dictada en 1973 en Río de Janeiro,13 que
toda práctica social –incluida la “gestión” de datos– engendra necesariamente
dominios de saber. Éstos a su vez conllevan dominios de verdad en el sentido de
que implican construcción de subjetividad en términos de prácticas y discursos
sociales que se constituirán en mecanismos, dispositivos y tecnologías de control
y vigilancia social.
Estos dispositivos de información son dispositivos de acción: dicen algo sobre
la sociedad pero también hacen algo en la sociedad en el sentido de que participan
en los procesos de producción y reproducción de cierto ordenamiento social.
Ellos enuncian una compleja red de relaciones que quedará sujetada
a sistemas totalmente sistémicos –el todo se distribuye en sus partes–. Cada
elemento o parte está sujetado por esa red de relaciones por lo que no existen
elementos autónomos. Tampoco estructuras estables ya que para que exista lo
instituido debe existir lo instituyente, el sistema social reproduce su estructura
cambiando. Desde este lugar, los sistemas de información conjugan elementos
(sujetos) y estructuras (relaciones bastantes invariantes) que permiten una cara
visible: observación, y una cara invisible: acción. Ellos son un modo de tomar
medidas de la sociedad en el doble sentido de tomar medidas a (observación) y
tomar medidas sobre (acción). Las medidas que se toman son según niveles de
cuantificación –del tipo clasificación (nominal), del tipo ordenación (ordinal)
o del tipo medición del tipo (intervalar, de razón o absoluta). Sólo es posible y
necesario clasificar, ordenar y medir cuando hay más de una alternativa.14
La condición de existencia de la alternativa es la reflexividad sobre los
procesos de construcción de conocimiento. Una reflexividad que se vuelve una
distancia necesaria al develar las posiciones desde las cuales hablamos y significa-
mos el mundo en que vivimos. Significa ser rigurosos sin ser rígidos, comprensivos
sin justificar y vigilar sin controlar.
Por ello resulta fundamental recuperar el concepto de “vigilancia” en
las dos acepciones en que se trabajan en esta ponencia. Una como práctica de
develamiento15 de la propia subjetividad en el proceso de investigación y la otra
como proceso de control “panóptico” de las operaciones y prácticas de gestión

12. Ibañez (1998) [1990].


13. Foucault (1984) [1978].
14. Ibañez (1998) [1990], p. 51.
15. Escolar (2000), p. 30.

142
Capítulo 8. La “gestión de datos” como proceso de toma de decisiones

en una institución. Es decir, una propone una autorreflexión sobre las propias
condiciones de producción de conocimiento, lo que conlleva la descarnada ex-
posición de la singularidad de los puntos de vista. La otra, por su parte, pretende
la regulación y normalización de las prácticas con total indiferencia de las con-
diciones y condicionamientos de los que es producto el autor de todo discurso,
en definitiva con total prescindencia etnometodológica de la organización social
y del orden que ella conlleva.

Los avatares del proceso de “gestión de información”

De tal forma, y siguiendo a Deleuze16, nuestras condiciones de existencia se


conforman a partir de múltiples líneas segmentarizadas y planificadas que nos
atraviesan y permean. Éstas forman parte indisociable del complejo entramado de
instituciones que regulan la vida social (escuela, fábrica, familia, etc.) produciendo
en su operatoria una re-territorialización de la sociedad al trazar sus pendientes
y fronteras y erigiendo sobre ésta un mapa de consistencia para homogeneizar y
sobrecodificar todos sus segmentos.
En esta línea, a través de las cartografías, mapas, cuadros, índices, matrices,
etc., las instituciones encargadas de la “gestión” de la información participan de
esta sobrecodificación a través del procesamiento, análisis e interpretación de
los datos.
El punto no es invalidar la maquinaria y acciones que implican los sis-
temas de información, sino en poner de relieve su utilidad social a través del
reconocimiento de los límites y potencialidades que conlleva todo proceso de
construcción de información.

Bibliografía

Blalock, H.: Methodology in social research, Nueva York, McGraw-Hill, 1968.


Bourdieu, P., J.C. Chamboredon y J.C. Passeron: El Oficio de Sociólogo, México,
Siglo XXI, 1993 [1973].
— La miseria del mundo, Buenos Aires, FCE, 1999 [1993].
Carmona Guillén, J.: Los indicadores sociales hoy, Madrid, Centro de Investiga-
ciones sociológicas, 1977.
Corominas, J.: Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid,
Gredos, 1994.
Cicourel, A.: Sociologías de la situación, Madrid, La Piqueta, 2000 [1968].

16. Deleuze (1980) [1977], p. 141.

143
Cora Escolar

— Method and Measurement in Sociology, New York, Free Press of Glencoe, 1964.
Deleuze, G. y C. Parnet: Diálogos, Valencia, Pre-Textos, 1980 [1977].
Escolar, C.: Topografías de la investigación. Métodos, espacios y prácticas profesio-
nales, Buenos Aires, Eudeba, 2000.
Foucault, M.: La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1984 [1978].
Ibáñez, J.: El análisis de la realidad social. Métodos y técnicas de investigación.
Madrid, Alianza Universidad Textos, 1996 [1986].
— (coord.): Nuevos avances en la investigación social I. Barcelona, Proyecto A.
Ediciones, 1998 [1990].
Lazarsfeld, P. y M. Rosenberg (eds.): The language of social research, New York,
The Free Press, 1955.
Prada, R.: Epistemología del dato. en Revista Mexicana de Sociología, Año XLIX,
Vol. XLIX, Nº1, Enero-marzo de 1987 [1986].
Zemelman, H.: Racionalidad y Ciencias Sociales en Suplementos Nº45, septiem-
bre de 1994, Barcelona [1990].

144
Incursiones bibliográficas:
comentarios de lectura
PENSAR LA CONSTRUCCIÓN. UN COMENTARIO SOBRE
ARQUITECTURA PLUS DE SENTIDO. NOTAS AD HOC DE
IGNACIO LEWKOWICZ Y PABLO SZTULWARK*

Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark, Arquitectura plus de sentido.


Notas ad hoc, Buenos Aires, Kliczkowski, 2002.

Juan Besse

Arquitectura plus de sentido... es uno de esos escritos que dan que pensar. El libro
está organizado mediante una introducción, un apartado y tres partes que, en
principio, proponen un pasaje por el estatuto actual de la arquitectura. En estas
notas, para abordar los muchos costados de la arquitectura, Lewkowicz y Sz-
tulwark han elegido una vía de acceso: poner en relación un cierto estado inactual
de la Arquitectura –en tanto disciplina– con la práctica de la arquitectura como
un hacer parcialmente desacoplado de ese saber que orienta la construcción social
de entes arquitectónicos pero que, paradójicamente, hoy no puede construir el
espacio epistémico para pensarse a sí mismo.
Y no sería aventurado decir que la propuesta de los autores consiste en que
no ya los entes arquitectónicos (los edificios, los parques, las autopistas, etc.) sino
el objeto arquitectónico no pueden ser pensados mientras no se intente escribir
el objeto de la arquitectura de un modo menos académico y más colectivo. Por
decirlo en términos afines a Heidegger1 (no ajenos a la perspectiva del libro), la

* Reseña publicada en Litorales. Teoría, método y técnica en geografía y otras ciencias sociales,
Nº2, Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, agosto de 2003.
1. Cf. Martin Heidegger (1997) [1951].

147
Juan Besse

Arquitectura ha extraviado su ser y se encuentra peligrosamente reducida como


práctica profesional y como saber a un discurso sobre sus entes.
En cuanto al estilo, se trata de un libro que trabaja la exposición a la manera
de una intervención oral. Las ideas y los modos de relacionarlas traen el timbre
familiar de las cosas conversadas, y sin embargo la cadencia de los argumentos
es la de una clase dirigida –por tomar una distinción de Cristina Corea explíci-
tamente recuperada en el libro– a testigos y no a espectadores.
Lo primero que se nos ocurre es que en el libro hay un plus que lo hace algo
más que una reflexión sobre la arquitectura y las prácticas asociadas a su ejercicio.
Para quienes trabajamos en el campo de la metodología de la investigación social,
el modo en que Lewkowicz y Sztulwark piensan la relación entre el dominio
más general de ‘lo arquitectónico’ como práctica social y los fundamentos de la
construcción del objeto arquitectónico conduce al terreno del pensar epistemo-
lógico que soporta las prácticas de investigación.
En ese punto, la distinción que materializa el hacer de la arquitectura
como un tensor entre los mundos preconstruidos y la práctica de la construc-
ción constituye una reflexión sobre la experiencia del límite (todavía animal por
cierto); pero más aún acerca de la experiencia de la delimitación. Y como de
pensar las prácticas se trata, y no sólo pensar sino también reconectarlas con su
dimensión autorreflexiva podemos afirmar que este libro habla sobre cómo está
siendo necesaria la experimentación del límite, y así cualquier experimento de
delimitación es por rigor una experiencia de lenguaje y en el lenguaje. Además
se necesita un sujeto que construya el objeto y un objeto que comprometa a
un sujeto en su construcción. En ese sentido, el libro es una invitación a pen-
sar las relaciones de la arquitectura con el lenguaje y el sujeto, o mejor dicho
como la arquitectura llega a ser a través de la producción de un objeto que
compromete a un sujeto pero a la vez lo excede “y este objeto precisamente es
arquitectónico porque está en exceso respecto del pensamiento que lo causó.
Es decir, que el efecto es irreductible a la causa, y que el pensar no tiene en sí
contenido todo su hacer”.2

El libro y sus partes

El formato expositivo propone una introducción que es más que una zanahoria
para atraer al burrito. En ella, una pléyade de supuestos obligan a leer con dete-
nimiento y a preguntarnos acerca de qué se está hablando.

2. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), p. 51.

148
Pensar la construcción. un comentario sobre arquitectura plus de sentido...

Dos ideas resultan ya allí, en el inicio, jugosas: la primera es cuán difi-


cultoso resulta pensar hoy “la situación de nuestra cultura arquitectónica. Ni
siquiera resulta sencillo encontrar un lenguaje adecuado para comprender la
situación actual de nuestra reflexión sobre la Arquitectura. La razón es clara: si
no disponemos de un lenguaje adecuado para pensar la situación actual de la
reflexión arquitectónica es porque esa reflexión misma ha dejado hace tiempo
de constituir un ejercicio habitual de las prácticas profesionales”.3 A lo que agre-
gan, que la confianza en el hacer se ha vuelto especularmente proporcional a la
desconfianza en el pensar. Y allí se despliega el segundo movimiento conceptual
de la introducción: “la reflexión teórica se ha vuelto tan extraña a la disciplina
que más bien parece que esa reflexión permanece fatalmente en el exterior”.4
El supuesto más fuerte, que se proyecta sobre el conjunto de lo que sigue a
la introducción, es que “si la Arquitectura sólo es Arquitectura, no es Arquitectura.
Para que haya Arquitectura es preciso un plus. ¿Pero cómo?”.5
La primera cuestión refiere al agotamiento de la Arquitectura. La arquitectura
habría agotado sus recursos conceptuales y esa sequedad ha cerrado las puertas para
su propio pensar.6 El parangón de ese supuesto con el pensamiento de Heidegger,
y sobre todo con la lectura que Badiou le tributa, es inevitable. En esa dirección,
podemos decir que se desprende del análisis de Lewkowicz y Sztulwark que la
arquitectura ha devenido historia de la arquitectura y ha propiciado la separación
mortífera entre su despliegue en el tiempo y el acto de pensamiento. Si es política,
es política gestionaria, establecida, pura habladuría que no logra quebrar el círculo
vicioso de insistir en ser, solamente, desde la moral particular de una posición.
Y para colmo, como señalan los autores, las costumbres del campo no
ayudan y en el debate arquitectónico, o mejor dicho en el debate de los arqui-
tectos, el juicio de valor prevalece sobre los procedimientos reflexivos y argu-
mentales. Ahora bien, el análisis que proponen Lewkowicz y Sztulwark propicia
entender la práctica arquitectónica como una práctica política, y lo hace desde
una perspectiva ética que restituye a la construcción arquitectónica la dignidad
de un objeto incompleto que necesita de los otros (del consenso social, de la
planificación urbana, del bienestar en la ciudad, etc.) para poder ser efectivo e
iniciar el círculo virtuoso de una arquitectura que busque sus nutrientes en las
aberturas que se producen entre la política establecida y lo político por venir.

3. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), p. 13.


4. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), p. 14.
5. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), p. 15.
6. Esta distinción entre un saber y su agotamiento como mera historia de ese saber nos ha ayu-
dado a pensar campos como los de la metodología o la epistemología de la investigación social.
Jorge Alemán lo aborda con fineza al desarrollar la noción de antifilosofía en Lacan a partir
de Heidegger (2001: 27 y ss.). Lewkowicz diría un saber que funciona en el desfondamiento.

149
Juan Besse

Luego de la introducción, y con marcas dialécticas,7 un plus y tres partes


constituyen el cuerpo del libro.
En el apartado Plus, los autores –luego de un breve recorrido etimológico–
ubican el término en el cruce de los linajes teóricos del marxismo (plus-valor) y
el psicoanálisis (plus de goce) y hacen jugar allí una pesada ontología “como si
algo de la condición humana estuviese jugado en esa dimensión de plus”,8 para
continuar –en un movimiento que entronca la condición humana con la situación
de la arquitectura– diciendo que “el plus como demasía, como exceso o como
plétora puede ser un recurso en otro campo. Veremos que en Arquitectura, ese
exceso es más que un recurso. Es, paradójicamente, una condición imprescin-
dible; y es esa dimensión que hace que haya arquitectura [...] Un plus que es la
cualidad propia de la Arquitectura: es la noción que el libro intentará indicar y
que seguramente no terminará de capturar”.9 Ese exceso, no dialectizable, que
no puede ser absorbido por práctica alguna es lo que deviene en esta trama de
argumentos, un recurso. El recurso de buscar en otra parte lo que no se tiene,
no porque se carezca de ello sino simplemente porque la arquitectura como
cualquier dominio de saber sólo podrá producir algo a condición de pensarse,
desde el dolor de haber sido y ya no ser, y en consecuencia actuar como no-todo.
No hay discurso arquitectónico que sea todo. Y, sin embargo, paradójicamente,
su liberación estará sujeta al plus, siempre, o la bandera arquitectónica flameará
sobre sus ruinas.
A continuación, haremos mención de los núcleos que se trabajan en cada
una de las partes, para sólo detenernos en algunos modos de problematización
que a nuestro juicio ahonden lo novedoso que trae el sustrato epistemológico
del libro y resulten útiles para el trabajo metodológico en el campo de la inves-
tigación social.
La Parte I contempla Cuatro términos en torno del plus: El campo del sentido,
el objeto arquitectónico, la reflexión sobre el objeto y la función intelectual.
La Parte II distingue Contexto y partido, o (re)pensar el proyecto.

7. Žižek, haciendo gala de la máxima freudiana de que lo serio en el hombre es que está es-
tructurado como un chiste, se pregunta: “¿Por qué un dialéctico debe aprender a contar hasta
cuatro? [...] ¿Hasta cuánto debe aprender a contar un dialéctico hegeliano? La mayoría de los
intérpretes de Hegel, para no mencionar a sus críticos, intentan convencernos al unísono de
que la respuesta correcta es tres (la tríada dialéctica, etc.). Además ellos compiten entre sí por
llamarnos persuasivamente la atención sobre el ‘cuarto lado’, el exceso no dialectizable que
supuestamente elude la aprehensión dialéctica, aunque (o, más precisamente, en cuanto) es
la condición de posibilidad intrínseca del movimiento dialéctico: la negatividad de un puro
consumo que no puede ser recobrado en su resultado”; Žižek (1998).
8. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), p. 21.
9. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), pp. 21-22.

150
Pensar la construcción. un comentario sobre arquitectura plus de sentido...

La Parte III recupera viejos y nuevos desarrollos de la teoría social urbana


–desde el situacionismo de Guy Debord hasta la teoría de los flujos en la confi-
guración de la ciudad propuesta por Manuel Castells– y propone la conexión
vital entre las dos primeras partes y un conjunto de Reflexiones sobre la ciudad
contemporánea: La ciudad de los flujos, El arquitecto en la ciudad contemporánea,
Ciudad y situaciones urbanas.
Las diferencias entre las partes pasan por los énfasis puestos en el modo
de teorizar la cuestión arquitéctónica. La Parte I lo hace desde una perspectiva
epistemológica, otorgando la prioridad a la ruptura con la inmediatez de las
nociones comunes, en especial las provenientes del propio campo disciplinar, en
este caso la arquitectura. Por ejemplo, cuando se pone en entredicho, se horada, la
noción misma de objeto arquitectónico.
Son muchos los pasajes que pueden ilustrar la invitación a pensar y a de-
jarse tentar por las bondades y los riesgos de la analogía con los propios campos
profesionales o disciplinarios. El que sigue es un buen ejemplo de por qué se
recomienda la lectura de este libro: “El agotamiento del pensamiento moderno
en Arquitectura produce la disociación entre el hacer y el pensar. Se piensa acerca
de la arquitectura desde otra disciplina, y se hace desde la disciplina. En estas
condiciones, el desde y el sobre la Arquitectura ya no coinciden. El pensamiento
disciplinario queda reducido a una dimensión eminentemente práctica. Hay
Arquitectura sin reflexión sobre ese hacer. Tenemos un problema.
Esta coyuntura del discurso arquitectónico se despliega bajo tres condicio-
nes: el fin de la arquitectura moderna, el vacío de la arquitectura contemporánea,
y la invasión de ese vacío desde otros discursos que se ofrecen como detentando el
sentido de esa práctica. [...] El punto de partida, entonces, es disciplinario. Pero
un discurso disciplinario no significa un discurso monopolizado por los agentes
del campo, porque una disciplina no incluye sólo a sus agentes autorizados sino
también y sobre todo a sus usuarios, sus destinatarios, sus objetos. Y en el caso de
la Arquitectura, a sus conciudadanos y sus clientes. Un discurso propio de la
disciplina es también un discurso destinado a aquellos que en relación con la
Arquitectura, requieran de condiciones para la recepción de la obra y del pen-
samiento propio de la Arquitectura”.10
Por último, la Parte III nos trae la frescura de una intertextualidad
ingeniosa. En primera instancia, la reflexión teje elementos teóricos para un
abordaje de lo urbano que recupere la noción de lugar. La apuesta a la relectura
del concepto de situación que propusiera Debord hace más de treinta años es
el puntapié para articular una teoría del lugar con una teoría de los flujos tal
como es expuesta por Castells. Mucho es lo que aquí podría decirse; el libro no

10. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), pp. 45 y 47-48 (los destacados son nuestros).

151
Juan Besse

abunda en los aspectos descriptivos de las teorizaciones de Debord, de Castells


(u otras imputadas a un constructo realizado por los autores, al que podríamos
llamar el sentido común del planificador urbano medio)11 pero sí provee una pista
fructífera para pensar articulaciones entre aspectos teorizados en diferentes y
hasta antagónicas matrices teóricas que no siempre son puestos en relación a la
hora de pensar la función intelectual del arquitecto o la, más modesta, del mero
consumidor inmobiliario urbano.
Valga para ilustrar el modo poco elíptico con que se sitúan las opciones
a las que responde el arquitecto –con deliberación o con ignorancia no por ello
menos responsable– al asumir el desafío de pensar la porción de la ciudad que
le deparó la vida profesional. Para Lewkowicz y Sztulwark “se plantea, entonces,
una diferencia fuerte para el arquitecto: pensar desde la Ciudad o pensar desde
situaciones urbanas. Pensando desde la Ciudad hay, implícitamente enunciada,
una potencia de subordinación de las situaciones urbanas a un orden preestable-
cido. El arquitecto que piensa por delegación de la ciudad administra un sentido
preexistente. El que piensa, en cambio por implicación en situaciones urbanas,
opera en los hiatos del sentido preexistente. Por otra parte, pensar desde situa-
ciones urbanas supone que la ciudad no es una integración total a la que haya
que plegarse o que se tenga que desplegar, sino que es un modo de configuración
que constituye subjetividad, pensamiento, ocasión de intervención”.12

Exoducción: sobre testigos y espectadores

Entre las muchas consideraciones que se pueden hacer sobre este libro móvil, y
adaptable a los más diversos usos intelectuales por parte de un investigador, la que
cabe resaltar es aquella que destaca la presencia de dos registros en su letra. Siempre
que se habla de un qué, de una cierta entidad de las cosas se la acompaña de un
cómo fueron pensadas o cómo podrían comenzar a ser pensadas. Se trata entonces
de un libro que por semejanza recorre breve pero incisivamente los fundamentos
del oficio de arquitecto.13 Y al hacerlo, al interrogar ética y políticamente el saber
y el hacer del arquitecto, ofrece un ejercicio teórico y metodológico que se presta

11. Dicho sea de paso, coto histórico de los arquitectos y, marginalmente respecto de los
anteriores, de los geógrafos. Más recientemente de sociólogos y antropólogos incursionistas.
12. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), pp. 111-112.
13. En los términos propuestos por Pierre Bourdieu, Jean-Claude Passeron y Jean-Claude
Chamboredon en El Oficio de Sociólogo y reconfigurados por Bourdieu (1995) [1987] de
modo afín al itinerario que sugieren Lewkowicz y Sztulwark.

152
Pensar la construcción. un comentario sobre arquitectura plus de sentido...

a los más diversos usos no sólo para el investigador sino para el ‘enseñante’ de
metodología o el orientador de un taller de diseño: hay en el libro un itinerario
de pensamiento, construido colectivamente, puesto a prueba en la discusión y
en la transmisión, abierto a rectificaciones, que habla de autores testigos y no de
espectadores de la Arquitectura, de la Ciudad y de las situaciones urbanas que
nos conciernen por el solo hecho de –como podemos– habitarlas.

Bibliografía

Alemán, Jorge: Jacques Lacan y el debate posmoderno, Buenos Aires, Filigrana,


2000.
Bourdieu, Pierre, Jean-Claude Passeron y Jean-Claude Chamboredon: El Oficio
de Sociólogo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1992 [1973].
Bourdieu, Pierre: “Transmitir un oficio”, “Pensar en términos relacionales” y
“Una duda radical” en Bourdieu, Pierre y L. J. D. Wacquant, Respuestas
por una antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995 [1987].
Heidegger, Martin: Construir, habitar, pensar, Córdoba, Alción Editora, 1997
[1951].
Lewkowicz; Ignacio y Pablo Sztulwark: Arquitectura plus de sentido, Buenos
Aires, Kliczkowski, 2002.
Žižek, Slavoj: Porque no saben lo que hacen. El goce como un factor político, Buenos
Aires, Paidós, 1998 [1996].

153
UN LUGAR PARA LOS ESTUDIOS DE LA VIDA
COTIDIANA. UN COMENTARIO DE LA VIDA COTIDIA-
NA Y SU ESPACIO-TEMPORALIDAD

Alicia Lindón (coord.) La Vida Cotidiana y su espacio-temporalidad,


México, Anthropos, 2000, 237 páginas*

Cora Escolar y Analía Minteguiaga

La vida cotidiana y su espacio-temporalidad es una excelente contribución a las


sociologías de la vida cotidiana y aquellos otros enfoques disciplinarios que
recuperan la noción de vida cotidiana como eje de sus análisis y reflexiones. La
amplia e indiscriminada utilización del concepto de vida cotidiana ha operado
como una suerte de vaciamiento de sus implicancias teóricas más relevantes.
Por ello el punto de partida de este libro es el reconocimiento y explicitación de
los dos vacíos operados por diversos estudios que se autodefinen como de vida
cotidiana y que se constituyen en el obstáculo más importante para el avance
del conocimiento en este campo. El primero refiere, y valga la redundancia, al
cotidiano y libre uso del concepto de vida cotidiana. El segundo, a los sobre-
entendidos y a la ausencia de definiciones precisas acerca de la especificidad
propia del campo. El conjunto de artículos e investigadores reunidos en esta
compilación tiene el objetivo de avanzar en la construcción de una mirada
comprensiva sobre los fenómenos y procesos que hacen a la subjetividad social,
y a los sentidos y significaciones de la práctica humana, intentando colaborar

* Reseña publicada en Geocrítica Nº96, Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias
Sociales, Universidad de Barcelona, 2002. http://www.ub.es/geocrit/b3w-380.htm.

155
Cora Escolar y Analía Minteguiaga

con aquellas sociologías de la vida cotidiana y su esfuerzo por conformar un


universo teórico-conceptual específico.
Desde este planteo lo cotidiano se constituye en el lugar donde se “en-
cuentran” en una dinámica compleja la vivencia subjetiva y la producción y
reproducción de las estructuras sociales. Es a través de la experiencia práctica,
de la vivencia de dichas estructuras, como los hombres contribuyen a su trans-
formación o reproducción. Es decir, donde se pone en juego la continuidad o
ruptura de cierto ordenamiento social. De esta manera, Alicia Lindón coincide
con Norbert Elias al descartar aquellos planteos que insisten en pensar lo cotidiano
como opuesto a lo estructural cuando en realidad ambas dimensiones forman
parte indisociable de la práctica humana y sus sentidos.
En esta línea, la coordinadora de este trabajo rescata el reconocimiento
que hacen las sociologías de la vida cotidiana de la espacio-temporalidad de las
prácticas y sus sentidos. Toda acción práctica y vivencia intersubjetiva se desarrolla
en un “aquí” y un “ahora”, desde donde los sujetos se ven y desarrollan vincu-
laciones con el otro. Así la temporalidad y el espacio de la experiencia práctica
suponen no restringir la noción de tiempo a su aspecto cósmico y medible y no
circunscribir el espacio al locus externo a la experiencia, sino entenderlos como
aspectos constitutivos de la experiencia práctica misma y por lo tanto, impreg-
nados con los sentidos y significados de aquella.
De esta forma la especificidad del campo está dada por la particular mi-
rada que sobre lo cotidiano hagamos y no por los componentes o “materiales”
que conforman la vida cotidiana, como el trabajo, el ocio o la sexualidad. Una
mirada que, tomando como punto de partida al individuo frente a la alteri-
dad, podrá orientarse a la socialidad, la ritualidad, o la espacio-temporalidad
en tanto vías de acceso e indagación al complejo y profundo mundo de la
vida cotidiana.
El primer trabajo que presenta este libro escrito por Michel Maffesoli
discute la clásica dicotomía entre sociedad y naturaleza en el contexto de las
sociedades posmodernas. Partiendo de la noción de lo cotidiano como lugar en
el que se juega la relación con los otros, el autor indica que en esas sociedades la
naturaleza se constituye en una particular alteridad. En sus palabras, el cambio
de la relación con aquella naturaleza objeto de control y dominio instituye un
nuevo vínculo en donde la misma pasa a ser una alteridad absoluta, el gran Otro y
a partir de ella se ordenan y acomodan los demás pequeños otros que se encuentran
en la proximidad. De esta manera, la incorporación de la naturaleza como alter del
individuo en su vida cotidiana implica reconocerla como aspecto constitutivo del
vínculo social, en suma, es la conjunción y reversibilidad (y no la separación) de la
socialidad y la naturalidad desde donde podemos pensar los procesos mismos de
estructuración social. Para Michel Maffesoli en estos momentos resulta un error

156
Un lugar para los estudios de la vida cotidiana

pensar, explicar u organizar la sociedad desde la distinción o la dicotomía de los


elementos que la componen; por el contrario, exige un pensamiento complejo
sobre sus interrelaciones y mutuas imbricaciones.
El artículo de Emma León se introduce en el terreno de los estudios sobre
la cotidianeidad desde una revisión sobre las propias herramientas intelectuales
y esquemas de comprensión que ponemos en juego a la hora de analizar la com-
plejidad de la realidad social. Para la autora la necesidad de una autorrevisión
se vincula con una cuestión mucho más profunda sobre el mismo campo de
estudio, en tanto, que el ámbito de la vida cotidiana ya no puede comprenderse
desde encuadres teórico-metodológicos que responden a determinados modelos
sociales como si fuesen los únicos existentes y hasta los únicos posibles. En esta
línea afirma la necesidad de reconocer una vez más que la utilización de la teoría
cumple el papel nada inocente de definir los ángulos de visibilidad sobre el mundo
que trae a sus terrenos. Desde aquí realiza una crítica a la aceptación irrestricta que
de un cierto corte espacio/tiempo se realiza en algunos estudios de este campo
reflexionando sobre el tipo de configuración de la vida social que sustenta tal
construcción analítica. La revisión, por tanto, de los tiempos y espacios de la
cotidianeidad debe alcanzar a las propias estructuras de construcción y funda-
mentación teórica ya que de nada serviría identificar la heterogeneidad espacio/
temporal del mundo observado si ésta será configurada y contemplada con la misma
matriz que impuso una particular forma de ver y analizar el espacio y el tiempo
social. Esto pone en el centro del debate la cuestión de la pertinencia de nuestras
herramientas analíticas para comprender el mundo en el que vivimos. Pertinencia
entendida como el proceso que pone en constante tensión la teoría y el mundo
observado a fin de develar en ambos lados formas, contenidos y trayectorias; es en
esa tensión donde se puede descubrir lo inédito, lo que huye a nuestro esquema
de entendimiento, o en otras palabras, “lo no dicho en lo dicho”. En definitiva,
aquello que habita nuestros discursos y categorías y que hace a nuestra condición
de sujetos histórica y socialmente determinados.
En una misma línea de análisis se ubica el trabajo de Rossana Reguillo
problematizando la relación entre los procesos que caracterizan el mundo de la
vida cotidiana y la producción y reproducción del orden social. La clandestina
centralidad de la vida cotidiana está dada justamente en que ésta se constituye
en un escenario de construcción y de esta forma, de innovación y cambio de
aquellos discursos, prácticas y sentidos en donde se pone en juego cotidianamente
el orden instituido. La “naturalidad” con que se despliega este espacio invisibi-
liza los innumerables procesos de selección, combinación y ordenamiento que
en él tienen lugar. Sólo en ciertos momentos y circunstancias la normalidad y
naturalidad de sus procedimientos y lógicas revelan su arbitraria y determinada
naturaleza social.

157
Cora Escolar y Analía Minteguiaga

En tal sentido puede decirse que una manera de definir la vida cotidiana
es mediante una operación de oposición y al mismo tiempo de complementariedad.
Por un lado, para la autora, lo cotidiano se constituye por aquellas prácticas, lógi-
cas, espacios y temporalidades que garantizan la reproducción social por la vía de la
reiteración; y por el otro, la rutinización normalizada adquiere “visibilidad”para
sus practicantes en aquellos períodos de excepción o cuando alguno o algunos de los
dispositivos que la hacen posible entran en crisis.
Al definir el espacio de la vida cotidiana como escenario de la re-producción
social y por tanto vinculado a lo que en un momento específico se considera
normal y legítimo para garantizar cierta continuidad social, la autora niega la
existencia de una cotidianeidad esencial y ahistórica factible de ser explicada des-
de abstracciones o generalizaciones unívocas, y exige una comprensión desde las
propias estructuras que la producen y que son simultáneamente producidas (y
legitimadas) por ella. Basándose en las ideas de Michel De Certeau afirma que si
bien los mecanismos y lógicas de la vida cotidiana al ser rutinizadas constriñen
a los sujetos existe un margen para la improvisación que de acuerdo a su “uso”
puede subvertir desde dentro el mismo orden establecido. En ese margen de
indeterminación es donde se libra la batalla simbólica por la definición del pro-
yecto societal como totalidad. Desde este lugar el desafío consiste, entonces, en
desentrañar el “plus” de sentido que se sobreimprime en el acto de apropiación
de lo que la sociedad pone a nuestra disposición.
Por ello, para la autora, por lo menos bajo dos condiciones puede pensarse
la vida cotidiana como un espacio clandestino en el que las prácticas y los usos
subvierten los poderes hegemónicos. Justamente estas condiciones son el desan-
claje espacio-temporal y la dimensión asociativa de la vida cotidiana.
El trabajo de Daniel Hiernaux-Nicolás desarrolla el tema de la vida cotidia-
na desde un ámbito particular como es el turismo y en este ejercicio lo jerarquiza
al distanciarse de los enfoques tradicionales construidos a partir del trabajo y la
producción que han despreciado el lugar que le cabe al ocio en el marco de las
motivaciones humanas.
En este sentido afirma que algunos de los trabajos más leídos en sociología
del turismo analizan críticamente el proceso de turismo a través de una valo-
rización negativa del mismo definiéndolo como proceso de despersonalización
del individuo en un contexto de alienación construido por las grandes empresas
internacionales.
El artículo se centra en el tema de la construcción de la vida cotidiana en
el turismo, o mejor dicho, en explorar en los procesos turísticos la existencia de
una recreación de la vida cotidiana. Ésta será sin duda distinta a aquella que se
constituye en el mundo del trabajo y de residencia habitual. Será más efímera
y responderá a otras pautas pero no por eso resultará menos productiva e inno-

158
Un lugar para los estudios de la vida cotidiana

vadora que aquella cotidianeidad desarrollada en los ámbitos más tradicionales.


Su hipótesis central es que las prácticas turísticas se sustentan en un modelo
espacio-temporal radicalmente opuesto al que se desarrolla en el mundo del
trabajo. En la cotidianeidad del turismo se construye un mundo distinto, el del ocio,
en donde prevalecen reglas de convivencia interpersonal, criterios de construcción
de identidad, prácticas sociales y motivaciones basadas en lo efímero, más que en lo
permanente. Esta cotidianeidad menos duradera pero socialmente identificable
habla de la posibilidad de la innovación y del cambio aun bajo condiciones
menos regulares y rutinizadas.
Desde este planteo el autor recupera un eje central de todos los trabajos que
integran esta compilación: el de la relación entre las configuraciones espacio-tem-
porales que actúan en la vida cotidiana y la producción y reproducción del orden.
En este sentido, el turismo participa de los complejos procesos de construcción
social a partir de operar una suerte de distanciamiento respecto del orden central
de la vida social. De tal forma el turismo da cuenta de ciertas “lateralidades” que
le permiten a los individuos separarse de las reglas establecidas convenciéndolos
de que no están totalmente cooptados por los principios ordenadores de la so-
ciedad. Aun admitiendo que existen múltiples condicionamientos al analizar el
peso de las corporaciones turísticas, el turismo permite recrear roles subversivos
que inhiben los efectos de las imposiciones de otros mundos de la vida abriendo
el camino a la transformación de la estructura social.
Como reverso de los objetivos que se propone el trabajo de Pablo Hiernaux
Nicolás, el artículo de Salvador Juan se concentra en todas aquellas formas y
lógicas que en la vida cotidiana restringen, limitan, controlan, ordenan y coac-
cionan a las personas en sus múltiples dimensiones.
La creciente funcionalización de la vida cotidiana conlleva un correlativo
aumento de su división espacio-temporal en actividades cada vez más especia-
lizadas. Esto sucede paralelamente a la desintegración de los lazos sociales y
mecanismos de cohesión. La consecuencia inevitable es la generación de una
excesiva tensión de la vida cotidiana, o en sus términos una hipertensión, que
favorecida por la fragmentación del espacio y del tiempo heteronomiza de manera
creciente la experiencia vital de los individuos. A su vez la colonización operada
por el consumo conlleva procesos de atomización e individualización que debi-
litan el espacio de las interacciones sociales y la sociabilidad. Pero más allá del
carácter crítico y poco optimista de este artículo el autor argumenta que en el
reconocimiento de la histórica institucionalidad de estos procesos se encuentra
la posibilidad de su transformación política.
Sin duda el artículo de Pablo Fernández Christlieb comparte esta visión
sobre la posibilidad del cambio al concentrarse en descubrir en qué medida
se ha transformado la vida cotidiana a partir de la aceleración del tiempo y el

159
Cora Escolar y Analía Minteguiaga

movimiento en el espacio. Es en las comunidades posmodernas donde este au-


tor fija el espacio de la vida social en la transitoriedad y no en el arraigo, en los
flujos deslocalizados y no en las raíces conformadas a partir del anclaje en un
territorio. De esta manera, la tecnología ha logrado inyectarle velocidad no sólo
a los transportes y las comunicaciones sino a la vida misma, a las percepciones,
al pensamiento, a las motivaciones y a los deseos.
El territorio instantáneo de la comunidad posmoderna indaga sobre las nue-
vas formas de agrupamiento y socialidad que plantean las actuales condiciones
de vida a partir de las diferencias expresadas con aquellas formas de comunidad
originarias y modernas. Dos elementos se distinguen en la primera: uno referido
a la indisoluble pertenencia del individuo al suelo donde se afinca; el otro, a la
atmósfera vital que conllevan tales comunidades y dentro de la cual sus integrantes
se encuentran contenidos y comparten con los demás modos de pensar, soñar,
saber, expresar y sufrir. De esta forma la comunidad se constituye en un sentido
común, un mundo común, en el cual la pertenencia es siempre de los participan-
tes a la comunidad y no viceversa. Con la modernidad se diversifican los suelos
y las atmósferas simbólicas, se multiplican y pluralizan los modos de vida, las
formas de pensar y problematizar la realidad. Así cuatro nuevas modalidades de
comunidad entran en funcionamiento, cada una afincada en un suelo distinto:
la comunidad familiar, situada en el suelo doméstico; la ilustrada, afincada sobre
el suelo de los sitios de reunión de la sociedad civil; la burocrática, sustentada
en el suelo de los aparatos informáticos y datísticos; y la personal, erigida sobre
el individuo y su cuerpo.
Finalmente, las nuevas condiciones de la posmodernidad atravesaron,
desbordando y descentrando, los límites de los modelos anteriores. Por ello
describe la posmodernización del espacio, del cuerpo, del conocimiento y de la
comunidad. Para este autor la forma posmoderna de comunidad ha perdido el
suelo en su acepción tradicional, sustituyéndolo por la velocidad y la creciente
movilidad territorial, así como volvió inmediata y transitoria –de grupos, identi-
dades, normas, verdades y sentimientos– su atmósfera vital. Resulta importante
destacar que estos cambios no dan cuenta de una evolución lineal y progresiva
de las formas o modalidades de organización de la vida social, sino de complejos
procesos históricos de producción y reproducción de lo social donde parte de
lo actual, lo presente y lo nuevo encuentra explicación desde lo antecedente, lo
pasado y lo antiguo. Este análisis de la vida cotidiana parte del reconocimiento
de que la comunidad originaria permanece como realidad cotidiana aún en la
comunidad posmoderna. En las palabras de Pablo Fernández Christlieb, todas
las formas de comunidad descriptas son modos de memoria colectiva, por lo que
siguen vivas aun cuando son transformadas por el paso de la historia, en el presente
finisecular de las nuevas comunidades.

160
Un lugar para los estudios de la vida cotidiana

Esto último permite introducirnos en el trabajo de Claude Javeau al vol-


ver sobre la idea de otorgarle importancia al pasado para entender parte de este
presente que vivimos. Su acercamiento a la vida cotidiana hace eje en la idea
de lugar como particular soporte en el que se desarrollan las “acciones” de los
individuos. Este lugar es a la vez una localización identificable y un escenario. Es
el anclaje topográfico (significado) y fuente de posible evocación (significante). Los
sucesos de la vida cotidiana se fijan en ellos conformando el pasado que queda
así anclado en el espacio y que puede ser transformado en presente por la evo-
cación que ocurre al volver a visitarlos. Las experiencias de vida conforman las
marcas en el recorrido de nuestra existencia cotidiana. Los lugares donde éstas se
suceden se vuelven escenarios en el sentido escénico del término ya que sólo ellos
pueden volver a recrear lo vivido. Por ello para el autor los lugares de la memoria
testifican la existencia de una indexicalidad pura, es decir un significado que no
puede ser elaborado si no es en referencia a un contexto preciso e irreductible
a cualquier otro. Por ello conmemorar algún acontecimiento pasado no es sólo
recordar, sino fundamentalmente conferir a un lugar el sentido y peso dado a
dicho evento en el relato histórico que constituye nuestra memoria colectiva.
En esa evocación contribuimos a modelar el futuro ya que nuestras experiencias
actuales son producto de relaciones imaginarias con el mundo de los predecesores
y de los sucesores; es decir, evocación que significa la socialidad actual desde la
cual rememoramos. La indagación del autor sobre la vida cotidiana a partir de
los lugares de la memoria se comprende más cabalmente cuando se descubre la
participación de los mismos en la estructuración de nuestras interacciones coti-
dianas, por ende colaborando con la definición de las situaciones, la organización
de los itinerarios vitales y el establecimiento de horizontes de sentido.
El trabajo de Alicia Lindón Villoria retoma el tema de la innovación en
la vida cotidiana planteado por Daniel Hiernaux-Nicolás y Rosa Reguillo y
comparte con Claude Javeau el interés por la cuestión de la participación del
espacio en la constitución de la vida social.
Para las sociologías de la vida cotidiana el espacio y el tiempo se constituyen
en las coordenadas básicas desde donde pensar y comprender las interacciones
sociales, la intersubjetividad y, aunque esto no lo diga la autora, la constitución
de nuevas subjetividades. Una mirada que otorga centralidad a la espacio-tem-
poralidad de la vida cotidiana define un abordaje particular hacia los fenómenos
de la cotidianeidad.
En el campo de estas sociologías el tiempo ha tendido a organizar la espacia-
lidad. Su primacía se expresa en diversos debates teóricos como el que opuso a la
vida cotidiana como rutinización vs. como innovación. Frente a esta centralidad
de la temporalidad la autora reflexiona sobre algunas formas específicas de la vida
cotidiana en las cuales el espacio parece organizar el tiempo. A diferencia de las

161
Cora Escolar y Analía Minteguiaga

formas descriptas por Hiernaux Nicolás éstas reconocen espacialidades donde


el movimiento es escaso, donde su aceleración o velocidad no resultan funda-
mentales. Por ello habla de modos de vida cuasi fijos en el espacio e inesperados
desde los enfoques más tradicionales sobre la aceleración del mundo cotidiano.
De esta manera lo no esperado se vuelve una forma de innovación social y se
expresa en la capacidad del espacio vivido y cuasi fijo para organizar la temporalidad
de las prácticas cotidianas. A través de un interesante análisis sobre las prácticas con-
cretas del “trabajar y residir” la autora llega a la conclusión de que la espacialidad se
constituye en la matriz básica condicionadora y conformadora del hacer cotidiano.
En un proceso complejo, el condicionamiento dado por la fijación en un
lugar de ciertas prácticas deviene significante para las mismas, lo que ayuda a
su vez a sustentar aún más el arraigo y la inmovilidad espacial. El significado
básico que mueve estas prácticas es la búsqueda por mantener el logro inscripto
en el ideario del progreso moderno como horizonte de sentido. Para Alicia Lin-
dón paradójicamente el devenir de la vida dentro de ese horizonte termina por
minar sus propias bases ya que el futuro queda conquistado en un presente pro-
longado, protegido del cambio y en el cual la espacialidad de las prácticas resulta
pre-estructurante de aquel significado del mantenimiento del logro.
Finalmente, el artículo de Héctor Rosales vuelve sobre ciertas ideas ya
planteadas por algunos trabajos incluidos en esta compilación. Al igual que
Alicia Lindón realiza su reflexión teórica a partir de un caso empírico –que para
Rosales son los modos de vida vecinal en la Ciudad de México– intentando
plantear las opciones que existen para la convivialidad en el contexto capitalista.
Esta última refiere al arte de habitar en el sentido heideggeriano, es decir a la
posibilidad de la construcción humana del espacio y del tiempo. Ligada a una
forma de comportamiento, la capacidad humana de habitar, se ve golpeada y
desintegrada con la modernidad.
Recuperando la interesante discusión entre sociedad y naturaleza desarro-
llada por Maffesoli, Rosales plantea la relación conflictiva entre “la animalidad
y la socialidad” como elementos constitutivos de la humanidad. Esto resulta
fundamental para pensar los modos de asumir y vivir la condición urbana y
las condiciones de habitabilidad de los espacios impuestas por la modernidad
capitalista. De manera alentadora concluye diciendo que es en el conflicto, en
la insatisfacción y en el deseo donde se encuentra la posibilidad del cambio y la
innovación social.
De esta manera, esta compilación resulta un rico y profundo aporte no sólo
para las sociologías de la vida cotidiana sino para las ciencias sociales en general.
Las representaciones de tiempo y espacio con que cotidianamente trabajamos se
inscriben en definiciones más amplias de la realidad social. Establecer distancias
con aquellas que se desinteresan por el impacto que tienen en el ordenamiento

162
Un lugar para los estudios de la vida cotidiana

y selección de lo concreto particular y que consideran la espacio-temporalidad y


la sociedad como externamente relacionados exige una autorrevisión de nuestras
propias representaciones.
Como afirma John Agnew las teorías, conceptos y categorías a través de
los cuales comprendemos el mundo son productos históricos. Están relacionadas
con las condiciones políticas y materiales dominantes de cada época. Deconstruir
las representaciones implícitas del tiempo y el espacio en las perspectivas hege-
mónicas permite romper la naturalización con la que operan. Queda pues en
este libro planteada una alternativa que recupera la idea de cambio e innovación
en contra de aquellas metáforas espaciales y temporales estáticas e inamovibles.

163
MEMORIA DEL ANÁLISIS ESTRUCTURAL.
UN COMENTARIO DE EL PERIPLO ESTRUCTURAL. FI-
GURAS Y PARADIGMA DE JEAN-CLAUDE MILNER*

Milner, Jean-Claude, El periplo estructural. Figuras y paradigma, Amorrortu


editores, Buenos Aires, 2003 [2002], 254 páginas.

Juan Besse

Introducción

Los diccionarios de uso cotidiano traducen la palabra periplo como circunna-


vegación; y algunos agregan que se usa únicamente como término de geografía
antigua. Una segunda acepción, tributaria de la anterior, habla de una obra
antigua donde se narra un viaje de circunnavegación.
La noción misma de periplo evoca la dulzura helénica de la circularidad
pero también la errancia de los caminos que no conducen a ninguna parte porque
conducen a todas. Se traman en la noción unos ciertos sentidos de la repetición
y de la muerte. La perfección finita e ilimitada de la esfera halla en el periplo un
destino coincidente con su punto de partida.
¿Habrá sido para Milner la imagen del periplo una elección casual o se
trata de un símbolo crucial en la rememoración de unos sujetos y unos escritos
que fueron responsables de un modo de análisis como el que se dio en llamar
estructuralismo y de un concepto fecundo, como pocos, que se diseminó bajo

* Reseña publicada en Litorales. Teoría, método y técnica en geografía y otras ciencias sociales,
Nº3, Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, diciembre de 2003.

165
Juan Besse

el nombre de estructura? Esa palabra, estructura, que a fuerza de usarla ya casi


nada significa; y que sin embargo no ha dejado de ser eficaz en la enseñanza y el
entendimiento de las cuestiones más complejas y de las más simples, retorna en las
páginas de Milner como una memoria profunda de un tiempo y unos pensamien-
tos que, sin duda, están entre nosotros de una manera que no podemos advertir.
Asunto de olvido o de silencio, Milner parece acometer su trabajo en el surco de
una ética del desolvido.1
Milner tensa la relación entre memoria e historia. En parte, el libro es un acto
deliberadamente histórico (historizante gustaría decir el autor). En el doble sentido
que hace historia de ese campo denominado estructuralismo y se propone indagar,
historizándolo, las relaciones entre el campo académico e intelectual que promovió
los diversos modos de análisis estructural y el despliegue de la doxa que posibilitó
que algunas asunciones de dicho análisis devinieran una suerte de sentido común
para ciertos segmentos de la sociedad. Con esto queremos decir que no sólo narra
y construye una secuencia que encadena figuras, núcleos teóricos y los rasgos más
destacados de un paradigma en el olvido, sino que examina su sustrato epistémico
mediante movimientos que conectan la epistemología de las teorías estructurales con
los acontecimientos políticos y las tramas ideológicas que le son contemporáneas.
Milner en un movimiento argumentativo ya habitual en él2 conecta la
estructura epistemológica y la estructura política de un saber, y lo hace mediante
la mostración de lo que una arrastra de la otra sin perder ese resto que no per-
mite afirmar, en una simplificación indecorosa, que la una es la otra. Si fueran
lo mismo ¿de qué incidencias, influencias, recubrimientos o apropiaciones se
estaría hablando?
La imagen del hístor,3 tal como la expresa Cacciari, le cabe al modo en
que el libro desanda los caminos del pensamiento estructural y reconstruye el
periplo. ¿Es exagerado entonces pensar que en la ausencia de una rememora-
ción no manualística del estructuralismo4 –como de los usos de la noción de

1. Que el autor reconoce como propia de la epistemología y la ética freudianas, Jean-Claude


Milner (1998) [1988].
2. Véanse, por ejemplo, Los nombres indistintos (1983) o La obra clara. Lacan, la ciencia y la
filosofía (1995).
3. Para Cacciari, “hístor no es solamente el que descubre y narra los multiformes aspectos del
Archipiélago, los caracteres de sus diversas ciudades, las vías del mar que lo conectan y separan
a un mismo tiempo: hístor será el que es capaz de indagar entre los muchos el logos común.
¿Existe un logos de las muchas islas que encuentro, de las muchas voces que descienden
tempestuosas desde el agorá? ¿Cuál es el elemento que hace de esas islas un Archipiélago, de
estas voces una polis?”; Cacciari (1999) [1997], p. 25.
4. En el prefacio del libro señala que “después de la compilación pionera que bajo el título de
Qu’est-ce que le structuralisme? publicaron, en 1968, O. Ducrot, M. Safouan, D. Sperber, T.

166
Memoria del análisis estructural. Un comentario de El periplo estructural...

estructura– Milner hace acto de memoria histórica? Ahora bien, como lo indica
en el prefacio “mi exposición no es la de un historiador”. Para la perspectiva del
historiador remite a quienes sí han escrutado el paradigma estructuralista con
esos ojos;5 allí deben buscarse los sostenes documentales. En cambio, su trabajo
es el de un analista del periplo discursivo de ciertas figuras que tanto desde la
controversia como mediante el consenso –más implícito que explícito– hicieron
a la producción de algo (más que la teoría y la analítica estructural) a lo que, no
sin sutileza, denomina paradigma.

La estructura de la exposición

El libro cuenta con un prefacio y dos momentos expositivos. El primero ha sido


llamado Las figuras; el segundo El paradigma. Nos extenderemos en los planteos
orientadores del libro ya delineados en el prefacio y, por razones de extensión y
competencia, haremos un picadito por los principales supuestos epistemológicos
y teórico-metodológicos que a nuestro entender son útiles para pensar hoy el
tejido epistémico de la teoría y la investigación social.

I. El Prefacio

El prefacio es corto, claro y contundente. Allí cuenta Milner que se trata de una
compilación de artículos éditos e inéditos cuyo “conjunto tiene [...] un propósito
unitario: dar una idea más exacta y mejor fundada de lo que se dio en llamar
‘estructuralismo’”.
Bajo este nombre es costumbre reunir dos entidades básicamente diferentes.
Existe, por una parte, un programa de investigaciones desarrollado por hombres
de ciencia desde fines de la década del ‘20 hasta fines de los ‘60; se caracteriza por
cierto número de hipótesis y proposiciones; se completa en 1968. Hay, por otra
parte, un movimiento de doxa que, junto a los actores centrales del programa
de investigaciones, reúne otros nombres, a veces ilustres, que no participaron de
él. Este movimiento se desenvolvió durante la década del ‘60 y en gran medida
caracteriza intelectualmente al período”.6

Todorov y F. Wahl, la cuestión no había sido de veras retomada. Ahora bien: el paso de los años
movió las líneas en algunos puntos”; Jean-Claude Milner (2003) [2002], pp. 9-10. La versión
castellana de los títulos que conforman la colección antes mencionada editada por Losada
fuera oferta en las mesas de saldos de la misma librería durante el curso de este año 2003.
5. E. Roudinesco y F. Dosse.
6. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 9.

167
Juan Besse

En el prefacio destaca tres decisiones de diverso orden que sustentan el


andamiaje del recorte que llva a cabo para organizar el texto:

a) “Del movimiento de la doxa hablaré poco, aunque merezca a la vez esti-


ma y atención”. No sin (contenida) nostalgia dice que “se trata quizá del
último movimiento de lengua francesa que llegó simultáneamante, y en
tantos países, hasta tantos ámbitos diversos: ciencias llamadas humanas,
artes, letras, filosofía”.7
b) Desbrozada la doxa de la investigación afirma que tiene “un único propósito:
rearticular el programa de investigaciones específico del estructuralismo y
en especial la postura distintiva que desarrolló en lo referido a la ciencia”.8
Hecho esto...
c) Resalta que para abordar al “conjunto, convenía dar cabida a las singu-
laridades de los sujetos que dieron vida al programa [...] el programa de
investigaciones estructuralista no preexistía a los sujetos, ellos no se lo
encontraron sino que, propiamente, lo inventaron y en virtud de una
decisión cada vez singular”.9
d) Por último, advertir al lector sobre la lógica de omisiones ruidosas y de-
liberadas. Dos de ellas tienen nombre propio. La primera por tratarse de
aquel que hizo de la estructura escuela. El pensador que asumió el rótulo
estructuralista sin más. “Hay una ausencia particularmente escandalosa;
no traté en forma directa de una obra que es central, sin embargo, en la
definición y despliegue del paradigma estructuralista: la de Claude Lévi-
Strauss. No puedo alegar más razón que los límites de mi competencia”.
La segunda, Michel Foucault, porque –a juicio de Milner– su inclusión
en “la constelación llamada estructuralista” se trata de un equívoco y por
tanto “que haya tenido una deuda intelectual con ciertos autores estruc-
turalistas fundamentales (pero no con todos), que estos autores le hayan
posibilitado un modo de abordaje que sin ellos hubiese sido imposible,
de esto no caben dudas. Sin embargo, nada debe enturbiar la evidencia:
tomada en su punto más alto de seriedad y gravedad, la obra de Michel
Foucault encuentra su coherencia en un sistema de hipótesis por entero
distinto: desconocer su tamaña cesura habría equivalido a deformar grave-
mente su proyecto”.10

7. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 9.


8. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 9.
9. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 10.
10. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 11 (los destacados son nuestros).

168
Memoria del análisis estructural. Un comentario de El periplo estructural...

II. Las figuras

El apartado Las figuras comienza, si nos detenemos en el hecho de que Milner es


lingüista, con una replicación del giro lacaniano del retorno a... La primera figura
es ‘Saussure. Retorno a Saussure’. No el retorno, sino retorno. Milner retorna a
Saussure desde la singularidad de su lectura para decirnos que el retorno es la zaga
del olvido que acompaña un acto instaurador sin el cual no habría fundación de
discursividad posible en el nivel de un paradigma.11
Las figuras siguientes son: ‘Dumézil. El programa dumezileano; ‘Benve-
niste I. Sentidos opuestos y nombres indiscernibles: K. Abel reprimido por E.
Benveniste’; ‘Benveniste II. Ibat obscurus; ‘Barthes I. Una cesura de inteligencia’;
‘Barthes II. Del signo a los signos’; ‘Jakobson. A Roman Jakobson o la felicidad
por la simetría’; ‘Lacan I. Ciencia del lenguaje y teoría de la estructura en Jacques
Lacan’; ‘Lacan II. Tecnicidades del hiperestructuralismo’, para finalizar con ‘La
constelación de los sujetos’.
Imposible por el momento ahondar en la multiplicidad y la riqueza de
las derivas que el libro trae hasta la orilla de nuestro entendimiento. Se trata de
un epílogo que prologa la hendidura a través de la cual –tal vez– nuestra cultura
intelectual, en singular y en plural, pueda retornar al trabajo de una epistemología
y una ética del pensamiento: en ese sentido algunos fragmentos tienen el tono
de un manifiesto estructural, aun cuando esa denominación por lo que el autor
esboza más adelante parezca una contradicción. Se trata también de la trayec-
toria vital de una lectura, de los encuentros y los tropiezos que constituyeron a
Milner como lector.
A continuación enumeraremos algunos puntos de luminosa emergencia,
las insistencias especialmente vinculadas con los capítulos dedicados a Saussure
y Lacan, que constituyen algo así como meridianos recurrentes que atraviesan
el periplo de circunnavegación:

a) En el Curso de Lingüística General, Milner encuentra una insistencia que


dará lugar a los ulteriores desarrollos del estructuralismo generalizado, “la
tesis implícita se deja resumir así: hay disyunción entre identidad y semejan-
za”.12 Esa disyunción rompe con la tradición filosófica idealista o empirista
y obliga al lingüista a no tomar nada como evidente. La primera figura

11. Es sugestiva la lectura del retorno a Freud promovido por Lacan y teorizado por Foucault
(1999) [1969] mediante el análisis de la figura de la función autor en los términos propuestos
por Allouch (1993) [1984] pp. 255 y ss.
12. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 42 (los destacados son nuestros).

169
Juan Besse

cierra con un tono de advertencia que será retomado en otros momentos


del libro, de modo menos retador; dice allí que “habría un paralelo: en
tiempos muy cercanos al Curso, ciertos pensadores emprendieron una logi-
cización integral de las matemáticas y hallaron en su camino antinomias y
limitaciones; hoy, muchos matemáticos consideran su programa obsoleto,
pero no pueden obrar como si nunca hubiese existido. De la misma manera,
lingüistas especializados o no, aquellos a quienes les importa el lenguaje
no pueden obrar como si el Curso no se hubiera publicado”.13
b) La segunda insistencia es la que distingue un estructuralismo débil de uno fuer-
te. Es imprescindible realizar un rodeo para precisar mejor la diferencia. En
el subapartado Lacan I Las paradojas del estructuralismo, Milner, con énfasis
didáctico, dice que “la lingüística que interesa a Lacan es una lingüística
que sostiene dos tesis: a) que se conocerá el lenguaje imponiéndose retener
solamente de él las propiedades mínimas de un sistema cualquiera; pero
también b) que sólo un sistema tiene propiedades. El nombre convenido
del sistema cualquiera es justamente el de estructura; de ahí el nombre de
estructuralismo; la tesis a) corresponde al estructuralismo débil; la b) al
estructuralismo fuerte”.14 Creemos que la distinción que agudiza Milner
no es de mero grado, comporta algo más que –a partir de 1968– permitirá
la apertura de la estructura como un más allá del horizonte de clausura
propio de la noción de estructura que propone (¿sería abusivo decir toda?)
la lingüística. Otras de sus consecuencias son la derrota epistémica (mas
no política) del positivismo y viene de la mano de Lacan, aquella figura
que extremó la lógica del estructuralismo débil: “la matematización de la
ciencia no pasa por la medida sino por lo literal”.15 Así, con la teoría de la
letra el descompletamiento de la estructura, es decir su no atadura exclusiva
a lo simbólico, se instala como problema dando lugar a la tercera insistencia.
c) El concepto de estructura constituye un indefinible. Así “en el estructuralismo,
uno se da el concepto de estructura; éste funciona, pues, de hecho como
un indefinible. Las tentativas de definición directa que podrían citarse
consternan por su banalidad; la cual no se debe a una incapacidad de los
autores sino a un error de concepción: en el programa de investigaciones
que hizo de ella su axioma, la estructura no se deja definir; a lo sumo, y como
mínimo, se puede mostrar su funcionamiento. Esta limitación pertenece al
orden de las razones.

13. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 44.


14. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 145.
15. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 150. Este pasaje del primer clasicismo lacaniano
al segundo clasicismo es trabajado por Milner en La obra clara (1995).

170
Memoria del análisis estructural. Un comentario de El periplo estructural...

Admitido el minimalismo, lo indefinible que uno se da debe ser un mínimo.


Conclusión: la estructura es un mínimo. Siendo un mínimo, es tratada
como un simple. Desde ese momento el concepto de estructura no es so-
lamente indefinible sino también, y esto por construcción, inanalizable”.16
d) Ahora bien, respecto de la cuarta insistencia ya no sabemos si pertenece
al paradigma estructuralista tal como se reveló en la mayor parte de los
autores o a la perspectiva que Milner prioriza para interrogar la relación
entre ciencia y lenguaje: la que se desprende principalmente de las inter-
venciones de Lacan. Sin embargo Milner parece sugerir que lo que sigue es
una consecuencia del paradigma. Lacan optó por la lógica de la simplicidad
y la minimalidad. Hizo estallar la bidimensionalidad entre paradigma y
sintagma y con esto profirió la sentencia imposible: no hay metalenguaje.17
Milner lo sintetiza de este modo “el paradigma de un término dado es sólo
la enumeración –finita y corta– de los términos de la secuencia en acto y
recíprocamente. La precisión ‘en acto’ es crucial, pues en rigor, a partir del
Curso, lo paradigmático no es otra cosa que lo sintagmático, pero es lo sintag-
mático posible”.18 Para Milner el hiperestructuralimo cuyas tecnicidades
asienta Lacan es el estructuralismo tomado a letra.
e) La última cuestión que cabría resaltar es enunciada, con dulzura y nostalgia,
como quien añora una patria a la que no es fácil retornar: “la inexistencia
de salida alguna se resumió con un nombre: estructura” (p. 173) “siendo
la lengua y el lenguaje (no disputemos aquí sobre su distinción) la prueba
capital de la estructura, de esto se concluye que la Caverna es la lengua
misma. A lo cual responde el hecho –factum linguae– de que la lengua, no
se habla sino en lengua (no hay metalenguaje). [...] decir que el inconsciente
forma parte de la Caverna. No está fuera de ella, como la había supuesto
Breton; tampoco es la Caverna misma, de la cual la filosofía permitiría salir,
como parecen suponerlo los escolares. Ninguna necesidad de conocer el

16. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 156 (los destacados son nuestros).
17. “A condición de comprenderlo bien. Lo que es negado, no es la posibilidad para la lengua
de hablar de sí misma; por el contrario, lo que es negado es la necesidad real para la lengua,
cuando habla de sí misma, de salir de sí misma. [...] Se tendrá cuidado en particular en no
confundir el logion de Lacan y una proposición tal como la de Wittgenstein: ‘Ninguna pro-
posición puede decir nada sobre sí misma’ (Tractatus, 3. 332). Sin hablar de la proposición
más general, recurrente bajo una forma u otra en los lógicos: ‘Es imposible hablar significati-
vamente de un lenguaje L permaneciendo en el interior de ese lenguaje’. Está ahí justamente
el axioma fundador del metalenguaje. A la inversa, el logion de Lacan puede parafrasearse: ‘’de
una lengua, sólo una lengua habla’ o ‘no se sale de la lengua’” (en nota al pie); Jean-Claude
Milner (2000) [2003], p. 29.
18. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 159 (los destacados son nuestros).

171
Juan Besse

plano de la casa para darse contra las paredes, decía Lacan: ¿hay palabras
más abiertamente cavernícolas?” (p. 174). Milner dice entonces que al
“sostener que no se sale de la Caverna, que en verdad no hay exterior de
ella, los hombres de 1960 no eligieron la tristeza sino la alegría: la verda-
dera, la del saber. Es preciso que el saber siga siendo posible”.19

III. El paradigma

La segunda parte del libro se titula El paradigma: programa de investigación y


movimiento de opinión, y está organizada en nueve sub-apartados de diverso
carácter. Hay en ella simultáneamente continuidad y ruptura con las figu-
ras. Continuidad lógica y, si la historia es el resultado de una retroversión
producida por la apropiación imaginante, ruptura histórica. De hecho, la
unidad de sentido de la segunda parte, permite un abordaje independiente:
se trata de un diagnóstico despiadado acerca las relaciones actuales entre
intelectualidad (o mejor dicho la función intelectual) y política. Desde el
aserto de Stalin “la lengua no es una superestructura”, hasta el devenir de
las críticas de Chomsky20 como ariete del estructuralismo en los márgenes
del campo intelectual norteamericano, el apartado El paradigma se enhebra
vertiginosamente.
En rigor, la reconstrucción del itinerario teórico que propone en este
segundo momento rebasaría la exigencia económica de una reseña. Por
tal razón, nos atendremos como cierre de esta recensión a unas porciones
analíticas que, estimamos, serán generosas: “desde hace algún tiempo se ha
convenido en hablar del fin de las ideologías; esto se resume en la tesis: las
infraestructuras no se tocan. Hacerlo es inútil, y si acaso no fuera inútil,
sería peligroso. En cambio, se deben tocar las superestructuras y tocarlas
tanto más resueltamente cuanto más definitivamente se haya renunciado a
tocar las infraestructuras. Cambiar los nombres y los verbos es, por lo tanto,
una cuestión sociopolítica esencial. Demasiado seria para ser confiada a los
que saben, o simplemente a los que aman la lengua, debe ser asumida por
la sociedad entera. En Francia, como se sabe, la sociedad entera se resume
en un grupo restringido compuesto exclusivamente por dos ingredientes:
funcionarios y periodistas, mal distinguibles unos de otros y confirmándose
los unos a los otros. No asombrará el que los resultados no respondan a las

19. Milner (2003) [2002], pp. 175-176.


20. Según Milner, es a Chomsky a quien “le correspondió hacer estallar en un solo movi-
miento” las contradicciones del estructuralismo; Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 237.

172
Memoria del análisis estructural. Un comentario de El periplo estructural...

expectativas de nadie. Ni de los que hablan, ni de los que escriben, ni de los


que hacen ambas cosas, ni de los que no hacen nada.
En cuanto a la lingüística saussureana, cualquiera sea la vertiente en que
se la considere, estructuralista o no, es el discurso antisocial por excelencia. Sus
practicantes deben tenerse por felices de no ser expulsados de la sociedad, con
o sin corona de flores. Por suerte para ellos, no carecen de colegas progresistas
tras los cuales refugiarse, en lo más profundo de las instituciones académicas.
La indulgencia es de recibo entre colegas a condición de que no le cueste nada
a nadie. Sin embargo, la discreción es aconsejable”.21
La segunda parte, El paradigma, se encuentra en sobresalto respecto
de la primera, Las figuras. Si cabe una distinción que desliza comentando a
Chomsky, hay paradigmas pero no paradigmática.22 Dicho de otro modo, la
singularidad de las figuras hace a la universalidad del paradigma. El paradigma
es de algún modo las figuras y éstas hoy son el resultado de nuestras lecturas.
El periplo estructural viene a abrir, como corresponde, de modo provisorio y
controversial, y nos atreveríamos a decir caballeresco, un silencio de casi vein-
te años. Las cosas serias hay que tomarlas en serie: el paradigma y las figuras
encadenan unos pensamientos y una figurabilidad que no puede entenderse
si no es en relación a los vínculos de la generación del ‘60 con esas figuras y,
entre otros, ese paradigma.23
Para Milner, los grandes nombres de los años ‘60 “no consintieron jamás”
en las simplezas de una dialéctica que confundiera ‘la revolución’ con una salida,
hasta las creyeron a las revoluciones posibles y legítimas, no trataron con bajeza
el ‘68; “cada uno de los grandes nombres estructuralistas tuvo su ética; sus éticas
fueron diversas, pero también acordes entre sí. Tácitas o declaradas, esto variaba
según los sujetos y los momentos. Sin embargo, el paseante casi no las percibió,
apresurado como estaba para reducirlas al puro y simple ejercicio de la inteligen-
cia y de la ruptura de compromiso extrema. Sin perjuicio de desinterpretarlas
después, con efecto retardado, como las primicias de la doxa despolitizadora y
neutralizadora que reina en el presente”.24
Sea bienvenido este retorno.

21. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 254.


22. La impronta del apotegma lacaniano “no hay relación sexual” (lo cual no es obice para
la condición de existencia de relaciones sexuales) da en la justeza de sus implicancias epis-
temológicas y políticas: no hay paradigmática pero sí paradigmas que no son otros que los
sintagmas que lo constituyen.
23. Véase Los nombres indistintos, en particular, el capítulo XIV “Una generación que se
desperdició a sí misma”, 1983: 137-147.
24. Jean-Claude Milner (2003) [2002], pp. 173-174.

173
Juan Besse

Bibliografía

Allouch, Jean: Letra por letra. Traducir, transcribir, transliterar, Buenos Aires,
EDELP, 1993 [1984].
Cacciari, Massimo: El Archipiélago. Figuras del otro en Occidente, Buenos Aires,
Eudeba, 1999 [1997].
Foucault, Michel: “¿Qué es un autor?” en Michel Foucault. Entre filosofía y lite-
ratura, Paidós Básica, Barcelona, 1999 [1969].
Milner, Jean-Claude: La obra clara. Lacan, la ciencia y la filosofía, Buenos Aires,
Bordes/Manantial, 1996 [1995].
— “El material del olvido” en AAVV, Usos del olvido, Ediciones Nueva Visión,
Buenos Aires, 1998 [1988].
— Los nombres indistintos, Buenos Aires, Bordes/Manantial, 1999, [1983].
— “De la lingüística a la lingüistería” en AAVV, Lacan, el escrito, la imagen,
Buenos Aires, Ediciones del Cifrado, 2000 [2003].
— El periplo estructural. Figuras y paradigma, Buenos Aires, Amorrortu, 2003
[2002].

174
SIMMEL CON LACAN. UN COMENTARIO DE LACAN
LECTOR DE SIMMEL: UNA EXTRAÑA ALIANZA
DE PAUL VANDEN BERGHE*

Paul Vanden Berghe, Lacan lector de Simmel: una extraña alianza,


Buenos Aires, Grama Ediciones, 2003 [1994], 62 páginas.

Juan Besse

I. Introducción

En los últimos años, algunos libros como Freud y las ciencias sociales de Paul-Laurent
Assoun o Lacan y las ciencias sociales de Markos Zafiropoulos vienen ofreciendo
reconstrucciones de las fuentes sociológicas, antropológicas o del pensamiento jurí-
dico en las que abrevaron Freud y Lacan. Y lo vienen haciendo desde la perspectiva
de las deudas y los intercambios enriquecedores que el psicoanálisis comparte con el
campo del pensamiento social. Para quienes nos acercamos al psicoanálisis desde las
ciencias sociales, lo interesante es que dichos trabajos de historia del pensamiento
psicoanalítico son producto de una elaboración realizada a la luz de la experiencia
analítica en el propio campo del psicoanálisis.
En ese sentido, esta nueva cohorte de trabajos da cuenta de la relación
entre psicoanálisis y pensamiento social de un modo distinto a los producidos
desde las ciencias sociales. Allí radica parte de la sorpresa, pero también de la
sospecha que inevitablemente envuelven al pensamiento cuando el asombro

* Reseña publicada en Litorales. Teoría, método y técnica en geografía y otras ciencias sociales,
Nº4, Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, agosto de 2004.

175
Juan Besse

acompaña el encuentro con lo singular, difícil de relacionar, ya sea deductiva o


inductivamente, con lo conocido.
El pequeño libro que hoy reseñamos da cuenta de las viejas pero remozadas
relaciones del psicoanálisis con el campo filosófico. Se trata de un artículo extraído
del libro La pensée de Jacques Lacan. Questions historiques – Problémes théoriques
bajo la dirección de Steve G. Lofts y Paul Moyaert.1 Dicho libro –tomamos la
parte extraída por el todo– es expresión de un corte respecto de los procesos
de desfilosofización del pensamiento social acometidos por los fundadores de
la ciencia social (Weber y Durkheim entre ellos) que hemos visto desplegarse
a lo largo del siglo XX en diversas geografías, derivas disciplinarias y trayectos
intelectuales.2 De alguna manera, el libro testimonia la exigencia actual de re-
conducción de los principia de las primeras teorías sociológicas a esa frontera
incierta –a través de la cual se trazó la invención de las ciencias sociales– y en la
que el sujeto de la ciencia social emergente aún no podía ser discernido del sujeto
de la filosofía. Ese sujeto de la filosofía que para las nacientes ciencias humanas
era –por necesidad– un sujeto que debía replegarse y dar lugar así a ese sujeto
(imposible) presupuesto en la figura que, con humor, Foucault rotulara como
un “duplicado empírico-trascendental al que se dio el nombre de hombre”.3

II. Lacan, Simmel, Kant

Para situar en la justa vertical el escrito de Vanden Berghe, ubicaremos este libro
en una cierta tradición erudita que apunta a la reconstrucción de la materialidad

1. Bibliotheque Philosophique de Louvain, 39, Louvain-La Neuve, Éditions de l’Institut Supérieur


de Philosophie, Louvain - Paris, Éditions Peeters, 1994. Véase p. 4 de la edición de Tri-Grama.
2. Cabe destacar que dicho corte fue parte de las necesarias operaciones de deslinde y exclusión
entre la ciencia y la filosofía, la ciencia y la política, la ciencia y la religión o la ciencia y el arte
que debieron realizarse para que fuera posible la constitución del campo de las ciencias sociales
en la segunda mitad del siglo XIX. A dicho corte fundacional podríamos agregar el operado
por la sociología académica norteamericana desde los años ‘20, y mediante su tamiz en buena
parte de las ciencias sociales latinoamericanas, que sumó lo suyo a una invisibilización de los
sustratos filosóficos de las teorías sociales. Entre cuyas consecuencias hallamos, en primerísmo
lugar, una neutralización del lugar de la noción de valor en el quehacer de la investigación social
que impidió abordar la relación entre ciencia y política de un modo racional y responsable, esto
es razonable. Así es imprescindible recalcar “qué entendió Weber por ‘Wertfreiheit’, ‘libertad
ante el valor’, y por qué la ciencia debía ser ‘wertfrei’, ‘libre ante el valor’. Concepto que no es
equivalente de ‘neutralidad’, con el que errónemanete ha sido traducido, y sí en cambio al de
independencia y ‘opcionalidad’”; Luis F. Aguilar Villanueva (1989), p. 531.
3. Michel Foucault (1992) [1966], p. 310.

176
Simmel con Lacan. Un comentario de Lacan lector de simmel ...

de los pensamientos mediante el recurso de establecer filiaciones discursivas


más cercanas a la lógica de la apropiación que a la de la influencia.4 La noción
de influjo siempre conlleva una impronta mesmerista que niega o mejor dicho,
no sitúa adecuadamente, que el sentido viene del futuro (nuestro presente es el
futuro de estos escritos) y sólo la literalidad del escrito –negro sobre blanco– es
aquello que heredamos del pasado.
Dichas filiaciones entre un discurso y otro facilitan la arqueología del
pensamiento, esto es su descripción, entendida como paso previo a cualquier
examen racional o interpretación de los significados que los enunciados –desde
el momento en que se ofrecen al lector– ayudan a construir.
El libro de Vanden Berghe pone en relación a Simmel con Lacan. Donde
ese con da cuenta, por una parte, de cómo Lacan hecha luz sobre el pensamiento
de Simmel. A su vez de cómo Simmel puede ser pensado por Lacan como un
recurso utilizado con el fin de externar su propio pensamiento (¿las intuiciones
de Simmel que Lacan lee como una antecedencia de las relaciones de objeto:
del objeto a que organiza su perspectiva acerca de la práctica y la teoría del psi-
coanálisis?) pero también, como un modo de advertir que la aproximación del
sociólogo y el psicoanalista está interpelada, mediada, por Kant. Y hallamos allí,
la otra diagonal de lectura: Lacan y Simmel con Kant.
Lo que finalmente dice Vanden Berghe es que la intelección de la relación
Simmel/Lacan es triádica; y no sólo porque él hace uso de Kant como operador de
lectura del comentario de Lacan en el seminario sobre La Ética del Psicoanálisis,
sino porque ese sintagma infinitesimal5 en el que Lacan –reacio a mencionar
sus fuentes– nombra a Simmel, es una vía para inteligir el lugar de Kant en la
constitución del pensamiento psicoanalítico.6

4. Aun cuando el término influencia es usado al inicio del libro.


5. Infinitesimal en el habla terminable e interminable que Lacan llevó adelante a lo largo de
casi treinta años de seminario. Véase nota 6.
6. Se pregunta Alemán “¿Por qué Kant está en nuestra procedencia? ¿Por qué nuestro horizonte
es inevitablemente kantiano? La primera razón es que –tal como lo han señalado muchos
comentadores, incluso el propio Lacan–, en un época dominada por la física newtoniana y
en la cual la naturaleza es abordada absolutamente desde el determinismo, la defensa de Kant
de un factum, de un hecho de razón en el cual se nos muestra que somos capaces de decidir
por nosotros mismos, y que esto no sea incompatible con la ciencia –con la desarrollada en la
Crítica de la razón pura–, reintroducir el reino de la libertad en la subjetividad, mostrar que
somos capaces de decidir, construir una subjetividad que tiene otra perspectiva que la de las
leyes naturales, me parece que sigue siendo para nosotros un punto de partida extraordinario”;
Jorge Alemán (2000), pp. 15-16.

177
Juan Besse

III. La estructura del libro

El libro consta de una breve introducción y dos partes que constituyen dos mo-
mentos clave de la argumentación.
El primero, titulado Simmel lector de Kant se organiza mediante los si-
guientes apartados:

1. Ética y éthos en la Introducción à la science des moeurs: disociación y


síntesis.
2. La Cosa en sí en “Sur la notion de valeur et les relations entre le sujet et
l’objet”. 2.1. El sujeto deseante y la economía de los objetos;
2.2. La dignidad ideal y la Cosa en sí.
3. ¿Simmel subjetivista?

En la segunda parte Lacan lector de Simmel:


1. Distancia y distanciamiento.
2. Oscilación.
3. La Cosa en sí en la ética.
4. La sublimación y la Cosa en sí.

IV. La hipótesis abductiva del libro

En la breve introducción del libro se sostiene que “parece muy probable que
Simmel haya tenido influencia sobre Lacan. Hay desde el principio elementos
formales que militan a favor de esta tesis”7 para luego dar cuenta de la mención
que Lacan hace de Simmel en la clase del seminario del 2 de marzo de 1960.8
“¿Esto prueba, sin embargo, que el mismo Lacan ha tenido conocimiento de la
obra de Simmel (y no únicamente alguien de su entorno)? Hay elementos en el
pensamiento de Lacan que sugieren que ha leído al menos un texto de Simmel.
Sin querer hacer una crítica de las fuentes de Lacan, retengamos dos hipótesis
que conciernen a la estrecha afinidad entre Simmel y Lacan. Primero parece que
la interpretación que hace Simmel de la filosofía kantiana constituye un eslabón
intermediario entre Kant y la interpretación que de él hace Lacan. Es necesario
confesar que esta interpretación lacaniana parece a primera vista incomprensible
y sobre todo inesperada”.9

7. Paul Vanden Berghe (2003) [1994], p. 7.


8. En referencia a la clase de Jacques Lacan (1995) [1986] [1959/60], pp. 193-194.
9. Paul Vanden Berghe (2003) [1994], p. 8 (los destacados son nuestros).

178
Simmel con Lacan. Un comentario de Lacan lector de simmel ...

V. Desafíos del escrito de Vanden Berghe

Son muchos los puntos en los que este escrito ayuda a pensar los aspectos
epistemológicos del quehacer propio de las ciencias sociales. Sobre algunos de
esos puntos seguiremos pensando, porque el libro empuja a releer, y desde otras
coordenadas distintas de aquellas a las que estamos habituados, a Kant.
Asimismo, como es de esperar, releer a Simmel. El libro de Vanden Berghe
invita a hacerlo con los mismos recaudos con que releemos la obra de Max Weber
a partir de los escritos innovadores de un Aguilar Villanueva.10 Autor este último
que al practicar un abordaje de la historicidad del pensamiento de Weber que –en
muchos casos y sin elasticidades forzadas– puede alcanzar a la obra de Simmel o,
al menos, ayudar a revisar al neokantiano que anida en él y que Simmel mismo
escruta con prudencia en el despliegue de su pensar.
En la primera parte hemos de quedarnos con un aserto fecundo. Aquel
que Vanden Berghe señala como corolario del primer momento argumentativo,
esto es “desactivar en tres etapas el pretendido subjetivismo epistemológico y
ético que se le reprocha a Simmel. Primero, el sujeto mismo es, tanto como el
objeto, el producto de un proceso de distanciamiento que le precede. Más aún,
este proceso de distanciamiento, aunque se tratara de un acontecimiento estric-
tamente singular e individual, conduce –si se lo empuja hasta el extremo– a un
‘objeto’ y a un ‘valor’ supra-subjetivos, a una cosa en sí, que tanto como el sujeto
trascendental se encuentra más allá de la oposición objeto-sujeto. Reprochar a
Simmel de ser un subjetivista testimonia de ‘una confusión entre la subjetividad
y la individualidad del valor [...] El valor es por tanto desde el principio intra
o supra-subjetivo. No es más que en un segundo lugar que es intersubjetivo,
supra-individual.
Segundo. El tercer término, la Cosa en sí, es –como el sujeto trascenden-
tal– secundaria en el ordo cognoscendi, pero en el ordo essendi no es ciertamente
secundaria con respecto al sujeto y al objeto. Es necesario subrayar, por cierto,
que lo que debe significar ordo essendi no está claro aquí, en la medida en que
la existencia es una forma a priori del sujeto. Es cierto que la Cosa en sí no es
conocida más que por un sujeto que se distancia, pero no es para nada la creación de
un sujeto cognoscente que proyecta. [...]
Tercero. En tanto que hombres, nos es imposible adoptar otro punto de
vista que el del sujeto cognoscente y deseante. No es por lo tanto imposible recons-
tituir el proceso de distanciamiento de otro modo que de forma asimétrica, nos
es imposible ubicarnos en un punto de vista sin punto de vista. Pero esto no excluye
un subjetivismo trascendental (kantiano). El subjetivismo no puede ser superado

10. Luis Aguilar Villanueva (1989).

179
Juan Besse

más que de la forma siguiente: el sujeto trascendental debe tolerar a su lado un


principio co-originario, la Cosa en sí. Por esta razón no podemos descuidar al menos
la eventualidad que este mismo proceso pueda igualmente ser observado a partir
del polo objetivo, del punto de vista de la Cosa en sí. Y aunque Simmel insiste
sobre el hecho de que este distanciamiento se produce antes de que se pueda hablar
de un sujeto o de un objeto que tome la iniciativa en un proceso de distanciamiento,
resta por saber si Simmel no deja un margen conceptual a la posibilidad de que esto
sea la Cosa que le da impulsión. Pensamos aquí la idea heideggeriana del Sein que
‘decide’ descubrirse y darse al Dasein (entbergen). Esta posibilidad no depende, para
nosotros, más que de la cuestión siguiente: ¿se puede concebir que esta cosa tome
la inicitiva sin que sea investida de nuevo de una supra-existencia?”.11
Intentaremos entonces exponer de modo breve el cierre de la primera parte.
Y lo haremos a través de marcar unos pocos puntos de los tantos que el trabajo
de Vanden Berghe expone para pensar aspectos prácticos del trabajo epistemo-
lógico, es decir, el que apuntala la conquista del objeto contra la ilusión de la
inmediatez y se constituye por tanto en la antesala lógica –y no necesariamente
cronológica– de la construcción teórica del objeto de investigación tal como es
planteada por Bourdieu, Chamboredon y Passeron:12

• Mediante el distingo entre subjetividad e individualidad Simmel retoma la


tarea de hacer de la filosofía un medio para el esclarecimiento de las ideas
y del pensamiento. Se comporta, en el sentido más filosófico del término,
como un pragmático: apostar a una experiencia del pensar. En esa dirección
retoma el lugar de la filosofía como práctica de vigilancia epistemológica
básica de las opciones conceptuales: allí radica la posibilidad de una lega-
lidad epistémica propia de las ciencias sociales. Y, no ceder en la confusión
entre sujeto e individuo es parte de la tarea. La ciencia social puede no
reconocerse kantiana, lo que no puede es ser pre-kantiana, esto es eludir la
fuerza de las categorías kantianas en la constitución de la categoría misma
de lo social que se nutre de la teorización de la acción recíproca.13
• Sin embargo, agrega un plus, el que se deriva del proceso de distanciamiento
en tanto causa de sujeto y causa de objeto. En ese punto en que tanto uno
(sujeto) como otro (objeto) son del orden del efecto. Para nuestra asunción
de metodólogos donde dice proceso de distanciamiento bien podría decir
proceso de investigación, causa de conocimiento y de co-producción de
sujeto y objeto a condición de no reducir uno a otro.

11. Paul Vanden Berghe (2003) [1994], pp. 37-39 (los destacados son nuestros).
12. Bourdieu, Pierre, Jean-Claude Passeron y Jean-Claude Chamboredon (1992) [1973].
13. Véase Juan Samaja (2001).

180
Simmel con Lacan. Un comentario de Lacan lector de simmel ...

• El carácter perspectivo del conocimiento está aquí presente y nos recuerda


en grado sumo el conjunto de los planteos de Michel Foucault en lo que
hace a la ruptura que produjo la mirada epistémica nietzscheana en plena
eclosión del neokantismo.14 Los posibles influjos entre Nietzsche y Sim-
mel son por tanto objeto de atención. Lo mismo cabe decir respecto de
Freud y Simmel. Lo cierto es que Simmel acompaña el estatuto del sujeto
cognoscente con el de sujeto deseante, donde pareciera que en lo tocante al
conocimiento uno es al otro en una relación sine qua non.
• Una conjetura. Vanden Berghe lee a Simmel con Lacan y lo reconduce
a Heidegger. Jorge Alemán ha señalado que el Heidegger de Lacan es un
Heiddegger francés, sartreano15 (podemos conjeturar con comodidad que
el de Pierre Bourdieu también: francés, sartreano). Un existencialismo
materialista en el que se postula que en lo humano la existencia precede a
la esencia. También en esta línea se deja constancia de que no habría otro
ser que el ser del hablante.
• El libro de Vanden Berghe termina con un epítome de distinción entre lo
subjetivo y lo individual. La conclusión necesaria es que el hombre es un
ser fronterizo, entre la razón y la pulsión, entre la razón y la pasión, entre
la naturaleza y la cultura y, por tanto, que cualquier intento de reducirlo a
alguno de los polos desconoce el hecho de que el hombre, habiendo perdido
anclaje en su primera naturaleza no logra encontrar un lugar pleno en la
segunda. Por eso, su mejor definición es la que lo ubica en ese malestar
entre dos que no hacen dos. Tal vez esa sea la razón por la cual el autor
cierra el libro con una exigencia a pensar la idea (y la función) de límite en
lo humano: “del mismo modo que en Simmel, el hombre en Lacan es un
ser de límite (Grenzwesen), que se encuentra siempre en la tensión entre
el más allá y el más acá. En esta tensión su equilibrio no es más que tem-
porario. No existe sino orientado de forma finita hacia el infinito, hacia
el más allá”.16 Otro autor, Horacio González, que ha acercado a Lacan y a
Simmel en la contigüidad de las páginas de La ética picaresca, abaliza otra
aproximación a la clave simmeliana en la que la distancia entre el sujeto
y el individuo despoja a las relaciones humanas del impulso trágico y, sin
embargo, “no hay hombres sin amor porque no hay hombres sin astucia.
No hay hombres sin astucia porque nunca somos iguales e idénticos a
nuestro proclamado amor”.17

14. Cf. Michel Foucault (1984) [1973].


15. Véase Jorge Alemán (2003), pp. 5-25.
16. Paul Vanden Berghe (2003) [1994], p. 62.
17. Horacio González (1992), p. 156.

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Juan Besse

Bibliografía

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colofón

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