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PUNTO FINAL A LA MALTRATO INFANTIL

El maltrato infantil es toda conducta que, por acción u omisión, produce daño físico o psíquico en
una persona menor de 18 años, afectando el desarrollo de su personalidad. En los hogares de
diferentes estratos se cree que la manera más efectiva de educar a los niños es usando el maltrato.
“El maltrato es una grave vulneración de derechos, que afecta transversalmente a niños, niñas y
adolescentes de todos los sectores sociales, ya que el 71 % dice vivir violencia en sus hogares”
(Unicef, 2012). Esta forma de castigo se utiliza como instrumento de corrección y estrategia de
formación moral, ya que es la primera y más persistente justificación del daño que padres y madres
maltratadores infligen a sus hijos.

En vista de ello es que en el presente texto asumiré una postura de rotundo rechazo al maltrato
infantil. La tesis que defenderé se centra en que el maltrato infantil es un condenable acto de
violencia que urge erradicar de la sociedad, ya que este genera consecuencias irreparables en los
niños y niñas. Para ello desarrollaré tres argumentos que ayudarán a sostener mi punto de vista.

Los niños que son maltratados tienen una información diferente a la de un niño normal, puesto que
lo único que ocasiona es que en la edad adulta se comporten como ellos fueron tratados en su niñez.
Abundantes estudios psicológicos han demostrado que el carácter y la personalidad de los padres
influyen en gran medida en la crianza de los hijos y traza un modelo en su formación, como lo afirma
la Fundación ANAT (2006): “Los niños criados en hogares donde se los maltrata suelen mostrar
desórdenes postraumáticos y emocionales. Muchos experimentan sentimientos de escasa
autoestima y sufren depresión y ansiedad”.

El niño va almacenando información conforme va creciendo y reflejará en los demás todo aquello
que ha vivido. Toda esa experiencia va a transformar en un determinado adulto al niño maltratado,
al igual que un niño que se desarrolla en un ambiente normal desarrolla su personalidad adecuada.

Asimismo, el maltrato infantil es una conducta recurrente y enquistada en la sociedad, pues desde
la antigüedad, padres, madres y adultos responsables de la crianza han utilizado diferentes formas
de maltrato las cuales han sido consideradas como modalidades de enseñanza o medidas
correctivas para lograr que niños y niñas tuvieran “una buena educación”. Como lo sostiene Zubieta
(2016): “Esta forma de pensar presenta aliados que ocasionan que las personas adultas atenten
contra la integridad de los niños: la ignorancia, la pobreza, la falta de comunicación y el consumo de
sustancias nocivas para a salud”. En primer lugar la pobreza es un factor que caracteriza a las
personas de los estratos bajos de la sociedad, quienes por su escaso nivel de instrucción asumen
que la mejor alternativa de enseñanza es el maltrato. En segundo lugar, las situaciones de crisis y
conflictos en el hogar se generan por la falta de comunicación, ya que en casa no se desarrollan
espacios de confianza para expresar todo lo que sus miembros sienten u opinan sobre las cosas que
les causan malestar. Por último, el consumo de sustancias como el alcohol y las drogas generan
situaciones de violencia que afectan a los más débiles que, en este caso, son los pequeños, puesto
que el que abusa de estas sustancias suele perder el dominio de sí mismo y, acto seguido, tiende a
maltratar al niño, al más indefenso.

Los niños piensan que como son personas de poca edad pueden dejar que los adultos los maltraten.
Los pequeños que ven que siempre son tratados con poco amor, tienden a callar y a privarse de
decir cosas con las que no están de acuerdo. El niño puede volverse muy retraído y silencioso o por
el contrario, su comportamiento puede ser agresivo en exceso. Continuamente vemos, en gran
parte de los hogares en donde se ve el maltrato, que el niño no sabe defenderse ante las agresiones
de los adultos, no pide ayuda, prefieren callar y asumir comportamientos como lo son la ansiedad,
tensión , aislamiento, timidez, soledad y miedo a comunicarse con los demás. Esto lo sitúa en una
posición vulnerable ante un adulto agresivo y negligente. No obstante, podemos observar que los
niños suelen tener miedo a sus padres o familiares que los agreden, piensan que por ser personas
de poca edad pueden permitir que los que los mayores atenten contra ellos y, por lo general, no
entienden que ellos también tienen derechos que deben ser respetados porque “la violencia
produce efectos severos y profundos en la vida de los niños, niñas y adolescentes que afecta
seriamente su desarrollo y crecimiento” (Unicef, 2012), es decir, deteriora la relación con los
padres, afecta el rendimientos escolar, genera problemas de salud mental, produce problemas con
sus compañeros de colegio, entre otros.

Por ello, estos pequeños desarrollan una personalidad que los diferencian a los demás niños, debido
a que empiezan a mentir para evitar que los maltraten y ocultan información por miedo a ser más
vulnerados o castigados por sus padres.

En conclusión, es importante destacar que, a pesar de que en nuestro país y en otros de la región
se han realizado campañas de concientización en la sociedad y se han tomado una serie de medidas
gubernamentales en favor de los niños y niñas, estos esfuerzos no han sido suficientes para erradicar
de manera rotunda el maltrato infantil. Por ello, urge que todos, principalmente los adultos se
comprometan a proteger a los más pequeños y que la sociedad en conjunto ejecute acciones más
decididas para castigar a quienes dañan a nuestros niños. Finalmente, todos deberíamos pensar
que, si en nuestra sociedad hubiera más niños felices, este mundo sería distinto por la simple razón
de que una sonrisa de un pequeño lo cambia todo.

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