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I

IGNO
CvADERNos B olivianos de C vltvra

Ediciones
50 SIGNO
Enero - Diciembre LaPaz - Bolivia
NUEVA ÉPOCA 1997
Mestizos en las élites
Influencia del pacto político colonial para la aparición de mestizos
encumbrados en las élites de Charcas (Solivia).

_______ ______________Hupo César Boero Kavím_____________________

«Al empezar la colonia, los mestizos formaron élites


impulsados por los conquistadores españoles que supieron
dominar a los naturales, primero con la violencia y luego
mediante la prebenda. A sí asignaron a muchos caciques-no
necesariamente nobles- encomiendas para que protegieran
los intereses reales y coloniales.
E l pacto entre españoles y élites indias -de sangre y
político- encumbró a no pocos mestizos. Algunos se
españolizaron, como Garcilaso de la Vega, y otros
mantuvieron su linaje al verse prácticamente obligados a
casarse con mujeres de su misma casta.
Los M allkus no sólo hicieron de puente entre españoles
e indios, también recibieron el tratamiento deferente que los
españoles habían proporcionado a los príncipes y principales
incas.
Los caciques se encubraron en algunas élites -Charcas,
La Paz- y mejoraron su posición económica, sus costumbres
y cultura, asimilándolas a la de los españoles. Los caminos
para ese ascenso fueron variados, pero esto no impidió que,
en su hora, los caciques se aliaran a la causa emancipatoria
americana.»
IG N O .
(El abstract es del editor) BOUVl
DVLTVRA.
i/ADERNOSi;
W O S DE CVL
S IG N O OVAD
ÍIV IA N O S .D E C V L
1
NTRODUCCION.

I Este ensayo apunta a mostrar que en el principio de la colonia, se dio un proceso


por el que individuos racialmente mestizos, aparecieron en el seno de las élites de Charcas,
para fortalecer el sistema de acumulación colonial de España y junto con él, el señorial, por
e l que ciertos caciques y mallkus, tuvieron participación efectiva en los cabildos y la vida social
española. T a l parece que éstos últimos fueron tratados com o encomenderos. L a implicación directa
del hecho derivaría en que el grupo ciudadano que adquiriera nuevos derechos en 1825, desde ya
consistiría sí, en un grupo que bien podría nominarse criollo-m estizo y no simplemente «c r io llo » con
«p u reza» racial europea, pero, lo que es más importante, que este grupo, y no otro, genealógicamente
hablando, ya en épocas republicanas, vendn'a a ser el lugar social en donde la estirpe de los incas
mezclada con la de una serie de señores aymaráes iría a seguir desenovillando hasta nuestros días su
vida histórica en sociedades com o las nuestras. Esto es, desde el momento en que a partir del segundo
tercio de 1500 más o menos, la presencia en reproducción de alelos mezclados provenientes por un
lado de la herencia genética de quienes formaban las clases de los gobernadores y demás autoridades
principales reconocidas bien o mal por el incanato en el contexto del Tawantinsuyu, y de la hispánica
por el otro, fue un hecho en la descendencia criolla de la élite española hasta sobrepasado el final del
período colonial en Am érica, formando de este modo, el colchón genético y también cultural que a
la larga serviría de base para acoger y socializar según sus propios rasgos epistémicos y formas de
reproducción económico social, no sólo a una serie de bolivianos descendientes de antepasados no
necesariamente españoles llegados de ultramar durante la época republicana, sino además a aquellos
otros bolivianos que por líneas de ascenso generacional desde las capas más bajas de la sociedad
boliviana, llegaran a relacionar bien, y casi imperceptiblemente, con estos grupos. Vase entonces que
lo que ahora nos interesa observar, es qué tipo de condiciones, sobre todo políticas, intervinieron para
la fundación del proceso de amestización de las élites españolas durante la colonia, para derivar en
consecuencias tan sorprendentes com o las nombradas arriba.
Rossana Barragán (1991 y 1992 A ) ‘ , muestra que en la ciudad de L a Paz el sector denominado
«c h o lo » corresponde desde no muy avanzada la colonia a categorías ocupacionales de artesanos y
pequeños comerciantes, que tienen las características de poseer origen rural e indígena y de ser
bilingües aymara-castellano, además de distinguirse por la vestimenta. La autora, basándose en los
trabajos de Sánchez Albornoz (1978) también muestraque un tercer grupo de hombres viene a formar
parte de lo «c h o lo »: se trata de los yanaconas o indios escapados a otras comarcas que, ya no pagaban
ni tributo, ni laboraban en trabajos domésticos obligatorios al igual que los artesanos, los comercian­
tes, y los transportistas arrieros (H C B ), que, de cierto, tem'an sus propias obligaciones civiles pero no
las de los indios pongos y mitayos.
Pero, ¿por qué interesamos ahora por el problema del mestizaje en las élites? D e hecho, es
importante emprender una indagación al respecto, porque en Barragán (1991, 1992 y 1992A) y
también en Peredo (1992), se han hecho importantes avances en el análisis historiográfico del
proceso de constitución de los sectores cholos en la ciudad de La Paz, y, sobre todo en Barragán,
respecto a las funciones de mediación económica y de poder ejercida por parte de grupos de indios
y mestizos portadores de cultura aymara, enriquecidos, sin roce social con los españoles, con
p rivilegios por encima de todos los demás indios, y que servían para mediar entre el mundo indígena
y el mundo español. Sin embargo, ha quedado vacío el espacio dedicado a visualizar la historia de
aquellos otros «in d io s » que en un principio entraron a formar parte de las élites coloniales y que
fueron progenitores de mestizos encumbrados a la altura de los españoles. Considero que es
necesario contribuir a llenar ese vacío.
L a formulación de problemas en relación al mestizaje, en nosotros no surgió a raíz de que
algún Corpus ideológico-valorativo o racista que pueda derivar en una lucha pasional por salvar la
patria de las lacras de tal o cual m ezcla se haya podido posesionar de nuestro pensar tal com o sucediera
en los escritos más importantes de principios del siglo X X ( Arguedas (1991) en 1909, incluso Tam ayo
(1944) en 1910 y de finales del X IX (M oreno 1960) en donde se toca el tema del mestizaje en Boli via.

Signo
100 C
Muchas preguntas surgieron cuando se iba encontrando que en el trabajo de los nombrados autores
es d ifícil identificar realmente el sujeto mestizo al que se refirieren, por el hecho de que el uso del
concepto de lo mestizo respecto a categorías operacionales, aparece bastante vago. L a excesiva
biologización de la explicación cultural lle v ó sin duda a los pensadores del cambio de siglo a
sobregeneralizar toda diferenciación social real, al no tomar en cuenta que un mestizo biológico,
puede portar cualquier cultura sin dejar de ser un mestizo biológico. En La Paz por ejemplo, un mestizo
en su modo cotidiano de ser y proceder, puede poseer preponderancia en rasgos culturales para el obrar
y el pensar, o bien de aymara, o bien de latino. Haciendo una pequeña digresión, entenderemos este
último término calificativo, en el sentido más universal de la palabra, especialmente en lo que se
refiere a su denotación por las formas del gusto, el consumo, y el pensamiento con raigambre
occidental, a más de com o denotador de la modalidad del repertorio instrumental-cultural con que el
sujeto de esta misma raigambre cuenta, en tanto
que su patrimonio, para desenvolverse en la vida. S.P»IM C1»\US
Nótese sin embargo, que en el caso nuestro, el
latino local si es que vale el término, no deja de
tener las caractensticas suficientes que le configu­
ran su «s e r americano» específico, puesto que, si
bien éste tiende a poseer el gusto y los deseos de un
occidental típico, en los hechos no deja de serle por
ejem plo muy difícil comportarse com o un real
capitalista. Diremos de paso, que no sin dudas
incluso éticas enraizadas en las ideologías en que
nos socializáramos cuando escolinos, ideologías
éstas que han tenido la potencia suficiente como
para cegar o'taparle la boca a más de un autor en
varios aspectos, y que hoy por hoy, aunque decli­
nando ante el influjo del discurso moralmente
necesario y empíricamente deducido de lo «pluri-
m ulti», todavía siguen anudando los modos san­
cionados de construir y pensar la identidad y la
unidad nacional de este país -que mejor preferire­
mos entenderlo com o «País de Pueblos», antes que
com o «N a c ió n » a p r ío r i de aquí en adelante-, en
B oero (1998) se tomó la decisión de bautizar la
cultura del pueblo anónimo que en 1825 asumiera Capac Apo Mama-Pomaval. Caque son
la República, com o «latinoamericana de base»,
muger de principales...
Signo 42-43, pág 66.
para que tenga nombre respetable en vez del muy
peyorativo apelativo de « q ’ ara» que se ha venido manejando en el último tiempo. Lo. que debemos
comentar al respecto, y que nos devuelve a nuestro tema, es que aún en el momento de ponerle
denominación a esta cultura para su conocimiento, no dejábamos de percibir ciertas insuficiencias en
la categorización que realizábamos, sin poder identificar del todo, cuál era realmente el elemento
fallante. Sólo luego de que con el arqueólogo Oswaldo R ivera Sundt nos hubiéramos preguntado ¿y
qué fue de los incas después de la colonia?, la respuesta comenzaba a resultar obvia. Por un lado,
aprendíamos que no es suficiente con saber qué cultura porta el sujeto para saber quién es, aunque sí
desde dónde mira básicamente, y por el otro, aparecía ante nuestros ojos el filón explicativo necesario
que iba a permitimos comenzar a desenovillar ciertas soluciones ante las preguntas formuladas a raíz
de la tan mentada «crisis de identidad», que al menos durante el siglo X X , los grupos tradicionalmente
denominados «b lan cos» y también «m estizos» en S olivia, hubieran estado proclamando tener «a
nivel nacional». H e aquí que, sin olvidar que ha sido ya puesto en tela de juicio que los incas fueran
una etnia, sino más bien un grupo local de aymaras que concentró mucho poder (véase Querejazu

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L ew is 1998), en este texto tendremos la oportunidad de hablar de los descendientes de una serie de
caciques, o bien incas, o bien reconocidos por los incas, que absorbidos en el mundo criollo charquino,
nos posibilitarán dejar justificado por qué hemos dicho que el último pueblo nacido de Am érica,
además de ser «o rigin a rio » en contra de aquel pensamiento que anteriormente le hubiera estado
atribuyendo una total «extrangería», también constituye un mundo social, que a más de ser portador
de «cultura latinoamericana de base», debería llamarse en los hechos « Ib e ro in cá sico » desde el punto
de vista de su identidad.
T al com o se ve, la necesidad de contribuir al conocimiento del mestizaje en las élites de
Charcas, no se justifica sólo por fines académicos, sino de autoconocimiento. Pues, si es que el
mandato de la época que comenzamos a viv ir consiste en consolidar una real confluencia solidaria
entre los pueblos que constituyen S olivia, la necesidad del autoconocimiento incluso étnico de
aquellos que en la actualidad detentan el poder en S olivia, no resulta ser superflua, desde e l momento
en que este autoconocimiento debe servir primero, para saber desde dónde es que parte la propia
mirada, antes de que se emitan juicios sobre los modos de ser, obrar y pensar, y sobre las
potencialidades de quienes habiéndose socializado en la matriz de otras culturas de base, son también
originarios de este país de pueblos. Esto es, para que quede de una vez por todas superado el tipo de
lectura hermenéutica del «y o a tú» (o lectura nietzschesca y etnocentrista), y se recupere con ésto, la
lectura del «tú y y o » que es más propia del «País de Pueblos». Y segundo, para que en los hechos pueda
por fin exigirse el cumplimiento del imperativo categórico consistente en que si en S o liv ia debe existir
un pensamiento nacional, este no pueda apoyarse en la idea de que todos debamos pensar al unísono
igual todas las cosas, sino en que pensemos en que la máxima de nuestras acciones deba estar fundada
en el principio universal de que la acción personal y local de cada uno de los componentes, no pueda
ir en detrimento ni personal ni ajeno en lo que se refiere al crecimiento material y espiritual que a todos
corresponde fomentar para sí y los otros. Esto es, con el ideal puesto en que el andamiaje conformado
por la nacionalidad, permita un crecimiento pluritonal unísono de lo múltiple, sobre la base de que
todos sepan que no sólo el yo personal cuenta al momento de construir un País de Pueblos; para que
nadie nunca más se sienta extranjero en su propia tierra. Pero para que ésto suceda, será necesario
además, que a la vez que recuperemos a Tamayo, también desechemos a Tamayo. Es decir,
recuperándolo en el sentido de leerlo casi entre líneas, para alcanzar sus más profundas deducciones
filosóficas, en lo que se refiere al significado de «en erg ía » com o fuente de moralidad nacional, y en
ese sentido, encontrando la posibilidad de lo nacional requerido tal com o ahora lo concebimos, en la
esencia universal y última del ser humano. A partir de aquí todo lo demás será «accidente», y
llamándole «cultura» a ésto, no deberemos olvidar que «p esa». Desechar a Tam ayo significa en
cambio superar el uso que su época le diera al término «m estizo», época ésta en donde el impreciso
significado denotativo de la palabra, que más que servir para darle a cada quien su pedacito de
nacionalidad, al ser confundido aleatoriamente con los conceptos de «c h o lo » (Arguedas 199 T. 36),
«b la n c o » (Tam ayo 1944: cfr. 65 y 73) y a momentos, con aquel de «in d io letrado» (Ib id .: 82), sólo
ha conducido a que se sobregeneralicen las parcelas y el conocimiento de la estratificación socio-
cultural de la realidad socio-histórica que se trató de describir; hacer ésto servirá sin duda, para que
la concepción del mundo que conduce a una conciencia sobredimensionada respecto de lo que
constituyen los distintos sujetos que intervienen en la construcción de nuestra historia, quede también
abandonada. Pero bien, esto aquí ya es otro cantar, ahora nos interesamos en tener una visión más
histórica y real del proceso por el cual aparecen los primeros mestizos en las élites españolas de la
Am érica colonial.
Antes de dar in icio a la construcción que proponem os, recordarem os que las observa­
ciones de Barragán están referidas a un grupo resultante de cholos que, com o e lla misma dice
y nombra, es diferente del grupo del mundo c rio llo (Barragán 1991:69). Por otra parte, tam bién
recordarem os que los procesos de m iscegenación entre españoles e indios no tuvieron com o
destino único al estrato de los denominados cholos, sino que también, se d io el caso de que
dentro de las capas coloniales dominantes, aparecieron m estizos «le g ítim o s » con todos los

Signo
102 -s
derechos; a éstos, dentro del marco d el presente texto, los vam os a denom inar m estizo-criollos.
P ero corresponderá al lector crítico ju zg a r en qué medida resulta pertinente com enzar a m ejor
con cebirlos bajo e l térm ino de iberoincásicos.

I. RELACIONES DE PODER QUE CONTRIBUYEN AL CONNUBIO MESTIZO


LEGÍTIMO.
Los descendientes de los matrimonios legítimos entre españoles e indios, según una
investigación de Steve Stem recopilada por Elizabeth Peredo Beltrán (1992)^,

«Emergieron como resultado de la política de los conquistadores de aprovechar


parte de la estructura de la reciprocidad que existía en el mundo andino para crear redes
de parentesco con indios ricos, curacas y descendientes de la familia incaica, con el
objeto de utilizar y controlar mejor los territorios conquistados»('Peredb 199 2 :12 ).

Cotler añade:
«L o s descendientes de matrimonios de los conquistadores con indias de la
nobleza regional fueron incorporados al estamento español, mientras que los otros,
es decir, la Inmensa mayona, fruto de relaciones eventuales, eran tenidos a menos y
ubicados dentro de las castas, que agrupaban a los descendientes de negros mezclados
con otros estamentos, e indios forasteros» { C o t le r 1 9 8 7 :3 9 ).

A esto. Barragán acota:

«L a s uniones entre españoles y miembros de la élite indígena fueron al


principio relativamente bien aceptadas. Constituían, de alguna manera, la consagra­
ción de una alianza» (B a rra g á n 1 9 9 1 :7 3 ).

Ll. FORMACIÓN DEL PACTO POIJTTCO COI.ONTAI. DURANTE LA CONQUISTA.

¿Cóm o es que se pudieron constituir tales alianzas? ¿a partir de qué tipo de condiciones
políticas, con quiénes no habna alianza?
Peredo, en base a Stem, nos cuenta:

«A ntes de la llegada de los españoles, el dominio inca sobre los diferentes


ayllus y nacionalidades existentes no se había dado sin fricciones y por lo tanto existía
una base objetiva para que cualquier intervención colonialista halle la posibilidad de
apoyo de algunos grupos rebeldes o ayllus no integrados totalmente al imperio
incaico.(...) Por lo tanto, si bien se dieron respuestas de oposición hacia los conquis­
tadores, también, desde un principio, los curacas de algunos pueblos se proclamaron
‘amigos de los españoles’ cuando éstos iban a entrar al C u zco» (P e re d o 1 9 9 2 :1 1 ).

Los españoles, aparte de acoger a los curacas y otras autoridades de pueblos no totalmente
integrados al imperio, también intervinieron en el conflicto principal que se desarrolló al interior del
imperio entre Huáscar y Atahuallpa de tal modo que capitalizaron las expectativas de uno de los bandos
(el de Huáscar, ya muerto) a su favor, reivindicándole posiciones de poder luego de derrocar y ajusticiar
a Atahuallpa, « p o r traició n a lo s españ o les y p o r la m uerte de H u á sca r» (O liva 1986:204).

«L o s ingas claramente se conoce que se hicieron señores deste reino por


fuerza y por maña, pues cuentan que Mangocapa, el que fundó el Cuzco, tuvo poco

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principio, y duraron en el seflono hasta que, habiendo división entre Guascar, único
heredero, y Atabaliba [Atahuallpa] sobre la gobernación del imperio, entraron los
españoles y pudieron fácilmente ganar el reino y a ellos apartarlos de sus porfías»
(C ie z a d e L e ó n 1 9 8 4 :3 8 8 ).

Sin embargo, también hubieron otros caciques que estando integrados al imperio incaico
fueron reclutados o por el temor o por la fuerza mientras que Pizarro se dirigía hacia Cajamarca
haciendo grandes matanzas:

« ‘Otro día luego por la mañana envió sus cuadrillas en busca de los enemigos,
e también se les hizo daño; pero pareciéndole que lo hecho bastaba para notable castigo
y escarmiento, envió a llamar al cacique, requiriéndole con la paz e asegurándole’
(O viedo ^). Chilimasa, el cacique, respondió que iría de paz si le aseguraban que no le
habían de matar. A s í se hizo y el cacique quedó libre con el encargo de velar porque sus
súbditos no les opusieran resistencia. Más adelante otros caciques, Lachira y Amotape,
trataron de impedirles el paso, mas la solución fue rápida; Amotape fue quemado y a
Lachira lo guardaron para que sosegara a la gente. En efecto, ‘de allí en adelante todos
sirvieron mejor e más solícitos e con mayor temor’ (O v ie d o )» (O liv a 198 6 :19 8 ).

Según se ve, de parte de Pizarro, en tanto que agente conquistador, también surgió una política
por la cual «capturaba» la lealtad a través de la coerción ejemplificadora (paradigmática), forzando a
pactos de alianza con y de parte de las autoridades incas. Tales pactos de paz y cogoblemo con voto
ponderado, vinieron a consolidar la primera función «m ediadora» del nuevo orden político consistente
en el logro de la mediación de poder capturando a las cabezas y dándoles prebenda para dominar al resto
de la población. Esto, en base al poder tradicional legítimo de tales cabezas sobre la población indígena.
A la vez, dicho poder, en cuanto tal, era relegitimado por los españoles. Dicha forma de realizar el pacto
político coloidal se propagó según se extendía la conquista, así por ejemplo, llegó a L a Paz:

«Fundación había. Desde Europa los blancos (q ’ aras) habían llegado. D e eso
los campesinos (jaqis) hicieron una asamblea y con los españoles hicieron acta de
fundación en Laja [ 1548]. Peroeso había sido engaño (...).Desdeentonces los mismos
españoles posesionaron a los caciques. (Manuel Barco T ’ u la)» (T H O A 1 9 8 8 :1 1 )

Por otra parte, es muy importante revisar la recopilación histórica realizada por Ramiro
Condarco Morales (1998), en donde: a) se hace una detallada descripción de los poderes cacicales
primero de Kirkincha, kuraka representante directo del poder del Cusco en Chuquiago (L a Paz), de
Chuquimia, el jilajat’ a aymara de más privilegio respecto de los otros tres caciques restantes, « p o r
f ig u r a r y p e r m a n e c e r a l lado d e l m a y o r rep resen ta n te lo c a l d e la co ro n a im p e ria l d e l K u sq u » (Ibid.:
20), y de Uturunqu, Nina e Irusuta que son descritos según sus posesiones y su orden de importancia;
b) donde se observa que de los descendientes de los cuatro caciques supeditados a Kirkincha, sólo los
de Irusuta -que parecía representar el último nivel social en cuanto a posesión y pertenencia de tierras
y pastos- tuvieron participaciones directas en contra del poder real de España durante las muy
posteriores luchas de 1809 y 1811 (Ibid.); y c) donde no se deja de poner con tono de denuncia no a
los españoles en este caso, sino a algunos de los malos hijos de estas tierras «que la s lle g a ro n a p o s e e r
tra s p r iv a r in c lu so a v a rio s c a ciq u e s d e su s tra d icio n a les tie rra s de o rig e n » (Ibid.).

I.2.- LA NUEVA MEDIACIÓN DE PODER; PODER Y CULTURA EUROPEA PARA


LOS CACIQUES PRINCIPALES, CURACAS Y MALLKUS.
Según se puede ver, «alianzas» -si es que así podemos llamarles- hubieron por todo el imperio,
pero, no todas correspondieron al mismo rango, por lo cual, de hecho, no recibieron el mismo tratamiento

KM ^ Signo
por parte de los españoles. De ese modo, el grupo más privilegiado fue el de la nobleza cusqueña cuyo
segundo Inca, coronado por Pizarro, fue Paullo, hermano de Manko Inka’ , el primer inca español.
A s í nos lo muestra Guamán Pom a de Ayala:

«A u qu i capac churi, príncipes deste rreyno, hijos y nietos y bisnietos de los


rreys Yngas destos rreynos; don M e lch o r Carlos P a u llo Topa Ynga (N .N .), Don
Cristóbal Suna, don Juan Ninancuro, Don Felipe Cari Topa, don Alonso Atauchi, don
Francisco Hila Quita, doña Beatriz Quispe, coya, hija de Topa Y n ga Yupanqui, el
dézim o rrey, doña Juana Curi OcUo y su hijo don Felipe de Ayala, don Martín de
Ayala, don Juan de Ayala, don M elchor de Ayala: Son casta y generación y sangre
rreal deste rreyno. Yngaconas, señores caualleros, Hanan Cuzco, Lurin Cuzco Yngas,
tataranietos y sobrinos y sobrinas, nustas, prensesas; Casta rreal deste rreyno» ( Pom a
de Ayala 1980:690)-

Respecto a ellos, el cronista dirá:

«C o m o dicho es, los lexítimos rreys Yngas se acauaron y quedan los príncipes
de ariua nombrados, hijos y nietos desendientes de ellos, los cuales son y han de ser
salareados por su Majestad y an de tener encomiendas y señales com o casta rreal y
señor deste rreyno» (Ib id .)

Podemos suponer, en cambio, que la descendencia de aquellos que cayeran primero al lado
de Atahuallpa y que sin bautizo fueran ejecutados, y la descendencia de aquellos nobles y príncipes
que acompañaron a Manko Inca en sus luchas, no fueron tenidas en cuenta por los españoles sino y
a lo mucho, en calidad de mitayos. Debe verse por otro lado, que los curacas de los pueblos que se
declararon «a m ig os de los españoles», de seguro recibieron un trato parecido al de los más arriba
mencionados, es decir, que recibieron derechos que estaban por encima de aquellos que se otorgara
para los «in d ios tributarios reservados» que Guamán Pom a de A yala se ocupó de describir y nombrar:

«Haua ynga, Uaccha ynga, Chinchaysuyu ynga. Anta ynga, Sacsa Uanaynga,
Quillis Cachi ynga, (...) Anti Suyo ynga, Tanbo ynga, Lare ynga y sus mujeres (...):
son yndios tributarios. Colla Suyo ynga, Queuar ynga(...) y sus mujeres(...). Conde
Suyo ynga, Yana Uara ynga y sus mujeres (...) son yndios tributarios» (Ibid.).

Estos, según nos dice el autor, son:

« Yngaconas [Hajnan Cuzco, Lurin Cuzco, [y ] an de ser rreseruados caualleros


deste rreyno. Y de los cuatro partes yngas que tienen orexas, son yndios comunes,
uajos, tributarios, pecheros ellos y sus desendientes. Solamente sus principales son
rreseruados» (P om a de Ayala 1980:690).

Según parece hacemos ver el cronista, estos «indios tributarios reservados», en realidad no
son «casta real» porque son señores de hombres conquistados por los Incas, pertenecientes a su
confederación, pero no a su identidad:

« A Copacabana, los incas trasladaron 42 grupos de mitimaes que represen­


taban a similar cantidad de grupos étnicos conquistados: ‘Anancuscos, Hurincuscos,
Ingas, Chinchaysuyus, Quitos, pastos. Chachapoyas, Cañaris, Cayambis, Latas,
Caxamarcas, ..., Quichuas, Mayos, Guaneas, Andesuyos, Condesuyos, Chancas,
Aymarás, Yanaguaras, Chumbivilcas, .... Collaguas, .... Pcajes(sic), Yungas, Carangas,

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G u a n a c o s y H u r u q u illa s ’ Gavilán 1621/1976:43)» [S a n to s E s c o b a r
1 9 9 3 :6 5 ] (p. su sp en siv o s n uestro s, véa se qu e en tre lo s n o m b re s cita d o s a q u í y en
G u arn an P o m a de A y a la -a rrib a - h a y g ra n d es sim ilitu des).

D e los de C a sta R ea l, Guamán Poma de Ayala dirá como ejemplificando en el caso del hijo
(A lla u ca G u a n a co ) del Príncipe Ayala (ca p a c a po Ch a u a , príncipe Ayala, ca p a c c h u ri) y en Yaro Bilca:

«C o n estos príncipes y sus hijos y hijas tiene don y merced del enperador
rrenta, auqui capac churi en la ley deste rreyno de las Yndias del Pirú se titula príncipes
y le habla la merced y sédula real del señor rrey enperador con ellos y con ellas, nietos
y desendientes, merced que no se acaua en la generación de los yndios deste rreyno»
(P o m a d e A y a la 1 9 8 0 :6 9 0 ).

Posteriormente el cronista nos muestra algunos de los rasgos instituidos en relación a éstos:

«C acique principal y príncipes y cauesa mayor de una prouincia, administra­


dor de los yndios y administrador de las comunidades y s a p c i (bienes de la
comunidad) y hazienda de los yndios y de los bienes de las yglesias de la dicha
prouincia y finiente general por su Majestad y protector de los yndios y cauesa mayor
del cauildo. Com o a señor de cada prouincia no le conozca causas cibiles, criminales
los dichos corregidores y jueces, sino sólo su Majestad y su gobierno y audiencia rreal.
Y que tenga su salario de los yndios de la dicha prouincia que le diere su Majestad y
de las comunidades y sa p c i. (...) Y que se trate com o español en el comer y en el dormir
y baxillas y haziendas. Y que no le estoruen los corregidores ni padres ni comenderos.
Y que sea muy buen cristiano que sepa latín, leer, escriuir, contar y sepa hacer
peticiones ellos com o su mujer y hijos y hijas. Y que no case a sus hijas [véase que
no dice nada de los hijos. H C B .] con yndios mitayos ni con españoles, ciño con sus
yguales para que salga buena casta en este rreyno» ( P o m a d e A y a la 1 9 8 0 :6 9 2 ).

En cambio, respecto a los indios tributarios reservados arriba citados y llamados «seg u n d a s
p e rso n a s » , Guamán Poma refiere:

«T ie n e don sólo ellos y merced del enperador y salario principales. Estos son
caualleros, segundas personas de los mayores en la ley deste rreyno» (Ib id .).

Es bueno aclarar que tales «m ayores» por lo general fueron encomenderos españoles.
Las segundas personas, por su Majestad:

« A de obedecer a la cauesa y mayor y le a de seruir y honrrar en todo lo que


fuere mandado. Y en cada prouincia a de auer una segunda persona conforme a la ley
antigua. (...) Y a de diferenciar el áuito y traxe, bestido com o español que no se quite
los cabellos y trayga sombrero, camisa, cuello, jubón, calzón, medias, sapatos, que no
trayga capa, ciño su manta y camiseta natural. Y no trayga más armas, ciño sólo una
espada para su defensa y de la defensa de su cacique prencipal'* (...) y no tenga barbas^.
Y ansi deferenciará del cacique prencipal y parecerá su segunda persona deste rreyno.
(...) Y que trate com o español en el conuersar y comer, dormir y uagilla y mesa y sea
buen cristiano que aprienda latín, leer, escriuir, contar, cantar. (...). Y ayude a cobrar
el tributo (...). D e todo le abise y le de qüenta al dicho administrador mayor deste
ireyno, conforme la ley y derecho de justicia, el salario que le señalare su Magestad
de los yndios que hubiere en la prouincia» (lb id .:6 9 2 y 694).

106 Signo
1.3. U N A A P R O X I M A C I O N A L A P A Z .
Ahora bien, en Charcas no estuvieron precisamente los Incas del Cusco, pero Escoban de
Querejazu nos da referencias de caciques con especiales caracterfsticas:

« A algunos desde el siglo X V I se les reconoció su hidalguía com o hijos de


caciques nobles descendientes de los incas, tal es el caso de los caciques Guarachi, de
Jesús de Machaca, A y ra de Arriutu de Pocoata o Cusicanqui y Canqui del pueblo de
Calacoto, que incluso obtuvieron escudo de armas, según la heráldica española, pero
con elementos indígenas, com o la mascaipacha» ( E s c o b a n d e Q u e re ja z u 1 9 9 3 :1 2 7 ).

Refiriéndonos explícitamente a los caciques de Machaca y Calacoto, puede verse que éstos
se circunscribían en el señono aymara Pakasa (Villam or 1993: 60) o Pakaxi (R ivera 1993: 63) cuya
área de influencia territorial en el altiplano se encontraba al sur del actual departamento de L a Paz,
pasando porTiwanaku, Viacha y Achocalla y terminando casi en la frontera del actual Oruro, por el
lado oeste*.
Podem os ver que los caciques nombrados, son caciques aymaras y no así incas, y que si se
les reconoce heraldo, es porque los grupos aymaráes corresponden a aquellos que buscaban su
autonomía respecto a la dominación inca (Santos Escóbar (1993:64-69) y Larson (1992: 52). T a l
reconocim iento de heraldos, es desde ya un primer indicador de que en el principio pudieron haber
habido aymaras con encomienda cerca de la ciudad de L a Paz*. Otra prueba indirecta de que los
Mallkus aymaráes pudieran tener dotaciones reales en cuanto caciques principales nos la da Larson
cuando relata los conflictos que hubieron entre señores aymaras y encomenderos españoles de
Cochabamba, porque los primeros, pusieron en duda los derechos de los segundos sobre la tierra
valluna (Ibid.: 62).¿Quiénes sino sólo gentes con derecho de encomenderos (aunque no se les
denom ine así) podrían poner en tela de ju icio los derechos de otros encomenderos, y más aún en
1556 y con la mediación directa de su Majestad en tales asuntos? L a autora relata que los señores
aymaras, junto con la llegada de los conquistadores, vieron sus señoríos reducirse y que lo propio
pasó con sus islas de mitimaes en otros pisos ecológicos al punto éstas fueron perdidas (Ibid.: 56);
pero debe verse que en ningún momento Larson señala que los dichos señores hayan perdido
derechos sobre tierras e indios en el altiplano, sino, por el contrario, en el contexto de la descripción
d é lo s conñictos, cuando los nombra, se refiere a ellos com o los « se ñ o re s d e l a ltip la n o » . Por último,
■os refiere que « a l su r, lo s se ñ o re s lupaqa, p a c a je s y o tro s se ñ o re s a y m a ra s ten ían la e sp e ra n za
d e r e c u p e r a r la s tie r r a s c á lid a s y lo s c o lo n o s q u e h a b ía n p e r d id o a m a n o s d e lo s c a c iq u e s y
e n c o m e n d e ro s d e l v a lle» (Ibid. 65).
Ahora bien, la idea de que hubiesen habido señores aymaras, poseedores de derechos que se
K ign aron para los encomenderos incluyendo aquel de dirigirse al rey de España, podría relativizarse
en cuanto hipótesis, a partir de que Thérése Bouysse, en las primeras páginas de su libro L a Id e n tid a d
A y m a r a refiere que grupos aymaráes, entre ellos los Lupacas cerca al Titikaka y en Cochabamba
p u p o s Charcas, Quillacas, Carangas, Caracaras, Soras, Chichas y también mitimaes de Pocona*®,
mlentaron en un principio -uniéndose incluso con Tiso, el antiguo capitán del ejército en época
óicaica- cerrar el paso a Hernando Pizarro (Bouysse 1987:28-29), sin embargo, nos dice que «m ás
ia r d e e n e l tra n scu rso d e l sig lo X V I, ca d a u no d e lo s je f e s de estas trib u s re c o rd a ría a la
a d m in istra c ió n e sp a ñ o la s u p ro n titu d en e l m om ento d e la ren d ició n , p e n sa n d o o b te n e r a s í lo s
p r iv ile g io s re se rv a d o s a lo s h ijo sd a lg o , a lo s q u e daban d e re ch o su status d e c a ciq u e s» (Ibid.: 29),
sm on b argo, la autora no dice en ningún momento que los administradores españoles hayan dado
respuestas positivas respecto a la restitución de derechos cacicales, dándonos a entender que sólo los
espinóles podían recibir encomiendas. Pero, Bouysse elabora una tabla que bien puede servir para
reafirmar -indirectamente- la hipótesis de lo contrario. L a tabla fue denominada « S u cesió n d e lo s
E n c o m e n d e r o s en la P ro v in c ia d e L a P a z en e l sig lo X V I» (Ibid: 42-51), en ella, la autora va citando
los nombres de encomenderos españoles a los que se adjudican encomiendas según repartimientos

L • 107
para L a Paz, lo interesante de la tabla es que en ella existen una serie de casillas que no son ocupadas
por nombre alguno, pero que son relativas a repartimientos existentes com o ser P u c a ra n e C a ra c h e
d e C o c a , V ia ch a P e r i d e C o c a , C h u q u ia b o C h a p is d e C o c a ,y otros muchos. ¿Será que esos
repartimientos fueron manejados por autoridades no españolas en su origen, es decir por Mallkus que
no figuran en una lista donde sólo se señala a encomenderos Iberos? Sin embargo, en la citada tabla,
para los repartimientos de Machaca la Grande y de Machaca la Chica,se nombra a encomenderos con
nombre español, y en años posteriores ya no figura nadie. Esto hace pensar que en dichos
repartimientos existió al principio la típica estructura de la encomienda con un español al frente y que
luego tal estructura pasa a manos de caciques propios de Machaca:

«Esta defensa legal emprendida por los comunarios de Machaca llega a


extremos incluso de comprar sus propias tierras de la corona española. ‘L a primera
compra correspondiente a Machaca la Chica [Jesús] se realizó por intermedio del
cacique Femando Ajata Qamaqi (1578) y la de Machaca la Grande (Santiago y San
Andrés) probablemente realizaron los caciques Carlos Sarsuri Llanqui y Sebastián
Llanqui. L a segunda compra la realizó el cacique Gabriel Fernández Guarachi en
1645...’ (Choque 1986:17-18)» [C a llis a y a 1 9 9 0 :4 ],

Así, puede verse que los procesos legales emprendidos por éstos caciques aymaráes son
atendidos por la corona al igual que en otras partes"; por ejemplo. Polo de Ondegardo, encomendero
de una parte de Cochabamba, acabó devolviendo tierras mitmaq a los lupacas (Larson 1992:56).
C om o quiera que sea, dice Izko, la existencia de un principio de autoridad anterior a la de los Reyes
de España, aunque inoperante sin su ratificación y consentimiento, es reconocida también por los
propios funcionarios coloniales (Izk o 1991:90), a partir del reconocimiento que da su Majestad,
asegurando a los caciques, tanto en relación al avance de otros encomenderos sobre sus tierras, com o
respecto al rango que el rey les da por encima de otros caciques subordinados. Izko referencia y
analiza:

«L a mayor credibilidad otorgada por los Jueces a los indios Sakaka frente a
los demás ayllus, en referencia probable a su condición de capital de la nación Charca
y sede de Francisco de Ayaviri, ‘ señor de los señores de la nación Charca’ , plantean
indirectamente,... el problema de la organización política de los ayllus y las relaciones
de poder en la época precolonial. L a prevalencia de un determinado segmento (en
nuestro caso el ayllu Sakaka, sede de la antigua capital de los Charcas y presidido por
los sucesores de Ayaviri com o caciques principales del ayllu durante los dos siglos
siguientes) podría haber sido ratificada simplemente por las nuevas relaciones de
poder'^ lo que se habna manifestado a través de hechos com o el ser destinatarios de
(...) dos cédulas reales y, más en general, por los constantes «am paros» a sus
peticiones frente a los ayllus vecinos. (...) La confirmación de las posesiones del ayllu
podna haber sido experimentada por los indios Sakaka y los caciques sucesores de los
señores Ayaviri com o una suerte de pacto im plícito con la Corona, que (...) ratificaba
la prevalencia de Sakaka frente a los ayllus vecinos. N os preguntamos si la aparente
ausencia de participación del ayllu Sakaka en los episodios más representativos de la
rebelión de los ayllus contra el Estado no es debida también, al menos en parte, a este
estado de cosas.» [IzMo 1 9 9 1 :9 3 ],

Tí. P A C T O P O L Í T I C O . A M E S T I Z A C I Ó N Y P A R T I C I P A C I Ó N D E L A
D E S C E N D E N C IA L E G Í T I M A .
Izk o nos ha sugerido la posible percepción de un pacto con los españoles por parte de los de
Sakaka. En gran medida es de pensar que por parte de los españoles también podría haber existido tal

108 Signo
conciencia para con los primeros'^. Lx> importante de ésto es que en principio Barragán (1991) también
plantea la posibilidad de que a través de pactos de alianza entre españoles y élites indias hubieran
surgido unos cuantos mestizos encumbrados. En Charcas, la idea de que tales pactos con Mallkus
aymaras se hayan podido dar, no resulta descabellada. Pues, puede decirse que en cuanto represen­
tantes de pueblos dominados por los incas, tales caciques mayores -« se ñ o re s d e se ñ o re s» , c o m o diría
Izko- se declararon «am igos d e lo s esp a ñ o le s» ; de allí también pudieron surgir «m estizos legítim o s»
parecidos a los que en el Perú descubriera Spalding;

«Favorablemente, al menos en los primeros años de la colonización, en 1553


y 1559, por ejemplo, la Corona ordenó que los mestizos concebidos en uniones
legítimas ‘debían recibir plena consideración de la le y ’ (K.Spalding 1974:163). Se
les permitía mantener sus propiedades y viajar libremente a España (Ibid). En 1568
y en 1573, los mestizos recibieron incluso la autorización para llevar armas (Ib id .)»
[B a r ra g á n 1 9 9 1 :7 3 ].

n.l. EL CASO DE GARCILASO DE LA VEGA Y LA DESCENDENCIA MESTIZA DE


LOS CONQUISTADORES LUEGO DEL PACTO.
E l ejem plo más documentado de lo anterior se resume en el caso biográfico del Inca Garcilasp^
de L a V ega, « e l g e n ia l m estizo», tal com o Gustavo Pons M u zzo epitetara al cronista en (Garcilasó de
la V e ga 1977:8). Por otra parte, en Garcilasó de la V ega (s.f.), el mismo autor relata:

«E n la plena época de la conquista nació en el Cuzco, el [12/4/1539], un niño,


hijo del conquistador español capitán. Sebastián Garcilasó de la Vega, natural de
Badajos, Extremadura, y de la ñusta cusqueña Isabel Chimpu Ocllo. (...) P or su rama
paterna estaba emparentado con rancias familias de Extremadura, y era pariente de
preclaras figuras de las letras españolas com o Jorge Manrrique y Garcilasó de La
Vega, el introductor del endecasílabo en el verso castellano. Por la rama materna
estaba relacionado con la estirpe de los grandes Incas del Tahuantinsuyu, pues era
bisnieto de Tupac Inca Yupanqui y sobrino de Huayna Capac. (Su madre era hija de
Huallpa Tupac Inca, hijo de Tupac Inca Yupanqui y hermano de Huayna Capac). (...)
Garcilasó tuvo oportunidad de conocer a los principales actores de la conquista. A su
casa acudían muchos de ellos, a la vez que acudían también destacados parientes de
su madre que le contaban sobre los tiempos del Imperio fenecido.(...) E l capitán
Garcilasó, dejó según su testamento, cuatro mil pesos para que su hijo, que siempre
v iv ió a su lado, aún cuando llegó a casarse en el Cusco con doña Luisa M attel para
defender su encomienda, fuese a educarse a España (14). Garcilasó viajó a España en
1560» y d e E u r o p a n o v u elve n u n ca m ás, m u rien d o en C ó rd o b a en 1 61 6 . [Pons en:
(Garcilasó de la V ega (s.f.): 1)].

Dos elementos pueden ser extraídos del dato biográfico de don Garcilasó de la V e ga Inca. E l
primero, referido a la conducta matrimonial de su padre, que noble él mismo, se casa con una noble
del Cusco. ¿Por qué no lo hace con otra española de su estirpe?, ¿no es ésta una prueba más de que
efectivamente hubo pacto sanguíneo entre -en este caso- noblezas, cosa que im plicó el encumbra­
miento de unos cuantos mestizos? Debe llamar nuestra atención la conducta matrimonial que Pons
M u zzo nos deja ver respecto al joven Garcilasó que para defender su encomienda, debe casarse con
una española. ¿Es que los mestizos legítimos no tenían derecho de casarse con nobles incaicas so pena
de perder su herencia? ¿Si es que ésto es real, tal obligación no dictaminaba de hecho la latinización
de la estirpe de estos mestizos? ¿Pudo haber existido a este respecto un tipo de reglamentación que
derivara en una política poblacional-cultural? Las hijas mestizas de este tipo de uniones ¿también
debieron casarse con españoles?

L • 109
Antes de analizar m q o r la lógica de los connubios que podifa haber guiado la exxión matrimonial
de los mestizos encumbrados, debemos ver que Garcilaso de la V ega no fue el único mestizo de este tipo
que apareciera en el Cusco, así, el mismo cronista nos habla de la descendencia del Marqués Pizarro:

« E l Marqués tuvo amistad con una señora india, hermana de Atabáliba, de la


cual d e jó un hijo llamado don Gonzalo, que murió de edad de catorce años y una hija
llamada doña Francisca. Y en otra india del Cuzco tuvo un hijo llamado don
Francisco»('Garci/oso d e la V ega 1 9 7 7 :2 7 6 ).

Pero volvam os al dato biográfico del cronista cusquefio:


En principio tenemos que su padre es un conquistador de rancia prosapia que se casa con una
noble cusqueña. E l resultado mestizo se encama en el nombre de Inca Garcilaso de la Vega. Pero
aparece un detalle respecto a éste, cuando nace, se le da el nombre de G óm ez Suíuez de Figueroa en
re c u e r d o d e a lg u n o s d e su s e sc la re c id o s a sce n d ie n te s p o r la ram a m atern a (C .N ). nombre que
después cambió por el de Garcilaso de la V ega en memoria de uno de los ilustres antepasados de su
padre; a éste último nombre añadió después el de Inca (Pons en G.de la V . (s.f.): 1).
Si observamos bien, resulta contradictorio el hecho de que a su madre, descendiente de la
nobleza principal del Cusco, se le tenga que «esclarecer» una ascendencia castiza que sirva para
legarle al hijo mestizo -descendiente nada menos que de un conquistador- un apellido materno
español. Desde aquí, tenemos una visión mejorada de los términos con que las «alianzas» entre
españoles y nobles incas pudieron haberse dado, es decir, que nos muestra que ellas no estuvieron en
ningún momento exentas de las cargas valorativas, en principio raciales, y a partir de aquí, de casta,
que aún se mantienen vigentes en nuestros días. Sea que las familias cusquefias aceptasen de buen
grado o no la tendencia a diluir los patronímicos de la nobleza cusqueña en nombres españoles, de tal
m odo que el hijo mestizo de una unión «legítim a» aparezca com o inmaculadamente blanco desde el
punto de vista formal del nombre, cosa que determinaría su mimetización dentro de la casta de los
españoles, com o si se tratase de uno más de ellos, no se terminó ahí: tenemos el dato de que Garcilaso,
para defender la encomienda que le heredara su padre, se v io obligado a casarse con una mujer
española. ¿Qué implicaciones tiene este movimiento? L a implicación más importante de ello es la
referida a la descendencia del mestizo legítim o que debe mantenerse dentro de los esquemas culturales
de España, consolidando su hispanización por medio de la inyección de nueva sangre peninsular en
la sangre «espúrea» del primer descendiente, de tal modo que para sus hijos y a no sea necesario fraguar
abolengos españoles para la vía materna. D el mismo modo, las hijas mestizas con padre español com o
doña Francisca Rzarro, al casarse con españoles, con más facilidad podrían mantener e l abolengo
hispano para los nietos del conquistador, por la lógica patrilineal de que con el sólo hecho de casarse
pierden, para sí y para su descendencia, el nombre iridio que heredaran de sus madres. Si estas prácticas
se generalizaran para un número de casos afines, la resultante final será la aparición de una cantidad
de mestizos encumbrados con nombre español, habilitados para casarse con españoles y con otros
mestizos de su mismo estrato, que acabarían mesclándose dentro de las élites coloniales, sobre todo
en los grupos criollos, y reproduciéndose hasta nuestros días.
Es posible que procesos similares hubieran sucedido en la propia fam ilia de nuestro insigne
pensador D on Franz Tamayo:

«E l origen de los Tam ayo es peruano. Fueron caciques (léase P rín c ip e s


in d io s) ennoblecidos con nobleza española por el emperador Carlos V . en el siglo
X V I. M i padre, muy joven y en la casa paterna, tuvo en sus manos el expediente
nobiliario en cuya cubierta estaba delineada a mano del monarca. Los Tam ayo de la
rama peruana deben conservar ese expediente. Somos Marqueses de V illa Hermosa
de San José de Moquegua. En la Biblioteca Municipal de L a Paz, existe un nobiliario
del Perú colonial, impreso en Lim a, a manera de becerro, o tumbo, donde están las

no Signo
pragmáticas y priviegios de mi familia. Somos, pues, sangre india ennoblecida por
espafta» (T a m a y o (1 9 4 2 ) (1 5 ) e n : B o e r o R o jo (1 9 9 3 )).

11.2. CONSERVACIÓN Y AMESTIZAMIENTO DEL LINA.TE CACICAI,.


Sincrónicamente, o quizás luego, comenzaron las restricciones a los matrimonios entre
españoles y personas de la nobleza incaica:
L a referencia que Guamán Pom a de
ÍMCtPSS
A yala da respecto a los caciques principales
y príncipes incas, com o vimos, ya estipulaba
una restricción: no casar a las hijas con
gentes de otra casta aunque nada se dice de
los hijos:
m
« Y que no case a sus hijas
con yndios mitayos ni con españo­
les, ciño con sus yguales para que
salga buena casta en este rreyno»
(P o m a de A y a la 1 9 8 0 :6 9 2 ).

R especto a las s e g u n d a s p e r s o n a s
en jerarqu ía ni siquiera se los toma en
cuenta en tanto que son « in d io s t rib u ta ­
r io s r e s e r v a d o s » . Sin em bargo en el « C a ­
p it u lo P r i m e r o d e lo s R r e i s In g a s , P r í n c i ­
p e s y P r i n c ip a l e s » Guamán Pom a se re fi­
rió a las Señoras, rreynas, c o y a :

« Y si se llam e doña Juana o


• doña María [por ser de casta de prin­
cesas], Y si casare su hija con espa­
ñol o la biuda, no se llame doña ni se
ponga el dicho áuito, ciño que trayga
el hábito común porque de casta bue­
Don Melchor Carlos, príncipe auqui ynga.
na se hizo mestiza y chola. Y si se
Signo 42-43, pág. 61.
casaren con yndio m itayo, sea
mitaya, y si se casare con negro o mulato, sea negra porque se tom ó a más menos
grado. (...) Y sea cristiana y que no se amancebe con español ni padre ni corregidor
ni comendero porque destruyrá toda la prouincia estas señoras» (lb id .:7 0 7 ).

¿Pero qué significa no casar a las hijas con gente de otros estratos? Simplemente, significa que
los hijos tampoco pueden hacerlo porque de lo contrario, ¿con quién se casarían las hijas para no
volverse ni mestizas, ni cholas, ni mi tayas, ni negras? D e ese modo, una conducta generalizada de este
tipo, tendería a mantener la casta de los reyes y príncipes prehispánicos en un margen de pureza
relativa distinta de aquella de los descendientes de hispánicos.
Pero no se piense que esto de casar a las hijas con personas de su mismo estrato fue una simple
utopía, en Charcas se realizó:

«L o s caciques también se casaban entre ellos, preservando su status social,


en el siglo X V II el cacique de Laja, casó en L a Paz a sus hijas con los caciques de
Tiahuanacu, de Jesús de Machaca, y de Pucarani, mientras que su propio hijo era

L • lll
cacique de la parroquia de San Sebastián de la ciudad de L a P a z» { E s c o b a r i d e
Q u e re ja z u 1 9 9 3 :1 2 9 ).

Sin embargo, Silvia Rivera refiere que también dentro de estos grupos existía sangre y cultura
española;

«L o s caciques Qanqi y Kusiqanqi de Qalaqutu (Pakaxi) comenzaron muy


temprano [una] estrategia de alejamiento cultural respecto al mundo indio, casándose
con mujeres españolas en el siglo X V II, para establecer, en las siguientes generacio­
nes, un nuevo circuito endogámico de matrimonios entre familias mestizas de todo
Pakaxi. E l proceso de «blanqueam iento» sólo fue iniciado en el siglo X IX en una
nueva coyuntura de ascenso económico, vinculado al comercio de arriería (Docu­
mentos de los caciques Qanqi y Kusiqanqi de Qalaqutu, archivo personal de S .R .)»
(R iv e r a 1 9 9 3 :6 3 ).

m. MOVILIDAD Y ESTRATIFICACIÓN SOCTAT.: UNA APROXIMACIÓN A LOS


CACIQUES Y OTROS MESTIZOS ENCUMBRADOS DR CHARCAS.
A rce (1987:80), A . Antezana (1992:24) y Escobari de Querejazu (1993:127), coincidieron en
decir que la principal función de los caciques era la de intermediar entre españoles e indios y de facilitar
el cobro de tributos. Si bien ésto no deja de ser real, pienso que para su mejor comprensión, debemos
establecer una distinción relativa a sus funciones y posiciones en el A lto Perú. Esta distinción parte del
análisis precedente que hiciéramos sobre los caciques de Charcas y se sitúa en el nivel de diferenciación
existente al interior de las sociedades aymaras respecto a lo que Guamán Poma nos mostrara en relación
a los «príncipes y principales» y las « segu n dasperso n as» o «indios tributarios reservados» del incanato
y que específicamente Larson nos mostrara para los señoríos del altiplano y afines: «los g ru p o s d e
p a re n te sc o extendido investían a una com plicada je ra rq u ía de ca ciq u es que in clu ía a lo s M a llk u s o
se ñ o res su p e rio re s y lo s jila k a ta s o je fe s secu n d a rio s qu e gobernaban a n ivel d e ayllu o p a rcia lid a d »
(Laíson 1992:41) en los tiempos prehispánicos. Dado que es factible afirmar que varios grupos aymaráes
se declararon «am igos d e lo s españoles» pues el rey tem'a a varios de sus señores principales en
consideración (Izko 1991), al punto de que la posesión de tierras en manos indígenas hasta fines del siglo
X IX no fue de ningún modo descartable (K lein 1991:51), nos es posible plantear la hipótesis de que los
señores principales Mallkus tuvieron el mismo tratamiento que los españoles dieran a los príncipes y
principales incas a la vez que sus segundos obtuvieron jerarquías semejantes a la de los «in dios tributarios
reserva d o s» . En ese sentido, digo ésto para proseguir con la descripción de las características de los
caciques, habida cuenta de que no todos los caciques de Charcas se encargaron de cobrar tributos sino
que también hubo aquellos que hicieron las veces de encomenderos.

in.l. CACIQUES EN LAS ÉLITES.


Laura Escobari de Querejazu señaló que hubieron caciques que formaron parte de la élite de
Charcas:

« L a élite de Charcas, actual territorio de B olivia, que ostentaba el poder


político y económico, estaba formada por españoles y unos pocos indígenas. Los
Caciques constituían la élite charquina, por lo tanto, básicam ente, e sp a ñ o le s h id a l­
go s, abo ga d o s, m é d ico s y sa ce rd o te s, e n co m e n d e ro s y/o h acen d a d os, a zo g u ero s,
m e rc a d e re s» ( E s c o b a r i d e Q u e re ja z u 1 9 9 3 :1 2 4 ).

Por el otro lado refirió que en la audiencia de Charcas:

«H u bo pocos nobles españoles con título. (...) Sin embargo com o los

112 Signo
españoles fueron muy apegados a la distinción social por muy sutil que fuera, a
principios de la conquista, todo el segmento superior de la sociedad española asentada
en (...) la Audiencia de Charcas, se consideraba ‘hidalga’ , y se los llamaba de ‘don’
» (Ib id .)

Dado el hecho de que hubiesen habido pocos nobles españoles en la Audiencia, ¿no resulta
factible el que varios de los plebeyos de España hubieran contraído nupcias o con los caciques o con
los familiares de aquellos que lograran obtener escudos de armas respaldados por su Majestad en pos
de procurarse un título? Es muy posible que ésta haya sido otra de las vías generadoras de
descendencias mestizas encumbradas que relacionaran tanto co n españoles com o con otros caciques
que vivían en las ciudades.

m.2. POSrCIÓN SOCIOECONÓMICA, usos CULTURALES Y RAZA.


¿Cuál fue el término que diera coherencia a tales relaciones en que la raza ya no jugaba un
papel fundamental? En principio puede responderse que intervinieron dos elementos: la cultura y el
status socioeconóm ico tal com o lo refirió Stem:

«L o s ladinos (16) eran personas


de ascendencia india cuya cultura, com ­
portamiento y estilo de vida adoptaba un
carácter más mestizo o incluso español.
Conocían las costumbres de la sociedad
hispano-mestiza, llevaban ropa no tradi­
cional, comprendían y hablaban español y
en algunos casos incluso se cortaban el
pelo. Sobre todo en las ciudades y en los
centros mineros, las características ladi­
nas se difundieron en la población india
mucho más allá de las élites con éxito y
prósperas. Pero los más ‘hispánicos’ y
menos ‘mestizos’ o ‘ indios’ d élos ladinos
eran a q u ello s cu ya p o s ic ió n
socioeconómica les permitía comprar bue­
na ropa, frecuentar círculos españoles,
o b te n er una e d u c a c ió n ", etc.
(Stem ,1986:271)» [P e r e d a 1 9 9 2 :1 5 ]. Inca Garcilaso de la Vega

Es así que según recopilara Barragán (1991):

«Fuenzalinda y E. M ayer (1974)(...) llegaron a escribir que ‘ la raza de un


hombre no coincidía con su raza’ y que en el Perú ésta ‘ presentaba una especie de
reflejo y misterio óptico’ . Cuanto más elevado se estaba en la escala social, uno
aparecía com o más blanco mientras que en lo bajo de la jerarquía, uno aparecía com o
más obscuro (op.cit:74)»(Bíjrragán 1 9 9 1 :7 1 ).

A l respecto, A . Arguedas (1991) escribió para la B olivia de 1909:

«E n Bolivia, (...), salvo la extremada perspicacia de los autores [del censo de


1900], no se sabría precisar, ni aun deslindar, las diferencias existentes entre las
llamadas raza blanca y raza mestiza. Físicamente ambas se parecen, o m ejor son una.

L • 113
E l cholo (raza mestiza) en cuanto se encumbra en un medio ya es seflor.y, por lo tanto
ya pertenece a la raza blanca. (...) La calidad étnica de un individuo es la resultante
de su figuración social» (A. A rg u e d a s 1 9 9 1 :3 6 ).

Y es que éste tipo de fenómenos, contrario al de la identificación emblemática por la


vestimenta de la chola (Barragán 1991), debieron haberse dado en los grupos de élite desde el
principio de la constitución de la estratificación colonial.

ni3. LOS CAMINOS DEL ASCENSO SOCIAL.


P or otra parte no sólo los caciques principales formaron parte de las esferas de la dominación
colonial, también aquellos ligados al cobro directo de tributos lograron ascender socialmente:

«Aunque por una parte debían cumplir com o intermediarios de los intereses
de la sociedad dominante y, por otra, representar las aspiraciones de la sociedad nativa
a la que pertenecían, los caciques en su generalidad (pues existen casos que
demostraron su disconformidad con el sistema) se mantuvieron fieles a las autorida­
des españolas y, en algunos casos, hasta llegaron a identificarse plenamente con los
dominadores, adaptando así el patrón cultural de los españoles, incluso su vestimenta.
En este caso el cacique supo sacar ventajas de su posición para incrementar sus bienes
materiales o para consolidar su categoría social. Con este propósito alteraban a
menudo, por ejemplo, la entrega del monto total de los tributos que recaudaban y los
datos demográficos para su propio provecho» (R . A r c e 1 9 8 7 :8 1 ).

Pero tal ascenso, com o dice Spalding, no llevó a los curacas hasta el tope de la escala social:

«Conjuntamente con el corregidor, el hacendado y el cura constituían


verdaderos centros de poder local, incorporándose e integrándose a los estratos
medios peninsulares y criollos a través de las múltiples actividades empresariales que
desarrollaban (Spalding 1974)» [ C o t le r 1 9 8 7 :5 3 ].

A sí, los caciques, en gran parte mestizos y también fuente de mestización, por el poder y otras
atribuciones que alcanzaron a tener, llegan a ocupar posiciones en los estratos sobre todo criollos de
la sociedad colonial y llegan incluso a obtener cargos de relativa importancia en la administración
estatal al final del período colonial (R. Arce 1987:86) y (Escoban de Querejazu 1993:129). Sin
embargo, René A rce (1987:35) y Cotler (1987:36-70) señalaron que los grupos criollos se encontra­
ban económica y políticamente postergados, razón por la cual fueron los principales ideólogos y
revolucionarios de la independencia. Y ésto, a partir de los fenómenos anteriormente citados, no
contradice en nada a lo escrito por Josermo M urillo Vacarreza:

«L o s españoles no pudieron prever que sus privilegios com o clase superior


estaban condenados a ser abatidos por sus propios descendientes que los superaron
en número y fortaleza. Los movimientos emancipatorios iniciales, com o los de A le jo
Calatayud en Cochabamba, los de Juan V é le z de Córdoba en Oruro, de Alonso de
Ibafies en Potosí habían fermentado en las mentes del grupo confinado de mestizos.
M ás tarde, Pedro Dom ingo M urillo en L a Paz, Tomás Barrón en el altiplano (...) y
varios más eran extractos m estizos...»(M urillo (1982:39); véase además Crespo
Rodas, Alberto (1989)).

Es por eso que no es raro que en el decreto de 4 de ju lio de 1825 promulgado por Bolívar, en
su artículo 3ero. se haya ordenado que:

114 Signo
«Los antiguos (fiques deberán set' tratados por las autoridades de la
República como ciudadanos dignos de consideración» (En: Antezana (1992:24).

Sin embargo, debe verse que transcurridala República, apareceránotros caciques vinculados
a las luchas campesinas como Faustino Llanki Titi que vendrían a sustituirá caciques explotadores
comolos descendientes de Tomás Warachi para Jesús de Machaca (Callisaya 1990:6).

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NOTAS
Barragán (1992 A) es «Entre polleras. Ña­ Sayre topa, el cual salió de Bilcabambayfue
ñacas y Liqilas: los mestizos y cholas en la a Lima, que es la ciudad de los Reyes a verse
conformación de la Tercera República’ «; con el Virrey Don Andrés Hurtado de
básicamente constituye el mismo texto que Mendoza, y allí le dio la obediencia, y el Rey
Barragán (1991) «Aproximaciones al mun­ nuestro señor en su persona". (Ramos Gavi­
do ‘chhulu’ y ‘huayqui’ «. El segundo carece lán, 1976:18).
de la introducción valedera del primero. Un Manko Inca, luego de unirse a los españoles,
tercer texto existente es Barragán (1992), se da cuenta del problema que éstos consti­
denominado « Identidades indias y meztizas: tuyen y organiza un cerco al Cusco que dura
una intervención al debate». ocho meses (1536), Pizarro en respuesta
El libro de Stem al que Beltrán (1992) alude doble, tanto para Almagro como para Manko
es: Los Pueblos Indígenas del Perú y el Inka, que han tenido tratativas, erigea Paullo
Desafío de la Conquista Española; Alianza para enfrentarlo a su hermano Manko (Oliva
Editorial; Madrid 1986. 1986:218), éste decide retirarse hacia los
En el libro La Resistencia Indígena ante la Antis con su familia y principales colaborado­
Conquista, de Josefina Oliva de Coll, el res, llevándose las momias de sus antepasa­
cronista Oviedo es muy citado, sin embar­ dos (Angles 1983:668). Véase que Guamán
go, ninguna obra de este autor, se encuen­ Poma de Ayala (1980:688) escribió: «Los
tra declarada en la bibliografía de Oliva. señores príncipes: Atagualpa Ynga...Mango
»AI llegar al valle del Chuquiapu, la gente de Ynga... Los primeros príncipes se acauaron ».
Alonso de Mendoza encontró un total de más «Los encomenderos tenían obligaciones
de quinientas personas sujetas a dos caci­ legales tales como tener caballo y armas
ques: Quirquincha asociado posiblemente a para la defensa del «reino» contra los indí­
los trabajos mineros locales y emplazado en genas» (Escobar! de Querejazu 1993:127).
Churubamba, y Otoronga (Uturunku) que A su vez, el cacique principal y príncipe «an
dirigía a los mitimaes del inca asentados en de diferenciar el áuito. A bestirse como
Potopoto (hoy miraflores)» (Arce y Barragán español pero que deferencie que no se
1988:9).Sin embargo, esta historia no aca­ quite los cauellos que se la corte al oydo.
baría aquí. Ramos Gavilán en su Historia de Trayga camisa, cuello, jubón y calza, botas
Nuestra Señora de Copacabana nos permite y su camegeta y capa, sonbrero y su espa­
tener una mejor idea del epílogo de los da, alauarda y otras armas como señor e
acontecimientos: "Muertos los dos Incas prencipal. (...) Y que no tenga barbas porque
Huáscar y Atabaliba sucedió en el Imperio no paresca mestizo» (Poma de Ayala
Manco Inca, y tuvo por heredero al Inca 1980:692).

Signo
116 C
8 Según el Mapa de Señoríos Aymarás establecido con ciertos jefes aymaras». A la
Umasuyu-Pakasa de Waldo Víllamor llegada de los españoles, como ya se sabe
(1993:59), acabando de encerrar a la ciu­ por la misma autora, los aymaras se les
dad de La Peiz entre dos señoríos aymaras, aliaron al ver la crisis incaica, luego, los
el señorío Umasuyu colindaba por el norte caciques pidieron se restituyan los dere­
con él de Pakaxi (en donde se depositó la chos que los incas les otorgaran respecto a
ciudad), siguiendo el margen derecho del tenencia de la tierra y exención de trabajos
lago Títikaka. personaies para sí (Ibid.). Es en ese sentido
9 El hecho de que en los escudos de amias que la ratificación de que habla Izko debió
aparezca la masqaypachadebe llamar nues­ haberse dado.
tra atención dado que es un símbolo de 13 SI los Yuras actuales no conocieron ia Re­
poder Inca. Caben dos hipótesis para expli­ forma Agraria es porque tampoco vivieron
car la incongruencia respecto ai hecho de el latifundio feudal, los títulos coloniales
que tales escudos sean de señores fueron suficientes. Véase también Piatt
aymaráes: a)que los tales señores tengan (1982).
masqaypachas propias en cuanto aymaráes 14 La versión de la Enciclopedia Universal
o bien, b) que al ser elaborados esos escu­ Sopeña es otra para justificar ia partida de
dos según el criterio español y sólo por Garcilaso a España: «Su madre le enseñó
españoles, éstos hayan visto en la el Idioma de los antiguos habitantes del
masqaypacha inca un símbolo universal- Perú y le sugirió la idea de perpetuar el
mente aplicable para todos los príncipes esplendor de sus mayores por medio de un
Indígenas sin ningunadistinción, quizás pen­ relato de sus grandezas pasadas. A fin de
sando a ese símbolo como parte del folklore recoger las noticias más a propósito para su
-aunque el término aún no existiera- de los obra, Garcilaso recorrió todo el Imperio de
indios universalmente concebidos por ellos. los Incas, y adquirió tai influencia, que,
Fenómenos parecidos se dieron en Améri­ sospechoso al Gobierno de Felipe II, éste le
ca: «los burócratas del siglo XVIII, raramente mandó trasladar a España» (Sopeña
se tomaban la molestia de diferenciar a los 1967:3839). Este dato, no tiene porqué ex­
Carangas de los Caracaras o de los Char­ cluir el hecho de que Garcilaso se casara
cas. Las diferencias culturales entre los pue­ con doña Luisa Martel para defender su
blos andinos se iban desvaneciendo [a los encomienda una vez muerto su padreantes
ojos de los españoles (HCB)] a medida que de ser trasladado a España donde Incluso
las autoridades coloniales homogeneizaban llegó a publicar su emblema de armas que
a los pueblos andinos dentro de una catego­ incluía ai sol y la luna al lado de las armas de
ría de ‘¡ndios’(Larson 1992:168). sus antepasados de Extremadura.
10 En Larson( 1992:49) queda explicado cómo 15 Esta cita forma parte del único artículo de­
es que se constituyeron éstos grupos: son nominado «Para Siempre»que Franz
colonias de mitimaes en los valles prove­ Tamayo publicó en El Diario durante su
nientes de señoríos de puna. Sólo los conocida poiémica con Femando Diez de
SIpesIpes eran originarios de allí (lbid.48). Medina, entre el 2 y el 8 de agosto de 1942.
11 No en vano, Herbert Klein escribió: «Como 16 «LADINO, NA.(delatino)(...)//Amér. Dícese
se ha establecido en una serie de recientes del indio, o dei negro africano, que habla
estudios, las tierras agrícolas de la Repúbli­ con corrección la lengua castellana. //Amér.
ca de Solivia permanecieron Calificativo que se aplica al indio, o al negro
sorprendentemente controladas por los africano, hecho a los usos y costumbres de
ayllus indígenas hasta fines del siglo XIX. los españoles.» (Real Academia de la Len­
La mitad de la tierra y dos tercios de la mano gua Española [ESU] 1967:4837).
de obra permanecieron bajo ei control co­ 17 Poco después de la llegada de los españo­
munal Indígena hasta fines de la década de les, en el Cuzco, los jesuítas abrieron la
1870 (Klein 1991:51). escuela de Francisco de Borja esta escuela
12 Larson (1992:47) refiriéndose a los pueblos formó a los ‘indios ladinos’ « (Peredo
aymaras dijo: «Pero su sentido de indigna­ 1992:15). Ahora bien, Escobari deQuerejazu
ción y abuso bajo sus señores recién llega­ (1993:129), refirió que en Charcas, ios caci­
dos [los incas] y su testimonio colectivo ques tenían derecho a educarse; «lo más
acerca de la generosidad incaica, indicaban probable es que fueran a educarse en el
ia relación especial que los incas habían colegio Francisco de Borja del Cuzco», dijo.

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