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ISSN 1666-244X

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La Revista “Subjetividad y Procesos Cognitivos 9 - Violencia”
es una publicación de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES),
Paraguay 1338 (C1057AAV), Buenos Aires, Argentina.
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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS
COGNITIVOS
9

VIOLENCIA

ISSN 1666-244X
Indice
Prólogo
Liliana Edith Alvarez 13
Divorcio y violencia en los vínculos familiares
Hilda Abelleira 16
El porvenir de una ilusión. Del abandono a la significación
Liliana Edith Alvarez 34
Psicoterapia post-traumática
Philippe Bessoles 53
La violencia del método institucional en el continuum de
exclusión-extinción social
Alberto L. Bialakowsky, Ernestina Rosendo, Roxana Crudi, Mónica
Zagami, Cristina Reynals, Ana Laura López, Nora Haimovici 69
El Malleus Maleficarum
Carlos Bigalli 92
Violencia y escritura de las prácticas
Ernesto E. Domenech 115
Dificultades en el diseño de estrategias legales en la violencia familiar
Diana G. Fiorini 126
Violencia y ley. Orden social y ética del acto
Carlos Gutiérrez y Gervasio Noailles 140
El trabajo de escritura entre sesiones en la psicoterapia psicoanalítica
Gustavo Lanza Castelli 155
Los 11-13 años frente al estrés de las imágenes violentas
Serge Tisseron 177
Relaciones emocionalmente abusivas
María Viviana Torres 198
“La violencia de no ser”
Alejandra Zucchi 228
IAEPCIS 242
Números anteriores 253
Requisitos para la presentación de trabajos 264
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
P ág. 13-15

Prólogo
Liliana Edith Alvarez

Si hablamos de excesos, desmesuras y desbordes...


Si hablamos de sistemas económicos, que generan pobreza y exclusión social, redu-
ciendo al sujeto a ser apenas un sobreviviente…
Si hablamos del arrasamiento subjetivo, de la denegación de la otredad, del no ha lu-
gar y del imperio de una legalidad arbitraria...
Si hablamos de la banalidad del mal…
Si hablamos del sometimiento a la desmesura de la voluntad del otro, de la voluptuo-
sidad de un déspota, que colocado en el lugar de amo, instaura su propia Ley…
Si hablamos del forzamiento y estallido de los significados y de lo siniestro del vio-
lentamiento de los sentidos...
Si hablamos de un trastrocamiento de la intimidad en intimidación...
Si hablamos de un erotismo tóxico...
Si hablamos de un plus de estimulación intramitable...
Si hablamos de la perforación de la coraza de protección antiestímulos, la ruptura de
conexiones de redes de pensamiento y la descualificación del sentir…
Si hablamos de la paradoja de los sentimientos no sentidos y de ser un muerto vivo...
Si de todo esto hablamos…, es que estamos nombrando a la violencia. Podemos, enton-
ces, hablar de las diferentes formas de violencia: estatal, familiar, social e institucional.

Podemos hablar de violentamientos legales, eróticos, cognitivos, territoriales, verba-


les y motrices: del golpe, de la palabra violenta y de la violencia que se sirve de la
sexualidad como instrumento.

Pero también podemos hablar de la violencia brutal del abandono, del desamparo en
el seno de la sociedad y las instituciones, en las que nadie está allí para asistir, nadie
está allí para amparar, para decir lo que se hizo y hacer lo que se dijo.

Es decir, podemos hablar de violencias por acción y de violencias por omisión.

Podemos hablar de las distintas formas de violencia intrafamiliar hacia los niños,
que los transforman en “huérfanos” sin pensamiento y sin deseo.

Podemos recordar la trampa del hecho abusivo, la victimización por el arrasamiento que
produce en el niño un erotismo ajeno, que le impone desde la amenaza, el silenciamiento
y el secreto.

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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Podemos hablar de lo familiar de la violencia y de la llamada violencia familiar en


que la coraza de protección parental cambia de signo, en un contexto de negación de
los significados. Desde allí, el que está en posición de “víctima”, se ve imposibilita-
do de disentir, siendo el dolor físico y psíquico minimizados, valores e intencionali-
dades redefinidos y la misma práctica violenta naturalizada.

Pero también, podemos pensar en la violencia y en su andamiaje desubjetivante, en


el marco de las condiciones siniestras de la institucionalidad en nuestro país.

Pensar en el sufrimiento psíquico-institucional, al que se han referido diversos auto-


res, como padecimiento por exceso de ligadura (René Kaës), procesos tóxicos insti-
tucionales (David Maldavsky) o mortificación institucional (Fernando Ulloa).

Así podemos adentrarnos en aconteceres institucionales, que dan cuenta de aquellas


encerronas trágicas en las que predomina la dependencia del maltratante, sin instan-
cia tercera de mediación posible.

El poder despótico, en estos entornos, arrasa con las posibilidades de pensar y de sen-
tir del otro, desubjetiviza víctimas y victimarios. La miserable brutalidad del más
fuerte (Ulloa, Novela clínica psicoanalítica. Historia de una práctica, 1995) “redu-
ce a quien lo ejerce a la condición de idiota que, víctima de su propia perversidad,
termina insensible al significado criminal de su propio acto, aun cuando tenga claro
lo que se propone, idiotización que se extiende a las víctimas cuando caen en some-
tida aceptación mortificada”.

Expresión de la pulsión de muerte que, de silenciosa se hace audible, la violencia es-


tá allí, separa, desagrega, descomplejiza, tomando ropajes que van desde la burocra-
cia hipertrófica hasta el mero hacer, un mero hacer formal “para cubrirse”, como se
escucha en la jerga institucional, en el que la ausencia de responsabilidad, remedará
la banalidad del mal.

La Violencia, las violencias…

Esta revista recoge algunas líneas de pensamiento en relación con las violencias que
deseamos compartir con el lector.

Artículos como el de Carlos Gutiérrez y Gervasio Noailles problematizan la relación


entre violencia y Ley, dando cuenta de tres dimensiones posibles de la violencia.

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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Ernesto Domenech plantea la relación entre discurso jurídico y prácticas institucio-


nales, mientras que Carlos Bigalli rastrea la genealogía de los discursos legitimado-
res del poder punitivo. Diana Fiorini analiza el problema que plantean a la imple-
mentación de abordajes jurídicos las cuestiones de violencia familiar.

Alberto Bialakowsky et al. se preguntan acerca de las metodologías institucionales y


cuestiones de exclusión social, mientras que Serge Tisseron analiza el lugar de la vio-
lencia en las imágenes.

Otros autores rastrean las cuestiones de violencia, desde las perspectivas de las clíni-
cas psicológica y forense. Desde la primera, dan cuenta de especificaciones clínicas,
como el trabajo de escritura entre sesiones en la psicoterapia psicoanalítica (Gustavo
Lanza Castelli). Hilda Abelleira replantea la cuestión de la violencia en las situacio-
nes de divorcio, cuando en el proceso de deconstrucción vincular surge la violencia
o se incrementa la ya existente.

Alejandra Zucchi se refiere a las particularidades de la relación entre violencia y sida.

Viviana Torres recorre las relaciones emocionalmente abusivas en la vincularidad fa-


miliar, entre padres e hijos en la primera infancia.

Philippe Bessoles da cuenta de las contribuciones de los enfoques psicodinámicos a


la psicoterapia de desórdenes post-traumáticos.

Mi artículo se refiere a la clínica forense, abriéndose a la problemática de las violen-


cias por ausencias y sus posibilidades de significación en un grupo de adolescentes
internadas, cuya marca fue el abandono parental.

Distintas miradas acerca de las cuestiones de la violencia.

La complejidad de la problemática abordada abrirá nuevos interrogantes que, segu-


ramente, vendrán de los lectores.

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DIVORCIO Y VIOLENCIA
EN LOS VINCULOS FAMILIARES
Hilda Abelleira*

Resumen
En este trabajo se reflexiona acerca de los efectos que ejerce la violencia, en los su -
jetos y vínculos de la familia, cuando predomina durante el proceso de divorcio de
la pareja conyugal.

Parte de establecer algunas consideraciones acerca del contexto sociocultural ac -


tual, acerca de cómo pensamos la familia hoy, así como en relación con modos de
pensar la violencia vincular.

Analiza la complejidad del trabajo psíquico personal y vincular que plantea la sepa -
ración conyugal, centrándose en aquellas familias en las que, como parte del proce -
so de deconstrucción vincular, surge violencia o se incrementa la ya existente.

Se presentan y analizan los aconteceres de dos familias con las que la autora traba -
jara en su práctica como Perito Psicóloga Oficial en los Tribunales de La Plata.

Palabras clave: familia, divorcio, vínculos, deconstrucción, violencia.

Summary

This paper explores the effects of violence on family subjects and relationships when
violence permeates the divorce process of a conjugal couple.

The present socio-cultural context as well as current conceptualizations of the family


and relational violence are outlined at the outset.

The complexity of the individual psychic and relational work demanded by conjugal
separation is also analyzed, focusing on families in which violence arises, or increa -
ses when already present, in the process of deconstructing bonds.

* Docente de la Carrera de Especialización en Psicología Forense de UCES. E-mail: hrabelleira@hotmail.com

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Lastly, the events in the life of two families the author worked with in her capacity as
La Plata Courts Psychological Expert are presented and analyzed.

Key words: family, divorce, relationships/bonds, deconstruction, violence.

Es un observable frecuente en el trabajo con familias que transitan el proceso de di-


vorcio o separación de la pareja conyugal, que de una u otra manera, en diferentes
etapas de dicho proceso o durante todo el transcurso del mismo, circule violencia en
los vínculos, afectados y expuestos a las complejas operatorias subjetivas y vincula-
res que este acontecer promueve en el grupo familiar.

Para comenzar haré ciertas consideraciones acerca del contexto sociocultural actual,
acerca de cómo pensamos la familia hoy, así como algunas puntualizaciones en rela-
ción a modos de pensar la violencia vincular, para centrarme luego en el tema de es-
te trabajo: violencia en los vínculos familiares durante el proceso de divorcio, pre-
sentando el material de dos familias abordadas en mi práctica pericial.

Contexto sociocultural actual


Sabemos que cada momento sociohistórico promueve y sostiene el predominio de de-
terminados valores, ideales y modelos que regulan el funcionamiento de los sujetos y los
grupos, en cuanto a lo que se considera bello/feo; bueno/malo; verdadero/falso; permi-
tido/prohibido; sano/patológico. De este modo, cada época construye ciertas formas pre-
dominantes de subjetividad, así como modalidades de funcionamiento vincular singula-
res de ese momento histórico, con las diferencias que puedan provenir de la pertenencia
a diferentes lugares geográficos, razas, religiones, clases sociales.

Algo que caracteriza esta época y que ha sido descripto y analizado por numerosos
pensadores (Lipovetsky, 1983; Lewkowicz, 2003) es la caída de un conjunto de cer-
tezas vigentes en la modernidad que, en tanto fuente y apoyatura de un conjunto de
ideales, servían de sostén y anclaje a los hombres y las sociedades. Las ideas de pro-
greso, patria, estabilidad de las instituciones, valor del trabajo y del estudio, vacilan
o han sido desplazadas. La declinación de los Estados Naciones como meta institu-
ciones reguladoras y donadoras de sentido y el predominio de las leyes del mercado
en permanente fluidez, tornan inconsistentes los marcos simbólicos y jurídicos nece-
sarios para la regulación del intercambio en sociedad.

Se genera de este modo un clima de incertidumbre, de inermidad social. Surgen vi-


vencias de vacío, situaciones de caos y circulación de violencia en diferentes nive-
les: familiar, social, internacional.

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Hoy la crisis no es impasse entre dos formaciones, ni coyuntura (como pudo haber
sido en otros momentos sociohistóricos), sino modo de funcionamiento efectivo. El
término perplejidad circula con insistencia en los últimos años, al analizar los efec-
tos de la situación, tal vez como indicador de un tipo específico de reacción ante la
crisis. Perplejos ante ese cambio desreglado. Cuáles son las operaciones de pensa-
miento para pensar la crisis es el interrogante que insiste.

Estos cambios señalados suponen, para los que desde diferentes lugares nos ocupa-
mos del sujeto y sus vínculos, el tránsito por una situación difícil y compleja. Resul-
ta ineludible reflexionar y problematizar nuestras herramientas teóricas así como
nuestras prácticas, ante la creciente y novedosa demanda de nuestra intervención en
diferentes ámbitos (clínico, forense, educacional, laboral, comunitario) y desde va-
riadas y nuevas patologías. También se torna ineludible el pensar y operar interdis -
ciplinariamente, en el sentido de aproximarnos y poder producir conjuntamente con
integrantes de otras disciplinas, nuevos conocimientos y prácticas en respuesta a la
diversa y compleja realidad que nos interpela.

La familia hoy
Intentar caracterizar la familia hoy es un tema complejo. La familia, en tanto primer
grupo que recibe al sujeto en su llegada a la vida, y que de una u otra manera, por las
modalidades de su presencia o su ausencia, desempeña un papel primordial, si bien
no único, en la construcción de la subjetividad, no puede permanecer ajena a las
transformaciones de su entorno. Transformaciones que incluyen la declinación del
patriarcado y diversos cambios en el lugar de la mujer y en la crianza de los hijos.
Hechos estos que la atraviesan y problematizan, en tanto suponen modificaciones bá-
sicas en el vínculo conyugal, desalojado ya del funcionamiento de la familia de la
modernidad y enfrentado a construir nuevas formas de relacionarse, entre sí y con los
otros, de la familia y del entorno.

En este contexto de interrogantes diversos, las teorizaciones actuales acerca de la fa-


milia se centran en concebirla como una estructura abierta, compleja, heterogénea y
en permanente intercambio entre sí y con el afuera, como toda construcción de la
cultura. Por lo tanto, expuesta a transformaciones, tanto a lo largo de la historia co-
mo en su propio devenir.

Si bien continúa siendo indispensable en el proceso de humanización del sujeto, com-


parte tempranamente la producción de subjetividad con otras instituciones (jardín, es-
cuela), con figuras significativas no pertenecientes al ámbito familiar y aun con otros
desconocidos a través de los medios de comunicación (Abelleira, Delucca, 2004).

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De tal modo, no resulta pertinente hablar de la familia en el sentido de institución


única, sino que es más adecuado referirnos a las familias de nuestro tiempo. En efec-
to, son múltiples y diversas las organizaciones familiares que demandan nuestra in-
tervención y la de disciplinas varias. Nos referimos a que coexisten hoy, junto con la
familia tradicional de la modernidad (integrada por la pareja conyugal heterosexual,
con hijos producto de esa unión y ligados por lazos estables y duraderos), las llama-
das familias monoparentales (integradas por un solo progenitor, en general una mu-
jer soltera e hijos), las familias después del divorcio (con las singulares organizacio-
nes que luego de la separación conyugal arma cada grupo, que suelen incluir a me-
nudo la formación de nuevas parejas por parte de los ex cónyuges, con hijos de las
nuevas uniones), las familias en las que la pareja o uno de sus miembros posee una
identidad sexual diferente (parejas homosexuales, lesbianas, transexuales, travestis,
uno o ambos, que deciden tener o adoptar hijos).

Se torna necesario pensar lo complejo de esta diversidad, a fin de no opacar la posi-


bilidad de problematizar e interrogarnos acerca de sus efectos y función en la vida de
los sujetos y las sociedades.

Hablar de la diversidad no nos impide teorizar acerca de la misma. Más allá de la he-
terogeneidad mencionada, podemos decir que toda familia se organiza en torno de las
denominaciones del parentesco instituidas y aún subsistentes: lugares materno, pa -
terno y filial. En relación con esos lugares, si bien no rígidamente adscriptas a cada
uno, es esperable y deseable que se ejerzan en la familia funciones de sostén y am -
paro, de discriminación, corte y transmisión de la ley. Clásicamente denominadas en
la teoría “funciones materna y paterna”, hemos abandonado esa denominación, en
tanto parecía referirlas a la persona concreta de la madre y el padre.

Los integrantes de la familia están unidos entre sí por vínculos, siendo este un con-
cepto central para el análisis del funcionamiento familiar. El vínculo liga en forma
estable a un sujeto con otro, siendo la presencia de ese otro (no en el sentido de per-
manencia constante) imprescindible para la constitución y sostén del mismo. Esto su-
pone que en cada vínculo el otro impone su presencia, de ahí que consideremos la
imposición como el mecanismo constitutivo de este, que se diferencia de la identifi-
cación, la proyección y la introyección como procesos intrasubjetivos que sostienen
la construcción de representaciones sobre el otro.

En cada vínculo significativo se da un encuentro con tres dimensiones del otro. Lo se -


mejante: a lo que se accede a través de la identificación y que genera la vivencia de lo
compartido; lo diferente: aspectos del otro con los que no es posible identificarse, pero

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sí acceder y tornarlos compartibles a través de diversas operatorias vinculares, y lo


ajeno: lo inasimilable, no compartido ni compartible. Refiere a lo inaccesible del
otro, así como de cada sujeto. Punto enigmático de la presencia que se impone. La
imposición es el mecanismo por el cual la acción de un otro sobre el yo y de este so-
bre el otro establece una marca donde previamente no la había. Acción instituyente
independiente del deseo de quien la recibe, que enfrenta con la imposibilidad de que
el otro del vínculo sea abarcado totalmente por el mundo representacional. Tolerar
esta imposibilidad permitirá que lo ajeno del otro se constituya en motor de la vincu-
laridad, pese al malestar que inevitablemente provoca. No tolerarla instala el víncu-
lo en un enfrentamiento permanente y estéril con emergencia de violencia, que pue-
de conducir a su ruptura.

Retomando las funciones, las pensamos como operatorias necesarias para la consti-
tución y construcción psíquica de cada sujeto. Deberán ser transmitidas por personas
reales que mantengan un vínculo significativo para ese niño (los padres o quienes
ocupen esos lugares dentro de la diversidad de configuraciones familiares existen-
tes). En los comienzos de la vida son ejercidas preponderantemente por el conjunto
familiar, pero compartidas con otras redes vinculares extrafamiliares a medida que
los niños crecen. También pueden encarnarlas otras personas cuando los niños no po-
seen o han perdido sus vínculos de origen.

Me referiré brevemente a las cualidades de cada una: la función amparadora impli-


ca el conjunto de cuidados iniciales brindados al niño (alimento, abrigo), así como el
sostén biológico y psíquico necesario, que lo ayuda a ir significando en sus primeros
años, la relación consigo mismo, los otros y el entorno.

La función de discriminación, corte y transmisión de la ley refiere a la transmisión


implícita y explícita, desde las instancias parentales, de las normas, valores, ideales
y modelos predominantes que ellos han interiorizado en cuanto a lo prohibido y lo
permitido para cada vínculo, en esa cultura y sociedad determinada.

Otras funciones que se ejercen al interior de las familias son la función filial y la de
las familias de origen.

La función filial implica todo aquello ligado a lo novedoso que la presencia del hijo
impone a cada organización familiar. Esto supone que el hijo no solo se constituye
sobre los modelos parentales, sino que en un activo proceso de apropiación-creación
de lo transmitido aporta nuevas significaciones que podrán devenir cuestionamientos
o transformaciones creativas, según cada ámbito familiar.

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Las familias de origen representan las tradiciones familiares, ligadas a la transmisión


de creencias y mitos que la pareja conyugal sostiene, si bien en nuevas formulacio-
nes, en relación con su origen como familia. Desde ese lugar avalan y son garantes
de la nueva organización familiar, así como pueden devenir obstáculo a los acuerdos
de la nueva pareja.

De tal modo, la familia de hoy, pensada como estructura abierta, compleja y hetero-
génea, que funda y marca el origen subjetivo en forma privilegiada pero no única, es-
tablece las bases de lo permitido y lo prohibido a través de la operatoria de la prohi-
bición del incesto, ejercida y recibida desde los lugares del parentesco y sus funcio-
nes (Abelleira, Delucca, 2004).

También son constituyentes de subjetividad en la familia las relaciones de poder y el


sentimiento de pertenencia.

El tema del poder no ha sido considerado sistemáticamente en el psicoanálisis, salvo en


relación a su origen pulsional. Dentro del psicoanálisis vincular, Berenstein propone
pensarlo como “las acciones y la experiencia emocional que se constituyen en una rela-
ción de imposición entre un sujeto y otro u otros, que lleva a una modificación del cuer-
po y la subjetividad” (2001). Vínculo que se establece entre uno que impone y otro que
es impuesto. Asentado en la existencia de vínculos asimétricos en la familia, un mode-
lo sería la relación madre-hijo. La madre, o quien ocupe ese lugar, supone un “saber ha-
cer” y detenta el derecho a imponer al hijo determinadas significaciones a través de su
accionar. Acá poder funciona como verbo. La madre, el padre, pueden dejar su marca
en el hijo, así como este puede responder desde su singularidad.

Es diferente cuando el que está ubicado en el lugar de imponer al otro, tiende a per-
petuarse en esa situación. Acá poder pasa a ser sustantivo y hablamos de exceso de
poder. El que es impuesto pierde en parte su condición de sujeto y el vínculo se des-
liza a alguna forma de violencia.

Las dos modalidades vinculares pueden circular en la familia, tanto en los vínculos si -
métricos (conyugal, fraterno), como asimétricos (filial), con efectos diferentes: institu-
yente de subjetividad una modalidad, tendiente a la supresión de la misma la otra.

El sentimiento de pertenecer, de formar parte del conjunto familiar incluido dentro


de los ideales y valores, otorga contención y construye subjetividad. A lo largo de la
vida cada sujeto irá construyendo su modalidad de pertenencia familiar, así como ar-
mará nuevas pertenencias en el intercambio con otros sujetos y grupos.

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Todas las variables que mencionamos al hablar del contexto sociohistórico actual pro-
ducen, como efecto en las familias, el desdibujamiento de las funciones parentales. Si
bien muchas organizaciones familiares las siguen sosteniendo, en la crisis social vacilan
y se desdibujan.

Desconocemos los efectos a largo plazo de la crisis actual sobre las subjetividades y
los grupos familiares. Asistimos a los cambios y nos interrogamos acerca de las di-
versas estrategias que se van construyendo. Será con el transcurso del tiempo que po-
dremos evaluar la cualidad de las transformaciones. “La familia venidera debe rein-
ventarse una vez más” (Roudinesco, 2003).

El lazo familiar prosigue durante la vida del sujeto, con diferente presencia según las
etapas vitales y cada familia singular. Desempeña, como dijéramos, un papel primor-
dial, junto con otras instituciones de la cultura, en la renuncia pulsional que hace po-
sible la convivencia humana.

La familia, en tanto que por sus funciones genera lazos de intimidad y cercanía afec-
tiva, está regulada por leyes que prohíben y prescriben la sexualidad para unos y
otros vínculos (prohibición del incesto), así como prohíben la circulación de violen-
cia en el ámbito familiar. Leyes que sabemos son transgredidas con frecuencia, dado
que la privacidad del ámbito de la familia no asegura la posibilidad del control so-
cial. De ahí el silenciamiento de estas transgresiones, que con frecuencia solo se tor -
nan visibles para el afuera familiar, en situaciones límites.

Violencia en los vínculos


Etimológicamente violencia remite al concepto de fuerza. Implica el uso de fuerza
para producir un daño.

Podemos hablar de violencia en sus diversas expresiones, como un observable que pue-
de expresarse en diferentes contextos: del sujeto hacia sí mismo, en los vínculos fami-
liares, entre sujetos del conjunto social, así como de este hacia personas o grupos.

Por lo tanto no podemos pensarla como una entidad abstracta ni una conducta aisla-
da del hombre, sino como una estructura de interrelación, una construcción vincular
y social multideterminada. De este modo, más que hablar de violencia, sería perti-
nente referirnos a violencias, con orígenes y efectos diferentes.

En un sentido general, consideramos la violencia como el intento de anulación del otro co-
mo diferente, utilizando la fuerza física o la coacción psíquica o moral. Acción realizada

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por una persona o grupo contra otra persona o grupo, intentando limitar o negar alguno o
varios de los derechos de estos. Al no reconocer al otro como sujeto autónomo o sujeto de
deseo, tiende en sus formas extremas a reducirlo a la categoría de objeto. La violencia arra-
sa con la subjetividad, con lo específicamente humano, en tanto quien es violentado pier-
de la posibilidad de elección y decisión, así como la palabra propia.

La violencia, en sus múltiples manifestaciones, siempre supone una forma de ejerci-


cio de poder mediante el empleo de la fuerza (física, psíquica, social, política, eco-
nómica, etc.) y se da en el contexto de una relación asimétrica que implica la exis-
tencia, real o simbólica, de un fuerte y un débil bajo la forma de roles complementa-
rios (hombre/mujer; padre/hijo; maestro/alumno; patrón/empleado, etc.). Desde un
polo del vínculo se ejerce abuso de fuerza y poder, violando el espacio físico y psí-
quico del otro, a lo que se responde desde el otro polo con inermidad e impotencia,
sin recursos para oponer al accionar intrusivo.

La familia, por la intensidad y privacidad de sus vínculos, es un grupo expuesto a la


aparición de violencia vincular. No obstante, es relativamente reciente el que se ha-
ya podido visualizar y aceptar a nivel social esta realidad, que por muchos años se
mantuvo silenciada, por la fuerza de los mitos circulantes en la cultura acerca de la
familia como ámbito privilegiado de protección y cuidado del sujeto humano.

La violencia emerge o se torna posible en la confluencia de situaciones personales,


vinculares, sociales, económicas, así como especiales momentos críticos por los que
transitan las personas.

Violencia en el divorcio
El divorcio o la separación de la pareja conyugal constituye una situación crítica en
la vida de los sujetos, que suele desencadenar violencia en la familia o incrementar
modalidades vinculares violentas ya existentes en el grupo familiar.

Voy a referirme a divorcio como sinónimo de separación o ruptura conyugal, ya que


si bien es un término del campo jurídico que denomina al proceso de separación de
una pareja cuando ha concretado el matrimonio legal, se ha incorporado al lenguaje
cotidiano para designar la disolución del vínculo conyugal (legalizado o no), cuando
se ha convivido un cierto tiempo.

El divorcio de una pareja, en especial cuando se ha constituido una familia, es un


acontecimiento traumático, una situación crítica de envergadura que supone un com-
plejo y multifacético proceso de duelo. Destaco el hecho de cuando se ha constituido

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una familia, porque la presencia de hijos torna más difícil la aceptación y decisión de
la ruptura, complejizando el tránsito y resolución de la misma.

El divorcio altera inevitablemente la vida de sus protagonistas y los enfrenta con la nece-
sidad de modificar la relación consigo mismo, con el otro de la pareja, con los hijos, con
las familias de origen de ambos, con los amigos, con el entorno social. “Cae” el ideal de
familia unida y de eternidad del vínculo amoroso (mitos aún de fuerte pregnancia en la cul-
tura, pese a los cambios señalados), se diluyen proyectos compartidos.

Todo el universo emocional se sacude, mucho de él se desmorona y en un primer tiempo,


singular para cada pareja, predominan vivencias de desolación y desamparo, estupor y una
variada gama de sentimientos que, con diferentes intensidades van del dolor a la furia, ya
sea que predominen respecto del otro de la pareja vivencias de desilusión o que en inten-
sidad creciente hacia lo negativo se transformen en vivencias de estafa. La exacerbación
de estas desata la violencia que, en su máxima intensidad, puede llevar a la muerte.

Es decir que ese otro, con quien en los primeros tiempos del encuentro amoroso se sen-
tía formando una unidad, se ha ido transformando en alguien tan diferente que no se to-
lera o tan amenazador que se torna un enemigo, al que hay que atacar o destruir.

Por la intensidad y el sufrimiento que supone, André Ruffiot (1987) ha denominado a


este particular tiempo de la pareja “pasión del desamor”, en el sentido de que se viven
fenómenos semejantes en intensidad a la etapa del enamoramiento, pero en negativo.

La caída del lazo familiar (del que la pareja es el principal soporte), como sustento
del sentimiento de pertenencia e identidad familiar, despoja a los integrantes de la fa-
milia, por un tiempo singular para cada una, de su función amparadora para el con-
junto, de la seguridad que brindaban las investiduras libidinales privilegiadas entre
sus miembros, así como del soporte institucional que significaba ubicarse y ser reco-
nocido por el afuera como una familia.

En trabajos anteriores (1992) nos hemos referido a esta etapa del proceso de divor-
cio como momento de deconstrucción, en tanto supone un complejo trabajo de reco-
nocimiento de múltiples pérdidas.

Cada familia transitará esta etapa de acuerdo con sus posibilidades, que dependerán
de muchos factores, pero fundamentalmente de cómo la ex pareja pueda ir enfrentan-
do y resolviendo las complejas operatorias vinculares que se le plantean.

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A su vez, cada integrante y cada vínculo de la familia, más allá del sufrimiento com-
partido, será atravesado de manera diferente por la crisis y el duelo de la separación.
Diferencia que no solo ha de depender de cómo lo inscriba la subjetividad de cada
uno, sino también de su lugar en la trama familiar: madre, padre, hijo, hermano.

Para los integrantes de la pareja el desafío central es una situación que deviene para-
dojal. En efecto, tienen que desligarse uno de otro como pareja conyugal, pero al
mismo tiempo deben preservar, pero construir de otro modo, la pareja parental. No
es esta una tarea fácil ni rápida. Es fuente de conflictos y malentendidos múltiples,
que se escenifican en los tribunales en los juicios de tenencia y régimen de visitas y
sus, a veces, interminables incidentes.

Además de construir entre ellos otra forma de ejercer la parentalidad, también deben
construir con los hijos otra manera de ser padres. Uno de ellos (el que ejerza la te-
nencia) pasa a estar solo en la cotidianeidad con los hijos, lo cual supone cambios en
la modalidad del ejercicio de sus funciones. El otro, que ya no comparte la conviven-
cia, también deberá construir otro modo de ser padre, ya no solo en soledad, sino en
la intermitencia del contacto. A su vez, los hijos deberán incluir estas variantes, que
en cada caso singular implicará desafíos diferentes.

Los hijos tendrán que aprender a estar de otro modo con cada uno de sus padres, lo
que incluye además la circulación entre dos “espacios” y la incorporación de dos
“tiempos” (uno llamado “de visita”), a su organización de vida. Esta complejización
de los intercambios, suele transformarse en fuente de numerosos conflictos, en espe-
cial cuando es utilizada tanto por los padres como por los hijos, al servicio de algu-
na forma de manipular al otro para obtener supuestas ventajas personales.

También se ven enfrentados a la necesidad de discriminar (en especial cuando son ni-
ños pequeños) entre el amor de la pareja y el amor parento-filial, en el sentido de que,
si uno se termina, no ocurre lo mismo con el otro. Fantasía alimentada en ocasiones,
por la dificultad de algunos padres de preservarlos de lo que es inherente al conflic-
to de la pareja, con lo que se debilita la posibilidad de cuidarlos.

El vínculo fraterno, salvo en los casos en que los hijos forman alianzas con cada uno
de los progenitores desarmando la fratría, es -en general- el que se mantiene más es-
table, actuando como apoyatura en este difícil momento.

En esta etapa del proceso es frecuente, dada la asimetría de los vínculos familiares así co-
mo la tendencia a defenderse del dolor tratando de ejercer el poder, que la pareja se

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enfrente en una lucha por derrotar al otro, desapareciendo o desdibujándose como pa-
dres y, por lo tanto, desconociendo a los hijos como tales.

Es un observable el armado de lo que hemos llamado organizaciones dualistas1 (Lé-


vi-Strauss, 1949), trasladando al análisis del funcionamiento familiar la denomina-
ción acuñada por Lévi-Strauss para el análisis de las comunidades. Nos referimos a
la división de la familia en dos grupos con la connotación de inocente/culpable o víc-
tima/victimario, en los cuales se ven involucrados irremediablemente los hijos, que
pierden así toda posibilidad de pensar y elegir.

En estos casos el divorcio es significado como una “guerra” en la que el objetivo es


derrotar al enemigo, no importa cómo. Los hijos suelen ser usados como “armas”
contra el otro o “botín” a obtener. Son obligados a estar con uno o con otro, despo-
jados de sus derechos, reducidos a la categoría de objeto y violentados a ocupar lu-
gares que no son los suyos y a decir y actuar mimetizados con el discurso del proge-
nitor con el que aparecen “aliados”.

Esta configuración vincular no resulta inocua para la construcción de la subjetividad


de un niño o un adolescente. Por el contrario, se constituyen en violaciones transito-
rias o permanentes de su “ser hijo”, que obturan la posibilidad de enfrentar por sí
mismos lo que promueve en ellos la separación de sus padres, interfiriendo de mane-
ra imprevisible en su constitución subjetiva.

Las organizaciones dualistas varían en su composición. Puede integrarlas el proge-


nitor que convive con los hijos versus el que no convive; uno de los padres con al-
guno de los hijos versus el otro padre con el resto de los hijos. En ocasiones, pueden
incluir miembros de las familias de origen.

Más allá de su composición, lo importante a señalar es que siempre suponen una uti-
lización de los hijos, un abuso del poder que la asimetría del vínculo permite ejercer.
De perpetrarse en el tiempo, suelen conducir a la pérdida del vínculo con alguno de
los progenitores y a veces del vínculo fraterno, así como ejercen efectos negativos en
la subjetividad de esos niños.

1 “Un sistema dualista es aquel en el cual los miembros de una comunidad se reparten en dos mitades, las
cuales mantienen entre sí relaciones complejas que van desde la hostilidad declarada hasta una intimidad
muy estrecha y donde, en general, se encuentran asociadas diversas formas de rivalidad y cooperación”.

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Esta división de la familia en organizaciones dualistas puede ser un momento de pasaje,


de tránsito hacia la otra etapa del proceso de separación que hemos llamado nuevas cons -
trucciones. Este tiempo refiere a la posibilidad de la familia de poder realizar el arduo tra-
bajo de reconocimiento de las pérdidas y comenzar a construir nuevas maneras de vincu-
larse que no excluyan a ninguno, respeten y reconozcan las diferencias entre los vínculos
y los derechos de todos, en especial de los hijos a expresar lo que sienten y a ser protago-
nistas activos de los cambios familiares. En este caso hablamos de organizaciones dualis -
tas dinámicas o instrumentales (Abelleira y ots., 1989).

Cuando este trabajo vincular no es posible, la familia suele cronificarse en el funciona-


miento escindido. Hablamos en ese caso de organizaciones dualistas estáticas, que devie-
nen el escenario privilegiado para la emergencia de violencia vincular. Esta circula entre
los integrantes de la pareja siempre, si bien con diferentes involucramientos de los hijos,
así como de los hermanos entre sí, según cada familia singular.

Esta violencia que emerge fundamentalmente en el vínculo de la ex pareja y con los


hijos, puede ser ejercida en forma directa a través de agresiones físicas o verbales (in-
sultos, amenazas) dirigidas hacia el ex cónyuge o los hijos, o de manera más sutil e
indirecta, respecto de estos, a través de la descalificación permanente del otro proge-
nitor o de la instrumentación de infinitos obstáculos para impedir el contacto de los
hijos con este, en especial cuando los hijos son menores.

Comentaré a continuación los aconteceres de dos familias con las que me tocara in-
tervenir en mi práctica como perito psicóloga oficial en los Tribunales de La Plata.
En ambos grupos la violencia vincular ya se había instalado en la familia con ante-
rioridad al divorcio. Me interesa mostrar cómo, iniciado este, la violencia va crecien-
do ante la imposibilidad de los adultos de ambas familias de reconocer los cambios
que la nueva situación imponía y termina arrasando con sujetos y vínculos, así como
esterilizando la intervención judicial que en tantas otras situaciones opera como con-
tención y límite, y permite a las familias abrirse a otras alternativas vinculares.

Familia 1: Alfredo, de 43 años, y Marta, de 36, se separan hace un año, luego de on-
ce de convivencia. Tienen dos hijos: Martín, de 9 años, y Esteban, de 7.

Del momento del enamoramiento dice Marta: “Me deslumbró el carácter fuerte, re-
solutivo y protector de él”. Dice Alfredo: “Me gustó la debilidad y necesidad de ser
protegida de ella”. Los dos reconocen un primer tiempo de armonía en la relación,
pero difieren en la ubicación del inicio y motivos de los conflictos que culminaron
en la separación.

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Para Marta los conflictos se iniciaron hace cuatro años, cuando ella empezó a tener
necesidad de hacer cosas por sí misma (pensar, salir, tomar decisiones), lo cual pro-
ducía irritación a Alfredo. Este refiere que hace un año empezó a sentirse mal por la
“rebeldía” de ella. “Quería salir, yo anotaba a qué hora se iba y a qué hora volvía”.

En este clima, en el que cada uno empieza a transformarse en un enemigo para el


otro, ya que la pareja no puede incorporar ningún cambio en la modalidad vincular
fundante de la misma (lo que era protección ahora es control; las necesidades de ma-
yor autonomía de ella son significadas como rebeldía), se suscitan cada vez con ma-
yor frecuencia e intensidad, situaciones de violencia física y verbal de Alfredo hacia
Marta. Impotente para revertir de algún modo la situación, Marta huye del hogar lle-
vando a sus hijos, que eran espectadores constantes de la violencia paterna. Esto en-
furece a Alfredo, quien nunca aceptó ni acepta la separación. “Yo la sigo queriendo.
Debe volver y ocuparse de la casa y de los hijos”. Agrega que, si no lo hace, él pien-
sa que debe ser castigada.

A poco tiempo de la ida del hogar de Marta, en un encuentro con los hijos, Alfredo
los presiona para volver con él al que fuera el hogar conyugal y prácticamente los
“rapta”. Se inicia así otro momento del conflicto familiar, en el que los hijos se ven
crecientemente involucrados en la lucha hostil entre sus padres. Enfrentados a un
conflicto de lealtades, cada padre desde un lugar diferente, les plantea “estás conmi-
go o contra mi” y no les deja opciones.

Durante un tiempo siguen viendo a la madre, con permanentes obstáculos por parte del pa-
dre (impone horarios, cambia días, ataca a Marta cuando retira o trae de vuelta a los ni-
ños). Finalmente, se niegan a verla, si ella no vuelve a vivir a la casa y así se lo plantean.
Es decir, mimetizados con el discurso paterno, toman partido por la causa del padre, que-
dando como prisioneros del mismo, a su merced y “renunciando” a la madre.

Vemos cómo la imposibilidad de esta pareja de enfrentar y aceptar la separación, in-


crementa la violencia conyugal que se iniciara al romperse la relación fusional de los
primeros años del matrimonio.

Esta violencia se juega inicialmente en el vínculo conyugal de manera directa (si bien
a los hijos se les imponía su participación como espectadores), pero comienza luego
a involucrarlos activamente a través de la inoculación del discurso paterno, que de-
nigra y desconoce los deseos de la madre. Esta queda excluida, “castigada”, y los hi-
jos, desalojados de su subjetividad, devienen como prolongaciones del padre “jue-
ces” de la madre.

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Al tomar contacto con la familia, observamos una total impotencia de Marta ante la
situación familiar, el intenso odio de Alfredo y la absoluta rigidez de su postura y las
vivencias de locura y muerte expresadas por los niños en sus producciones gráficas,
acompañadas de una actitud temerosa y evasiva.

En una entrevista conjunta que realizáramos con la madre y los hijos, con la presencia vi-
gilante del padre junto a la puerta del consultorio, ante el pedido de que cada uno dibuja-
ra una persona o personaje que luego dialogaría con el que dibujaran los otros (consigna
de un dispositivo de producción vincular que instrumentamos con familias), Martín dibu-
ja con gran tensión a Hitler y Esteban angustiado solo puede escribir “Quiero irme ya mis-
mo”, mirando con frecuencia y temor hacia la puerta junto a la cual sabía que estaba su pa-
dre. Marta no pudo reaccionar, ni intentar alguna forma de acercamiento a sus hijos. Tam-
poco ella podía pensar. Diluida la asimetría vincular madre-hijos, parecían tres niños ate-
rrorizados ante la omnipotente y tiránica “mirada” del padre.

Desde el juzgado se requirió nuestra intervención al año de la separación y cinco


años después. En base al asesoramiento, se fijaron regímenes de visita madre-hijos y
se indicaron distintas alternativas de tratamiento psicoterapéutico familiar, que nun-
ca se cumplieron.

El padre no se corrió de su posición omnipotente y violenta de permanente boicot a


todo lo que desde la Ley trataba de instalar un cambio. La madre, progresivamente
debilitada, abandonó sus intentos y se volvió a su pueblo natal con su madre.

Al poco tiempo de nuestra segunda intervención y luego de fallecer los abuelos paternos,
que habían “reemplazado” a la madre de los menores en el cuidado y atención de estos,
Alfredo fallece súbitamente de un infarto. Martín y Esteban pasan a vivir con la tía pater-
na y Marta empieza a hacer nuevos intentos de recuperar el vínculo con sus hijos.

Familia 2: Roberto, de 40 años, y Lucía, de 38, están separados desde hace dos años,
luego de trece de casados. A los dos les cuesta hablar de algún tiempo de armonía en
su relación. Por el contrario, coinciden en relatar el clima de los últimos años de su
matrimonio como de intensa hostilidad y descalificación mutuas, lo que provocaba
continuas peleas y violentas discusiones entre ellos, de las que cada uno culpa al otro.

Tienen dos hijos: Jorge, de 11 años, y Aníbal, de 7, espectadores constantes de sus pe-
leas. Luego de una discusión, en la que Roberto pierde totalmente el control, golpea a
Lucía y en la que interviene Jorge muy angustiado intentando proteger a su madre, Ro-
berto decide irse de la casa. Por varias semanas no toma contacto con sus hijos,

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situación que es vivida por estos como un abandono por parte de su padre. Fantasía que
parece haber estimulado Lucía, a través de críticas constantes a Roberto y su proceder.

Pasado ese tiempo, al intentar acercarse a la casa para verlos, se reiniciaba la agre-
sión verbal entre Roberto y Lucía, lo que impedía el contacto del padre con los hijos
y angustiaba crecientemente a los niños.

Así la situación, Roberto decide iniciar el juicio de divorcio y solicita la fijación de


un régimen de visitas. Este se cumple durante un tiempo, pero siempre con dificulta-
des y obstáculos que cada uno atribuye al otro. Finalmente, se interrumpe el encuen-
tro del padre con los hijos, ya que Jorge y Aníbal dicen que “no quieren verlo más”.
Así lo expresan los niños y lo afirma Lucía.

Se solicita nuestra intervención en una audiencia, convocada por el juez a raíz de una pre-
sentación hecha por el abogado de Roberto. En la misma, luegode realizar entrevistas con
cada uno de los padres y con los niños, proponemos realizar al día siguiente una entrevis-
ta conjunta padre-hijos, basándonos en las contradicciones del discurso de Jorge y Aníbal,
y en el contenido de sus producciones gráficas. Lucía plantea que lo considera perjudicial
para sus hijos, los niños dicen no desearlo. En el juzgado son escépticos respecto de su rea-
lización. No obstante, es ordenada por el juez y al día siguiente concurren todos.

Iniciamos la entrevista con aparente rechazo de los niños, que no miran al padre, en es-
pecial Jorge, quien desde el comienzo aparecía liderando las críticas a este, mimetizado
con el discurso materno. Transcurrido un tiempo de la entrevista, evaluando un clima
más distendido y con indicios de todos de intentar acercamientos, les decimos que los
vamos a dejar solos por un rato, que luego volveremos a conversar con ellos y que es-
taremos en la habitación contigua por si nos necesitan. Al cabo de media hora, al entrar
al lugar de la entrevista, encontramos a Jorge y Aníbal conversando sonrientes con su
padre, sentados uno en cada rodilla de este y mostrándole sus cuadernos, que habían traí-
do a escondidas de Lucía.

Fue claro y muy impactante para todos que, ante la intervención de la Ley, encarna-
da en la figura del juez y sus asesores, sintiéndose los niños protegidos y con posibi-
lidades de reintegrarse a su lugar de hijos, pudieron conectarse con sus sentimientos
hacia el padre, corriéndose de la alianza con la madre.

Se completó la evaluación psicológica de esta familia, que confirmó ampliamente lo ob-


servado en la entrevista realizada en el juzgado. No existían en los niños sentimientos de
rechazo al contacto con el padre, sino que por el contrario deseaban y necesitaban

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mantener el vínculo con él. Lo que si no podían tolerar era que ver al padre los colo-
cara inevitablemente en una situación de violencia, que sentían los desbordaba.

En base al asesoramiento pericial, el juez fijó un régimen de visitas, que la madre in-
sistió en considerar una imposición para ella y sus hijos, desconociendo los cambios
surgidos en la actitud de los niños durante las entrevistas realizadas. Se indicó tam-
bién la realización de psicoterapia familiar.

El régimen de visitas se cumplió por un tiempo. Luego recomenzaron los obstáculos


y la violencia entre los padres que llevaron a su interrupción. El tratamiento no pudo
ser sostenido.

Posteriormente Roberto se trasladó a una provincia del interior, aceptando una pro-
puesta de trabajo. Considerando que su situación laboral era buena, esta decisión pa-
rece una claudicación de su lugar de padre, ante la imposibilidad de introducir algún
cambio en el funcionamiento familiar.

Meses después Jorge se suicidó, ahorcándose en el baño de su casa, donde fue en-
contrado por Aníbal. Decisión tremenda del niño, que expone descarnadamente los
efectos destructivos de la violencia vincular.

Dos familias, dos muertos. Un infarto del padre en la primera, el suicidio del hijo en
la segunda. La claudicación en el cuerpo de Alfredo, la trágica decisión de Jorge,
muy diferentes en un sentido, pero posibles de relacionar en tanto dan cuenta de los
efectos mortíferos de la violencia vincular.

Violencia instalada en ambas familias en la pareja parental, impidiendo todo diálogo


entre ellos y con la necesidad de involucrar intensamente a los hijos que funcionan
en las dos como prolongaciones de uno de los padres en su lucha contra el otro (del
padre en la primera familia, de la madre en la segunda).

Los efectos de esta violencia vincular arrasan y desconocen los deseos, temores y ne-
cesidades de los hijos. Jorge expresa dramáticamente con su decisión, lo que circu-
laba en su hermano y los otros dos niños como fantasía. Frente a la evidencia de que
sus vidas interesan tan poco a sus padres, el deseo de terminar con ella aparece con
frecuencia en los hijos.

Trampa endogámica y mortífera que termina con algunos sujetos, pero que también ataca
y destruye vínculos. En ambas familias queda destruida la pareja parental y severamente

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afectados los hijos, con efectos impredecibles en sus subjetividades y capacidad vin-
cular.

En la primera familia, es atacado el vínculo materno-filial, con lo que a la muerte del


padre los niños quedan como huérfanos, quedando el interrogante de si Marta podrá
encontrar la fuerza necesaria para luchar por recuperar el vínculo con sus hijos, cuál
será la reacción de la familia de Alfredo, así como de Martín y Esteban en esta nue-
va configuración vincular.

En la segunda familia, la dramática muerte de Jorge supone la desaparición del vín-


culo fraterno, así como del paterno y materno-filial en relación con él. El suicidio de
un hijo niño y de un hermano posiblemente se constituya en una situación tan devas-
tadora que signifique una catástrofe (Lewkowicz, 2002), por lo tanto, algo imposible
de elaborar por los integrantes de esta familia.

Ambas familias no solo no pudieron, ante la intensidad de la violencia instalada en


los vínculos, acceder al uso de la palabra y el pensamiento para reconocer y tramitar
diferencias y conflictos, sino que en su encierro endogámico y tanático, esterilizaron
toda intervención del afuera.

Intervención que en otras situaciones familiares, ejerce efectos modificadores en tan-


to supone la habilitación de un espacio neutral y novedoso, atravesado por la ley, en-
carnada en la figura del juez. Espacio que por su significación, abre a las familias la
posibilidad de empezar a pensar e interrogarse acerca de su dolorosa situación, refle-
xionar acerca de lo que cada uno pudo mostrar en estos encuentros e iniciar ciertos
cambios, que luego buscarán profundizar y sostener en espacios terapéuticos.

Evidentemente se torna necesario pensar en la posibilidad de armar otros soportes


institucionales, que puedan actuar apoyando y sosteniendo las intervenciones con es-
te tipo de familias, tanto desde el ámbito jurídico, como desde el clínico.

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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Fecha de recepción: 23/05/06


Fecha de aceptación: 01/08/06

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EL PORVENIR DE UNA ILUSION.


DEL ABANDONO A LA SIGNIFICACION*
Liliana Edith Alvarez**

“Si alguien me hubiese dicho que la ausencia del otro me haría dudar de la existencia,
cómo me habría burlado.
Existir… existir: ¿qué quiere decir eso?
Quiere decir estar afuera, sister ex”.
Viernes o los limbos del Pacífico
Michel Tournier

Resumen
El presente trabajo presenta algunas reflexiones acerca de lo escuchado en referencia
a la situación de desvalimiento anímico en un dispositivo grupal de orientación psico -
lógica correspondiente a un programa institucional llamado “Pre-egreso”, elaborado
por una comunidad religiosa vinculada con la Dirección de Menores. Se trabaja la
problemática de la existencia en adolescentes mujeres que han sufrido situaciones de
abandono, por las cuales fueron tempranamente institucionalizadas, y los avatares de
la resolución de la misma. Se conceptualizan los efectos del desvalimiento temprano,
por los que estas jóvenes están inmersas en una vincularidad tóxica.

Se describen las estrategias de abordaje centrándose específicamente en la problemática


de las violencias por omisión. Se puntúan diferencias entre las violencias por acción y por
omisión: tipos de distancia psíquica y lenguajes del erotismo, y la problemática de la exis -
tencia que deviene de las situaciones de abandono temprano. Asimismo, en la viñeta clí -
nica se recortan expresiones utilizadas por las jóvenes que dan cuenta del llamado a la
madre; del exceso; de la autosupresión rabiosa; de la supuesta vitalidad atribuida al au -
sente, ubicado como un déspota loco que da o quita el ser.

Se recorre el camino seguido por las adolescentes, tomando el dispositivo grupal co -


mo espacio de subjetivación. Se describe el trabajo desde el cual la trama intersub -
jetiva dio lugar a las inscripciones del otro en tanto presencia simbólica, instaurán -
dose posibilidades de significación.

* Este artículo sigue las líneas trazadas con Dolores Lojo, a quien le agradezco sus ideas, su colaboración
y su afecto.
** Directora de la Carrera de Especialización en Psicología Forense de UCES. E-mail: lialvarez@datamarkets.com.ar

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Palabras clave: desvalimiento anímico, violencias por acción, violencias por omi -
sión, existencia, intimidad, intimidación, trauma por abandono, objeto transicional,
transicionalidad, claudicación del sentimiento de sí, excesos de presencia y excesos
de ausencia.

Summary
This paper presents some ideas about a situation in a group dispositive (mechanism) of
psychological orientation. This dispositive was part of an institutional program called
“Pre-egreso”. It deals with the existential problematic and its resolution in young girls
who have been abandoned, and for this reason, have been put into an institution. On the
other hand, it describes which effects cause the helplessness in these girls.

It describes strategies of work, focusing on the problematic of “omission violence”.


It also shows the differences between action violence and omission violence: the
problematic of existence, which is the consequence of an early stage of abandon. In
the clinic paragraph, some of the young girls´expressions are shown, which reveal a
call to the mother, the excess, the vitality assigned to the absent, characterized as a
supposed crazy person who gives or takes the existence.

This article also describes the way these young girls´lifestyle, considering the group
mechanism as a space of subjectivity. It explains the work from which the intersubjectivity
gave place to the inscriptions of the other considered as symbolic presence, providing
meaningful possibilities.

Key words: animic helplessness, action violence, omission violence, existence, intimacy,
trauma of abandon, transitional object, presence excess and absence excess.

Introducción
El presente trabajo recorrerá algunas reflexiones acerca de lo escuchado en referen-
cia a la situación de desvalimiento anímico en un dispositivo grupal de orientación
psicológica correspondiente a un programa institucional llamado “Pre-egreso”, ela-
borado por una comunidad religiosa vinculada con la Dirección de Menores.

Dicho grupo posee la marca de que sus integrantes son adolescentes que conviven en
un internado y de que la enunciación de la demanda de tratamiento es formulada por
las responsables del programa.

Estas jóvenes fueron internadas en su niñez por abandono primario de sus padres; los
que por condiciones de pobreza extrema o afecciones psíquicas severas no pudieron

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ejercer la función de sostén parental. Sus historias se tejen en situaciones de profun-


do desamparo psicosocial y desvalimiento anímico. Su vida transcurrirá así por ins-
tituciones de minoridad (la misma o diferentes, pero siempre vinculadas con la falta
de apuntalamiento familiar, hasta que a los 21 años el Estado retire el soporte y se
produzca su egreso).

Algunas de ellas ingresarán, previo a esta situación a programas de pre-egreso.

La reconstrucción de sus historias muestra que, al ser internadas, pasaron de su es-


tructura familiar al internado, en el que cotidianeidad, valores, creencias e ideales di-
fieren. Por lo tanto, debieron hacer una serie de difíciles adaptaciones desde su es-
tructura familiar al internado y desde este al egreso.

Pre-egreso. La marca de un nombre


La topografía institucional habla por sí misma. Son tres pisos. En el primero está el inter-
nado (las abandonadas); en el segundo, el grupo de pre-egreso (el porvenir de una ilusión);
en el tercero, el pensionado, el grupo de las jóvenes universitarias que ocupan para las in-
ternadas el lugar de ideal de sostén: tienen familia, novios y poder adquisitivo.

El tercer piso es un lugar al cual no se puede acceder…

El pre-egreso, desde lo instituido, es una experiencia de un año de duración con caracte-


rísticas de mayor libertad y autonomía que las del internado, tendiente a un “entrenamien-
to” para el egreso definitivo. Pero este egreso, a veces, no llegará a ser tal ya que muchas
jóvenes seguirán viviendo con las religiosas. Nada ni nadie las alojará en el exterior peli-
groso y deseado… Otras repetirán situaciones de pareja en las que dominan las prácticas
violentas, se sucederán situaciones de embarazo en estado de desamparo que llevarán a la
entrega de sus hijos, sufrirán el abandono de sus parejas. “¿Qué hacer frente a esto? se for-
mulan las religiosas.

Parafraseando a René Käes, “considerado como puesta en escena de fantasías, el gru-


po es el sueño de la institución, cuyo relato se elabora en mito y en ideología”. ¿Cuál
es el sueño institucional?

¿Qué es para el imaginario social institucional ser una “menor internada”? ¿Cómo se
juega la nominación en cada una de ellas y en cada uno de los estamentos institucio-
nales? ¿Qué acontece cuando dejan de serlo?

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Cuando se me propuso desde la comunidad religiosa “el apoyo psicológico para es-
tas menores” (y léase menores y no niñas), la demanda institucional, la no demanda
de las jóvenes, mi posible inserción institucional en esa hermandad de mujeres ¿con
hábito? y de jóvenes con otros hábitos, me hice la pregunta: ¿Qué podré hacer? Unas
me pedían clases acerca de educación sexual, puericultura, crisis adolescente en un
afán pedagogizante de que alguien que sabe enseñe… ¿qué? Las otras no pedían na-
da… o todo: querían salir… ¿sabían de qué? …¿sabían a qué?

Unas y otras en realidad pedían un discurso estructurante.

La propuesta es amplia y las dificultades son muchas

¿Qué se juega en el nombre pre-egreso? La transmisión de la propuesta hecha por las


religiosas bajo el nombre “pre-egreso” lleva a reflexionar. El programa de pre-egre-
so ocupa un lugar y desempeña una función en la institución. Sus objetivos genera-
les y específicos están claramente trazados.

Por lo tanto, este grupo de orientación psicológica, programa dentro de un programa,


ligado pero diferenciado de la institución, soportará la marca de las fantasías, proyec-
tos e ideales explícitos e implícitos de la misma. La referencia al tercero institucio-
nal es pregnante. Pero también deberá de habérselas con lo que implica trabajar con
situaciones de profundo desamparo psicosocial y desvalimiento anímico.

Se abre así un abanico de interrogantes acerca de lo que implica el pre-egreso; para


la coordinación, para las adolescentes y para la institución.

La institución retirará el soporte y esto, en función de su historia previa, se convier-


te para las jóvenes en una expulsión: revivir “el haber sido expulsadas” del grupo fa-
miliar y más específicamente de la madre.

En algún punto el nombre indica para las jóvenes que una separación ha de advenir y
que todo un trabajo psíquico previo ha de efectuarse para que no se produzca una catás-
trofe anímica que las reenvíe a la situación traumática de abandono sin espacio para la
significación.

El egreso se presenta como la gran promesa, el porvenir. Lo advenir: tramitación de


duelos, despedidas y nuevos alojamientos posibles, pero al mismo tiempo el gran pe-
ligro (corte, rotura, salto al vacío). Egresar: momento peligroso que reedita el trauma.

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Egresar implica elaborar la situación anterior por la cual ingresaron y la posibilidad de alo-
jamiento en el exterior al claustro materno. Hay una insistencia en referirse al momento de
la salida, y la salida es prácticamente muerte: es imposible sobrevivir fuera de la institu-
ción. Es imposible sobrevivir sin asistencia corporal del otro cuerpo (Maldavsky, comuni-
cación personal).

No es un separarse de la madre por mediación paterna. No es un corte que instaura


legalidad, sino más bien en función del estado de desvalimiento anímico, desgarro,
herida, expulsión de la madre y envío al vacío. ¿Qué marca quedará de ellas en la ins-
titución cuando egresan? ¿Qué pasará con su lugar?

En las entrevistas con las religiosas se desgranará el conflicto de ambivalencia en su re-


lación con la salida de las adolescentes de la institución en donde algo de la especulari-
dad se pone en juego. Ellas mismas son “extranjeras”, dejaron a sus familias, a su ma-
dre patria, ellas también saben de migraciones, de extranjerías de ajenidades y egresos.
¿Podrán desprenderse de sus “hijas”? Las religiosas son también intercambiables: se van
unas y vienen otras. Tienen una alta idealización del contenido nutricio-institucional y
ahora la institución en vez de comportarse como madre incondicional retira el soporte.
El cambio de contrato las enfrenta con sus propios sentimientos de desvalimiento des-
mentido, con su propia problemática en relación con la maternidad, la sexualidad. Pare-
ciera que las religiosas se resisten a entregar su producto. En el tránsito social que im-
plica el egreso para unas y para otras pareciera repetirse el trauma.

Hubo que establecer un encuadre. Era consciente de la eficacia del contrato como in-
troductor de legalidad. No habrá charlas, no habrá enseñanza, habrá un espacio gru-
pal exterior a la institución en que las jóvenes puedan pensar y pensarse, fuera del in-
terior institución.

El planteo de un espacio sin afán pedagógico asombra. El de pago de honorarios (¡¡sim-


bólicos!!) desconcierta y molesta a unas y a otras. “¿No las atiendo por amor?” interro-
garán las religiosas. “¿Es que acaso no nos atienden por amor?”, se interrogarán las jó-
venes traduciendo la pregunta, la marca de la expresión de la corriente melancólica (ser
mendigas de amor).

Se propone que asistan a un grupo externo a la institución en horarios vespertinos de


la tarde. Esto es inicialmente resistido. La paradoja institucional: propiciar la salida
y, al mismo tiempo, no poder tolerarla.

Se firma el contrato. El trabajo grupal con las adolescentes consistió en un transitar, un tra-
mitar por las vicisitudes de las distintas puestas en escena de la situación fundante de

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abandono, arribándose a una aproximación de despedida. Ante el corte, que opere un


corte. Que algo de la función paterna se ponga en juego.

Existencia. Historias, causas, causalidades


Se presentan como una causa del juzgado: “Padre, no tengo”, “Mamá me dejó”, “Lo
de mis padres está en los papeles”… contestarán a la pregunta acerca de la familia.
En sus relatos no hay registro de la historia. Aparecen datos fragmentarios familiares
en un clima atemporal en el que no se recorta el antes y ni el después. Sin embargo,
apelan a la causa judicial como memoria: hay un registro de la historia infantil en las
causas judiciales. Allí hay inscripción: ¿cómo recuperar entramados, cómo ligar to-
do lo deshilvanado?

En algunas sesiones dominaba el sentimiento de futilidad: transformaban la situación


traumática en una cuestión formal, en un “como si”.

Se presentan bajo el emblema de la madurez, apareciendo esta premadurez como una


huida defensiva ante conflictivas arcaicas. La seudo madurez, en un intento de expli-
car lo inexplicable del dolor que no cesaba de drenar, les servía para lograr una pre-
caria adaptación al contexto para sobrevivir. No se presentaban como transgresoras
sino como rebeldes. Sus transgresiones al encuadre institucional son una apuesta a
ser escuchadas. Rebeldía es, entonces, una forma de hacerse notar diferente de la
trasgresión. No hablan desde una posición desafiante, sino que ejercen fuertemente
un acto de presencia. No se trasgreden las normas, se señala la injusticia de no ser
amada. Habrá que habérselas con el sentimiento de injusticia, ante múltiples despo-
jos y abusos de poder padecidos, con el afán de venganza, con la humillación, los
afectos ligados al hecho de que la distribución de los bienes en el mundo no ha sido
equitativa para ellas (Maldavsky, comunicación personal).

Es que al decir de Fernández (1996): “No pudieron calcular el enojo del otro dentro del lí-
mite del amor; por lo tanto, se lanzan sin autoestima a la prueba de realidad” y “les está
menos vedada la risa que el reconocimiento del peligro, por lo que a veces no hay funcio-
nes anticipatorias de la angustia. Aparecen dificultades para anticiparse a la situación ries-
gosa y esta es en referencia a los cuidados maternos y a la posibilidad de prever la posibi-
lidad de castigo, y esta es una referencia a la función del padre”.

Así, a partir de la escasa información disponible, se reconstruyeron en las historias in-


fantiles situaciones crónicas de desamparo y perplejidad asociadas con la conducta in-
congruente de las figuras parentales. Padres desconocidos, madres que no aseguraron
funciones de holding ni espejo (al decir de Winnicott), activamente abandonantes, o

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con vacilaciones en el estar. Figuras parentales con presencias muy fuertes en cuan-
to ausentes, o en cuanto a su acción directa en el cuerpo, a través de las marcas de
los castigos corporales.

Circulaban temores grupales con respecto al secreto profesional y la confidenciali-


dad, es decir que se deslizara institucionalmente lo que se trabaja en el grupo. Sin
embargo, lo que producía temor era la intimidad: lo íntimo y lo privado más que la
circulación de información. La pregunta es acerca de dónde van sus palabras y si se
respeta su intimidad. ¿Qué queda de ellas en el grupo familiar? ¿Qué quedó de ellas
en la mente del otro? ¿Mi presencia o ausencia modifica la existencia para otros?
(Bonder, G., comunicación personal).

Sienten no estar inscriptas en el deseo de alguien. Así, en la clínica grupal resonaba


una pregunta: ¿Qué garantía tengo de que mi existencia cuente para otros? ¿Existo
para otros? ¿Mi presencia o ausencia modifica la existencia de los otros? ¿Quién pre-
gunta por mí? ¿Quién me tiene en su mente? ¿En qué deseo existo?

Toda la dramática del ser se jugará en el anhelo de ser para otro. Estas jóvenes, ante
una separación precoz de la madre, han tenido que constituir un objeto a través de la
fraternidad. Dos hermandades: la de las adolescentes y las religiosas.

Tal vez una primera respuesta acuciante para su pregunta “¿para quién existo?” sea
que existen para las religiosas, para las que también son garantes de existencia. Las
necesitan como desamparadas para poder ejercer su función.

El terror a la intimidad irá cediendo ante el acotamiento del todo: la propuesta no es


la asociación libre “traigan todo lo que se les ocurra”, sino la intimidad posible, la in-
timidad imposible, los deseos y temores. Desde un primer momento circuló la rela-
ción entre intimidad e intimidación, en relación con la falta de apuntalamiento fami-
liar y el exceso de presencia institucional sofocadora de la intimidad. Entre abando-
no e interior vivido como un vacío peligroso. Entre el deseo y el temor de conocer-
se-reconocerse por no haber sido reconocidas por otro primordial”. ¿Existen en al-
gún lugar, aunque sea en los papeles…? ¿Dónde están inscriptas? Así necesitaban
buscar en las causas judiciales una certificación de que hay un nombre, como marca
de un deseo, y un apellido, como inscripción en una genealogía.

Al trabajar, el peso que tienen las ausencias para el grupo, que alguien esté o no será
referido a la propia existencia y a la particular forma de existir del grupo familiar. Por
su fragilidad narcisista, quedaban con mayor exposición a la dependencia de objeto. En

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algunas la esclavitud amorosa será un modo de existir. Como efecto del procesamien-
to defensivo patógeno de la desmentida de la pérdida de objeto establecían vínculos
en las que quedaban expuestas a los vaivenes afectivos de los otros, sometidas a es-
tados afectivos ajenos, colocándose en la posición de sombra de un sujeto (Mal-
davsky, 1999).

¿Qué tipo de distancia psíquica toleran estas jóvenes? Algunas pretenderán penetrar
bajo la piel del otro, que la proximidad sea máxima, como expresión del lenguaje de
la pulsión del erotismo intracorporal. Otras requerirán una distancia íntima, piel a
piel como expresión del lenguaje del erotismo sádico-oral (Maldavsky, 1999). Otras
necesitarán la mayor distancia posible del objeto.

En el grupo se escenifican las distintas posiciones ante el abandono. Juana con su so-
breadaptación; Ana, la puerilidad; Merceditas, que habla en voz tan baja que no se le
escucha (se traga las palabras, se queda sin voz-vos); Marcela, que no escucha; An-
drea, que todo lo tiene; Zulma, a quien siempre la ronda la muerte; Vanesa, que no
duerme de noche y circula por las habitaciones como un vampiro; Rosita, el Pacman
que come todo lo que las demás desechan.

Desvalimiento anímico: del ser y la existencia


Así, se asistió a una particular manera de funcionamiento en este grupo en el que no
se registraban ausencias ni presencias nuevas, los miembros eran intercambiables,
los horarios de reunión no se respetaban. Apariciones y desapariciones fugaces se su-
cedían sin que fueran tomadas en cuenta por los otros miembros el grupo. Es que ne-
cesitan tanto al otro como garante de ser, que como eficacia del drenaje narcisístico
lo ignoraban. Se entablaban vínculos de amistad basados más en criterios de conti-
güidad espacio-temporal que de analogías. Desde la herida narcisista se comportaban
como Narciso que, “ciego y sordo al amor de su semejante, resume su mundo exte-
rior a lo limitado de su campo visual” (Hornstein, 2000). Importaba más la mera pre-
sencia del otro que sus características personales.

Traían comida. Oscilaban entre situaciones de descarga catártica a otras en las que
presas del sentimiento de futilidad transformaban la situación traumática en una
cuestión formal, en un “como si”, presentando al mismo tiempo un pensamiento evi-
tativo de los recuerdos infantiles. Circulaban fantasías de ser adoptadas, de volver a
nacer en otra familia.

No se registraban las ausencias, pero tampoco las presencias nuevas. Los miembros
del grupo parecían ser intercambiables. Desde el lugar de la coordinación, se tenía

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que señalar permanentemente quiénes venían y quiénes no. Silencios mortuorios al-
ternaban con diálogos de un contenido de alto impacto emocional. Se asustaban y
asustaban al otro con sus relatos (excitación autoerótica vía terror). En realidad ate-
rrorizaban al otro para ver qué se hacía con el pánico. Presentaban fuertes situacio-
nes resistenciales a la tarea y, paradojalmente, expectativas muy altas con respecto a
la función del grupo y la coordinación: que se haga justicia frente a la injusticia y que
se les devuelva algo de su situación infantil.

Los señalamientos eran apenas recibidos y algunas interpretaciones me eran difíciles


de enunciar. Ante tanta vulnerabilidad, ¡sentía temor al efecto de mi propia palabra!

El abordaje de situaciones de abandono nos enfrenta con las preguntas más arcaicas
acerca del amor, del ser, de nuestros propios fantasmas constitutivos, sentirse uno
mismo un niño abandonado. Insiste en la transferencia el temor ante la vulnerabili-
dad del otro, asimismo como la necesidad de protegerse contra el temor a la desor-
ganización, al ataque al pensamiento, al propio arrasamiento subjetivo que el enfren-
tarse con la problemática del abandono promueve.

Algunas de ellas llegaban temprano y anunciaban ruidosamente su presencia gritando en


la puerta como bebés desesperados. Todo contacto las reenviaba al contacto con el sos-
tén perdido. Todo acercamiento las remitía a la ausencia del objeto primordial.

Lo fundante del abandono materno se inscribe así en distintos niveles de la historia:


desencuentros amorosos, abandono de los propios hijos, ser un bebé desesperado.
Dominaba la gama de los estados afectivos del erotismo sádico-oral: cólera y deses-
peración.

Desde la lógica del erotismo sádico-oral el estado de desesperación constituye una


herida por la cual la libido narcisista se pierde en forma hemorrágica. Ante el empu-
je pulsional excesivo o la ausencia materna unida a la inexistencia de un objeto sen-
sorial capaz de ligar la sensorialidad hipertrófica, se produce la crisis de desespera-
ción. Si esta situación se mantiene sin que intervenga una defensa, los procesos iden-
tificatorios que determinan el sentimiento de sí resultan aniquilados, produciéndose
una fijación al trauma. Una de las posibilidades de evitar dicha fijación es apelar a
una proyección defensiva constituyéndose el objeto transicional. De aquí en más, el
niño recurrirá a ella para mantener la desesperación en amago en toda situación que,
en ausencia de la madre, requiera de consuelo (Moreira, 1994).

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De allí la importancia de que estas jóvenes puedan construir un espacio transicional


como fuente de amparo que asegure su pasaje hacia el exterior. Y el grupo funciona
como espacio transicional.

Podría hipotetizarse que no fueron sentidas por el otro primordial provocándose dé-
ficits en el sentimiento de sí.

El lugar del modelo es el primero en surgir e implica que su presencia garantiza la


existencia del propio yo (Freud, 1921). El modelo es garantía de ser: en un vínculo
de ser, no de tener, se desea ser uno con el otro, supone la fusión. En el objeto inves-
tido como modelo, el yo encuentra la satisfacción de sus necesidades y, además, un
sentimiento de sí (selbsttgeful).

Podríamos leer: “Pertenecí al cuerpo de mi madre y no fui abandonada mientras fui


una parte suya, no tengo otra garantía de mi existencia que la de carne de mi carne”.
Este anhelo aparece en la búsqueda de haber sido deseadas, de que su existencia
cuente para otro como no abandonadas.

La existencia posterior las remite al abandono materno y al deseo de la institución


como niñas abandonadas para garantizar su existencia como tal. Como expresión del
lenguaje del erotismo sádico-oral los integrantes del grupo buscan afanosamente el
amor del líder. Las religiosas operan para ellas como el líder que distribuye entre los
integrantes del grupo su amor, el que otorga un valor de reconocimiento al servicio
de la conservación de la autoestima. Desde esta lógica solo hay lugar para las posi-
ciones ligadas al ser. El abandono opera como una marca, una herida que no deja de
drenar. El otro queda así ubicado como garante de ser, como garante de existencia”
(Maldavsky, 1999).

Ellas, como dejadas, repiten su historia como abandonantes. Dicen “no” a todo. Es
que en la constitución del narcisismo ante las respuestas excesivamente demoradas
de la madre a las necesidades de los niños sobreviene la desesperación y se inscribe
una experiencia de dolor que hace decir “no” a todo (Hornstein, 2000).

Así es como se instauraban lógicas grupales del todo o nada. De no pedirle nada al
grupo se pasaba a pedirle todo.

Ante la situación de los traumatismos vividos y las demandas explícitas de apuntala-


miento, la tentación desde la coordinación es dirigirse a operar transformaciones en

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el contexto real. Sin embargo, poco a poco, fueron surgiendo bordes, lo que el grupo po-
día darles y lo que no: lugar del no-todo. La imposibilidad de sustituir la situación de
abandono y la posibilidad de reorganizarse simbólicamente alrededor de la misma.

En la transferencia aparece el imaginario de las “menores desamparadas” como


acreedoras de la realidad. Pero, de lo que se trata es de pasar del hecho al decir, de la
investigación social al deseo del niño o del adolescente, “de generar espacios de tran-
sición y de seguridad”, nos dirá Doltó, la que prosigue diciendo: “Al fin y al cabo, el
mejor objeto transicional es la palabra. Porque las palabras cambian todos los días,
las palabras no se pierden como los otros objetos, ya que al pronunciarlas es posible
intercambiarlas con los demás” (Doltó, 1988).

Poco a poco podrán ponerse en palabras las problemáticas del maltrato en general,
las marcas de las llamadas violencias por exceso y por omisión, pero, por sobre to-
do, las heridas provocadas por estas últimas y su eficacia en los desencuentros amo-
rosos. Pareciera que en estas jóvenes la defensa para poder quedarse en un vínculo
es aletargar al objeto, pasarlo del registro de lo animado a lo inanimado: tratan de in-
movilizar al otro desde la lógica del erotismo tóxico.

En la composición grupal, una de las adolescentes había matado a un hijo por asfixia: lo
colocó en una bolsa de residuos, otra lo había abandonado. La madre de una de ellas ha-
bía muerto en un aborto, otras madres habían desaparecido y otras los habían entregado
solo a ellas y habían retenido con ellas al resto de sus hijos. El hombre aparece en el dis-
curso de las jóvenes como payaso, reo, croto. Circula un objeto abandonante y ellas re-
suelven el trauma por inversión: ser ellas el objeto abandonante; pero también ser ellas
las abandonadas una y otra vez o quedarse adheridas al objeto abandonante.

Será necesario poder tramitar la situación fundante para no ser abandonantes o nue-
vamente abandonadas.

En el acontecer grupal, el organizador básico es la carencia y la salida frente a la mis-


ma.

Aparecen distintos ropajes del abandono: abandonar un hijo pero también donar un
hijo, expulsar a un hijo, reintegrar un hijo a la familia como forma de anular un hecho pa-
sado, maltratar un hijo, todos ellos en relación con la madre, ¿sin mediación paterna?

La fantasía pregnante pareciera ser “matan a un niño”. Si las situaciones de maltrato fí-
sico nos remiten a “pegan a un niño”, las situaciones de abandono parecieran remitir a
“matan a un niño”.

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El grupo de orientación psicológica se perfila así como un lugar de apuntalamiento


en el momento en que el cambio de contrato institucional las reenvía a la situación
en que fue retirado el soporte. Y faltan funciones de anticipación. Fue necesario un
arduo trabajo para que comenzaran a poder duelar por su lugar a la institución, por
el lugar grupal, por la relación con la madre abandonante, por la relación con la ma-
dre incondicional.

Alguna viñeta clínica


Juana llega a horario. A las 21.20 llegan Zulma, Irma y Elsa. Comenzada la reunión,
llega Ana. A las 21.30 comienza la reunión.

Zulma: Tengo hambre.

Irma: Somos dos.

Zulma: Hoy nos da de comer Sor Marta.

Zulma: ¡Qué silencio de ultratumba! Quizá este fin de semana nos pasó algo a todas.

Coordinadoras: ¿Qué pasó?

Zulma: Falleció la madre de una chica que está con nosotros.

Llega Ana. Da un beso a todas.

Ana: Necesito un cigarrillo para relajarme.

Zulma: Sor Marta no quiere que fumemos mucho porque viene el cáncer.

Ana: Le dije a mi patrón que era un alcahuete porque le contó a Sor Marta que fumaba
como una chiva, y ¿él qué se mete? Que cuide a las hijas y no a mí. Es un alcahuete.

Irma: Un buchón.

Ana: Este año van a venir otras chicas.

Irma: Y se van a sentir mal tipo derecho de piso.

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Ana, Sor Marta no va a ser nunca de ellas, es nuestra. Es el derecho de piso que hay
que pagar.

Zulma: Una chica del pensionado vino y Sor Marta nos dejó con la boca abierta.
“¿Por qué no viene a tomar un café con nosotros?”, dijo. Me puse a hacer la torta “80
golpes” y, al golpe 53, Sor Marta me dijo que la parase, que no hiciese ruido ya que
las nuevas dormían. A mí me dolió como una patada que no venga.

Hay un reclamo de ser alimentadas, formulado a una mujer y desestimando la inclu-


sión del hombre desde un lugar introductor de una legalidad protectora. Hay un per-
manente reclamo de alimento, pero el alimento es evanescente: fumar, alimentarse
con humo, inversión de la pulsión de autoconservación.

Los permanentes reproches a la madre no llevan a la separación del objeto, sino al


anhelo de fusión. La torta “80 golpes” marca la inscripción en el cuerpo del erotis-
mo tóxico. Las marcas del exceso se expresan en un discurso numérico. Desde allí
las palabras se escuchan como golpes.

Desde las adolescentes hay un anhelo de fusión permanente. “Tengo hambre” diría
Zulma. “Somos dos”, proseguirá Irma.

Este anhelo de fusión, esta insaciabilidad libidinal, será expresado al unísono con la
rival desde la lógica del apego indiscriminado.

En efecto, los celos por la rival ratifican la peculiaridad del hambre sin fin señalada
en el primer reproche.

En la clínica de este grupo, escuchamos dos de los reproches típicos bajo cuya som-
bra se realiza la separación de la madre. Pero aquí, lejos de llevar a la separación, lle-
van a un anhelo de fusión, de ser uno. En este grupo, en lugar de la decepción, se
mantiene un anhelo de fusión. Toda la dramática del ser se jugará en un anhelo de ser
para el otro.

En la secuencia inicial se advierte el pasaje del erotismo intrasomático al oral secun-


dario y vuelta al primero. Desde el hambre, como expresión del erotismo intrasomá-
tico a las referencias del silencio de ultratumba y la muerte de la madre de una de
ellas, como problemática del dolor psíquico, hasta el entronizar nuevamente el lugar
del fumar; aunque se intente frenar la vuelta a lo somático (“Fumar de cáncer”). Es

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significativo el lugar que se le da al que no acuerda con esto: es un “buchón”. No


pueden arribar a una legalidad paterna como límite de protección ante la autodestruc-
ción.

En este grupo el lugar para el hombre es el de “buchón”, abriendo toda la problemá-


tica del espacio de la función paterna.

Como efectos del desvalimiento temprano, estas jóvenes están inmersas en una vin-
cularidad tóxica. De esta dan cuenta ciertas redes de palabras: aguantar, estancarse y
otras imbricadas con otras que son expresión de la corriente del erotismo sádico-oral,
como: amargar, arrepentirse, disculpar, pecar, sentir, tentar, egoísmo, culpa.

Circulan innumerables lamentos, reproches y la utilización de verbos de la gama del


ser: “es de no comer”, “es de tragarse las cosas”, “es de no hablar”, “es de mentir”,
en donde el verbo ser caracteriza a una persona.

La utilización de algunos verbos ponen en juego la evidencia de la relación de las jó-


venes con los otros tomados como cuerpos desde la adhesividad: adherirse, pegarse,
estamparse, y otros darán cuenta de la relación de los cuerpos en términos de expul-
sión: “las echaron, la expulsaron, la suspendieron”.

Utilizan expresiones que dan cuenta de pérdida de orientación por falta de sostén
(“cayó con otra causa”, “cayó en penitencia”, “siempre da vueltas sin saber dónde
ir”, “gira sobre lo mismo”).

Otros aluden a afectos o a estallidos emocionales de violencia autoexpulsiva que cul-


minan en supresión subjetiva: “me borré”, “me taché”, “me corté sola”, “me chupé”,
“me mamé”.

Algunas de estas expresiones son particularmente interesantes por la literalidad del


llamado a la madre: “me mamé” - mema - mamá.

Otros hacen referencia a las actividades de la ingesta desde la lógica del exceso: em-
pacharse. Frases como “se aviva y falta”: hablan de la autosupresión rabiosa, y de la
supuesta vitalidad atribuida al ausente, ubicado como un déspota loco que da o qui-
ta el ser.

En general hablan de lo que hicieron en negativo: “faltan muchas cosas”.

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Trabajan en un lugar llamado “Colmena” a la que llaman “condena”. La familia pa-


ra ellas tiene algo de “colmena” que aglutina y algo de condena. También necesitan
ser colmadas y colmar a otro colmar como vivencia oceánica de satisfacción que re-
transforma rápidamente en su negativo: “¡Es el colmo!”

Excesos de presencia y excesos de ausencia


En general, hay una referencia a la clínica de las violencias diferenciando a las vio-
lencias por exceso de las violencias por omisión. Sin embargo, las violencias por au-
sencia desbordan en exceso de omisión. Se trata de un exceso de ausencia o de la pre-
sencia desconstitutiva de un ausente. Prefiero hablar de violencias por acción y de
violencias por omisión, remarcando en ambas el carácter desbordante del exceso.

En las violencias por acción se produce un movimiento desinscriptor. La ruptura de la


coraza de protección antiestímulo hace que, al romperse las barreras, el dolor arrase el
entramado psíquico e impida el armado de conexiones. Violencias territoriales, cogniti-
vas, violentamiento de ritmos biológicos quiebran las potencialidades inscriptoras. Si se
habla de violencia por ausencia de estimulación, el quedar a merced de las propias sen-
saciones y de las exigencias internas lleva a la indiferenciación de sensaciones, a vivir
en un mundo indiferenciado en el que las urgencias pulsionales devienen en catástrofes.
No hay otro para asistir, no hay otro para apuntalar. Coleccionistas de traumas a poste -
riori, las situaciones les suceden sin aviso previo (Janin, 1997).

Si se habla de las violencias por acción, podríamos ubicar la fantasmática en “pegan a


un niño”, mientras que en las violencias por abandono las fantasmáticas serían las de
“matan a un niño”. Acá el lema es “Existir o ser aniquilado”. Como el medio ambiente
falló en su función de apuntalamiento y continente de vínculos, aparecen vivencias de
derrumbe, estados de terror sostenido. “Cuando el objeto deja de cumplir su papel de es-
pejo, de continente y auxiliar de ese yo que debe devenir, pulsiones y objetos se convier-
ten en escollos. El yo combatirá contra ese objeto no suficientemente bueno movilizan-
do las pulsiones de muerte que se reactivan cuando el yo no puede ejercer su capacidad
de ligadura. El refugio protector en el yo, que intenta el repliegue narcisista, ya no ten-
drá la misma eficacia. El narcisismo trófico será sustituido por agujeros psíquicos pro-
pios del narcisismo de muerte” (Hornstein, 2000).

Para la mujer, el hijo en las situaciones de violencia física y violencia sexual en las
que el victimario es el padre constituye, en algunas ocasiones, el lugar del “objeto a
salvar” (Amati, 1996) a través del cual se logra salir de la situación de violencia. Pa-
reciera que para la madre abandonante el hijo difícilmente se constituya en un obje-
to vivo. Cuando se abandona a un hijo, se decreta algo de la muerte de aquello que fue

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“carne de mi carne”. Por otra parte, la eficacia del abandono primario genera en el niño
la muerte de la instancia desiderativa, la muerte del deseo posible hacia otro.

También podemos hablar en un intento de pensar fenoménicamente a las violencias


de gradientes de desubjetivización, en las que pareciera que se va perdiendo gradual-
mente el lugar del otro. Hay una descualificación que va desde la violencia sexual a
la física, a la situación de abandono. Se pasa así de la aparente situación de ser la ele-
gida en la violencia sexual, a la situación de estar pegada al que pega en la violencia
física, hasta llegar a la ausencia total del otro en el abandono. En la situación del
abandono claramente aparece la desestimación, la abolición del sujeto desde el lugar
del que debería ser el garante de ser.

En las situaciones de maltrato físico el exterior aparece como peligroso, en las situa-
ciones de abandono podríamos hablar de que el interior aparece como peligroso (Be-
renstein, 2001).

Si en las situaciones de maltrato físico hay una suerte de racionalización del castigo
en relación con la sanción de un rasgo, en las situaciones de abandono, pareciera que
todo el sujeto está desestimado en su totalidad.

En las situaciones de maltrato físico, podemos pensar en una relación de enloqueci-


miento, entre un sujeto enloquecedor y un sujeto enloquecido, que pierde su capaci-
dad de otro (Berenstein, 2001).

En las situaciones de abandono, ante la ausencia del otro, se instaura la condena de


la relación con un ausente. Por lo tanto, se está inerme, indefenso, frente a los peli-
gros exteriores y frente a la propia pulsión como un bebé indefenso. Podríamos pen-
sar que la relación con un ausente marca la condición de ser un objeto de amor deni-
grado (Giberti, 1991). Porque en realidad la pregunta es: “¿Cómo ser para ser ama-
do?”. Una resolución posible es ser amado por lo que se tiene de amable. La resolu-
ción fallida es que, como no fueron amados, la vertiente de “amable” tendrá que ver
con la amabilidad y, desde allí, la sobreadaptación.

De despedidas, recuerdos y proyectos


¿Cómo poder instalar un proyecto? ¿Cómo historizar las vivencias traumáticas? Si-
guiendo las ideas de Gommel (1996), el psicoanálisis -a través de un trabajo de his-
torización- desarma la idea de destino y propone, a través de la resignificación de las
experiencias dolorosas, una especie de dique que impide su transmisión.

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Se necesitó todo un trabajo previo para poder recordar: fueron surgiendo nombres,
fechas, acontecimientos. La trama intersubjetiva dará lugar a las inscripciones. Em-
pezaron a expresar fuertes molestias por aquellas que las hacían esperar. Se esbozó
un yo para pensar la ausencia. Inicialmente aparecía en las jóvenes furia por tener
que asistir al grupo, luego furia acallada referida a las que las hacían esperar. Luego,
expresión de malestar frente a la ausencia. Finalmente, demandan armar un nuevo
grupo de orientación psicológica una vez egresadas. Pagarán las sesiones grupales.
Armarán un proyecto: fundarán con los conocimientos de cocina adquiridos en un
bar. Ellas cocinarán, alimentarán, y recibirán paga por esto. El nombre del bar: “El
Porvenir”. Dimensión del proyecto, arqueología de un futuro, resignificación de una
situación traumática. La dimensión de la ilusión de advenir en…

En las últimas sesiones se organiza una pregunta: “Alguien que me conoce tal cual
soy, ¿qué sabe de mi historia y de mi abandono?, ¿Me recuerda?, ¿Preguntan por mí
cuando no estoy?, ¿Existo después, más allá del abandono?”

En este sentido, el comienzo de la última sesión es ejemplificador. Andrea expresó:


“Me escribió Juana una carta y manda saludos para todas las que la recuerdan. ¿La
recuerdan?”.

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Fecha de recepción: 30/03/06


Fecha de aceptación: 17/07/06

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PSICOTERAPIA POST-TRAUMATICA
CONTRIBUCION A UNATEORIZACION PSICODINAMICA DE
“DEFUSING Y DEBRIEFING PSICOLOGICO”
Philippe Bessoles*

Resumen
La dimensión psicológica ha sido introducida recientemente en Francia en todos los
servicios de emergencia y sociedades de ayuda voluntaria (Crocq, L., 1995). Las mi -
tologías utilizadas para tratar a las víctimas siguen protocolos tales como defusing
y debriefing, inspirados por los anglosajones o los franceses. El primer tipo de pro -
tocolo, elaborado por J. Mitchell, USA (CIDS-Critical Incident Stress Debriefing,
1988), enfatiza las distorsiones cognitivas que se producen cuando se enfrenta un
traumatismo. El objetivo es dirigir al paciente hacia una representación mental
adaptada a los riesgos traumáticos y a una sedación de los síntomas invalidantes. El
segundo protocolo, elaborado principalmente por los países de habla francesa (Le -
bigot, F., 1977) enfatiza una aproximación psicoterapéutica temprana. El objetivo es
promover los afectos dentro de un marco contenedor de la regulación psicodinámi -
ca post-traumática. Se concentra en las experiencias de la vida personal de la vícti -
ma enfrentadas a las experiencias individualizadas de desamparo, colapso psíquico
o angustias primitivas.

Estos métodos opuestos están basados en diferentes ideas acerca del trauma psíqui -
co. Nuestra contribución sugiere que la investigación respecto del proceso original
(Aulagnier, P.; Bertrand, M.; Roussillon R.…) debe ser incluida en el manejo de las
patologías post-traumáticas. Siguiendo los trabajos de Baillo, L. y Griole, G. propo -
nemos reevaluar los riesgos psicopatológicos del traumatismo inmediato y, por lo
tanto, subrayar la necesidad de una intervención psicoterapéutica temprana.

Palabras clave: trauma psíquico, emergencia, crisis, debriefing, defusing, psicote -


rapia temprana.

Summary
Psychological dimension has been recently introduced in France for all voluntary
aid societies and emergency services (Crocq, L., 1995). The methodologies used to treat
victims follow protocols such as “psychological defusing or debriefing” inspired by the

* PhD en Psicopatología Clínica, profesor universitario, calificado para dirigir investigaciones. Director
de la Maestría Clínica en “Victimología y Criminología”, Universidad Pierre Mendes France, Grenoble II.

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Anglo Saxons or the French. The first type of protocol, elaborated by J. Mitchell,
USA (CIDS-Critical Incident Stress Debriefing, 1988) emphasizes the cognitive
distortions when facing a traumatism. The objective is to lead the patient towards a
mental representation adapted to the traumatic risks and a sedation of the dissabilitating
symptoms. The second protocol, mainly elaborated by the French speaking countries
(Lebigot, F., 1997) emphasizes an early psychotherapeutic approach. The objective
is the promotion of affects within the retaining framework of a post traumatic
psycho-dynamic regulation. It concentrates on the personal life experiences of the
victim facing the individualized experiences of dereliction, psychic collapse or primitive
anguishes.

These opposing methods are based on different ideas of the psychic trauma. Our
contribution suggests that the research on the original processes (Aulagnier, P.;
Bertrand, M.; Roussillon R.…) should be included in the management of peri-traumatic
pathologies. Following the works of Bailly, L. and Briole, G. we propose to re-evaluate the
psychopathological risks of immediate traumatism and therefore underline the need
for early psychotherapeutic intervention.

Key words: Psychic trauma, emergency, crisis, debriefing, defusing, early psychotherapy.

Introducción
Los terribles acontecimientos recientes en el Sudeste Asiático (diciembre de 2004)
refuerzan, como si aún fuese necesario, la necesidad de tratar los síntomas traumáti-
cos post-inmediatos directos o indirectos de las víctimas. El doble aspecto de la se-
dación sintomática y la prevención de la psicopatología crónica o posterior refuerzan
la necesidad de un cuidado psíquico inmediato. La importante cobertura mediática de
las consecuencias del tsunami en el golfo Indo-asiático, muestra para un amplio pú-
blico las dramáticas implicancias de un traumatismo natural o inducido. La toma de
rehenes en Bedlam, Ossetia del Norte (3 de septiembre de 2004), los actos terroris-
tas en New York (11 de septiembre de 2001) o en Madrid (marzo de 2004) ilustran
este segundo origen. La crueldad de los acontecimientos traumatizantes enfatiza las
diferencias en las técnicas y métodos utilizados en el campo para tratar a las vícti-
mas. Debemos destacar dos aspectos principales, sobre los que volveremos:

• Las técnicas de defusing son una respuesta a los riesgos de disociación peri-
traumática. Se utilizan desde las primeras horas luego de que ha ocurrido el trau-
matismo. El propósito de defusing es un inmediato des-shocking de, por ejem-
plo, los efectos del desconcierto psíquico o la huida con pánico. El objetivo es

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una “verbalización emocional inmediata” (Crocq, 1999) dentro del marco


contenedor de psicoterapeutas que brindan un apoyo compasivo. Esta meto-
dología está controvertida debido a que sus protocolos carecen de rigor y es
de inspiración “fenomenológica”.
• Las técnicas de debriefing son consideradas preventivas. En su mayor parte,
consisten en la prevención de síndromes psíquicos traumáticos. Se oponen
dos tendencias epistemológicas importantes, sin que se haya probado la efi-
ciencia de alguna de ellas (Nehmé, Ducrocq, Vaiva, 2004). La primera se re-
fiere a los trabajos de 1983 acerca del protocolo de Jeffrey Mitchell, CIDS,
cuyo campo teórico es conductista y cognitivo. Originalmente, esta técnica se
tenía en cuenta para las personas cuyo trabajo era ayudar en los lugares don-
de habían ocurrido los desastres. La segunda, llamada debriefing francés, es
utilizada como una psicoterapia temprana post-traumática. Lebigot, F. y de
Clercq, M. (2001) la definen como un proceso dinámico de enlace de afecto-
/pecepción; un re-registro en el orden simbólico (particularmente el lenguaje)
y una prueba preliminar de realidad regulada por los psicoterapeutas.

De la psiquiatría de la “línea del frente” a las emergencias médico-psicológicas


Las reglamentaciones del Ministerio de Salud de Francia DH/E04-DGS/SQ2 Nº
97/283 del 28 de mayo de 1997 especifican los alcances de la emergencia médico-
psicológica (extracto):

“Los desastres no solo causan injurias físicas sino también injurias psíquicas, indivi-
duales o colectivas, inmediatas o pospuestas, agudas o crónicas. (…) Las víctimas re-
quieren cuidado urgente de la misma manera que quienes han recibido injurias físi-
cas. La rápida intervención de los médicos psiquiatras, enfermeras y psicólogos, pre-
viamente entrenados e integrados en las unidades de ayuda de emergencia, debe ase-
gurar tratamiento inmediato y post-inmediato. Este tratamiento debe ser extendido al
apoyo psicológico para las personas cuyo trabajo es la ayuda. También incluye un
diagnóstico psicológico luego de cada misión”.

Las dificultades de diagnóstico de los estados agudos post-traumáticos complejizan


las metodologías de tratamiento de las víctimas. Estas dificultades están relacionadas
con los sistemas teóricos de referencia, los que algunas veces divergen entre sí y no
son muy prácticos en el nivel clínico. Los modelos teóricos inherentes a la patología
peri-traumática surgen frente a entidades nosológicas en debate (desorden de estrés
post-traumático, traumatismo agudo y trauma psicológico inmediato…), dependien-
do de las escuelas de pensamiento y de las “tradiciones” psiquiátricas.

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La clasificación de las intervenciones psicológicas data de los años 70 en Estados


Unidos. En Europa, el antecedente proviene de la psiquiatría militar, llamada “psi-
quiatría de la línea del frente” (Bailly, 2003). Es aún más antiguo, porque fue usa-
do por el ejército francés en 1917 (a menos que le demos crédito al psiquiatra ruso
A. Autocratov, de haber sido utilizado durante la guerra ruso-japonesa durante
1904-1905). El anglicismo para debriefing, lo mismo que para defusing implica al-
guna “aproximación” prejuiciosa a un consenso metodológico. Originalmente, la
palabra debriefing fue usada en la fuerza aérea (Bailly, 2003). Los pilotos eran brie -
fed antes de una misión (blancos para destruir, plan de vuelo back up, etc.) y debrie -
fed luego de su regreso. Históricamente (1917), Salmon, T.W. (Salmon, T.W., 1917)
formalizó los cinco principios fundantes de la psiquiatría de la línea del frente: “In-
mediatez, proximidad, expectativa, simplicidad, centralidad”. Por el contrario, el
término debriefing fue propuesto por primera vez por Marshall, S. en 1945 (Mars-
hall, S., 1971). Fue recién en 1983 que Mitchell, J. (1988) clasificó la técnica de
Marshall, S. para aplicarla a equipos de rescate, en particular bomberos. La “psi-
quiatría de la línea del frente” se refiere a la urgencia del tratamiento psíquico en los
campos de batalla. El contexto psicopatológico es el de las neurosis de guerra y neu-
rosis traumáticas. Desde la descripción del “síndrome de la bala de cañón” observa-
do durante las batallas napoleónicas o el shell shock descripto durante la Primera
Guerra Mundial, el tratamiento de los síndromes post traumáticos sigue los cambios
realizados en el concepto de traumatismo. Tal como fue enfatizado por Lebigot, F.
(1998a), la intervención psicoterapéutica temprana inspirada por las recomendacio-
nes de T.W. Salmon tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial sin ser clasifi-
cada en términos de debriefing.

En este contexto histórico, dos metodologías clínicas “radicales” caracterizan el ma -


nejo de las emergencias traumáticas. No hay una distinción entre el aspecto difusing
y el diebrifing, especialmente en la medida que algunos investigadores (Audet, Katz,
1999) consideran el difusing como un diebrifing condensado. Definido característi-
camente, él proviene de una posición “intervencionista”. Se requiere que el paciente
“relate el drama” que acaba de experimentar y se “sugieren” estrategias conductales
y cognitivas adecuadas para manejar mejor el trauma. La segunda estrategia consis-
te en promover la colaboración a través de un trabajo consistente en expresar los
afectos. Los factores de riesgo son el nublamiento de la conciencia de manera persis-
tente o el comienzo de breves alucinaciones, por ejemplo.

Los patrones técnicos de debriefing psicológico -anglosajón o europeo- son utiliza-


dos con frecuencia (principalmente) siguiendo sistemas de referencia teóricos psi-
coanalíticos o conductistas.

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Aspectos psicopatológicos del peri-trauma


La intervención psicológica post-traumática inmediata tiene una estructura precisa.
Se pone en marcha durante las primeras horas siguientes al trauma, en la medida en
que concierne al difusing. Está caracterizada por una primera paradoja. No hay un pe-
dido implícito o explícito por parte de las víctimas. Las psicopatologías que se en-
cuentran son reacciones inmediatas post-traumáticas que van desde la reacción lla-
mada estrés adaptado hasta el estrés sobrecargado.

El cuadro clínico es de estupor abrumador, excitabilidad incontrolable, automatismos


conductales o la “huida en pánico”. Se observa tanto una semiología neurótica como
reacciones patológicas que son clasificadas dentro del registro psicótico, por ejem-
plo, obnubilación de la conciencia, crisis alucinatorias o agitación maníaca (Besso-
les, 1997, 2000; Bessoles, Mormont, 2004).

La polisintomatología post-traumática demanda dos observaciones: la primera es la


confusión epistemológica entre reacciones de orden biofisiológico tales como estrés
o patologías psíquicas de expresión somatoforme, como ansiedad, histeria de conver-
sión, taquicardia o colopatías. La segunda es la importancia de una evaluación diag-
nóstica diferencial, por ej., el análisis comparativo de una semiología reactiva enfren-
tada a una semiología reactivada dentro del contexto del trauma.

El método general de una emergencia clínica es sedar el trastorno, tanto en el nivel de los
recursos farmacológicos (ansiolíticos, drogas psicotrópicas) como en el psicológico. Este
método general no asegura de ninguna manera el resto del proceso terapéutico. El objeti-
vo sigue siendo prevenir la instalación de los traumas y su morbilidad.

Entre una clínica apresurada y una a largo plazo, que actúa como un espejo, y/o una
clínica prematura ortopédica cognitiva y representativa, que desplaza los síntomas
incrementando su destructividad, es aconsejable reconocer las implicancias de estas
situaciones de emergencia de la crisis post-traumática. Se pueden reconocer tres prin-
cipales categorías:

• El primero se refiere a la destrucción del envoltorio psíquico primario, por ej.,


los que contienen las protecciones somato-psíquicas y la identidad psíquica
individual y psicosocial.
• El trauma tiene la tendencia a “penetrar” los límites entre uno mismo y el otro,
desde el cuerpo interno y externo, de la misma manera que los síndromes de ata-
que o de tortura (Lebigot, Bessoles, 2005). Altera de forma duradera la relación

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de confianza, de la misma manera que el incesto o la toma de rehenes. Des-


truye los lazos familiares y sociales de la misma manera que el genocidio o
los conflictos étnicos. Divide la imagen corporal así como en los casos de vio-
lencia sexual colectiva, etc. El trauma no es solo un evento trágico, es vivido
en el sentido fenomenológico de las psicosis (Crocq, Bouthillon, Julien,
1990). Definir el trauma como un encuentro súbito y brutal con la realidad de
la propia muerte nos parece inadecuado. Siguiendo los trabajos de N. Prieto y
F. Lebigot (Lebigot et al., 1997), proponemos definir el trauma (más precisa-
mente el trauma inmediato) con un encuentro con el vacío, en el sentido del
vacío psicótico y el desamparo, con su grupo de ansiedad disolvente, desinte-
gración psíquica, despersonalización…
• El segundo es el establecimiento de un entorno psíquico y físico reasegurador
con el objetivo de contener y ser contenido. La función clínica es proveer una
cobertura psíquica temporaria que corrija los ataques patológicos internos y
externos del paciente. El clínico es por lo tanto su “vocero” y su “mensajero
de pensamientos”, en el sentido winnicottiano del término, por ej., sosteni-
miento y manipulación (holding y handling). Lleva, sostiene y mantiene un
discurso que ha sido secuestrado y aniquilado en el trauma abrumador.
• El tercer aspecto reside en la evaluación de los factores de riesgo, no solo en
el sentido de las escalas de evaluación (Steinitz, Crocq, 1999), las que son úti-
les en la investigación clínica, sino en el sentido de la semiología observada.
Este paso incluye la identificación de las claves anamnésicas de vulnerabili-
dad, déficits proyectivos, signos de colocarse repetidamente en situaciones de
peligro o conductas destructivas, etc…

Principios generales de defusing y debriefing psicológico


Independientemente de las metodologías y sus fundamentos teóricos, los objetivos
generales de las intervenciones tempranas post-traumáticas son:

• Hacer menos dramática y “normalizar” las respuestas iniciales a las reaccio-


nes inmediatas post-traumáticas.
• Prevenir y reducir la aparición de problemas post-traumáticos posteriores, ex-
plicando su frecuencia y su “normalidad” de aparición.
• Ofrecer la posibilidad de tratamiento terapéutico y apoyo social legal, si es ne-
cesario.

Agrandes rasgos, existen dos escuelas opuestas en el tema del tratamiento de las vícti-
mas. Esta oposición se refiere al mismo tiempo a la implementación de la metodología

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y las técnicas de ayuda y a los sistemas de referencia teórico-clínicos que sustentan


estas acciones.

La metodología anglosajona y su adaptación francesa proponen un protocolo estric-


to, que plantea algunos principios para seguir en el orden correcto para una mejor efi-
ciencia. Este es el caso de los tres principios generales del “recibimiento SVP” de J.F.
Katz (1999).

1. El primer principio se refiere a la estructura. El objetivo es implementar un plan


médico y de seguridad en el lugar y reestablecer una sensación de protección, segu-
ridad, control sobre los acontecimientos y expresión de los afectos.

2. El segundo principio se refiere al escuchar. Promueve la verbalización y la valida-


ción de la normalidad de las reacciones post-traumáticas. Sigue los siete pasos de la
metodología del debriefing descripta por J.T. Mitchell (1983), que son:

a. Paso de introducción (tiempo utilizado por el equipo interviniente para intro-


ducir el sistema).
b. Paso de descripción, durante el cual aquellos que toman parte son invitados a
describir el acontecimiento y sus experiencias reales vividas.
c. Paso de reflexión, que promueve el desarrollo psíquico individual en relación
con las reacciones emocionales e inmediatas debidas al trauma.
d. Paso de respuesta, que requiere la expresión de los afectos y la sensibilidad
individual y colectiva.
e. Paso de los síntomas, en el que cada uno de los que toman parte describe su
conducta desde el acontecimiento, particularmente el aspecto sintomático.
f. Paso de enseñanza, con el objeto de “normalizar” las reacciones y prevenir
reacciones posteriores.
g. Paso de conclusión, invita a plantearse más preguntas y propone un seguimiento
individual para las personas que lo solicitan.

3. El tercer principio está ligado al retorno a la vida civil a través de un diagnóstico


predictivo de factores de resiliencia y una preparación psicológica para un registro
psicosocial.

Observamos algunas variaciones en las técnicas de Jeffrey Mitchell y también en el


método recomendado por Armstrong, K. (Armstrong, O’Callahan, Marmar, 1991).

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Las circunstancias del terremoto de San Francisco (17 de octubre de 1989) nos per-
mitió focalizar el método de debriefing en cuatro pasos: el descubrimiento del acon-
tecimiento, sentimientos y reacciones, estrategias para manejarlo (enfrentarlo) y el
cierre, que prepara al paciente para volver a su hogar.

En 1997, Dyregrov, A. (1997), del “Centro para crisis psicológicas” en Bergen (No-
ruega), refiriéndose a las técnicas de Mitchell, J., propuso “proceso debriefing”. Es-
ta variante consiste en unir el paso de los síntomas con el de las reacciones (pasos 4
y 5) con el objetivo de movilizar el apoyo colectivo del grupo.

Entre otros autores, Raphael, B. (1986), en Australia, propone la exploración de aspec-


tos cognitivos al mismo tiempo que los aspectos psicoafectivos. En 1994, Shalev, A.
(1994) insistió en lo negativo de dejar afuera el aspecto cognitivo de las implicancias
traumáticas y la necesidad de cambiar “memoria visual en memoria verbalizada”.

La escuela francesa, que posee una importante experiencia clínica por el hecho de ha-
ber tenido que manejarse en emergencias traumáticas (víctimas del estadio Furiani en
1992, víctimas del secuestro de Air France en 1994, etc.), define un marco técnico y
metodológico llamado “debriefing francés”. Este posee un propósito preventivo y te-
rapéutico. Crocq, L. (Crocq, Bessoles, 2004) establece los diez principios de la inter-
vención psicológica temprana con las víctimas.

1. Establecer una “cámara de aire” intermedia para las víctimas, en la que vuelvan
a retomar valores, tiempo y espacio normales.
2. Rescatar el confort de las personas en su integridad, por ejemplo, apoyándolas
de manera que puedan volver a ser autosuficientes.
3. Alentarlos para que verbalicen su propia experiencia del hecho traumático.
4. Informar a la persona acerca del estrés semiológico, el trauma y sus caracterís-
ticas temporarias.
5. Alentar la eliminación del aislamiento e incomunicación post-traumática.
6. Ajustar las relaciones de grupo y calmar las derivaciones xenofóbicas.
7. Reducir el sentimiento de desvalimiento, fracaso y culpa.
8. Preparar para un retorno al ambiente social y familiar.
9. Identificar a los individuos que podrían sufrir descompensaciones psíquicas.
10. Concluir el reajuste.

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Los trabajos de F. Lebigot (1998b) enfatizan la necesidad de reajustes clínicos y teó-


ricos para las situaciones de emergencia inmediata post-traumática. Subraya la con-
fusión creada entre estrés bio-psicológico y la noción psicológica de trauma psíqui-
co. Considera que las metodologías anglosajonas son inadecuadas para el tratamien-
to de experiencias de desamparo, colapso psíquico y aniquilamiento inherentes a la
ruptura y entrada de mecanismos de defensa psíquicos de la víctima y sus sistemas
de significados. El autor recomienda la expresión individual de los afectos, los pen-
samientos y las ideas dentro del marco de contención y regulación de profesionales
de la salud entrenados en técnicas de debriefing.

Dos escuelas se oponen en el tratamiento de patologías peri-traumáticas. El movi-


miento iniciado por Mitchell, J. promueve una aproximación cognitiva al aconteci-
miento y se puede atribuir a un diseño esencialmente educacional y readaptativo. El
movimiento francoparlante promueve principalmente los aspectos preventivos y te-
rapéuticos. Este último movimiento puede ser definido como un “tratamiento tera-
péutico temprano”.

Tratamiento psicoterapéutico temprano post-traumático


Nuestra contribución propone, por lo tanto, un defusing y debriefing clínico que es-
té encuadrado bajo el concepto psicodinámico de trauma. Este concepto se basa en
la modelización del registro del pictograma y los procesos iniciales, tal como fue teo-
rizado por Aulagnier, P., ya desde 1975 (Aulagnier, 1975). Nuestra propuesta proce-
de con un objetivo terapéutico doble:

• Regulación de la explosión de afectos (escapar presa de pánico u opresión psí-


quica, por ej.) a través de una “mayéutica de los afectos” (Crocq, 2004). Esto im-
plica la gradual reconstrucción de la envoltura psíquica temprana de la víctima.
Esta envoltura depende de aquello que precede al establecimiento de un marco
de reaseguramiento y contención. Es la condición principal para poder promover
la expresión de los afectos. Esta regulación requiere la construcción de un espa-
cio de tipo transicional, en el que el afecto pueda ser expresado sin ninguna ame-
naza de retaliación y sin que sea sinónimo de un colapso psíquico irreversible.
Este espacio no puede ser pedagógico, ni educacional, ni interpretativo. Es tanto
físico como psíquico, donde “el pensamiento puede ser pensamiento en sus más
simples expresiones primarias tónico-emocionales”. Su objetivo de contención
tiende a regular estas “reales explosiones” (Bertrand, 2004) de afectos de dolor
inherentes al traumatismo que se ha vivido.
• Promover procesos de ligadura psíquica entre afecto y representación. El terapeu-
ta tiene una función de mediación, de “vocero” y portador del pensamiento. Este

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“portar” (carrying) es un sinónimo de holding, por ejemplo, holding y apoyo. El


aspecto distintivo de un traumatismo es ser “un evento que ha sido, pero que no
ha ocurrido”. “No es un encuentro sino un enfrentamiento” debido a su falta de
“extraterritorialidad representativa” (Bessoles, 2004). Esta mediación terapéuti-
ca es similar a la transformación de los elementos “beta” impensables en elemen-
tos “alfa” pensables, según la tabla de Bion, W. R. (“herramienta para pensar los
pensamientos”) (Bion, 1982).

Una metodología de la prevención


La mayoría de los autores (Stressor, debriefing model) estiman que “en casi todos los
casos, un tratamiento temprano permite que la duración de los síntomas se reduzca
en un promedio de 50%”. Desde un punto de vista empírico, podemos señalar las si-
guientes indicaciones generales:

Las reminiscencias traumáticas con frecuencia actúan como episodios de despersonali-


zación durante años -inclusive décadas- luego de un traumatismo, especialmente de na-
turaleza sexual. Este es el caso de mujeres durante períodos de “crisis de identidad”, ta-
les como el período alrededor del parto o de la menopausia. Sucede que aquellas que
han tenido “tratamiento psicológico” (no especificado) durante los sucesos traumáticos
han tenido mejores aptitudes para la “resiliencia” que otras. La brecha en estos datos es
que estas pacientes han sido víctimas de asaltos sexuales de diferente tipo, a diferentes
edades y bajo diferentes circunstancias.

La semiología de expresión psicótica depende del impacto psíquico de la confusión


de la imagen del cuerpo. La fuerza de ruptura e intrusión del trauma desmantela la
envoltura psíquica primaria del yo-piel. Este no cumple su función de contención psí-
quica, marco básico del registro del pictograma, apoyo sensorial y sensitivo de los
mecanismos proto y pre-representativos, etc.

La experiencia de despersonalización (anteriormente disociación peri-traumática, de


Pierre Janet) más o menos temporaria, cualquiera sea la cualidad y cantidad del trau-
ma, es una constante del trauma inmediato. Hemos observado alucinaciones (manía
persecutoria y de interpretación, breve, aguda y alucinatoria) en personas que pedían
admisiones en servicios especializados. No podemos erradicar la hipótesis de ante-
cedentes psicopatológicos en estos pacientes, aun cuando la investigación a través de
la anamnesis no los haya detectado.

La visión de la realidad de la muerte produce con frecuencia reminiscencias del trau-


ma. La hipótesis acerca del encuentro brutal y repentino con la muerte solo responde

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superficialmente a los riesgos reales cuando se trata del aniquilamiento de la víctima.


Nuestras observaciones parecen más acordes con la sintomatología de la psicosis. Mu-
chos pacientes dan testimonio de experiencias de extremo sufrimiento, como ser corta-
dos en pedazos, despedazados, sentimiento de propia extrañeza, despersonalización,
apartamiento de la realidad, des-vinculación psíquica. Muchas veces señalan en las se-
siones de debriefing: “hubiera preferido morir que vivir ese infierno…”.

Finalmente, la desintegración de las eficiencias simbólicas y representativas establece el


impacto traumático sobre los pensamientos o ideas vacilantes. El aspecto distintivo de
un traumatismo es tener efectos “presimbólicos y prerepresentativos”. En el doble sig-
nificado de imprimir y confiscar, roba la capacidad mental, incluida en las expresiones
corporales más rudimentarias (shock abrumador, por ej.) como en las expresiones gráfi-
cas más elementales, con vacilaciones de espacio y tiempo.

Contribución a una teorización psicodinámica de defusing y debriefing


Cuatro argumentos fundamentales subrayan la importancia del tratamiento temprano
en el tema de la victimología clínica. Estos argumentos están basados en los modos
de registro pictográfico de Aulagnier, P. mencionados anteriormente.

1. La vacilación de espacios de pensamiento hace que fracase el “hipotético nivel de


representación individual”. Lo somático toma el lugar del registro patógeno (temblo-
res, hiperkinesis, tics, colopatías, gastroenteritis…) sin la aparición de aspectos neu-
róticos de ansiedad, como conversión histerogénica o fobia. Lo traumático no repre-
sentable está “representado” en la forma de huellas, pasajes o impresiones. Esta ins-
cripción “sin significado” (Green, 1982) no beneficia el hecho de retomar lo psíqui-
co, lo que duplicaría la experiencia sensible y sensorial con un posible significado.
Por el contrario, la brutalidad de lo que ha sido vivido atrapa a la víctima. Es el shock
psíquico con sus aspectos de mortificación, mantenimiento del statu quo y minerali-
zación. Los modelos de inscripción (pictograma de placer y rechazo) propuestos por
Aulagnier, P. relativos al proceso primario son ineficientes. El “impacto traumático”
sobrepasa el nivel de representabilidad. La ovnipresencia patógena “solidifica” el te-
rror, el que se repite constantemente a sí mismo sin ser capaz de evacuar su sobre-
carga sensorial. Esta evacuación sensorial es la condición sine qua non de la repre-
sentación de cosa y palabra. El terror no accede al registro de la escena primaria (fan-
tasía) y menos aún al registro de la idea secundaria (enunciación). La escena traumá-
tica mantiene sus efectos psicóticos a través de su brutalidad de pura realidad. Sola-
mente la intervención psicoterapéutica temprana puede “pacificar”, mediando y re-
gulando esta “desintegración psíquica post-traumática”.

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2. La aglutinación (Bléger, 1981) de los objetos patogénicos se refiere a la tendencia a


ser incapaz de escapar al trauma debido a una adhesión que no es de mortificación sino
realmente de vacío. “El terror no me abandona”, decía una paciente mujer. A pesar de
sus esfuerzos de cognición, su ordalía se le impone, debido a la falta de distancia psíqui-
ca que le permita pensar en él. El espacio necesario para la eficiencia simbólica es im-
posible, debido a su “naturaleza altamente sensitiva”. Es suficiente con escuchar a estas
pacientes (mujeres) decir cuánto “el olor del agresor se les pegó en la piel”, u observar
los rituales compulsivos de lavado de víctimas de violación. La marca traumática regis-
tra en el nivel de la significación formal (Anzieu, 1987) la “perversión” de las sensibili-
dades y sensorialidades. Esta marca con frecuencia actúa como una quemadura, como
en el síndrome del objeto quemante.

3. La adhesividad que acabamos de mencionar tiende a eliminar los espacios de media-


ción entre la víctima y el traumatismo. La clínica del traumatismo inmediato siempre se
registra en un espacio que trae confusión. La consulta clínica subraya las dificultades de
separar los espacios del agresor de los espacios de las víctimas, sin referirse para este te-
ma a los mecanismos de identificación con el agresor tal como el “síndrome de Estocol-
mo”. La situación es confusionante, no separada, interpenetrada con la imagen cuasi
analógica de adhesividades de psicosis emergentes, algunas alucinaciones posesivas, o
pequeños automatismos mentales o alguna forma de esquizofrenia incipiente, en parti-
cular hebefrenia catatónica. El promover espacios de mediación, definidos como espa-
cios transicionales por Winnicott, D.W., consiste, -en el caso de situaciones de emergen-
cia post-traumática- en crear (recrear) una zona intermedia víctima/agresor, donde la
víctima no es más “el puro producto” de su agresor (Bessoles, 2005a). Es el caso de mu-
jeres violadas sistemáticamente durante tiempos de guerra o limpieza étnica, y de niños
concebidos como consecuencia de estas violaciones. El resultado final es una contami-
nación transgeneracional y de filiación que aniquila la temporalidad, llevándola a una
“eternidad” traumática. Promover espacios y tiempos potenciales, además de la actuali-
dad del trauma, es la primera prioridad de la clínica post-traumática. Permite reconstruir
un pasado y un futuro no patógeno.

4. La noción de espacio transaccional tomada de Pankow, G. (1983) y su modelo de


psicoterapias de las psicosis se expande hacia los de Winnicott, D.W.. Este modelo
tiene en cuenta las posibles transacciones psíquicas entre la víctima y el psicotera-
peuta. Estos espacios solo pueden aparecer una vez que las envolturas psíquicas es-
tán suficientemente reconstruidas para poder preservar la unidad del paciente. Este
espacio sostiene la necesaria “destoxificación” (en el sentido bioniano) a una meta-
bolización de objetos traumáticos. Esto supone la expresión traumática emocional que
tiende a “disolver” (elaboración y catarsis) los afectos de un dolor particularmente

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destructivo. Comienza el trabajo de curación de la memoria de eventos traumáticos


pasados.

Conclusión
Siguen existiendo muchas preguntas referidas al tratamiento de pacientes en crisis y
situaciones de emergencia post-traumática. Esto también supone alguna “revisión”
psicopatológica de la noción actual de trauma psíquico. Las víctimas del terrorismo,
torturas o situaciones traumáticas extremas muestran cuán insuficientes siguen sien-
do todavía nuestros modelos clínicos y teóricos.

Pensar en el traumatismo inmediato como un “tiempo clínico de psicosis” (Bessoles,


2005b) lleva a privilegiar metodologías de intervenciones psicoterapéuticas tempra-
nas “sistemáticas”, con el objeto de prevenir los efectos del shock posterior o del
traumatismo crónico.

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Fecha de recepción: 30/05/06


Fecha de aceptación: 06/09/06

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LA VIOLENCIA DEL METODO INSTITUCIONAL


EN EL CONTINUUM DE EXCLUSION-EXTINCION
SOCIAL
Alberto L. Bialakowsky*, Ernestina Rosendo, Roxana Crudi, Mónica Zagami,
Cristina Reynals, Ana Laura López, Nora Haimovici**

Resumen
El presente artículo tiene como objetivo presentar un ensayo conceptual y empírico
para comprender la violencia que deviene de los métodos institucionales que no lo -
gran reducir la progresión de los procesos actuales que establecen socialmente un
“continuum de exclusión-extinción social” y que afectan a crecientes fracciones de
colectivos vulnerados. Dicha dinámica institucional posee tres órdenes de análisis
que se abordan en el presente texto, uno referido a las discontinuidades y “deriva -
ciones” interinstitucionales, otro concerniente a los paradigmas disciplinarios que
subyacen a los procesos de trabajo y otro acerca de las dimensiones históricas y cul -
turales de los padecimientos en contextos específicos de segregación. El análisis in -
teractúa entre los niveles sociales y subjetivos a través de narrativas, relatos y dia -
grama complejo de una familia que habita un “núcleo urbano segregado” y cuya vi -
da y muerte discurre entre intervenciones institucionales. Se descubre la tramitación
institucional sobre esta familia y sobre cuerpos escotomizados de sus colectivos, su
historia y su cultura. Este desarrollo representa avances del proyecto de investiga -
ción “Exclusión-extinción social y procesos de trabajo institucionales. Dispositivos
de intervención transdisciplinarios”, llevados a cabo por el equipo en el Instituto de
Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universi -
dad de Buenos Aires.

Palabras clave: violencia, exclusión-extinción, instituciones, núcleo urbano segre -


gado, familia, método de intervención, padecimiento.

* Magíster en Ciencias Sociales, director del proyecto de investigación UBACyT: “Exclusión-extinción


social y procesos de trabajo institucionales. Dispositivos de intervención transdisciplinarios”, Instituto de
Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
** Ernestina Rosendo (psicóloga), Roxana Crudi (socióloga), Cristina Reynals (politóloga), Nora
Haimovici (médica): Integrantes del Proyecto UBACyT; Mónica Zagami (médica, ex directora del Centro
Materno Infantil Nº 1, Barrio Ejército de los Andes y coproductora del Proyecto de Investigación
UBACyT); Ana Laura López (becaria Estímulo UBA).

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Summary
The aim of this article is to present a conceptual and empirical essay to understand
the violence that comes from the institutional method that do not manage to reduce
the progression of the present processes that establish socially a “continuum of
social exclusion-extinction” and that increasingly affects fractions of vulnerable
groupág. That institutional dynamic has three orders of analysis that are approached
in the present text, one referred to the interinstitutional discontinuities and “derivations”,
another about the disciplinary paradigms that underlie the work processes and
another one about the cultural and historic dimensions of the sufferings in specific
contexts of segregation. The analysis interacts between social and subjective levels
of narrative, stories and complex diagram of a family which lives in a “segregated
urban centre” and its life and death run between institutional interventions. The
institutional process is discovered on this family and on escotomizados bodies of its
groups, their history and their culture. This development represents advances of the
research project: “Social Exclusion-Extinction and Institutional Work Processes.
Trasdisciplinarity Intervention Dispositives” carried out by the research equipment in
the Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universi-
dad de Buenos Aires.

Key words: violence, exclusion-extinction, institutions, segregated urban centre,


family, method of intervention, suffering.

Introducción
En la actualidad existe en el campo de las Ciencias Sociales un importante nivel de
consenso acerca de las mutaciones sociales, políticas y económicas en las sociedades
contemporáneas que originan el pasaje desde las denominadas “sociedades discipli-
narias” a las “sociedades de control, riesgo o coacción”, según se manifiesta desde
diferentes enfoques teóricos. Estas han operado sobre las instituciones públicas cen-
tralizadas, universales y ciudadanas del modelo de Estado de bienestar, en institucio-
nes que aún conservan su poder de intervención y de producción de lo social.

En esta nueva coyuntura, la discusión referente a la capacidad y posibilidad de interven-


ción de las instituciones públicas en la comunidad, exige considerar no solo las transfor-
maciones que estas han sufrido sino también las propias mutaciones en la estructura so-
cial, con el consecuente empeoramiento de las condiciones de vida hasta alcanzar nive-
les extremos de deterioro en la actualidad. Encontramos así, instituciones debilitadas en
sus posibilidades de intervención (resolución) de las problemáticas y padecimientos de
una sociedad caracterizada por un proceso que hemos denominado de exclusión-ex -
tinción social como escuelas con niños que no responden al paradigma de la familia

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tradicional o centros de salud y hospitales con crecimiento permanente del volumen


de la demanda y con insumos y personal insuficientemente capacitados para enfren-
tar las problemáticas.

El interrogante que nos planteamos gira en torno de comprender cómo en una socie-
dad con profundas transformaciones estructurales, con un aparente ajuste y retiro del
Estado (incluso la total desaparición del Estado de bienestar), las instituciones públi-
cas estatales aún continúan operando sobre las problemáticas y padecimientos del
conjunto social. Sin duda, estos interrogantes se asientan sobre una concepción pro-
ductora de las instituciones de cualquier sociedad, ya que encarnan un hacer guber-
namental y, por ende, en la modelación de la subjetividad de sus miembros y en la
legitimación (o deslegitimación) de vínculos y tramas sociales en un determinado
momento sociohistórico.

En este marco de análisis, nuestra hipótesis plantea la existencia de un “método” de


trabajo institucional que opera en diferentes niveles: un nivel macro representado por
las transformaciones macrosociales (culturales, laborales, económicas y sociales), un
nivel mesosocial, donde se incluyen las instituciones gubernamentales y sus víncu-
los con la comunidad que asiste, y un nivel micro, referente a la dimensión familiar
y singular de las personas. El método al que hacemos referencia se compone, desde
nuestra perspectiva de análisis, por un lado de un proceso de trabajo (leyes, división
del trabajo, jerarquías, organigramas) y por el otro un método invisibilizado de prác-
ticas que podemos definir como “violentas”, pero con una intencionalidad definida
en lo que hace a la producción de subjetividad en la sociedad actual. Y en esta direc-
ción, las instituciones estatales, lejos de intervenir de manera resolutiva en los pade-
cimientos que causa el proceso de exclusión-extinción social, los reproduce.

En la práctica las instituciones tienen y juegan, en apariencia, roles diferenciados se-


gún la propia especificidad o misión institucional. Sin embargo, en nuestro trabajo de
investigación con los propios actores (trabajadores) de esas instituciones1, descubri-
mos que el “método” al que hemos hecho referencia se transversaliza y se configura
como un común denominador de las diferentes instituciones estatales, con injerencia

1 Nuestra investigación se sostiene y fundamenta en un trabajo investigativo que hemos denominado


“Coproducción” y que consiste en develar la potencial capacidad del descubrimiento colectivo. El descen-
tramiento de las hegemonías discursivas y de las visiones asimétricas nos permite establecer puentes entre
los saberes científicos y los otros saberes que derivan en un proceso de codescubirmiento, de coinvesti-
gación, que supera el proceso reflexivo individual. Se establece así un encuentro dialógico entre los
saberes y discursos de los distintos actores intervinientes en el proceso investigativo: investigadores,
alumnos, trabajadores y otros actores de la comunidad (Bialakowsky; Rosendo y Haimovici, 2002).

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sobre lo social, con las cuales hemos interactuado: escuelas, instituciones de salud,
institutos de detención juvenil, juzgados, entre otras.

Desde esta perspectiva, en primera instancia podemos presuponer que el aislamien-


to funcional de cada una de las instituciones es independiente de la actuación de los
trabajadores que en ellas se desempeñan. Nuestra investigación descubre, por el con-
trario que este aislamiento es el producto del método, en el sentido expresado por
Bauman (1998); en otras palabras, es la forma que asume el proceso social del traba-
jo de las instituciones. El método se sostiene con correspondencia de lógicas para la
reproducción del aislamiento y la legitimidad de sistemas de dominación.

Con frecuencia el padecimiento y la subjetividad no integra el análisis institucional


y familiar como instrumentos de la dominación social actual. El problema, entonces,
no es el padecer sino el entramado discursivo institucional que imposibilita la reso-
lución del padecimiento y la intervención eficaz e, incluso, agudiza y perpetúa el su-
frimiento a través de un método institucional. El proceso de trabajo en los Núcleos
Urbanos Segregados (NUS), en tanto proceso social, comporta un carácter preforma-
tivo en relación con los procesos de guetificación del espacio físico, institucional y
social. Estos efectos de lugar, al decir de P. Bourdieu (1993) se abren paso en la in-
visibilidad del método institucional a través de la modulación de los cuerpos y de las
prácticas institucionales guetificantes. Así, el proceso de trabajo que opera en los
NUS se revela productor de cuerpos y especialidades que asumen formas específi-
cas, aunque el método que lo vehiculiza no se presente totalmente al descubierto.

En este artículo nos proponemos, entonces, describir y analizar la violencia del mé-
todo a través del recorrido vital e institucional realizado por un grupo familiar del Ba-
rrio Ejército de Los Andes (denominado mediáticamente como “Fuerte Apache”),
que vislumbra con claridad las modalidades de intervención del Estado por medio de
las instituciones implicadas y las consecuencias extremas que este proceso de traba-
jo conlleva.

Ser madres

Relato I:
“Mariela y Antonio nacieron al inicio de la década del 70, igual que el barrio. Esta
familia fue una de las primeras en llegar, Mariela tenía 4 años. Antonio era un chi -
co de la calle que la madre de Mariela había traído del Mercado Central porque le
daba lástima, era 2 años menor que Mariela. A los 12 años, Mariela cuidaba a sus
hermanitos y también se ocupaba de Antonio.

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El tiempo fue pasando, sueños y soledades compartidos, les llegó el amor. Mariela
se enamoró de Antonio y en 1990, quedó embarazada. El no tenía trabajo, ella se
empleó como doméstica por horas cuando recién destetó a su primer hijo; vivían con
todos, en un cuarto para ellos solos.

El estaba mal, necesitaba trabajar, pero trabajo había poco y, si además dice que vi -
ve en el barrio, nadie lo toma. Las horas pasaban entre que esperaba a Mariela y
cuidaba al bebé.

En 1993, el tercer embarazo, algo hay que hacer, los muchachos lo llevan para al -
gún “trabajito”. Ya son 5 en la pieza. Mariela vuelve a trabajar. Antonio se vuelve
celoso, la sigue hasta el trabajo, la espera, la va a buscar. Los “trabajitos” se hacen
más frecuentes. Mariela abandona su trabajo luego de que Antonio entrara a robar
en una de las casas en la que ella trabajaba.

En 1994 Antonio cae preso. Allá va ella, con sus niños de la mano todos los medio -
días con la vianda a la comisaría. Lo trasladan al penal. El viaje se vuelve más lar -
go, más caro y más difícil.

A mediados de 1995 comienzan las visitas íntimas. Antonio contrae sida.

1996, el cuarto embarazo, el bebé es seropositivo, Mariela también.

Los años 1997,1998 y 1999 transcurren entre idas y venidas al hospital, al penal, al
hospital de niños, al hospital de enfermedades infecciosas, a la salita de salud del
barrio.

En el año 2000 muere Antonio en el penal a los 27 años, y en 2002 muere Mariela
en el hospital a los 31 años (2002, Centro de Salud del Barrio, Ejército de Los
Andes)2.

En este relato, Mariela y Antonio representan una subjetividad singular que permite, en
un análisis más profundo, develar los procesos que los atraviesan. Al respecto, es perti-
nente señalar la progresión de fracciones de la clase trabajadora que se hallan en la im-
posibilidad del acceso al trabajo asalariado formal al mismo tiempo que se revela la

2 Ver anexo I “Diagrama Familiar. Marzo de 2005”.

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persistente presencia e intervención de las instituciones. En este sentido, cabe destacar


la historicidad que acompaña el atravesamiento de las diferentes instituciones en los su-
jetos, en el caso expuesto anteriormente: la cárcel, el juzgado, el hospital y la sala.

En este sentido, las transformaciones sociolaborales y económicas ocurridas espe-


cialmente en la década del 90 denotan un punto de inflexión donde se observa la afir-
mación de tres procesos fundamentales: el cuestionamiento de la centralidad del tra-
bajo en la sociedad contemporánea; el deterioro de los colectivos sociales que, con-
comitantemente, emerge con situaciones de creciente violencia macro y microsocial;
y la exclusión, y hasta la extinción, de una significativa fracción de la población. Las
consecuencias se despliegan en múltiples niveles que abarcan desde la totalidad del
conjunto social; las instituciones, los grupos y las organizaciones civiles; hasta las fa-
milias y los individuos. Niveles que de manera integral conforman una sociedad sig-
nada por una significativa precariedad en sus vínculos y redes humanas, y un ser so-
cial caracterizado por cualidades tales como la fragilidad y la vulnerabilidad.

Los procesos macrosociales ligados a la exclusión social conforman el trasfondo de la


producción de un hábitat social que acuna múltiples padecimientos psíquicos y sociales3.
Estos padecimientos reconocen cuatro principales dimensiones problemáticas que se pre-
sentan en la actualidad en las instituciones del Estado (escuelas, institutos de detención,
servicios de salud, etc.) y que refieren a: los consumos (adicciones, anorexia, bulimia); la
violencia microsocial; los efectos y las implicancias de la privación socioeconómica (de-
socupación, precarización y pobreza); y el sida (Bialakowsky et al, 1997).

El proceso vital de Antonio y Mariela, con el desencadenamiento temprano de sus muer-


tes, desenmascara las dificultades que enfrentan las instituciones para intervenir sobre
las cadenas causales que genera el padecimiento social y que involucra la vulnerabili-
dad, la violencia, el sida, la exclusión y, finalmente, la extinción. Esta imposibilidad de
intervención radica, en parte, en que los procesos de trabajo institucionales se presentan
ante los trabajadores como objetivados, como poder de una intención ajena que somete
a su finalidad la voluntad de los trabajadores encargados de la intervención. En este pro-
ceso el factor subjetivo, es decir el análisis crítico, constructivo y propositivo acerca de
las tecnologías de intervención en la exclusión y en los padecimientos que esta produ-
ce, aparece suprimido (Marx, 1844; Gaudemar, 1991).

3 Véase: Bialakowsky, A.; Reynals, C.; Villar, G.; Costa, M. I.; Benvenuto, A.; Figueras, F.; Rodríguez
Moyano, I.; Crudi, R., “Hábitat, conflicto social y nuevos padecimientos”, ponencia presentada en el sem-
inario internacional “Producción social del hábitat y neoliberalismo: el capital de la gente versus la mise-
ria del capital”, octubre de 2001, Montevideo, Uruguay.

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En este marco de producción, las nuevas formas de padecimiento social son también
naturalizadas por los trabajadores de la salud ante la imposibilidad de ser abordadas
terapéuticamente; y en los límites de lo terapéutico, se revelan las dimensiones del
poder y la dominación desplegadas en la lucha en el terreno discursivo entre un sa-
ber científico hegemónico sobre un saber popular, en las relaciones asimétricas que
se establecen entre padecientes y los sujetos portadores del saber científicamente va-
lidado, acentuando así las clásicas formas de cooperación despótica en las modalida-
des de intervención sobre el sujeto.

Comprender el proceso sociohistórico actual y en su seno los de exclusión-extinción so-


cial requiere poder superar un pensamiento causal y dicotómico que asienta las históricas
polarizaciones entre lo formal e informal, entre lo legal e ilegal, entre la inclusión y la
marginalidad. Desde esta perspectiva la crisis social de los 90 marca un punto de quiebre.
Ya no solo podemos hablar de los conflictos tradicionales verticales sino también de los
horizontales entre nuevos y viejos ocupantes y entre fracciones y grupos de pobladores
presionados por el empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo.

Pero posiblemente el impacto de la crisis socioeconómica resulta más agudo por las
propias transformaciones socioculturales que también han modelado la existencia de
la totalidad de los conjuntos sociales. Los nuevos valores y normas culturales indu-
cen a los sujetos a la asunción personal de los riesgos y a convertirse en el único res-
ponsable de sí mismo. Tener trabajo, gozar de buena salud, satisfacer las necesidades
básicas y los consumos superfluos, concretar los proyectos personales o, en su defec-
to, su imposibilidad, atañe en primer lugar a la propia responsabilidad de cada uno.
La paradoja es que esta construcción cultural se asienta justamente en un momento
sociohistórico donde otras variables macrosociales determinan y delimitan fuerte-
mente las posibilidades de progreso y participación de los sujetos en todas las formas
de la vida social (Galende, 1997).

La vida de Antonio y Mariela, como la de muchos más en iguales condiciones, deve-


la el laberinto mortífero en el que los procesos sociohistóricos contemporáneos en-
vuelven a una importante porción de la población. Pero esta vida y esta muerte no so-
lo reconoce la determinación nefasta de los procesos macrosociales sino también el
rol y funcionamiento de las instituciones estatales que en la actualidad se atribuyen
el cuidado de los sujetos y los grupos y la atención de sus padecimientos: la escuela,
los servicios de salud, las instituciones de detención, los juzgados, entre otras.

En el punto que sigue nos detendremos a analizar con más detalle el método que
transversalmente opera en las diversas instituciones y que hace a la reproducción del
malestar, de la exclusión y hasta la inevitabilidad de la extinción social.

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Ser hijos

Relato II:
En una reunión de equipo en la Casa del Niño, una integrante hace un comentario
acerca de los padecimientos que enfrentan los trabajadores de los Núcleos Urbanos
Segregados. La médica de la sala de salud comenta días antes a un integrante de
equipo de investigación que está mal porque la semana pasada murió una paciente
de 31 años de sida a la que atendía desde hace 10 años, dejando cuatro niños.

La directora de la Casa del Niño dice que Mariela, la tía de Anabella, también mu -
rió esa semana y tenía la misma edad. Nos damos cuenta de que hablamos de la mis -
ma familia. Anabella de 9 años y su hermana de 5 años asistían desde hace un año
a la Casa pero luego faltaron todo el año y a principios de este año reingresaron.
Cuando citaron a Viviana, la madre de Anabella, para preguntarle qué había pasa -
do y por ciertas actitudes que tenía la niña, les cuenta que las nenas estuvieron vi -
viendo con el padre en otra casa porque ella se ocupa de cuidar a su hermana que
tiene sida y está en la fase terminal de la enfermedad. En estas circunstancias Ana -
bella comienza a mendigar por la calle, donde es arrestada y puesta bajo la custo -
dia de un juez. La mamá logra que se la entreguen a cambio de “institucionalizar -
la”, o sea que concurra a la escuela y a la Casa del niño en contraturno4.

El integrante del equipo de investigación le dice que esta familia busca en las insti -
tuciones ayuda para llevar adelante sus padecimientos y la directora le dice: “Están
pidiendo socorro” (abril de 2002).

El primer relato citado nos permitió describir y comprender cómo los procesos de ex-
clusión y extinción social se enlazan con la producción de padecimientos subjetivos y
sociales. Ycómo el propio contexto donde se desarrollan las vidas cotidianas de los su-
jetos constituye un espacio de relaciones de poder, de dominación y de reproducción del
sufrimiento. En este sentido, también comenzamos a vislumbrar cómo las propias insti-
tuciones a cargo del cuidado y resolución de las problemáticas y padecimientos de los
sujetos también pueden producir y/o reproducir el malestar y la violencia.

En este contexto, nuestro análisis se detendrá en los procesos sociales de trabajo de


las instituciones públicas, es decir, en las prácticas de intervención de esas institucio-
nes sobre la población, en nuestro caso, excluida. El carácter distintivo de estos

4 Ver anexo I “Diagrama Familiar. Marzo de 2005”.

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procesos de trabajo resultan ser la definición de su objeto de intervención en tanto un


“sujeto” y no, justamente, un “objeto”. Sin perder de vista que los instrumentos y los
objetos portan relaciones sociales y, su contracara, que las relaciones sociales se ma-
terializan en objetos, instrumentos y normas institucionales, el proceso de trabajo en
tanto proceso social de trabajo se asienta sobre conflictos que descubren tres dimen-
siones de análisis en continua tensión: el vínculo, el poder y la subjetividad que se
entabla entre los actores intervinientes: trabajadores de la salud y pacientes; maestros
y alumnos; cuidadores o guardiacárceles e internos o presos; etc. (Bialakowsky; Lus-
nich y Rosendo, 2000).

Por otra parte, una segunda particularidad central de los procesos de trabajo institucio-
nales refiere a la división social del trabajo, encarnada en las prácticas y trabajadores
“especializados”, en la diferenciación y separación del accionar de cada institución par-
ticular en relación con las restantes, en las prácticas de intervención individuales (en
detrimento del trabajo en equipo) y también en la naturalización y rutinización de las
prácticas de trabajo. Esta división social del trabajo presenta, al menos, un doble efec-
to: por un lado, producen y reproducen la alienación del trabajador y, por el otro, mo-
dulan determinado tipo de intervención y de relación con los sujetos intervenidos.

En este sentido, y tal como se vislumbra en nuestro segundo relato, el recorrido que
los sujetos realizan por las instituciones en busca de respuesta a sus problemáticas y
sufrimientos pone al descubierto los mecanismos institucionales que operan en los
procesos de reproducción de la dinámica de exclusión-extinción. Esta circulación de
los sujetos por las instituciones descubre métodos transversales, especulares que,
más allá de las tareas específicas y distintivas de cada institución (sala, cárcel, escue-
la, etc.), develan un aislamiento funcional de cada una con otra, y en relación con los
actores que intervienen como trabajadores y los involucrados como asistidos.

El relato descubre cómo la causalidad en las sucesivas intervenciones es opacada. Las


instituciones permanecen imposibilitadas de intervenir en las cadenas causales que pro-
ducen el padecimiento (pobreza, desamparo, violencia, ilegalidad, sida, exclusión, ex-
tinción) y que parecieran constituir categorías inabarcables por las instituciones que fun-
cionan aisladamente. La intervención resultante promueve el recorrido, la migración del
sujeto, su circulación por diversas instituciones. Ylas instituciones actúan por segmen-
tos, según el recorte disciplinario que les “corresponda”, e instalan la derivación conti-
nua como metodología de trabajo. Así, las instituciones, especializadas en determinadas
funciones y misiones producto de la división social del trabajo, desarrollan prácticas
fragmentarias y reduccionistas que les impiden intervenir en los encadenamientos ma-
cro, meso y microsociales de los padecimientos; reproduciendo, de esta manera, la ex-
clusión-extinción social de los asistidos.

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Los obstáculos que se presentan en la práctica para abordar las nuevas formas de pade-
cimiento se descubren en las dificultades que muestran los trabajadores para problema-
tizar o reflexionar acerca de estos sufrimientos al interior de los equipos de trabajo, y en
la concepción del sujeto padeciente en tanto un “objeto” a ser intervenido.

La violencia social se integra así al proceso de trabajo de las instituciones, las cuales
evidencian estar imposibilitadas en la reflexión acerca de la violencia que se le im-
pone al sujeto desde la fragmentación de sus prácticas, el tabicamiento de saberes y
la muralidad que se instala entre las instituciones; imposibilitando de esta manera la
intervención integral en la cadena causal del padecimiento de los sujetos en su con-
texto local.

Debilitar y/o eliminar programas públicos necesarios para el funcionamiento de las ins-
tituciones estatales, reducir recursos materiales y humanos genera, al decir de Wac-
quant, L. (1993), una desestructuración sistemática del gueto o de nuestros núcleos ur-
banos segregados y los convierte en purgatorios urbanos. El espacio constituye así un
escenario donde se ejerce el poder, donde se vivencia la violencia material (robos,
muertes, violencia física, abusos...) y la violencia simbólica e inadvertida:

“La violencia simbólica es, para expresarme de la manera más sencilla posible, aquella
forma de violencia que se ejerce sobre un agente social con la anuencia de este (...) En
términos más estrictos, los agentes sociales son agentes conscientes que, aunque estén
sometidos a determinismos, contribuyen a producir la eficacia de aquello que los deter-
mina, en la medida en que ellos estructuran lo que los determina. El efecto de domina-
ción casi siempre surge durante los ajustes entre los determinantes y las categorías de
percepción que los constituyen como tales” (Bourdieu y Wacquant, 1995: 120).

Estas determinaciones en la intervención institucional sobre los padecimientos pro-


ducen una relación asimétrica entre el sujeto intervenido (o a intervenir: paciente,
alumno, interno, etc.) y los trabajadores de las instituciones intervinientes (profesio-
nales, maestros, etc.). El recorte científico asimétrico, en consecuencia, opera tam-
bién como violencia terapéutica sobre el discurso social y subjetivo que portan los
padecientes. El recorte disciplinario y la asimetría sostienen, entonces, procesos de
trabajo reduccionistas que, desinvistiendo al sujeto de su historia, de su identidad y
de su núcleo familiar, reproducen el malestar.

En ese sentido, la discriminación que Sirvent, M.T. (1998) realiza sobre la existencia
de múltiples pobrezas nos ayuda a pensar sobre los procesos institucionales; estas
son: la pobreza de protección, la pobreza de entendimiento y la pobreza política. Los

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procesos de trabajo institucionales no impiden y, por el contrario, reproducen estas po-


brezas consistentes cada una de ellas en la falta de protección ante la internalización de
la violencia inherente a las relaciones sociales cotidianas (el miedo, la inseguridad, la
pérdida del empleo, etc.); propensión y fortalecimiento de los factores sociales que im-
piden la reflexión y la construcción de conocimientos críticos sobre el entorno cotidia-
no; inhibición en la participación de cualquier instancia social y obstaculización en la
creación de nuevas formas de organización y de vinculación social.

Así, los procesos de trabajo institucionales colaboran de manera sistemática en la


configuración de una situación social que se caracteriza por la desprotección y anu-
lación de las necesidades y derechos de los sujetos, la naturalización de los espacios
y vínculos violentos cotidianos (y, por ende, la sumisión a ellos) y la priorización de
los procesos individuales, a partir de la negación y desvalorización del espacio co-
munitario como unidad de intervención.

La circulación de los sujetos con sus problemáticas y necesidades por las diversas
instituciones, su precaria inserción en ellas, tal como nos lo ilustra el relato, no solo
fragmenta la visión del sufrimiento en su integralidad, sino que además segmenta y
segrega los colectivos a partir de la focalización excluyente del sujeto particular que
recibe la institución. Así, el centro de salud (y otros servicios sanitarios) trabajan so-
bre el padecimiento biológico (en este caso el sida), la Casa del Niño interviene so-
bre el cuidado de los niños, la escuela en su educación, el juzgado sobre las activida-
des infantiles ilegales (mendigar, trabajar); ignorando, cada una de las instituciones,
la complejidad de la problemática (social, económica y familiar) que involucra a los
sujetos que reciben. Las instituciones fragmentan y compartimentalizan aspectos o
problemáticas del sujeto sobre las cuales deben intervenir según la especificidad y
misión institucional; y en este recorte del proceso de trabajo la intervención que rea-
lizan resulta ineficaz.

El método de intervención de las instituciones no se constituye en un plano abstrac-


to sino en la operatoria concreta sobre el objeto y en el encuentro vincular entre su-
jetos y discursos. El vínculo que se establece entre los niños y las instituciones en las
que se insertan (Casa del Niño, establecimientos escolares, etc.), los servicios de sa-
lud y los consultantes/pacientes, la cárcel y los presos, tal como se desprende de
nuestros relatos, define intervenciones, relaciones vinculares y discursos que recor-
tan una unidad de intervención que solo se conforma por el trabajador interviniente
y el sujeto (o el malestar o problemática que lo aqueje) descontextualizado y depu-
rado de muchas otras variables intervinientes que definen y modelan la situación-
problema y el padecimiento.

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Consideramos, entonces, que una parte importante del desafío que implica transfor-
mar estos procesos de trabajo institucionales radica en la posibilidad de que institu-
ciones y profesionales o trabajadores puedan resignificar sus saberes y sus prácticas
y, tal como lo expresa De Sousa Campos, G.W. (2001: 65), poder articular los aspec-
tos referentes a lo biológico, lo subjetivo y psicológico, y lo valorativo-social:

“(...) la institución de una nueva ética -en salud inclusive- depende de la generaliza-
ción de un nuevo estatuto para el ser humano, para constituirse como sujeto. Un es-
tatuto fundado en la autonomía, en la libertad, sin embargo, estableciendo siempre
confrontaciones entre estos valores y la responsabilidad social”.

Desde nuestra perspectiva epistemológica, teórica y práctica, la intervención sobre el


padecimiento del sujeto tiene alcances, o se extiende, hasta la propia familia y comu-
nidad de pertenencia del sujeto en cuestión, resultando imposible la escisión entre su-
jetos y núcleo familiar, entre sujetos y comunidades, y/o entre familia y comunidad.
Pero trabajar en la comunidad y con la comunidad requiere una nueva epistemología
coproductiva, transdisciplinaria y colectiva.

Relato III
“...Pará, pará que te cuento porque es de no creer.

Le estoy haciendo un arreglo en una muela a un nenito de no más de 9 años, y por


decirle algo, por charlar, le pregunto: “¿Qué tal?, que hacés?” y me contesta: “Es -
tamos de velorio, anoche mataron a mi tío que había salido hace una semana de la
cárcel”.

Te das cuenta, así no más me lo dijo, como cuando mi hijo me cuenta que ha ido a
jugar al fútbol, con la misma naturalidad”.

Tony es el tercer hijo de Mariela, quien murió de sida al contagiarse de su marido


preso, que también falleció unos años antes, quedando 4 hijos. Tony es el hermano
de Tamara, que a los 14 perdió su primer embarazo y que a los 15 es madre de su se-
gundo hijo. Tony vive con sus abuelos, hermanos, cuñado, primos y tías/os. Son
aproximadamente 18 en el departamento. Es sobrino de Sonia, que también tenía el
marido preso y que no se protegía en las visitas íntimas, a pesar de saber lo que le
había pasado a su hermana Mariela5. El marido de Sonia es muerto una semana

5 Ver anexo I “Diagrama Familiar. Marzo de 2005”.

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después de haber salido de la cárcel porque había vuelto a robar, este es el tío que ve-
lan mientras a Tony le arreglan una muela.

En los relatos presentados observamos que ser madres y ser hijos constituye una ma-
terialidad que en este análisis abarca el atravesamiento por contexto, historia, clase
social e intervención institucional. Las operaciones observadas sobre cada una de las
unidades parecen, en apariencia, segmentadas unas de las otras. Los estudios en pro-
fundidad nos revelan un espacio tridimensional del epifenómeno, el contexto y la
profundidad histórica. De ahí que intervenir institucionalmente no es, como se supo-
ne, una intervención acotada y segmentada sino que al intersectar la parte se inter-
secta el todo hologramáticamente.

La violencia, en apariencia inerte, de los procesos macroeconómicos, de la pobreza, del


lugar que se ocupa en la estructura social y de las carencias del espacio en el cual amplios
sectores se encuentran atrapados, se corresponde con una percepción de los sujetos sobre
la naturalidad de estos procesos y de esa situación de vida y la imposibilidad de conce-
birla de manera diferente. Pero esa violencia está invisibilizada en los procesos de salud
y enfermedad y, por ende, en la producción de padecimientos en los sujetos.

Los métodos de intervención que operan sobre las nuevas formas de padecimiento
social (desaggio sociale) se caracterizan por un enfoque fragmentario, disciplinario,
individual, ahistórico y se descubren impotentes para afrontar los padecimientos ac-
tuales que acuden a la consulta y que son enunciados como: estigma, arrasamiento,
devastación, violencia contextual, desamparo, aislamiento, abandono, desocupación,
adicciones, suicidio infantil, trastornos vinculares, entre otros.

Desde nuestra observación, este método de trabajo tiene consecuencias complejas.


No solo reduce las posibilidades de intervención sino que moldea la subjetividad de
los habitantes de estos núcleos habitacionales. Esta producción tiene múltiples face-
tas y niveles; sin embargo, podemos mencionar algunas de las formas reguladoras
que adopta: a veces, lo hace disminuyendo competencias, revictimizando la víctima,
autoresponsabilizándola, retrotrayéndose a las formas institucionales del disciplina-
miento, encarcelando, hospitalizando, expulsando, excluyendo; alcanzando, en sus
extremos, las formas coactivas más desnudas y la eliminación de los sujetos.

En síntesis, nuestra hipótesis de trabajo refiere, por una parte, a la subjetividad trági-
ca de la modernidad tardía (Murillo, 2003) de los habitantes urbanos y, por la otra, a
una agudización de esta encrucijada vital en las fracciones sociales más subordina-
das. Subjetividades insertas en una trama social compleja de relaciones en la cual

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identificamos procesos macrosociales que restringen el acceso a bienes económicos,


culturales (Grassi, 1996) y territoriales. Una construcción sociohistórica de las dife-
rencias, la producción y reproducción institucional, y la acumulación histórica del sa-
ber social y cultural de los actores en conflicto con el gran desplazamiento social que
se inicia en los años 70 y se cristaliza en los 90.

A modo de un cierre inconcluso


“Hurbinek no era nadie, un hijo de la muerte, un hijo de Auschwitz.
Parecía tener unos tres años, ninguno sabía nada de él, no sabía ha -
blar y no tenía nombre: ese curioso nombre de Hurbinek se lo ha -
bíamos dado nosotros, puede que una de las mujeres, que había in -
terpretado con aquellas sílabas uno de los sonidos inarticulados que
el pequeño emitía de vez en cuando. Estaba paralizado de la cintu -
ra para abajo, y tenía las piernas atrofiadas, delgadas como pali -
llos; pero sus ojos, perdidos en su cara triangular y demacrada,
emitían destellos terriblemente vivos, cargados de súplica, de afir -
mación, de la voluntad de desencadenarse, de romper la tumba de
su mutismo. La palabra que le faltaba y que nadie se había preocu -
pado por enseñarle, la necesidad de la palabra, afloraba en su mi -
rada con explosiva exigencia…”6.
Agamben (2002:39) agregará: “Hurbinek no puede testimoniar, por -
que no tiene lengua (la palabra que profiere es un sonido incierto y
privado de sentido: mass-klo o matisklo). Y, sin embargo, ‘testimo -
nia a través de estas palabras mías’. Pero tampoco el superviviente
puede testimoniar integralmente, decir la propia laguna…”7.

Comprender y testimoniar es una cita ineludible del investigador que bucea en las
profundidades del padecimiento, pero se encuentra, si encuentra, lo buscado con lo
imposible para decir, un no dicho inaprensible, necesario pero inabarcable en la di-
mensión de su enunciación. Hurbinek nos recuerda a nuestros Mariela y Antonio, pa-
labras dichas, nombres, vidas. Por un momento la tentación de la subjetividad nos re-
trotrae a un campo de lo singular de la muerte naturalizada, de la vida mortificada,
la nuda vida (Agamben, 2002) y el silencio. Pero es otro el silencio y la palabra bus-
cada, Hurbinek es producto del campo, Anabella, Tony, son productos del núcleo ur-
bano segregado, del gueto actual y vecino, invisible para la ceguera en la mirada

6 Levi, Primo (1988), La tregua, Muchnik, Barcelona, pág. 21, en Lo que queda de Auschwitz. El archi -
vo y el testigo.
7 Homo sacer III de Giorgio Agamben, Pre-Textos, Valencia, España, 2002, pág. 37-38.

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actual, aparentemente allí ocurren cosas que el escotoma oculta (Bialakowsky et al.,
2005). Claro que puede suponerse como hipótesis que todo padecimiento es privado
y en esa privacidad impenetrable debe fenecer. El contexto, sin embargo, se debate
en sus cuerpos.

“La inteligencia parcelada, compartimentada, mecanicista, desunida, reduccionista de


la gestión política unidimensional destruye el complejo mundo en fragmentos desuni-
dos, fracciona los problemas, separa lo que está unido, unidimensionaliza lo multidi-
mensional. Es una inteligencia a la vez miope, présbita, daltónica, tuerta, muy a menu-
do termina siendo ciega. Destruye en su origen todas las posibilidades de comprensión
y de reflexión, eliminando también toda oportunidad de un juicio corrector o de una vi-
sión de largo alcance. Por eso, cuanto más multidimensionales se vuelven los proble-
mas, mayor es la incapacidad de esta inteligencia para pensar su multidimensionalidad,
cuanto más progresa la crisis, mayor es la incapacidad para pensar la crisis, cuanto más
planetarios se vuelven los problemas, más impensados se vuelven. Incapaz de encarar
el contexto y el complejo planetario, la inteligencia ciega se vuelve inconsciente e irres-
ponsable y, sobre todo, mortífera” (Morin et al., 2002: 95).

En esta imposibilidad descubrimos algunos umbrales para la comprensión del pade-


cimiento. Al comienzo nos asalta esta necesidad de definir el significado del padeci-
miento, sin duda no solo con ánimo intelectual sino con intención praxiológica
(Breilh, 2004), desde esta perspectiva en el campo de la salud el eslabonamiento sa -
lud-enfermedad-atención (Samaja, 2004) debe completarse con el contexto. En este
último eslabón, pensamos, se debaten los límites del paradigma de atención y del
episteme que le da soporte (Breilh, 2004), y aún más en la posibilidad del reconoci-
miento del sufrimiento como tal, socialmente comprendido y comprehendido. Parti-
mos entonces del supuesto de que el padecimiento es un concepto que abarca la com-
prensión del contexto como así la posibilidad de otorgarle materialidad social y por
lo tanto abrir la posibilidad de intervenir solidariamente en él.

Hemos descubierto que las instituciones gubernamentales tienen un rol fundamental


al colocar bajo su visión el campo de operación. Su escotomización (Bialakowsky et
al., 2005) subjetiva y social se encuentra dominada por un método, que constituye
una forma sistemática de operación, que no está directamente enunciada, que se man-
tiene subyacente, pero que en este subsuelo mantiene una consistencia férrea que
obliga a los actores a operar con la prohibición de avanzar sobre las cadenas causa-
les de los padecimientos, para autodefinirse en su intimidad impotentes frente al con-
texto social, frente a los colectivos sociales, barriales, familiares e institucionales.

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“Al igual que en un holograma cada parte contiene prácticamente la totalidad de la in-
formación del objeto representado, en toda organización compleja no solo la parte es-
tá en el todo sino también el todo está en la parte. Por ejemplo, cada uno de nosotros,
como individuos, llevamos en nosotros la presencia de la sociedad de la que formamos
parte. La sociedad está presente en nosotros por medio del lenguaje, la cultura, sus re-
glamentos, normas, etc.” (Morin et al., 2002:29).

El orden disciplinar tiene que ver con las incumbencias técnicas, burocráticas y cor-
porativas. Cada sección como la asistencia en salud, escolar o judicial posee un cam-
po (Bourdieu, 1993) que es salvaguardado interna y externamente, lo que impide y
justifica al mismo tiempo la imposibilidad para operar interinstitucionalmente sobre
el padecimiento complejo. La reducción disciplinaria antecede a la praxis y la deter-
mina. Los cuerpos pueden caer en la inanición, el abandono o la total invisibilidad
social, pero como individuos no pueden transgredir las normas más allá de límites ta-
les como la propiedad, su circulación en espacios públicos, el vagabundeo, la protes-
ta sin que despierten sospechas y resulten reprimidos. Los cuerpos en apariencia tam-
bién son apropiados por instituciones totales (cárcel, institutos, guardas), pero al mis-
mo tiempo sesgados en su totalidad colectiva (familiar), cultural e histórica. La apro-
piación fracciona al sujeto y a su colectivo. Desde la perspectiva del colectivo, la ins-
titución total conforma parte de su realidad, y se distingue como elementos estructu-
rales condiciones sine qua non de la práctica metódica como: a-colectiva, a-cultural,
a-histórica.

La violencia del método puede comprenderse en tres órdenes, uno interinstitucional,


otro disciplinar y otro orden referido a los cuerpos. Estos órdenes sistemáticos se en-
cuentran entretejidos en la praxis institucional y representan formas de modulación y gu-
bernamentalidad macro y micro social de poblaciones y de cuerpos (Foucault, 1978).
Con respecto al orden interinstitucional, la regla que se sigue es la división extrema del
trabajo. Bajo el supuesto de la eficacia de las autonomías institucionales, se produce de
hecho una intersección multinstitucional sobre los sujetos, así las prácticas instituciona-
les de derivación, delegación, referencia o peritaje producen un vacío aparente entre
instituciones, cuyo mandato justamente es la preservación de campos aislados de opera-
ción. En estos atravesamientos los sujetos de padecimiento quedan a la deriva, aunque
sostenidos por este control sistémico, donde la amenaza de la expulsión o de la interna-
ción se cierne para recortar el espacio de la autonomía subjetiva.

Estamos enunciando, entonces, que a través de esta reconceptualización del padecimiento


intentamos descubrir un peldaño en la compresión compleja de los problemas y sus cade-
nas causales, series complementarias parafraseando el concepto psicodinámico, pues

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pensamos que la noción del padecimiento incluye la dimensión traumática de lo so-


cial. En este análisis se cuela la dimensión del poder y el holograma, pues operar una
unidad siempre es operar en el conjunto, y esta instancia hologramática ya no puede
ser ignorada sino al costo de la enajenación institucional y subjetiva.

Finalmente, en el caso analizado, la historia se reitera, todo parece un seguimiento,


el proceso mortificante no tiene solución en su continuidad, la repetición aguarda al
final del camino, desde el inicio la familia queda en medio de una encerrona (Ulloa,
1995). Las instituciones que atraviesan los cuerpos y su contexto no poseen un ins-
trumento terapéutico que lo evite, por momentos puede pensarse entonces que po-
seen una estructura paradigmática que se inserta trágicamente en el continuum social
de exclusión-extinción, así quedan mediando ya sea por presencia o por ausencia en
los procesos sociales de criminalización, como de patologización o de guetificación.
Efectos que resultan el punto de partida y el punto de llegada y que en este develar
de la coinvestigación llevan los nombres encarnados de lo que el silencio coloca en
el lugar de lo innombrable.

Si el grito no fuera arrojado,


y si nadie lo recogiera,
quién pediría la palabra
inasible del encuentro.
A.L.B., marzo de 2005.

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Fecha de recepción: 14/03/06


Fecha de aceptación: 21/05/06

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Anexo I
Diagrama Familiar. Marzo de 2005

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La Familia. Marzo de 2005


María y Juan llegaron al Barrio a fines del 70 y se instalaron en el Nudo 8. En
ese momento ya tenían 3 hijas y llevaron a vivir con ellos a Antonio, un niño de
6 años que vagabundeaba solo en el Mercado Central. Nacerían 7 hijos más, el
último en 1998.

En el año 2000, después de la implosión de su vivienda, compraron -en una


tira- un departamento más grande con 4 habitaciones.

Juan perdió su trabajo, terminó alcohólico grave, separado de su mujer. Con-


tinúa viviendo en la misma casa. Allí conviven 18 personas, a veces unas más
unas menos, según separaciones o convivencias.

Mariela, la mayor, hizo pareja con Antonio. Los dos fallecieron de sida. Deja-
ron 4 hijos huérfanos. Tamara quedó embarazada por primera vez a los 13, po-
co después de fallecer su mamá. Perdió ese embarazo a los 6 meses de gesta-
ción. Al poco tiempo quedó nuevamente embarazada. Hoy es una madre ado-
lescente de 16 años con un hijo de 8 meses. Tamara dormía con su pareja en el
comedor hasta hace poco tiempo.

Los tres hijos menores son Mauro (14), Tony (12) y Sandra (7), esta última
probable HIV+, pero a 3 años de haber fallecido su mamá no logran hacerle
los análisis de sangre para confirmarlo. “... en el hospital no les hacen los aná-
lisis porque yo no tengo los papeles de la tenencia, fui al juzgado, me los es-
tán haciendo, pero mientras tanto... nada... ¡estoy tan cansada!...”.

Viviana (30), tiene 3 hijas (11, 9 y 4) y está separada. Anabella, la hija mayor,
trabaja en una verdulería en su tiempo libre y le pagan con verduras. Fue abu-
sada por un vecino, acosada por un primo de 14 años (“Mauro besa a las ne-
nas con la boca abierta y les pasa la lengua. Las otras noches se le subió arri-
ba a Anabella”, “una vez el papá de Anabella le dio una paliza que la dejó
marcada. Fue la única vez. Porque se había metido debajo de la cama con
Mauro y decían que iban a tener relaciones sexuales...”. Fue judicializada a
los 9 años por haberse escapado de la casa, en la época en que su mamá cui-
daba de la tía que estaba agonizando en el hospital con sida.

Viviana se hace cargo de su padre Juan (56), que es alcohólico, y le permite


dormir en el dormitorio con ella y sus nenas. “....si yo no me hubiese hecho
cargo de mi papá, estaría con los borrachos del Nudo 7”.

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Sara (28), está separada, tiene un hijo de 5 años que vive con el papá. Com-
parte el dormitorio con sus tres hermanas menores (16, 14 y 13) y con la so-
brinita de 7 años.

Sonia (23), tiene una nena de 3 años y su marido preso. Duerme sola con su hi-
ja en una habitación “...porque ella le está guardando el lugar al marido para
cuando salga...” No se cuida en las visitas íntimas. La familia teme que siga los
pasos de su hermana mayor que contrajo sida cuando el marido estaba en la cár-
cel. En marzo de 2005 él fue puesto en libertad. A la semana murió en un en-
frentamiento con la policía.

Jorgito (12), el penúltimo hijo de María, se cayó de un segundo piso y estuvo


un mes en coma.

María (54), trabaja en una carnicería y comparte su dormitorio con los hijos y
nietos varones de la casa (14, 12, 12 y 6 años).

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EL MALLEUS MALEFICARUM
Carlos Bigalli

Resumen
Este trabajo presenta las principales proposiciones contenidas en un libro publica -
do en 1487, el Malleus maleficarum, en el que dos dominicos que ejercían el poder
inquisitorial en Germania efectuaron el primer discurso legitimante del poder puni -
tivo, validando prácticas genocidas.

Palabras clave: poder punitivo, discursos legitimantes, genocidio, patriarcado,


brujería.

Summary
This work shows the main propositions contained in a book published in 1487, Malleus
maleficarum, in which two Dominican friars who carried out the inquisition in Germania
developed the first validating speech on punitive power, which enabled genocide
practices.

Key words: punitive power, validating speeches, genocide, patriarchy, witchcraft.

I.- El poder punitivo, cuya consolidación definitiva se operó a fines del siglo XII eu-
ropeo (Foucault, 1995), es el ejercicio de poder estatal más violento. Su historia es la
de la caza de humanos conforme a estereotipos.

II.- El III Concilio de Letrán, celebrado en 1179, declaró que “(s)i bien la disciplina
de la Iglesia, contenta con el juicio sacerdotal, no ejecuta castigos cruentos, sin em-
bargo, es ayudada por las constituciones de los príncipes católicos, de suerte que a
menudo buscan los hombres remedio saludable, cuando temen les sobrevenga un su-
plicio corporal” (Denzinger, 1963, Nº 401), por ello, además de la excomunión de los
herejes, se exhortó a que se tomasen las armas contra ellos y se declaró que los que
muriesen en esa guerra recibirían el perdón de sus pecados y la recompensa eterna
(Llorente, 1870, pág. 31).

El sínodo de Verona, realizado en 1184, declaró que a todos los que han tenido la osa-
día de predicar “sin la autoridad de la Sede Apostólica o del obispo del lugar” y “a
todos los que no temen sentir o enseñar de otro modo que como predica y observa la
sacrosanta Iglesia romana... y en general, a cuantos la misma Iglesia romana (...)

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hubiere juzgado por herejes, nosotros ligamos con igual vínculo perpetuo de anate-
ma” (Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 761); decretando que aquellos que fuesen
declarados herejes por los obispos y no se arrepintiesen fuesen entregados a la justi-
cia secular para su castigo (Llorente, 1870, pág. 31 y ss.).

El IV Concilio de Letrán, celebrado en 1215, expresó que todos los que predicaren
“sin recibir la autoridad de la Sede Apostólica o del obispo católico del lugar, sean
ligados con vínculos de excomunión y, si cuanto antes no se arrepintieren, sean cas-
tigados con otra pena competente” (Denzinger, 1963, Nº 434); estableciendo: a) que
los bienes de los herejes legos fueren confiscados y los de los clérigos aplicados a sus
iglesias; b) que los sospechosos de herejía debían destruir la sospecha por medio de
la purgación canónica, de lo contrario debían ser excomulgados y si permaneciesen
un año en la excomunión se les debía tratar como herejes; c) que, si el señor tempo-
ral fuese negligente en la persecución sea excomulgado, y, si no diese satisfacción en
el término de un año, se comunique al Papa para que Su Santidad declare a sus va-
sallos libres de la obligación del juramento de fidelidad y ofrezca sus tierras a la con-
quista de los católicos; c) que los católicos que se cruzasen para exterminar a los he-
rejes gozaran de las mismas indulgencias que si fueren a la Tierra Santa; d) que ca-
da obispo visitaría, por lo menos una vez al año, por sí mismo o por medio de un de-
legado idóneo, la parte de su diócesis notada de tener herejes, donde hará prestar ju-
ramento a hombres de buena reputación que comunicarían la noticia si sabían que ha-
bía herejes o gentes que celebrasen conventículos secretos o que llevasen una vida
singular y diferente de la del común de los fieles; que el obispo castigare canónica-
mente a quienes no puedan justificar su inocencia (Llorente, 1870, pág. 40 y ss.).

Gregorio IX, cuyo papado duró desde 1227 hasta 1241, creó los tribunales de la In-
quisición para combatir a los cátaros; la misión inquisitorial se asignó a las órdenes
mendicantes de los dominicos y de los franciscanos (Avila, 1954, pág. 174 y ss.; La-
bal, 2000, pág. 198 y ss.; Llorente, 1870, pág. 45 y ss.; Romero Carranza, 1975, pág.
375 y ss.).

El inquisidor Bernard Gui caracteriza a los cátaros del siguiente modo: “reconocen...
dos Dioses o dos Señores: un Dios bueno y un Dios malo. Afirman que la creación
de todas las cosas visibles y materiales no es obra de Dios, padre celestial -al que
ellos llaman Dios bueno-, sino obra del diablo y de Satanás, del Dios malo... Distin-
guen pues, dos creadores, Dios y el diablo, y dos creaciones: una de los seres invisi-
bles e inmateriales, la otra de cosas visibles y materiales. En la misma forma imagi-
nan dos iglesias: una buena, que es su secta, afirman ellos; es esta según pretenden,
la Iglesia de Jesucristo; la otra, la mala que es, según dicen, la Iglesia romana, a la

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que llaman impúdicamente madre de las fornicaciones, gran Babilonia, cortesana y ba-
sílica del diablo, sinagoga de Satán. Desprecian y deforman toda la jerarquía, las órde-
nes, la organización y los estatutos, tratan de heréticos y de extraviados a todos aque-
llos que conservan su fe, y enseñan que nadie puede ser salvado en la fe de la Iglesia
romana. (T)odos los sacramentos de la Iglesia romana de Nuestro Señor Jesucristo, la
eucaristía o sacramento del altar, el bautismo de agua material, la confirmación, la ex-
trema unción, la penitencia y el matrimonio entre hombre y mujer, son cada uno, en
particular, declarados por ellos vanos e inútiles. (...) Pretenden que la confesión de los
pecados hecha a los padres de la Iglesia romana no tiene ningún valor para la salud del
alma y que ni el Papa ni nadie, en la Iglesia romana, tiene el poder de absolver, cuales-
quiera sean los pecados. (...) (N)iegan la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo en el
seno de María, siempre virgen y sostienen que no ha tomado un verdadero cuerpo hu-
mano ni una verdadera carne humana como otros hombres en virtud de la naturaleza
humana; que Jesucristo no ha sufrido ni muerto en la cruz, que no ha resucitado de en-
tre los muertos, que no subió al cielo en cuerpo y carne humana, sino que todo eso fue
figurado. Niegan que la bienaventurada Virgen María haya sido la verdadera madre de
Nuestro Señor Jesucristo (...) Niegan, asimismo, la resurrección futura de los cuerpos
humanos...” (Mellor, 1960, pág. 89 y ss.).

III.- Hacia 1400 aparece el estereotipo de la bruja (Sallman, 1993). Bruja era la mu-
jer que no se resignaba a ser esposa y madre sumisa1, como lo requería la estructura
jerárquica patriarcal; cuando el hombre fracasaba en la tarea de domesticación inter-
venía la Inquisición (Zaffaroni, 2005a).

El papa Inocencio VIII, en la bula Summis desiderantes affectibus, del año 14842,
manifiesta su “piadoso y santo deseo” de que la fe “se acrezca y se extienda por to-
das partes” y “que toda perversión herética sea lanzada fuera de las fronteras de los
fieles” y establece que “es lícito” que Enrique Institoris y Jacobo Sprenger ejerzan en

1 Según el Génesis (3,16), Dios expulsó a Adán y a Eva del paraíso terrenal y entre las penas que impuso
a la mujer están las de “buscarás con ardor a tu marido y él te dominará”. El papa Juan Pablo II, en la Carta
apostólica Mulieris dignitatem , del 15/8/88, afirma que “(l)a descripción bíblica del Libro del Génesis
delinea la verdad acerca del pecado del hombre, así como indica igualmente la alteración de aquella orig-
inaria relación entre el hombre y la mujer, que corresponde a la dignidad personal de cada uno de ellos...
Por tanto, cuando leemos en la descripción bíblica las palabras dirigidas a la mujer: ‘Hacia tu marido irá
tu apetencia y él te dominará’(Gn 3,16), descubrimos una ruptura y una constante amenaza precisamente
a esta ‘unidad de los dos’... esta amenaza es más grave para la mujer. En efecto, al ser un don sincero y,
por consiguiente, al vivir ‘para’ el otro aparece el dominio: ‘él te dominará’. Este ‘dominio’ indica la
alteración y la pérdida de la estabilidad de aquella igualdad fundamental” (Denzinger y Hünermann,
2000, Nº 4831).
2 Transcripta en Kraemer & Sprenger, 1976, pág. 599 y ss.

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Germania “el ministerio de la Inquisición” para “la corrección, prisión, y castigo de las
personas inculpadas” de perversión herética. El Papa refiere que ha llegado a sus oídos
que en Germania “muchas personas de ambos sexos... desviándose de la fe católica, se
han entregado a los demonios íncubos y súcubos, y mediante encantamientos, conju-
ros y otras infamias supersticiosas y excesos mágicos, hacen perecer, ahogarse y desa-
parecer la descendencia de las mujeres, los animalitos, las mieses de la tierra, las uvas
de las viñas y los frutos de los árboles. (...) Afligen y torturan a los hombres, mujeres...
y animales... con males y tormentos crueles internos y externos. Impiden fecundar a es-
tos mismos hombres y concebir a estas mismas mujeres, a los esposos y esposas pagar-
se mutuamente el débito matrimonial. Yreniegan de la fe misma que recibieron con el
santo bautismo con una fe sacrílega. No temen cometer ni perpetrar un gran número de
otros crímenes y sacrilegios infames por instigación del enemigo del género humano,
para poner en peligro sus almas, ofender a la divina majestad y dar escándalo y perni-
cioso ejemplo a muchos”. Da “mandato” al obispo de Estrasburgo para que “no permi-
ta a nadie, cualquiera que fuere su autoridad” que obstaculice el obrar de los inquisido-
res y que “para hacer esto que los oponentes, persecutores o contradictores... sean ful-
minados por condenas, censuras y penas de excomunión, suspensión y entredicho u
otras más temibles, de las que será juez y sin que quepa ningún derecho de apelación.
E igualmente que tenga cuidado, en aquellos procesos que presida él, en este campo,
de agravar, tanto como sea necesario, por nuestra suprema autoridad apostólica, las jus-
tas condenas, apelando, si necesario fuere, a la ayuda del brazo secular”.

IV.- Los dominicos Jacobo Sprenger y Enrique Institoris (o Kraemer)3 publicaron en


1487 un libro llamado Malleus maleficarum.

V.- La obra se halla dividida en tres partes. La primera “contiene tres aspectos que coin-
ciden en el maleficio: el demonio, el brujo y la permisión divina”. La segunda “trata de
la forma de inferir maleficios y de luchar felizmente contra ellos”. La tercera “com-
prende veinticinco cuestiones pertinentes a la actuación judicial, tanto en el fuero ecle-
siástico como en el civil contra los brujos y demás mujeres. En ella se muestra de for-
ma elocuente la regla para iniciar el proceso judicial y pronunciar sentencia”.

Los autores piden al lector que “en nombre de Dios, no busque una demostración
cuando le baste una simple probabilidad, concluyendo que es cierto cuanto se dice

3 En las dos primeras ediciones aparece solo Sprenger. Institoris aparece recién en la edición de 1490. Pese
a ello se sostiene que la obra fue redactada por Institoris (Kraemer & Sprenger, 1976, pág. 21 y ss.). El
texto se halla escrito en plural, no sin algunos lapsus: “Si yo quisiera contar...” (pág. 301); “Digo que...”
(pág. 347).

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por relación a la experiencia, ya personal, por visión o audición, o partiendo de rela-


tos dignos de fe” 4.

La sabiduría de los redactores proviene del ejercicio inquisitorial, refieren: “(l)a ex-
periencia nos ha enseñado y ello procede de las confesiones de todas cuantas hemos
hecho quemar” 5.

VI.- Las principales proposiciones 6 del Malleus, son:

1.- La máquina del mundo y todas las criaturas corporales se encuentran regidas por
los ángeles7.

2.- La intención de la naturaleza es que los hombres se encuentren protegidos en su


vida y en sus bienes.

3.- Todo el poder 8 ha sido concedido por Dios a un hombre, a Pedro y a sus suce-
sores9.

4.- Existen los demonios10, quienes nieguen su existencia deben ser combatidos como
herejes. Hereje es quien, en las cosas de la fe, discrepe del sentir de la Santa Iglesia

4 Kraemer & Sprenger, 1976, pág. 201.


5 Kraemer & Sprenger, 1976, pág. 227.
6 Seré fiel a la terminología y a la redacción original. Prescindiré del modo de enjuiciamiento, de las astu-
cias que ha de emplear el juzgador y del método para interrogar bajo tortura, que los predicadores proponen.
7 Los ángeles son creación de Dios (Concilio IV de Letrán de 1215), criaturas personales (encíclica
Humani generis, Pío XII, 12/8/1950) (Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 800 y 3891).
8 El concilio de Trento, celebrado entre 1545 y 1563, declaró que “la jerarquía eclesiástica es como un
ejercito en orden de batalla (...) Si alguno dijere que en la Iglesia Católica no existe una jerarquía, insti-
tuida por ordenación divina... sea anatema” (Denzinger, 1963, Nº 960 y 966).
En el Catecismo se afirma que “(d)espués de Pentecostés, salieron los apóstoles, predicaron el Evangelio
y fundaron comunidades de cristianos. Escogían hombres apropiados, les imponían las manos y los con-
stituían obispos (...) En el cuerpo místico de Cristo... hay jerarcas (superiores) y súbditos (...) Cristo quiere
que la Iglesia sea gobernada siempre por sus jerarcas” (Catecismo Católico, 1964, pág. 91).
9 El papa Bonifacio VIII, en la bula Unam sanctam de 1302, refirió que “existen dos espadas... en poder
de la Iglesia; una debe ser empuñada por la Iglesia; la otra desde la Iglesia; la primera por el clero, la
segunda por la mano de reyes y caballeros, pero según la dirección y condescendencia del clero, porque
es necesario que una espada dependa de la otra y que la autoridad temporal se someta a la espiritual”
(Bobbio, Matteucci y Pasquino, 1994, pág. 1556) y que “someterse al Romano Pontífice, lo declaramos,
lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de salvación para toda humana criatura”
(Denzinger, 1963, Nº 469).
10 Según el Catecismo de la Iglesia Católica, los demonios son criaturas, espíritu puro, ángeles caídos,
cuyo pecado de rechazar radical e irrevocablemente a Dios y su Reino, no puede ser perdonado
(Catecismo de la Iglesia Católica, 2000, Nº 391, 392, 393 y 395).

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Romana. La superstición es la religión observada al margen del modo oficial; supers-


ticioso es también aquel que, fundamentado sobre una tradición humana, usurpa el
nombre de la religión sin el apoyo de una autoridad superior; el origen de las prácticas
supersticiosas se encuentra en la asociación de los hombres y los demonios.

5.- Los demonios son ángeles caídos del cielo 11; no hay dos de la misma especie, al-
gunos son superiores a otros; las acciones más vergonzosas son realizadas por los in-
feriores; no poseen visión ni audición corporal, sino espiritual; la visión espiritual no
se encuentra afectada por la distancia; no tienen ni pulmones ni lengua, por lo que no
pueden hablar; realizan actos de inteligencia y, cuando quieren expresar su pensa-
miento, lo hacen por medio de sonidos que “tienen algo de voz”; sí hablan en los po-
sesos, sirviéndose del cuerpo del poseído; puesto que son espíritu, tienen poder so-
bre toda criatura corporal.

6.- El príncipe de los demonios ha asignado a cada persona un ángel malo.

7.- Los demonios han sido diputados por Dios para probar a los hombres y castigar
a los réprobos. Dios tiene costumbre de infligir los males que merecemos por nues-
tros pecados, utilizando a los demonios como sus verdugos.

8.- Por los pecados, original y actual, los demonios han recibido poder sobre las co-
sas que se encuentran al servicio del hombre; pueden dañarlo en “los bienes exte-
riores de la fortuna” o afectar sus potencias internas o privarlos temporalmente del
uso de la razón, o transformarlos en animales; pueden infligir a las criaturas -excep-
to a los cuerpos celestes- todo género de enfermedades y de defectos (los cuerpos
celestes no pueden ser afectados en razón de que se encuentran por encima de los

11 Los ángeles fueron creados por Dios buenos (carta Super quibusdam del papa Clemente VI del año
1351, en Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 1078); el diablo se hizo malo no por naturaleza, sino por
albedrío (carta Eius exemplo, del papa Inocencio III, del año 1208, en Denzinger, 1963, Nº 427; concilio
IVde Letrán, del año 1215, en Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 800). Dios, que es creador de todo, no
ha hecho nada que no sea bueno; por lo cual incluso el diablo sería bueno, si se mantuviera en aquello en
que fue hecho (carta Quam laudabiliter, del papa León Magno del año 447, en Denzinger y Hünermann,
2000, Nº 286) el diablo fue primero un ángel bueno (sínodo I de Braga, del año 561, en Denzinger y
Hünermann, 2000, Nº 457). El castigo para el diablo fue la condenación eterna (sínodo de Constantinopla,
del año 543, en Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 411; concilio IVde Letrán, del año 1215, en Denzinger
y Hünermann, 2000, Nº 801).
El papa Juan Pablo II en diversas ocasiones (carta apostólica Parati semper (31/3/85); Catequesis sobre los
ángeles (23/7/86, 13/8/86 y 20/8/86, 10/9/86) ha reafirmado la existencia de los ángeles y de los demonios y
ha subrayado el influjo negativo del diablo sobre la humanidad; se ha referido al diablo en las siguientes
encíclicas: Slavorum apostoli, Dominium et vivificantem, Redemptoris missio, Veritatis splendor, Evangelium
vitae, Tertio millennio adveniente. (Berzosa Martínez, 1996, pág. 102; Sayés, 1997, pág. 102 y ss.).

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demonios, se hallan en movimiento gracias a la acción de los ángeles buenos y el bien


común del universo se vería amenazado si se permitiese); no pueden ocupar el alma,
puesto que solo Dios habita en el espíritu; atacan desde el exterior y desde el interior, el
agua bendita ha sido hecha para defendernos del ataque que viene del exterior y, el exor-
cismo contra el que viene del interior; solo pueden herir a los ligados a ellos mediante
pacto, no a los inocentes; pueden introducirse en los cuerpos humanos y efectuar un des-
plazamiento local de las imágenes de un órgano a otro; pueden, por ejemplo, sin gene-
rar dolor de cabeza, “de la memoria ligada a la parte posterior de la cabeza sacar la ima-
gen de un caballo, mover esta imagen hasta el centro de la cabeza, donde se encuentra
la célula de la potencia imaginativa y finalmente hasta el sentido común, cuya sede es
la parte anterior de la cabeza”; tienen poder para realizar cambios en las cosas y hacer-
las parecer distintas a como son (v. gr. provocando que todos, en el interior de una casa,
se desnuden y se pongan a nadar creyendo que se encuentran en el agua).

9.- Por medio de ciertas especies de piedras, de hierbas, de maderas, de animales, de


cantos o de instrumentos musicales se atrae a los demonios.

10.- En el pasado los demonios tenían sexo con las mujeres contra la voluntad de es-
tas; en la actualidad, ellas se someten voluntariamente.

11.- Entre el demonio y la bruja12 existe un pacto expreso, ella se somete total, real
y verdaderamente al demonio.

12.- Los demonios procuran placer sexual a las brujas; si la bruja es estéril, sin efu-
sión de semen; si se encuentra dispuesta a la concepción el demonio puede obtener
fácilmente semen para infectar toda la prole.

13.- Los demonios se hacen íncubos o súcubos. El demonio súcubo realiza el coito
con un hombre, toma el semen, y se hace íncubo con una mujer.

14.- Los demonios prefieren utilizar el semen producto de un acto sexual por tener
mayor fuerza generativa que el emitido durante una polución nocturna.

15.- Los demonios se mueven velocísimamente para que no evapore el calor vital del
semen que han tomado.

12 La primera edición del Malleus tenía en la página del título la siguiente frase: “No creer en la brujería
es la mayor de las herejías” (Cortes y Gatti, 1978, pág. 44).

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16.- Los demonios, bajo ciertas constelaciones, saben guardar vivo el semen para la
concepción de hombres que vivirán inmersos en el mal.

17.- Los hombres nacidos de la unión de una bruja y un demonio -que, en rigor, no
son hijos de demonios sino de los hombres cuyo semen fue tomado- son más pode-
rosos que el resto de los hombres; en razón de que los demonios pueden seleccionar
el semen, la mujer, la constelación más propicia y saben qué complexión dar a los re-
cién nacidos para adaptarlos a sus obras.

18.- Aun en el caso de que la bruja sea casada y preñada por su marido, el demonio
puede infectar al feto por la mezcla de otro semen.

19.- Los demonios íncubos no quieren infectar solo a las mujeres nacidas fruto de
la unión con incubos, sino que intentan con todas sus fuerzas, por medio de brujas,
celestinas y prostitutas, seducir a las jóvenes más devotas.

20.- Los demonios íncubos persiguen con preferencia a las mujeres jóvenes de her-
mosa cabellera.

21.- Los demonios prefieren actuar por medio de las brujas, porque así Dios irritado
en mayor grado, les concede una facultad mayor de castigar y hacer daño a los hom-
bres, pudiendo incluso herir a inocentes (Dios es enormemente celoso y no puede so-
portar la sospecha de adulterio; como un marido celoso del alma que ha comprado,
no puede sufrir que el demonio, adversario de la salvación, la toque de cualquier mo-
do, le hable y se le acerque).

22.- El demonio puede habitar sustancialmente en el hombre, como se ve en los po-


sesos13. Dios permite la posesión: o para que el poseído alcance un mérito mayor o

13 Refiere Foucault que “en la posesión... no hay ningún pacto que se selle en un acto, sino una invasión, una
insidiosa e invencible penetración del diablo en el cuerpo. El vínculo de la poseída con el diablo no es del
orden del contrato; es del orden de la habitación, de la residencia, de la impregnación (...) El cuerpo de la
bruja... es portador de marcas, que son manchas, zonas de insensibilidad y constituyen algo así como firmas
del demonio. Es el método por el cual el demonio puede reconocer a los suyos; a la inversa, es igualmente el
medio por el cual los inquisidores, la gente de Iglesia, los jueces pueden reconocer que se trata de una bruja
(...) El cuerpo de la poseída es totalmente diferente... es el lugar de un teatro. En él, en ese cuerpo, se manifi-
estan las diferentes potestades y sus enfrentamientos (...) La marca o firma de la posesión... [es] la convulsión.
(...) La carne convulsiva es el cuerpo atravesado por el derecho de examen, el cuerpo sometido a la obligación
de la confesión exhaustiva y el cuerpo erizado contra ese derecho y esa obligación. (...) (A) partir de media-
dos del siglo XVII... la Iglesia introdujo una serie de mecanismos que llamaré los grandes anticonvulsivos”.
Los anticonvulsivos son tres: la modulación estilística de la confesión y de la dirección de conciencia; la ///

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por una pequeña falta de otro o por un pequeño pecado venial personal (una monja
fue poseída por comer una lechuga sin haber hecho primero la señal de la cruz) o por
un pecado grave de otro o por un grave crimen personal. El cuerpo asumido por el
demonio es aéreo con alguna propiedad de la tierra por condensación (el aire no pue-
de tomar una forma definida por sí mismo, necesita la adición de alguna forma te-
rrestre que lo solidifique, por ello, para darle forma al aire, realizan la condensación
por medio de vapores pesados que se elevan de la tierra).

23.- Hay cuatro especies de males: ministeriales (causados por ángeles buenos), da-
ñosos (causados por demonios), maléficos (causados por el demonio por medio de
brujas) y naturales (causados por los cuerpos celestes y los inferiores); constituye
verdad católica que en los maléficos debe siempre colaborar la bruja con el demonio.

24.- Quienes, en público, nieguen la realidad del maleficio14 deben ser combatidos
como herejes.

25.- El maleficio es causado por el demonio y la bruja, con la permisión divina15.

26.- Los demonios discurren por el mundo y, cuando por encantamiento del hechicero
intentan por medio de ellos realizar algo, recogen diversos géneros de semen y combi-
nándolos pueden imitar diversas formas.

27.- En todas aquellas cosas en las que el demonio puede hacer daño sin las brujas,
puede hacerlo también con la bruja, e incluso más fácilmente, porque Dios ofendido
más gravemente nos castiga también con mayor gravedad.

28.- Dios permite, sin quererlo, que el mal exista, para lograr la perfección del univer-
so. Dios no quiere el mal, no quiere que exista; pero tampoco quiere que no exista16.

/// transferencia del convulsivo al poder médico y los sistemas disciplinarios y educativos. Ejemplifica el
tercero con el relato de Olier, quien decidió fundar el seminario de Saint-Sulpice; no sabía construir el edi-
ficio, va a Notre-Dame y pide a la Virgen que le diga cómo hacerlo: la Virgen se le aparece con el plano
en la mano, el rasgo más importante es que no hay dormitorios comunes, sino habitaciones separadas
(Foucault, 2000, pág. 193 y ss).
14 La Iglesia Católica afirma que Satán causa “graves daños -de naturaleza espiritual e indirectamente inclu-
so de naturaleza física- en cada hombre y en la sociedad” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2000, 395).
15 La Iglesia Católica sostiene que “(e)l que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero
nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”(Catecismo de la
Iglesia Católica, 2000, pág. 395).
16 El papa León XIII, en la encíclica Libertas praestantissimum, del año 1888, dijo que Dios permite “la
existencia de algunos males en el mundo, en parte para que no se impidan mayores bienes y en parte para///

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29.- Puesto que Dios puede sacar de los males particulares varios bienes, no tiene nece-
sidad de impedir todos los males, si quiere que no falten numerosos bienes al universo.

30.- Dios también permite la existencia del mal porque las cosas buenas son más
apreciables, más admirables y más dignas de alabanza, cuando se las compara con
las cosas malas.

31.- Dios permite los maleficios vinculados preferentemente con la “potencia geni-
tal” a causa de su mayor corrupción; a veces como castigo.

32.- Para el bien del universo, Dios permite la acción de los demonios, refrenándola,
mediante la presencia de los ángeles buenos, con el fin de que no hagan tanto daño
como querrían.

33.- Los demonios están autorizados en mayor medida a hacer daño a los pecadores
que a los justos.

34.- Toda cosa que nos ocurre con la permisión de Dios se encuentra dirigida a nues-
tro bien. Para que los que abandonan el mundo sean dirigidos en un caso hacia las
purificaciones del otro mundo o condenados a los castigos más rigurosos, ocurre, que
algunos son entregados aquí abajo a Satán, para que muera la carne y se salve el es-
píritu para el día de nuestro Señor Jesucristo.

35.- La brujería no la practican más que los criminales.

36.- Las brujas y los demás criminales pecan haciendo el mal que lo es bajo dos as-
pectos, en sí y por prohibición.

37.- Las brujas se hallan entre las mujeres pobres porque los demonios desean mostrar
su desprecio hacia el creador comprando a las brujas al más bajo precio posible.

38.- Las brujas se encuentran camino de devastar la cristiandad entera; las confesio-
nes efectuadas bajo tormentos nos han dado una tal certeza de los crímenes perpetra-
dos que no podemos, sin riesgo de nuestra propia salvación, cesar en nuestra activi-
dad inquisitorial contra ellas.

/// que no se sigan mayores males (...) ni quiere que se haga el mal ni quiere que no se haga; lo que quiere
es permitir que se haga, y esto es bueno” (Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 3251).

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39.- Los crímenes de las brujas sobrepasan al resto de los males que Dios ha permi-
tido: reniegan del crucificado, se entregan a las mayores inmundicias de la carne con
los demonios y participan en orgías.

40.- Los crímenes de las brujas son gravísimos: continúan pecando mientras que tan-
tas penas han sido ya infligidas a otras y que la Iglesia les anuncia que ellas mismas
las recibirán.

41.- Todas las acciones de las brujas, aunque en sí sean buenas, deben ser considera-
das malas.

42.- Los hombres son embrujados con preferencia.

43.- Las brujas, cuando comulgan, observan la costumbre de recibir el Cuerpo del
Señor bajo la lengua, para rechazar el remedio de su reniego de la fe y utilizar la os-
tia para algún maleficio; por ello se recomienda a quienes comulgan a los fieles que,
a las mujeres, hagan abrir bien la boca, estirar la lengua, apartando bien el velo; cuan-
to mayor celo se ponga en ello será también mayor el número de brujas descubiertas
por este método.

44.- La multiplicación de las brujas se lleva a cabo, principalmente, por las ofrendas
sacrílegas de niños y por los demonios íncubos y súcubos.

45.- Las brujas pueden realizar prodigios.

46.- Las brujas son capaces de: producir tempestades; herir a los hombres en todo,
sin excepción (pueden causar heridas pinchando una imagen o una estatuilla que re-
presente a la persona que quieren embrujar); provocar esterilidad de hombres y ani-
males; provocar enfermedades (algunas han generado lepra mediante un “viento cá-
lido” o por un “soplo en la cara”); devorar niños bautizados; ofrecer niños no bauti-
zados a los demonios o matarlos de otra manera (los cuerpos de los niños que matan
los ponen a cocer en una caldera hasta que toda la carne se desprende de los huesos;
con el elemento más sólido hacen un ungüento y con el líquido una bebida); enloque-
cer a los caballos; trasladarse, en cuerpo o en espíritu, por el aire de un lugar a otro
(frotan, con el ungüento referido, una silla o un trozo de madera y se transportan por
los aires); cambiar -por medio de la mirada y un destello de ojos- el ánimo de los jue-
ces para que no puedan hacerles daño, por ello resulta conveniente que la bruja sea
llevada ante el juez, de espaldas; en las torturas, dotarse a sí mismas y a otras del don
de la taciturnidad (algunas lo consiguen cociendo en el horno un niño varón y

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primogénito); revelar acontecimientos futuros y cosas ocultas (si desea saber lo que
sucede en otro lugar, se acuesta sobre el lado izquierdo y de su boca sale un vapor
glauco, a través del cual ve todo cuanto ocurre); cambiar los corazones de los hom-
bres hacia un amor o un odio desordenado (suscitan enemistades poniendo la piel y
la cabeza de una serpiente bajo el umbral de la casa); destruir por un rayo lo que de-
seen; desencadenar mortandades mediante pestes; provocar abortos y causar la muer-
te de niños en el seno materno con solo un tocamiento exterior; embrujar a hombres
y animales mediante una simple mirada; transformar a los humanos en animales.

47.- La “potencia generatriz” puede ser afectada por las brujas de los siguientes modos:
impedir que los cuerpos se aproximen; “enfriar el deseo”; impresionar la imaginación
del hombre y volver repugnante a la mujer; impedir la erección y obstruir las “vías del
semen”; hay también maleficios para no concebir y para abortar. Producen la impoten-
cia (temporal o perpetua) y la incapacidad de concebir mediante el empleo de hierbas,
serpientes y testículos de gallo. Las parteras son las que causan mayores perjuicios a la
fe; no hay aldea, por pequeña que sea, donde no haya una partera bruja.

48.- El acto venéreo fuera del matrimonio es pecado mortal y, por tanto, susceptible
de ser embrujado.

49.- El único maleficio que puede darse en un hombre que viva “en gracia y justicia” es el
que impide -en un acto conyugal- la erección del pene17; el resto afecta solo a pecadores.

50.- El maleficio entre personas casadas es señal de que, cuando menos, uno de los
cónyuges se encuentra fuera de la caridad. Entre las personas casadas, son numero-
sos los pecados de incontinencia (es adúltero respecto de su propia mujer aquel que
la ama demasiado), inmundicias por la que se difunde el primer pecado y por la que
se ven privadas del auxilio divino y a merced de maleficios.

51.- Los demonios, por medio de las brujas, roban niños y ponen en su lugar a otros
(v. gr. hijos de demonios íncubos) pesados, deformes, que no crecen y no pueden ser
saciados por cantidad de leche alguna. Dios lo permite por dos razones: porque hay
padres que quieren demasiado a sus hijos y porque a las mujeres que ocurren estas
cosas son frecuentemente supersticiosas y seducidas por los demonios.

17 Los autores dicen que, en caso de impotencia, el modo para saber si se trata de un maleficio es: “cuan-
do la verga no se mueve de ninguna manera y nunca puede conocer, esto es signo de frigidez. Cuando, por
el contrario, de vez en cuando se pone en movimiento y en erección, pero no puede llegar hasta el final,
entonces es signo de maleficio”.

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52.- Las brujas privan de leche a las vacas del siguiente modo: en los días santos, por in-
dicación del diablo y para ofender mas a Dios, van a sentarse en un rincón de su casa
con un cubo entre las piernas; clavan un cuchillo en la pared o sobre un poste y ponen
la mano como si fuesen a ordeñar, invocan a su demonio familiar y le proponen ordeñar
a tal vaca; el demonio arrebata la leche en un momento de las tetas de la vaca y la trans-
porta al lugar donde se encuentra la bruja, como si fluyese del instrumento en el cubo.

53.- La desaparición del pene como obra de las brujas es una ilusión engañosa: resulta
hurtado a los sentidos de la vista y el tacto18. Las personas a quienes ocurren estas co-
sas son, en su mayoría, adúlteros o fornicadores; cuando no sirven a sus amantes, ellas
-para vengarse- les causan estas cosas. Los hombres pueden ser ilusionados activa o pa-
sivamente, es decir, tener perdido el miembro ante los ojos de otros o ver a los demás
con el miembro amputado; quienes viven en estado de gracia son mucho menos ilusio-
nables. El demonio sí podría quitar el pene por sí mismo, no sin causar dolor.

54.- La mayoría de quienes practican la brujería son mujeres, ello se debe a que -forma-
das defectuosamente de una costilla curva de Adán19- son inferiores a los hombres. A

18 No obstante, dicen que hay brujos que “coleccionan miembros viriles en gran número (veinte o trein-
ta) y van a colocarlos en los nidos de los pájaros o los encierran en cajas donde continúan moviéndose
como miembros vivos, comiendo avena o alguna otra cosa, tal y como algunos lo han visto y la opinión
común relata. Conviene decir que todas estas cosas parten de la acción y de las ilusiones del diablo: los
sentidos de los testigos se han visto engañados de la forma en que se ha visto. Un hombre relata que había
perdido su miembro y que para recuperarlo había recurrido a una bruja. Esta mandó al enfermo a trepar a
un árbol y le concedió que cogiera el miembro que quisiera de entre los varios que allí había. Cuando el
hombre intentaba tomar uno grande, la bruja le dijo: ‘No cojas ése, porque pertenece a uno de los curas’.”.
19 En rigor, se trata de uno de los dos relatos que cabe hallar en el Génesis (véase: Gn 1,26-30; 2,18-25;
5,1-2).
Un modo de armonizar los relatos es seguir algunas leyendas conforme a las cuales la primera mujer fue
Lilith -creada de la tierra como Adán y conjuntamente-, quien permaneció junto a él un corto tiempo y
luego lo abandonó por haber insistido en gozar de completa igualdad; Adán se quejó a Dios, los ángeles
la encontraron en el Mar Rojo y Lilith rehusó volver junto a su esposo y quedó viviendo como un demo-
nio que injuriaba a los recién nacidos; entonces Dios creó a Eva. Otro modo de armonización es soste-
niendo que el primer humano fue andrógino (Reik, 1962).
En El Banquete de Platón se habla de un tercer género: “nuestra primitiva naturaleza no era la misma que
ahora, sino diferente. En primer lugar, eran tres los géneros de los hombres, no dos, como ahora, mas-
culino y femenino, sino que había también un tercero que participaba de estos dos, cuyo nombre perdura
hoy en día, aunque como género ha desaparecido. Era, en efecto, entonces el andrógino una sola cosa,
como forma y como nombre, partícipe de ambos sexos, masculino y femenino” (Platón, 1981, pág. 575).
El papa Pelagio I, en la carta Humani generis, del año 561, afirma que Adán fue creado de la tierra y Eva
de la costilla del varón (Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 443).
El II Concilio de Milevi del año 416; el XVI Concilio de Cartago del año 418; el papa Pelagio I, en la carta
Humani generis del año 557; el papa Pío II, en la carta Cum sicut del año 1459; la Comisión Bíblica, en
el año 1909; el papa Pío XII, en la encíclica Humani generis del año 1950 afirman que Adán fue el primer
hombre (Denzinger, 1963, Nº 101, 228a, 717c, 2123, 2328).///

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las mujeres les falta inteligencia; son casi como niños por la ligereza de su pensamien-
to; tienen pasiones desordenadas; son débiles en las fuerzas del cuerpo y del alma; son
más carnales que el varón, como se demuestra por sus múltiples torpezas carnales; po-
seen el defecto de no querer ser gobernadas por el hombre; tienen la “boca de la vulva”
insaciable, de ahí que muchas se entreguen a los demonios para satisfacer sus pasiones;
poseen un alma mucho más frágil e impresionable que la de los hombres, hay algunas
que se creen fecundadas por los íncubos y sus vientres engordan de una forma desme-
surada y, cuando llega el momento del parto, adelgazan por la simple expulsión de ga-
ses en gran cantidad20. Aunque fue el diablo quien condujo a Eva al pecado, fue Eva

/// El Concilio Vaticano II dice que “Dios no creó al hombre solo: en efecto, desde el principio los creó
hombre y mujer” (Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 4313).
El Catecismo afirma “(c)reados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro.
La palabra de Dios nos lo hace entender mediante diversos acentos del texto sagrado. ‘No es bueno que
el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada’(Gn 2,18). Ninguno de los animales es ‘ayuda ade-
cuada’para el hombre. La mujer que Dios ‘forma’de la costilla del hombre y presenta a éste, despierta en
él un grito de admiración, una exclamación de amor y de comunión: ‘Esta vez sí que es hueso de mis hue-
sos y carne de mi carne’ (Gn 2,23). El hombre descubre en la mujer como un otro ‘yo’, de la misma
humanidad” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2000, Nº 371).
20 Duby sostiene que los hombres de Iglesia temen a las mujeres, tienen miedo de su sexo, ellas incitan al
hombre a gozar. En el umbral del segundo milenio se produjo en Europa un acontecimiento de considerable
importancia: la Iglesia decidió situar la sexualidad bajo su estricto control; a los servidores de Dios les pro-
hibió utilizar su sexo, a los otros se lo permitió en las condiciones draconianas que ella decretaba y, a las
mujeres, el peligro, decidió someterlas. Entre 1007 y 1012, el obispo Burchard de Worms compiló y compu-
so varias prescripciones, el Decretum; en él hay un interrogatorio para la mujer: “¿Has hecho lo que algunas
mujeres acostumbran hacer, has fabricado alguna máquina de la talla que te conviene, la amarraste en el
emplazamiento de tu sexo o de aquel de una compañera y has fornicado con otras malas mujeres u otras con-
tigo, con ese u otro instrumento?” ¿lo utilizaste para “fornicar contigo misma?, ¿Has hecho como esas mujeres
que “para apagar el deseo que las atormenta, se juntan como si pudieran unirse?”; “¿Has fornicado con tu
hijo?”; “¿Te has ofrecido a un animal?, ¿lo has provocado al coito por medio de algún artificio?”; “¿Has
probado el semen de tu hombre para que se consuma de amor por tí?”; “¿Has mezclado en lo que bebe o come,
diabólicos afrodisíacos (pan amasado sobre tus nalgas o sangre de tus menstruos o cenizas de un testículo
tostado)?; ¿Has hecho lo que algunas mujeres tienen la costumbre de hacer cuando han fornicado y quieren
matar a su camada? Para expulsar el feto de la matriz lo hacen mediante maleficios o por medio de las hier-
bas. Matan de esta manera y expulsan el feto o, si todavía no han concebido, hacen lo necesario para no con-
cebir”; “¿Has hecho lo que algunas mujeres adulteras que apenas descubren que su amante tomará mujer legí-
tima apagan el deseo del hombre con un arte maléfico para que sea impotente frente a su esposa y no pueda
unirse a ella?”. Entre 1174 y 1178, el obispo Etienne de Fougeres escribió Livre des manieres, en él sostiene
que la mujer es portadora del mal; que en la naturaleza femenina hay tres vicios mayores: oponerse a las inten-
ciones divinas (fabrican cosméticos, abortivos y venenos para el marido, embrujan a los hombres); no sopor-
tan la tutela del varón al que fueron entregadas y la lujuria (débiles como son les cuesta dominar el deseo). En
Ars predicandi de Alain de Lille, se afirma que para que el matrimonio sea espiritual, es decir, verdadero con-
viene que “la carne y el espíritu estén acoplados según la razón”, que “la carne, la mujer, obedezca al espíritu,
que el espíritu, el hombre, dirija, gobierne a la carne tal como debe hacerlo con una esposa”. En los sermones
de Jacques de Vitry, publicados en 1226, se afirma que Dios creó a la mujer para evitar que Adán cayera en la
sodomía o en la bestialidad; que el adulterio de la esposa es, además, un robo: el cuerpo de la mujer pertenece
a su marido; que las mujeres son frágiles, lubricas, inestables, difíciles, indóciles y pendencieras; la obligación
primordial de la mujer es obedecer en todo al marido; “entre Dios y Adán, en el Paraíso, solo había una mujer.
La que nunca cejo hasta dividirlos”. (DUBY, 1998).

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quien sedujo a Adán; el pecado de Eva no nos hubiese conducido a la muerte del al-
ma y del cuerpo, si no hubiese seguido la falta de Adán, a la cual le arrastró Eva y no
el diablo. “Fémina” proviene de “fe” y de “minus”, porque las mujeres han tenido
siempre menos fe21.

55.- No debe otorgarse demasiada confianza a las mujeres, sino solo a aquellas a
quienes la experiencia ha hecho creíbles: por ejemplo a aquellas cuyas manifestacio-
nes a este respecto han sido verificadas bien por aquellos que han dormido con ellas
en su propia cama o de alguna otra manera.

56.- El amor loco por una persona puede provenir de: la imprudencia de la vista, de
la tentación del demonio o de un maleficio. Hay maleficio cuando: alguien abando-
na a su bella esposa para unirse a una mujer fea; alguien se encuentra “inflamado por
el amor de concupiscencia carnal, hasta el punto de no poder resistir, ni por la ver-
güenza, ni las palabras, ni los golpes”. Quien quiera amar con loco amor perderá es-
ta vida, no encontrará la otra y será enviado a los suplicios eternos.

57.- Cuando los animales mueren en masa como consecuencia de un maleficio es re-
comendable sacar el umbral del establo y colocar uno nuevo previamente rociado con
agua bendita.

58.- Cuando una vaca ha sido embrujada y se quiere saber quién lo hizo, se la lleva
a pastar con unas calzas de hombre, se la golpea con un palo y ella corre directamen-
te a la casa de la bruja y empuja la puerta mugiendo. Es el diablo quien hace esto.

59.- Contra los pedriscos y tormentas, es eficaz la señal de la cruz en medio del campo o
arrojar al fuego tres granizos de una tormenta con la invocación de la Santísima Trinidad,
la salutación dominical con la salutación angélica dos o tres veces, el comienzo del Evan-
gelio según san Juan tres veces y repetir tres veces que por las palabras del Evangelio hu-
ya la tempestad; si esta ha sido causada por maleficio, cesará inmediatamente.

60.- Los diversos remedios (palabras y gestos) son aplicables para todas las enferme-
dades, por ejemplo epilepsia y lepra, siempre que sean provocadas.

61.- La dificultad de curar es mayor en los embrujados que en los posesos ya que pa-
ra ser poseído no se requiere haber cometido un delito personal.

21 Se trata de una falsa etimología (Zaffaroni, 2000, p. 24), en rigor, “proviene de la raíz sánscrita dhe(i),
amamantar” (Zaffaroni, Alagia y Slokar, 2000, pág. 259).

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62.- Los posesos pueden ser aliviados por una melodía o por alguna cosa material
que tenga cierta virtud natural (v. gr. el corazón y el hígado de un pez quemados fren-
te a la víctima).

63.- La inteligencia humana se encuentra iluminada por el ángel bueno, pero puede
verse oscurecida por un ángel malo.

64.- Nadie puede ser tentado por los demonios sin el permiso de Dios.

65.- Los que se entregan a la pasión se encuentran sometidos al poder del demonio.

66.- Todo cuanto sufrimos lo merecemos por nuestros pecados.

67.- El exorcista es quien tiene el poder para liberar de las enfermedades maléficas22. No
es a la enfermedad, sino al hombre enfermo, a quien hay que exorcizar. El exorcista no
debe utilizar “nada supersticioso ni sospechoso”. Puede emplear hierbas o piedras ben-
ditas; también, hierba demonífuga o determinadas especies de piedras, a condición de
no creer que estas cosas expulsan a los demonios por su naturaleza misma.

68.- Hay varias causas por las cuales la gracia de la salud no es recuperada por exor-
cismo, ellas son: o la debilidad de la fe de los que le asisten, o los pecados que man-
tiene el maleficio, o la negligencia en el empleo de remedios fáciles, o un vicio en la
fe del exorcista, o para revelar las virtudes de algún otro exorcista o para purificación
y mayor mérito de los que sufren el maleficio. En caso de que esto suceda, hay que
exhortar a los embrujados a la paciencia y a la calma para soportar los males de la
vida presente a fin de que se purifiquen de sus crímenes y no busquen por cualquier
medio remedios supersticiosos y vanos.

69.- Las brujas, en sus confesiones, dicen no poder alcanzar a todos, sino únicamen-
te a aquellos que por medio de información diabólica saben que se encuentran priva-
dos del auxilio divino.

70.- Hay personas que son inmunes al poder de las brujas: los inquisidores y los demás
jueces; los que les dan caza desde un puesto público oficial; los que siguen los ritos con-
servados y venerados por la Iglesia; los que son bendecidos por los santos ángeles.

22 El método para exorcizar a un embrujado es hacer: que se confiese, que sostenga un cirio encendido,
que reciba la comunión y luego, para finalizar, ha de ser atado desnudo al cirio pascual bendecido, de una
longitud igual a la del cuerpo de Cristo o del árbol de la cruz, mientras se ora.

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71.- El inquisidor es un médico-juez prudente que se esfuerza por amputar los miem-
bros podridos y eliminar a las ovejas descarriadas.

72.- Dios castiga con la doble pena espiritual y temporal. La pena espiritual no se en-
cuentra nunca sin falta personal; es triple: la privación de la gracia, la privación de la
gloria y la de sentido (tortura del fuego en el infierno) 23. La pena temporal puede ser
impuesta por una falta personal, o por la culpa de otro, o sin falta personal y sin fal-
ta de otro. Dios castiga sin falta personal y sin falta de otro para: glorificación de
Dios o para aumentar el mérito de quien lo padece o para ser preservado del castigo
por la humillación; hay para ello una razón justísima por más que pueda sernos des-
conocida: si ante una acción concreta no podemos penetrar los juicios de Dios, sabe-
mos empero que cuanto dice es cierto y cuanto hace justo.

73.- El crimen de las brujas es eclesiástico y, a causa de los males que genera, debe
ser considerado también civil.

23 El sínodo IV de Toledo, reunido en 633, afirmó que unos recibirán “la vida eterna por los méritos de
la justicia, y otros la condena del suplicio eterno a causa de los pecados” (Denzinger y Hünermann, 2000,
Nº 485).
El sínodo XVI de Toledo, realizado en 693, luego de afirmar que la santa Iglesia católica “descuella por
sus excelencias y brilla por sus virtudes”, sostuvo que “cualquiera que no pertenezca a ella... será castiga-
do con condenación eterna, y al fin de los siglos será abrasado con el diablo y sus compañeros en las
hogueras rugientes” (Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 575); adviértase la ese en “abrasado”.
El papa Adriano I, en la carta Institutio universalis, del año 795, afirmó que Dios preparó a los malos “jus-
tos y eternos suplicios“(Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 596).
El papa Inocencio III, en la carta Maiores Ecclesiae causas, del año 1201, dijo que “(l)a pena del pecado
original es la carencia de la visión de Dios; la pena del pecado actual es el tormento del infierno eterno”
(Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 780).
El papa Inocencio IV, en la carta Sub catholicae professione, del año 1254, afirmó que “si alguno muere
en pecado mortal sin penitencia, sin género de duda es perpetuamente atormentado por los ardores del
infierno eterno. Las almas, empero, de los niños pequeños después del bautismo y también las de los adul-
tos que mueren en caridad y no están retenidas ni por el pecado ni por satisfacción alguna del mismo, vue-
lan sin demora a la patria sempiterna” (Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 839).
El papa Juan XXII, en la carta Nequaquam sine dolore, del año 1321, dijo que “(l)as almas de aquellos
que mueren en pecado mortal o solo con el pecado original, bajan inmediatamente al infierno” para ser
castigados (Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 926).
El papa Benedicto XII, en la constitución Benedictus Deus, del año 1336, dijo que “las almas de los que
salen del mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al infierno donde
son atormentados con penas infernales” (Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 1002).
El papa Clemente VI, en la carta Super quibusdam , del año 1351, afirmó que “(l)as almas de los que
mueren en pecado mortal bajan al infierno” (Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 1075).
El Concilio de Florencia, celebrado en 1445, declaró que “las almas de aquellos que mueren en pecado
mortal actual o con solo el original, bajan inmediatamente al infierno, para ser castigadas” (Denzinger y
Hünermann, 2000, Nº 1306).
La Congregación para la Doctrina de la Fe, en la carta Recentiores episcoporum synodi, del año 1979, afir-
mó que “(l)a Iglesia... cree en el castigo eterno que espera al pecador, que será privado de la visión de
Dios, y en la repercusión de esta pena en todo su ser” (Denzinger y Hünermann, 2000, Nº 4657).

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74.- La Iglesia se encuentra obligada por el precepto de la ley divina que le ha orde-
nado no dejar con vida a las brujas.

75.- El único remedio contra las brujas es que los jueces las supriman o las castiguen24
como ejemplo para el porvenir; deben ser exterminadas por el brazo secular25.

76.- Las brujas deben ser castigadas aunque luego del pacto con el diablo pierden su
libertad, al diablo se entregaron libremente.

77.- Las hijas de las brujas han de ser sospechosas de imitadoras de los crímenes ma-
ternos, toda la generación se encuentra infectada.

78.- Los demonios no pueden difamar a las mujeres honradas haciéndolas pasar por
brujas; no se ha encontrado nunca a un inocente condenado a muerte y no hay duda
de que en el porvenir no permitirá Dios que tal ocurra; por lo demás, el ángel de la
guarda personal impide la acusación del inocente.

79.- Los castigos corporales no siguen siempre a la culpa, sino que recaen tanto so-
bre los pecadores como sobre los no pecadores. Esta es la razón por la que unas ve-
ces en los que están en gracia y otras en los que están fuera de ella habitan los demo-
nios, según la profundidad de los designios y juicios incomprensibles de Dios. Los
hijos son castigados con frecuencia a causa de sus padres.

80.- Los demonios conocen los sitios donde los crímenes permanecen impunes, en
los que Dios es ofendido más y su número aumenta.

24 Foucault refiere que “el debate planteado entre la conciencia médica y determinadas formas de
desviación religiosa”, no era en relación con la cuestión del castigo. Molitor disculpa a las brujas de
cualquier acción real, pero considera que deben ser condenadas a la pena capital “puesto que por su apos-
tasía y su corrupción estas mujeres renegaron completamente de Dios y se entregaron al Diablo” (Des sor -
cieres et devineresses, año 1489). Weyer se indigna porque, a causa de una tempestad, se detuvo a varias
mujeres, pero considera que deben condenarse a los magos que pactan con el diablo “con toda concien-
cia, voluntad y ciencia” (Des illusionis et impostures des diables, año 1579). Erastus sostiene que las bru-
jas son incapaces de realizar las maravillas que comúnmente se piensa que pueden hacer, pero pide para
ellas la pena capital “por su apostasía y rebeldía negándose a obedecer a Dios, así como por la alianza que
han contraído con el diablo” (Dialogues touchant le pouvoir des sorcieres, año 1579). Como puede adver-
tirse, el problema de la indulgencia era algo secundario. (Foucault, 1992, pág. 13 y ss).
25 El Concilio de Costanza, en la sesión del 6/7/1415, declaró que uno de los errores de Juan Hus fue
sostener que entregar una persona al brazo secular es actuar como “los pontífices, escribas y fariseos,
quienes al no quererlos Cristo obedecer en todo, lo entregaron al juicio secular, diciendo: A nosotros no
nos es lícito matar a nadie; y los tales son más graves homicidas que Pilatos” (Denzinger, 1963, Nº 640).

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81.- La impunidad se debe a la actitud de hombres afeminados que no tienen ningún


celo de la fe.

82.- El juicio más severo será para aquellos que gobiernan y que dejan a estas perso-
nas vivir para insulto de Dios.

83.- Los pastores y prelados que no se opongan con todas sus fuerzas a la brujería y
a sus defensores deben ser juzgados y sancionados como herejes.

84.- Se debe hacer conocer al pueblo los actos de las brujas a fin de hacer odiar el
crimen y para que los jueces sean más ardientes en la venganza del crimen de los
renegados de la fe.

85.- Los discursos públicos que niegan las transmutaciones operadas por el poder del
demonio generan un enorme detrimento para la fe e implican una confirmación de
las brujas, que se congratulan con tales discursos.

VI.- El inquisidor era policía, juez, médico, metereólogo, agrónomo, que jugaba a
teólogo y filósofo; era el operador “de una gran agencia punitiva, que decidía la vi-
da y la muerte de las personas” (Zaffaroni, 2005, pág. 20). De ahí que no deban sor-
prender las siguientes afirmaciones de los autores: ante la presencia del asesino ma-
nan sangre las heridas del muerto; quien pasa al lado del cadáver de un hombre ase-
sinado, aunque no sepa tal cosa, se ve asaltado por el miedo, su espíritu recibe la in-
fección por el aire y la comunica a su alma; los espejos nuevos se mancillan si se mi-
ra en ellos una mujer que esté menstruando; la imaginación actúa sobre los ojos por
estar tan próximos por la raíz al órgano de la imaginación; el lobo quita la palabra si
mira él primero; los ojos enfermos infectan el aire que los rodea, la infección va en
línea recta hacia los ojos del espectador; la mirada de un animal es buena para los
atacados de ictericia; los ojos, convertidos en agente nocivo, hacen malo a otro ele-
mento vecino y este a otro y así sucesivamente hasta llegar al aire que rodea los ojos
del niño a quien se mira, quien no podrá digerir el alimento ni fortalecerse ni crecer;
en los hombres, la sed de lujuria se encuentra en los riñones de donde desciende el
semen; en las mujeres, en el ombligo; el cerebro es la parte más húmeda del cuerpo
y la más sensible a la acción de la luna; un olivo plantado por una prostituta no da
frutos; el alma reside en el centro del corazón; el gato es animal pérfido, el perro es
el signo de los predicadores de la Escritura, esta es la razón por la que perro y gato dis-
putan constantemente; Dios, para nuestra confusión, ha hecho obras de poder en la mu-
jer; la enfermedad corporal proviene con frecuencia del pecado; las campanas de las
iglesias se tocan contra las nubes para que, como trompetas consagradas a Dios,

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pongan en fuga a los demonios y las despojen de maleficios; las potencias aéreas pue-
den ser ahuyentadas por el poder de las llaves asegurado a Pedro y a sus sucesores; un
modo eficaz para saber si la bruja se encuentra afectada por el maleficio de taciturni-
dad es que el juez la conmine a llorar: las brujas son incapaces de derramar una lágri-
ma porque el llanto es una gracia concedida a los penitentes; los jueces y sus auxilia-
res deben llevar siempre hierbas benditas y sal exorcizada el Domingo de Ramos; de-
ben cuidarse de que las brujas no les toquen, sobre todo, en la coyuntura de la mano y
el brazo; deben afeitar todo el cuerpo de las brujas para que no puedan ocultar instru-
mentos que les sirven en el maleficio de taciturnidad, si se considera deshonesto afei-
tar los lugares próximos a las partes secretas: debe dejarse caer una gota de cera ben-
dita en un vaso con agua bendita y mediante la invocación de la Santísima Trinidad dár-
sela a beber a la acusada por tres veces estando en ayunas, con ello se quita el malefi-
cio de taciturnidad; conviene que el juez lleve junto a su cuerpo desnudo un cirio de la
longitud de Jesucristo; la manía resulta la mayor disposición a la demencia y, por con-
siguiente, también a la posesión demoníaca; algunos hombres llamados “lunáticos” se
ven atacados por los demonios en ciertos tiempos, lo que no ocurriría si los demonios
no se encontrasen inquietos en el infierno debido a ciertas lunaciones; los acusados po-
bres son más peligrosos que los acusados ricos porque no tienen para perder más que
su piel; el mundo se consumirá cuando se alcance el numero de los elegidos, por ello,
los demonios, mediante las parteras, evitan los nacimientos para retardar el juicio final
tras el cual serán lanzados a los tormentos eternos; los demonios son ahuyentados por
los ángeles cuando los magistrados ejercen la justicia.

VII.- El Malleus es la “obra teórica fundacional del discurso legitimante del poder pu-
nitivo” (Zaffaroni, Alagia y Slokar, 2000), el “libro fundacional de las modernas cien-
cias penales” (Zaffaroni, 2000); “no se le reconoce este carácter solo porque no es una
buena partida de nacimiento” (Zaffaroni, 2000), “(n)ingún grupo profesional quiere re-
conocer los aspectos oscuros de su actividad ni el origen genocida de la misma. El sa-
ber jurídico-penal moderno -que reivindica como propia la legitimación de un poder al
que atribuye los fines más excelsos- no puede mostrar como obra fundacional un traba-
jo que postula y legitima las crueldades y que las racionaliza argumentando en base a
disparates finísimamente vinculados” (Zaffaroni, Alagia y Slokar, 2000).

VIII.- La característica común de los autoritarismos es la invocación de una emer-


gencia, se absolutiza un mal justificando una necesidad insoslayable de neutralizar-
lo y, para ello, sus operadores requieren que se retire todo obstáculo a su misión sal-
vadora de la humanidad (Zaffaroni, 2005b).

En el Malleus aparece por vez primera la estructura discursiva legitimante del poder
punitivo fundado en las emergencias (Zaffaroni, 2005b): se identifica algo dañoso

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que produzca miedo; se refuerzan los miedos y los prejuicios a su respecto; se mag-
nifica el peligro generando pánico social; se imputa el peligro a grupos vulnerables
considerados siempre como inferiores; se desautoriza y estigmatiza a quienes niegan
sus exageraciones o invenciones; se presenta al poder punitivo como la única solu-
ción; se descalifica a quienes niegan que el poder punitivo pueda resolver el proble-
ma; se presenta a quienes ejercen el poder punitivo como personas inmunes al mal e
incorruptibles; se señala como enemigos públicos a quienes denuncian la corrupción
vinculada con el ejercicio del poder punitivo; se muestra como razonable el ejercicio
de un poder punitivo ilimitado ante la amenaza de un peligro tan enorme que puede
hacer desaparecer a la humanidad (Zaffaroni, Alagia y Slokar, 2005).

La matriz de ese discurso legitimante del genocidio reaparece, cíclicamente.

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Zaffaroni, E.R., Alagia, A. y Slokar, A., (2005), Manual de Derecho Penal. Parte ge -
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Fecha de recepción: 18/03/06


Fecha de aceptación: 25/05/06

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VIOLENCIA Y ESCRITURA DE LAS PRACTICAS


Ernesto E. Domenech*

Resumen
Este trabajo no pretende exceder los límites de la conjetura, de la exploración que no re -
conoce una versión acabada o finita, sino un atisbo digno de mejores consideraciones.
Insinúa, en primer término, la configuración de una violencia institucional larvada, de un
maltrato que provocan las instituciones, sutil y podo evidente, casi obvio. Propone, entonces,
modos de nombrarlo, caracterizarlo y discriminarlo de otras violencias y otros malos tratos.

Luego, postula modos de estudiarlo y analizarlo con detalles, a partir de las escrituras
que las instituciones provocan con sus modos de actuar y de las cuestiones no escritas,
no dichas o existentes solo de modo intersticial.

Palabras clave: maltrato institucional, violencia familiar.

Abstract:
This paper does not intend to go beyond a mere conjecture; it constitutes an exploration, which
does not recognize a final or finite version, but only a hint that deserves better consideration.

First of all, it suggests the configuration of latent institutional violence, a subtle and
not very obvious form of abuse generated by institutions. It then puts forward different
ways to name, characterize and discriminate this kind of violence from other forms
of violence and mistreatment.

This paper proposes different ways for studying and analyzing this phenomenon in
detail, taking into consideration the written production emanated from the activities
carried out by the institutions as well as those unwritten, unsaid issues, which only
exist in an interstitial manner.

Key words: institutional abuse, domestic violence.

Atisbos
Este trabajo no pretende exceder los límites de la conjetura. De la exploración que no re-
conoce una versión acabada o finita, sino un atisbo digno de mejores consideraciones.

* Instituto de Derecho Penal e Instituto de Derecho del Niño. Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales
UNLP, La Plata, marzo de 2004.

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Insinúan en primer término la configuración de una violencia institucional larvada.


De un maltrato que provocan las instituciones, sutil y poco evidente. Casi obvio. Pro-
pone entonces modos de nombrarlo, caracterizarlo y discriminarlo de otras violen-
cias y otros malos tratos.

Luego postula modos de estudiarlo y analizarlo con detalles. A partir de las escritu-
ras que las instituciones provocan con sus modos de actuar y de las cuestiones no es-
critas, no dichas o existentes solo de modo interstiticial.

Comencemos, entonces, por los malos tratos y las violencias institucionales.

La violencia y el maltrato institucional


Dos caminos es posible imaginar para identificar el maltrato institucional y la violen-
cia que implica. El primero, presentar algunos de sus ejemplos. El segundo, concep-
tualizarlo con mayor precisión.

Los ejemplos primero


He seleccionado dos ejemplos como una muestra claramente incompleta pero útil pa-
ra la reflexión. Uno procede del fuero penal, el restante del de menores.

Crónica de una muerte anunciada1


R no era joven. Se separó de su esposo que mudó su domicilio a Mendoza. Con él ha-
bía tenido al menos dos hijos. Un cuñado se instala tras la separación en su hogar con
su consentimiento. Es una persona violenta, incluso con sus padres, y purgó una conde-
na prolongada, también por un hecho de violencia extrema. Comienza, entonces, una se-
rie de acosos sexuales a R que incluyen amenazas y lesiones. También un incendio. R
se presenta una y otra vez a la Comisaría. Su conducta, sin dejar de lado ciertas ambi-
güedades, evidencia su interés de anoticiar a las autoridades de sus padecimientos, mie-
dos y temores. Se instruyen las causas. En una de ellas se la deriva a un centro de me-
diación. R llama también a su ex marido sin obtener respuesta. Temprano en la mañana
de un domingo, su cuñado la encuentra, vuelva a amenazarla y con cinco disparos -dos
de ellos con R herida en el suelo- la mata. En el debate, el defensor denominó este caso
como una Crónica de una muerte anunciada.

1 El relato que trascribo a continuación está tomado de la sentencia del Tribunal Oral 3 del Dpto. Judicial
de La Plata, en la causa 49 seguida a R.O.Apor homicidio, pronunciada el 25 de marzo de 2002.

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Jorge Ve
Me permitiré una larga trascripción con la historia pequeña de Jorge V. La he toma -
do de un trabajo que denominé “Erdosain y Jorge Ve o las vicisitudes del maltrato
infantil y la vergüenza”.2

Nombrar a Jorge Ve de esta manera es, de alguna forma, una elección, pues Jorge
Ve no poseyó ni un único nombre, ni un único padre y para colmo su nombre último,
al que aludo como Jorge Ve es el de su padre y también el de su abuelo. Pero no es
su nombre lo primero ni lo único que cuesta develar.3

Recorrer la historia de este primer nombre desconocido y confundido implica ras -


trear legajos judiciales. Causas-expedientes y no una sino varias.4 Pues Jorge ha
vivido vidas paralelas y sucesivas. Recuerda a sus cuatro años una madre que en un
Instituto que supo llamarse Servente le alcanza tras el alambrado alfajores econó -
micos cuando no se le permitía por orden judicial la visita de sus hijos que, muy pro -
bablemente la miseria, había alojado en dependencias hogares del Estado.5 Este re -
cuerdo que en Jorge se borronea y no se olvida fue sustituido por otros, pues Jorge
obtuvo su egreso en adopción junto a su hermano. Conoció así nuevos padres. Pa -
dres aptos para estos menesteres. Heroicos, solventes, profesionales, ocupados e in -
fértiles. Padre hijo único y madre hija abandonada y criada por su madrastra, quie -
nes buscaban una niña pequeña y -al cabo de solo dos meses de visitas y algunas sa -
lidas- encontraron dos hermanos grandes para sus expectativas. Esta adopción de
Jorge le quitó nombres confusos y le devolvió un hogar que disciplinaría sus desvia -
ciones e inquietudes, sus hurtos y sus enojos. También le dio un abuelo paterno cu -
yo nombre poseía y repetía, pues la duplicación de las generaciones duplicaba en la
familia Ve los nombres. Y también la adopción le dio una hermana tres años después,
pues la infertilidad suele en ocasiones perderse con las adopciones. Sin embargo, to -

2 Ha sido publicado en Bringiotti, María Inés y Lamberti, Silvio (compiladores). 6º Congreso Latinoame-
ricano y 1 er. Congreso nacional para la prevención del maltrato infanto juvenil. Evaluando acciones. Im-
pulsando proyectos, Asapmi, Buenos Aires, 2002.
3 Tomo los datos del caso del niño Jorge Ve de Carbajal, Elena “La máscara”, ponencia inédita. Carba-
jal elabora allí un informe basado en entrevistas personales que realizó como psicóloga y estudios de le-
gajos y expedientes en dos Tribunales de Menores distintos de la Provincia de Buenos Aires. Jorge Ve fue
equivocadamente inscripto en el primer Tribunal, con un apellido deficiente e igual al de sus medio her-
manos. Poseía, sin embargo, un padre diverso que lo reconoció.
4 Respecto de Jorge Ve, se sustanció una primera causa (voluminosa) con otros hermanos y ascendientes, que
culmina con su entrega en adopción, y otra en distinto tribunal por las dificultades de la adopción misma.
De este modo, el logro adopción no se percibía fácilmente como fracaso.que culmina con su entrega en
adopción, y otra en distinto tribunal por las dificultades de la adopción misma. De este modo, el logro
adopción no se percibía fácilmente como fracaso.
5 Jorge fue internado junto a un hermano mayor que en él, en tanto otros dos lo fueron en la Casa Cuna
de La Plata.

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dos estos logros devinieron insuficientes. Y Jorge y su hermano, al cabo del tiempo, como
las mercancías falladas, fueron devueltos. Pues pareciese que en las adopciones, a dife -
rencia de otras filiaciones, puede volverse a un estado anterior. Y las devoluciones de ni -
ños implican el eterno retorno a nuevos hogares Institutos. El último -del cual hoy Jorge
ha fugado- posee curiosamente su nombre de pila: también el hogar se llama Jorge Bell.
Aquí Jorge obtuvo ciertos logros, y su expresividad ancló en dibujos y cuentos que no pue -
do olvidar.6 Agredió a sus pares -según la jerga con que se llenan los libros de novedades-
y volvió a su escuela. ¿Hubo algo en común entre el hogar estado y el hogar adoptivo?
Sin duda. Uno y otro ante las transgresiones incomprendidas recurrieron al diagnóstico
médico que sucesivamente aconsejó ansiolíticos, antipsicóticos y antidepresivos. A pedi -
do de la psicóloga del Instituto dos servicios infantiles especializados de la ciudad -neu -
rológicos y psiquiátricos- descartaron luego cualquier factor orgánico que justificara la
medicalización que, a la postre, fue suspendida.

Precisiones e indicadores
Reseñados estos ejemplos es posible ahora intentar alguna caracterización más pre-
cisa de este maltrato institucional.

¿Qué vincula estos dos casos? Ciertas características en común. Un inventario preca-
rio puede señalar pistas para una conceptualización más precisa, que se escape a de-
finiciones rigurosas, pero permita especificar el significado.

1. En ambos casos han existido consecuencias gravosas para las personas, físicas o
psíquicas. Una de ellas, la señora K. ha muerto. Jorge V. Aún deambula entre las
instituciones y la calle con su identidad inacabada.

2. Estas consecuencias gravosas no pueden ser atribuidas de modo directo7 a las insti-
tucionales judiciales que debían intervenir. Ala señora K. no la mató ningún funcio-
nario judicial ni policial. Ytampoco las dificultades de Jorge se pueden relacionar di-
rectamente con algún operador de los tribunales o institutos de menores.

3. Sin embargo, la intervención de las instituciones no pudo evitar estos resultados


disvaliosos por motivos diversos.

6 Se encuentran publicados en la página web del Instituto de Derecho del Niño de la Facultad de Ciencias
Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata y en el suplemento Norte del Diario El Día
de La Plata.
7 Los miembros de una institución pueden ocasionar, y lo hacen, significativos daños y perjuicios de manera
intencional. Pueden torturar, matar, hacer desaparecer, privar de libertad y, lo que es peor aun, hacerlo de mo-
do sistemático. Pero no son estas las violencias institucionales a las que deseo referirme en este trabajo. La ile-
galidad y criminalidad en estos casos es grosera y por lo general se debe investigar y escribir de alguna mane-

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4. Esta imposibilidad de evitar estos resultados no es posible atribuirla a una única


persona de estas instituciones. Son muchas las personas que han actuado y sus mo-
dos de actuar han sido sucesivos y complementarios.

5. Tampoco esta pasividad de las actuaciones o este desinterés por las consecuencias re-
conoce un tiempo o un lugar precisos. Se inscribe en distintos sitios y en diversos lu-
gares. Transcurre entre comisarías, despachos judiciales, institutos de menores, cole-
gios, servicios sanitarios. No posee una pertenencia unívoca. Es -más bien- una actua-
ción compleja, una red que anuda actores y caza víctimas. Modos de trabajo cotidia-
nos que se cumplen en horarios prefijados y preacordados. Obvios. Naturales.8

Este maltrato y esta violencia es, en consecuencia, difícil de percibir y de juzgar. Es-
capa tanto a la visibilidad como al juicio certero. Se diluye en personas, espacios,
momentos. Se asienta sobre rutinas cotidianas. Pero victimiza. O revictimiza. Suele
explicarse con la descripción de las tareas diarias que operan como justificativos.

A diferencia de otras violencias no es fácilmente adjudicable a una persona que car-


gue con la culpa y con las penas. No es esta la violencia de un torturador, ni la de un
funcionario que incumple ostensible y deliberadamente sus funciones. La responsa-
bilidad, entonces, se diluye en múltiples intervenciones y actuaciones que se comple-
mentan sin acuerdos ni deliberaciones preliminares.

No es tampoco decisiva la intención de los agentes. O bien no existe intencionalidad


alguna (y en ocasiones ni siquiera negligencias o imprudencias) sino que puede ser
provocada con las mejores intenciones.

Estos malos tratos y violencias se perciben y exhiben en distintos acaeceres institu -


cionales:

En la morosidad de las actuaciones.9

8 Josefina Martínez también emplea la palabra “naturalizada” para referirse a la violencia que provocan
las instituciones. Ver “Burocracias penales y su violencia naturalizada”, en Gayol, Sandra y Kessler,
Gabriel (compiladores), Violencias, Delitos y Justicias, Buenos Aires, Manantial, Universidad Nacional de
General Sarmiento, 2002. Su análisis alude a las prácticas judiciales y policiales en relación con la vio-
lencia desplegada en los allanamientos.
9 La morosidad judicial puede tener en los procedimientos penales una significativa ambigüedad. Para el
imputado en ocasiones puede resultar un beneficio con el llamado cómputo de pena para la prisión pre-
ventiva, más conocido como el “dos por uno”. O un efecto adverso, de acuerdo con el tipo de pena de que
se trate. La duración excesiva de los juicios con personas con prisión preventiva, por otra parte, afecta la
libertad de los detenidos para decidir la aceptación de juicios abreviados (en lo que se elude el juicio ///

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En la incesante búsqueda de información sin rumbo que reitera una y otra vez datos
que existen.10 Muchas veces convocando a la víctima para que narre su horror en los
diversos fueros y etapas procesales.

En la producción a medida de datos de modo que un caso pueda ser deportado de la


institución que lo aloja. 11

En el tratamiento del caso como si fuese una producción serial en la que se ensam-
blan partes más allá de su utilidad o su destino final.12

En la incomunicación entre los actores institucionales entre sí de modo que ignoran


actuaciones que se repiten sobre los ciudadanos, quienes deben peregrinar de escri-
torio en escritorio, oficina en oficina, despacho en despacho.13

/// oral y público por un acuerdo del fiscal, la defensa y el imputado en relación con el hecho punible y la
pena a imponerse). Una prisión preventiva prolongada, por ejemplo, puede llevar a una persona detenida
a proponer un juicio abreviado o a aceptarlo. En el juicio abreviado los Tribunales deciden sobre la base
de pruebas escritas de la Investigación Preliminar.
10 Una referencia a esta hiperproducción sin rumbo de información y sus relaciones con los modos de pro-
ducir la verdad en los diversos procesos jurídicos en torno de un caso de violencia familiar en “Los casos Ese”,
en Domenech, Ernesto y otros, Casos penales, construcción y aprendizaje, Buenos Aires, La Ley, 2004.
11 He descrito esta producción contradictoria de información en “La construcción de palacios”, que se
incluye en el libro Domenech, Ernesto y otros, Casos penales, construcción y aprendizaje, Buenos Aires,
La Ley, 2004.
12 Aun recuerdo que, cuando reclamé a un funcionario judicial que hubiese elaborado, en una causa de
menores con situación problemática, un proyecto de resolución que en nada aludía a las dificultades del
niño constatadas en esas actuaciones, respondió: “Pero, si está la denuncia, la partida de nacimiento, el
informe de ambiente y el informe médico, entonces lo que se debe hacer es correr vista al asesor”. Su
respuesta honesta evidenciaba una pauta institucional fuertemente adquirida, a saber que frente a una difi-
cultad, importa más el paso ritual a seguir que el problema que se constata.
13 Analizar la información que se colecta sobre un acusado o una víctima muchas veces indica en un pro-
ceso que esa misma persona debió repetir su historia una y otra vez ante múltiples personas e una especie
de strip tease institucional. También es frecuente, y en los casos de violencia familiar o ciertos delitos con-
tra la integridad sexual degradante, que una persona deba denunciar un hecho ante una dependencia poli-
cial, luego en una fiscalía, más tarde en un tribunal, ante un perito, o en una oficina de tutela a la víctima.
Esta revictimización no siempre es evitable, pero puede encontrar estrategias que la limiten. En ocasiones
la tensión entre instituciones de diversos poderes afecta también a los ciudadanos que deben habérselos
con ellos. Así, por ejemplo, los disensos entre los criterios de internación en instituciones psiquiátricas
entre miembros del Poder Judicial y de la comunidad médica provocan no pocas de estas dificultades. Esta
cuestión ha sido considerada un caso de violencia institucional (Ver Stingo, Néstor; Fudín, Mónica y Ekiel,
María Teresa, El impacto de violencia, Letra Viva, Buenos Aires, 1999, pág. 211.) y estudiada por Valero,
Ana S. (2003) “¿Salud para ‘locos’? El caso de las prácticas de operadores judiciales y miembros de
equipos de Salud Mental frente a internaciones psiquiátricas por Orden Judicial”, ponencia en Jornadas de
Debate Interdisciplinario sobre Salud y Población, Buenos Aires, Instituto Gino Germani, Facultad de
Ciencias Sociales, UBA, 21-23 de junio de 2003.

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En la incomunicación de los operadores con los ciudadanos mediante lenguajes en-


criptados o poco comprensibles. 14

En la pérdida de singularidad en el tratamiento de los casos, que se sustituye con ac-


tuaciones para conjuntos de casos, igualándolos por categorías encubridoras.15

En la ausencia de estrategias para enfrentar la singularidad de cada actuación.

En la descontextualización de los análisis16 que se efectúan, sesgando los matices del


caso, la biografía de los actores, la historia del problema.

Este inventario incompleto de indicadores, sin embargo, no posee una escritura clara,
lo que afecta su visibilidad y su completitud. Se infiere de otras escrituras, las de los le-
gajos que se han formado en las diversas instancias institucionales.17 Estas violencias

14 Jerome Bruner asigna al lenguaje jurídico encriptado de los tribunales una singular función. A su jui-
cio -y habla sobre la tradición del common law- la legitimidad del derecho se asienta no solo sobre “el so -
lemne ritual del tribunal, sino en su arcano lenguaje especializado, que es cultivado de modo asiduo por
los abogados para conservar la apariencia de la autoproclamada distancia y doctrina”, La fábrica de his -
torias. Derecho, literatura, vida, Buenos Aires, F.C.E., 2003. Sin embargo, la incomunicación del ciuda-
dano con el lenguaje de los abogados no solo dificulta su acceso profundo a la justicia, sino también la
promoción y la protección de sus derechos. La exigencia de una información comprensible para el ciuda-
dano no experto que ha caracterizado al consentimiento informado como una suerte de principio inclau-
dicable de la bioética contemporánea en la relación médico-paciente no ha tenido en el campo jurídico un
correlato similar. En el consentimiento informado no solo el experto debe aportar una determinada canti-
dad de información, sino que debe hacerlo de modo comprensible para el paciente. Las leyes suelen pre-
sumir que el ciudadano las conoce. Sus disposiciones son obligatorias con su sola publicación en un Bo-
letín Oficial de acceso limitado al ciudadano, y algo similar ocurre con la notificación de las resoluciones
y sentencias judiciales que solo se comunican parcialmente y sin una adecuada comunicación de los de-
rechos. No deja de ser curioso que sean las leyes de honorarios profesionales las que en primer lugar ha-
yan exigido la trascripción de disposiciones legales a los ciudadanos. En la actualidad, las leyes procesa-
les penales imponen a las autoridades comunicar los derechos tanto a los acusados como a las víctimas.
15 La cuestión es particularmente grave en las cuestiones con niños. Ymuchos de los reclamos y las quejas que
efectúan los militantes del “paradigma del niño” como sujetos de derecho, se basan precisamente en los proce-
dimientos gravosos para la identidad de los niños instituidos por el denominado “paradigma del patronato”.
16 La pureza de las doctrinas jurídicas imperantes en nuestra tradición jurídica se correlaciona en la cons-
trucción de los casos penales por el poco interés que se pone en la biografía de los actores (víctimas o vic-
timarios), por sus historias de vida. Toda esta información o se colecta en informes de ambiente, en pro-
ducciones de pericias psi, o de informes antropológicos, o sencillamente solo existen las entrelíneas de la
información que se colecta ritualmente antes de la declaración de testigos y acusados.
17 En la provincia de Buenos Aires en este momento existe para un mismo caso diferentes carpetas que
se producen en el sistema penal. La que elabora el fiscal y la policía, la que produce el juez de garantías,
la que se labra en las cámaras, la que se confecciona en la Casación. Y, si se incluye a un niño, las que se
construyen en los tribunales del fuero. Por otra parte, cada caso posee una escritura central (el cuerpo de-
nominado principal) y escrituras accesorias que se denominan incidencias. (recursivas, de excusación o
recusación, de competencia, de coerción etc.). Las instituciones no judiciales, por otro lado, poseen tam-
bién sus propios escritos: legajos penitenciarios o de institutos de “menores”, historias clínicas, etc.

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no se describen como tales del mismo modo en que se escribe un crimen que ha de
ser condenado. Deben concluirse a partir de detalles usualmente intrascendentes: nú-
meros de fojas, fechas de los cargos, palabras que se utilizan.

La visibilización de la violencia
Ahora bien, ¿de qué modo es posible visualizar estos malos tratos y violencias? Asig-
nándoles alguna escritura, verbalizándolos, una faena que enfrenta obstáculos, pero
que es posible.

Veamos los obstáculos primero y las posibilidades luego.

Discurso jurídico y prácticas


En general, las prácticas han permanecido en los márgenes de las teorías jurídicas en
la tradición jurídica romano canónica, que se han caracterizado por su abstracción
excesiva y su descontextualización, por su pureza conceptual que elude las perplejida-
des y contradicciones de las faenas cotidianas y se inscribe en inmaculados principios.

No debe llamar la atención, en consecuencia, que los modos de la enseñanza y el


aprendizaje en las Escuelas de Derecho tampoco hayan hecho de la reflexión crítica
de las prácticas un nudo central de sus procesos pedagógicos.

Con escasa alusión a casos reales y al diseño de actividades que pongan en contexto crí-
tica la pureza teórica, la enseñanza del derecho se ha evidenciado reiterativa y repetiti-
va. Pulcramente se han evitado o postergado las contaminaciones de los ejercicios pro-
fesionales en su gama variopinta y de las clínicas jurídicas que, en el mejor de los casos
se han instalado en el perímetro de las instituciones o de la graduación académica.

De este modo, la teoría jurídica pura y la enseñanza incontaminada y repetitiva se


han convertido en obstáculos para la reflexión en torno de las prácticas.18

18 He aludido a esta fuerte interrelación entre las dogmáticas jurídicas y la enseñanza del Derecho en “En-
cuentros y desencuentros”, en Casos penales, construcción y aprendizaje, Buenos Aires, La Ley, 2004. So-
bre la enseñanza del Derecho y su significativa descontextualización, puede verse también: Lista, Carlos
Alberto, “La construcción de la conciencia jurídica: los objetivos educativos y la formación del abogado”,
en Congreso Nacional de Sociología Jurídica “La sociología jurídica en la Argentina y su relación con las
distintas ramas del Derecho: la situación actual y las posibilidades en el siglo XIX”, La Plata, 2, 3 y 4 de
noviembre de 2000.

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En general, las teorías fuertemente conceptualistas no aluden a los usos de las reglas
como formas de significación de las mismas. Se limitan a estudiarlas de modo lineal
como si solo significaran por las definiciones o construcciones jurídicas que les apor-
tan los teóricos.

Por ello, la escritura de las prácticas ha sido una faena pospuesta. Una tarea pendiente
que suele musitarse en los pasillos tribunalicios, de boca en boca, o en las oficinas ju-
diciales, pero que se ha prestado poco al análisis institucional, etnográfico y organiza-
cional, pese a contar con valiosos precedentes como Internados de Erving Goffman
que con detalle exploró las entrañas de las instituciones totales, que involucraron no so-
lo las prisiones sino muchas otras formas institucionales de la sociedad civil.

Y las escuelas judiciales, muchas veces inspiradas en los modelos académicos, sola-
mente de manera tardía incluyen el estudio de la gestión judicial.

Tampoco las entidades de evaluación preliminar de los postulantes a cargo judiciales


han considerado relevante inventariar las cuestiones de la práctica en sus programas
de evaluación.

Analicemos ahora las posibilidades.

La escritura de las prácticas en sus vestigios escritos


Las prácticas (y circunscribiré por el momento este análisis a las que provienen de los
ejercicios profesionales en la actuación judicial) dejan, en los legajos y expedientes ju-
diciales, vestigios escritos. Yestos vestigios son de singular importancia para producir,
por inferencia, escrituras de las prácticas y la violencia a que aluden y administran. El
estudio detallado e interdisciplinario es una faena tan pendiente como necesaria.

Pero los casos de expediente configuran, como toda huella, apenas un recorte, un
fragmento, de situaciones o configuraciones muchos más amplias. Y, al producir es-
te recorte, enuncian, pero también silencian. Posibilitan la memoria de una cierta ac-
tuación u acontecimiento, pero sesgan. Omiten. Olvidan.

Claro que la descripción de las configuraciones omitidas requiere otras metodologías


para acercarse a ellas. La observación participante, las historias de vida de los cons-
tructores de expedientes, la historia oral.

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Las cuestiones no dichas


En estas cuestiones no dichas, con mayor precisión no escritas, anidan no pocas de las
razones y sinrazones de la violencia, muchas veces inexplicable, de las instituciones.

Estas cuestiones no dichas se infieren en ocasiones a partir del significado emotivo


de las palabras empleadas 19 en la construcción de un caso, en la información que se
colecta, y en la que se sesga, en los formularios en que se dispone, en las secuencias
con que se presenta. En los subrayados que se provocan, en las iniciales que se utili-
zan y que para el no iniciado son verdaderas criptografías. En otras, en cambio, sen-
cillamente lo no dicho se queda sin palabras ni índices. Quedan inevitablemente no
dichas. Pero pesan. “Los expedientes se leen de atrás hacia delante” es una indica-
ción de que es fácilmente registrable por un observador que se detenga a analizar los
procesos de capacitación informal de un pasante o practicante. Y no es una indica-
ción neutral. Señala valores implícitos, economía de lectura y resolución, y rutinas
establecidas, en los que la tramitación se privilegia por sobre la comprensión cabal
de una lectura desde el principio. “Lo que no está en el expediente no está en el mun-
do” suele también reiterarse una y otra vez en despachos y bufetes. Y de modo aná-
logo indica actitudes y límites, ritos y negaciones que atraviesan las instituciones.
“Siempre hay una segunda instancia”, “que las revisen otros”, “así nos lo sacamos de
encima”, “a los jueces hay que darles las respuestas bien claras y no conjeturas” tam-
bién son frases corrientes pasillo adentro de los tribunales, que he escuchado en más
de una oportunidad. Como las anteriores, poseen una riquísima connotación20 en re-
lación con las prácticas y sus legitimaciones. Pero no se escriben ni se observan sis-
temáticamente. Y cuando se escuchan suelen ser tan intrascendentes como “Alcanza-
me el lápiz”. Registrarlas implica, entonces, la participación necesaria de otros ex-
tranjeros a las rutinas cotidianas que las observen: antropólogos, sociólogos, psicó-
logos, especialistas en gestión, administración o comunicación, o simples ciudada-
nos. Exploradores de nuestros mundos cotidianos capaces de extrañarse de ellos pa-
ra interrogarlos. Como si pudiesen encontrar en estos universos el rastro de un gran
crimen cotidiano, todavía ignoto e impune, obvio e invisible.

19 No connota lo mismo “caco” que “imputado”, que “ladrón”, “sujeto activo” o “sujeto punible”, “me-
nor” que “niño”. Como tampoco es igual hablar de policía, funcionario policial o agente del orden (por
mencionar palabras que puedan aparecer en los legajos institucionales, en los que “taquería” o “yuta”, por
ejemplo, casi no aparecen).
20 Olga Brunatti ha reparado, por ejemplo, en las palabras empapeladas en una Oficina de Asistencia a la
Víctima con gran provecho. Sobre el particular, ver Victimización y agencia en el de Revista Virtual de la
Especialización de Derecho Penal “Intercambios”, Nº 7, la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, que
puede consultarse en www.jursoc.unlp.edu.ar/Intercambios.

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Bibliografía
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ción, Instituto Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, Buenos Aires, 21-23
de junio de 2003.

Fecha de recepción: 27/02/06


Fecha de aceptación: 19/05/06

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DIFICULTADES EN EL DISEÑO DE ESTRATEGIAS


LEGALES EN LA VIOLENCIA FAMILIAR
Diana G. Fiorini*

Resumen
La violencia familiar es un fenómeno problemático para al abogado al momento de
diseñar estrategias legales. Esta situación se ve acrecentada por ambigüedades, tan -
to en el campo específicamente jurídico como en el social. A esto se agregan las dis -
tintas posiciones que puede asumir el mismo profesional. En el núcleo de todo esto
se encuentra instalada una tensión entre lo público y lo privado.

El trabajo sugiere que, para lograr diseñar mejores estrategias jurídicas, es necesa -
rio llegar a lograr clarificar conceptos. Con este fin, propone un enfoque multifacé -
tico jurídico, correlacionado con la realidad social, o sea no solo pensar políticas
transversales sino también plantear la transversalidad en la práctica legal.

Palabras clave: violencia familiar, definición de violencia, familia: concepto, estra -


tegias legales, ámbito público, ámbito privado, violencia: medidas cautelares.

Summary
Lawyers tend to find serious difficulties when trying to choose the correct legal
strategy for cases of family violence. Practitioners approach this topic from several
theoretical stands. Theoretical frames have a decisive influence in the chosen legal
strategy. However, there are other reasons for the high level of negative outcomes.
One cause might be deficient legal provisions. Another, the ambiguity lying behind
legal concepts. This void has encouraged highly discretionary practices in the justice
system. Behind all this lies something unsolved, the clear limits between public and
private realms and the relationship between family, state and society.

Family life has been traditionally legally protected from external irruptions On the other
hand, family life is the everyday occurrence of violence and maltreatment. In order to
overcome present legal tensions it is necessary to change the legal angle of analysis.
Therefore, practitioners should include in the every day case not only the traditional
perspectives of civil and criminal law and interdisciplinary notions, but also a broader
legal approach, in order to include public and international law principles.

* Docente de la Carrera de Especialización en Psicología Forense de UCES.

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Key words: domestic violence, violence definition, family: concept, legal strategy,
public ambiance, private ambiance, violence: precautionary measure.

Expresión del problema


Los casos de violencia familiar son difíciles y el operador conoce del alto nivel de
fracaso. Una de sus posibles causas podría devenir de una ambigüedad conceptual le-
gal que problematiza al abogado al momento de planificar su intervención. Este artí-
culo pretende argüir que esta ambigüedad no solo añade a la complejidad del tema
sino también hace que la selección de los caminos a seguir esté atravesada por un ex-
ceso de discrecionalidad. Circunstancia esta que, a su vez, influye tanto en la selec-
ción de marcos teóricos como en la aplicación de normas formales y sociales. En el
centro yacen diferencias de opinión con respecto a lo privado y lo público.

Introducción
Igual que un pensado juego de ajedrez, cada caso de violencia familiar implica para
el abogado el diseño de posibles estrategias legales.

Un criterio de análisis que surge inmediatamente con la escucha del caso es la selec-
ción de la información referente a: a) carácter e intensidad de la violencia, b) deseos
y contingencias fácticas de las víctimas c) tipo e identidad jurídica de la relación fa-
miliar, d) convivencia o grado de comunicación actual con el victimario, e) alterna-
tivas legales posibles, conforme a la jurisdicción, f) la fortaleza de la prueba, consi-
derando las diferencias de exigencia entre la justicia civil y penal, g) según el caso,
el acceso a servicios, planes o programas. Estos datos sirven para calcular la real
efectividad de las medidas a tomar. En este terreno hipotético hay otro escenario, no
explicitado. Parecería ser que las normas legales ligadas a la protección contra la vio-
lencia familiar son incompletas y ambiguas. Como tales, pueden producir efectos
inesperados, cualquiera sea el tipo de intervención. Esta ambigüedad aparece, inclu-
so, en conceptos tan fundamentales como el de violencia y el de familia en la norma-
tiva especializada.

La definición de violencia
En nuestra legislación civil, la violencia implica una restricción a la libertad y, por lo tan-
to, vicia la voluntad de los actos. Nuestro Código Civil se refiere expresamente a ella en
el Capítulo “de los hechos producidos por la fuerza y el temor” (arts. 936 a 943 1). El

1 Código Civil Argentino:


Art. 936: Habrá falta de libertad en los agentes, cuando se emplease contra ellos una fuerza irresistible.
Art. 937: Habrá intimidación, cuando se inspire a uno de los agentes por injustas amenazas, un temor ///

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concepto deviene de raigambre romana y contempla tanto la violencia física o vis abso-
luta, como la vis Compulsiva o coacción. La existencia de violencia en la celebración
de un acto jurídico tiene como efecto a) declarar nulo el acto realizado bajo este efec-
to, b) la posibilidad de reclamar indemnización por los daños sufridos.

Más allá de la legislación civil genérica, en los últimos años se han normado en di-
versas jurisdicciones del país leyes locales de protección contra la violencia familiar,
cada una de ellas con su propia definición de violencia, que se constriñe o amplía
conforme con el criterio legislativo particular. Así, para la Ley Nacional 24.417, sig-
nifica “sufrir lesiones o maltrato físico o psíquico” y para la Ley 12.569 (provincia
de Buenos Aires) es “toda acción, omisión, abuso que afecte la integridad física, psí-
quica, moral, sexual y/o libertad de una persona”.

Cabe notar, sin embargo, que las conductas descriptas por estas leyes para sus efec-
tos específicos no son excluyentes de otras que también constituyen violencia.

El Departamento de Justicia Canadiense, por ejemplo, define como violencia2 manipu-


lar, prevenir o ridiculizar las creencias religiosas o espirituales de miembros de la fami-
lia. Asimismo, considera como forma de violencia el abuso económico o financiero, in-
cluyendo en este el fraude, y el robo y/o retención indebida y maliciosa de alimentos,
medicación, o peculio y la manipulación o explotación económica de un miembro del
grupo familiar.

También entre nosotros es común la violencia económica ejercida por el ofensor. Sin
embargo, la ley no cumple las expectativas en la urgencia. Obsérvese, por ejemplo,
la falta de efectividad en la sanción del delito de incumplimiento de los deberes de
asistencia familiar, previsto en la Ley 13.944.

Obsérvese también las ideologías subyacentes en la ley, tal como el criterio del Art. 938
del Código Civil con respecto a coerción3, donde Vélez Sarsfield en la nota correspon-
diente toma el ejemplo de las partidas, y define el miedo como el que podría sufrir “to-
do ome magüer fuese de gran corazón....o si fuese manceba virgen e la amenazase que

/// fundado de sufrir un mal inminente y grave en su persona, libertad, honra o bienes, o de su cónyuge,
descendientes o ascendientes, legítimos o ilegítimos.
2 Department of Justice Canada, The Family Violence Initiative, http://canada.justice.gc.ca/en/ps/fm/publi.html;2005
3 Código Civil Argentino, Art. 938: La intimidación no afectará la validez de los actos, sino cuando, por
la condición de la persona, su carácter, habitudes o sexo, pueda juzgarse que ha debido racionalmente hacerle una
fuerte impresión.

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yacerían con ella”4 o del que esconde el Art. 278 5 que autoriza la corrección “mode-
rada” de los niños por sus padres.

En la legislación comparada, incluso es común normar especialmente medidas pro-


visorias determinando la custodia temporaria de bienes imprescindibles para el desa-
rrollo familiar (por ejemplo, para el auto, único transporte de los niños). Otra medi-
da comúnmente especificada es la determinación provisoria del pago de gastos mé-
dicos de urgencia y el secuestro preventivo de armas de fuego.

El concepto de familia
No se pretende en este punto discutir el concepto de familia que surge de nuestra le-
gislación. Lo que sí se desea señalar es que existe ambigüedad en el concepto legal.

El emplazamiento del estado de familia, el reconocimiento del vínculo existente, le-


gitimiza la acción de la víctima. ¿Qué pasa, entonces, si hay indeterminación con res-
pecto al título bajo el que pretende accionar?

Cuando en la Argentina se reglamentaron las diversas leyes de protección contra la


violencia familiar, hubo cambios. Primero, la noción de familia se consideró más am-
plia que la que surge del Código Civil Argentino en su Sección Segunda, que trata
“De los derechos personales en las relaciones de familia”. Segundo, esta ampliación
no fue uniforme. Con respecto al primer punto, cuando se promulgó la Ley Nº 24.417
de Protección contra la violencia familiar en 1994, se celebró como gran avance que
se ampliase la noción de familia a las uniones de hecho. 6 Sin embargo, leyes provin-
ciales posteriores receptaron críticas al respecto, así la 12.569, de la provincia de
Buenos Aires incluyó en su artículo 2 en el grupo familiar “al originado en el matri-
monio o en las uniones de hecho, incluyendo a los ascendientes, descendientes, co-
laterales y/o consanguíneos y a convivientes o descendientes directos de algunos de
ellos. La presente ley también se aplicará cuando se ejerza violencia familiar sobre

4 Id. nota a los arts. 936, 937 y 938.


5 Art. 278. Los padres tienen la facultad de corregir o hacer corregir la conducta de sus hijos menores. El
poder de corrección debe ejercerse moderadamente, debiendo quedar excluidos los malos tratos, castigos
o actos que lesionen o menoscaben física o psíquicamente a los menores. Los jueces deberán resguardar
a los menores de las correcciones excesivas de los padres, disponiendo su cesación y las sanciones perti-
nentes si correspondieren.
6 Código Civil Argentino, “Ley 24.417 de Protección contra la violencia familiar”. Artículo 1º: Toda per-
sona que sufriese lesiones o maltrato físico o psíquico por parte de alguno de los integrantes del grupo
familiar podrá denunciar estos hechos en forma verbal o escrita ante el juez con competencia en asuntos
de familia y solicitar medidas cautelares conexas. A los efectos de esta ley se entiende por grupo familiar
el originado en el matrimonio o las uniones de hecho.

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la persona con quien tenga o haya tenido relación de noviazgo o pareja, o con quien
estuvo vinculado por matrimonio o unión de hecho”.

Las demás leyes provinciales también mantienen criterios propios con respecto a los
sujetos incluidos en la ley. Valga como ejemplo la Ley Nº 3.040/96 rionegrina, que
en su artículo 10 dice: “Alos efectos de la presente Ley, se considera como grupo fa-
miliar conviviente a quienes tengan lazos de parentesco por consanguinidad o afini-
dad o cohabiten bajo el mismo techo, sea en forma permanente o temporaria”.

Podrían continuar los ejemplos donde las leyes han tratado de proteger víctimas de vio-
lencia usando diversos criterios definiendo sus relaciones cercanas. Aunque es verdad
que esta diferencia refleja la autonomía federal, también puede fomentar la desigualdad
en las decisiones. La dificultad está en definir los vínculos íntimos. Incluso el término
violencia familiar ha sido interpretado en la literatura específica como doméstica, a fin
de marcar la diferencia entre la violencia de adentro con la de afuera. Se remite, enton-
ces, al tema central. La diferencia entre lo público y lo privado.

Estrategias legales ante la violencia familiar


Las leyes especializadas mencionadas precedentemente cumplen una función acota-
da, ya que “El procedimiento previsto por la Ley 24.417 es esencialmente cautelar y
otorga facultades al juez para adoptar las medidas adecuadas a las circunstancias del
caso, sin sustanciación previa. Es lícito obviar la espera y dispensar de la certidum-
bre absoluta acerca de que la actuación normal del Derecho, ya que el dictado de una
medida cautelar responde a la necesidad de evitar aquellas circunstancias en las que
el daño temido se transforme en daño concreto”.7 Por lo tanto, “el procedimiento im-
plementado por la Ley 24.417 no importa el dictado de un decisorio de mérito que
declara a alguien como autor de los hechos que se le atribuyen”.

Los caminos a seguir por el profesional son varios. El diseño de las estrategias posi-
bles conlleva todavía un paso previo. Es el marco teórico explicativo de la violencia,
seleccionado un caso se puede analizar desde una o varias perspectivas teóricas. Ca-
da una de estas induce a un tipo diferente de intervención. Así, explicar la violencia
como síntoma de patologías múltiples marca priorizar el modelo médico. Se inclu-
yen en este modelo varias corrientes. Una es la que explica la violencia desde la bio-
logía, a la que hoy se agregan la genética y la neurología. Otra, la que la considera
como el síntoma visible de una afección o alteración, ya sea de la personalidad del

7 CNCiv., Sala C, 20/05/1997, V.Fc/S.J.s/Denuncia por violencia familiar, ED, 174-241.

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sujeto o de la familia. Dentro de esta perspectiva, la intervención dominante proven-


drá de las ciencias de la salud. La intervención del abogado estará centrada en ase-
gurar tratamientos de distinto sesgo, la medicación o la internación. Discusiones tí-
picas de esta perspectiva se refieren a la efectividad del tratamiento obligatorio, o
analizar la intervención legal por sus efectos iatrogénicos o terapéuticos. Es común
dentro de este contexto la integración del abogado a equipos interdisciplinarios con
fuerte presencia de psicólogos, médicos o psiquiatras.

Otra perspectiva considera a la violencia familiar ya no como una manifestación pa-


tológica, sino como otra forma de conducta violenta disvaliosa común en la socie-
dad. La estrategia que escoja el abogado buscará los resortes necesarios para su con-
tención y límite. Así, se ve la intervención judicial como expresión del reproche so-
cial y con una función preventiva en lo individual, y aun en lo general. Típica de es-
ta perspectiva es la discusión acerca de los fines de la pena en hechos de violencia
familiar.

En el área Civil, podrá escoger estrategias que conduzcan a sanciones tales como la
privación de patria potestad o el resarcimiento por los daños causados.

Otro enfoque del fenómeno lo ve como el resultado, en el terreno de lo privado, de


las tensiones que producen dentro de la sociedad las desigualdades de carácter eco-
nómico y social. Planteada así la función del abogado es minimizar este impacto so-
cial en la familia. Desde esta perspectiva, es común el asesoramiento para reclamos
a nivel extrajudicial y judicial en las áreas de educación, trabajo, o de planes o pro-
gramas sociales. Característicos de esta perspectiva son los debates con respecto al
incumplimiento de los pactos de derechos económicos y sociales, así como la apli-
cación de Derecho Administrativo y/o Municipal en los reclamos pertinentes.

Todavía otro enfoque ve a la violencia como el producto de pautas culturales y este-


reotipos que preservan relaciones de poder asimétricas. Así, la violencia hacia la mu-
jer se ve como el resultado de normas, creencias y usos patriarcales y la violencia so-
bre los niños enraizada en una visión del niño-objeto reforzada por patrones cultura-
les donde la patria potestad aparece como un derecho absoluto sobre los hijos. En es-
te ámbito es común la discusión acerca de derechos humanos, su influencia en lo pri-
vado y la obligación de los Estados de trazar políticas de intervención en violencia
doméstica. El derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad y a la integridad física,
psíquica y sexual son derechos fundamentales, cuya protección no solo es una obli-
gación estatal sino también una exigencia del Derecho Internacional como lo indican
tanto la “Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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contra la Mujer” en su artículo 7 8 como la C.D.N en sus artículos 3y 4.9 La interpretación


tradicional en Derecho Internacional ha sido que el requerimiento respecto a violación de
Derechos Humanos se limite a los Estados, pero no a sus nacionales y mucho menos a con-
ductas desarrolladas en el ámbito privado. Sin embargo, en Velásquez Rodríguez versus
Honduras10 la Corte Interamericana resolvió que un acto de violación de derechos humanos
no imputable al Estado puede devenir en responsabilidad internacional del mismo, no por
el acto en sí mismo, sino por no haberse tomado los recaudos necesarios para evitarlo.

Entrelazada entre estas perspectivas está la protección de la víctima. ¿Qué víctima?


La literatura especializada marca diferencias entre víctimas de delitos extrafamilia-
res de las intrafamiliares y entre ellas diferencia entre mujeres, víctimas menores de
edad y víctimas ancianas.

Existen diferencias de desarrollo tanto en el marco interdisciplinario teórico, en el le-


gal y lo social. La violencia contra los ancianos todavía es una violencia invisible,
ayudada por las mismas víctimas, que, temerosas de ser institucionalizadas o poner
en riesgo su frágil vida cotidiana o sencillamente impedidas rara vez solicitan ayuda
al profesional. Así, el grado de alerta instalado en la sociedad con respecto a los dis-
tintos tipos de víctimas también afecta la respuesta legal. Las normas relativas a sus
derechos en nuestros cuerpos procesales son genéricas, tal como los artículos 79 y 80
del Código Procesal Penal de la Nación11. Se argumenta a favor y en contra de con-
siderar a las víctimas de violencia familiar específicamente. Una línea victimológica

8 7ª Convención de Belem do Pará, Reseña de Obligaciones, Art.7: Abstenerse de cualquier acción o prác-
tica de violencia contra la mujer y velar por que las autoridades, funcionarios, personal y agentes se com-
porten en la misma forma.
Prevenir, erradicar, investigar y sancionar la violencia contra la mujer, incluyendo en su legislación las
normas penales, civiles y administrativas necesarias.
Modificar o abolir todo tipo de ley, práctica jurídica o consuetudinaria que tolere o en la que persista la
violencia contra la mujer. Proteger y establecer procedimientos legales para la mujer víctima de violencia.
Asegurar el acceso a la mujer a un efectivo resarcimiento.
9 Convención de los Derechos del Niño, Artículo 3: En todas las medidas concernientes a los niños que
tomen las instituciones públicas o privadas de bienestar social, los tribunales, las autoridades administra-
tivas o los órganos legislativos, una consideración primordial a que lo que se atenderá será el interés supe-
rior del niño.
Artículo 4: Los Estados Partes adoptarán todas las medidas administrativas, legislativas y de otra índole
para dar efectividad a los derechos reconocidos en la presente Convención. En lo que respecta a los dere-
chos económicos, sociales y culturales, los Estados Partes adoptarán esas medidas hasta el máximo de los
recursos de que dispongan y, cuando sea necesario, dentro del marco de la cooperación internacional.
10 Corte Interamericana de Derechos Humanos, caso Velásquez Rodríguez, sentencia del 29 de julio de
1988, párrafo 28.
11 Son disposiciones comunes de estos cuerpos legales el determinar un trato respetuoso para las víctimas,
el derecho a estar informadas acerca del estado de la causa, el derecho a solicitar atención médica y psi-
cológica, pedir medidas de protección, la reserva de identidad de víctimas menores de edad y el ejercer
acción de daños y perjuicios.

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histórica se centró en las características de las víctimas que contribuyen a serlo, ya


sea por no saber defenderse o ya sea exponiéndose a sufrir. Si esto fuere así, la res-
ponsabilidad del autor se atenuaría gracias a la víctima y las leyes estarían construi-
das de tal forma que la imposición de pena dependería de la capacidad de la víctima
para defenderse, concordando con el discurso social de que, si la maltratan, por algo
será o, si se queda, es porque le gusta.

Y si todas las víctimas son iguales ante la ley, ¿cómo puede ser que en el plano civil,
la naturaleza de la víctima sea obstáculo para su compensación? Comprobar la vio-
lencia, sobre todo cuando no incluye lesiones físicas, y solicitar el resarcimiento es
definitivamente más dificultoso que lograr con éxito una sentencia favorable por da-
ños y perjuicios en un accidente callejero.

La interrelación entre el ejercicio profesional y las políticas sociales


La violencia familiar tiene una identidad reciente en el Derecho. Como se demostra-
ra previamente, está surcado por ambigüedades y un desarrollo desparejo de legisla-
ción y jurisprudencia.

Entre los movimientos de reivindicación de derechos humanos que surgieran a par-


tir de los 60, surgió con fortaleza el de los derechos de la mujer, que impulsó dentro
de la sociedad el tema de la violencia. Conforme a Cohen Jean y Arato Andrew, es-
tos nuevos movimientos compartieron características comunes, de las cuales no es
excepción el que nos ocupa: a) No plantean el cambio en políticas totales, sino pro-
ponen radicalizaciones autolimitadas, b) Provienen de la vida social, manifestándo-
se a través de la producción y desafío de las normas, denunciando antinomias entre
discurso y práctica, c) Representan las nuevas relaciones entre lo público, lo privado
y lo social, una lucha entre las antiguas y nuevas formas de dominio, d) Tienen una
noción dual. Por un lado, nacen de la sociedad civil, pero también influyen en los ac-
tores dentro del Estado. Muchos pasan por etapas, desde el rechazo y la indiferencia
hasta su plena aceptación. 12

El ejercicio profesional del abogado en el campo de la violencia familiar tiene carac-


terísticas especiales con una relación directa con procesos sociales con características
como las apuntadas. Primero, es común el asesoramiento institucional, público o priva-
do, generalmente realizado integradamente con equipos interdisciplinarios. Segundo,

12 Cohen Jean y Arato Andrew, Sociedad civil y teoría política, España, Fondo de Cultura Económica,
mayo de 2000.

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existe el patrocinio jurídico gratuito mucho más que en otros campos. La violencia
familiar produce pobreza. Las víctimas están aisladas, muchas veces sin acceso a sus
propios recursos económicos. A esto se agrega el estrés post-traumático que puede
afectarlas psíquicamente incluso a largo plazo. En general, el acceso al patrocinio
gratuito depende del encuadre jurídico del caso, pero también de un criterio socioe-
conómico (ser pobre). Tercero, finalmente, el abogado conoce los recursos locales de
atención a la víctima para su derivación.

En esta línea de intervención, es probable que se entrelace su actividad profesional


con políticas públicas y sociales en el terreno médico, de salud mental, educacional
y de beneficios sociales. Sectores que, a su vez, sufren la influencia -en sus políticas-
de los movimientos humanos.

Políticas, lo público y lo privado


En nuestro mundo, la familia aparece como el paradigma de lo privado el mundo de
lo cotidiano diferente de lo público. El mundo de lo privado, dice Hannah Arendt, es
el mundo de lo íntimo, “de lo que tiene que permanecer oculto para no perder su pro-
fundidad”.13 Según Arendt, la polis diferenciaba entre este mundo, un mundo de de-
sigualdad donde “la fuerza y la violencia se justifican porque son los únicos medios
para dominar la necesidad” y el espacio público, donde la igualdad es el anteceden-
te de la libertad.14 El estado de violencia en lo privado no es para ella el del estado
de naturaleza solo superable para los iluministas con el contrato social. La violencia,
tal como se plantea en la polis, es prepolítica. Es “el centro de la más estricta desi-
gualdad”. Esta desigualdad es notable en las mujeres y en los esclavos.

Arendt, asimismo, no solo contrapone en nuestro tiempo lo privado a lo político si-


no también a la esfera social”.15 Al respecto, apunta el papel condicionante que cum-
plen las ciencias de la conducta. Así, señala cómo la economía fue la ciencia de la
sociedad en sus comienzos, pero al estar restringida a un grupo y a actividades deter-
minadas, son actualmente las “ciencias del comportamiento” las que apuntan a redu-
cir al hombre a conducta condicionada.

Arendt marca la diferencia entre lo privado y lo político, marcando este último como
deseable, el mundo de la realización.

13 Arendt, Hannah, La condición humana, Buenos Aires, Paidós, 2004.


14 Idem, pág. 45.
15 Idem, pág. 49.

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Sebreli,16 escribiendo acerca de las familias porteñas, apunta que tradicionalmente se


defendió la privacidad de la vida cotidiana, porque el mundo de la política parecía le-
jano y la familia “conformaba una unidad hermética, viviendo de sí y sobre sí, un
universo en contra o un contrauniverso, como diría Gastón Bachelard”. Esta unidad
autosuficiente hoy no existe. El cambio en las políticas hace que las funciones fami-
liares sean ejercidas por otros socialmente (la educación, el cuidado de los ancianos,
etc.) cuando no es el Estado el que actúa a través de sus políticas hasta en la función
productiva familiar (véase, si no, el plan Jefes y Jefas de Hogar).

Se apuntaba anteriormente la permeabilidad de la familia ante avances externos. Fal-


ta señalar cómo las prácticas violentas familiares a su vez inciden socialmente.

En Familia y el autoritarismo,17 Horkheimer, padre de la teoría crítica, contempla


cómo, “a medida que la familia ha dejado de ejercer sus antiguos roles”, se ha con-
vertido en terreno de entrenamiento, de ejercicio, para la autoridad en sí”.18 Así plan-
tea cómo la mentalidad fascista se forma en individuos donde los rasgos de hostili-
dad contra un padre rígido y punitivo se desplazan y se vuelven contra los más débi-
les, marcando la diferencia entre “los que no son como uno mismo, y el resto del
mundo”.19 Sin embargo, marca una dicotomía, ya que “La familia como ideología fo-
menta al autoritarismo represivo, pero es evidente que la familia como realidad es el
obstáculo más fuerte y efectivo contra la recaída contra la barbarie que amenaza a to-
dos los seres humanos durante su desarrollo”.

Conclusión
La familia es el lugar de lo íntimo, pero también el lugar de lo oscuro, como plantea
Arendt. Un lugar donde lo cotidiano transcurre protegido por el Derecho.

La intervención jurídica ante un hecho de violencia interno sacude el aparente con-


trauniverso de Bachelard. Un contrauniverso, sin embargo, que no es hermético, por-
que sus condiciones internas influyen en el exterior e incluso en las políticas, como
lo demuestra Horkheimer.

16 Sebreli, Juan José, Buenos Aires, vida cotidiana y alineación - seguido de Buenos Aires, ciudad en crisis,
Sudamericana, Buenos Aires, 2003, pág. 94.
17 Horkheimer, Max, en Fromm, E.; Horkheimer, M; Parsons, La Familia, Península, Barcelona, 1994,
pág. 195.
18 Idem, pág. 185.
19 Idem, pág. 189.

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Aquí aparece la primera tensión, entre la intimidad protegida legalmente y la protec-


ción que merecen los derechos de sus mismos integrantes.

La decisión sobre el tipo de intervención dependerá del criterio del profesional, luego
de realizar lo que los magistrados ingleses denominan el test de “Balance de Daño”20,
o sea, ante las necesidades y derechos de la víctima, de los niños u otros integrantes
del grupo familiar afectados y los derechos del ofensor, decidir quién sufrirá el mayor
daño si la medida no se toma.

Las medidas comprendidas en las leyes de protección contra la violencia familiar


constituyen un proceso urgente para actuar en la emergencia. La estructura del pro-
cedimiento y su carácter tienen limitaciones operativas lógicas. El abogado lo sabe.

Por un lado, está el criterio profesional de selección de estrategias en el proceso. Por


otro lado, la extensión de las medidas posibles de selección.

La práctica demuestra prevalencia de medidas dictadas judicialmente cuyo interés


prioritario es proteger la integridad física. Estas decrecen cuando se trata de proteger
otras formas de violencia definidas en las mismas leyes. En la legislación compara-
da, la selección es más rica.

Se ha señalado la conexión entre las leyes contra la violencia familiar y los movi-
mientos de derechos humanos. El abogado actúa, entonces, en un doble rol. Por un
lado, tiene el control del proceso. Por el otro lado, es protagonista, aun impensada-
mente, de un movimiento del cual no tiene control, pero en el que es sujeto activo.
La insuficiencia en nuestras leyes y jurisprudencia no es más que el reflejo de un con-
cepto desarrollándose en etapas y, como tal, hay tensión en la producción y desafío
de las normas, como dicen Jean y Andrew.

Obsérvese que, si bien se deben defender los derechos de las víctimas, también se de-
be considerar el carácter invasivo de las medidas urgentes, ya que este es un proce-
so especial, con carácter casi “inquisitivo” llevado por un juez de familia, donde se
toman medidas “inaudita parte” y donde puede haber lesión al derecho a la libertad,
la privacidad, y a la autonomía de las partes.

20 “Domestic Violence. A Guide To Civil Remedies And Criminal Sanctions, “http://www.dca.gov.uk/


family/dvguide03.pdf, Family Policy Division, Lord Chancellor’s Department, febrero de 2003.

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Jean y Andrew dicen que estos movimientos representan las nuevas relaciones entre
lo público, lo privado y lo social, una lucha entre las antiguas y nuevas formas de do-
minio. Se evidencia esta tensión en criterios jurisprudenciales, por ejemplo, que
aceptan como un derecho establecido de la víctima el reclamo de daños y perjuicios
devenidos de un accidente automovilístico, articulando procedimientos burocráticos
necesarios y fomentando el conocimiento de los mismos, pero problematizando el re-
clamo de daños emergentes de ilícitos devenidos por la violencia familiar.

Véanse los discursos legales subyacentes que representan la antedicha tensión. Com-
párese estas normas con el contenido de la Convención de los Derechos del Niño o
de los Pactos Internacionales sobre Derechos de la Mujer.

Obsérvese, incluso, cómo nuestra sociedad no considera conductas meritorias de re-


proche penal, las de los delitos de hurto, daño y defraudación entre familiares, los
cuales están exentos de pena en razón del vínculo (art. 185 del Código Penal)21 cuan-
do el fraude a la sociedad conyugal, común en casos de violencia familiar, merece
socialmente solo una sonrisa comprensiva.

Jean y Andrew señalan cómo estos movimientos nacen de la sociedad civil e influ-
yen en los actores estatales. Pero lo social no es suficiente. Arendt plantea lo dificul-
toso de la habilidad de autorregulación dentro de lo social, y la necesidad de la inje-
rencia de la política estatal, para garantizar igualdad y libertad.

Arendt marca la función condicionante de las ciencias de la conducta. Es común hoy,


tanto en la práctica como en la teoría el enfoque interdisciplinario de los casos de vio-
lencia familiar, judicial o extrajudicialmente, donde el derecho, ciencia de la conduc-
ta, se une a otras ciencias sociales.

Lo que se trata de plantear es que la influencia de estas ciencias, o la regulación so-


cial no son suficientes en el fenómeno de la violencia familiar, como tampoco lo es

21 Código Penal Argentino, (Capítulo VIII), Art. 185: Están exentos de responsabilidad criminal, sin per-
juicio de la civil, por los hurtos, defraudaciones o daños que recíprocamente se causaren:
1º. Los cónyuges, ascendientes, descendientes y afines en la línea recta;
2º. El consorte viudo, respecto de las cosas de la pertenencia de su difunto cónyuge, mientras no hayan
pasado a poder de otro;
3º. Los hermanos y cuñados, si viviesen juntos.
La excepción establecida en el párrafo anterior no es aplicable a los extraños que participen del delito.

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el nivel de intervención judicial ni profesional del abogado actualmente. Se necesita,


con respecto a este otro nivel de práctica profesional, un enfoque del Derecho capaz
de dar mayores y mejores respuestas y superar las ambigüedades existentes. Así co-
mo se habla de criterios políticos transversales, se debería plantear la transversalidad
en la práctica legal.

Si esto es así, se integrarían y profundizarían en un multienfoque jurídico-teórico


parte del Derecho de Familia y el Derecho Penal, pero también el Derecho Público y
el Derecho Internacional.

Se superaría, entonces, la forma precaria en que el tema está encaramado entre los límites
de lo privado y de lo público, y las ambigüedades señaladas en el desarrollo del trabajo.

En esta visión, sin embargo, existen límites de acción del profesional del Derecho.

En el presente trabajo se ha tratado de demostrar que, a la hora de buscar remedios lega-


les para el caso particular, es recomendable un enfoque integrado del Derecho. Asimismo,
que esta es una especialidad de acentuada función social. Hay que aceptarlo y estar capa-
citado para esto y entender la conexión con políticas sociales y estatales. Esto no es lo mis-
mo que sufrir un corrimiento disciplinar y esperar que el órgano jurisdiccional se transfor-
me en motor de políticas que excedan las judiciales, o que el abogado sea un agente de las
mismas, avasallando así la división de poderes y reemplazando al Ejecutivo, de la misma
forma que la actuación de un equipo interdisciplinario en el Tribunal no puede significar
que este resigne su función de justicia y se convierta en un espacio terapéutico.

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Fecha de recepción: 13/04/06


Fecha de aceptación: 28/06/06

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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VIOLENCIA Y LEY
ORDEN SOCIAL Y ETICA DEL ACTO
Carlos Gutiérrez* y Gervasio Noailles**

“No estar justificado por nada, pero crear a cada paso mis propios valores, hacer de
mí otra cosa que lo que el azar, mis genes y la sociedad dispusieron hacer conmigo”.

Jean Paul Sartre

Resumen
El trabajo introduce desde una perspectiva crítica una lectura acerca de la violen -
cia cotidiana, intentando distanciarse de la mirada del sentido común construida
desde los medios masivos de comunicación.

A diferencia del régimen de la opinión -donde se plantea una relación de exclusión en -


tre violencia y ley-, el pensamiento crítico problematiza dicha relación, planteándolos
como términos unidos por un lazo que excede cualquier contingencia. Para ello, a lo
largo del trabajo se presentan esquemáticamente tres dimensiones posibles de la violen -
cia, una conservadora, otra instituyente y otra arrasadora de la subjetividad.

Asimismo, se señala la situación paradojal del sujeto ante la ley, pues para este existe
una imposibilidad estructural de obedecer la ley a la letra. Ello se debe a que las leyes
existentes pueden oponerse entre sí, a que son insuficientes para resolver una situación
particular -ya que la norma es general- y, por último, a la ambigüedad inherente a la
lengua. Todo ello señala la necesidad de su interpretación. No obstante, cuando la ley
pretende aplicarse literalmente, el efecto es el colapso subjetivo. En el mismo sentido,
la pretensión del dispositivo judicial de obediencia estricta provoca el eclipsamiento de
la posición de sujeto responsable, quien abandona la posición de intérprete, quedando
como objeto de la ley antes que como sujeto de Derecho.

Palabras clave: violencia, ley, acto.

* Licenciado en Psicología, profesor adjunto de la Cátedra Psicología, Etica y DD.HH. (UBA) e investi-
gador UBACyT.
** Licenciado en Psicología, psicólogo clínico, docente de la asignatura Psicología del Ciclo Básico
Común e investigador UBACyT.

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Summary
This article critically presents a view on daily violence trying to take a distance from the
regard based on the common sense created by the mass media. Public opinion excludes
a relationship between violence and law. On the contrary, critical thought confronts that
relationship as two terms united by an indestructible link. In this article, three possible
dimensions of violence are schematically presented: in the first, violence is conservative;
in the second, it generates new orders and, in the third, it destroys the subjectivity.
Additionally, the subject’s paradoxical situation facing the law is discussed. For the
subject, it is structurally impossible to strictly abide by the law because existing laws
may oppose between them, or they may be insufficient to solve a particular situation
(giving the general nature of the norm) and, finally, because the language is ambiguous.
This is why the law needs interpretation. However, when Law is literally enforced, the
effect is the subjective collapse. In the same way, the pretension by the judicial apparatus
of a strict obedience to the Law provokes the eclipse of the subject as a responsible one
who abandons its position as interpreter and becomes, in the end, an object of the Law
more than a subject of Right.

Key words: violence, law, act.

Distintas formas de violencia son una presencia constante en cualquier lugar del pla-
neta. Sin detenernos en un extenso inventario, la “delincuencia común” y las accio-
nes terroristas son dos de las expresiones más destacadas en esta penosa situación.
La primera, porque constituye el paisaje cotidiano de las grandes ciudades y fuente
de una profunda inquietud social. La segunda, porque ha tomado proporciones de-
vastadoras que no involucran solo a los damnificados en forma directa sino que im-
pactan severamente en todas las poblaciones por su peligro potencial y por el efecto
de la difusión global de los medios de comunicación. El rechazo a este estado de co-
sas es casi unánime y ha fortalecido la convicción social acerca de una concepción
de seguridad que reclama una solución a este problema, convicción fuertemente
acentuada por los dispositivos formadores de opinión.

En este contexto, diversas acciones sociales que desafían de algún modo el curso de
la vida cotidiana suelen ser tratados por ese criterio común como manifestaciones in-
deseables que sería necesario erradicar.

Así, acontecimientos sociales diversos como los cortes de ruta con piquetes, los ca -
cerolazos de tiempo atrás y los “escarches” públicos dirigidos a figuras de notorie-
dad, son objeto de dura crítica en la medida en que señalan diversas maneras en el
uso de la fuerza que contradicen disposiciones legales.

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Estas prácticas han generado un amplio debate en nuestra sociedad en la que distin-
tas formas de opinión y afirmaciones tendenciosas se ubican en las maneras más ha-
bituales de tratar la cuestión de la violencia: la condena a la que la somete la opinión
mediática, cargada de sentido común.

Ahora bien, ese sentido común, que se detiene en lo más evidente, requiere ser cues-
tionado desde un pensamiento crítico, el cual se ubica en el lugar de vacío que pro-
pician las brechas del saber previo.1

En el pensamiento crítico, a diferencia del régimen de la opinión, el sujeto carga con


la responsabilidad de su enunciación y no con la obediencia a un enunciado. La di-
ferencia entre estos dos registros reside en sus consecuencias sociales y subjetivas.
El acto de la enunciación produce performativamente un nuevo estado de cosas que
transforma la posición del sujeto luego de pronunciarse.

La fidelidad a un enunciado, en cambio, es el modo en el que el sujeto busca un re-


fugio de sentido en los enunciados propicios para conservar inmodificada la situa-
ción en la que se encuentra.

Para salir de las convenciones que reducen el problema y obstaculizan su compren-


sión, partamos de señalar que la relación entre violencia y ley es compleja. Por ello,
situar su articulación requiere salir de la comprensión habitual que las entiende co-
mo opuestas. En verdad, son términos que están unidos por un lazo que excede cual-
quier contingencia. Introduciremos esquemáticamente tres dimensiones posibles de
la violencia, una conservadora, otra instituyente y otra arrasadora.

Función conservadora de la violencia


La violencia puede estar al servicio de proteger un orden legal como es el caso de la
monopolización de la violencia por los órganos soberanos del Estado. De este modo,
el Estado se asegura el monopolio de la violencia y prohíbe toda otra expresión que
desafíe ese monopolio. 2 Cuando permite el despliegue de algunas de sus formas, lo

1 El sentido común, como fue definido por Kant en su Crítica del juicio, es la facultad de juzgar (sobre el
bien, el mal, lo bello, lo feo...). El problema es de dónde toma este sentido común los elementos que le
permiten juzgar el bien, la moral, lo justo, etc. Una respuesta posible se encuentra en el utilitarismo, don-
de el sentido común es considerado como una dirección compartida para el conjunto de los individuos, de-
terminada por intereses que conformarían un todo armonioso. Esta visión finalista es altamente normali-
zadora pues presupone la existencia de un bien trascendente que todos deberían seguir para sostener el in-
terés común, de carácter único y forclusivo de las diferencias.
2 En palabras de Freud: “El Estado ha prohibido al individuo la injusticia, no porque quisiera abolirla, ///

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hace siempre y cuando estas no pongan en riesgo el orden legal vigente, ya sea en
forma directa o porque la dinámica de tales acciones podría llevar a un desajuste ins-
titucional que se busca preservar. Se trata de una tolerancia restringida a ciertas con-
diciones en las que el orden establecido no corre riesgos.

Precisamente, en la conservación del status quo democrático de nuestros tiempos es


necesario destacar una concepción dominante acerca de la democracia. Luego de la
caída de la última dictadura militar, la democracia se ha convertido en un “valor-re-
fugio” (Scavino, 1999) Ha dejado de ser un medio para alcanzar los objetivos pro-
clamados -justicia, desarrollo de las libertades y lucha contra las desigualdades- pa-
ra pasar a ser un fin en sí mismo. En este abandono de toda idea de cambio hacia una
sociedad más justa, lo único posible es la gestión de lo dado.

En este sentido, todo acto político que objete la relación entre representantes y repre-
sentados cuestiona al sistema de democracia representativa. Por lo tanto, será tilda-
do de antidemocrático y violento por el sentido común mediático. Esta concepción
de la práctica política se enfrenta con la propia naturaleza del sistema en la medida
en que niega un principio básico como es la posibilidad del acceso a las formas de
gobierno de cualquier persona o sector social. Precisamente esta desustancialización
de los roles es lo que diferencia el actual sistema político de las formas fijas y cris-
talizadas de la Edad Media, en la que era la gracia divina la que determinaba quién
era siervo, señor feudal, sacerdote o labrador. Las democracias modernas, en cambio,
se sostienen en el supuesto de que es el pueblo o los propios actores quienes deciden
la existencia y la disposición de los roles. En la época moderna la política, es decir
la voluntad popular, sustituye así a la voluntad divina y a la teología.

La condena a todo uso de la violencia se produce a partir de la confusión entre po-


lítica y moral. Ahora bien, tal operación de dislocación de los principios democráti-
cos no se reduce a la acción ideológica de los medios de comunicación. En verdad,
esta confusión tiene un antecedente en la filosofía difícil de soslayar. Platón en La
República sostiene que el mejor gobierno es el de los aristócratas, quienes pudien-
do gobernarse a sí mismos estaban en condición de gobernar la polis. En la concep-
ción platónica, hay una fatal disposición de las cosas, un cosmos, un orden natural
del mundo. En esta disposición del universo, la moral republicana platónica consis-
te en que cada uno haga lo que le corresponde en la sociedad, respetando el orden
del mundo sin cuestionarlo. La catástrofe de los estados comienza con la hybris

/// sino porque pretendía monopolizarla, como el tabaco y la sal” (Freud, S., “La desilusión provocada por
la guerra”, en De guerra y muerte. Temas de actualidad, Amorrortu, Buenos Aires, pág. 281).

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(desmesura o exceso), cuando los ciudadanos confunden sus funciones y ocupan ro-
les que no les corresponden.

Para evitar la hybris es necesario que cada ciudadano logre una identidad con su per-
sonaje, no que actúe sino que conciba al rol asignado como el único posible. A esta
actitud moral, Platón la llama sophrosyne (temperancia o moderación).

Mientras que la hybris es una enfermedad social, la sophrosyne está al servicio de la


conservación de un orden y una armonía de las funciones comunitarias.

En este pensamiento, república y democracia están en conflicto, ya que hay una vir-
tud republicana -cumplimiento efectivo y correcto de los roles sociales, la sophrosy -
ne- y una virtud democrática que permite cuestionar la distribución de los roles o de
la organización social establecida (Scavino, 1999).

Función instituyente de la violencia


La violencia puede también ser fundadora de un orden legal allí donde no lo había o
ser la posibilidad de un orden distinto. Precisamente, aquellos que condenan la vio-
lencia por oponerse a la legalidad vigente en Occidente desde hace más de dos siglos
olvidan que tal legalidad se sostiene en aquel enorme acto de violencia que fue la Re-
volución Francesa. Las instituciones de la democracia burguesa reposan en aquel ac-
to fundacional del sistema legal vigente que consistió nada menos que en la decapi-
tación del rey, acto equivalente a cortarle la cabeza a Dios.

Sobre esta función de la violencia suele pesar un desconocimiento que no es ajeno a


la lógica misma del sistema político vigente. La noción ideológica de democracia y
libertad no solo impide reconocer la violencia de la que nace sino también aquella
que comporta la sujeción y disciplinamiento de los ciudadanos a un estado de cosas
que solamente está permitido modificar a través de los dispositivos de representación
tendientes a mantener la continuidad de esa lógica.

La violencia instituyente se inscribe por medio de actos que cuestionan tanto la dis-
tribución de los roles sociales como los roles mismos.

Por lo tanto, hacer política, dentro de un sistema democrático moderno, implica cuestio-
nar en acto los roles asignados. Sin embargo, la condena social suele estar destinada a
quien se pronuncia políticamente sin aceptar pasivamente el lugar al que se lo destina.

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La ética en acto cuestiona la moral establecida. Por ello, se puede hablar de ética -y
ya no de moral- cuando los actores se sustraen al libreto de roles preestablecidos por
la sociedad. Así, será ética toda acción -violenta o no- que vaya más allá de los ro-
les asignados por el discurso hegemónico y no simplemente en el sentido contrario,
lo que no sería sino un mero acto de trasgresión especular. En esta dirección, la éti-
ca consiste en el uso de la libertad permitiendo al sujeto constituirse como tal, res-
ponsabilizándose por aquello que decide en acto. En términos foucaultianos, “la li -
bertad es la condición ontológica de la ética, pero la ética es la forma reflexiva que
adopta la libertad” (Foucault, 1999; 363).

En el campo de la subjetividad, el pensamiento sobre la violencia fundante de lega-


lidad tiene un horizonte insoslayable en Freud, en la construcción de su mito del cri-
men del padre de la horda primitiva.

Ese crimen cometido en forma colectiva tiene carácter fundacional de la cultura a


partir de establecer las prohibiciones del incesto y el parricidio, que constituyen pa-
ra Freud el núcleo de la eticidad entre los hombres. La muerte del protopadre, como
recurso instrumental para el acceso incestuoso -impedido por el capricho del jefe de
la horda- queda trastocada. De la concreción del crimen no se desprende el desenfre-
no sino las prohibiciones fundamentales, “no matarás y no accederás incestuosamen-
te a tu madre”. Vaciar el lugar del padre es el acto que sienta las condiciones para el
funcionamiento de la ley. “En el principio fue la acción” es la frase de Goethe con la
que Freud cierra su Totem y Tabú, enfatizando la función de un acto a partir del cual
la ley toma su lugar (Freud, [1912] 1997).

La función arrasadora de la violencia


Otra dimensión de la violencia es aquella arrasadora de todo orden legal y, en con-
secuencia, destituyente del orden subjetivo. Múltiples ejemplos en la historia ponen
en evidencia esta forma de la catástrofe aunque, sin dudas, un lugar excepcional ocu-
pa el exterminio puesto en marcha por los nazis sobre judíos, gitanos y los llamados
“anormales”. Los campos de exterminio -como operación industrial de producción
de cadáveres- fueron el resultado, según P. Legendre, de una concepción carnicera de
la filiación. Carnicera no solo por sus efectos sino porque su punto de partida es una
subversión de todo principio de legalidad ubicando en su lugar al cuerpo como hori-
zonte último de la verdad: “En el tránsito al acto hitleriano operó un regreso al pun-
to crítico del sistema jurídico occidental, desarticulando toda su construcción me-
diante una puesta en escena de la filiación como pura corporalidad. Se dio un salto:
el que va del cuerpo como vía de acceso a la interpretación (la circuncisión) al
cuerpo como argumento de supresión del intérprete (biologismo racial). En estas

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condiciones [...] no se cuestionaría ya otra cosa que la carne humana” (Legendre,


1994, 21).

El filósofo Giorgio Agamben, en su trilogía Homo sacer, es quien ha desarrollado in-


tensamente las condiciones de este descalabro que no procede de un desorden salva-
je sino de la aplicación extrema de una lógica sostenida en el estado de excepción
(Agamben, 2004) Presente en toda legislación, el estado de excepción porta una am-
bigüedad radical: procede de la ley pero durante su vigencia la ley queda suspendi-
da. Es decir, el estado de excepción es una aplicación de la ley de la que deriva la de-
saplicación de la ley misma. En esas condiciones, las “garantías individuales” que-
dan suspendidas y con ellas las posibilidades del ciudadano de sostenerse como tal,
ya que la excepción se ha hecho regla y lo extremo se ha vuelto cotidiano. De ese
modo, ante el bando3 dispuesto por el soberano decidiendo el estado de excepción,
el sujeto queda radicalmente a merced de su poder omnímodo y a disposición de
quien decide acerca de su vida y su porvenir. La cristalización más cruda de esta ló-
gica es el campo de exterminio. El habitante del campo de exterminio (el “musul-
mán” en la jerga del campo), desposeído de toda marca jurídica, queda reducido a vi-
da desnuda de todo rastro de palabra (Agamben, 1995, 2000, 2004).

¿No es una obviedad señalar que la resistencia violenta a este arrasamiento es inob-
jetable? Rechazar toda forma de violencia desde un pacifismo fundamentalista equi-
vale a no reconocer, por ejemplo, el alcance del alzamiento del gueto de Varsovia, en
el que un pueblo defiende su historia, su tradición y su existencia.

Se trata, entonces, de tres dimensiones de la violencia: una conservadora, otra fun -


dadora o instituyente y una tercera arrasadora del orden legal y, en consecuencia,
desubjetivante.

Situar estas formas de relación entre violencia y ley no agota su enumeración ni el


alcance de sus funciones, claro está, pero busca, cuanto menos, invitar a una refle-
xión que abandone el maniqueísmo de la aprobación o la condena interesadas.

Ante la ley, el intérprete


La pretensión de un estricto respeto a la ley no advierte -o quiere olvidar- que la ley
es imposible de ser respetada. La ley no puede ser aplicada porque no constituye una
totalidad y carece de un sentido unívoco.

3 Recordamos que el bando es el edicto o la proclama que emite el soberano en la que formula una orden
a los súbditos.

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La aplicación de la norma se encuentra con dificultades de diversa índole que no per-


miten su traslación mecánica. En efecto, para el Derecho -tomaremos a Hans Kelsen
en este terreno- la aplicación de la norma en un caso específico se encuentra con obs-
táculos que impiden un resultado pleno, sin fisuras. Kelsen señala que existen diver-
sos puntos de indeterminación en la ley, en ocasiones deliberadamente, para que una
norma inferior introduzca una precisión que falta en la ley general. En otras, involun-
tariamente: la imposibilidad, inherente a la lengua, de establecer un sentido lingüís-
tico unívoco; así, la norma es necesariamente ambigua. A todo esto se agrega la exis-
tencia de normas que se contradicen y la discrepancia surgida entre el enunciado de
la ley y la voluntad del legislador. De este modo no hay un resultado único, ya sea el
caso de optar por alguno de los significados lingüísticos, de conjeturar cuál ha sido
la voluntad del legislador o de elegir entre una de las normas que se contradicen (Kel-
sen, 1979).

La imposibilidad de la aplicación lisa y llana obliga a la interpretación de la norma. La


interpretación es convocada para resolver un problema sin salida ante la indeterminación
que la letra de la ley presenta. El enunciado de la ley se presenta como un saber que ca-
duca en su consistencia cuando la interpretación toma su lugar. La interpretación se tor-
na posible a partir de las grietas de la ley: en el punto en que vacila al decir, en la ambi-
güedad, la contradicción, en el sentido inasible, en las múltiples formas de inconsisten-
cia que, finalmente, no es otra que la inconsistencia misma de la palabra.

Habitar el campo del lenguaje implica la interpretación incesante en la medida en que


la vida no ofrece asideros ciertos para el hombre. Así, la posición de intérprete es es-
tructural al sujeto dividido.

Ante el bando soberano, la nuda vida


Si, por el contrario, se pretende que la ley no está en falta sino que ella es una y la mis-
ma, y -en virtud de ello- se exige su aplicación estricta, se cae en aquellas prácticas abe-
rrantes de opresión sanguinaria que con toda crudeza se expresa en el texto de Kafka,
“En la colonia penitenciaria”. En ese relato, el reo es sometido a la sentencia que con-
siste en inscribir sobre su cuerpo la disposición que ha violado. La rastra que actúa so-
bre el condenado tiene la forma del cuerpo y va grabando con sus agujas una inscrip-
ción que el supliciado no alcanza a ver y que solo puede descifrar con la carne misma:
“El hombre comienza lentamente a descifrar la inscripción, estira los labios hacia fuera,
como si escuchara. Usted ya ha visto que no es fácil descifrar la inscripción con los ojos;
pero nuestro hombre la descifra con sus heridas” (Kafka, 1999, 31). El desciframiento
con las heridas está en la antípoda de la función del intérprete. Aquí, la ley no es terre-
no de alojamiento de lo humano y propiciatorio del sujeto de la responsabilidad, es

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decir, de aquel que se sitúa frente a ella de un modo sostenido en la decisión. Por el
contrario, se trata del colapso subjetivo en la pretensión de que no haya distancia al-
guna entre el sujeto y la ley.

La magnitud de este movimiento devastador hizo que algunas voces consideraran que
su amplio alcance comprendiera no solo a quienes va dirigido tal acto de violencia sim-
bólica y material sino también a aquellos que, sometiéndose al régimen de obediencia
irrestricta, acceden a entregar su cuerpo a la maquinaria totalitaria. Es precisamente es-
to lo que condujo a Bruno Bettelheim a considerar a Rudolf Höss, el comandante de
Auschwitz, como un “musulmán” bien alimentado y bien vestido (citado por Agamben,
2000). La objeción a tal comparación es que ella no distingue entre la determinación ab-
soluta que supone ciertas condiciones extremas (equivalentes a la tortura) de la decisión
de obedecer. La responsabilidad es el nudo de este problema. En el primer caso, la atri-
bución de responsabilidad es inadmisible. En el segundo, en cambio, la elusión de la res-
ponsabilidad es inaceptable y conforma una operación jurídica exculpatoria que se sos-
tiene en la noción ideológica del autómata.

A diferencia de la pretensión de obediencia irrestricta a la ley, es imprescindible des-


tacar que la ley se sostiene en su falta de fundamento. Esta concepción es sostenida
incluso por un teórico positivista como Hans Kelsen, quien sostiene que el conjunto
de las normas de un sistema jurídico se soporta solo a partir de una primera norma
fundamental supuesta: la Grund Norm (o norma fundamental) no tiene existencia en
la realidad y constituye una ficción a partir de la cual se basa el sistema jurídico (Kel-
sen, 1987).

Esta carencia de fundamento de la ley, esta insuficiencia, abre el campo de la respon-


sabilidad. Es la operación de corte que introduce la ley en su insuficiencia la que pro-
duce un sujeto deseante. Por esa brecha, un acto productor de sujeto es posible. Ley,
deseo y acto quedan de este modo anudados. En este sentido, todo acto es un más allá
de la ley, del universo simbólico dado, un término que -partiendo de tal universo- lo
excede. Una nueva posición subjetiva es el resultado del acto que, produciendo un
sujeto, funda un nuevo orden de legalidad. En este sentido, el acto implica violencia
instituyente. Y, por ello, cualquier descalificación a priori de la violencia anula la po-
tencia subjetivante del acto. El sentido común antiviolento, el que descalifica toda
violencia, nos deja sin acto y sin sujeto.

Violencia en acto y acciones de violencia


Mencionábamos en el comienzo el debate suscitado por acciones sociales que cues-
tionan la legalidad vigente. Nos gustaría detenernos en una que posee características

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que la destacan particularmente. Se trata de los llamados “escraches”,4 que son ac-
ciones en las que un grupo más o menos numeroso de personas pone en evidencia a
alguien comprometido en circunstancias políticas como el terrorismo de Estado o por
su gestión de gobierno o participación en cualquier ámbito de lo público. Por ejem-
plo, la agrupación H.I.J.O.S. 5 suele preparar los escraches varios días antes, visitan-
do la zona en el que intervendrán e informando a los vecinos acerca de la actividad
a realizar, las razones por las que se llevará a cabo, el nombre y los antecedentes de
la persona a “escrachar”. De ese modo, los habitantes del barrio comienzan a cono-
cer qué ha hecho aquel vecino que se muestra como un ciudadano respetable y es, en
verdad, autor de crímenes aberrantes como la tortura o el asesinato. Es imprescindi-
ble destacar que señalar la ubicación geográfica, el nombre del “escrachado” y sus
actos son el signo distintivo de esta práctica.

Ahora bien, los escraches han sufrido la condena en defensa de “la vida democrática
y las libertades”. Pero la condena a los escraches ha ido más lejos aún, al punto de
comparárselos con ciertos métodos del nazismo durante su ascenso al poder: hosti-
gamientos que el hitlerismo solía llevar a cabo ante las propiedades de los judíos. Tal
comparación es profundamente errónea en la medida que desconoce una diferencia
sustancial para el terreno de la ética. Los nazis cuestionaban lo único que no puede
ser cuestionado a nadie: aquello que alguien es o, si se prefiere, cree serlo. El escra-
che es, en cambio, la denuncia de lo único que puede ser cuestionado en el campo de
lo humano: aquello que alguien hace. Pone en evidencia, por lo tanto, no lo que al-
guien es sino lo que produce como acto.

En el primer caso la objeción está en el terreno del ser, en tanto carne sin palabra
que le dé soporte.

En el segundo, una interpelación se pone en marcha fundando un campo de responsabi-


lidad en el que cierto acto puede ser situado y expuesto sin el resguardo de la impuni-
dad que las coartadas jurídicas le procuraron.6 De tal modo, la responsabilidad -escamo-

4 Término lunfardo -argot de la Argentina- definido de la siguiente manera:


“Escrachar: “poner a alguien en evidencia. Delatar a alguien abierta y públicamente” (Diccionario eti-
mológico del lunfardo, Conde, Oscar, Buenos Aires, Perfil Libros, serie Bitácora, 1998). Y también,
“Escrache: deschave/acción y efecto de poner en evidencia a alguien/acción y efecto de repudiar masiva-
mente a una persona. Esta acepción corresponde a una modalidad social reciente que alcanzó rápida
difusión y consiste en rechazar públicamente a alguien que se ha ganado la aversión general o de una parte
de la ciudadanía” (Diccionario del lunfardo de Espíndola, Athos, Buenos Aires, Planeta, 2002).
5 Sigla correspondiente a Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, agrupación de
derechos humanos de Argentina fundada en 1995 y conformada por los hijos de los detenidos, desapare-
cidos, asesinados, ex detenidos y exiliados durante la dictadura militar de 1976-1983.
6 Recordemos que, los actos de terrorismo estatal perpetrados por la dictadura militar de 1976/83, ///

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teada por la coartada judicial- es devuelta al campo de lo público, sacándola del ano-
nimato de la intimidad en el que había encontrado refugio.

De esta manera, el escrache, partiendo de coordenadas simbólicas precisas (ubica-


ción geográfica, nombre, acciones), devuelve una marca simbólica a la sociedad, qui-
tando el velo de impunidad que busca ocultar todo rastro de responsabilidad sobre los
actos públicos de cada quien. La denuncia social -como condena social- es la marca
simbólica, el movimiento instituyente a partir del cual el lazo social funda en acto un
punto de legalidad que torna posible la vida civilizada.7

Las acciones sociales -aunque no todas ellas, claro está- conforman un movimiento
instituyente al que suele respondérsele con lecciones de educación cívica que, en es -
te contexto, no son más que el discurso de adecuación al orden garantizado por aque-
lla ley que ya no contiene a los sujetos, que ha envejecido sin remedio en el momen-
to mismo en que cada uno, con su acto, ha decretado su carácter senil y su caída.

Tomemos en este punto un suceso del ámbito universitario: la revuelta estudiantil que fi-
nalmente derivó en la célebre reforma del 18. Los estudiantes cordobeses, tomando por
asalto el rectorado de la universidad, proclamaban en su Manifiesto liminar lo siguiente:

“Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de un orden que no discutimos, pero
que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos
quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho a la in -
surrección. (...)

Los actos de violencia, de los cuales nos responsabilizamos íntegramente, se cum -


plían como en el ejercicio de puras ideas. (...)

La sanción moral es nuestra. El derecho también. Aquellos pudieron obtener la san -


ción jurídica, empotrarse en la ley. No se lo permitimos. Antes de que la iniquidad
fuera un acto jurídico, irrevocable y completo, nos apoderamos del salón de actos y

/// recibieron de parte de las leyes llamadas de “Punto Final” y de “Obediencia Debida” primero, y del in-
dulto presidencial más tarde, los resortes legales que aseguraba la impunidad a los perpetradores directos
e indirectos de la masacre cometida.
7 La importancia de tales acciones para la subjetividad tiene un dato relevante surgido de los servicios te-
lefónicos de ayuda al suicida: en los días de intensa movilización social llamados “cacerolazos”, los lla-
mados a tal servicio disminuyen casi a cero. Es precisamente en ese momento -en que el sujeto pone en
evidencia las fisuras de la ley- cuando tiene ocasión de generar una acción en la que, a contramano de la obe-
diencia alienada al orden establecido, se produce como sujeto en la fundación de un orden legal nuevo.

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arrojamos a la canalla (...) a la vera de los claustros. Que esto es cierto lo patenti -
za el hecho de haber, a continuación, sesionado en el propio salón de actos la fede -
ración universitaria y de haber firmado mil estudiantes, sobre el mismo pupitre rec -
toral, la declaración de huelga indefinida”.

La reforma universitaria del 18 nació luego de una enorme movilización estudiantil


que terminara echando por tierra con el estatus universitario vigente por entonces y
abriendo un espacio de democracia y riqueza académica vedada en el antiguo régi-
men. Son estas las grandes acciones de violencia fundadora que frecuentemente co-
rren la suerte del olvido ideológico.

La automática condena o aprobación de estas prácticas no supone una interpretación


de las mismas sino la repetición de un gesto en el que se pretende cristalizar algún
sentido encubridor de tal acto.

Si lo sostenido hasta aquí es confundido con una justificación de toda violencia, qui-
siéramos salir al cruce de tal lectura con algunas observaciones acerca de una situa-
ción también del ámbito universitario, vivida en la Facultad de Psicología de la UBA
y de amplia repercusión mediática, dadas las características del hecho en cuestión.8

El grupo de estudiantes que en el año 2002 tomó por asalto las oficinas del decana-
to y decidió retener por la fuerza al decano hasta que este aceptara firmar una reso-
lución contraria a la vigente -decidida por los miembros del Consejo Directivo y que
el decano no votó-, llevaban a cabo una acción que lejos de cuestionar la autoridad
del decano, la reafirmaban, asignándole una potestad de la que carece. Si confronta-
mos esta acción con el acto de los estudiantes cordobeses del 18, las diferencias de
posición saltan a la vista. Mientras los estudiantes del 18 vaciaban el lugar de la au -
toridad desplazando a los usurpadores, la tromba de los 40 estudiantes se esforzaba
por mantener la presencia de la autoridad y gastaba toda su energía en exigir del de-
cano el poder de su firma.

Esto muestra, una vez más, que la fuerza política no depende de la virulencia de los
enunciados sino de la posición de enunciación.

8 Se trató de una acción promovida por la agrupación que dirigía el Centro de Estudiantes en respuesta a
una reglamentación que limitaba la posibilidad de cursar materias a aquellos estudiantes que adeudaran
exámenes finales en materias ya cursadas.

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Pero aún podríamos decir algo más acerca de ciertas situaciones sociales en las que
nada de lo instituyente está en juego.

Asistimos en estos tiempos a acciones de violencia conocidas como “delincuencia


común” que, muy por el contrario de constituirse en actos instituyentes, son formas
desmesuradas de alineación agresiva, los retornos salvajes de aquellos excluidos del
lazo social por la expulsión a la que los sometió la lógica del mercado. Esta lógica
mercantil suele llamársela “ley del mercado”, pero tal expresión solo puede aceptar-
se en el sentido en que también se dice “ley de la selva”. Es decir, el lugar donde el
orden simbólico que la ley introduce ha sido reemplazado por el empuje de una fuer-
za en el que el lazo social como soporte de lo humano queda degradado a algunas
ocasiones y eliminado en otras. La violencia contemporánea, que tan crudamente se
presenta en la delincuencia urbana, constituye un movimiento destituyente del suje-
to producido en un marco de deterioro creciente de los dispositivos de legalidad. Los
excluidos del mercado buscan retornar al circuito de los bienes de consumo por las
vías que se procuran a través de sus propios medios.

Ahora bien, estos medios provocan estragos no solo en aquellos que las padecen co-
mo blanco sino también en quienes las perpetran. ¿Qué queda de lo humano cuando
tal violencia se despliega?

Esta ferocidad no cuestiona el orden vigente sino que pone en evidencia sus grietas,
haciendo inocultable la ferocidad de la que emana.

Debido a ello, tal violencia pone en marcha un movimiento de ocultamiento de lo que


expresa. La delincuencia común -y su sobreexposición mediática-, es utilizada como
un modo de legitimación de la violencia conservadora desplegada por los aparatos
represivos del Estado. En términos de Deleuze, las sociedades de control son el “nue-
vo monstruo” que se alimenta de aquello que los medios nominan como delincuen-
cia común: ante el temor por la “ola de inseguridad”, el Estado ofrece más control,
reforzando la violencia conservadora.

Quejarse de este orden dado es sucumbir a la resignación del lamento. Como dice
Borges de alguno de sus personajes, le ha tocado vivir una época difícil, como a
cualquiera. Es precisamente en esta época en la que cada uno está o puede estar en
posición de hacer jugar su apuesta ya sea en la obediencia al orden instituido, en el
arrasamiento al que él mismo se entrega o bien poniendo en marcha su poder insti-
tuyente.

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
Pág. 140-154

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Fecha de recepción: 10/01/06


Fecha de aceptación: 15/05/06

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EL TRABAJO DE ESCRITURA ENTRE SESIONES


EN LA PSICOTERAPIA PSICOANALITICA
Gustavo Lanza Castelli*

Resumen
El presente trabajo comienza señalando que, en las últimas décadas, ha disminuido
la frecuencia y duración de los tratamientos de psicoterapia psicoanalítica respecto
de lo que era habitual en otras épocas. A continuación hace referencia a las investi -
gaciones que, en otras líneas de psicoterapia, se han hecho acerca del beneficio del
trabajo del paciente entre sesiones. Postula, entonces, la utilidad de un trabajo de
escritura entre sesiones dentro del marco de pensamiento psicoanalítico.

El poder terapéutico de la escritura ha quedado demostrado en una serie de inves -


tigaciones rigurosas llevadas a cabo por James Pennebaker y por numerosos equi -
pos de investigadores. En ellas se vieron los efectos benéficos, a nivel físico y aními -
co, de escribir sobre traumas importantes de la vida.

Otros autores propugnaron la inclusión del proceso de escritura en el interior de la


psicoterapia y mostraron cómo esta se potenciaba mediante el uso de este adjunto.

Luego de reseñar estas investigaciones, se mencionan una serie de beneficios del uso
de la escritura en el curso de la psicoterapia y se enfatiza cómo esta puede verse en -
riquecida por la inclusión de este importante complemento.

Palabras clave: trabajo entre sesiones en psicoterapia, poder terapéutico de la es -


critura, beneficios de la escritura como adjunto de la psicoterapia.

Summary
This paper points out that during the last decades psychoanalytic psychotherapy has
experienced a decrease in treatment duration and session frequency. Next, the author
reviews some recent research (conducted under other psychotherapeutic approaches)
about the benefits of the patient’s work between sessions. He then proposes the
usefulness of writing tasks between sessions also under a psychoanalytic framework.

* Lic. en Psicología. Docente de la Carrera de Especialización en Psicología Forense de UCES. E-mail:


lanzacastelli@fibertel.com.ar

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The therapeutic power of writing has been shown by James Pennebaker and many
other researchers. Research has shown that writing about some traumatic events of
life can have beneficial effects on the patient, both at the physical and at the emotional
level. Other authors have proposed including the act of writing inside the psychotherapy
process and have shown how psychotherapy effects were potentiated by means of
using this adjunct.

Following this review, the author describes a series of benefits that the use of writing
during the course of psychotherapy can bring and he stresses that therapy can be
much enriched by incorporating this important aid.

Key words: homework in psychotherapy, therapeutic power of writing, benefits of


writing as an adjunct to psychotherapy.

El tratamiento psicoanalítico en la actualidad


La duración y la frecuencia de los tratamientos psicoanalíticos se han modificado sig-
nificativamente en los últimos 20 años, tanto en nuestro medio como en el exterior.
Los tratamientos largos, de una frecuencia de cuatro o cinco veces por semana, son
hoy privilegio de unos pocos, mientras que la mayoría de los tratamientos tienden a
desarrollarse con una frecuencia de una o dos sesiones semanales.

En países como EE.UU. esta modificación obedece, en gran medida, a la presión de


los seguros de salud, que fuerzan a la utilización de técnicas que resulten eficientes
en función de la ecuación costo-beneficio. Por otra parte, como no hay suficiente evi-
dencia empírica que respalde la neta superioridad, en cuanto a los resultados, de los
modos de tratamiento con mayor frecuencia semanal, las consideraciones menciona-
das se imponen.

Por otro lado, también ha habido en este tiempo una importante expansión de la psi-
coterapia focalizada y planificada, que suele ser usada en la mayoría de las institu-
ciones, y que habitualmente tiene un límite preestablecido de un número total acota-
do de sesiones.

En nuestro medio, la crisis económica, de ya larga duración, ha tenido una clara inciden-
cia en este punto, en un sentido análogo al mencionado. Lo más habitual, en pacientes
que se atienden en consultorio privado y pagan sus honorarios, son los tratamientos de
una o dos veces por semana, mientras que para los pacientes que se atienden a través de
una obra social o prepaga, o que lo hacen en una institución hospitalaria, rige, en gene-
ral, el tope de un total de 30 sesiones (con algunas variaciones).

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Si estos tratamientos -no focalizados- de una vez por semana pueden, o no, seguir lla-
mándose “psicoanálisis”, o si no sería mejor adoptar para ellos la expresión “psico-
terapia psicoanalítica”, sigue siendo objeto de discusión en nuestro medio. Sea como
fuere que decidamos este asunto, creo que es importante que, dado que en estos tra-
tamientos de menor frecuencia y/o duración contamos con mucho menos tiempo real
de trabajo en común con el paciente, nos planteemos cómo lograr optimizar los re-
sultados en el tiempo de que disponemos.

En lo que tiene que ver con la estrategia, la técnica, los objetivos, etc. de las terapias
focalizadas, es mucho lo que se ha aportado en estas últimas décadas (entre otros,
Fiorini, 1973; Strupp y Binder, 1989). No ha ocurrido otro tanto con las terapias de
final abierto y de frecuencia semanal.

Con el objetivo de optimizar los resultados de ambos tipos de terapias (focalizadas y de


final abierto) es que planteo la posibilidad de proponer al paciente que realice un traba-
jo durante la semana, a los efectos de contribuir a la consecución de este objetivo.

El trabajo entre sesiones en psicoterapia


Este tema que para nosotros -psicoanalistas- es bastante extraño, ha sido tomado en
consideración desde hace mucho tiempo en otras escuelas de psicoterapia que se
plantearon desde el comienzo un tiempo limitado de trabajo, por lo cual propiciaron
-desde el vamos- cierto tipo de actividad del paciente entre sesiones, buscando de ese
modo el máximo de eficacia en el mínimo de tiempo.

Las primeras propuestas en este sentido provienen de las corrientes conductista y


cognitivo conductual.

Las indicaciones para el trabajo entre sesiones varían según cada escuela. En el cog-
nitivismo clásico de Aaron Beck -y también en la de muchos otros desarrollos den-
tro de la orientación cognitiva- se le propone al paciente llevar un registro de pensa-
mientos automáticos a lo largo de la semana. En un cuadernillo anotará en varias co-
lumnas cuáles han sido las situaciones problemáticas, y cuáles los pensamientos, sen-
timientos y conductas surgidos en ellas (Beck et al., 1979).

El paciente realiza sus autoobservaciones y anotaciones durante la semana y después


va a la sesión munido de este material. En el intercambio paciente-terapeuta, duran-
te el tiempo de la sesión terapéutica, se trabaja -en parte- sobre ese material que el
paciente ha llevado. Las formas de trabajarlo varían en las distintas líneas de esta
orientación (Semerari, 2000).

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En el planteo de Beck -no así en el de otras ramas del cognitivismo- se utilizan también
prescripciones conductuales, tendientes todas a favorecer, finalmente, una modificación
en los esquemas y creencias disfuncionales, que es la meta clínica para este autor. Tales
prescripciones son, en general, experimentos en los que se ponen a prueba dichas creen-
cias del paciente, de un modo análogo a como se contrastan las teorías científicas.

En la escuela conductista, las tareas entre sesiones son múltiples y variadas. El prin-
cipio común a todas ellas sería el siguiente: “Las tareas para la casa constituyen el
vehículo por medio del cual las habilidades aprendidas en la sesión de entrenamien-
to se practican en el ambiente real, es decir, se generalizan a la vida diaria del pacien-
te” (Caballo, 1991).

Las terapias sistémicas y gestálticas usan también, abundantemente, el trabajo entre


sesiones, a los efectos de optimizar sus resultados.

En los últimos 20 años se han realizado numerosas investigaciones empíricas sobre es-
tos procedimientos, las cuales corroboran de modo concluyente que, efectivamente, el
trabajo del paciente entre sesiones contribuye, de modo importante, a aumentar y con-
solidar los resultados beneficiosos de la psicoterapia. Un número entero de la revista In
Session fue dedicado a reseñar estas investigaciones (In Session, 2002).

En el campo psicoanalítico, en cambio, no hemos producido nada por el estilo. Tal


vez porque los tratamientos de cinco veces por semana de otras épocas no lo reque-
rían, o porque un celo extremo por no influir en el paciente ni alterar el (supuesto)
desarrollo espontáneo de la transferencia parecían desaconsejar cualquier técnica
“activa”, o porque creíamos que bastaba con el trabajo espontáneo del pensar Prec o
de los circuitos Inc activados por la interpretación, aunque esta ocurriera, en las últi -
mas décadas, en sesiones cada vez más espaciadas en el tiempo.

De todos modos, cabe consignar que -al menos dos veces en su obra- Freud alude a
estas tareas entre sesiones. En una de ellas se refiere a esto de modo explícito cuan-
do, hablando del tratamiento de las fobias, dice que para conseguir la solución en al-
gunos de estos casos es necesario, muchas veces, mover a que el paciente encare la
situación temida (¡entre sesiones!) a los efectos de que pueda aparecer el material ne-
cesario para profundizar el análisis y lograr la resolución final del síntoma. Sin tal
trabajo entre sesiones, no se puede lograr el objetivo (Freud, 1919).

En otro texto nos cuenta Freud acerca de una paciente que, encontrándose de pronto en
pleno llanto mientras iba por la calle, logró apresar la fantasía que había tenido, cuyo

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final desdichado fue el motivo de sus lágrimas. En la medida en que Freud consig -
na que le había llamado la atención a la paciente acerca de sus fantasías, podemos
conjeturar que le había sugerido que observase y tratase de apresar estas formacio -
nes cuando se presentaran -tal como él mismo hacía continuamente- (Freud, 1908).

La primera tarea entre sesiones mencionada consistía, entonces, en poner en juego


una conducta, la segunda tendría que ver con la autoobservación (y el relato de sus
frutos en sesión).

Sintetizando: si hay tanta corroboración acerca del beneficio del trabajo del paciente
entre sesiones, y la práctica de tratamientos con sesiones espaciadas es lo habitual en
este momento, creo que ha llegado el tiempo para que nos planteemos seriamente si
no es posible contar con el trabajo del paciente en la semana, con el objetivo de op-
timizar el resultado beneficioso del tratamiento.

Surge aquí, entre otras, la pregunta de cuál podría ser ese trabajo. Mi opinión es que
-entre otros- un trabajo de escritura entre sesiones es sumamente terapéutico y por
entero compatible con el enfoque psicoanalítico en psicoterapia.

Efecto terapéutico de la escritura


El poder terapéutico de la escritura ha sido testimoniado por numerosos escritores,
de los que podríamos citar múltiples ejemplos (entre otros muchos, los de Goethe y
su Werther, Henry Miller y su reacción al abandono de June, Isabel Allende y su li-
bro Paula, Anaïs Ninn y su diario, etc., (DeSalvo, 1999), pero solo en años recientes
se han realizado diversas investigaciones empíricas sistemáticas para poner a prueba
estas intuiciones.

Investigaciones empíricas acerca del efecto terapéutico de la escritura


a) Investigación de resultados:
En la década del 80 James Pennebaker, psicólogo investigador de la Southern Met-
hodist University comenzó a realizar una serie de interesantes investigaciones acer-
ca del los efectos terapéuticos de la escritura. Inicialmente se centró en investigar la
incidencia que la escritura podía tener en la salud física y el estado de ánimo.

En la primera de estas investigaciones, llevada a cabo junto con Sandra Beall (Pen-
nebaker y Beall, 1986), le propuso a un grupo numeroso de estudiantes de Psicolo-
gía que participaran en una investigación. Cuarenta y seis alumnos participaron del
experimento. Fueron formados cuatro grupos a los que les dio las siguientes consig-
nas: a los integrantes del grupo “A” les dijo que debían escribir durante 15 minutos

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por día, a lo largo de cuatro días, sobre los hechos más traumáticos de su vida, focali-
zándose solo en los hechos y no en los sentimientos que estos les produjeron. Alos del
grupo “B” les dio la misma consigna respecto del tiempo de escritura, pero subrayando
que debían focalizarse en los sentimientos solamente, y no en los hechos que habían
ocurrido. A los participantes del grupo “C” también les indicó lo mismo respecto del
tiempo, pero les dijo que describieran ambas cosas, o sea, tanto los hechos como los sen-
timientos que estos les habían producido. Les enfatizó que podían escribir acerca de lo
que quisieran y que trataran de conectarse lo más posible con lo que sentían.

Por último, a los integrantes del grupo “D”, o grupo de control, les dio la consigna
de que escribieran durante el mismo tiempo, pero sobre tópicos irrelevantes, por
ejemplo, que describieran minuciosamente las actividades del día o la ropa que te-
nían puesta. El objetivo de la inclusión de este cuarto grupo era evaluar si el acto de
escribir, per se, tenía efecto terapéutico. A todos se les aseguró total confidencialidad
sobre lo escrito y sobre los resultados del estudio.

La consigna para el grupo “C” (que debían escribir tanto acerca de los hechos como
sobre los sentimientos que estos les habían producido) fue la siguiente:

“Una vez que sea escoltado al cuarto de escritura y se cierre la puerta, quiero que escri-
ba de modo continuado acerca de la experiencia más terrible o traumática de toda su vi-
da. No se preocupe por la gramática, la ortografía o la estructura de las frases. Quiero
que en su escritura exprese sus más profundos pensamientos y sentimientos acerca de
esa experiencia. Puede escribir acerca de lo que usted quiera. Pero cualquier cosa que
sea que usted elija, tiene que ser algo que lo haya afectado muy profundamente. Ideal-
mente, debería ser algo de lo que no ha hablado en detalle con nadie. Es fundamental
que se deje ir y que se conecte con las más profundas emociones y pensamientos que
tenga. En otras palabras, escriba acerca de lo que pasó y de cómo se sintió en relación
con ello, así como también de cómo se siente ahora. Por último, puede usted escribir
acerca de traumas diferentes en cada sesión, o sobre el mismo trauma a lo largo de todo
el estudio; eso depende enteramente de usted” (Pennebaker, 1990).

Los cuatro grupos completaron la experiencia y cuatro meses después de terminada


la misma llenaron un cuestionario que evaluaba sus sentimientos a largo plazo refe-
ridos al experimento.

Cada día, al finalizar su tarea, los voluntarios llenaban otro cuestionario a través del
cual se podía evaluar su estado de ánimo cada vez, por lo cual las variaciones del
mismo fueron conocidas apenas terminada la experiencia.

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Los estudiantes que escribieron acerca de los traumas se sintieron profundamente


afectados. Muchos de ellos lloraron mientras escribían, otros refirieron tener pesadi-
llas y trastornos del sueño o haber estado pensando continuamente, a lo largo de los
cuatro días, sobre los tópicos expresados en sus escritos. Como era de esperar, se sin-
tieron mucho peor que los que lo hicieron sobre temas intrascendentes.

Pennebaker y Beall se sintieron impresionados por la sinceridad con que los alum-
nos expresaban estas situaciones y por el tenor de las historias relatadas: los nume-
rosos episodios de abuso sexual, violaciones, separación traumática de los padres, in-
tentos de suicidio, alcoholismo, humillación pública, etc. les parecían insólitos para
los integrantes de familias de clase media acomodada. Pero mucho mayor fue la sor-
presa que tuvieron cuando, seis meses después, el centro médico de la Universidad -
al que concurrían los alumnos que vivían allí- les dio el informe de las visitas al mé-
dico de todos los estudiantes comprendidos en la investigación durante un período
que abarcaba desde los dos meses y medio anteriores a la semana de escritura, hasta
cinco meses y medio después. Los resultados fueron concluyentes: los alumnos de
los grupos “A”, “B” y “D” no tuvieron mayores variaciones en cuanto a las enferme-
dades padecidas, antes y después de la experiencia. Los del grupo “C” (que escribie-
ron acerca del trauma y lo que sintieron a raíz de este) mostraron un decrecimiento
del 50% en sus enfermedades con posterioridad a haber escrito.

Luego de esta primera investigación, Pennebaker realizó otra con Glaser y Glaser del
Ohio State University College of Medicine (Pennebaker, 1990), quienes estaban in-
teresados en investigar diversos factores que podían incidir en la actividad del siste-
ma inmunitario.

La experiencia tuvo el mismo diseño que la anterior: 50 alumnos, divididos en 2 gru-


pos, escribieron durante 20 minutos diarios a lo largo de cuatro días. El grupo “A” lo
hizo sobre situaciones traumáticas. El grupo “B”, acerca de tópicos irrelevantes. Los
alumnos consintieron también en que se les hicieran varias extracciones de sangre
durante la experiencia, y otra seis semanas después.

Los resultados de laboratorio mostraron que quienes habían escrito acerca de traumas
mostraron una mejoría en el funcionamiento de su sistema inmunitario después del
último día de escritura, mejoría que se mantenía seis semanas después. También aquí,
las visitas al médico en los meses subsiguientes disminuyeron para ellos a la mitad.
Nada de esto, por supuesto, ocurrió con el grupo de control.

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A partir de estos resultados se multiplicaron las investigaciones. El mismo Penneba-


ker realizó muchas otras y, desde distintas partes de EE.UU., Europa y Latinoaméri-
ca diversos equipos de investigadores replicaron, sofisticaron y corroboraron los re-
sultados de las primeras investigaciones (Esterling et al., 1999).

Algunas de esas investigaciones se refieren a la mejoría de pacientes con asma y artri-


tis reumatoidea (Kelley, Lumley, Leisen, 1997; Smyth et al., 1999), con cáncer de prós-
tata (Rosenberg et al., 2002), mejoría en la modulación del anticuerpo del virus Eps-
tein-Barr (Esterling et al., 1994) y muchos otros estudios que utilizaron un formato de
experimentación y una consigna muy similares a los de Pennebaker. En todos ellos se
encontraron diversas mejorías en aquellos pacientes que escribieron acerca de traumas,
a diferencia de los que lo hicieron respecto de tópicos irrelevantes.

En el campo de la salud mental, la mayoría de los estudios que utilizan el formato de


Pennebaker se ha centrado en los beneficios de la escritura en pacientes que han su-
frido traumas o que tienen un síndrome de estrés post-traumático (entre otros, Smyth
et al., 2002; Lepore, 1997; Stephens, 2002).

Por último, al menos cuatro estudios relacionaron el efecto terapéutico de la escritu-


ra -realizada según este formato- con la psicoterapia.

En los dos primeros (Murray et al., 1989; Donnelly y Murray, 1991) se formaron tres
grupos de estudiantes voluntarios: el primero de ellos (grupo “A”) debía escribir sobre
sucesos traumáticos; el segundo (grupo “B”), de tópicos irrelevantes, y el tercero (gru-
po “C”) conversó con un terapeuta, el cual invitó a cada uno de los participantes a que
recordara un hecho traumático y hablara de él, tras lo cual lo ayudaba en la clarificación
del hecho y de las emociones despertadas por el mismo. Los tres grupos realizaron sus
respectivas sesiones durante 20 minutos cada vez, a lo largo de cuatro días.

Los resultados fueron interesantes. Mientras que el grupo de control, que escribió
acerca de temas intrascendentes (grupo “B”) no mostró, como de costumbre, mejo-
ría alguna, los grupos “A” y “C” tuvieron un nivel de mejoría equivalente. Ambos
grupos mostraron cambios cognitivos, emocionales y conductuales. Ambos grupos
manifestaron sentirse mejor que el grupo de control. Evaluando el contenido de lo
hablado y lo escrito, respectivamente, se encontró que en ambos grupos se habían re-
ducido los sentimientos negativos a la vez que se había incrementado la autoestima
y se habían dado cambios adaptativos en las cogniciones y la conducta.

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La mayor diferencia entre ambos fue que quienes escribieron respecto de traumas tu-
vieron un aumento de sentimientos negativos inmediatamente después de la sesión
de escritura, cosa que no ocurrió con los que hablaron con un terapeuta. De todos mo-
dos, este estado anímico cedió luego dando lugar a las mejorías reseñadas.

Otro hecho significativo fue que los alumnos que escribieron acerca de una experiencia
traumática expresaron emociones más intensas y de un modo más vívido que quienes
hablaron con un terapeuta (hecho este que ha sido notado también por otros autores).

Las conclusiones de los autores de estos estudios y de los de un estudio posterior (Se-
gal y Murray, 1994) son que la escritura puede producir cambios comparables con
los de la psicoterapia breve y que estos cambios son producto de un procesamiento
cognitivo y emocional de la experiencia traumática.

Por último, un cuarto estudio (Graf, 2004) es el único, hasta ahora, que ha incluido
las sesiones de escritura en el interior de un proceso terapéutico, como complemen-
to -entre sesiones- de este, utilizando el formato de Pennebaker y una rigurosa meto-
dología.

Graf incluyó en esta investigación a 44 pacientes de dos instituciones que buscaban


tratamiento psicoterapéutico por problemas diversos (depresión, trauma y duelo, es-
tados de ansiedad, problemas de salud, problemas maritales, abuso de sustancias, de-
sórdenes alimentarios). Algunos de los pacientes estaban comenzando la psicotera-
pia, otros habían realizado ya algunas pocas sesiones (de 2 a 6 ó más). Los pacientes
fueron asignados al azar a dos grupos de igual número de integrantes (22) cada uno.
Se buscó también que cada uno de los terapeutas que participaba en la investigación
recibiera igual número de pacientes de uno y otro grupo.

Al primero de estos grupos se le dio la instrucción de que durante la semana (entre


una sesión y otra) escribiera 20 minutos acerca de los hechos más traumáticos de su
vida; estos podían ser sucesos de la infancia u otros que todavía tuvieran vigencia ex-
plícita. Debían hacer esto dos veces en total, una vez por semana a lo largo de dos
semanas. Al segundo grupo se le dijo que escribiera acerca de temas irrelevantes con
la misma frecuencia y durante el mismo tiempo.

A todos los participantes se les administró una serie de cuestionarios y escalas, con
el fin de evaluar ansiedad y depresión, progreso en el tratamiento, satisfacción con el
tratamiento y el terapeuta. Estos instrumentos les fueron administrados antes y des-
pués de cada sesión semanal de psicoterapia, sirviendo la primera sesión de la serie

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como línea de base para evaluar el estado de ánimo actual y el modo de funciona-
miento.

La experiencia se extendió a lo largo de tres sesiones de psicoterapia semanales, con


2 sesiones de escritura intercaladas -una en cada semana-.

Por último, al final de la experiencia, esto es, después de la tercera sesión de psico-
terapia, les fue administrado otro cuestionario más, que buscaba evaluar en qué gra-
do habían compartido lo escrito y las emociones que les había despertado con sus te-
rapeutas, así como el rol de la escritura en la terapia.

Por su parte, también los terapeutas llenaron un cuestionario después de la tercera se-
sión de psicoterapia, que buscaba evaluar el impacto clínico que las sesiones de es-
critura habían tenido en la psicoterapia (por ejemplo, incremento del insight en los
problemas, satisfacción con las sesiones de escritura y con la terapia).

Los resultados fueron que el grupo que escribió sobre traumas mostró mayor reduc-
ción en la ansiedad y depresión que el grupo de control. También el primer grupo
mostró una mejoría más significativa que el segundo en lo que hace a las relaciones
interpersonales, y también un mejor desempeño de su rol social.

Los pacientes del primer grupo mostraron, asimismo, una satisfacción mayor con sus
tratamientos y terapeutas que los del segundo grupo.

Por último, los terapeutas mismos evaluaron que el haber escrito acerca de traumas
contribuyó de modo positivo al proceso terapéutico y a sus resultados. Opinaron que
esta tarea había mejorado la calidad de las sesiones, que los pacientes mostraban ma-
yor insight en los temas que se trabajaban en común, gracias a las sesiones de escri-
tura, y que los resultados conseguidos habían sido también mejores.

Considero entonces que, en base a este conjunto de investigaciones rigurosas sobre


el efecto de la escritura, queda fehacientemente demostrado el poder terapéutico de
la misma, así como la factibilidad de incluirla -como trabajo entre sesiones- en el in-
terior de un proceso de psicoterapia.

En los casos de pacientes que han sufrido traumas por abuso sexual en la infancia o por si-
tuaciones de violencia intrafamiliar reiterada, el poner por escrito -entre sesiones- dichas
situaciones traumáticas se revela como de la mayor utilidad y contribuye a profundizar y

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acelerar el proceso terapéutico (van Zuuren et al., 1999, Allard, Freyd, Momiyama,
2004, Pennebaker, 2004).

b) Investigación de procesos:
Una vez que quedó demostrado el valor terapéutico de la escritura, los investigado-
res intentaron entender por qué esto era así: cuál era el proceso por el cual se produ-
cía este resultado.

Algunas de las hipótesis planteadas fueron


La teoría de la inhibición: plantea que la no expresión de experiencias psicológica-
mente importantes supone una inhibición que requiere un trabajo fisiológico. Se ha
postulado que este trabajo fisiológico es un elemento estresor que puede producir o
empeorar perturbaciones psicosomáticas. El efecto terapéutico de la escritura estri-
baría, entonces, en permitir una expresión a estas experiencias sofocadas.

Esta teoría, si bien hasta hoy en día no ha sido refutada, no alcanza a explicar los he-
chos observados.

Otra teoría enfatiza el valor catártico de la escritura y considera que esta liberación
de emociones es lo propiamente terapéutico. Se han hecho investigaciones tendien-
tes a contrastar esta hipótesis. En una de ellas se supuso que, si esta teoría era cierta,
los mismos efectos se alcanzarían por medios verbales y no verbales. De este modo,
se realizó una experiencia en que se formaron tres grupos: uno de ellos debía expre-
sar una situación traumática a través de la danza y el movimiento corporal, otro gru-
po debía hacer lo mismo, pero, además, escribir acerca de ello. Un tercer grupo, por
último, debía escribir acerca del trauma durante 3 días, 10 minutos por día.

Si bien los 2 grupos que se expresaron por el movimiento se manifestaron más con-
tentos y mentalmente más saludables en los meses subsiguientes al estudio, solo
aquellos que además escribieron exhibieron una mejoría en su salud en los meses
posteriores a la experiencia. (Kratz y Pennebaker, citado en Pennebaker y Seagal,
1999). Otros estudios también coinciden en mostrar que la catarsis per se, si no es
acompañada de una reestructuración cognitiva y una puesta en palabras, no tiene
efecto terapéutico.

Por último, Pennebaker plantea que lo que parece ser decisivo en estas experiencias,
lo propiamente terapéutico es el hecho de traducir la experiencia emocional en len-
guaje. Este aserto es, como tal, sumamente conocido. Planteado originariamente por
Freud y Breuer (la talking cure) y ampliamente desarrollado en la obra freudiana, es

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hoy patrimonio común de diversos enfoques terapéuticos. La originalidad de Penneba-


ker no reside en esto sino en que sometió esta hipótesis a verificación experimental.

En uno de sus primeros intentos de corroborar esta hipótesis, este autor partió de la
observación de que en los pacientes que escribían acerca de traumas había grandes
diferencias en cuanto al grado en que se beneficiaban con la tarea: un grupo de ellos
lograba la mayor mejoría, mientras que un segundo grupo no conseguía prácticamen-
te ningún resultado.

Tomó entonces un conjunto abundante de producciones gráficas de los participantes


que habían mejorado su salud con la experiencia de escritura (grupo “A”), y otro,
(grupo “B”), de aquellos que no se habían beneficiado (por más que hubieran escri-
to sobre traumas). Se los dio a evaluar a un grupo de jurados, compuesto por psicó-
logos clínicos y trabajadores en salud mental, que ignoraban el resultado (beneficio,
o no) de cada grupo. Los jurados dijeron que los escritos del grupo “A” parecían de
gente más inteligente, más autorreflexiva y más en contacto con sus emociones.

De todos modos, esto parecía demasiado vago, por lo que Pennebaker y colaboradores
diseñaron un programa de computación (LIWC: Linguistic Inquiry and Word Count)
que evalúa 70 variables diferentes. Analizando el material con ese programa surgie-
ron los factores lingüísticos que diferenciaban un grupo del otro. En el grupo “A” en-
contraron más palabras que expresaban emociones positivas (por ejemplo “feliz”,
“amor”, “risa”) y un número moderado de palabras que expresaban emociones nega-
tivas (por ej. “enojado”, “herido”, “horror”), mientras que en el grupo “B” era menor
la cantidad de palabras de contenido positivo y mayor, o muy escasa, la de conteni-
do negativo.

Pero lo más importante fue otro hallazgo, el de una tercera categoría de palabras que
denotaban nexos lógicos y causales (por ejemplo “causa”, “efecto”, “razón”) e insight
o autorreflexión (por ejemplo “entender”, “darse cuenta”, “saber”). Lo decisivo no
fue el número absoluto de palabras en cada grupo, sino el hecho de que en sus escri-
tos los participantes del grupo “A” incluían pocas de estas palabras en las primeras
sesiones de escritura, y muchas más en la última sesión. Esto parecía indicar que es-
tos participantes iban construyendo historias, narraciones, a medida que progresaba
la experiencia. El primer día describían el hecho traumático de modo desorganizado,
impresionista, sin secuencia ni orden. Pero, día a día, en la medida en que continua-
ban escribiendo acerca del mismo, el episodio iba tomando la forma de una historia
coherente que tenía un comienzo, una parte media y un final claramente identifica-
bles. Significativamente, los participantes que comenzaron la experiencia con tales

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historias, y que no las modificaron mayormente a lo largo de los días, pertenecían al


grupo “B”.

La conclusión de Pennebaker y sus colaboradores fue que -en línea con los actuales
desarrollos de la teoría y terapia narrativas- la gente se beneficiaba al ir transforman-
do una experiencia traumática en una narración que les permitía explicar y entender
los hechos traumáticos, al ir configurando narrativamente un impacto que había sido
inicialmente desorganizante. Y esta configuración narrativa producía una reorganiza-
ción de los pensamientos y sentimientos relacionados con el hecho traumático (Gray-
beal et al., 2002; Pennebaker y Seagal, 1999).

Distintas formas de escritura en psicoterapia


Las investigaciones que he comentado hasta ahora, basadas todas en el formato de Pen-
nebaker, son las únicas en las que se ha podido hacer una evaluación rigurosa. Entiendo
que esto se debe a un conjunto de factores; entre otros, lo estructurado de la situación y
el corto tiempo durante el cual se realiza la experiencia. Esto permite un control de va-
riables que es mucho más difícil de lograr con otras formas de escritura que son menos
focalizadas y que se extienden a lo largo de períodos más extensos.

Sin embargo, mi propia experiencia clínica y la de otros colegas que han usado tam-
bién estas otras formas de escritura en el trabajo con sus pacientes constituye, a mi
entender, un testimonio clínico considerable de la utilidad de este tipo de trabajo co-
mo complemento de la psicoterapia.

Algunas de estas modalidades, de considerable utilidad, son: la escritura de cartas (no


para enviar), (Lanza Castelli, 2005a), la escritura ocasional en la que se vierten las
situaciones críticas o problemáticas, y la escritura sistemática de un “diario de au-
toexploración”, que posee objetivos específicos y una variedad de formas que lo di-
ferencian del clásico diario personal (Lanza Castelli, 2004, 2005b).

Hay toda una serie de interrogantes interesantes que todavía no podemos responder
de modo sistemático y que quedan librados, por el momento, a la intuición clínica de
cada quien. Entre otros, la pregunta acerca de cuáles son los pacientes que pueden
beneficiarse con este trabajo entre sesiones, y cuáles, dentro de este grupo, obten-
drían mejores resultados con uno u otro tipo de escritura. También nos podemos pre-
guntar cuál es el mejor momento para introducir esta variable en el tratamiento. Una
posibilidad sería considerarla de entrada parte del mismo y plantearlo así al pacien-
te. Otra alternativa es incluirla cuando haya alguna situación que sugiera su utilidad
(por ejemplo, vacaciones del terapeuta u otro tipo de situación de separación, etc.), o

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en una etapa determinada del tratamiento, etc. También son factores importantes a te-
ner en cuenta las dimensiones transferencial y contratransferencial en el seno de las
cuales esta tarea queda incluida, y el modo en que la afectan, a la vez que quedan
afectadas por ella.

Beneficios de la escritura como tarea entre sesiones


Deseo, por último, mencionar brevemente y sin pretender ser exhaustivo, algunos de
los beneficios de la escritura realizada conjuntamente con un proceso terapéutico, co-
mo complemento del mismo. He desarrollado de un modo extenso y sistemático los
distintos beneficios de la misma en otro trabajo (Lanza Castelli, 2005b).

El uso sistemático de la escritura, por ejemplo bajo la forma de un “diario de autoexplo-


ración” (Lanza Castelli, 2004) permite un incremento y profundización del insight lo-
grado en el curso de las sesiones de psicoterapia: el paciente tiene toda la semana para
trabajar relacionando lo hablado en sesión con los acontecimientos de su vida cotidiana.
Esto le permite entender mejor diversas situaciones desde el nuevo punto de vista con-
seguido y, eventualmente, advertir en los hechos aspectos no incluidos en lo comentado
durante la hora de trabajo en común, ampliando así su comprensión de lo que le sucede,
más allá de lo que el terapeuta había logrado advertir (de más está decir que este segun-
do aspecto aparece con más facilidad en pacientes que son, a su vez, terapeutas, o que
tienen mayor sensibilidad para la observación psicológica).

Este trabajo favorece de modo considerable el desarrollo de la capacidad de autoob-


servación, que es importante para lograr el incremento del insight mencionado. En la
medida en que el paciente desarrolla esta capacidad y va teniendo una actitud más
atenta a lo largo de la semana, realiza una serie de observaciones, que no había he-
cho anteriormente, relacionadas con situaciones que lo perturban o preocupan, y las
lleva a la sesión para trabajarlas con su terapeuta, con lo cual se enriquece el mate-
rial que aporta y se amplía y profundiza el trabajo terapéutico mismo.

El escribir repetidamente acerca de la misma situación conflictiva, explorando dis-


tintos aspectos de la misma, ayuda a lograr otra perspectiva que la que se tenía ini-
cialmente, con lo cual se puede relativizar un enfoque inicialmente cerrado o excesi-
vamente parcial y lograr una comprensión más matizada, más amplia. A la vez, este
trabajo permite ir tomando cierta distancia de la experiencia, dar un paso atrás y ana-
lizar sus razones y sus distintos aspectos, así como la propia reacción afectiva, con
lo cual suele mitigarse el impacto emocional excesivo.

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El trabajo de escritura entre sesiones favorece, asimismo, que el paciente tome una po -
sición activa respecto de su padecimiento. Ha sido enfatizado por muchos autores que
uno de los aspectos presentes en toda una serie de perturbaciones anímicas, además
de los síntomas específicos, es un sentimiento que Jerome Frank (Frank, 1982) llamó
de “desmoralización”, o sea, un sentimiento de desesperanza, de ineficacia personal,
de haber sido superado por los acontecimientos y de encontrarse inerme frente a ellos.
Este sentimiento de un sí mismo menoscabado agrega un componente importante de
malestar subjetivo y empeora muchas veces los síntomas.

El hecho de tomar un rol activo en el propio proceso terapéutico a través de la escri-


tura favorece que el paciente empiece a ver, progresivamente, los problemas que le
aquejan como dificultades a superar, como tareas a encarar, respecto de las cuales él
tiene algo que hacer en su vida cotidiana -además de lo que trabaje en sesión-, más
que como algo que meramente padece. Por otra parte, una serie de trabajos (entre
otros, Frank, 2001) destacan, cada vez más, la importancia del incremento del senti-
miento de autoeficacia como un objetivo terapéutico de la mayor significación.

Considero que la actividad de escritura por parte del paciente favorece de modo con-
siderable el desarrollo de esta posición activa, de este sentimiento de autoeficacia
(con el incremento de autoestima que conlleva).

La importancia de conquistar una posición activa es particularmente relevante en los


casos de personas que han sido sistemáticamente ubicadas como víctimas de situa-
ciones traumáticas de violencia o abuso sexual.

La propuesta de encarar en la semana el relato por escrito de tales situaciones favo-


rece una toma de contacto renovada con las mismas desde una posición activa, que
traduce una experiencia desorganizante en un trabajo de delimitación y organización
narrativa de los distintos elementos que componen la situación y sus efectos en la
subjetividad.

De ese modo, a medida que se realiza esa práctica, cuyos resultados se entraman con
el trabajo posterior en la sesión, vemos cómo se incrementa el sentimiento de control
del paciente, tanto sobre aspectos problemáticos específicos o síntomas que lo aque-
jaban, como así también sobre el conjunto de su vida.

Para que esta puesta por escrito de las situaciones traumáticas de violencia y/o abu-
so tenga un resultado favorable es necesario que la escritura tenga una serie de ca-
racterísticas que enumero brevemente.

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La narración debe decir qué es exactamente lo que ocurrió, y debe situar el/los acon-
tecimiento/s en tiempo y lugar. Es menester que se realice también la descripción de
las personas involucradas.

Es importante la inclusión de detalles de un modo concreto y vívido. En las sucesi-


vas ocasiones en que se vuelve a escribir acerca de la situación traumática es impor-
tante que se profundice en la descripción, incluyendo cada vez nuevos y más detalla-
dos elementos.

De la mayor significación es el hecho de ligar los acontecimientos a los afectos des-


pertados en ellos. También es útil que el paciente compare cómo se sentía en el mo-
mento de la ocurrencia del suceso y cómo se siente en el momento en que escribe so-
bre él, anotando similitudes y diferencias.

Otro aspecto que suele ser de utilidad es que el paciente pueda incluir en su relato los
aspectos positivos que tenía su vida en el momento de los hechos, así como los que tie-
ne en el momento presente. Esto favorece el incremento del sentimiento de esperanza,
según revelan las investigaciones de Pennebaker (Pennebaker, 1990, DeSalvo, 1999).

Una escritura terapéutica debe también incluir los insights conquistados en el proce-
so de escribir sobre la situación padecida, los cuales pueden comprender diversos as-
pectos de la misma así como relaciones descubiertas entre esta y posteriores aconte-
cimientos de la propia historia.

Amedida que se reitera la narración, la configuración de la historia se va haciendo más


neta y organizada, con una clara delimitación de los distintos tiempos de la misma.

Retomando las consideraciones generales acerca del trabajo de escritura entre sesiones,
podemos agregar que la práctica clínica nos muestra que esta tarea, continua y reiterada,
favorece una mayor simetrización del vínculo terapéutico. Cada vez más nos alejamos de
una posición, por parte del analista o terapeuta, que era tan habitual en nuestro medio en
la década del 60 y del 70, en la cual este se ubicaba en una posición oracular: hablaba po-
co, preferentemente al final de la sesión (o constantemente, como en el enfoque kleinia-
no-argentino), y en lo que decía se expresaba la verdad de lo que ahí había ocurrido. Múl-
tiples cambios ocurridos en nuestro campo psicoanalítico (como los desarrollos de los en-
foques interpersonal e intersubjetivo, el énfasis en la importancia de la alianza terapéuti-
ca, etc. Safran y Muran, 2000) han hecho que tendamos, cada vez más, a favorecer una
simetrización del vínculo terapéutico, en lo cual venimos a coincidir con lo que desde
siempre han enfatizado múltiples orientaciones terapéuticas no psicoanalíticas.

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Esta simetría favorece la construcción de un campo intersubjetivo configurado fun-


damentalmente como un equipo de trabajo, con metas compartidas, con una posición
activa por ambas partes. La importancia terapéutica de este posicionamiento ha sido
subrayada por diversos autores (Safran y Muran, ibídem).

El uso de un diario de autoexploración dota al paciente de una herramienta para los


períodos en que hay una interrupción temporaria del trabajo terapéutico en común
(por ejemplo vacaciones), con lo cual puede seguir trabajando sobre sí mismo en ese
lapso, sea por vía de recolección de autoobservaciones que llevará para trabajar cuan-
do recomiencen las sesiones, sea como insights conquistados por sí mismo, sea por
una conjunción de ambas alternativas. Para algunos pacientes el diario tiene, además,
el significado de un objeto transicional que permite tolerar mejor la distancia y la au-
sencia, aminorando las perturbaciones ante las separaciones que suelen producirse en
personas que han sufrido privaciones tempranas.

También esta herramienta puede ser usada cuando el tratamiento termina. El pacien-
te ha aprendido durante el mismo la utilidad que puede tener para él, y puede conti-
nuar esta tarea como una ayuda para los momentos difíciles, o como una herramien-
ta de uso sistemático para el incremente continuado del conocimiento de sí y del cre-
cimiento personal.

La escritura esporádica -no ya el llevar un diario- también puede ser de mucha utilidad.

En toda una serie de casos el paciente vive situaciones interpersonales en las que le
surge un afecto intenso que, por una variedad de motivos, no puede expresar en el
vínculo (por ejemplo el caso de una paciente con intensa hostilidad hacia una madre
ya anciana y enferma, a la cual no podía decirle lo que sentía, por la misma condi-
ción de esta, etc.). En esos casos el escribir una carta (no para enviar) en la que es-
tos sentimientos puedan ser expresados, permite una liberación de los mismos, cuya
retención resultaba patógena (Pennebaker, 1990, Lanza Castelli, 2005a), a la vez que
favorece una mejor comprensión de distintos aspectos de la relación. Todo esto, a su
vez, es material importante para ser retrabajado y profundizado en la situación tera-
péutica compartida.

En otros casos, la escritura esporádica ante situaciones difíciles permite que el pa -


ciente se aclare respecto de lo que siente y pueda posicionarse de otro modo. Men -
ciono brevemente aquí el caso de una paciente a la que veo una vez por semana,
quien, ante ciertas actitudes hostiles del novio, se llenaba de una hostilidad y una
angustia difusas, a la vez que entraba en una situación de confusión mental por lo

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que no sabía ya qué era lo que la enojaba de ese modo. Quedaba así paralizada, so -
lo atinaba a llorar y se sentía muy vulnerable. Cuando -ante una sugerencia mía- co -
menzó a poner por escrito lo que le estaba sucediendo, apenas la situación lo per -
mitía, advirtió con satisfacción que el hecho de escribir le aminoraba la angustia y
le permitía enterarse de sus propios pensamientos, de aquellas cosas que la enoja -
ban y por qué. Esto hacía que dejara de sentirse vulnerable. Se sentía entonces más
segura y podía plantear las cosas de otra manera, más activamente, más de acuer -
do con sus intereses y deseos.

Esta utilidad de la escritura para enterarse de los propios pensamientos (tanto en lo


que hace al pensar involuntario como al reflexivo, deliberado) es un hecho notable,
que tiene el mayor interés psicológico. Ya Freud decía, hablando del método de la
asociación libre:

“... el estado de autoobservación, en que se ha abolido la crítica, en modo alguno es


difícil. La mayoría de mis pacientes lo consuman después de las primeras indicacio-
nes; yo mismo puedo hacerlo a la perfección, si me ayudo escribiendo mis ocurren -
cias” (Freud, 1900, pág. 125, cursivas agregadas).

Por su parte, Pennebaker dice que el 70% de los sujetos que participaron en sus ex-
periencias manifestaron que la escritura les había ayudado a entenderse a sí mismos.
Transcribe en uno de sus libros algunos comentarios, por ejemplo: “...tuve que pen-
sar acerca de experiencias pasadas y resolverlas... Un resultado del experimento es
una paz mental, y un método para aliviar las experiencias emocionales. El tener que
poner por escrito emociones y sentimientos me ayudó a entender cómo me sentía y
por qué” (Pennebaker, 1990, pág. 94).

“Palabras tales como “darse cuenta”, “entender”, “resolver”, y “elaborar” aparecen


en aproximadamente la mitad de las respuestas de final abierto que recibimos a pre-
guntas acerca del valor general de los experimentos de escritura. La gente ve, intui-
tivamente, el escribir como un método por medio del cual entender y resolver trau-
mas personales” (ibídem).

La escritura ayuda tanto a pensar como a encarar, y a resolver mejor las situaciones
difíciles.

La escritura es muy útil también, ya no para enterarse de los propios pensamientos,


sino para darles forma, para configurarlos. Es experiencia habitual en quienes llevan
un diario que, cuando escriben, por ejemplo, al final del día, acerca de las experiencias

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significativas que han vivido, logran configurar de este modo un implícito vivencial a
veces difuso o confuso, poco estructurado, de contornos poco delineados, que afecta
muchas veces el estado de ánimo de modo desfavorable. En este trabajo se descubren
también, habitualmente, pensamientos fugaces o tangenciales que, cuando ocurrieron,
no recibieron suficiente atención explícita sino que transcurrieron por una especie de
margen de la conciencia, cuyo poder para afectarnos es sumamente notable.

El poder dar forma mediante la escritura a lo relativamente informe y la reconexión con


estos pensamientos desatendidos del día permite también tomar distancia, entender mu-
chas veces las razones y nexos de estos variados procesos anímicos y favorecer, por en-
de, una modificación de los sentimientos disfóricos que tenían en ellos su raíz.

La escritura entre sesiones me parece un campo promisorio que requiere todavía de


mucha investigación, clínica y empírica, para poder profundizar en sus distintas fa-
cetas, explorar sus muchas posibilidades y lograr sistematizar una serie de conoci-
mientos que nos permitan una utilización clínica fundamentada y eficaz.

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(1999), “Effective and ineffective ways of writing about traumatic experiences: a
qualitative study”, Psychotherapy Research, Nº 9 (3), pág. 363-380 (1999).

Fecha de recepción: 04/03/06


Fecha de aceptación: 21/05/06

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LOS 11-13 AÑOS FRENTE AL ESTRES


DE LAS IMAGENES VIOLENTAS
Serge Tisseron*

Resumen
En cuanto se produce un hecho sangriento en el que los actores son jóvenes, se ha
hecho habitual incriminar la violencia de las imágenes que los rodean. Existen sin
embargo, más allá del contenido violento de las imágenes que los jóvenes pueden ver
actualmente en los montajes, comportamientos violentos en la realidad. En efecto,
las imágenes violentas pueden proponer modelos, pero ellas solas no pueden desper -
tar el deseo de ser violento. Y, si en sus comportamientos los jóvenes parecen inspi -
rarse en películas violentas, lo que sucede es que ellos buscaban tales modelos an -
tes de enfrentarse con esas imágenes. Actualmente, la cuestión de las imágenes vio -
lentas está planteada menos en términos de efectos que en términos de usos. Pero los
procesos que intervienen en unos y otros son más conocidos. Sin embargo, son estos
procesos los que explican de qué manera las imágenes pueden ser asimiladas y so -
cializadas. Esta investigación está consagrada a la comprensión de los mismos, y es -
tá dirigida según un protocolo enteramente original.

Palabras clave: violencia, imágenes violentas, estrategias individuales de adapta -


ción, estrategias grupales de adaptación, mímesis, catarsis.

Summary
When young people are involved in a bloody situation or event, it is common to incriminate
the violence of the images in which they are inserted. Nevertheless, beyond the subject of
the images that young people can see in montages, there are violent conducts in real life. In
effect, violent images can propose models, but they cannot bring the desire to be violent.
And if young people seem to be inspired in violent films, the point is that they were looking
for models before the confrontation with those images.

Nowadays, the issue of violent images is seen less in terms of effects than in terms of
uses. But the process that intervenes between them is not well known. Nevertheless,
these proceedings explain the way in which the images can be assimilated and socialized.
The aim of this research is to understand it, and it is directed by a protocol completely
original.

* Psiquiatra y psicoanalista, director de Investigaciones en la Universidad París X, Francia.

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Key words: violence, violent images, individual adaptation strategies, group adaptation
strategies, mimesis, catharsis.

Imágenes violentas, violencia de las imágenes


Existen imágenes que “hacen violencia” aunque no contengan en sí mismas escenas
de violencia explícita. Esto es lo que complica tanto la tarea de todos aquellos que
quieren proteger a los niños de las imágenes violentas controlándolas. Cada persona
puede ser sorprendida en algún momento por una imagen que la violenta, y especial-
mente los jóvenes, de una manera propia según la relación que esta persona estable-
ce con la imagen, y aun si la misma imagen deja indiferentes a los otros.

Es por esto que son necesarias tres definiciones acerca de la violencia de las imágenes.

En primer lugar, la violencia de las imágenes puede ser identificada con las imáge-
nes violentas. Pero esta definición evidentemente es relativa a cada cultura y a cada
época. Imágenes que hace 20 o aun 10 años podían parecer muy violentas actualmen-
te pueden parecer anodinas. Esta definición es de alguna manera estadística, puesto
que concierne a las imágenes recibidas como violentas por la mayoría de una pobla-
ción de un territorio dado en un momento dado. Sin embargo, no es inútil, puesto que
el poder político debe guiarse por ella cuando decide prohibir ciertas categorías de
espectáculos destinados a los niños menores. Por lo tanto, esta definición es extrema-
damente importante, aun si corresponde en todo momento a un estado provisorio de
la sociedad y evoluciona constantemente.

Una segunda definición posible de la violencia de las imágenes concierne a las que
son violentas para un espectador dado en un momento dado, sin que forzosamente lo
sea para otro. Esta definición, a diferencia de la precedente, interesa al padre y al pe-
dagogo. En efecto, hablando con los niños, uno descubre en qué medida cada uno de
ellos puede juzgar violentas algunas imágenes que a otros dejan indiferentes. Por
ejemplo, un niño discapacitado había juzgado terriblemente violentas imágenes que
mostraban a víctimas de accidentes de ruta obligados a desplazarse hasta el fin de sus
días en una pequeña silla rodante. De la misma manera, un niño se había manifesta-
do perturbado por las imágenes de lluvias de ceniza consecutivas a una erupción vol-
cánica, porque decía que estas imágenes le recordaban la nube de cenizas que había
acompañado la caída de las Torres Gemelas durante el atentado del 11 de Septiem-
bre en los Estados Unidos.

Para complicar las cosas, esta violencia no se refiere siempre al contenido explícito de
las imágenes, y con frecuencia está relacionada con el encuadre y el montaje. Algunos

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filmes contemporáneos proponen de este modo las yuxtaposiciones de planos muy bre-
ves y de flashes luminosos irritantes, susceptibles de provocar entre ciertos espectado-
res una angustia y una tensión cuya causa se les escapa. Por otra parte, cada vez más las
imágenes se acompañan de bandas sonoras que utilizan una mezcla de percusiones, rui-
dos cardíacos y ritmos respiratorios que perturban al auditorio, sobre todo si son jóve-
nes, sin que ellos comprendan la razón. En el límite, una imagen aparentemente anodi-
na puede ser recibida como terriblemente violenta. Es lo que sucedió hace algunos años
con un dibujo animado japonés que provocó crisis de epilepsia en muchos jóvenes es-
pectadores. Sin tener este carácter extremo, muchos espectáculos contemporáneos, y es-
pecialmente algunos dibujos animados destinados a los niños, pueden provocar estados
de sideración y de angustia solamente por su construcción y su montaje.1

Finalmente, una tercera definición de la violencia de las imágenes se refiere a la ten-


dencia que algunas de ellas tienen de mostrarse como lo verdadero, sin transforma-
ciones ni artificios. En efecto, si una imagen se ofrece como siendo un puro reflejo
de lo verdadero, las operaciones de transformación psíquica, por medio de las cuales
los espectadores tratan de apropiárselas, quedan borradas. A la inversa, cuanto más
se ofrece una imagen como una transformación de la realidad que muestra, más se
alientan estas operaciones en el espectador.

Aquí nos encontramos con una paradoja importante de las imágenes. Para experimentar
emociones del mismo modo que frente a la realidad, debemos suspender provisoriamen-
te nuestro juicio y creer en ello como si fuese lo verdadero. Pero para poder tomar dis-
tancia frente a ellas, debemos ser capaces en todo momento de percibir estas imágenes
como construcciones, y a su vez debemos realizar nuestras propias construcciones sobre
ellas. Esto es lo que hacen espontáneamente los jóvenes, y es en este camino que hay
que ayudarlos, con el fin de que puedan establecer con todas las imágenes la distancia
crítica necesaria.

Esto se ha mostrado a través de una investigación que he propuesto en 1997 y que


recibió el apoyo de la Dirección General de Acción Social y del Ministerio de Cul-
tura.2 Esta investigación mostró que evidentemente las imágenes violentas constitu-
yen un estrés emocional para sus jóvenes espectadores, que este estrés no constituye
forzosamente un traumatismo, en la medida en que ellos tengan a su disposición los

1 Esto es lo que me ha llevado a distinguir dos formas de violencia de las imágenes: una que “fascina”
actuando por su contenido específico; y otra que “sidera” actuando por medio de artificios que desestabi-
lizan a ciertos espectadores.
2 Los resultados de esta investigación están publicados en mi trabajo Niños bajo influencia, las pantallas
vuelven violentos a los jóvenes?, Armand Colin, París, 2000, reeditado en 2003.

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medios para manejar con eficacia las tensiones emocionales que resultan de ello. Pa-
ra esto recurren a medios individuales, con sus padres y sus camaradas más cercanos,
pero también a medios colectivos, en su grupo o su banda. Este estudio permite com-
prender mejor los medios que podrían ser puestos en marcha para evitar los peligros
de las imágenes violentas sobre los comportamientos.3

El protocolo
1. La hipótesis de base
Mi hipótesis de base rompe por completo con el esquema que se tiene en cuenta ha-
bitualmente para explicar los efectos de las imágenes, que postula que los niños, fren-
te a ellas, interiorizan modelos que a su vez imitan.

1) La hipótesis de que las imágenes violentas provocarían comportamientos por imi-


tación recibió sucesivas correcciones para tratar de hacerla corresponder con la rea-
lidad, y finalmente dio lugar a tres escuelas.

Según la primera de ellas, los modelos propuestos por las imágenes violentas tendrían
el poder de suscitar por sí mismas comportamientos. Para la segunda, las imágenes no
tendrían el poder de producir ellas solas los comportamientos, sino que solo tendrían el
poder de reforzar modelos ya interiorizados por el niño en su vida familiar. Finalmen-
te, según la tercera, es necesario tomar en cuenta las relaciones establecidas por el ni-
ño con su ambiente actual y especialmente con su ambiente familiar: en efecto, no es
suficiente que un modelo interiorizado esté reforzado por imágenes para encontrar con-
diciones favorables con respecto a su actualización relacional.

2) En los años 70, los trabajos de Gerbner4 rompieron con la idea de que las imáge-
nes proponen modelos. Para este autor, las imágenes violentas provocan primera-
mente angustia y esta produce estrategias individuales de adaptación que tienen con-
secuencias sobre la vida social: las personas temen cada vez más ser agredidas en la
calle o en sus casas, aunque este riesgo es objetivamente cada vez menos importan-
te, pero se mantiene por las escenas de violencia televisiva. Es lo que Gerbner llama
el “síndrome del mundo malo”.

3 Esta investigación se llevó a cabo durante tres años y recibió el apoyo financiero del Ministerio de la
Cultura y el del Empleo y la Solidaridad. Se trabajó sobre 200 niños de establecimientos escolares de los
alrededores parisinos. Esta investigación no hubiera sido posible sin los directores de investigación a los
que me asocié y que me secundaron: Chantal Diamante, Sylviane Giampino, Geneviève Jacquinot y
Michel Warwzyniak.
4 Gerbner, George, “Poder y peligro de la violencia televisada”, Les cahiers de la sécurité intérieure,
IHESI París, La Documentation Française, Nº 20, 2º trimestre de 1995.

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3) Nuestra propia hipótesis continúa la de Gerbner, pero aportándole importantes co-


rrecciones. La primera de ellas se refiere al hecho de que las imágenes violentas no
producen solamente angustia sino también vergüenza, miedo, cólera, disgusto, etc.
Es esencial tener en cuenta la complejidad de estas emociones.

En efecto, son las emociones las que dan sentido a las imágenes en la vida psíquica.

La segunda corrección importante es que el ser humano reacciona a este sufrimiento


no solo por medio de estrategias individuales complejas, sino también por medio de
estrategias de grupo, y que unas y otras son radicalmente diferentes.

2. Las originalidades de la investigación


Esta investigación presenta tres originalidades principales.
1) Primero, trata de comparar las reacciones individuales y en grupo de los niños, se-
gún sean imágenes violentas o neutras. Las dos variables esenciales que se toman en
cuenta son: por una parte el carácter violento o neutro de las imágenes presentadas;
y por otra parte las reacciones individuales o en grupo.

2) La segunda originalidad de esta investigación es cruzar un estudio clínico con un


estudio de campo. En efecto, hay estudio de campo en la medida en que esta inves-
tigación no se llevó a cabo en un laboratorio sino en las clases de algunos colegios a
las que se dirigía nuestro equipo. Este estudio es clínico en la medida en que la ob-
servación de las reacciones de los niños, verbales y no verbales, en entrevistas indi-
viduales o en grupo, era realizada por clínicos investigadores, formados en el psicoa-
nálisis y sensibilizados a las reacciones gestuales y emotivas.

3) Finalmente, la tercera originalidad de esta investigación consiste en que trata de


validar hipótesis psicoanalíticas con un método estadístico. Estas hipótesis psicoana-
líticas son de dos tipos, puesto que se refieren a la vez a las estrategias individuales
y grupales de adaptación a las imágenes.

* En el plano de las estrategias individuales de adaptación, la hipótesis principal se re-


fiere al hecho de que el ser humano debe en todo momento integrar sus experiencias del
mundo a su vida psíquica, y que esta integración utiliza tres vías: las palabras, las imá-
genes psíquicas (y especialmente las imágenes de acción), y las manifestaciones no ver-
bales como las mímicas y los gestos. En esta hipótesis, los movimientos y las emocio-
nes no son solo una vía de descarga, sino la forma en que cada persona tiende a integrar
sus experiencias a su vida psíquica (siempre que esta expresión sea compartida).

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* En el plano de las estrategias grupales de adaptación la hipótesis principal se re-


fiere al hecho de que la dinámica de un grupo de niños que se conocen puede ser di-
ferente según hayan visto imágenes violentas o neutras.

4) La aplicación del método estadístico para comparar las reacciones en la entrevis-


ta individual y grupal ha hecho necesario elaborar una Grilla de codificación origi -
nal que constituye el motor esencial de la investigación (cuadro A).

3. Las imágenes presentadas


Las imágenes violentas o neutras que se presentaron a los niños están constituidas
por dos montajes de diez minutos, cada uno con una sucesión de cinco secuencias de
dos minutos. Estas secuencias están constituidas a partir de emisiones que ellos pu-
dieron ver en programas para jóvenes o bien porque eran transmitidas en el primeti -
me (horario central) de las 20.30 h. La sucesión de estas secuencias coloca al niño
que las ve en situación de zapping. Ellos no conocen el guión de las secuencias pre-
sentadas y cada una está precedida y seguida por otra secuencia que no tiene ningu-
na relación.

Estas cinco secuencias se refieren a: programas de ficción, de actualidad y de dibu-


jos animados, y tienen en escena a niños y niñas.5 Se presentan dentro del colegio a
niños que pertenecen a una misma clase y, por lo tanto, sus reacciones colectivas tie-
nen que ver con las relaciones que existen entre ellos.

Los niños ven ya sea imágenes violentas o ya sea neutras, pero jamás las dos. Nun-
ca volvemos a intervenir dos veces en el mismo establecimiento para evitar que los
niños examinados hayan oído hablar de las secuencias a sus camaradas.

4. Las reacciones individuales frente a las imágenes


El estudio de las reacciones individuales frente a las imágenes está dirigido por clí-
nicos investigadores en entrevistas individuales. Cada entrevista dura unos veinte mi-
nutos. Durante esta entrevista el investigador debe atenerse estrictamente a pregun-
tas programadas con anterioridad y que son siempre las mismas. Debe observar tan-
to las manifestaciones verbales como no verbales.

5 Se trata de secuencias de dos películas: Sleepers y The Crafts, del dibujo animado Kent, el Sobreviviente,
del cortometraje La colonie de la peur (La colonia del miedo) de la serie Chair de poule (Carne de galli-
na) y de actualidades televisadas.

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5. Las reacciones del grupo frente a las imágenes: el juego de rol


Las reacciones de los niños en el grupo se estudian por medio del juego de rol. El ob-
jetivo del juego de rol es permitir la puesta en palabras y en movimientos las preo-
cupaciones de los niños, teniendo en cuenta el conjunto de los fenómenos de grupo.
Se reparten los niños en grupos de ocho a diez con cuatro animadores: dos animado-
res para acompañar el juego y dos animadores-observadores para tomar notas.

Los observadores anotan los movimientos colectivos e individuales, los desplazamien-


tos, el ambiente, las emociones experimentadas o no, la atmósfera, los silencios, etc.

Para presentar el juego de rol a los niños, se les explica que es “como en el teatro”: pri-
mero se imagina una escena, luego crea los personajes que jugará cada niño y luego la
escena imaginada se juega con la posibilidad de que ella continúe evolucionando más
allá de lo que se había previsto. No se trata de psicodrama terapéutico y, por ende, no
hay interpretaciones de las actitudes y comportamientos de los niños. Por lo tanto, se les
explica que se trata siempre de “hacer como si”. Por ejemplo, si un niño quiere besar a
otro, da un beso en el aire y no sobre la mejilla del otro. Lo mismo si quiere dar una bo-
fetada o una patada, lo hace en el aire en dirección del otro. El animador acompaña es-
ta explicación, frente a ellos, con una mímica de estos gestos.

6. El desarrollo de la investigación (Cuadro B)


Cuadro A: Grilla de evaluación utilizada para las entrevistas individuales y los
juegos de rol

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Cuadro B: El desarrollo de la investigación


Resultados

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A. Las imágenes violentas provocan sufrimiento psíquico y desmovilización.

Interrogados en entrevistas individuales, los niños que han visto imágenes violentas
no tienen las mismas reacciones que los que han visto imágenes neutras.

A.1. Tienen muchas más emociones

(En 84% de casos en SIV y 60% en SINV). 6

A.2. Estas emociones son masivamente desagradables

Mientras que las imágenes neutras con frecuencia brindan placer (en el 45% de los
casos), las imágenes violentas provocan más bien emociones displacenteras como
angustia, miedo, cólera y desagrado (“eso me disgusta”, “es una vergüenza”, “no es
posible mostrar cosas como esas”, etc.)7

A.3. Estas emociones son masivamente desmovilizadoras

Con frecuencia las imágenes violentas provocan reacciones desmovilizadoras (“no


hay nada que hacer”, “yo hubiera huido”, “si me pasara eso, no podría moverme, ten-
dría demasiado miedo”, “ellos son demasiado fuertes para que él se hubiese podido
defender”, etc.). Estas reacciones desmovilizadoras sugieren una depresión.

B. Los niños maltratados por las imágenes violentas manejan su sufrimiento por me-
dio de estrategias individuales

Estas estrategias son tres:

6 Las abreviaciones SIVy SIVN se refieren a situaciones experimentales en las que se presentan imágenes
violentas, y SINVa las que se presentan sin escenas de violencia.
7 Por el contrario, la tristeza y la ternura son importantes en la situación de imágenes neutras, sin duda
porque estas imágenes evocan la compasión por los héroes, ya que tomadas de filmes “duros”, eran de
hecho bastante tristes (la tristeza sería aquí una consecuencia de las secuencias elegidas). Estas emociones
evolucionan poco durante el curso de la entrevista individual. Hay un ligero aumento de la angustia y la
vergüenza, ciertas emociones difíciles de nombrar al comienzo de la entrevista -y escondidas primero
detrás de la afirmación de que el niño encontró placer en las imágenes- luego se revelan. Por otro lado, la
misma situación de entrevista contribuye a aumentar su angustia y vergüenza, porque el niño tiene la
impresión de ser “juzgado” por sus respuestas.

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• Las palabras para hablar.


• Las representaciones de actos, imaginados.
• Las representaciones corporales, sensoriales, emotivas y motrices compartidas con
el interlocutor.

Estas tres estrategias corresponden cada una a una “función simbolizante”. Las tres
son utilizadas en nuestra situación experimental porque el interlocutor las acepta, pe-
ro esto no prueba que todo niño tenga la posibilidad de encontrar un interlocutor en
la vida para ponerlas en juego (solo los niños de un medio favorable encuentran en
general adultos con los cuales intercambiar palabras. Los niños de medios desfavo-
rables más bien recurren a formas sensorio-motrices de simbolización entre ellos).

B.1. Un primer medio para elaborar la carga emotiva de las imágenes violentas: el
lenguaje

1) Las imágenes violentas estimulan la búsqueda de significado por medio de las pa-
labras: el 86% de los niños que han visto imágenes violentas intenta construir un dis-
curso respecto de ellas, mientras que los que han visto imágenes neutras lo hacen en
un 70%. Pero en los dos casos, la misma proporción de niños llega a construir un sig-
nificado de manera lograda (un 69% entre ellos). Esto muestra que las imágenes vio-
lentas estimulan la búsqueda de sentido por medio de las palabras, pero no refuerzan
la capacidad de llegar a este sentido.

La capacidad de dar sentido a las imágenes por medio de las palabras es una capaci-
dad que poseen dos tercios de los niños interrogados. Pero la movilización de esta ca-
pacidad al servicio de un logro es el resultado de una interrelación entre el niño y las
imágenes. Aquello que produce placer no apela a la búsqueda de sentido, en tanto que
las imágenes violentas -que provocan sensaciones displacenteras- llevan a una bús-
queda de sentido.

2) Cuando las emociones son iguales, los niños que hablan más se muestran menos
desmovilizados que los que hablan menos (dicen, por ejemplo: “Yo hubiera reaccio-
nado de otra manera”, “En esos casos, siempre se puede cambiar algo”, “Yo me hu-
biese defendido”, etc.) El debilitamiento es menor en aquellos que hablan acerca de
las imágenes.

3) Por lo tanto, hemos llegado a la hipótesis de que la tentativa de producir sentido


sería una manera de tratar de resolver la depresión provocada por las imágenes vio-

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lentas.

B.2. Un segundo medio para elaborar la carga emotiva de las imágenes violentas: los
guiones interiores y las representaciones de acción

1) De la misma forma que las imágenes violentas con frecuencia empujan a los niños
a hablar más que las imágenes neutras, también los llevan a imaginar representaciones
de actos (pueden imaginar que ellos mismos los realizan, o bien los héroes del filme).

2) Estas representaciones de acto son diferentes según que los niños hayan visto imá-
genes violentas o neutras. La mitad de los niños que han visto imágenes violentas
formulan representaciones de lucha y un quinto, de representaciones de pacificación;
mientras que el resultado es inverso en los niños que han visto imágenes neutras. De
todos modos, en este nivel de la investigación no se puede decir si estas representa-
ciones tienen que ver con una identificación con el agresor o bien son una resisten-
cia a este agresor.8

3) Estas representaciones de acto no son diferentes según que el niño hable más o
menos de las imágenes.

B.3. Un tercer medio para elaborar la carga emotiva de las imágenes violentas: las
manifestaciones no verbales

1) Los niños confrontados a imágenes violentas presentan actitudes, mímicas y ges-


tos mucho más numerosos que los que son confrontados a imágenes neutras.

2) Estas manifestaciones no verbales son coherentes con el discurso verbal y no pre-


sentan diferencia, ni en intensidad ni en cualidad, entre los niños que hablan más de
buen grado y los que hablan menos.

3) Por estas dos razones se puede afirmar que -del mismo modo que el lenguaje- estas

8 Las representaciones de acto evolucionan bastante poco durante la entrevista individual. La principal
evolución se refiere a la disminución de las representaciones de lucha y el aumento de las representaciones
de sumisión y pasividad. Este resultado podría deberse al hecho de que el desarrollo de la entrevista per-
mite en un segundo tiempo plantear representaciones de acto desvalorizadas, como la sumisión y la pasivi-
dad, en un comienzo enmascaradas detrás de una reivindicación de lucha.

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actitudes, gestos y mímicas son para el niño una forma de organizar las emociones y
los estados del cuerpo violentos, provocados en él por las imágenes. Estas manifesta-
ciones no se oponen a una construcción verbal del sentido, sino que la sostienen y la
acompañan. Por lo tanto, es esencial no solo no impedirlas, sino también favorecerlas.

C. En situación de grupo, la violencia de las imágenes se borra detrás de la violencia


de los grupos

C.1. El pasaje de la situación individual a la situación de grupo se caracteriza por la


aparición masiva de “vergüenza” y “agresividad”, cualquiera sea el tipo de imagen
presentada, mientras que estas emociones eran muy poco importantes en la situación
de entrevista individual, y aun totalmente ausentes en los niños que habían visto imá-
genes neutras.

La vergüenza y la agresividad en situación de grupo son, por ende, emociones liga-


das a la dinámica del grupo y no a las características de las imágenes.9

C.2. Las manifestaciones no verbales son más incoherentes en situación de imágenes


violentas. Esto prueba que las emociones violentas experimentadas frente a las imá-
genes violentas no pudieron ser elaboradas completamente en la situación de entre-
vista individual, y que es necesario pasar por el grupo, que es un lugar privilegiado
para la actuación corporal.

C.3. No hay ninguna diferencia entre los guiones propuestos por los niños que han
visto imágenes violentas y los que han visto imágenes neutras. Esto prueba que las
imágenes violentas no movilizan más representaciones agresivas en grupo que las
imágenes neutras, por lo menos en los niños que han tenido la posibilidad de elabo-
rar en la entrevista individual los efectos que tuvieron sobre ellos las imágenes.

C.4. Hay una evolución importante de las emociones y de las representaciones de ac-
to en grupo. La vergüenza y la agresividad disminuyen mucho y el placer aumenta

9 La importancia de la vergüenza y del enojo (señalada por el repliegue sobre sí mismo, el ruborizarse, la
burla o el hecho de mantenerse apartado) se explica por el hecho de que entre los 11 y los 13 años un joven
espera que su grupo le indique qué actitud tomar. La vergüenza es una forma de ponerse a la espera de la
ley del grupo. La agresividad corresponde al deseo de tener un lugar en el grupo y a la angustia de ser
cuestionado por los otros; ¡el ataque es la mejor de las defensas! La agresividad, es por lo tanto, una forma
de adaptación de la vergüenza. Por otra parte, la emoción verbal es movilizadora de manera idéntica en
las dos situaciones experimentales (61% de los casos). Esto prueba que las imágenes violentas no provo-
can inhibición en el grupo.

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enormemente. Esto prueba que el grupo es el lugar privilegiado para el manejo psí-
quico que requieren las imágenes violentas, y especialmente por la transformación
del dolor en placer.

D. La variable sexo

Tres diferencias importantes aparecen en las respuestas de los varones y las niñas.

• Primero, la capacidad de asociación es diferente según la situación experimental.

• Luego de las imágenes neutras, no hay ninguna diferencia entre la capacidad de


asociación de niños y niñas. En cambio, luego de las imágenes violentas, las niñas
tienden a hablar más que los varones. Se puede decir, por ende, que a los 11-13 años
las niñas tienen una mayor facilidad que los varones para poner en palabras aquello
que experimentan, pero solo movilizan esta capacidad en caso de necesidad y esto
sucede frente a las imágenes violentas.

• Luego, las expectativas frente al grupo son diferentes en los varones y las niñas se-
gún las imágenes presentadas. Luego de las imágenes neutras, las niñas esperan me-
nos del grupo que los varones. Por el contrario, en situación de imágenes violentas,
las niñas esperan más del grupo que los varones.

• Finalmente, luego de haber visto imágenes neutras, las niñas tienen más represen-
taciones de negociación y de sumisión, mientras que los varones ponen más en esce-
na representaciones de lucha o de huida. En cambio, luego de haber visto imágenes
violentas, las niñas presentan representaciones de lucha o de huida en las mismas
proporciones que los varones.

Estos tres resultados indican que, frente al traumatismo de las imágenes violentas, las
niñas reaccionan de tres maneras específicas complementarias:

* Utilizan más su capacidad de verbalización.


* Esperan más de los intercambios en el grupo.
* Finalmente, renuncian a modelos aprendidos.

La tendencia a la pacificación y a la conciliación forma parte, en efecto, de las identifi-


caciones con el rol femenino tradicional que las niñas interiorizan muy tempranamente.

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Esta investigación muestra que ellas lo abandonan en situación de estrés, especial-


mente luego de haber visto imágenes violentas.

Este resultado tiende a probar que la violencia de las imágenes aumenta la violencia
de los grupos, preparándolos para una actitud gregaria. En este sentido, potencia la
violencia de los grupos.

E. La variable capacidad de asociación

E.1. Los niños que asocian más en la entrevista individual no tienen representacio-
nes de acto o manifestaciones no verbales menos intensas o de naturaleza diferente
de aquellos que asocian menos.

Esto prueba que la simbolización de las experiencias del mundo con ayuda del lenguaje no
reemplaza la simbolización con imágenes o con gestos y mímicas, sino que la acompaña.

E.2. Por otra parte, los comentarios de estos niños que son más capaces de poner pa-
labras a lo que experimentan, con frecuencia llevan a la creación de imágenes, sus
condiciones de difusión o sus efectos, y con menor frecuencia únicamente sobre los
personajes o la acción (dicen por ejemplo: “Habría que cambiar el texto para que sea
menos cruel”, “Está brutalmente bien fabricado”, “Espero que lo pasen bastante tar-
de y que mi hermanita no corra el riesgo de ver esto”, etc.). La mitad de los niños in-
terrogados posee, por lo tanto, esta capacidad de distanciamiento frente a las imáge-
nes. No se distinguen de otros, ni por su origen social ni por su sexo (Cuadro Res. 6).

E.3. Los niños que hablan con más facilidad de las imágenes no manifiestan emocio-
nes diferentes de los otros. En cambio, durante el juego de rol, manifiestan mucho
menos aspectos de pacificación y huida que los otros. Por lo tanto, la capacidad de
poner palabras a lo que se siente no prepara en absoluto para privilegiar el compro-
miso, sin por el contrario las representaciones de lucha. Presentan igualmente más
emociones movilizadoras.

F. La variable “origen social”

El origen social de los niños no intervino en ningún resultado, y especialmente en su


capacidad de asociación. En cambio, el conjunto de los resultados debe tener en
cuenta la situación experimental: los niños de un medio social privilegiado tienen
más probabilidades de encontrar un interlocutor que refuerce en ellos esta capacidad.

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Mimesis y catarsis, dos teorías igualmente falsas


Finalmente, tomar en cuenta las diversas formas de reacción de los niños frente a las
imágenes violentas permite desprenderse de dos problemas que envenenan el cuestiona-
miento de las imágenes desde hace muchos años, el de la mimesis y el de la catarsis.

Primeramente, desde el punto de vista de la mimesis, es esencial distinguir entre la


“imitación de verdad”, por un lado, y la “imitación lúdica”, cuyo objetivo es permi-
tir la simbolización psíquica de ciertos acontecimientos estresantes con el fin de evi-
tar que se transformen en un traumatismo. La primera da cuenta de la utilización de
las imágenes como modelos de comportamiento. Aquí es necesario que el deseo de
encontrar tal modelo preexista en un espectador, o bien que la lógica de un grupo lle-
ve a sus miembros a adoptar, en conjunto, comportamientos que cada uno aislada-
mente no hubiera adoptado. En este caso, el deseo que preexiste al modelo de las
imágenes es el de continuar formando parte de este grupo y de ser reconocido por es-
te. Por el contrario, la “imitación lúdica” consiste en “hacer como si”. Es una tenta-
tiva de asimilar los efectos sensoriales, emotivos y motores de las imágenes gracias
a formas de simbolización corporales compartidas.

El problema de la catarsis también se aclara considerablemente al tomar en cuenta


las formas corporales de la simbolización. Para los partidarios de la “catarsis emo-
cional”, esta podría asegurar una cierta tranquilización por el solo hecho de que el es-
pectador estaría confrontado a un espectáculo en el que se realizan los actos violen-
tos que él podría desear en secreto.

Señalemos, ante todo, que esta definición es bien diferente de la que había dado ori-
ginalmente Aristóteles. Para este, la catarsis solo se dirigía a la piedad y al miedo, y
sobre todo era inseparable de la presencia del pueblo reunido. Lo esencial no consis-
tía en la “explosión emocional” de cada espectador, sino en el hecho de que todos ex-
perimentan juntos las mismas emociones, y que esto pudiese tener una virtud tera-
péutica. Dicho de otra manera, en la perspectiva de Aristóteles, lo que tiene impor-
tancia a través de las emociones, las mímicas y los gestos compartidos es la comuni-
cación afectiva con el grupo. En este sentido, la catarsis aristotélica es a la vez una
descarga y una forma de vínculo, puesto que las vivencias que se experimentaron en-
cuentran una traducción en sensaciones, emociones y estados corporales vividos en
conjunto. Quien experimenta tristeza, angustia o desagrado frente a las imágenes, en
relación con emociones semejantes que ha vivido en su vida personal, revive de algún
modo sus experiencias pasadas. Yno es esta reactualización lo que tiene un efecto tera-
péutico: es el hecho de que a diferencia de lo que sucedió en su vida pasada, ya no está
solo. Se siente rodeado, sostenido y acompañado por aquellos que lloran o se angustian

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como él. Inclusive si cada persona experimenta emociones por su propia cuenta; se acu-
na con la ilusión de vibrar al unísono con los otros! Vemos que la catarsis encarada co-
mo una forma de vínculo está muy alejada del sentido corriente, que hace de ella una es-
pecie de “vaciado” de aquello “demasiado lleno” emocional.

Efectivamente el efecto catártico existe, pero es excepcional y, como veremos, con


frecuencia de corta duración. Luego de un espectáculo de imágenes que lo ha pertur-
bado, cada uno de ellos se muestra con deseos de hablar de su perturbación, y aun
más de sus pensamientos, recuerdos o acontecimientos de su pasado que se desper-
taron en sí mismo por el espectáculo. Pero lo más frecuente es que la persona esté
más preocupada por hablar de sí misma que por escuchar a los otros. Además, la ley
del grupo lleva a prolongar un consenso emocional, y este obstaculiza la expresión
de aquello que es más irreductiblemente personal de la experiencia. Los espectado-
res que han compartido la ilusión de vibrar en conjunto alrededor de las mismas emo-
ciones no están para nada inclinados a evocar el carácter eminentemente personal de
sus reminiscencias, porque sería perder el beneficio de la ilusión precedente. Es por
esto que salvo casos excepcionales -especialmente cuando se favorecen los intercam-
bios en un pequeño grupo de personas muy cercanas, como una familia, una pareja
o dos amigos- la “catarsis emocional” es de muy corta duración y finalmente fraca-
sa, al no poder prolongarse y ampliarse por medio de la elaboración verbal.

Vemos, por tanto, que sería tan falso pretender que el efecto catártico no existe como
presentarlo como un modelo general de las relaciones entre un espectador y las imáge-
nes violentas. De hecho existe, pero solo funciona cuando una comunidad de sensacio-
nes establecida entre diversos espectadores frente a un espectáculo puede luego ser to-
mada por cada uno de ellos para un intercambio verbal. Por lo tanto, se comprende que
todas las investigaciones tendientes a ponerlo en evidencia hayan fracasado.

Conclusión. Por una educación de los medios


La violencia de las imágenes consiste en que ellas invaden la personalidad con sen-
saciones, emociones y estados corporales angustiantes, que amenazan a la personali-
dad con la pérdida de sus puntos de referencia estructurantes. Pero, por otro lado,
existe una violencia de los grupos, que consiste en que cada uno teme ser rechazado,
y tiene la tendencia a alinear su actitud con la del grupo, especialmente el líder.

Por lo tanto, las imágenes violentas aumentan la vulnerabilidad de los niños a la violen-
cia de los grupos, en la medida en que los niños experimentan sensaciones y estados
corporales difíciles de manejar y, por lo tanto, angustiantes. Es por esto que están par-
ticularmente tentados a adoptar los puntos de referencia que les propone su grupo de

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pertenencia, especialmente el líder de ese grupo. Podemos decir, por ende, que la vio-
lencia de las imágenes prepara para la violencia de los grupos, y que la violencia de
los grupos redobla la violencia de las imágenes. Para prevenir los efectos deletéreos
de las imágenes violentas, se pueden hacer varias propuestas.

1. La educación a los medios no debe tomar solo en cuenta la capacidad de producir


un discurso crítico sobre los contenidos. Es esencial que también aliente en cada es-
pectador el reconocimiento de los efectos emotivos, sensoriales y somáticos que se
producen en él. El reconocimiento de estos efectos y la capacidad de traducir en pa-
labras las asociaciones y recuerdos que suscitan pueden evitar la tendencia a compro-
meterse en las prácticas de grupos peligrosos. Estos, especialmente en los rituales ini-
ciáticos, con frecuencia están destinados a permitir una comunión afectiva de los jó-
venes, alrededor de estados corporales y de pensamientos habitualmente separados
del funcionamiento psíquico consciente, pero que son activados por las imágenes ci-
nematográficas o televisivas violentas.

2. También es importante permitir a los jóvenes, que tienen un lazo privilegiado con
el lenguaje, el poder hablar de las imágenes. Aquellos que estructuran su mundo in-
terior a partir de imágenes, que lo puedan construir; y los que tienen necesidad de pa-
sar por el cuerpo antes de abordar las imágenes, el poder hacerlo. Se trata de algún
modo de volver a la verdadera vocación de la escuela, la de aprender a simbolizar las
experiencias del mundo por todos los medios posibles, que en sí son complementa-
rios, pero diferentes para cada uno. En las clases donde una mayoría de niños han mi-
rado televisión solos en su habitación antes de ir a la escuela, los juegos de rol orga-
nizados por la mañana podrían permitir a estos niños crear representaciones de lo que
han experimentado, y estar así más atentos a las actividades pedagógicas durante el
resto de la jornada. Estas animaciones que utilizan el juego de rol podrían, además,
permitir a los niños reforzar la diferencia entre “hacer como si” y “hacer de verdad”,
alentándolos para estar atentos con relación a los fenómenos de grupo.

Evidentemente, esto necesita una vocación y una formación específicas, que no son
las de los maestros, sino las de los animadores especializados en dinámica de grupos.

3. Finalmente, también los maestros podrían beneficiarse de tales actividades de jue-


go de rol en el marco de su formación, a la vez para permitirles comprender mejor el
interés de tales actividades para los niños y prepararlos para los problemas que ten-
drán que enfrentar.

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Fecha de recepción: 08/01/06


Fecha de aceptación: 23/06/06

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RELACIONES EMOCIONALMENTE ABUSIVAS


María Viviana Torres*

Resumen
En este artículo desarrollo algunas conclusiones de la experiencia de Pasantía rea -
lizada en los cursos del Magíster en Problemas y Patologías del Desvalimiento
(UCES). De las díadas asistidas madre-hijo aislé para su estudio en profundidad los
casos clínicos en los que, al trastorno respiratorio, se les asociaban trastornos del
dormir y/o de la alimentación.

Expongo algunos hallazgos, considerando el eje de las relaciones emocionales abu -


sivas (sobre o subinvolucradas). En la primera parte sintetizo los observables que
considero condicionan la relación madre-padre-hijo, visibles en la primera infancia,
específicamente y que están vinculados al efecto que tienen en la interacción: ideas,
pensamientos, afectos que la madre atribuye a su hijo (en los casos cuyo seguimien -
to he realizado). En la segunda parte me introduzco al análisis del contexto de desa -
rrollo y trastornos de relación abusiva en la primera infancia. Por último ejemplifi -
co con un caso clínico en el que es posible determinar que antes de considerar el
diagnóstico de trastorno del dormir, respiratorio o cualquier otro accidente somáti -
co, hay que considerar la modalidad vincular y, específicamente, la “relación abu -
siva”, y brindar la atención clínica necesaria al paciente y sus padres.

Palabras clave: relaciones madre-padre-hijo, contexto de desarrollo. relaciones


emocionalmente abusivas, expresiones funcionales y somáticas patógenas.

Summary
In this article I developed some conclusions of the experience from the tutorship done in
the courses of Magister in the Problems and Pathologies of Abandonment (UCES).
From the mother-son assisted diadas, I isolated, for a deeper study, those clinical cases
in which the respiratory disorder was associated with sleep and/or eating. I show some
findings, considering the axis of emotionally abusive relations (over or sub-involved). In
the first part, I synthesize the aspects that, I consider, condition the mother-father-son
relation, mainly visible in the early childhood and that are related to the attachment

* Psicóloga y magíster en Problemas y Patologías del Desvalimiento (UCES). Doctorando en Psicología


(UCES). Especialista jerarquizada en Clínica de Niños y Adolescentes (C.S.C.P., Provincia de Buenos
Aires). Docente superior de grado y posgrado en Modelos de Atención Temprana (UHAB, ULBRA, UNC,
UNL, UNPA, ISFD, Nº 3). E-mail: cpmarviv@satlink.com

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they have in their interaction: ideas, thoughts, feelings the mother has for her son
(based on cases which I have followed). In the second part, I introduce the context
analysis of development and disorders of the abusive relation in the early childhood.
I finally exemplify with a clinical case in which it is possible to determine that before
diagnosing a sleep or respiratory disorder or any other symptomatic accident, it is
vital to consider the connective mode and, specifically, their “abusive relation”, and
give the necessary clinical attention to both patient and parents.

Key words: mother-father-son relations, development context, emotionally abusive


relations, pathogenic functional and physical expressions.

Introducción
Presentaré algunas conclusiones de la experiencia de Pasantía realizada en los cursos
del Magister en Problemas y Patologías del Desvalimiento (UCES), coordinada por
la Dra. Clara Roitman. Las prácticas profesionales se realizaron en el Servicio de Pe-
diatría del Hospital Municipal “Doctor Héctor Cura” de la Municipalidad de Olava-
rría (provincia de Buenos Aires). Tuvieron por objetivo asistir a niños que ingresa-
ban al Servicio con trastornos respiratorios agudos o crónicos; trabajé en el trata-
miento y la prevención de las Patologías del Desvalimiento, específicamente en el
área de la psicosomática.

De las díadas madre-hijo asistidas, aislé para su estudio en profundidad los casos clí-
nicos en los que, al trastorno respiratorio, se les asociaban trastornos del dormir y/o
de la alimentación. Estos últimos se habían presentado en simultáneo o fueron mani-
festaciones funcionales patógenas que se observaron antes de la presentación de los
trastornos respiratorios.

En función del desarrollo de este trabajo expondré algunos hallazgos, con el siguien-
te orden: 1) Los observables que considero condicionan la relación madre-padre-hi-
jo, visibles en la primera infancia, específicamente y que están vinculados con el
efecto que tienen en la interacción: ideas, pensamientos, afectos que la madre atribu-
ye a su hijo (en los casos cuyo seguimiento he realizado). 2) El contexto de desarro-
llo y trastornos de relación abusiva en la primera infancia relacionándolos con algu-
nos indicadores vinculados con la modalidad asumida por la reverie o empatía ma-
terna y su efecto en la conducta infantil. 3) Ejemplifico con un caso clínico en el que
es posible determinar que antes de considerar el diagnóstico de trastorno del dormir,
respiratorio o cualquier otro accidente somático, hay que considerar la modalidad
vincular y, específicamente, la “relación abusiva”, y brindar la atención clínica nece-
saria al paciente y sus padres.

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Relación madre-padre-hijo
El trabajo con niños menores de tres años se asienta en la posibilidad del terapeuta
de anoticiarse de las reacciones emocionales que el niño y sus padres le producen;
ellas son una importante vía de información en relación con sus sensaciones, senti-
mientos, reacciones, cuestionamientos. La comprensión de los mensajes profundos
que se encuentran más allá de las palabras y de los juegos y que se rescatan de la ob-
servación del comportamiento da los elementos para realizar las preguntas que se
constituyen en otra vía de información (Torres M.V., 1992). A través de la conducta
del infante y de sus padres y de las reacciones emocionales que nos producen, se pue-
den inferir sus representaciones mentales y sensoriales (Stern, 1991). Es necesario
disponerse y posibilitarles “circular sobre nosotros” debido a que es muy importan-
te el número de estados “no verbales o primitivos de existir y de vivenciar” de los ni-
ños que hay que disponerse a captar (Bollas, Ch., 1989).

En el encuentro participan el mundo experiencial del infante y el mundo experiencial de


su madre, ambos con sus respectivas representaciones mentales. La experiencia compar-
tida observable es el puente entre ambos mundos subjetivos. Dolto, F. (1986) refiere co-
mo “comunicación interpsíquica” a esa experiencia que madre e hijo comparten y que
implica necesariamente al hijo y su garante. La madre, en tanto garante, describe lo que
ella piensa que su bebé piensa y desea; al hacerlo, inviste al bebé de acciones y pensa-
mientos maternos que integra a su psiquismo. Winnicott (1979) se refiere a la “empatía”
como el afecto que desarrollan las madres con el bebé, que proviene de la identificación
total que las madres desarrollan con sus hijos; esto garantiza la función materna en tan-
to “madre suficientemente buena” y es independiente de la “comprensión intelectual de
lo que sea el bebé o de lo que se pueda expresar verbalmente”.

La singular manera que adopten las primeras “relaciones interpersonales” se consti-


tuye en la trama, tejido que -adquiriendo un hilado particular- da forma a las futuras
relaciones no solo del niño con los “otros” sujetos sino también con los objetos. “Una
de las primeras tareas del progenitor es aprender a reconocer y predecir los estados
de conciencia de su bebé con el fin de saber si este estará o no accesible (para ser ali-
mentado, para dormir y para interactuar)” (Brazelton, Cramer, 1993).

Daniel N. Stern (1991) sostiene la presencia desde el nacimiento de “un sentido de


sí mismo subjetivo” que puede lograr la intersubjetividad con otro (y si no existe, hay
soledad cósmica o, en el otro extremo, transparencia psíquica); el “sentido de crear
organización” (sin el que puede haber caos psíquico); y “el sentido de transmitir sig-
nificado” (necesario para que no haya exclusión de la cultura, poca socialización y
ninguna validación del conocimiento personal). Plantea la aplicación de las técnicas

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psicoterapéuticas a las relaciones entre padres e hijos y desarrolla el concepto de


“constelación maternal” con el que alude a la “reorganización de la vida mental” que
tiene lugar tras el nacimiento de un hijo. Stern acuña el concepto de relacionamien-
to emergente que supone que el infante, desde el momento del nacimiento, es pro-
fundamente social, en el sentido de estar constituido para comprometerse en las in-
teracciones con otros seres humanos y encontrarlas singularmente destacadas.

Bion (1962) afirma que en la infancia, a través de la “capacidad de reverie” de la ma-


dre, se desarrolla un aparato con el fin de derivar, a partir de esas experiencias, pen-
samientos que puedan ser utilizados para pensar, que nutren a la mente para que crez-
ca. Formula la hipótesis de una madre capaz de contener y modificar las emociones
que proyecta el lactante, facilitándole al niño la diferenciación de elementos cons-
cientes de inconscientes. El lactante proyecta sus emociones incontrolables en el pe-
cho bueno, continente, y le son devueltas desintoxicadas. Pero, si esta relación está
demasiado sometida a la envidia, continente y contenido son despojados de su cua-
lidad esencial (sentido y vitalidad). Entonces, los ataques permanentes vacían el es-
pacio mental y lo colman de objetos extravagantes profundizando la natural vulnera-
bilidad infantil. La capacidad de ensoñación maternal puede ser introyectada y la ma-
dre en su función continente alivia al lactante devolviéndole purificadas sus proyec-
ciones para que el bebé las integre a su sí-mismo. “La personalidad del niño por sí
misma es incapaz de utilizar los datos de los sentidos y tiene que evacuar esos ele-
mentos en la madre, y confiar en ella para hacer todo cuanto sea necesario para con-
vertirlos en una forma adecuada que le permita al niño utilizarlos como elementos al-
fa” (Bion, W.R., 1988, pág. 159).

Hay coincidencia en relación con el déficit que, en los intercambios del contexto,
profundiza el desvalimiento inicial del infante; este queda quebrantado por las canti-
dades de los estímulos endógenos (del propio cuerpo, por entonces precursores de las
pulsiones) que se producen debido a la ausencia de un adulto auxiliador capaz de leer
su necesidad, descifrarla y operar en consecuencia. Falla el proceso que Bion deno-
minó “reverie” por el que el niño realiza las “reacciones musculares” tendientes a
comunicarle al asistente y lograr que este, a su vez, haga las “acciones específicas”
mediante las cuales el infante “es capaz de consumar sin más en el interior de su
cuerpo la operación requerida para cancelar el estímulo endógeno” (Freud, 1895).

La relación madre-padre-hijo en los primeros años de vida, que se ha caracterizado co-


mo “comunicación interpsíquica” (Dolto, 1986), “constelación maternal” (Stern, 1991);
“acción específica” (Freud, 1895), “objeto-proceso transformacional” (Bollas, 1989);
“reverie” Bion (1988); “holding” (sostén y manejo) o “madre suficientemente buena”

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(Winnicott, 1979) va condicionando los supuestos que el adulto que realiza la fun-
ción maternal o paternal le atribuye al niño que cuida y cría. En el vínculo entre ellos
participa aquello que le atribuyen a su hijo en forma consciente (lo que concluyen co-
mo resultado de su experiencia o saber) o inconsciente (representaciones internaliza-
das del bebé que ellas fueron, del que han construido internamente, de aquel que re-
sulta el fruto del proceso de identificación) observables en el modo que asume la in-
teracción madre-hijo, en la modalidad de cuidado y sostén que la madre privilegia.

El diálogo con las madres que asistí, cuando llevaban a sus niños a consulta pediátrica
por dificultades somáticas, me fue mostrando que ellas y/o los padres de los niños sos-
tienen un modo particular de empatía o reverie que se encuentra condicionada por las
corrientes psíquicas prevalentes en la estructuración psíquica de los padres y por el con-
cepto que ellos tienen acerca de lo que el niño piensa, siente y hace. Efecto que se ex-
plica mejor a partir del aporte que han realizado los teóricos de la mente: “Los humanos
no solo tenemos una mente, sino que sabemos que los otros humanos la tienen. A esta
capacidad mentalista humana se denomina “teoría de la mente”, que designa a la com-
petencia de atribuir mente a otros, y de predecir y comprender su conducta en función
de entidades mentales, tales como las creencias y los deseos” (Rivière, Nuñez, 1998).

Fue entonces cuando me pregunté qué significado tiene la crianza de un niño en el mun-
do interno de su madre. De qué modo los conceptos o ideas que la madre tiene acerca
de lo que el niño piensa, siente, hace, determinan la modalidad de la interacción, de los
cuidados maternales, de la función de reverie condicionando el desarrollo de su hijo.

Seleccioné las historias clínicas de niños en quienes los trastornos respiratorios pre-
cedieron a trastornos del dormir y la alimentación y jerarquicé la exploración de las
representaciones mentales, ideas y pensamientos que las madres tenían en relación
con la conducta del hijo por el que consultaban y los dividí en tres tipos generales de
manifestación.

Denominé “ajuste mutuo” a aquellas díadas en las que el bebé es antes de nacer una
relación; de “ajuste de la madre al niño”, para aquellos en los que él bebé es conside-
rado “su majestad”; y de “ajuste del niño a la madre”, para aquellos casos en los que
“su majestad” es la madre y el niño tiene que desarrollar la función de adaptarse.

Ajuste mutuo: “El bebé es una relación”


Las madres nos muestran y expresan que creen en la posibilidad de entrar en comu-
nicación con su hijo, interactuar, establecer una relación.

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Suponen que “se tienen que ir conociendo” y que en la medida en que el tiempo pa-
se irán descubriéndose y descubriendo sus necesidades.

Describen en sus hijos diferentes niveles de interacción (con las distintas personas y
en distintas situaciones: alimentación, sueño, baño, etc.). Consideran que su tarea es
relacionarse, promover la interacción y que el vínculo de interdependencia dura toda
la vida.

La modalidad de la crianza es de negociación ya que entienden que el bebé es un suje-


to que trae lo suyo y que es ambivalente. Ellas afirman que tienen que comprender los
mensajes del bebé, aquello que su hijo les quiere decir para ajustar su respuesta.

Entienden las crispaciones y alteraciones en la conducta de su hijo como el resulta-


do del desajuste. Ellas manifiestan que no comprendieron a su bebé. Estas unidades
diádicas no volvieron a consultar en el servicio por dificultades respiratorias agudas
u otra de las relacionadas con el estudio (trastornos del dormir o de la alimentación).

Ajuste de la madre al niño: “Su majestad: el bebé”


La madre entiende que el bebé se conoce a sí mismo, conoce sus necesidades y se las ha-
ce saber para que ella se adapte, se ajuste y las satisfaga. Su ajuste se basa en la identifica-
ción de la madre con el “bebé” que ella ha sido. Su hijo representa el yo ideal. Consideran
a su hijo como un ser sociable y simbiótico con el que tienen que desarrollar la tarea de
procesar sus manifestaciones para conducirlo hacia la “dependencia madura”.

Suponen que es capaz de “hacer” cosas que producen en ella afectos (enojos, rabias, ale-
grías). Le atribuyen al niño una potencialidad mentalista excesiva como sujeto capaz de
advertir y conocer los pensamientos maternos. Le atribuyen intencionalidad.

En este extremo sitúo a las madres que entienden que deben hacer el sacrificio de re-
nunciar a sus propios intereses, deseos, afectos, en procura del bienestar de su hijo
hasta que este crezca. Y manifiestan que ese sacrificio es reconocido por sus padres
-abuelos del niño-, el padre del niño y luego será reconocido por el niño mismo.

Por ejemplo: Carolina a los tres años de edad comienza a dormir ocho horas por la
noche. Habían consultado al servicio de pediatría por dificultades respiratorias agu-
das, por cierta resistencia a alimentarse y últimamente porque su madre manifestaba en-
contrarse agotada debido a que la niña no dormía. Sus padres la definen como una niña
difícil, que tuvo dificultades para dormir, calmarse y alimentarse desde su nacimiento.

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Con relación a sus ritmos, su madre expresa que ella hace lo imposible para que la
niña lo pase bien. Que a ella también le cuesta adaptarse al ritmo de su esposo, del
negocio y de sus actividades de pesca. A pesar de su esfuerzo, Carolina es capricho-
sa y llora, se enoja o se duerme sin cenar, “por nada”.

Desde su nacimiento ha sufrido el impacto de la irregularidad en la atención de sus


ritmos primarios (alimentación, aseo, sueño); en las horas de vigilia se ha visto com-
pelida a procesar la imposibilidad de satisfacer sus necesidades vitales que inunda-
ban en forma traumática su aparato psíquico hasta llegar a fragmentarse en llantos y
movimientos corporales espasmódicos.

Es muy difícil hacerse de la información necesaria para comprender qué sucede al


momento de conciliar el sueño en esta familia, pero sabemos, por ejemplo, que la
madre le habla a la niña diciéndole: “...hijo, quedate tranquilo, dormí, estás acompa-
ñado por tu hermana”, “...no se te pide nada más, solo que duermas”. En general, ella
se refiere a sus hijas con el designativo “hijo” o “ya voy, madre”, “vení, madre”.

Carolina comenzó a dormir cuando los padres, agotados de escucharla llorar por la noche
en la habitación contigua, generaban episodios de violencia, con amenazas y llantos. Ca-
rolina se asustaba, lloraba y gritaba sin consuelo hasta asfixiarse. Frente al temor de su pa-
dre -de que le pasara algo- o de su madre -que despertara a su hermana- finalmente deci-
dieron que durmiera con la madre, el padre comenzó a dormir en la habitación contigua.
La madre se ofusca cuando lo comenta refiriendo que ella ha hecho esfuerzos desmesura-
dos para entender a Carolina y que la niña le pide demasiado -refiriéndose a dormir sepa-
rada de su esposo-. El padre refiere que la madre de Carolina durmió con su madre desde
la muerte de su padre hasta que se casó. Graciela, la madre de Carolina, finalmente le ofre-
ció la modalidad apegada y adhesiva (respiratoria, motriz, pulsional) que ella compartía
con su madre. Borrando las distancias entre el cuerpo propio y el ajeno.

Alos tres años y tres meses de edad se le diagnostica diabetes durante la primera semana
de las vacaciones de julio, tres meses después de que su hermana comenzara a caminar.

Ajuste del niño a la madre: “Su majestad: la madre”


Ubico aquí a las madres que consideran que ellas conocen a su bebé, saben lo que
necesitan y que el bebé se adapta a las rutinas y modalidad de vida familiar (sueño,
alimentación, higiene, etc.). Se basa en la creencia de la separación de los vínculos,
de la autonomía vincular. A partir de la llegada a casa, el niño duerme en su habita-
ción y es posible dejarlo llorar hasta que se calme para que no se vuelva dependien-
te de los brazos o de la presencia del adulto.

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Entiende que su misión es socializar al niño para que alcance la independencia total.

Le atribuye al bebé aspectos que repudia de sí misma o del padre, en general, por su
temor inconsciente a amar, a apegarse al niño.

En este extremo se sitúan las madres que piensan que el niño “tomará lo que ella le dé”
y que el niño realizará el sacrificio necesario para adaptarse al sistema familiar hasta que
su madurez le otorgue autonomía y obtendrá, así, el reconocimiento de sus padres.

Por ejemplo: Gaspar (1,5 meses) consulta al servicio un domingo a la noche con un
cuadro respiratorio agudo, queda internado hasta el otro día. Sus padres manifiestan
que el niño se encuentra prácticamente inadaptado. No duerme más que una hora co-
rrida y se niega a comer debido a lo cual ha bajado de peso. En el inicio fue un bebé
tranquilo, la madre lo manejó sin dificultades. Cuando comenzó a gatear, empezaron
los problemas. La madre explica que ella está sola en la ciudad, no tiene familia,
“también” le costó adaptarse y lo logró. No se le pide mucho al niño, ella se da cuen-
ta y le va dando lo que él necesita, no le falta nada. Ellos quieren que duerma, que
coma, que aprenda a entretenerse solo para que sea un chico independiente.

Explica que la pareja se conoció hace diez años. Trabajaban y vivían en ciudades dis-
tintas hasta que llegó él. Ella ha estado muy impactada por el embarazo y le ha pe-
sado mucho decírselo a su madre. Todavía no ha superado la “vergüenza”. Ellos to-
davía no se han casado, viven juntos, “es un decir”, él está todo el día trabajando, ella
intenta rearmar su actividad en la ciudad. Quieren mantener su autonomía, a ella le
cuesta porque a Gaspar lo cuida ella. Gaspar deberá hacer como ellos el esfuerzo de
adaptarse; la madre cree que “se da cuenta”; “le hablo y creo que me entiende pero
no sé qué pasa, hago todo como me dice el médico”. Describe que su hermana ha he-
cho las cosas bien, se ha casado y luego ha tenido su hijo y ellos no tienen dificulta-
des en la crianza.

En los dos últimos modelos desarrollados -en los que determinamos que quienes se
ajustan son o la madre o el niño- nos encontramos, por un lado, con consultas reite-
radas al servicio por problemas respiratorios a altas horas de la noche o en fines de
semana. Por el otro, con consultas por dificultades para dormir e irritabilidad o tras-
torno de la alimentación con falla de crecimiento. Las madres que entendían que el
bebé se conocía a sí mismo y ellas debían ajustarse a sus requerimientos como aque-
llas que entendían que debían traducirlos hasta que alcanzaran autonomía carecían de
apoyo paterno, se sentían solas por diferentes motivos y lo expresaban.

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La ausencia de soporte emocional es un factor que se constituye quizá en uno de los


más significativos en lo que hace a la vulnerabilidad de la mujer. Si se trata de ingre-
sar en estados armoniosos de empatía con su hijo e intentar comprender sus mensa-
jes, descentrándose de su propia historia, se necesita de soporte emocional, de quien
las contenga, auxilie, de quien las cuide.

Ellas manifiestan haberse sentido solas en relación con el estrés que les produjo el
embarazo, el parto y ahora la maternidad. Las mujeres que se encuentran involucra-
das en relaciones insatisfactorias (con parejas que les producen daño físico o psíqui-
co) se sienten impedidas de recibir los asesoramientos o explicaciones que procura-
mos darles. Expresan un tipo de “queja” con la que lamentan lo que les ha tocado vi-
vir y sienten cualquier modificación de su situación actual imposible de llevar a ca-
bo desde ellas. Nos muestran que hubiese sido productivo haber recibido ayuda tera-
péutica para ellas o para la pareja antes del alumbramiento.

Las mujeres que se encuentran solas para criar a sus hijos (maternidad adolescente, viu-
das, divorciadas, abandonadas por el padre del niño) suelen estar faltas de energía dis-
ponible para sostener la corriente empática; expresan su dificultad para sostener la ma-
rentalidad por lo cual concurren a dejar sus bebés al cuidado de los jardines maternales
aunque no trabajen. Para todas aquellas mujeres que no tenían un soporte emocional
adecuado y desarrollaban con sus hijos vínculos abusivos (por defecto o por exceso),
dispusimos de un cuidado psicoterapéutico en el que ellas se encontraran con expresio-
nes benevolentes que pudieran internalizar para mitigar algunas de las experiencias
emocionales de sus vidas que les fueran útiles para maternar luego a su bebé.

El trabajo terapéutico con madres que tienen dificultades para interactuar con su hi-
jo, ya sea por el efecto que producen en ellas los pensamientos y afectos que le atri-
buyen al mismo y/o por el estado de soledad o la ausencia de soporte emocional esen-
cial, es necesario. El objetivo del encuadre es, fundamentalmente, aliviar el dolor psí-
quico, ayudarlas a resolver sus fijaciones internas y los conflictos cuya vivencia se
repite y que les impiden resolver, en forma espontánea y flexible, las situaciones a
las que las expone el maternaje de un bebé. Las intervenciones deben incluir aspec-
tos educativos en el sentido de hacerle saber a la madre lo que su bebé o niño peque-
ño está capacitado para pensar, sentir, discriminar, hacer; qué ideas tiene de sí mis-
mo el bebé y qué ideas es posible que tenga de sus padres. Ayudándola a compren-
der cómo se originó la idea de bebé, de niño y de hijo que ella tiene.

Las madres que en principio identificamos como “vulnerables” encuentran en el vín-


culo psicoterapéutico las bases para confiar en sus posibilidades y para enfrentarse al
desafío que significa la ambivalencia amor-odio con recursos internos.

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La clasificación que he realizado es meramente ilustrativa y fue realizada con el ob-


jetivo de agrupar a las díadas madre e hija y proceder al estudio de la problemática.
Si bien algunas madres con sus bebés pueden permanecer sosteniendo una de las ca-
racterísticas, otras se conducen en los extremos o entre ellos por períodos, es decir,
es posible que en el curso de la crianza oscilen entre una posición y otra.

La presentación de la clasificación realizada es a propósito de valorar la comprensión


de desde qué lugar la madre piensa y siente a su hijo, cuáles son sus características
subjetivas y cuáles las características del vínculo que la une al padre del niño. Deja-
mos a la luz que los vínculos familiares en los que predominan las relaciones abusi-
vas surgen en contextos donde el maternaje se encuentra condicionado por la idea de
que el bebé o niño pequeño “me hace”, “me exige”, se maneja con solvencia hacién-
dole hacer a la madre (acunar, dormir con él, etc.) y que es quien la agota, la cansa,
“es mala o malo con ella”.

En tanto la violencia de la marentalidad por “dejadez” es característica del materna-


je que tiene los deseos o intenciones de la madre por centro. Lo duerme cuando ella
tiene sueño, lo alimenta cuando tiene hambre, lo abriga cuando tiene frío descono-
ciendo las señales o intenciones del niño. Ella sabe y él aprenderá para hacer solo.

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2. Contexto de desarrollo-relación abusiva


Referimos con el término “contexto” al tipo de estímulos no llamativos ni tampoco nulos
que el hogar, el espacio íntimo, invisten, contribuyendo a mantener la tensión vital a la vez
que disminuyen la atención que el individuo dirige hacia la percepción. Así, por ejemplo,
las pulsiones que se tramitan vía alteración interna, como la de respiración, la de dormir o
curarse, que no exigen la consideración de un objeto, requieren de un contexto facilitador
a propósito de apaciguarse. El contexto cumple así las funciones de neutralizar los estímu-
los del medio, funcionando a modo de purificador; constituye la coraza antiestímulo (Mal-
davsky, 1996).

Al constituirse el aparato psíquico, la libido inviste órganos y zonas erógenas; cuando el


contexto (actitudes familiares) es intrusivo o desértico despierta magnitudes voluptuosas hi-
pertróficas que ocupan el lugar de los registros sensoriales en lo anímico (Maldavsky, 1996).

Para considerar un trastorno de relación que involucra a un menor de tres años y su cuida-
dor (madre o padre), la “Clasificación diagnóstica: 0 a 3” del National Center for Clinical
Infant Programs (1998) considera que es necesario observar la calidad conductual de la
interacción. Esta se refleja en la conducta de cada miembro de la díada materno o paterno
infantil. Pueden encontrarse perturbadas la conducta del progenitor, la del niño, o ambas.
La sensibilidad o insensibilidad en las respuestas a las señales del infante, la responsividad
contingente o no contingente, la autenticidad del involucramiento o preocupación, la regu-
lación, la predictibilidad y la cualidad estructuradora o mediadora del ambiente son con-
ductas parentales que contribuyen a determinar la cualidad de la interacción. La respuesta
aversiva, la evitación, el arqueo, el letargo, la no responsividad y el desafío son ejemplos
de las conductas que los infantes pueden llevar a la interacción. El tono afectivo es el tono
emocional característico de la díada, de afectos intensos, ansiosos, tensos, negativos en uno
u otro miembro. Es significativo el efecto desregulador del afecto intenso y la incertidum-
bre que genera su aparición con la pregunta acerca de lo que puede suceder a continuación,
por ejemplo la expresión funcional o somática patógena. El involucramiento psicológico
de las partes se centra en las actitudes y las percepciones que los progenitores tienen del
niño. La imagen que tienen los progenitores de lo que es la relación con el cuidador y que
ellos han desarrollado a partir de sus propias experiencias en la temprana infancia, por lo
general influyen sobre su modo de ver al niño y en lo que esperan de la relación. Aspecto
este último que he desarrollado antes. La Clasificación diagnóstica manifiesta que si exis-
te cualquier forma de abuso (por ejemplo, abuso verbal, físico o sexual), el diagnóstico de
relación abusiva es prioritario sobre cualquier otro diagnóstico (trastorno del dormir, de la
alimentación, etc.). 906. Relación abusiva.1

1 906. Relación abusiva. El abuso puede ser verbal, físico y/o sexual. Los tres diagnósticos se refieren a
formas específicas de abuso y son prioritarios respecto de los diagnósticos relacionales anteriores. ///

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Las relaciones abusivas son aquellas que, enmarcadas en un contexto de desequilibrio


de poder por acción u omisión, ocasionan daño físico y/o psicológico a otros miembros
de la familia. La relación debe ser crónica, permanente o periódica. Concepto que re-
marca la cuestión del desequilibrio del poder y señala que los ejes básicos están dados
por el género y la edad. El concepto de abuso da cuenta de un plus, de una vivencia que
es intramitable para el sujeto sobre quien el acto recae. La “violencia familiar” es una
categoría descriptiva que implica un fenómeno multicausado (Alvarez, L., 1992). En el
caso que analizaremos es posible considerarla como una categoría de la interacción en
la que el “otro” queda sometido a una situación de indiferenciación; en tanto no le es po-
sible procesar, discriminar, explicar lo que está viviendo.

La madre opera defendiéndose de la existencia del niño a criar como individuo se -


parado de ella y, en tanto esa defensa es excesiva, se transforma en abusiva para el
hijo que cuida. En el acto abusivo se pierde lo familiar que caracterizamos siguien -
do a D. Maldavsky (1996, ob.cit.) como el ámbito en el que predominan la ternura y
las prácticas rítmicas (rutinas, acunamiento, etc.).

/// Si se aplica uno de ellos, el clínico debe tomarlo como diagnóstico relacional primario y, a continua-
ción, caracterizar el patrón general habitual de la relación utilizando una de las denominaciones anterio-
res (por ejemplo, subinvolucrada, colérica/tensa, etc.). Debido al nivel de severidad y persistencia de las
conductas abusivas, basta un rasgo descriptivo de la cualidad conductual de la interacción para aplicar es-
te diagnóstico a cualquier forma de abuso -desde luego, puede haber más de una.
906a. Relación verbalmente abusiva. Incluye un contenido emocional abusivo severo, límites confusos y
control excesivo.
A. Cualidad conductual de la interacción
1. El contenido del abuso verbal/emocional del progenitor tiene la intención de menospreciar, culpar, ata-
car, controlar en exceso y rechazar al infante o deambulador.
2. Las reacciones del infante o deambulador pueden variar ampliamente, desde la constricción y la vigi-
lancia hasta conductas severas de acting out. (Esta variación depende de los contenidos proyectivos del
progenitor y del temperamento y nivel de desarrollo del infante.)
B. Tono afectivo
1. La naturaleza negativa, abusiva, de la interacción progenitor-infante puede ser reflejada en el afecto de-
primido, desregulado y/o serio del infante.
C. Involucramiento psicológico
1. El progenitor puede interpretar mal los llantos y los gritos del infante, considerándolos reacciones ne-
gativas deliberadas respecto de él. Esta mala interpretación puede quizá observarse en el contenido verbal
de los ataques del progenitor, que reflejan problemas irresueltos en sus relaciones críticas anteriores.
2. El input proveniente del infante puede remover experiencias tempranas dolorosas, como en el caso de
una madre que no responde aLllanto del infante debido a sus propias experiencias de desatención o que
se siente inadecuada o indigna cuando no es capaz de consolar a la criatura. A menudo esta conexión no
es consciente.
National Center for Clinical Infant Programs, (1998), “ Clasificación diagnóstica: 0 a 3”, Clasificación
diagnóstica de la salud mental y los desórdenes en el desarrollo de la infancia y la niñez temprana, Pai-
dós, Buenos Aires.

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Gutton (1993) desarrolla el concepto de ambivalencia como afecto normal que acompaña
a la preocupación maternal primaria. Libido y agresividad se encuentran presentes en for-
ma simultánea en la relación entre una madre y su hijo debido a los afectos intensos que
allí se juegan. Debe entenderse que el predominio de la agresividad disuelve los vínculos,
los ataca. En los dos grupos extremos que he descrito es observable que el vínculo se en-
cuentra impregnado por el imaginario materno que activa doblemente (en tanto madre y
en tanto hija) el mecanismo de identificación, por un lado y por otro, las representaciones
mentales (ideas, pensamientos) que la madre se ha construido del niño (sean o no percep-
ciones distorsionadas por psicopatía de la madre o por incurrir en errores cognitivos) y que
coloca al hijo tanto en la posición de quien, exigiendo a la madre que ocupe la posición de
“objeto”, resulta “objeto” de su madre. También de quien, constituyéndose en el “sujeto”
que sabe de sí mismo y de los otros, debe adaptarse ocupando el lugar de “objeto” de los
adultos con quienes vive. Desde distinto lugar es objeto de satisfacción y continente de las
pulsiones agresivas de sus progenitores.

Las necesidades del niño (alimentación, sueño) no son reconocidas como tales, el ni-
ño queda desinvestido como sujeto, la modalidad vincular asume la característica de
las relaciones abusivas descriptas en la Clasificación diagnóstica.

3. Desarrollo clínico
Relaciones emocionalmente abusivas: expresiones funcionales y somáticas patógenas

El abordaje clínico de niños menores de tres años que padecen trastornos psicosomá-
ticos enfrenta al médico a las urgencias impuestas por dificultades puntuales y peren-
torias, que se agudizan merced a las exigencias de los padres. En general, el psicólo-
go hace su aparición en la escena cuando la repetición de la dolencia no halla sus fun-
damentos en la clínica y el médico observa que el niño, los padres o el vínculo dan
cuenta de la existencia de conflictos.

Un niño pequeño que padece de trastornos somáticos o funcionales a repetición es consi-


derado en el marco de la entrevista psicodinámica en la relación triangular que forma con
sus padres y el terapeuta. Se constituyen en datos los síntomas -la dolencia- del niño y las
modalidades de su funcionamiento mental, los fenómenos de interacción que caracterizan
la relación del niño con el contexto en el que vive y la personalidad de sus genitores.

Es observable en los niños menores de tres años que las expresiones somáticas pató -
genas surgen en el terreno en el que ya han tenido lugar expresiones funcionales pa-
tógenas, entre las cuales son frecuentes los trastornos del sueño, del apetito y diges-
tivos, sea relacionados con la incorporación o eliminación.

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Consideramos “expresiones somáticas o funcionales” infantiles a aquellas que sobre-


vienen en condiciones tales que los factores psíquicos o conflictuales pueden expli-
car su determinismo o desarrollo, dando lugar así a estas manifestaciones.

Como desarrolláramos, las observaciones clínicas realizadas de los vínculos entre ni-
ños con afecciones psicosomáticas y sus madres describen una madre sobreinvolu-
crada, hiperpresente o subinvolucrada, hipoestimulante, invasiva o desértica, para
quienes la reverie o empatía se encuentra determinada por representaciones mentales
y afectivas que condicionan la función de reverie o el desarrollo de empatía.

El trabajo con Laura, una niña a quien observé durante su primer mes de vida y cu -
yo crecimiento seguí hasta los tres años nos permitirá hipotetizar acerca del enlace
existente entre las funciones del contexto y la modalidad que asumen la expresión
funcional y somática.

Sintetizaré el funcionamiento del contexto de desarrollo, algunos movimientos clíni -


cos, con el objetivo de aportar a la comprensión de los sufrimientos de expresión so -
mática y/o funcional desde el inicio de la vida. El caso seleccionado aporta conoci -
miento en relación con la importancia de considerar la modalidad vincular y espe -
cíficamente la “relación abusiva”, brindando la atención clínica necesaria al pa -
ciente y sus padres frente a motivos de derivación tales como trastornos somáticos,
del dormir, de la alimentación en niños pequeños.

El padre de Laura, Enrique, tiene, al momento de la primera consulta, veintidós años,


es muy afectuoso con sus hijos, trabaja varias horas o días fuera de su casa. Su ma-
dre, Ana, una mujer de treinta años, es en extremo apegada a su padre; muy ambicio-
sa, obsesiva por la limpieza. Duerme con un aparato en la boca para evitar lastimar
su dentadura ya que sus dientes rechinan por la noche. Manifiesta que no le gustan
los chicos y “mucho menos perder tiempo con ellos”. Ana expresa que ella esperaba
otro varón, no quería tener nenas. Le costó mucho asumir el sexo de su hija; además,
Laura lloraba tanto y sin consuelo que ella entraba en estado de pánico y tenía mie-
do que su hija muriera. Cuando nació la niña, la pareja tenía un hijo varón de tres
años de edad.

Laura pesó 2,600 kg., nació por cesárea al igual que su hermano; el parto presentó
complicaciones puesto que se adelantó debido a la alta presión soportada por su ma-
dre, que colocaba a ambas en riesgo. Estuvo en la incubadora y permaneció allí vein-
tidós días porque padeció una infección generalizada. Fue alimentada por sonda has-
ta que, diez días después de nacida, comenzaron a alimentarla con mamadera. Solo

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aceptaba el alimento si se lo daban acostada en la incubadora y no la tocaban. Era


muy difícil calmarla y las enfermeras le sujetaban el chupete con cinta adhesiva.

Por entonces, yo realizaba dos horas diarias de “observación de prematuros” y de va -


rios de mis registros, con pocas variantes, surge: “Laura llora. Parece no percibir que
la enfermera la toca y le acomoda las sondas; la cambian de posición; sus músculos se
contraen (¿pánico?); aprieta los puños; abre los brazos; vuelve a colocarse en posición
dorsal, mirando hacia arriba; abre y estira los brazos; grita aún más fuerte. La enfer -
mera le coloca el chupete, grita, se le cae. La jefa de enfermeras le sostiene con una cin -
ta con pegamento el chupete; llora y chupetea. Comienza a chupar por unos minutos
más, respira agitada y con congoja. Suspira. Cuando parece que va a dormirse, la en -
fermera se acerca, dice “pobrecita” y coloca un paño retorcido alrededor de ella, mo -
delando una suerte de útero. Laura percibe que la tocan y se fragmenta nuevamente.
Parecen “trozos de Laura”. El cuerpo se agita sin orden alguno, se contrae, llora”.

La primera vez que atiendo a Laura en el consultorio tiene nueve meses. Los deriva
su médico pediatra debido a que es muy difícil calmarla; casi no duerme, tiene difi-
cultades para conciliar el sueño y lo interrumpe varias veces durante la noche. En re-
lación con la alimentación, solo come acostada y nadie puede tocarla porque entra en
un estado de “berrinche” sin consuelo. Le han indicado papillas porque vomita mu-
cho y tiene un peso muy bajo para su edad. Cuando come los sólidos, si percibe al-
gún trozo más grueso hace arcadas y vomita. Por entonces, su tamaño es muy peque-
ño, parece un bebé de tres meses.

Pude percibir el estado desconectado o apático de la madre, que solo lograba conectarse,
en forma casi maníaca, para llevar a la niña al médico y a que se le realizaran estudios.

Ana se mostraba enojada, malhumorada, tensa; decía que no logró dormir desde
que la niña nació, en tanto la acomodaba, le secaba la baba, le arreglaba el moño
que la niña tenía sobre su cabeza, le acomodaba las medias. El papá me miraba, re -
lataba el historial médico de Laura y se angustiaba, sus ojos rojos y brillantes, su
voz quebrada se reconocía impotente frente a la situación. Laura rompió en llanto,
su madre comenzó a mecerla velozmente, ella se calmó, el padre intentó frenar el ca -
rrito para alzarla, la madre enojada le dijo: “Déjala que se tranquilizó”, la niña llo -
raba. Intervengo. Tomé un títere, un pato colorido con ojos grandes, lo moví, fui ha -
blando a la vez que lo movía, ella se tranquilizó, lo miró. Mientras movía el títere
con diferentes tonos de voz me dirigí a Laura ordenándole “su historia”, es decir la
historia que ella había escuchado de boca de sus padres. Fui mostrándoles el men -
saje que ellos develaban articulando lo que verbalizaban con lo que expresaban con

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el cuerpo. Procuré consolarlos “maternalmente” diciéndoles que comprendía cómo


se sentían, que todo había sido muy difícil hasta ahora.

Laura miró a su mamá; mostré a Ana el interés que su hija mostraba por ella, cómo
la buscaba con la mirada. Ana se distendió.

Los asesoré informándoles que la regularización del sueño dependía de las activida -
des diurnas de la niña. Les mostré que, por sus características personales, Laura era
una niña que se defendía del contacto. ¡Hay que ir despacio!

Expliqué a Laura que iba a acariciar con el reverso de mi mano sus piernas y sus
brazos. Lo hice, al inicio la beba estaba tensa; se relajó progresivamente. Fui tocan -
do su espalda y le expliqué, sentándola, que era así como ella debía comer. ¡Recos -
tada te ves como en la incubadora, así estás mejor!

Le dije a Ana que ella sentía mucha furia cuando no podía calmar a su hija o entre -
tenerla, que cuando se le hiciera pesado buscara un relevo; indicación que tuvo por
motivo hacer que la niña no absorbiera los estados negativos de la madre.

Al año y seis meses concurrieron a la consulta debido a que la niña expulsaba los ali-
mentos inmediatamente después de ingerirlos. No masticaba, ni intentaba realizar
con su boca movimientos tendientes a formar el bolo alimenticio.

El médico la envió a realizar estudios, en los que se observó una sombra en el esófa-
go, la derivaron con urgencia a un centro de diagnósticos. Allí observaron que duran-
te los siete días de internación la niña no vomitaba la comida, no la rechazaba, más
bien la aceptaba con agrado. Concurrieron a consulta por espacio de tres meses, con
una frecuencia de dos y una vez por semana; el síntoma desaparición, pero la niña
volvió a dormir mal.

Alos tres años de edad consultaron por última vez. Laura era una niña menuda con ojos
sobresalientes y muy grandes, parecía devorarlo todo con la mirada. Hablaba muy des-
pacio, en tono bajo. No jugaba sola ni acompañada; no le interesaban los osos ni las mu-
ñecas. Miraba cómo jugaba su hermano, las actividades que él realizaba en la computa-
dora o los programas de TV que, en general, elegía su madre. Ella la definía como una
niña caprichosa y manifestaba que se le hacía muy difícil vivir con ella. Se alimentaba
mal y comía poco, solía dormir muy mal, despertarse repetidas veces por la noche o no
conciliar el sueño. Siempre estaba sobre el cuerpo de alguien, lo que molestaba a su

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madre, quien manifiesta, además, que la niña se separaba de ella con mucha dificul-
tad. En el jardín casi no se vinculaba con los pares, no jugaba. La docente que la asis-
tía comentó que la niña miraba y a veces, cuando nadie lo esperaba, participaba.

Sus padres la trajeron a consulta, nuevamente derivados por su pediatra, debido a que dos
meses después de consultar por última vez manifestó bronquitis y broncoespasmos, diag-
nosticándosele hiperreactividad bronquítica. Al momento de esta nueva consulta, cuando
no tenía dificultades respiratorias manifestaba picos febriles sin causa aparente. La fiebre
duraba 48 horas y desaparecía. Se le efectuaron estudios de todo tipo, isopados y placas.
Su madre habló cuarenta y cinco minutos de los diferentes estudios, especialistas, horas en
sala de espera, etc., sin referirse ni describir el estado general de su hija.

Laura, tres años, concurrió a la consulta muy arropada, casi no se la veía. La ma -


dre le preguntó si me recordaba; me presenté y le expliqué que me había mudado,
que ella no conocía este consultorio. Ayudé a su madre a desabrigarla. Ahí estaba,
muy pálida, delgada, frágil. Solo unos grandes ojos celestes que me miraban inten -
samente. Sus gestos eran hostiles.

La invité a conocer el espacio de la Clínica en el que hay otros varios consultorios,


en ese momento desocupados. No me contestaba pero me seguía. Pareció gustarle
uno de ellos, y le dije: “Con tu cara pareces decirme que este es el lugar que más te
gusta, ¿nos quedamos aquí?”. Aceptó y yo le hice una síntesis de la visita de su ma -
dre expresándole que suponía que ella, como su familia, estaba muy cansada de tan -
tos médicos y remedios. Le pregunté si quería quedarse conmigo en la sala o prefe -
ría que su mamá también se quedara. Tomó a su madre de la mano; permaneció
quieta, me miró; observó la sala y se detuvo en los redoblantes. Me acerqué, percu -
tí golpes de timbres diferentes, de poca intensidad sonora (suave) -Ta, ti-; le di una
baqueta (palillo) y se acercó al otro redoblante. Tocó, imitó mi motivo; se rió; com -
pletó el mismo con un carácter distinto; se sonrió. Sus grandes ojos azules me de -
cían que siguiera. Le pregunté: ¿Otros? Respondió con un gesto afirmativo; realicé
una frase “ta, ta, tata, ta”. Me imitó, luego buscó responderme o completar mis fra -
ses con otros movimientos rítmicos espontáneos. Así transcurrió una sesión en la que
mi cometido no fue más que conducirla a que me percibiera y me respondiera y mos -
trarle que podía percibirla y responderle.

Madre e hija concurrieron juntas a la segunda entrevista; me entregaron una baqueta y


fuimos a los redoblantes. Laura golpeó; le contesté; retomó las frecuencias rítmicas de la
entrevista anterior, nos reímos. Invertí la situación dejando que ella llevara la delantera.
Traté de percibir sus intenciones y completé sus frases musicales, a las que acompañé

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con voces. Laura se reía y miraba de reojo a su madre que estaba ahí, emocionada. Al
despedirnos intervine describiéndole a Laura cómo me había sentido y cómo la había
percibido; describí la forma en la que ella pudo separarse de su madre en el espacio de
la sala y de mí manejando los espacios y los silencios de sus ritmos y cuánta risa le pro -
ducía ese juego y esos espacios que iba descubriendo para ella.

En la tercera entrevista el juego abreactivo abrió el camino del encuentro con el otro.

Ingresaron a la sala. Laura tomó los palillos. Luego miró hacia arriba, vio una muñe -
ca, dejó los palillos y me la pidió. Nos invitó a jugar, tomó la muñeca, le di el moisés,
me preguntó si tenía olla y cuchara. Se las di. Invitó a su mamá a cambiarle el saco al
muñeco. La madre, incómoda, la ayudó sin ganas diciéndome: “No me gusta jugar con
los chicos. Vos sabés, no me gustan los chicos; no me gusta perder tiempo, por eso ella
juega con los abuelos. Yo se la doy a mi papá, él tiene paciencia. Además, Laura son
sus ojos”. Laura la miró. Parecía que se la iba a “comer”. Le dije: “Laura, escuchas -
te a tu mamá y parece que te la vas a comer con la mirada. A lo mejor entre vos y yo le
podemos mostrar a tu mamá que se puede reír mucho y relajar jugando con vos”, e in -
vité a su mamá a jugar. Lo hicieron en una actividad que tomó el tinte de las despedi -
das permanentes. Laura le mostraba a su madre el ritmo en el que vivían y su ausencia
de lugares (“A ver nena, dale un beso a tu papá que se va a trabajar”, “Dale la comi -
da a la nena que tengo que ir al banco, pero no se lo digas”); de las corridas hogare -
ñas (“Apurate que llego tarde”, “No te ensucies que tengo mucho que hacer”, “Dor -
mí, que mamita está cansada”, “No comás; esperá a tu hermano”).

El juego que Laura desarrolló junto a su madre causó el efecto para que Ana com-
prendiera cómo los ritmos de Laura eran el resultado de las circunstancias cotidianas
de ella. Si tenía que limpiar y organizar la casa, alguien se llevaba la nena, aunque
Laura quisiera quedarse en su casa. Los horarios de sueño, como de alimentación, de-
pendían exclusivamente de las circunstancias laborales de sus padres o escolares de
su hermano, del cansancio o el estado de salud de otros.

En ausencia del marido, Ana dormía alternativamente con cada uno de sus hijos y
con la niña, fundamentalmente, cuando estaba con broncoespasmos por temor a no
escucharla “…Si se queda sin aire”. Ella dijo ser muy miedosa, pero la tranquiliza sa-
ber que su papá “tiene radares, no orejas” y que con un golpecito en la pared de su
dormitorio “él venía”.

A poco de andar pudimos correlacionar las fiebres de Laura con la partida de su pa-
dre para trabajar en Buenos Aires los lunes a la madrugada, y el insomnio con la

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preocupación porque él partiera sin que ella lo supiera; a una suerte de control del
movimiento familiar, a la vez que manifestaba la inseguridad que le producía quedar-
se sola con su madre en casa.

En otras entrevistas Ana dijo que ella había sido la preferida de su padre hasta el na-
cimiento de Laura, y que ahora, tanto para su padre como para su marido, la niña “era
todo”.

Por entonces Laura se despertaba durante toda la noche, se movía mucho en la cama,
soñaba hablando en voz alta o baja. Cuando tenía fiebre, llamaba toda la noche; si
dormía, decía que soñaba cosas feas; pedía agua; quería ir al baño.

El hecho de que pudiera hablar de sus pesadillas, de que las sombras se transforma-
ban en brujas me dio pie para trabajar con Ana y Laura sobre la historia del desen-
cuentro entre ellas, sobre el sentimiento de decepción de Ana cuando se dio cuenta
de que Laura le dificultaba el terreno para ser madre de una nena.

“Tu mamá dice que hizo muchos esfuerzos para entenderte, que nunca sabe lo que
querés, eso indica que ella ha hecho sus esfuerzos pero hay mensajes tuyos que tu
mamá no entiende”.

Me impuse como meta clínica mostrarle a Ana por qué le era necesario exponer a su
hija a sucesivos estudios y medicamentos como forma de constituirse en “madre de
Laura”. Los medicamentos, los estudios, la rapidez con la que “volaba” al médico se
constituían en formas de sustituir su presencia más inmediata. Esta última tarea to-
mó como punto de partida, fundamentalmente, el amor que ella tenía por su hija y el
vínculo que las unía; la invité a venir a una entrevista.

Ana concurrió a consulta. Una vez más la inició describiendo su desborde actual. In -
terrumpió suspirando. Le expliqué que la imposibilidad que ella tenía para compren -
der los mensajes de Laura debían relacionarse, seguramente, a que la niña tenía pa -
ra decir algo insoportable, estaba desbordada en sus posibilidades expresivas. El ex -
ceso que la niña experimentaba evidentemente le dificultaba la expresión. En tanto
a ella, todo lo que le pasaba a su hija, en cuanto a las manifestaciones afectivas y
orgánicas, parecían resonarle de manera tal que le hacían también imposible perci -
bir a Laura en una situación insoportable.

Referí que era posible que la experiencia insoportable que ella vivenció en los mo-
mentos en los que tuvo alta presión fuera similar al estado actual en el que primaba

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la intolerancia que su hija tenía en ese momento en el que, como ella, parecía estar
acosada desde adentro por las dificultades orgánicas. La situación que ella había
atravesado y su hija vivenciaba en ese momento era compleja, fundamentalmente,
porque no resultaba fácil pedir ayuda.

Le mostré que en el transcurso de su matrimonio ella había estado en otras situacio -


nes difíciles e insoportables en las que tampoco había podido pedir ayuda y que ha -
bían venido desde el exterior, y fundamentalmente en relación con la familia de su
marido; que le produjeron desenfreno y que debían levantarle la presión. Sobre to -
do lo que ella supone que su suegra pensaba de ella, de la forma en la que ella se
había ganado el espacio dentro del concierto de la familia e incluso de la forma en
la que ella pensaba que su suegra le “hacía la cabeza” a su marido.

A los seis meses de iniciadas las consultas Laura tenía altos los niveles de colesterol,
se quejaba de dolor de panza y de piernas. Cuando los abuelos maternos se fueron de
vacaciones, sufrió una inflamación intestinal severa.

Para Laura, salir, que alguien saliera, parecía constituirse en una especie de referen-
cia de lo catastrófico. Que alguien saliera, que se fuera su padre, los abuelos, la fa-
milia de vacaciones era catastrófico; “el salir” era vivenciado como catastrófico. Vi-
vencia que podemos ligar a la modalidad del parto y el posparto inmediato, así como
también debe corresponder al valor que tiene para la madre el desplazamiento espa-
cial. Ana hacía mención reiterada de la forma en que la paralizaban las enfermeda-
des de Laura “Hace tres fines de semana que me la paso adentro con esta nena que
tiene fiebre. Con este frío me quedé adentro y por eso no pude salir”.

El hecho de haberle verbalizado a la madre la experiencia compartida con su hija de


excesos insoportables la movilizó a aceptar mi sugerencia en relación con que, junto
con los sentimientos de injusticia que surgen a causa de la modalidad vincular que la
une a la suegra, parecen aparecer celos relacionados con que cuando conoció a Enri-
que él era un jovencito que necesitaba de ella sostén, que ella lo criara. Ahora el “jo-
vencito” ocupaba lugares y se desempeñaba socialmente sin su cuidado; con lo cual
ella debía sentir que se le estaba “yendo de las manos”; pero ella solo parecía poder
expresar sentimientos furiosos en el sentido del “sacrificio que tenía que hacer vi-
viendo sola ahora que él está ausente durante cinco días”.

Laura es una niña que tiene posibilidades y de hecho ha utilizado mis intervenciones y,
a partir de ellas, ha modificado la forma de relacionarse con su madre, imponiéndole
otras lógicas. Cuando despejé las variables necesarias para que ella y su madre se en-
tendieran, comenzó a mostrar los celos que tenía hacia su hermano, sobre todo con

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respecto a la madre y pudimos trabajar acerca de la diferencia de edades y de géne-


ro que ella tenía con su hermano. En el transcurso de las entrevistas fue observable
que iba y venía un tipo de relación de apego -desconectado de los avatares emocio-
nales y afectivos del otro- de Laura con su madre y con todo el linaje materno; ape-
go que le impedía desarrollarse debido a la energía que necesitaba para mantener to-
do bajo control. Era un tipo de apego reactivo de aquel primitivo, que considero no
pudo desarrollarse debido al desencuentro inicial.

Conclusiones
Los estudios realizados en pacientes con patologías psicosomáticas nos han abierto
nuevos interrogantes en función de la relación que es posible establecer entre la mo-
dalidad que asumen los lugares que los padres han ocupado en sus respectivas fami-
lias, el que le asignan a sus hijos, la calidad de reverie materna y paterna en relación
a los niños y los trastornos tempranos en la psicodinámica infantil (sueño, alimenta-
ción, etc.) que anteceden a otros trastornos psicosomáticos, más complejos, por alte -
ración de los ritmos biológicos.

Como he expresado en el inicio, considero -siguiendo a Kreisler y otros- que la pa-


tología psicosomática designa los desórdenes orgánicos, lesionales o funcionales, cu-
ya génesis y evolución admiten una participación psicológica prevalente. El objeto
de esta clínica lo constituyen aquellas enfermedades físicas en cuyo determinismo o
evolución influyen factores psíquicos o conflictivos. Luego, en el curso de las enfer-
medades, los factores psicológicos que consideramos secundarios producen con las
enfermedades orgánicas una red compleja de interferencias recíprocas (Kreisler,
1990, ob. cit., pág.16).

De la historia de Laura, su madre y el concierto de la familia, es posible deducir que


los trastornos orgánicos que la han afectado sobrevienen en condiciones psíquicas o
conflictuales que pueden explicarse por sí mismas; es por ello que los diferentes pro-
fesionales que la asistieron consideraron que sus dificultades eran de naturaleza psi-
cogenética y en sucesivas oportunidades los han derivado a consulta.

La fragmentación de la niña toda vez que recién nacida no lograba consolarse, su difi-
cultad para calmarse y recibir la contención adulta, su imposibilidad para conciliar el
sueño, el rechazo sistemático a las diferentes formas en las que le administraban el ali-
mento -sin tocarla y acostada-, como el rechazo posterior a los alimentos sólidos, no
hacen más que mostrar el terreno sobre el que se instalan posteriormente los trastornos
respiratorios y se obtura su potencialidad de imaginar, fantasear, crear y jugar.

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Laura nace en un contexto en el que tienen lugar severas conflictivas familiares e in-
dividuales de los padres que sostienen vínculos patógenos entre ellos y con sus pro-
genitores. Enfermedades psicosomáticas, adicciones, actos violentos, mercantiliza-
ción de los vínculos; caracterizan el contexto en el que Laura se desarrolla. La espe-
culación, acto que incluye a la entrevista misma, la referencia a números -medica-
mentos, análisis, costos, cantidades económicas de negocios familiares- que no se
pueden humanizar. La palabra que es proferida con el cuidado de quien quiere ajus-
tarla a lo que el interlocutor espera da cuenta del creciente esfuerzo de sobreadapta-
ción que la familia realiza.

El nacimiento inducido, debido al incremento de presión arterial materna, generó en


ambas un estado insoportable; la apatía que se conjugaba en Laura bebé con la resis-
tencia a ser “tocada”, “calmada” o “sostenida” por el adulto; la decepción de la ma-
dre y el fantasma de que la niña ocupara su lugar le dieron a Ana la oportunidad de
constituirse en madre de su hija mediante cuidados médicos y medicamentosos.

Desde el inicio de su vida la pulsión visual aparece como hegemónica. La vista y la acti-
vidad expresiva de su mirada son centrales y dirigen la apertura de sus posibilidades de co-
municación. Laura no utiliza la mirada en vacío, siempre se dirige a la subjetividad del
otro, manifiesta direccionalidad, incluso indicando al otro que realice un movimiento, con
su mirada. En el transcurso de las entrevistas pude observar también cómo, a través de la
mirada, ella expresa su furia frente a actitudes violentas de su madre.

La mirada de Laura parece, entonces, tener dos valores: uno, la incorporación del ob-
jeto: “lo come con la mirada” y el segundo, cuando la mirada funciona como acto:
“me lo pidió con la mirada”, “la mató con la mirada”, “excluyó con la mirada”, dis-
tintas formas de mirar que tienen el valor de actos tienen por objetivo apoderarse de
la motricidad del otro. Son miradas mudas, pero a la vez elocuentes. Laura conden-
sa en su mirada lo que su motricidad no puede desplegar de otra manera.

Esporádicamente cae en atonía depresiva, probablemente como defensa a la intromi-


sión violenta de la madre, la que anuncia la aparición de los broncoespasmos o de las
crisis febriles, que profundizan el desfallecimiento. Asocio esta expresión a los mo-
mentos en los que predominan en ella estados furiosos a consecuencia de la imposi-
bilidad de procesar los excesos provenientes del afuera.

Aconsecuencia de la irregularidad de los ritmos primarios producidos por un contexto de-


ficitario (madre presente pero psíquicamente ausente que no puede comprender las deman-

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das de la pequeña), la percepción visual aparece cumpliendo la función de defensa. Así,


cuando los niños no se fragmentan como resultado de la magnitud de sus necesidades y la
imposibilidad de satisfacerlas, devoran y trituran con la vista los afectos y los actos de las
personas que los rodean, requiriendo de un tiempo prudencial para conectarse. La percep-
ción visual es sobreinvestida a modo de defensa; como una forma de protegerse para no
quedar arrasado por núcleos autistas (Roitman, C., 1993) o, en su caso expresar a través
del soma la desorganización psíquica.

En Laura, tal como he llevado la síntesis clínica del trabajo terapéutico en el aparta-
do que antecede, el intento de calmar la tensión endógena y exógena por medio de
un “acontecimiento somático” halla, a mi criterio, su causa no ya en la “desorgani-
zación regresiva momentánea del aparato” sino en la “no-organización del aparato”
debido a la no-integración de experiencias primitivas y tempranas que se encuentran
garantizadas por el establecimiento de la reverie materna o paterna; generando en la
niña el síndrome Temprano, caracterizado por insomnio, anorexia e hipotonía/hiper-
tonía. Cuando las incitaciones adquieren -por déficit o exceso de intromisión del con-
texto- un carácter desorganizante, el desarrollo se vuelve desarmónico y “puede incluir
desde el principio un componente somático” (Kreisler, L.; Fain, M. y Soulé, M., 1990).

José Fischbein (1998) sugiere la idea de nominar “acontecimiento somático” toda


vez que lo psíquico y lo somático se encuentren en un estado de no integración, de
escisión. El acontecimiento psicosomático surge cuando el yo no puede representar
ni procesar los estímulos que llegan desde el soma o desde la realidad. El aparato psí-
quico claudica en su intento de procesar estados de conflicto o tensión y el cuerpo
responde produciendo un “acontecimiento somático.”

El déficit cualitativo y cuantitativo del contexto, que se manifiesta en la modalidad


que asume el apuntalamiento, tiene consecuencias directas para el funcionamiento
mental primario y para la vulnerabilidad del desarrollo psicosomático. El insomnio
primario, los trastornos de la alimentación, los fallos en el crecimiento, las dificulta-
des para calmarse o autoconsolarse son un ejemplo. Kreisler (1977) considera el in-
somnio primario y el cólico de primer trimestre como ejemplos de respuesta somáti-
ca a situaciones conflictivas que se producen en relación con el contexto, específica-
mente con incitaciones contradictorias y violentas, solicitud exagerada y otras con-
ductas inadecuadas.

Kreisler, Levobici y otros han referido que las condiciones etiológicas psicodinámi-
cas de producción de las expresiones somáticas abandono o maltrato, frustraciones
precoces y graves en el medio familiar, personalidades parentales patógenas, graves

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fallas en la función materna, madre presente pero psíquicamente ausente, dolor físi-
co intenso producido por la presencia de otra enfermedad física, inestabilidad de la
custodia, rivalidad ente la madre y otros cuidadores, etc.

Es necesario, además, destacar que las expresiones funcionales o somáticas de Lau-


ra se caracterizan por la “repetición”. La tendencia a la “repetición” surge a posterio -
ri de una situación traumática. La función motora asume en la repetición la catecti-
zación de la pulsión de muerte adaptando la forma de automatismo repetitivo; aspec-
to que se suma a la desligadura de las zonas erógenas primarias por ausencia de
“apuntalamiento”.

Es común que las expresiones respiratorias aparezcan asociadas con dificultades del
niño para dormir o despertar, para alimentarse o calmarse o sean su antecedente
(Kreisler, ob. cit.). Los niños que padecen patologías respiratorias se desbordan fá-
cilmente por acontecimientos difíciles; suprimen la agresividad y niegan los conflic-
tos como forma de defensa. Quienes lo han explorado consideran también la existen-
cia de trastornos funcionales del sueño y la alimentación allí donde ha acontecido un
déficit en el contexto de crianza, “un disfuncionamiento en el seno de una entidad
más compleja: la díada, estructurada progresivamente por la relación madre-hijo. Co-
mo cualquier síntoma, es una solución de compromiso que permite el equilibrio, pe-
ro también una expresión y un llamado”(Kreisler, L.; Fain, M. y Soulé, M., 1977).

En la presentación del trabajo referí la conexión existente entre las expresiones fun-
cionales y somáticas patógenas y la relación que sostienen la madre, el padre y el ni-
ño. Cómo la empatía o reverie materna se encuentra condicionada por las corrientes
psíquicas prevalentes en la estructuración psíquica de sus padres y aquello que le atri-
buyen a su hijo en forma consciente (resultado de su experiencia o saber) o incons-
ciente (representaciones internalizadas del bebé que ellos fueron, del que han cons-
truido internamente, de aquel que resulta el fruto del proceso de identificación).

De los fragmentos clínicos expuestos nos es posible hacer una conexión estrecha en-
tre las cuestiones celotípicas y paranoicas de la madre y la desconexión de la hija y
correlacionar los episodios de broncoespasmos con la violencia de una madre ofus-
cada y celosa. Es observable una relación clara entre situaciones de violencia fami-
liar y los sentimientos de injusticia, con el insomnio padecido por Laura, debido, fun-
damentalmente, a que estas situaciones no garantizan la interacción adecuada para la
producción del sueño (plenitud, flexibilidad, estabilidad). Los sentimientos de injus-
ticia quedan sofocados durante el día, sufridos pasivamente y se hacen activos por la no-
che. Al hecho de que la madre durmiera con un aparato en la boca para evitar lastimar

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su dentadura porque sus dientes rechinaban por la noche se lo puede correlacionar


con la sensación de humillación y vergüenza a la que ha quedado expuesta, reitera-
damente, frente a sus suegros.

Las características de la madre de Laura, las circunstancias vitales que le impone el con-
texto, la experiencia de haber tenido adherido a su boca el chupete en el momento en el
que estuvo alejada de su madre son útiles al momento de inferir los motivos determinan-
tes de la cerrazón de garganta que experimentó toda vez que no quería comer o expul-
saba los alimentos sólidos; o bien para explicar los espasmos bronquiales que impedían
el ingreso de la columna de aire. Diferentes estudios señalan que los niños suelen expe-
rimentar cerrazón de garganta cuando quien los alimenta es una madre muy violenta,
que se debate en sus fantasías por animar la vida de su hijo o hacerlo desaparecer, niños
que se sienten víctimas de la violencia materna. Violencia que remite al “desencuentro
temprano” que produce el hecho de no encontrar adecuación posible en la interacción
de la díada por los motivos que he desarrollado.

Los niños sufren el abrumamiento provocado por el dolor que produce la ausencia de
“lo conocido”, el impacto de la oposición entre la belleza “visible” y la desazón que
emerge del interior de la madre (Meltzer, 1990). Maldavsky (1997a; 1999) precisa el
término belleza como el encuentro armónico entre elementos diferentes, “con lo cual
es posible distinguir entre diversos configuraciones estéticas. ...En cuanto al interior
de la madre, el niño depende básicamente del modo en que ella ha ligado su propia
pulsión de muerte. Esta es una condición para que desarrolle la empatía con su hijo
y disponga de un repertorio de respuestas acordes con las exigencias anímicas tem-
pranas. Sobre todo esta empatía se vuelve necesaria cuando el niño se halla inerme
ante su propia pulsión de muerte y debe ligarla por el camino de la motricidad sen-
sorial, y su indefensión violenta crece a medida que aumenta la sed” (Maldavsky,
1999, pág.122).

Otros estudios refieren el insomnio infantil relacionado con situaciones de violencia


familiar y sentimientos de injusticia, en las que organiza el conjunto una madre ofus-
cada y celosa, que se siente perseguida y evaluada, situación de la que sale utilizan-
do la desconexión como recurso.

La violencia del ataque contra las fuentes pulsionales (respiración, hambre, sed, sue-
ño), que exigen el reconocimiento de una realidad sensorial, se incrementa con la
transformación del terror y del pánico en cólera o furia. En este proceso de transfor-
mación interviene la identificación temprana a un objeto decepcionante.

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Una de las escenas comunes en las posiciones extremas descriptas en el primer apartado
es la del sacrificio. En la primera de ellas, en la que resulta ultrajado el niño, la madre re-
fiere haber entregado su cuerpo, su tiempo y se siente no retribuida por su hijo (que pare-
ce no quedar conforme nunca). Tienen de referencia al padre del niño -a quien idealiza por
su trabajo, su libertad y esperan de ellos reconocimiento o compensación-. Espera de su
hijo y del padre del niño reconocimiento por la entrega de amor a sabiendas de que el de-
seo que subyace es de naturaleza egoísta. Al no obtenerlo, queda a merced de sí misma
profundizando su sentimiento de humillación o transmudando su afecto en injusticia. Esa
postura sacrificial que la madre ostenta se constituye en su defensa frente a los sentimien-
tos de inferioridad y culpa que le sobrevienen frente a la exigencia de interacción con el
hijo que cría. La postura sacrificial deriva de un desarrollo particular de la desmentida de
la calidad de sujeto de su hijo y promueve relaciones diádicas emocionalmente abusivas.
Las actitudes que expresa el progenitor -hace por su hijo- son inconsistentes en cuanto a la
cualidad de las interacciones reales. La madre sacrificada es una madre que se subinvolu-
cra con su hijo; no alcanza a predecir sus necesidades ni a establecer relaciones recíprocas
con él salvo como flashes.

Las madres que piensan que el niño “tomará lo que ella le dé” y se irá adaptando al
sistema familiar, colocan el peso del “sacrificio” del lado del hijo hasta que su ma-
durez le otorgue autonomía, momento en el que obtendrá el reconocimiento de sus
padres. Ellas se sienten también parte de un mundo que les exige adaptación o sufrir
las consecuencia sintiendo humillación y vergüenza. El niño es manipulado afectiva-
mente. Se le pide que entregue lo que no es, lo que no tiene; dejándolo sin sostén ni
aportes identificatorios. Las expresiones somáticas y funcionales patógenas lideran
las manifestaciones del infante. La sobreinvolucración de la madre en la relación pro-
mueve el despliegue de un excesivo control sobre su hijo sobre la base de hipótesis
falsas en relación con sus capacidades. El niño víctima, en el mejor de los casos, se
manifiesta en forma reactiva desplegando conductas de dócil sumisión o apatía o
bien desafiantes y furiosas.

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Fecha de recepción: 15/03/06


Fecha de aceptación: 30/06/06

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“LA VIOLENCIA DE NO SER”


Alejandra Zucchi*

Resumen
En este artículo se presentan algunas conclusiones del trabajo clínico que he reali -
zado en el ámbito hospitalario con pacientes mujeres adultas, infectadas con el vi -
rus del HIV (Hospital Muñiz, 1999-2004) donde he observado la presencia a repeti -
ción de una serie de indicadores psicopatológicos. La labor clínica en dicha Institu -
ción se realiza fundamentalmente en las Salas de Internación.

La reiteración de situaciones de abusos, violencia familiar, maltrato físico y negli -


gencia generaron una serie de profundos interrogantes acerca de cuáles son las po -
sibilidades de realizar un trabajo terapéutico en dichas circunstancias. Tomando co -
mo punto de partida estos interrogantes es que el presente artículo se desarrolla a
partir de la articulación de recortes clínicos guiados por los ejes de: abuso sexual
infantil, patologías del desvalimiento y posibilidades de un trabajo terapéutico.

Palabras clave: violencia, sida, abuso sexual infantil, patología del desvalimiento,
trabajo terapéutico.

Summary
The aim of this article is to present some conclusions about clinical work I have done
with HIV+ adult women (Muñiz Hospital, 1999-2004) where I observed in several
opportunities the presence of a series of psychopathic indicators. Hospital Muñiz’s
clinical work is done on intern’s rooms mostly.

The abuses, family violence, physical maltreat and negligence present on reiterated
situations, generated on me several and deep doubts about the possibilities of
psychological therapy under this circumstances.

These doubts were the starting material that inspired me into writing the present article
that develops to articulate the clinician’s vignette to the concepts of sexual child abuse,
pathologies of “desvalimiento” and psychotherapeutic work mains points.

* Lic. en Psicología de la UB. Egresada de la Carrera de Especialización en Psicología Forense de UCES.


Especialista en Psicología Clínica. Ayudante de Primera Regular. Psicología Evolutiva Niñez. Facultad de
Psicología UBA. Investigadora UBACYT. IPA (Directora del Proyecto: Lic. Clara Schejtman).

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Key words: violence, AIDS, sexual child abuse, pathologies of “desvalimiento”,


psychotherapeutic work.

Introducción

El Ausente

I
La sangre quiere sentarse.
Le han robado su razón de amor.
Ausencia desnuda.
Me deliro, me desplumo.
¿Qué diría el mundo si Dios
lo hubiera abandonado así?

II
Sin tí
El sol cae como un muerto abandonado.

Sin tí
Me tomo en mis brazos
Y me llevo a la vida
A mendigar fervor.

Alejandra Pizarnik
“Sin tí, el sol cae como un muerto abandonado…” Todo carece de sentido ante la au-
sencia de ese otro que significa, de ese otro que cualifica, inclusive la vida misma ca-
rece de importancia ante lo terrible de la pérdida. Ese desgarrador sentimiento de ca-
rencia de mismidad (“de ser”), que logra reducir a una persona a la suma de sus ór-
ganos biológicos, es uno de los sentimientos que observamos en las mujeres a las
cuales nos referiremos en el presente artículo.

Mujeres que han sido reducidas a sus cuerpos y a sus “diagnósticos”. Mujeres que
han sido “violentadas” en el transcurso de su vida por sus padres y esposos, por el
amor y el abandono. El sentimiento de abandono vulnera y supera la barrera de su

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precario sentir convirtiéndose en dolor de la pérdida, de la ausencia. Dolor que, por


su gran intensidad, carece de matiz afectivo. Dolor como “ruptura violenta” del lazo
que vincula un sujeto con un objeto.

Pensamos la violencia como una categoría que se delimita en lo social tomando como
su definición aquella más básica: “Fuerza con la que a alguien se le obliga a hacer lo que
no quiere por medios a los que no se puede resistir” (Diccionario de la Lengua Española).

Como psicoanalistas conocemos la importancia de la existencia de una violencia pri-


mordial proveniente del discurso materno: violencia primaria. Necesaria y constitu-
tiva del aparato psíquico que se opone al discurso desestructurante de la violencia se-
cundaria. Violencia que se encuentra a predominio de lo tanático que actúa anulando
y desconociendo la singularidad del sujeto (Aulagnier, 1977).

La violencia se caracteriza por su eficacia en anular al otro como un sujeto diferen-


ciado, sumiéndolo en la pérdida de identidad y reduciéndolo en su forma más extre-
ma a un puro objeto.

Así como la violencia primaria es esperable que se desarrolle en el ámbito privado


de la relación madre-niño; dentro del encuadre familiar es que penosamente también
encontramos la existencia de la violencia secundaria, la cual se denomina “violencia
familiar”. Este tipo de violencia abarca a todas las formas de abuso que tienen lugar
en las relaciones entre los miembros de una familia. Se denomina relación de abuso
a cualquier conducta que ocasione un daño ya sea físico, sexual y/o psicológico a
otro miembro de la familia (Bertelli, 1996).

Existen cuatro vectores que caracterizan la violencia familiar: abuso sexual; maltra-
to corporal; maltrato emocional; abandono físico o negligencia (Garrote, 1991).

Es a partir de la escucha clínica en el ámbito hospitalario con pacientes mujeres adul-


tas, internadas por HIV (Hospital Muñiz, 1999-2004) que he observado la presencia
de una serie de indicadores psicopatológicos que se repiten en sus relatos y dan cuen-
ta de sus vivencias.

Mujeres que han padecido numerosos traumatismos durante el transcurso de su vida,


entre los cuales se encuentra el padecimiento de abusos durante su infancia y a pesar
de ellos o justamente a raíz de ellos se presentan como “sonámbulas”. Adormecidas
y desconectadas de una realidad casi imposible de tolerar que se enuncia a través de

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relatos catárticos y desafectivizados que dejan a la luz una descualificación afectiva


profunda que las sume en un estado de apatía y pasividad.

Mujeres que en sus relaciones de pareja repiten compulsivamente vínculos de depen-


dencia. Sumisión casi absoluta respecto de la voluntad de estos hombres que ejercen
un poder despótico y tiránico sobre ellas mismas.

La reiteración de estas situaciones han generado una serie de profundos interrogantes acer-
ca de cuáles son las posibilidades de realizar un trabajo terapéutico en dichas circunstan-
cias. Tomando como punto de partida estos interrogantes es que desarrollaré el presente
trabajo a partir de la articulación de recortes clínicos con los siguientes ordenadores:

- Abuso sexual infantil.

- Patologías del desvalimiento.

- Posibilidades de un trabajo terapéutico.

Abuso sexual infantil


Se entiende por abuso sexual infantil al compromiso de un niño en actividades se-
xuales que por su desarrollo evolutivo no comprende y frente a las cuales no se en-
cuentra capacitado para prestar su consentimiento como así también actividades que
violen los tabúes sociales de los roles familiares (Goldberg, 1985).

Margarita (35 años): “…Cuando tenía 10 años mi papá, me violó… yo lloré y se le


dije a mi mamá y mi mamá me dijo: “Aguantate, él nos da de comer a todos. Apar -
te algo habrás hecho para calentarlo… Yo lo quiero a mi papá, aparte de eso, él fue
bueno con todos…”

¿Cómo se puede sentir una niña de 10 años cuando ha sido violada por su padre?
Pienso, al escuchar sus palabras, percibiéndome como una espectadora de la consu-
mación de la prohibición fundante de la cultura: el incesto. Se considera la prohibi-
ción del incesto como una ley universal gracias a la cual se produce el paso de la na-
turaleza a la cultura. Paso del hecho natural de la consanguinidad al hecho cultural
de la alianza (Lévi-Strauss, 1967).

Ante el incesto consumado, el vínculo de alianza padre-hija se destroza, aquel hombre al


cual la niña ofrece toda la ternura de su amor no le retribuye con la misma ternura y en
cambio “toma” el cuerpo de la niña como propio para la descarga de sus pulsiones.

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Esta confusión de cuerpos, de lugares y en palabras de Ferenczi (1932) esta “confu-


sión de lenguas” deja a la niña en un estado de sideración psíquica, vergüenza, des-
confianza y con un profundo sentimiento de culpa. Ella se siente responsable por el
acto y, en el caso de que pueda apelar a una segunda relación con un adulto, en ge-
neral los relatos son rechazados o desvalorizados en su veracidad: “…Algo habrás
hecho para calentarlo”. Palabras de la madre de Margarita que caen como una sen-
tencia sobre el núcleo de su yo en conformación y actúan acrecentando la falta de
confianza en su propia percepción, produciendo un silencio, un vacío.

Ante la agresión sexual, la personalidad que se encuentra en vías de desarrollo reac-


ciona con la introyección de lo que lo amenaza o agrede debido a que no logra acce-
der a la defensa por su propia indefensión evolutiva. Situación que genera una pre-
maduración patológica en su personalidad y que implica la adaptación a dicha situa-
ción de agresión (Ferenczi, 1932).

Así la vivencia de agresión se transforma en algo interior dejando de pertenecer a la


realidad externa y pasa a ser “propio” …“de una”… latiguillo que Margarita repite
casi constantemente al referirse a sí misma. Sentimiento de mismidad que se escin-
de ante el padecimiento del incesto. Como consecuencia del mismo, lo propio y lo
ajeno se confunden ya que este anula la presencia del otro como sujeto, violando una
de las principales funciones que cumple la familia que es permitir la gestación de la
alteridad. El incesto implica el deseo omnipotente de ocupar todos los lugares de la
estructura familiar a la vez.

Todo es uno, no hay diferencias, quizá es también por esto que cuando la paciente se
refiere a cosas que ella ha pensado comienza las frases hablando de …“Una”…, es-
ta “una” nos remite al fantasma paterno regido por la lógica de lo Uno. Tesone (1992)
relata acerca del padre incestuoso y su fantasma de ser un ente todopoderoso y sin
fallas, de fundirse en “Uno” con su hija, uno en un mundo sin reglas ni prohibicio-
nes excepto las que él dictamine.

Es a partir de la pregunta de este autor acerca de cuál es el sentimiento que predomi-


na dentro de la dupla amor-odio en el incesto que pensamos acerca del drama edípi-
co y su estructura. Freud (1905) plantea que la niña saldrá del Edipo trocando el de-
seo de mantener relaciones con ese padre por el deseo de tener un hijo del mismo.
Pero, como vivimos en una cultura donde rige la prohibición del incesto, ella tendrá que
buscar “otro” hombre que pueda darle ese hijo. Pero en los casos donde esta prohibición
se destruye en la realidad fáctica, ¿qué sucede con el Edipo?, ¿dónde queda el amor tier-
no?, ¿qué lugar de hija queda para esa niña? Si justamente lo que excluye el acto

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incestuoso es la filiación, la estructura familiar y -con ella- el triángulo edípico desapare-


cerá. El afecto que primará dejará de ser la ternura o el amor característico del vínculo pa-
dre-hija, el afecto que primará a partir de la consumación del incesto será el dolor.

Dolor psíquico o dolor de amar como una consecuencia de la “brutal” ruptura del la-
zo que vincula con el ser o la cosa amados (objeto simultáneamente amado, odiado
y angustiante). Ruptura que es vivida como violenta y genera un “sufrimiento inte -
rior vivido como un arrancamiento del alma, como un grito mudo que emana de las
entrañas” (Nasio, 1996).

Quizá podríamos pensar que la idea de este dolor nos podría acercar al tipo de afec-
to que primará en la consumación del incesto, al menos para la niña en ese momen-
to. Con el devenir del tiempo, las defensas que se implementarán serán del orden de
la desestimación afectiva y la desmentida, que en palabras de Margarita se expresa
en la reafirmación del amor hacia su padre “…Yo lo quiero a mi papá, aparte de eso,
él fue bueno con todos…”

La violencia se instala en el lugar del pensar tierno y de la creación de lugares diferencia-


dos y así del dolor solo quedará el silencio, su “mudez” y su repetición (Alvarez, 1999).

¿Cuáles serán las consecuencias de un abuso sexual en la infancia? Alvarez (1993)


plantea que no se pueden puntualizar sino que serán a posteriori del momento cro-
nológico y que en la adultez se pueden observar algunas de ellas como: pensamien-
to empobrecido, extravío de la pulsión del saber, desafectivizaciones, intentos de sui-
cidio como también mini-suicidios pensados como heridas corporales, accidentes,
actos delictivos, marcas en el cuerpo entendidas como un intento de contener en su
físico espacios que no se encuentran contenidos en el psiquismo.

Patologías del desvalimiento


Cercenadas muchas de sus posibilidades de desarrollo psíquico, lo que se podría pen-
sar quizá como una consecuencia de sus terribles vivencias y padecimientos es que
estas mujeres han subsistido por fuera del universo simbólico y marginadas del mun-
do social. Terreno que el psicoanálisis ha delimitado como el de las neurosis actua-
les o traumáticas y que en la actualidad podemos englobar en las patologías del des-
valimiento (adicciones, neurosis traumáticas, situaciones de violencia familiar, inces-
to consumado, promiscuidad).

El eje de dichas patologías reside en la imposibilidad de tramitación de la pulsión median-


te la vida anímica. Fallas en la constitución de la subjetividad, de la conciencia inicial

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como base del “edificio simbólico”. Conciencia que no se constituye o se pierde en


su función primordial: la “cualificación” ya sea de los estímulos del mundo sensorial
y de los tonos afectivos. En cuanto a los afectos encontramos en estas pacientes la
presencia de una pequeña gama de matices que varían entre el sopor y la apatía, so-
lamente interrumpidos por explosiones de pánico o de cólera, de los cuales intentan
desentenderse (Maldavsky, 1992).

Eleonora (33 años): “…El me puso el ‘bicho’. Yo ya sabía que él lo tenía; no me im -


portaba yo lo quería, ahora estoy hecha mierda: huesuda, manchada, ahora ya no
le importo. Salía con otras y se ‘picaba’con sus amigos. Traté de ser todo lo que él
quería: me quería rubia, fui rubia; me quería flaca, fui flaca. ¿Y ahora qué ha -
go?…”

(Nota: en la jerga se denomina “bicho” al virus de Inmunodeficiencia Adquirida (si -


da). Y “picarse” es la aplicación de drogas intravenosas. La paciente padecía, en -
tre otras enfermedades biológicas, sarcoma de Kaposi).

Caso paradigmático que da cuenta del tipo de relaciones que establecen las pacien-
tes que padecen este tipo de patologías: vínculos de dependencia absoluta hacia la fi-
gura de un hombre con características psicopáticas, “déspota-loco” que impone su
deseo caprichoso e impredecible y que las “posee” como objeto de descarga, objeto
del desenfreno de sus pasiones (Alvarez, 1993).

En esta clase de relaciones, solamente se tiene en cuenta lo que él desea, las mujeres se
sostienen tal como la paciente citada en el permanente rastreo de “...Ser todo lo que el que-
ría...” sin importar lo que se pueda perder en el camino, aunque sea su propia vida.

Es en el inicio de la peregrinación hacia el deseo caprichoso de ese “déspota-loco”


que se nos revela la actuación de la defensa predominante en esta paciente como en
muchas otras: la desestima afectiva y desmentida de la realidad. “Lo sé, pero aun
así”, consigna que habilita el contagio deliberado del virus del HIV (sida), infección
que exclusivamente adquiere entidad de enfermedad mortal ante la pérdida de su par -
tenaire. Pérdida que la deja a expensas de su diagnóstico y la enfrenta con la reali-
dad de su cuerpo biológico “...Ahora estoy hecha mierda: huesuda, manchada…”

Cuerpo sede de la vida erógena la cual se encuentra invertida ya que se pretende el proce-
samiento pulsional mediante la alteración del mundo interno en el lugar donde debería eri-
girse la acción específica hacia el mundo sensorial. Inversión que implica una alteración
en la autoconservación y que las conduce a dejarse morir (Maldavsky, 1992).

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En el caso de Eleonora es hacia el final de su relato cuando ella logra formularse una
pregunta que contiene casi por primera vez un matiz afectivo; aunque sea el de la an-
gustia. Angustia que la moviliza hacia el encuentro con un interrogante sobre ella
misma fuera de su relación de dependencia esencial “…¿Y ahora qué hago?...”, pre-
gunta que se formula a sí misma y la inscribe en su “ser-hacer” en el mundo en el
terreno de la acción.

Posibilidades de un trabajo terapéutico


La labor clínica en el Hospital Muñiz se realiza fundamentalmente en las Salas de
Internación ya que se piensa en un hospital abocado en su mayor parte al trabajo
con pacientes afectados por el virus del HIV. La modalidad de trabajo del servicio
de Psicopatología es la asignación de un profesional a cada sala.

La interdisciplina es imprescindible para trabajar en este tipo de problemáticas com-


plejas, lo cual implica un reparto transferencial para sostener la tarea ya que la rela-
ción médico-paciente no cubre todas las necesidades del sujeto en la internación.

La interconsulta como instrumento metodológico es el que puede integrar las distin-


tas disciplinas que operan en una institución y promueve un punto de encuentro que
hace comprensible la situación del paciente con la aspiración de lograr una perspec-
tiva unificadora. Perspectiva desde la cual la enfermedad pierde relevancia como en-
tidad nosológica y se operativiza como un salto que mueve del virus al sujeto.

María (25 años): “…Cuando tenía un año, mi mamá me dejó en una caja en la puer -
ta de una chacra. Pero después me fue a buscar cuando tenía seis años, ella me ne -
cesitaba para trabajar. En la casa de ella estaba mi papá, él me lo hizo, mis herma -
nos también. A los quince, me fui con un pibe, él me hacía ‘poner el culo’(prostituir -
se). Ahora vivo en el auto con el ‘bicho’…”

Terapeuta: “¿Y vos, cómo te sentís?”

María: “¡¿Y cómo querés que me sienta?! No sé

Contratransferencialmente sumida en un estado de estupor, horror y desesperanza ante


el prolongado y desafectivizado discurso marcado por el padecimiento de vejaciones
que podrían considerarse casi más allá de lo humano. Es que como terapeuta realizo
una intervención cuyo fin era intentar rescatar “algo” de su sentir: “¿Y vos, cómo te
sentís?” Pregunta que intenta hacer de soporte al momento catártico, pensando la ca-
tarsis como necesaria, pero no suficiente para la tramitación de este tipo de situaciones

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(Alvarez, 1996). Pregunta que marca el inicio de un camino y que, junto con una ac-
titud de auténtica simpatía, sostenida por la terapeuta, apunta a crear un holding que
posibilite el “compartir una experiencia” como una forma de iniciar un tratamiento.

En el abordaje terapéutico se tratará de realizar intervenciones que no apunten al es-


clarecimiento de los acontecimientos con el fin de evitar la reproducción actual de
los momentos traumáticos padecidos. Intentando establecer diferencias entre el pasa-
do y el presente en el sostenimiento de una relación terapéutica de confianza, senti-
miento que marcará la diferencia (Ferenczi, 1932).

Se tratará de realizar intervenciones que apunten a la construcción del sentir más que
a la dimensión del actuar, teniendo en cuenta y sin olvidar que el dolor puede arrasar
de forma tal que imposibilite el sentir, tal como ha sido la respuesta de María: “¡¿Y
cómo querés que me sienta?! ¡No sé!”

La labor terapéutica se orientará a encontrar un “objeto a salvar” (Amati Sas, 1996)


sobre el cual poder trabajar. Objeto que implica la existencia de una representación
vincular con un objeto interno respecto del cual el sujeto se atribuye una actitud de
protección y preocupación. Esta representación conlleva la esperanza de poder sobre-
vivir como persona, da cuenta de una capacidad del sujeto para ir más allá del mie-
do (Eigen, 1981). El “objeto a salvar” permite a la persona poder salvaguardar una
idea de lo humano que se opone a la cosificación propia de la alienación traumática
(Lichtenstein, 1965).

Las intervenciones realizadas en este contexto también deberán tener en cuenta la


presencia insoslayable del sida, Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, virus al
que podríamos englobar dentro de la mítica denominación de “la peste”: enfermeda -
des contagiosas y mortales (Maldavsky, 1992). Designación que nos retrotrae al ini-
cio de la infección, momento anterior a la posesión de una entidad diagnóstica y era
señalada como: “la peste rosa”. Este nombre hacía una referencia doble, por un lado,
a las manchas en la piel que se observaban en los pacientes afectados y, por otro, a
su elección sexual debido a que en su mayoría estos eran homosexuales.

Tal como Freud lo planteara en Tótem y Tabú (1913), se denomina tabú a todo lo que
es portador o fuente de una misteriosa cualidad, se trate de personas, o de lugares, de
objetos o de estados pasajeros. Las enfermedades infecciosas cuyo corolario en la ac-
tualidad es el HIV, están caracterizadas por haber roto la “prohibición-tabú” del con-
tacto, convirtiéndose ellas mismas en “tabú”, objetos de prejuicios y maltratos. Los

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pacientes están identificados por su enfermedad y no por sí mismos (…”sidosos”,


“leprosos”, “sifilíticos”, “tuberculosos”, etc.).

El sida se nos presenta como un real imposible de velar, una “peste” sobre la cual
muchas veces es “tabú” hablar y que nos plantea numerosos interrogantes en su abor-
daje en la clínica actual. ¿Qué lugar posee el sida en las representaciones internas de
estas pacientes? ¿Es el virus un objeto interno persecutorio que las amenaza desde su
precaria subjetividad?... ¿Es un objeto que las acompaña? ¿Es un objeto que las
“identifica” y les da entidad como sujeto?

Cabe destacar la repetición de la representación del virus como “el bicho”. “Vivir con el
bicho” será la forma coloquial de referirse a convivir o ser portadoras del diagnóstico de
HIV. Un bicho que “las come” desde su interior, pero a la vez les presta un sostén identi-
ficatorio. La enfermedad las ubica en una categoría particular. “Yo soy HIV positivo” es
la frase que se repite de una manera sistematizada no solamente en el ámbito hospitalario
sino en casi todos los ámbitos donde se expresen. Sostén que viene desafortunadamente a
suplir carencias identificatorias infantiles. Sostén sobre el que se intentará edificar alguna
otra categoría que no las dejen en la soledad del diagnóstico.

Cabe destacar la enorme dificultad que, como terapeuta, se me ha planteado en la conti-


nuidad de los tratamientos en este tipo de situaciones. Contexto cuya sombra es muy difí-
cil de sostener y que conlleva al grave peligro de aceptar las situaciones traumáticas que
nos relatan las pacientes como cotidianas y de pensar que “todo esfuerzo es en vano”. Lo
que sería asumir una indiferencia defensiva o una resignación equivalente al “desaliento”,
como el que padecen estas pacientes (Amati Sas, 1996).

Conclusión
Se presenta como urgente la necesidad de buscar estrategias para trabajar en esta rea-
lidad haciéndole frente a los efectos de la angustia tóxica que queda como remanen-
te de lo imposible de metabolizar.

Estrategias que verifiquen su existencia a nivel de la acción, de lo posible y de la rea-


lidad. Estrategias que se nos proponen desde la experiencia propia como de aquellos
más experimentados en esta labor.

Estrategias que guiarán nuestros modelos de intervención, entre las que encontramos
la posibilidad de intervenir en función de crear condiciones para que alguien aturdi-
do pueda empezar a pensar, para lo cual se tratará de poder -como terapeutas- poder

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devolver algo de la descarga -catártica por lo que se caracteriza el relato- en una for-
ma metabolizada, escuchar apuntando no a la anécdota sino al sentir (Alvarez, 1992).

Teniendo siempre presente las palabras de Ulloa (1995) acerca del sinsentido de pos-
poner al psicoanálisis como una disciplina idónea en la atención de la urgencia y la
emergencia y sin asustarnos de la realidad tanto de la psíquica como de la realidad
socioeconómica que padecen estas pacientes.

La situación social de las pacientes en el hospital es la de una indigencia material pro-


funda, situación que no debe impedirnos trabajar creando estrategias que apunten a re-
cuperar la posibilidad de construcción de sistemas de representaciones que restituyan
el derecho a pensar. Estrategias que permitan estructurar proyectos que no reduzcan a
los seres humanos a sus puros cuerpos biológicos y que no limite nuestras acciones a
un asistencialismo que despoja los restos de identidad (Bleichmar, 2002).

De lo que tratarán estas estrategias será de significar, nombrar, establecer categorías y


lugares en un interior caótico, desorganizado, sin afectos que maticen la realidad exte-
rior que muchas veces se les presenta como la peor película de terror jamás pensada.

Se tratará de poner palabras a lo innombrable, a lo siniestro, cuya principal caracterís-


tica es que desde lo familiar nos presenta el horror, el dolor sin nombre, el incesto.

Se tratará de escuchar, de hablar con palabras aquello que ha quedado por fuera de
lo cultural, de lo social, de construir algo de lo propio, de rescatar o de crear algo del
“ser sujeto” que no implique violencia.

Retomando a la poetisa Alejandra Pizarnik, se tratará de posibilitar la explicación con


palabras de aquello que les ha sucedido en el transcurso de sus propias vidas: …“ex-
plicar con palabras de este mundo/que partió de mí un barco llevándome”…

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Ulloa, Fernando, (1995), Novela clínica psicoanalítica, Capítulos III y V, Buenos Aires,
Paidós.

Zucchi, Alejandra, “Del virus a la subjetividad”, trabajo presentado en coautoría en


el X Congreso Metropolitano de Psicología “Odisea de la ética”, Asociación de Psi-
cólogos de Buenos Aires, 17,18 y 19 de mayo de 2002.

Zucchi, Alejandra, “Entrecruzamiento de discursos: ¿enriquecimiento o último recurso?”,


trabajo presentado en coautoría en la IX Jornada de Psicoanálisis y Comunidad.
“Realidad social y salud mental”, Asociación Psicoanalítica Argentina, 19 de octubre
de 2002.

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
Pág. 228-241

Zucchi, Alejandra, “De la investigación como herramienta para sostener la clínica


con sujetos con HIV”, trabajo presentado en coautoría en las Jornadas del Centro de
Salud Mental Nº 3 Dr. Arturo Ameghino, “El Amor en los tiempos del cólera: actua-
lidad de la transferencia”, 28, 29 y 30 de octubre de 2002.

Zucchi, Alejandra, “La práctica del psicoanálisis en el Hospital Muñiz y su posibili-


dad a través de la investigación”, trabajo presentado en coautoría en el Primer Con-
greso Argentino: “Psicoanálisis, lazo social y adversidad”, Convergencia, 13, 14 y 15
de diciembre de 2002.

Fecha de recepción: 17/03/06


Fecha de aceptación: 29/06/06

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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IAEPCIS
Instituto de Altos Estudios en Psicología y Ciencias Sociales
Director: Dr. David Maldavsky
Coordinadora: Mgr. Liliana H. Alvarez

Congresos y Jornadas
Entre las actividades que se desarrollaron durante el segundo cuatrimestre del pre-
sente año, merecen mencionarse la participación en la 37th Annual Meeting de la SPR
(Edimburgo, junio 2006), donde se llevaron a cabo reuniones plenarias, paneles y
pósteres presentados por investigadores de alrededor de 30 países de Europa, Asia,
Oceanía, así como del Norte y de Sudamérica. Entre los representantes de la delega-
ción argentina se destacó, por ser el más numeroso, el equipo de UCES, con 5 inte-
grantes entre los que se contaron el director, docentes y alumnos del Doctorado en
Psicología, correspondiéndole también tener la mayor producción: 6 pósteres, un tra-
bajo y una discusión de otros dos trabajos (realizados, a su vez, por equipos de in-
vestigación de la Universidad de Leyden, en Holanda, y de Innsbruck, en Austria).
Tanto durante la presentación cuanto en encuentros ulteriores con los asistentes se re-
cibieron muy buenos comentarios en los que fueron enfatizados el rigor y la sistema-
ticidad de la metodología empleada, así como la novedad de algunas conclusiones.

En el mes de octubre se llevó a cabo la “II Jornada de Investigación y IV de Actua-


lización del algoritmo David Liberman”, la cual se abrió con una conferencia a car-
go del Dr. David Maldavsky acerca de “La investigación de la subjetividad en la clí-
nica” y luego se desarrollaron talleres simultáneos en los que se expusieron 24 traba-
jos con avances en los distintos ejes de la investigación que abarcaron las áreas clí-
nica, social, educacional, forense, laboral e institucional, entre otras. En esa oportu-
nidad también se exhibieron los pósteres que fueron llevados al Congreso de la SPR
en Edimburgo.

Laboratorio de docencia e investigación en terapia de pareja y familia


Dentro de la estructura del IAEPCIS se creó un “Laboratorio de docencia e investi-
gación en terapia psicoanalítica de pareja y familia”, el cual pasó a integrar la “Aso-
ciación Internacional de Psicoanálisis de Pareja y Familia”, cuyo actual director, el
Dr. Alberto Eiguer, ha estado invitado en dos oportunidades a brindar conferencias
en nuestra Universidad. El laboratorio cuenta con 26 miembros, muchos de los cua-
les pertenecen al Foro de Articulación Clínico-Teórico que funciona en la institución

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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y su equipo de conducción está compuesto por Liliana Alvarez, Eduardo Grinspon,


David Maldavsky (director) y Nilda Neves.

Maestría en Problemas y Patologías del Desvalimiento


En el mes de octubre, dentro del marco de la Maestría Problemas y Patologías del
Desvalimiento, fue defendida la tesis de la Lic. Mónica Simari, relativa al tema: “Fa-
milia, discapacidad y escolaridad”.

Diplomado interdisciplinario en Estudios de Género


Como directora del Programa de Estudios de Género y Subjetividad, la Dra. Mabel
Burin ha sido invitada para dictar seminarios y conferencias en el Centro de Integra-
ción Juvenil (organismo nacional) en México dentro de un programa de capacitación
de técnicos y expertos en adicciones. Asimismo, en el mes de junio de 2006 dictó las
conferencias: “Varones, género y subjetividad masculina” en la Facultad de Psicolo-
gía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y durante el mes de
julio, la referida a “Crisis en el trabajo-Crisis en la masculinidad”, en el Seminario
Permanente sobre Representaciones Sociales, invitada por el Centro Regional de In-
vestigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM). Además, la Dra. Mabel Burin y la Lic. Irene Meler fueron invita-
das para sendos seminarios en los meses de septiembre y octubre, dentro del Curso
“Género y psicoanálisis”, en la Sociedad Chilena de Psicoanálisis (ICHPA) en San-
tiago de Chile.

Síntesis de la tesis de Doctorado en Psicología “Estudio exploratorio del estrés


laboral y trauma social en los empleados bancarios durante el corralito”, porel
Dr. Sebastián Plut
En diciembre de 2005 se defendió y aprobó, con la calificación máxima, la primera
tesis de Doctorado de UCES. Su autor de la misma es el Dr. Sebastián Plut, su direc-
tor, el Dr. David Maldavsky, y el jurado estuvo compuesto por los doctores M. R. Ca-
ride, M. Manson y C. Roitman. He aquí la síntesis de la tesis, realizada por su autor.

Introducción
La investigación apuntó a estudiar parte de los efectos inmediatos, expresados en el
discurso de un conjunto de empleados bancarios, de la crisis ocurrida a partir del 3
de diciembre de 2001 con la implementación de un conjunto de medidas económicas
por parte del Gobierno Nacional (lo que se dio en conocer como el “corralito”). Ello
implicó estudiar las erogeneidades, las cosmovisiones, los tipos de escenas, personajes
e ideales en cada uno de los relatos estudiados. A partir de aquel 3 de diciembre, los
bancos vieron dificultada su operatoria, siendo sus empleados quienes afrontaron el

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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importante aumento del público (con mayores exigencias y demandas muchas veces
violentas), al mismo tiempo que con pocas opciones disponibles de resolución. Al-
gunas observaciones iniciales no sistemáticas, indicaban un considerable aumento de
patologías de diversa índole en los empleados bancarios (afecciones somáticas, in-
somnio, etc.).

El material analizado surgió de un cuestionario administrado en un conjunto de em-


pleados bancarios durante el “corralito”. Dicho cuestionario indagaba sobre las ne-
cesidades y expectativas que tenían los propios empleados respecto de su trabajo y
las que suponían tenían los clientes y el banco. Asimismo, tales preguntas debían res-
ponderse según lo que sucedía con anterioridad al corralito, durante el mismo (mo-
mento en que se administró el cuestionario) y lo que imaginaban a futuro.

El método
El algoritmo David Liberman jerarquiza las pulsiones sexuales como base semán-
tica para la categorización del discurso. En este sentido, dicho método procura de-
tectar las fijaciones pulsionales y las defensas operantes en el discurso. Las pulsio-
nes sexuales que puede detectar son: intrasomática (LI), oral primaria (O1), sádico
oral secundaria (O2), sádico anal primaria (A1), sádico anal secundaria (A2), fáli-
co uretral (FU) y fálico genital (FG). El método realiza el análisis de las erogenei-
dades en tres niveles: palabra, frase y relato, para lo cual dispone de diversos ins-
trumentos: 1) un programa computarizado del tipo de un diccionario (para el aná-
lisis de las palabras); 2) dos grillas para el estudio de las frases 1 y 3) una grilla pa-
ra el análisis de los relatos. De estos tres niveles, en esta tesis hemos utilizado dos
de ellos: palabra y relato.

Es decir, el método utilizado estudia la significatividad del lenguaje basado en hipó-


tesis psicoanalíticas (centralmente las correspondientes a la erogeneidad y las defen-
sas). Lo que hemos identificado, entonces, fueron las cosmovisiones (erogeneidades,
ideales, concepciones témporo-espaciales, etc.) presentes en los textos estudiados.

Este trabajo se encuadró en un enfoque que considera los problemas psíquicos y so-
ciales desde el punto de vista de la subjetividad y la intersubjetividad. La subjetividad
implica tomar en cuenta que los procesos psíquicos y los vínculos están promovidos
por la confluencia de tres factores: las exigencias pulsionales, las demandas de la rea-
lidad y los requerimientos de una instancia valorativa y crítica conectada con los

1 Una grilla incluye el repertorio de componentes verbales y la otra el inventario de componentes para-
verbales.

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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ideales (superyó). En este conjunto, entendemos que la guía está dada por las exigen-
cias internas, especialmente las pulsiones sexuales. Asimismo, la definición de suje-
to implica tomar en cuenta la conciencia como lugar en que se da el mundo de las
cualidades (afectos e impresiones sensoriales). Por otro lado, también consideramos
la eficacia de los vínculos intersubjetivos. Es decir, los otros sujetos pueden ser de-
terminantes en la producción de los sistemas valorativos y morales, en el peso que
adquiere determinada erogeneidad así como también aquellos otros sujetos forman
parte de esa realidad a la cual cada quien debe reconocer y eventualmente transfor-
mar. Considerar la subjetividad desde la perspectiva de las exigencias pulsionales se-
xuales implica tomar en cuenta que el mundo sensorial, las acciones, las representa-
ciones, los valores, los nexos intersubjetivos, reciben una significación diferencial,
específica. Es decir, cada erogeneidad es una fuente de significatividad que aporta
rasgos diferenciales a la vida simbólica y se manifiesta como cosmovisiones, como
repertorios específicos de desempeños motrices, de afectos, de formalizaciones de la
materia sensible, de valores e ideales.

Síntesis de los resultados


El análisis realizado permitió identificar cuatro lenguajes relevantes (oral secundario,
intrasomático, anal secundario y fálico uretral) así como dos interrogantes referidos
a otros dos lenguajes: uno en relación con el lenguaje fálico genital, el cual tenía una
importante presencia en el nivel de las palabras, pero no en los relatos, y otro referido a
la baja presencia del lenguaje sádico anal primario (en ambos niveles de análisis).

Cuando los empleados bancarios relataban cómo era su trabajo con anterioridad al
“corralito” mayormente se centraban en describir un conjunto de tensiones que po-
dían ser resueltas con los recursos disponibles (estado inicial): por un lado, tenía vi-
gencia el ideal de la ganancia, lo cual implicaba quedar reunidos en un grupo cuyo
modelo se regía por un pensamiento especulador y prevalecía un equilibrio en el cual
las cuentas cerraban exitosamente (lenguaje intrasomático). Por otro lado, también se
presentaba como concepción de un mundo laboral en el cual los criterios estaban da-
dos por el reconocimiento a través del amor (lenguaje oral secundario). Asimismo,
tenía vigencia un “saber -hacer” que resultaba eficaz en el marco de una organiza-
ción jerárquica. De tal modo, las relaciones entre empleados-banco, empleados-
clientes y clientes-banco quedaban reguladas por criterios claros y ordenados (ya sea
para el ascenso, el aprendizaje o las inversiones). Todo ello, como expresión del len-
guaje sádico anal secundario. En cuanto a los proyectos (crecimiento salarial para los
empleados, compras de bienes para los clientes o incremento del patrimonio del banco)
estos se daban en un marco de rutina y “tranquilidad”, con vínculos más bien superfi-
ciales y carentes de compromiso (lenguaje fálico uretral). Finalmente, también quedaba

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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subrayada la armonía entre las partes, esto es, un equilibrio en el cual quedaban morige-
rados los celos y la envidia ya que los empleados quedaban investidos por los encantos
irradiados desde el centro (banco) como expresión del lenguaje fálico genital.

El período crítico (“corralito”) se presentó en los relatos esencialmente como esce-


nas correspondientes al despertar del deseo y la tentativa de consumación (para los
lenguajes antes mencionados a los cuales se sumaban breves manifestaciones inhe-
rentes al lenguaje sádico anal primario).

El despertar del deseo supone la ruptura del sistema y equilibrio precedente por la
aparición de una tensión irresoluble con los criterios y/o recursos preexistentes. En
tal sentido, cobraron fuerza el exceso de excitación, como por ejemplo la furia de los
clientes por encontrarse ante la imposibilidad de retirar sus depósitos (lenguaje intra-
somático), la aspiración a sacrificarse renunciando a los propios deseos por parte de
los empleados (lenguaje oral secundario), la caída del sistema legal o contractual con
la consiguiente pérdida del orden y la aparición de la ignorancia e incorrección (len-
guaje anal secundario) y la necesidad de deponer el refugio en las apariencias por la
aparición de un objeto hostil (lenguaje fálico uretral). También se presentó, aunque
en menor medida, como desarreglo de la armonía estética y pérdida del sentimiento
de totalización (lenguaje fálico genital) y como despertar del deseo vengativo por la
injusticia padecida por quienes habían sido colocados en una posición de ingenuidad,
particularmente en los clientes (lenguaje sádico anal primario).

La tentativa de consumación consiste en un conjunto de escenas en las cuales se des-


pliegan diferentes prácticas amorosas y hostiles. En este punto podemos incluir los
violentos esfuerzos de los clientes por retirar su dinero (lenguaje intrasomático), la
consumación sacrificial de los empleados tendiente a reparar el daño realizado a cos-
ta del propio egoísmo (lenguaje oral secundario), los intentos por dominar la “corrup-
ción” y la pérdida de las normas morales y la tradición (lenguaje sádico anal secun-
dario) y el encuentro con un objeto con el cual hay una diferencia de potencial (len-
guaje fálico uretral). En cuanto a los lenguajes fálico genital y sádico anal primario,
ya advertimos que la tentativa de consumación no logra expresión o figurabilidad.

En cuanto a cómo pensaban los empleados que seguirían los hechos con posteriori-
dad al “corralito”, advertimos la relevancia de los desenlaces disfóricos (sea como
consecuencias o estados finales):

El lenguaje oral secundario mostró el sentimiento de soledad y abandono, la viven-


cia de desamparo, la necesidad de contención, el anhelo por un paraíso perdido y la

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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postura sacrificial. Los empleados esperaban un respaldo afectivo desde el banco co-
mo compensación o respuesta al caos. También se manifestó como supresión de los
propios deseos y expectativas a partir de la fusión (identificación) empleado-banco.
Con ello, entonces, quedaron interferidos tanto los deseos de crecimiento laboral co-
mo los requerimientos o reclamos hacia la institución. En su lugar (de los propios de-
seos e intereses) quedó exacerbada la entrega.

El lenguaje intrasomático presentó un futuro signado por una tensión duradera e in-
soportable o bien como una astenia sin término. Ello incluía la amenazante imposi-
bilidad de hacer frente a las deudas, el desinterés en realizar inversiones o bien la he-
morragia económica y un resignado intento de retirar -en el caso de los clientes- el
poco dinero que pudieran de las cuentas. También se presentaba como amenaza de
desempleo (con la única aspiración laboral de una precaria continuidad), como im-
paciente espera de mayor celeridad en las respuestas de sectores centralizados del
banco (que se traduce en presión constante hacia los empleados), o como posición
pasiva y expectante de un cambio económico financiero del país. Para los emplea-
dos, el futuro también se presentaba como interminable exigencia de cada vez mayor
rendimiento y productividad.

El lenguaje anal secundario figuraba una escena en la que emergía el deseo de domi-
nar un objeto carente de orden e incorrecto o bien como estado de desesperanza, du-
da e ignorancia interminable. Es decir, cobraban relevancia la pérdida o falta de un
soporte institucional, la necesidad de recuperar un trabajo organizado, la ausencia de
normas que permitieran “saber-hacer” y de criterios eficaces para valorar los propios
méritos y la sensación de ser parte de un todo sin valores, ni prestigio ni ningún ras-
go distintivo.

Se advirtieron las demandas de información así como la imposibilidad de hallar so-


luciones. Asimismo, cobraron importancia la incomprensión por el abrupto cambio
en las reglas de juego. Otro elemento que se derivó de la confusión fue la dificultad
para pesquisar la corrupción subyacente. Desde el banco, además, persistía el reque-
rimiento hacia los Empleados del cumplimiento de los objetivos.

El lenguaje fálico uretral, finalmente, se presentó como vivencia de zozobra y pesi-


mismo, sentimiento de impotencia, refugio en la rutina, hipertrofia de la competen-
cia (con una visión superficial del futuro y la exterioridad) y una dependencia impo-
tente de un exterior sobre el que no se podría actuar. En lugar de los proyectos a
futuro resultaba un mañana igual al ayer, es decir, un futuro en el que prevalece un
encierro rutinario, de mero acostumbramiento a lo mismo.

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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En síntesis, los diferentes análisis realizados revelaron que los desenlaces disfóricos
fueron prevalentes en los relatos.

Los resultados del análisis también mostraron una importante diferencia entre el peso que
el lenguaje fálico genital adquiría en el nivel de las palabras y la baja proporción con la que
aparecía en el nivel de las secuencias narrativas. Asimismo, el lenguaje anal primario, en
cambio, se reveló con una muy baja proporción en ambos niveles de análisis (palabras y
relatos). El interrogante referido al lenguaje fálico genital, entonces, surgió del análisis
mismo, del contraste entre los resultados en uno y otro nivel, mientras que el interrogante
acerca del lenguaje sádico anal primario derivó del contraste con los hechos. Es decir, ¿por
qué y cómo ocurre que una situación social de injusticia no halla una representación aca-
bada (figurabilidad) en el discurso?

El estudio del lenguaje del erotismo fálico genital presta atención a la maleabilidad,
es decir, a la tentativa de modelarse plásticamente según la imagen del modelo. Este
proceso puede conducir a una deformación total de la imagen o bien puede detener-
se en un punto intermedio. También puede ocurrir que el fracaso en el afán de mol-
deamiento conduzca a la adopción de una fijeza de una forma culturalmente recono-
cida a costa de la pérdida de la flexibilidad anímica. En este punto podemos pregun-
tarnos por el valor anímico de la denominada “convertibilidad”. Es decir, ¿qué ilu-
sión promovía la convertibilidad? ¿acaso la ilusión de identificación con un modelo?
¿por qué no pensar la “convertibilidad” como un deseo de moldeamiento?, ¿qué sig-
nificó entonces la pérdida de la convertibilidad? Conjeturo que la crisis financiera
promovió el sentimiento de inferioridad derivado de la pérdida de identificación con
un modelo (el dólar, el primer mundo, etc.) a partir del fracaso de la convertibilidad.

Así, la falta de un nombre2 con el cual ligar el erotismo fálico genital conduce al fra-
caso de esta tentativa de moldeamiento y sume al sujeto en un estado de duelo. En
suma, la pérdida de un objeto y/o la condena del superyó conducen a sustituir una armo-
nía estética por la aparición de una imagen carente de forma. Finalmente, se genera enton-
ces un estallido de la coherencia estética por la intrusión de un contenido desmesurado con
el consiguiente efecto de fragmentación de los elementos que componen aquella armonía.
Recordemos que el procesamiento anímico del erotismo fálico genital toma prestado algu-
nos elementos del lenguaje oral secundario, lo cual conduce -cuando ocurre un fracaso en
la ligadura del erotismo fálico genital (con las sucesivas decepciones)- al regreso de lo so-
focado. En tal caso se desarrolla una hipertrofia del lenguaje sádico oral secundario como

2 Recordemos que la pérdida de la convertibilidad no dio lugar a un nuevo nombre para denominar la nue-
va situación sino que es reconocida, precisamente, como “pérdida” o “salida” (de la convertibilidad).

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vía expresiva de la genitalidad. En su lugar, entonces, se presentan vivencias de soledad,


frío y desconexión respecto de un dador que no inviste al sujeto o bien una vivencia de
acercamiento intrusivo, violento y carente de encantos.

Podemos conjeturar, por lo tanto, que la situación crítica del “corralito” impactó de
modo traumático en la imagen que los empleados -en tanto pertenecientes a una en-
tidad valorada- tenían de sí mismos. Al constituirse los propios empleados como
“respaldo” de la institución, ello sigue la línea de la identificación con el banco, pe-
ro ya no como modelo que les aporta una imagen grandiosa de sí mismos, sino a par-
tir de la anulación del propio egoísmo.

En algunos casos de modo más evidente y en otros más colateral, aparecían expresiones
relativas a la individualización o fragmentación. Mientras la organización y las normas
eran estables se daba un tipo de individualización ligada con el lucimiento y los méritos
ante una institución que podía “observarlo” y valorarlo. Es decir, se lograba un encuen-
tro entre un estado inicial para dos lenguajes: anal secundario y fálico genital. En cam-
bio, a partir de la instauración del “corralito”, la fragmentación e individualización ad-
quirió un matiz negativo, ya no como lucimiento personal sino como vivencia de aban-
dono, soledad y desamparo por pérdida del amor y protección del banco. En tal caso, ya
no solo cambió de signo la individualización sino que, además, pasó a constituir una es-
cena inherente al lenguaje del erotismo oral secundario.

Pasemos ahora al análisis de la erogeneidad sádico anal primaria. He comentado pre-


viamente que este lenguaje ocupaba un lugar reducido en ambos niveles de análisis
(palabras y relatos). No obstante, por el tipo de situación de vivida (en la cual preva-
lecieron diversas formas de injusticia y de violencia) entendemos que resulta perti-
nente considerar la significatividad de este lenguaje por su ausencia, entendida como
perturbación en la figurabilidad.

Desde el punto de vista de los procesos retóricos, para este lenguaje la palabra tiene
el valor de un acto que pretende adueñarse de las decisiones ajenas (una orden, por
ejemplo). Es decir, se trata específicamente del componente pragmático del lengua-
je, lo cual incluye el problema de las contradicciones pragmáticas. Si bien las contra-
dicciones pragmáticas pueden formar parte de nuestra cotidianeidad, nos interesa
destacar sobre todo aquellas situaciones en las que se genera ese tipo de vínculo par-
ticular (doble vínculo) en el cual quien recibe las órdenes (contrapuestas entre sí) no
tiene ninguna de las opciones resolutivas (sea el cuestionamiento o la fuga). Recor-
demos también que el deseo inherente a este lenguaje es el deseo vengativo (o justicie-
ro) que conduce al despliegue motor aloplástico (cuya finalidad es el doblegamiento de

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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la motricidad ajena). Dado que nos estamos preguntando cuáles podrían ser las razones
que obstaculizaron la expresión de este lenguaje en los empleados bancarios durante el
“corralito”, debemos advertir que la localización del “enemigo” o rival no era tan evi-
dente, y ello en dos sentidos: por un lado, pues la “víctima” visible era más bien el pú-
blico (enfurecido, estafado, etc.), por otro lado, si fueran los empleados los que hubie-
ran procurado una venganza (o una forma más complejizada de la justicia) ¿respecto de
quién hacerlo? ¿de los clientes, del banco o del Estado? La primera observación remite
a quién estaba en posición de desplegar la venganza o el sentimiento de injusticia, mien-
tras que el segundo punto refiere más bien al destinatario. En otras situaciones traumá-
ticas, por ejemplo una guerra, el lugar del enemigo resulta una posición claramente iden-
tificable. En cambio, en el caso que nos ocupa, es como si hubiera un grupo de perso-
nas en una trinchera sin poder saber bien contra quién debían pelear. Puedo agregar, en-
tonces, que los empleados bancarios padecieron un múltiple entrampamiento traumáti-
co, entre los cuales en este momento deseo subrayar el pragmático: como dijera un em-
pleado -en un pasillo- tenían que “defender lo indefendible”. Lo “indefendible” admite
al menos dos comprensiones. Por un lado, como referencia a lo injusto (lo cual pudo ser
expresado solamente en un pasillo). Pero, a la vez, entiendo que también pone de mani-
fiesto una pregunta acerca de quién defiende al indefenso.

En suma, pérdida del soporte institucional, supresión de los propios deseos narcisistas y
egoístas, y perturbación de la figurabilidad del sentimiento de injusticia. Esta hipótesis
se sostiene, además, en la formulación de Freud (Duelo y melancolía) cuando al hablar
de las melancolías señaló que “sus quejas son realmente querellas”. Es decir, el desen-
lace disfórico para el lenguaje sádico anal secundario no devino en una argumentación
anal primaria sino en una hipertrofia de la erogeneidad oral secundaria.

Conclusiones
Los resultados de esta investigación permitieron: a) destacar el valor de la teoría psi-
coanalítica para el estudio de problemas psicosociales (vida laboral, traumas, etc.);
b) mostrar la importancia de contar con un método sistemático de investigación cu-
yos fundamentos sean acordes con las hipótesis teóricas.

La operacionalización de cada erogeneidad y la consideración de las fantasías origina-


rias como estructuras formales permitieron distinguir un conjunto de relatos (y sus di-
ferentes escenas) con un alto grado de especificidad. Esto es, nuestro método ha resultado
de gran utilidad para identificar no sólo la estructura de los relatos (qué ocurrió,
cuándo, quién y cómo lo hizo, con qué objetivos) sino también para detectar las sig-
nificaciones específicas en juego (tipos de ideales y deseos, afectos, representación-
grupo, etc.). Muchas de las investigaciones acerca del trabajo (y entre ellas las que

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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
Pág. 242-252

abordan el problema del estrés) ponen el acento en la eficacia de los estímulos (fac-
tores) y en el peso determinante de la significación que el sujeto hace de aquellos. En
tal sentido, por nuestra parte también subrayamos el papel de la significación pero, a
diferencia de muchos de los estudios citados, el enfoque que hemos seguido se basa
en una sistematización definida de las categorías semánticas acordes con las hipóte-
sis teóricas.

En suma, la teoría psicoanalítica como fundamento de un método de investigación


sistemática de los relatos resulta de gran utilidad para los estudios en psicología so-
cial, en particular para el estudio de las cosmovisiones que los sujetos tienen respec-
to de su trabajo. Asimismo, pudimos poner en evidencia que tales cosmovisiones co-
rresponden a un conjunto de producciones anímicas y vinculares, esto es, construc-
ciones en las que se revela la eficacia intrapsíquica e intersubjetiva.

Un aspecto decisivo, pues, en nuestra investigación estuvo dado por la elección del
método (algoritmo David Liberman) y, en particular, la orientación seguida: el estu-
dio de las secuencias narrativas (y las redes de palabras) para el estudio de las cos-
movisiones en el marco de la intersubjetividad.

Volvamos ahora al problema de las cosmovisiones. Por nuestra parte, el enfoque teó-
rico y metodológico (es decir, el estudio de los relatos desde la perspectiva psicoana-
lítica) supone considerar que cada erogeneidad es una fuente de significaciones que
aporta rasgos específicos al mundo simbólico y se manifiestan también como cosmo-
visiones. El repertorio de erogeneidades, por lo tanto, permite definir y diferenciar un
conjunto de escenas, posiciones que ocupan los personajes en dichas escenas, tipos
de representación-grupo e ideal, concepciones del tiempo y del espacio, afectos, etc.

En el Estado del Arte expuse algunos de los desarrollos teóricos (en ciencias socia-
les, lingüística y semiótica, psicología cognitiva y psicoanálisis) que consideran el
estudio de los relatos. Entre tales enfoques y el nuestro (que se encuadra en las hipó-
tesis freudianas) advertimos algunas semejanzas y ciertas diferencias. Las similitu-
des, centralmente derivan de: a) la relevancia otorgada a ciertas estructuras formales que
permiten organizar las manifestaciones y b) el valor de ciertas categorías (tales como
“deseo” o “afectos”). En cuanto a las diferencias, puedo subrayar que el algoritmo Da-
vid Liberman (ADL) posee, por un lado, un nexo fuerte y consistente entre las hipótesis
teóricas (en particular las teorías de la erogeneidad y las defensas) y el nivel de las hi-
pótesis intermedias (categorías operacionales). Por otro lado, que a partir de dicho enla-
ce, el ADL logra un alto nivel de especificación. Es decir, para cada erogeneidad logra
deslindar tipos diferenciales de ideales, deseos, afectos, representaciones-grupo,

“2006, 9” 251
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
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concepciones témporo-espaciales y clases de personajes (actantes). Ambos aspectos


recién mencionados (enlace entre los niveles de hipótesis y categorización de rasgos
diferenciales) constituyen en gran medida la contribución del ADL a los estudios de
narrativas en general, y a las cosmovisiones como forma de estudiar los procesos y
producciones psicosociales en particular.

252 “2006, 9”
Números Anteriores
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
P ág. 253-263

Nº 1. EPISTEMOLOGIA

La integración entre psicología cognitiva y neurociencias: Una


necesidad recíproca
Juan Fernando Adrover y Aníbal Duarte 9

En apoyo de la inferencia psicoanalítica: El rol de los modelos psicológicos


Wilma Bucci 20

Algo más sobre el testeo del proceso clínico


R. Horacio Etchegoyen 34

Conferencias de José Luis Etcheverry 60

Entre construccionismo social y realismo. ¿Atrapado sin salida?


Eduardo E. Gosende 104

Sobre la investigación clínica en psicoanálisis: Deslinde de una perspectiva


David Maldavsky 128

Sobre la investigación en psicoanálisis


Diego Moreira 159

Lacan, una irrupción bárbara


Eduardo Pérez Peña 181

Un inquietante epistemológico: Diálogo entre disciplinas


Paulo Luis Rosa Sousa, Agemir Bavaresco y Flavio Martinez De Oliveira 191

Sobre la cuestión de la refutabilidad e investigación clínica planificada


en psicoanálisis
Daniel Widlöcher 219

Nº 2. NEUROCIENCIAS

Neurociencias y psicoanálisis
J. Roberto Abdala 9

Cognición y emoción: una visión neurocognitiva


D. I. Burin 19

La subjetividad encarnada
Jorge Canteros
34
Expresión de los afectos en las personas afásicas
Jorge G. Cantis 71

“2006, 9” 255
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
P ág. 253-263

Subjetividad y neurociencia: perspectivas metodológicas actuales


María Susana Koreck 82

Lectura a dos voces de una observación de enfermedad de Crohn


Bianca y Bernard Lechevalier 94

Cognición y psicoanálisis
Isabel Lucioni 108

Refinamientos en la teoría psicoanalítica del pensar y la consciencia.


Para un intercambio con las neurociencias
David Maldavsky 125

Consciencia
Eduardo A. Mata 165

Psicoanálisis y neurociencias
Lía Ricón 193

Regulación nerviosa de la circulación y la respiración de los vertebrados:


claves para una versión evolutiva del estrés
Enrique T. Segura 202

Los pronombres de la subjetividad: primera y tercera persona en el


contexto de la psicoterapia cognitiva
Karina Solkoff 214

IAEPCIS 230

Nº 3. INVESTIGACIONES EN PSICOTERAPIA

Tres investigaciones sobre la psicoterapia psicoanalítica de María 9

El método del plan de acción latente del terapeuta (TPAP). Un nuevo


método para predecir la contribución cualitativa del terapeuta al resultado
del tratamiento
Alejandro Avila-Espada y Merce Mitjavila 11

Una investigación sobre foco y proceso en psicoterapia: problemas y


consideraciones
Gerardo Gutiérrez, Florencia Iturriza, Octavio Finol 37

La estructura-frase y la metodología de la investigación del discurso


desde la perspectiva psicoanalítica. Sobre el valor de los componentes
paraverbales
David Maldavsky 58

256 “2006, 9”
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
Pág. 253-263

Análisis de textos asistidos con programas computacionales


Martín Bauer 101

Sobre la significación del campo intersubjetivo en la psicoterapia


Cord Benecke, Jörg Merten y Rainer Krause 113

El algoritmo David Liberman como método aplicable a la investigación


en psicoanálisis
Ruth Kazez 130

Nuevo instrumento para un diagnóstico en supervisión


Clara López Moreno, Beatriz Dorfman Lerner, M. Pía Vernengo, Silvia Acosta,
Andrés Roussos, Cristina Schalayeff 153

David Liberman, Agosto de 1975, hoy


David Maldavsky 182

La evaluación de la estructura de la personalidad: adaptación argentina


del inventario de organización de la personalidad (IPO)
Susana E. Quiroga, Alejandro Castro Solano, María Isabel Fontao 188

Investigación y psicoterapia. Pacientes difíciles: enfoques desde la


intersubjetividad
Elena Diana Scherb 220

Psicoanálisis y dispositivos grupales: ayuda y prejuicios teóricos


Rubén Zukerfeld 243

IAEPCIS 256

Nº 4. DESAMPARO PSICOSOCIAL

Algo le va a pasara tu mamá y a tu hermanita... La estructura del secreto


en el abuso sexual infantil
Liliana Edith Alvarez 9

En familia. Cuando el apego hace marca en la piel


Liliana Haydée Alvarez 23

Práctica psicoanalítica y sufrimiento social. Intervención institucional


ante la catástrofe en la ciudad cordobesa de Río Tercero, Argentina
María del Carmen Beltrán y Alejandra Bó de Besozzi 40

Trabajo y desvalimiento psíquico. La actividad de los choferes de colectivo


Ana María Britti 58

“2006, 9” 257
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
P ág. 253-263

La vulnerabilidad como proceso psicosocial. El caso del estigma en contextos


escolares
Constanza Caffarelli 70

Estudio exploratorio del dibujo de los niños sordos. Representación gráfica


de la imagen corporal y lenguaje de señas
Marlene Canarim Danesi y Ruth Kazez 92

Procedimientos autocalmantes en anorexias de tipo restrictivo. Vulnerabilidad


social y patologías de la dependencia
Nélida Di Rienzo 105

Análisis con el algoritmo David Liberman del discurso de un paciente con


apego a Internet. Contrastes teóricos y clínicos del método
David Maldavsky y Anahí Almasia 115

Suicidio y accidentes
Diego Moreira 155

El trabajo de la cultura y la vulnerabilidad psicosocial


Sebastián Plut 172

Adolescencia, imagen, golpes y números


José María Rembado 190

Pobreza y subjetividad. Relación entre las estrategias de las familias pobres


y los discursos y prácticas asistenciales en salud
Alicia Stolkiner 211

Evolución clínica de niños autistas


María Viviana Torres 228

IAEPCIS 259

Nº 5. GENERO, TRABAJO Y FAMILIA

Prólogo
Mabel Burin 11

“Las mujeres y la universidad española: estructuras de dominación y posición


de las mujeres en el profesorado universitario”
Fátima Arranz Lozano 19

Comentario al artículo “Las mujeres y la universidad española: estructuras


de dominación y posición de las mujeres en el profesorado universitario”,
de Fátima Arranz Lozano
Diana Maffía 42

258 “2006, 9”
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
Pág. 253-263

Género femenino, familia y carrera laboral: conflictos vigentes


Mabel Burin 48

Comentario al artículo “Género femenino, familia y carrera laboral:


conflictos vigentes”, de Mabel Burin
Olga Bustos Romero 75

Relato de vida de una médica: Intereses profesionales y mandatos


sociales a mediados del siglo XX
Mónica García Frinchaboy 78

Comentario al artículo “Relato de vida de una médica: Intereses


profesionales y mandatos sociales a mediados del siglo XX”, de
Mónica García Frinchaboy
Beatriz Kohen 92

La especificidad de los liderazgos. Distintas organizaciones, distintos


estilos de liderazgo
Lidia Heller 94

Comentario al artículo de “La especificidad de los liderazgos


femeninos” de Lidia Heller
María Consuelo Cárdenas de Santamaría 123

De ‘buenas’madres y ‘malos’proveedores. Género y trabajo en la


reestructuración económica
Rosa N. Geldstein 126

Comentario al artículo “De ‘buenas’madres y ‘malos’proveedores.


Género y trabajo en la reestructuración económica” de Rosa Geldstein
Marcela Cerrutti 156

Accediendo al género masculino. Dimensiones histórica, hermenéutica,


reflexiva y política de la masculinidad
Eduardo E. Gosende 159

Comentario al artículo “Accediendo al género masculino. Dimensiones


histórica, hermenéutica, reflexiva y política de la masculinidad”, de
Eduardo Gosende
Luis Jiménez 195

Mujeres: transformaciones sociales en los contextos familiary educativo.


Los procesos de individuación
Isabel Martínez Benlloch 199

“2006, 9” 259
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
P ág. 253-263

Comentario al artículo “Mujeres: transformaciones sociales en los


contextos familiar y educativo. Los procesos de individuación” de
Isabel Martínez Benlloch
Anna Freixas 218

“Género, trabajo y familia: varones trabajando”


Irene Meler 223

Comentario al artículo “Género, trabajo y familia: varones trabajando”


de Irene Meler
Roxana Hidalgo-Xirinachs 244

IAEPCIS 249

Nº 6. INFANCIA TEMPRANA: PADRES E HIJOS

Prólogo 13

De la dependencia a la independencia. Representaciones maternas


acerca del vínculo con el bebé en el primeraño de vida
Constanza C. Duhalde 17

“Si las cosas no van bien…” Sobre saberes y modelos de intervención


en estimulación temprana
Ana R. Esain y Flora Benseñor 41

La llegada del niño a la familia: nuevos equilibrios


G.M. Fava Vizziello, A. Dalessandro y S. Pasquato 49

Deseo de hijo… ¿bebé ideal?


Alicia González Rugna de Connolly 73

Neurodesarrollo en niños pequeños expuestos al VIH-1


María del Pilar Kufa 94

La inercia libidinal como consecuencia de la envoltura atérmica


Mabel Malinowski 124

Efectos de una intervención temprana basada en la Escala de Brazelton


sobre las percepciones maternas
Mónica Martínez-Gertner, Carme Costas-Moragas, Francesc Botet-Mussons
y Albert Fornieles-Deu 137

Estudio descriptivo cualitativo de las representaciones parentales en el


período perinatal mediante el cuestionario: “Entrevista R”
Marcelle Missio 165

260 “2006, 9”
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
Pág. 253-263

De la mirada “fascinada” a la mirada de “conocimiento” en la observación


de un bebé
Silvia Laura Neborak, Violeta Fernández, Martha Weis de Pelegrin y Mónica Reingold 195

Escisiones en el yo real primitivo y su eficacia en los procesos psíquicos


posteriores
Clara R. Roitman 212

Un nacimiento antes de tiempo…


Ana Lía Ruiz 250

Efectos de la depresión materna en la estructuración psíquica durante el


primer año de vida. Psicoanálisis e investigación empírica con infantes
Clara Schejtman 275

El comportamiento neonatal de prematuros hospitalizados y la interacción


con sus madres
Viviane Viegas Rech 297

IAEPCIS 319

Nº 7. PSICOLOGIA SOCIAL

Prólogo
Eduardo Gosende 13

Modernidad y subjetividad en la sociología de Max Weber: la racionalidad


puritana y la racionalidad capitalista
Marcelo Altomare 20

La psicología social de la comida: una aproximación teórica y metodológica


a la comida y las prácticas de la alimentación como secuencias narrativas
Denise Amon, Pedrinho A. Guareschi y David Maldavsky 45

La comunicación vía Internet. Dioses o demonios


Claudia I. Bazán y Fernando Bóveda 72

Acerca de los silencios críticos de la ciencia. Contribuciones de las


epistemologías feministas a las relaciones entre ciencia, sociedad y género
Liliana E. Ferrari 90

La perspectiva discursiva en psicología social


Ana Garay, Lupicinio Iñiguez y Luz Ma. Martínez 105

Interrogando la escena intersubjetiva en la “Experiencia del Subte”


Eduardo Gosende 131

“2006, 9” 261
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
P ág. 253-263

La investigación sistemática en psicología y ciencias sociales desde la perspectiva


de la subjetividad
David Maldavsky 161

Pulsión social y acciones colectivas


Sebastián Plut 179

El enfrentamiento de la pobreza. Conflictualidad psicosocial entre desempleo


y asistencia pública: el caso de las empresas recuperadas porsus trabajadores
en Argentina en el contexto de la crisis de 2001
Margarita Robertazzi y Liliana Ferrari 199

Los canales del “chat” en Internet: estudio de un fragmento de conversación


pública mediada por computadora
Eduardo Romano 219

IAEPCIS 243

Nº 8. DIAGNOSTICO

Prólogo
Osvaldo Bodni 13

Técnicas psicométricas. Cuestiones de validez y confiabilidad


Juan Carlos Argibay 15

Diagnóstico psicoanalítico
Osvaldo Bodni 34

Efectos de los sucesos sociopolíticos en las representaciones líder-grupo


María Rosa Caride de Mizes 49

¿Subjetividad en un cuestionario?
Alicia Noelia Cayssials 80

El Sistema Diagnóstico Psicodinámico Operacionalizado (OPD)


Manfred Cierpka 88

Un instrumento de evaluación del tratamiento clínico de


niños con autismo
Liliana Kaufmann 120

El diagnóstico médico
César Lorenzano 149

262 “2006, 9”
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
Pág. 253-263

Categorías e instrumentos diagnósticos en la clínica psicoanalítica.


La detección de la fijación libidinal y la defensa con el algoritmo David Liberman
David Maldavsky 173

El cuestionario como instrumento diagnóstico: Las hipótesis intermedias


Mabel Malinowski 204

Las técnicas gráficas vinculares familiares en abuso sexual. Diagnóstico,


prevención y tratamiento
Cristina Rosa Nudel 233

El diagnóstico psicoanalítico
Leonardo Peskin 244

Una aproximación al concepto de diagnóstico psicológico desde el


psicoanálisis
Delia Scilleta 267

Las técnicas proyectivas como método de investigación y diagnóstico.


Actualización en técnicas verbales “El Cuestionario Desiderativo”
Susana Sneiderman 296

Erogeneidad y conformación grupal. Diagnóstico de un grupo gerencial


desde la erogeneidad
Ignacio Vrljicak y Osvaldo Bodni 332

El síndrome de “piernas inquietas”: ¿problema neurológico, conflicto


psíquico o desorden familiar? Problemas de diagnóstico
Maraike Wolf-Fedida 349

IAEPCIS 363

“2006, 9” 263
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
P ág. 264-265

Requisitos para la presentación de trabajos


La Revista tiene como objetivo contribuir al conocimiento y la investigación en
el terreno de la Psicología. Proponemos desarrollar un campo de convergencia y
debate entre las diferentes orientaciones, con un énfasis en las problemáticas de
la teoría, la clínica, la metodología de la investigación y las situaciones críticas.
La Revista se publica semestralmente y es preferentemente temática.

Las colaboraciones deben ser escritas en castellano, portugués, inglés o francés en


IBM PC o compatible, procesador de textos Microsoft Word 5.0 o Microsoft 2001,
los gráficos en Microsoft Word (en escala de grises, respetando como medida máxi-
ma 11 x 18 cm., en archivo separado). Se solicita el envío de: a) un diskette de 3.5’’
HD limpio de todo tipo de archivo que no sea el trabajo para la Revista, con los si-
guientes datos en la etiqueta: nombre y apellido del autor, nombre del trabajo, nom-
bre del archivo y programa utilizado, b) dos copias impresas (que no deben diferir
del archivo en diskette) a doble espacio o espacio y medio, en tamaño A4 o carta, es-
crito de un solo lado, con márgenes razonables y sin enmiendas.

Las ilustraciones (fotografías, dibujos, diagramas y cuadros) deben ser numera-


das de manera consecutiva en números arábigos. La explicación de las ilustracio-
nes debe ser escrita en página aparte. Las fotografías deben poseer buen con-
traste (300 dpi y escaneadas en formato tiff o jpg). Los dibujos deben prepa-
rarse con tinta china. También se acepta el original de los dibujos o una copia de
la fotografía de buena calidad. Se deberán identificar las figuras con el nombre
del autor y el número de ilustración en la parte de atrás de la misma. Los cuadros
deben ser numerados y tener una remisión en el texto por un número. Cada cua-
dro debe ser presentado en una página aparte.

Los artículos no deberán exceder las 10.000 palabras, las notas, las 3.000; los co-
mentarios bibliográficos, las 1.000. La Redacción se reserva el derecho de con-
siderar la publicación de trabajos que sobrepasen estos límites.

En el texto, la bibliografía se cita con el nombre del autor y, entre paréntesis, el


año de la publicación del texto original. Cuando un trabajo tiene entre tres y seis
autores, todos los autores deben ser mencionados en la primera cita del texto; de
ahí en más, solo se dará el nombre del primer autor, seguido por et al. Cuando un
trabajo tiene seis o más autores, se citará solo el nombre del primer autor, segui-
do por et al. para la primera y las siguientes citaciones. Todas las referencias de-
ben ser trasladadas a la lista que, con el título “Bibliografía”, el autor incluirá al
final de su trabajo. Recíprocamente, los ítems (o entradas) de esta lista corresponde-
rán exactamente a los trabajos citados en el texto; es decir, se evitarán entradas su-
perfluas. En la lista se colocarán a los autores por orden alfabético. Los trabajos

264 “2006, 9”
SUBJETIVIDAD Y PROCESOS COGNITIVOS, 2006
Pág. 264-265

(cuando se incluya más de uno de un autor determinado) irán por orden cronológico.
Si se mencionaran dos trabajos del mismo año, el primero agregará “a” después de
la fecha, el segundo “b”, y así sucesivamente. Cuando determinado autor es
mencionado en la Bibliografía por su/s trabajo/s individual/es y por otros, en los
que es -alfabéticamente- el primero de los coautores, los trabajos individuales
antecederán a los colectivos. “Ib.”, “ibíd.”, “ibídem” no serán empleados en la
Bibliografía (ya que el artículo o el libro se registra allí una sola vez) y en el
texto serán evitados en lo posible. Para distinguir dos o más lugares de una mis-
ma referencia, colóquense en el texto las páginas que correspondan en cada ca-
so. Los títulos de libros (en castellano) se escribirán en minúscula (excepto la
primera letra de la primera palabra y los nombres propios), sin comillas y con
bastardillas. Se escribirá a continuación el lugar de edición, el nombre de la edi-
torial y el año de edición. Aunque el autor del trabajo no haya consultado la edi-
ción original, puede consignar las dos fechas. Por ejemplo: “Hartmann, H.
(1939), Ego Psychology and the Problem of Adaptation, Nueva York, IUP, 1958.
(Traducción cast.: La psicología del yo y el problema de la adaptación, Buenos
Aires, Paidós, 1964)”. Si se conociera la existencia de una edición castellana pe-
ro no se pudiera dar la referencia completa, escríbase: “(Hay trad. cast.)”.

Los títulos de artículos irán entre comillas y sin subrayar. Se escribirán a conti-
nuación el nombre de la revista que lo incluye (sin abreviar y subrayado), el nú-
mero del volumen y el año.

Las notas deben ser insertas como notas al pie, con autonumeración continua. No
se admiten notas al final del documento, ni asteriscos y otras marcas personales,
ni notas numeradas manualmente por el autor. La numeración debe ser la automática
que establece el procesador de textos (en Word, desplegar menú “insertar” y luego
elegir “Nota al pie…”).

Los autores de artículos y notas deberán enviar un resumen de sus trabajos cuya
extensión no será superior a 150 palabras, en dos versiones: una en inglés y otra
en castellano y un currículum actualizado de no más de 150 palabras. Los cola-
boradores deberán adjuntar dichos resúmenes a sus trabajos e incluirlos en archi-
vos separados, así como el currículum, en el diskette.

No se admitirán agregados ni modificaciones una vez que los trabajos hayan si-
do aprobados por la Redacción. Los trabajos presentados deben ser inéditos. Los
artículos son inicialmente examinados por el Comité de Redacción y general-
mente son enviados a los pares evaluadores, de manera anónima. La información
acerca de la identidad del autor aparecerá en una página aparte, que quedará en
poder del Comité de Redacción. A los autores se los notifica 3 o 4 meses antes
de la aceptación de su artículo. Después de ser aceptados para su publicación, los
artículos no podrán ser reproducidos sin autorización de la Redacción.

“2006, 9” 265

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