Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La Ficcion - Un Caso de Sonambulismo Teo
La Ficcion - Un Caso de Sonambulismo Teo
Roberto Ferro
Editorial Biblos
2
Prolegómenos
ficción de no ficción.
Es posible ordenar los abordajes a la problemática de la ficción en
torno de tres ejes: la referencia, la enunciación y la narración; en todos los
casos con un nivel de complejidad que exhibe la densidad de las
cuestiones puestas en juego, haciendo evidente que los parámetros
dominantes en la cartografía teórica que relevaba esos temas, han
perdido su firmeza y capacidad para establecer un orden categorial
adecuado para la investigación.
Esta preocupación por detallar el estado actual del tema no se
agota en la pretensión de hacer un inventario crítico más o menos preciso,
sino que implica una necesidad que permita articular una propuesta
definida al respecto, con el objetivo de contribuir al señalamiento de una
apertura teórica que supere muchos de los presupuestos en los que se
apoya la reflexión acerca de la ficcionalidad.
Capítulo I
De la referencia
Una de las vías más aceptadas para caracterizar la especificidad ficcional
es la de definirla por la falta de referencia o, al menos, de referencia
verdadera o real; lo que se imbrica en la antigua tradición retórica que
desde la Rhetorica ad Herennium (I, viii, 12-13) y Sexto Empírico ( Ad
math., I, 218 y ss.), continuada luego por Macrobio y San Isidoro, llega
hasta la oposición de narratio authentica y narratio ficta de las artes
semocinandi medievales.1
Tradición que en nuestro siglo, es retomada por variantes deudoras
de las tesis de Frege, exponentes de la concepción de que las ocurrencias
discursivas ficcionales carecen de referencia (Bedeutung), es decir se
sigue explicando la especificidad de las ficciones a través de la falta de
consistencia empírica de los objetos a los que refiere.
La línea de pensamiento que más ha profundizado en esa dirección
es el positivismo lógico o el neopositivismo, que postula la necesidad de
superar las trampas que el lenguaje le tiende a todo saber
presumiblemente riguroso y metódico; se propone por este camino
"aclarar" (nunca se hacen cargo de los usos metafóricos de sus
precisiones) las interferencias que perturban con sus equívocos el
1Aseguinolaza, Fernando Cabo. "Sobre la pragmática de la teoría de la ficción literaria"
en Avances en teoría Literaria, Villanueva, Darío (compilador), Universidade de Santiago
de Compostela, 1994.
5
territorios.
Jacques Derrida en La voz y el fenómeno fundamenta en la
estructura iterativa del signo la afirmación de que éste está
originariamente trabajado por la ficción9. A lo que agrega luego: Es
porque el signo es extraño a la presencia así del presente viviente,
por lo que se le puede llamar extraño a la presencia en general. De
acuerdo con ello, no hay posibilidad de representación de nada
ajeno al discurso mismo, de lo que se deduce una doble
consecuencia: por una parte, el discurso es la representación de sí
y, por otra, la ficción es la condición de posibilidad de todo
discurso10Ahora bien si se admite, como hemos intentado mostrar,
que todo signo en general es de estructura originariamente
repetitiva, la distinción general entre uso ficticio y uso efectivo de
un signo se ve amenazada. El signo está originariamente trabajado
por la ficción. Desde este momento, sea a propósito de
comunicación indicativa o de expresión, no hay criterio seguro para
distinguir entre un lenguaje exterior y un lenguaje interior, ni en la
hipótesis concedida de un lenguaje interior, entre un lenguaje
efectivo y un lenguaje ficticio. Una tal distinción es, sin embargo,
indispensable a Husserl para probar la exterioridad de la indicación
a la expresión, con todo lo que aquella impone. Al declarar ilegítima
esta distinción, se prevé toda una cadena de consecuencias
temibles para la fenomenología..
En La diseminación, Derrida, en estrecha correspondencia con
lo anterior, interviene desde una lectura desconstructiva sobre la
noción de mímesis platónica, en primer término en "La farmacia de
Platón"11 y luego en "La doble sesión". En este apartado relaciona
12 "Con todos sus dobles fondos, sus abismos, sus trompe-l' oeil, semejante organización
de escrituras no podía ser un referente simple y pretextual para Mímica de Mallarmé.
Pero a pesar de la complejidad (estructural, temporal, topológica, textual) de ese objeto-
libreto, habríamos podido sentirnos tentados de considerarlo como un sistema cerrado
sobre sí mismo, replegado sobre la relación, ciertamente muy entremezclada, entre,
digamos, el "acto" de mimodrama (aquel del que Mallarmé dice que se escribe en una
página blanca) y el a posteriori del libreto. En ese caso, la remisión textual de Mallarmé
toparía allí con una señal de detención definitiva.
Pero no hay nada de eso. Tal escritura que no remite más que a sí misma nos traslada a
la vez, indefinida y sistemáticamente, a otra escritura. A la vez: es de lo que hay que
darse cuenta. Una escritura que no remite más que a sí misma y una escritura que
remite indefinidamente a otra escritura, eso puede parecer no-contradictorio: la pantalla
reflectora no capta nunca más que la escritura, sin tregua, indefinidamente, y la remisión
nos confina en el elemento de la remisión. Cierto. Pero la dificultad se basa en la relación
entre el medium de la escritura y la determinación de cada unidad textual. Es preciso
que remitiendo cada vez a otro texto, a otro sistema determinado, cada organismo no
remita más que a sí mismo como estructura determinada: a la vez abierta y cerrada.
Dándose a leer por sí misma y ahorrándose todo pretexto exterior, Mímica está
también surcada por el fantasma o injertada en la arborescencia de otro texto. Del que
Mímica explica que describe una escritura gestual que no es dictada por nada y no hace
12
Nombrar la identidad
El cuestionamiento de los presupuestos a partir de los cuales
se establece la discriminación entre discursos ficcionales y discursos
que son portadores de información "cierta y verídica" acerca del
mundo, puede traer aparejada la sensación de que se entra en una
oscuridad retórica en la que todos los gatos son pardos. La
situación, creo, es otra, la luz que pretende iluminar la diferencia,
por el contrario, extiende una vasta opacidad que garantiza la
labilidad de los límites y, por lo tanto, la sanción inestable de los
bordes discursivos que se deben considerar en cada margen; sin
que ello suponga que las determinaciones no varíen y que las
taxonomías no sean tan flexibles como variadas, pero todas, en
algún punto, imponen un baremo, un modo de separar los discursos
a los que se les asigna la potestad intransferible de producir verdad
de aquellos que la simulan o se despliegan a partir de la
imaginación. Uno de los objetivos buscados en este trabajo es el de
dar cuenta de las relaciones que pueden establecerse entre la
construcción de identidad que surge a propósito del acto de
nombrar y de la verdad que emerge como consecuencia de la
concomitancia entre ese acto y lo nombrado por él. En el nombrar
se desvelan las relaciones entre lenguaje, lo nombrado y los sujetos
que nombran. Cada palabra que nombra nunca se profiere en
soledad sino que es parte de un texto en el que se inscribe.
El texto es la dimensión en la que acontece el nombrar, la
reflexión sobre las condiciones de posibilidad del nombrar puede ser
pensado como una mirada inquisitiva sobre la genealogía de la
construcción de las identidades y de la verdad que se instaura en
cada instancia de correlación13. Lo que es perturbador de este
13La palabra textus aparece tardíamente en latín (con Quintiliano, Instituto Oratoria, IX,
4,13), como uso figurado del participio pasado de texere, metáfora que apunta a
caracterizar a la totalidad lingüística del discurso como un tejido. Esta denominación se
refería en especial a la escritura, cuyo tramado gráfico configuraba icónicamente una
representación de los enunciados verbales como texturas. Esta traslación metonímica del
códice continente de los signos implica considerar el texto como un sistema de entidades
tejidas que componen la significación en la trabazón de sus ocurrencias. Ya en sus
primeras acepciones, la palabra texto alude a la relevancia de cada signo en el tejido y
su relación virtual con el universo de los discursos presentes y pasados. El sentido del
nombrar, aunque la palabra se profiera en soledad, remite necesariamente al todo de la
lengua.
14
16Searle, John. Actos de habla, trad. L. Valdés, Madrid, Cátedra, 1980, pp. 175/176.
20
referencial.18
El referir "a la cosa misma" y no a la cosa "en tanto que cumple con
una determinada descripción" no implica afirmar un acceso inmediato a
"la cosa en sí", en ningún momento se abandona el presupuesto
inamovible de que sin el uso de signos lingüísticos o nombres no es
posible ninguna referencia, lo que no significa que el significado de las
expresiones tenga que ser constitutivo de aquello a que nos referimos
mediante ellas.
Putman desarrolla esta perspectiva centrado en la formación de
conceptos en las teorías científicas, a la manera de un modelo
privilegiado en el que la preeminencia del significado sobre la referencia
aparece con alto grado de plausibilidad. Los conceptos científicos se
introducen discursivamente mediante definiciones más o menos precisas
—esto a diferencia de los conceptos que se manejan en el habla cotidiana
— por lo tanto, resulta evidente que esas definiciones, que constituyen el
significado de los términos, son la vía de acceso al referente en cuanto tal.
Putman señala que los términos científicos son introducidos en el contexto
18Donnellan, Keith. "Reference and Definite Descriptions" en Schwartz, S.P. /ed) Naming,
Necessity and Natural Kinds, N.Y., 1977.
19Donnellan, Keith. Op. cit., pp. 64-65.
22
20Putman, Hillary. Mind, Languaje and Reality, Philosophical Papers Bd.2, Cambridge, MA,
1975.
21Idem anterior.
23
Mundos posibles
Entre las aproximaciones teóricas que se proponen establecer la
especificidad distintiva de las ficciones literarias tomando como eje
privilegiado el estatuto de la referencia, la perspectiva de los mundos
posibles ha generado una vasta y compleja ramificación de sus aspectos
relevantes, así como ha sido objeto de fuertes controversias y del
consiguiente rechazo. Este marcado interés acaso pueda explicarse
porque la idea de mundos posibles se conecta con la intuición compartida
por los modos de lectura más difundidos, articulados en torno de la idea
26
de que los textos literarios tienen como referencia mundos específicos con
una coherencia propia. La distinción, que contrapone la realidad como
elemento dado, estable y uniforme, por una parte, al mundo narrativo
ficcional, por otra, no es más que una variante del paradigma que concibe
a la ficción como un discurso anómalo o incompleto.
El linaje de la noción de mundo posible tiene su punto de partida en
la filosofía de Leibniz y ha tenido una profusa descendencia en la teoría
literaria y en la estética.22 Es necesario señalar que el interés despertado
por las teorías ficcionales de los mundos posibles definidos por su
posibilidad respecto del “real” está íntimamente ligado con la crisis de la
poética realista y el resquebrajamientro del paradigma rector de la
imitación de la naturaleza.
La atención que reciben actualmente las teorías de los mundos
posibles es consecuencia de su uso por parte de la semántica lógica en el
tratamiento de los problemas del valor de verdad de los diversos tipos de
proposiciones. En la década del sesenta, Kripke esboza una dirección
teórica en la que intenta formular las condiciones de posibilidad de los
valores de verdad para los operadores modales de necesidad y
posibilidad, en las que el punto de convergencia eran las relaciones de
accesibilidad entre el mundo actual y los otros mundos posibles. Esta
problemática no está escindida de los intentos de explicación de la
ficcionalidad desde la semántica lógica o formal, en esta perspectiva los
mundos posibles aparecen como una vía adecuada para el tratamiento de
las condiciones de verdad de las proposiciones ficticias.
La cuestión clave de todos estos desarrollos teóricos está ya en la
filosofía de Leibniz: la concepción de realidad o mundo actual, en su
caracterización definida y aproblemática, sigue siendo el elemento
regulador de modo más o menos manifiesto según sea el caso, pero
siempre imponiéndose como el modelo desde el cual se explicita todo
diseño de los mundos posibles.
22En la filosofía de Leibniz el principio de continuidad y el de razón suficiente están
íntimamente relacionados con el de plenitud. Esta plenitud es la consecuencia de su
concepción del mundo de las esencias (o los “posibles”) y su relación con las existencias.
Leibniz supone que los posibles se caracterizan por su disposición a existir y que el
mundo resultante es aquél en el cual se realiza la serie máxima de posibilidades. Lo que
también puede ser pensado en los siguientes términos: todo posible que no sea
contradictorio, está destinado a existir; siempre que no haya obstáculos a su realización
todo posible se hace actual es decir siempre que haya una razón suficiente para que se
constituya hay un número infinito de mundos posibles pero uno sólo ha llegado a la
existencia. En la concepción de Leibniz ese mundo es el mejor tanto en sentido moral
como metafísico; es decir mejor significa el que es perfecto y también el más pleno. Es
como si de entre una infinita cantidad de posibles se constituyera el mundo que fuese
efectivamente el más real.
27
Capítulo II
De la enunciación
La teoría de los actos de habla de Austin ha servido como punto de
partida de una perspectiva pragmática de definición de la ficción.
Para Austin las normas del sistema lingüístico son la condición de
posibilidad del acto locutivo; el fin del acto de habla es dar cuenta del
significado del acto ilocutivo, es decir de la fuerza ilocutiva de una
emisión.
Explicar la fuerza ilocutiva supone especificar las convenciones que
posibilitan la realización de los actos ilocutivos, lo que se hace para
prometer, jurar, ordenar. De acuerdo con Austin, además de la emisión de
las palabras de un enunciado aseverativo, si se pretende afirmar que el
performativo se ha realizado con éxito, tienen que ser llevadas a cabo
correctamente una serie de otras operaciones, de acuerdo con reglas
socialmente establecidas. Austin impone una condición fundamental para
esa realización:
Claro está que las palabras deben ser dichas "con seriedad" y
tomadas de la misma manera. ¿No es así? Esto, aunque vago,
en general es verdadero: constituye un importante lugar
común en toda discusión acerca del sentido de una expresión
cualquiera. Es menester que no esté bromeando ni
escribiendo un poema. Nos sentimos inclinados a pensar que
la seriedad de la expresión consiste en que ella sea formulada
—ya por conveniencia, ya para fines de información— como
(un mero) signo externo y visible de un acto espiritual
interno.25
25Austin, John. Cómo hacer cosas con palabras, Buenos Aires, Paidós, 1982.
30
26Ohmann, Richard. "Speech acts and the definition of literature", en Phylosophy and
Rhetoric, Nº4.
27Derrida, Jacques. "Firma, acontecimiento, contexto" en Márgenes de la filosofía,
Madrid, Cátedra, 1989.
31
28El lenguaje en estas circunstancias, no se usa de una forma especial con seriedad —
inteligiblemente—, sino en un sentido parasitario respecto a su uso normal, un sentido
que entra en la doctrina de las degeneraciones del lenguaje. Ob., cit.
29Searle, John. "Reiterating the Differences: A Reply to Derrida", Glyph, 1977.
32
34Ob. cit.
36
35Para este tema ver Lafon, Michel. "Una escritura Atípica: la escritura en colaboración",
en Actas II Jornadas Rioplatenses, Instituto de Literatura Hispanoamericana, en prensa.
36Barnet, Miguel. Biografía de un cimarrón, Buenos Aires, Cedal, 1977.
37
Capítulo III
De la narración
La narratividad se caracteriza, más allá de la multiplicidad, acaso
inabarcable de sus manifestaciones, por su rasgo distintivo de
universalidad; no hay cultura alguna, ni sociedad ni pueblo, por distante
que sea su localización geográfica y por excéntricas que parezcan sus
tradiciones, que no disponga de un corpus de narraciones para constituir
y difundir los saberes tanto acerca de sí mismos como del mundo
conocido o desconocido.39
La capacidad narrativa puede ser pensada, a partir de ello, como
una modalidad privilegiada de la referencia. Pero mientras que la función
designativa del lenguaje refiere a objetos o sujetos en un determinado
estado, la narración refiere el cambio de un estado a otro, la mutación, el
devenir, la transformación. La única lógica posible para dar cuenta de ese
desplazamiento de la función designativa, instancia estática, a la función
narrativa, que refiere el tránsito, es una lógica fundada en la figuración, es
decir una tropología.
Toda narrativa es la articulación de dos dimensiones, por una parte,
la que constituye la referencia de los objetos y personas involucrados, y,
por otra, la dimensión configurativa, de acuerdo a la cual construye la
referencia al devenir. El tiempo figurado en una narración es un intervalo,
que, para constituirse como tal, exige la instauración de un comienzo que
no es nada, y que no tiene más objeto que el de ser un límite. 40 El gesto
44En la obra de Jorge Luis Borges son frecuentes las reflexiones en torno de la
imposibilidad de distinguir el discurso de la historia de la literatura, las siguientes citas
son sólo a modo de ejemplo:
“Robert Louis Stevenson (Ethical Studies, 110) observa que los personajes de un libro
son sartas de palabras; a eso, por blasfematorio que nos parezca, se reducen Aquiles y
Peer Gynt, Robinson Crusoe y don Quijote. A eso también los poderosos que rigieron la
tierra: una serie de palabras es Alejandro y otra Atila”. En Nueve ensayos dantescos.
“Pero la idea es la misma, la idea de que nosotros estamos hechos para el arte. estamos
hechos para la memoria, estamos hechos para la poesía o posiblemente estamos hechos
para el olvido. Pero algo queda y ese algo es la historia o la poesía, que no son
esencialmente distintas.” En Siete noches.
45Ricoeur, Paul. Tiempo y narración, (tres volúmenes), México, Siglo XXI, 1996.
46Heidegger, Martin. ¿Qué significa pensar?, Buenos Aires, Nova, 1958.
43
51Noé Jitrik en Historia e imaginación literaria, Buenos Aires, Biblos, 1995, señala a partir
de la idea de escritura las modalidades comunes de figurar la representación temporal
en la historia y en la novela histórica:
49
54En cuanto narrativa, la narrativa histórica no disipa falsas creencia sobre el pasado, la
vida humana, la naturaleza de la comunidad, etc; lo que hace es comprobar la capacidad
de las ficciones que la literatura presenta a la conciencia mediante su creación de pautas
de acontecimientos “imaginarios”. Precisamente en la medida en que la narrativa
histórica dota a conjuntos de acontecimientos reales del tipo de significados que por lo
demás sólo se halla en el mito y la literatura, está justificado considerarla como un
51
Capítulo IV
Más allá de la ficción
La revisión de las líneas teóricas que se proponen constituir de manera
más o menos precisa la especificidad de la ficción, más que alcanzar ese
objetivo parecen perseguir una noción indeterminada y preteórica y, por
lo tanto, desprovista de toda pertinencia, salvo la que consiste en
componer un ghetto con todo aquello que obstruye la clausura de la
semiosis figurativa.
La endeblez teórica manifiesta de la referencia directa, o de la
posibilidad de una denotación transparente, impide construir sobre ese
eje una distinción estable entre dos espacios discursivos bien
diferenciados a partir de la pertenencia o no del rango ficcional.
Los intentos de distinción que tienen como matriz a la teoría
pragmática de los actos de habla resuelven las aporías que la
producto de allegoresis. Por lo tanto, en vez de considerar toda narrativa histórica como
un discurso de naturaleza mítica o ideológica, deberíamos considerarla como alegórica,
es decir como un discurso que dice una cosa y significa otra. Así concebida, la narrativa
configura el cuerpo de acontecimientos que constituyen su referente primario y
transforma estos acontecimientos en sugerencias de pautas de significado que nunca
podrían ser producidas por una representación literal de aquéllos en cuanto hechos.
White, Hayden. Ob.cit.
52
Epílogo provisorio
Apéndice I
Del testimonio
La simple mención del término “testimonio” provoca una serie de
encadenamientos de sentido que exhiben la complejidad de su
significación y el modo en que se estratifican y vinculan sus diversas
acepciones.
En primer lugar, testimonio designa la acción de testimoniar, es
decir, de reponer con el relato acontecimientos vistos u oídos. El testigo
es quien trae a la escena presente con sus palabras lo que ha visto u oído
con anterioridad; por lo tanto, transforma lo percibido en narración: todo
testimonio consiste en el pasaje de lo percibido a lo dicho. En tanto
narración que repone sucesos acaecidos, configura una correspondencia
dialógica, implica a quien narra y a quien escucha lo narrado. Por su
especificidad discursiva, se despliega en la tensión entre el relato del
testigo y la confianza asumida por su escucha acerca de la certeza de sus
dichos.
Todo ello es consecuencia de un complejo juego de deslizamientos
desde la escena original del testimonio, que es el proceso judicial, al
discurso corriente. Y, lo que distingue el acto de testimoniar de cualquier
transmisión de conocimiento, de información, de la simple constancia o de
la exposición de una cuestión teórica, es que alguien se compromete a
relatar para otro un suceso que presenta como testigo, por lo tanto como
único e irremplazable; esta característica singular lo hace intransferible.
De lo que se infiere una cuestión insoslayable: su resistencia a la
traducción. El testimonio, que por principio constitutivo debe estar unido a
una singularidad y a la marca intransferible de una memoria idiomática,
corre el riesgo de perder su peculiaridad frente a la traducción, aún en la
circunstancia misma de entregar su sentido. Un testimonio maleable a las
operaciones de traslado propias de la traducción ¿puede ser todavía
testimonio?
Asimismo, no hay otra opción para quien lo recibe de creer o no
creer, puesto que la verificación o la transformación en prueba forman
parte de un espacio distinto, heterogéneo al de la instancia testimonial
propiamente dicha. La acción de testimoniar supone, además, una
relación necesaria con la justicia como institución, con el tribunal como
escenario privilegiado, con los abogados y el juez como partícipes y,
fundamentalmente, una acción que los involucra a todos, la de litigar, es
decir, la confrontación entre demandantes en un proceso. En otros
términos: un proceso es la pugna entre dos historias de “verdad”; así, el
testimonio es la instancia que interviene en una acción de justicia que
apunta a dirimir una discrepancia entre partes. Por lo tanto, testimoniar es
atestiguar que se vio u oyó un acontecimiento y para ello el testigo debe
comprometerse con un juramento ante el tribunal que recibe su relato con
el objetivo último de administrar justicia.
58
61Ricoeur, Paul. Texto, testimonio y narración, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1983.
60
65Quintiliano, Ob cit.
63
su vez, la que reinventa sin cesar nuevos textos. Esto implica que para
producir nuevos textos se recurre a la historia y a la tradición a través de
una constante reescritura;
— luego, los textos no son éticamente neutros; todo relato, en efecto,
introduce una evaluación del mundo e incita a un modo de intervención
en él;
— y, finalmente, la identidad narrativa no es estable, por eso siempre es
posible la revisión de la historia.
“Testimonio” pertenece a una clase de términos que,
convirtiéndose en signos determinantes de un segmento temporal
concreto, definen y caracterizan una época de manera específica y, al
mismo tiempo, exhiben cierta consolidación dentro de un momento
histórico.
Esos términos son los que organizan los datos de un período dentro
de una categoría que los hace materiales y comprensibles.
Cuando asediamos el concepto de testimonio estamos frente a una
palabra que, de algún modo, funciona emblemáticamente en un
paradigma y produce un doble movimiento; por una parte aparece como
un instrumento facilitador del discurso cultural, ya que permite la
clasificación y el ordenamiento de fenómenos complejos y heterogéneos a
veces de ardua dilucidación. Por otra, el término testimonio fija
reductivamente el devenir cultural y limita su expansión, porque está
obligándonos a pensar la definición en términos globales y abarcativos
cuando es una definición que está situada en un marco sociohistórico
específico.
Intentar trazar los límites de un género no supone más que la
posibilidad de una relativa especificidad. Prueba de ello es que en esa
tríada que planteábamos más arriba —entrevistador, entrevistado, lector
— este último está siempre enfrentado al texto en una instancia de
travesía azarosa, de modo que los testimonios quedan finalmente
instalados en campos de legibilidad que trastornan su pretendida
neutralidad discursiva.
La lectura, en el testimonio, es el punto de convergencia de las
expectativas del género; por lo tanto, una aproximación problemática al
testimonio exige pensarlo en tanto cruce de actividades discursivas
complejamente tramadas, que tejen redes de intersubjetividad, crean
obligaciones, ejercen persuasión, control y distribuyen roles.
En el plano estrictamente textual, los modos en que dialogan los
66
diversos discursos, las huellas de unos textos sobre otros, las filiaciones,
las deudas, los préstamos, constituyen la dimensión intertextual. En este
magma que siempre es la textualidad podemos distinguir dos aspectos:
en primer lugar, hay una heterogeneidad constitutiva del discurso que no
está mostrada y, luego, hay una heterogeneidad mostrada, una referencia
explícita a otros discursos, citas, el discurso referido, la atribución de
autoría.
Ahora bien, hay una nota constitutiva de las modalidades del
testimonio que nos permite formular esta afirmación: todas las formas
testimoniales comparten la narratividad. Pero, a su vez, la narración no es
tan sólo una mera representación de lo ocurrido, sino una forma de
hacerlo inteligible, una construcción que postula relaciones que no
existían en otro lugar, causalidades, interpretaciones. Como sucede con la
historia, es la forma de la narración lo que da sentido a los hechos que, de
otro modo, quedarían como señales sueltas, dependiendo de la
referencialidad.
66Ana María Amar Sánchez en “La ficción del testimonio”, Revista Iberoamericana N°
151, Abril/mayo de 1990, se propone establecer la especificidad del género de no-
ficción:
“Me interesó en este trabajo buscar en el género de no-ficción aquello que lo singulariza,
encontrar lo que lo define como tal y al mismo tiempo poner en evidencia cómo la
escritura resiste todo encasillamiento y los textos convierten en rasgo específico su
contacto y destrucción de los otros géneros”.
En el curso de su exposición insiste en oponer lo ficcional, que somete a diversos tipos
que inquisición, con lo real, noción que en ningún momento cuestiona, dando por
sentado que se refiere a una categoría universal, unívoca y sin ninguna dificultad de
interpretación. Así afirma:
68
y del nivel pragmático se hace uno pues lo que ocurre supone una
interacción de ambos niveles. La permanencia o huella de la
oralidad permite generar en el lector la confianza de que se trata de
un testimonio auténtico, reafirmando de este modo la ilusión o la
convención del propio género, o sea que está frente a un texto
donde la ficción no existe o existe en un grado casi cero que no
afecta la verdad de lo narrado.72
La verdad (co)rregida
En los prólogos, el nombre del autor del testimonio, en términos de
81
Apéndice II
Discurso político y referencia especulativa
El cuento "El tema del traidor y del héroe" de Jorge Luis Borges,
publicado en Ficciones de 1944, da a leer un probable argumento en el
que la acción transcurre en Irlanda en 1824, pero también podría ser
posible en cualquier país oprimido y tenaz: Polonia, la república de
Venecia, algún estado sudamericano o balcánico, y el final de la historia
de su protagonista, Fergus Kilpatrick, es una construcción que se realiza
teniendo como modelo el asesinato de Julio César. Los dos fueron héroes
de sus pueblos: Kilpatrick del irlandés y César del romano, ambos mueren
asesinados por sus seguidores. Las coincidencias y simetrías no se agotan
en esas situaciones, como Julio César, Kilpatrik recibió una carta que no
leyó, —circunstancia similar a la de César que no tuvo tiempo de leer el
memorial que le habían enviado con antelación— en ella se le advertía el
89
riesgo de concurrir al teatro, esa noche, donde fue asesinado. Al igual que
en el sueño de Calpurnia respecto a la muerte de César, la muerte de
Kilpatrick es anunciada por el incendio de la torre circular de Kilgarvan.
Esos paralelismos (y otros) de la historia de César y de la historia de un
conspirador irlandés inducen a Ryan, el biógrafo del irlandés, a suponer
una secreta forma de tiempo, un dibujo de líneas que se repiten. La trama
del cuento de Borges no trata tan solo de un ciclo del asesinato de Julio
César que se repite en Irlanda el 2 de agosto de 1824, la repetición rebasa
el marco de la Historia e inscribe en su desarrollo incidentes tomados de
la obra de Shakespeare: Ryan comprueba que ciertas palabras de un
mendigo que conversó con Fergus Kilpatrick el día de su muerte, fueron
prefiguradas por Shakespeare, en la tragedia de Macbeth. En el final del
cuento, Ryan descifra el enigma: entre los conspiradores que Kilpatrick
dirige hay un traidor, ese traidor es Kilpatrick, la rebelión estaría en
peligro si él es ajusticiado; James Nolan, quien desvela la traición,
propone un plan que hace de la ejecución del traidor el instrumento para
la emancipación de Irlanda, ese plan está construido siguiendo los
dramas de Shakespeare Macbeth y Julio César.
"El tema del traidor y del héroe" es un texto paradigmático del
constante deslizamiento e interferencia entre las especificidades que los
discursos hegemónicos, con pretencioso voluntarismo, diferencian como
la realidad y la ficción, y que la escritura borgiana trastorna hasta hacer
indecidibles sus bordes. En el comienzo de la narración se señala que la
historia es un argumento imaginado bajo el influjo de Chesterton; luego la
ficción es comparada con un hecho histórico y se detallan lugares, fechas,
nombres, datos precisos que dan al personaje un perfil de autenticidad; a
mitad del relato ya se menciona a Kilpatrick como partícipe de un hecho
histórico. Cuando lo ficticio es convertido en realidad histórica, lo
histórico, el asesinato de César, se trastorna en ficción; la historia del
asesinato del héroe irlandés no repite los detalles del asesinato del César
histórico, sino del César de Shakespeare. Ryan, el biógrafo del héroe
irlandés, se convierte en el final en un elemento más de la trama de
Nolan. Toda la realidad en la historia del asesinato de Kilpatrick está
construida como una gigantesca representación: de teatro hizo la ciudad
entera, y los actores fueron legión, y el drama abarcó muchos días y
muchas noches; este teatro y este drama prefiguran otro, ahora de
carácter histórico, el de Lincoln. Todo el cuento es un exhibición
desaforada de movimiento pendular constante que trama lo real y lo
ficticio, lo histórico y lo imaginario, hasta deshacer las certezas de los
límites precisos que pretenden distinguirlos.
En el cuento de Borges se confabulan una serie de instancias
diversas referidas al discurso político en relación con el orden de la
temporalidad, hay por lo menos dos aspectos diversos que considero
pertinente para esta exposición; por una parte, el que tiene que ver con la
construcción del acontecimiento propiamente dicho, es decir los
materiales que intervienen en su articulación y los modelos que
configuran su entramado y, por otra, el relacionado con la inscripción del
acontecimiento en una reconstrucción narrativa del pasado, en su
evocación como huella determinante en el presente y potencialmente en
el futuro. En el primer caso, la puesta en escena de un drama (la acción
90
Apéndice III
79Sobre la intervención del sentido ficcional en “las acciones concretas y reales”, acaso
sirva de ejemplo la actitud del múltiple homicida, ahora indultado, Emilio Eduardo
Massera, quien anatematizó displicentemente a Julio César Strassera, a Ernesto Sábato y
a otros de los que habían contribuido a demostrar y castigar sus acciones criminales en
la realidad, tal como se prueba fehacientemente en Nunca Más, pero que se exaltó y
llamó canalla a Jorge Lanata, tan solo por haber escrito un cuento, “Veinte minutos” del
libro Polaroid. La ficción, que no es la reivindicación de lo falso, la ficción que no solicita
ser creída en tanto que verdad unívoca, sino en tanto que discurso sin mandatos de
verdad, generó la posibilidad de desmontar y sacar de su papel a un cínico, que ante la
enumeración de sus crímenes reales se mantenía imperturbable.
96
verdaderos.
Héctor Chacón, el Nictálope, se extingue desde hace quince años en
el presidio del Sepa, en la selva amazónica. Los puestos de la
Guardia Civil rastrean aún el poncho multicolor de Agapito Robles.
En Yanacocha busqué, inútilmente, una tarde lívida, la tumba de
Niño Remigio. Sobre Fermín Espinoza informará mejor la bala que lo
desmoronó sobre un puente del Huallaga.
El doctor Montenegro, Juez de Primera Instancia desde hace treinta
años, sigue paseándose por la plaza de Yanauanca. El Coronel
Marroquín recibió sus estrellas de General. La "Cerro de Pasco
Corporation", por cuyos intereses se fundaron tres nuevos
cementerios, arrojó, en su último balance, veinticinco millones de
dólares de utilidad. Más que un novelista, el autor es un testigo. Las
fotografías que se publicarán en un volumen aparte y las
grabaciones magnetofónicas donde constan estas atrocidades,
demuestran que los excesos de este libro son desvaídas
descripciones de la realidad.
Ciertos hechos y su ubicación cronológica, ciertos nombres, han sido
excepcionalmente modificados para proteger a los justos de la
justicia. M.S.81
real.
La noticia se funda en un principio: la realidad es una dimensión de
la que el texto no puede dar cuenta: