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CUNQUEIRO Vida y Fugas de Fanto Fantini PDF
CUNQUEIRO Vida y Fugas de Fanto Fantini PDF
RETRATOS Y VIDAS
APÉNDICES
E RAN las dos de la tarde del día trece de abril del año 1450.
Sobre Borgo San Sepolcro se habían acumulado gran-
des y oscuras nubes, y oyéndose ya el trueno lejano, todo hacía
presagiar una próxima tormenta. Las golondrinas habían sus-
pendido sus vuelos, y el párroco de San Félix silbaba desde la
solana de la casa rectoral, avisando al sacristán Filippo para
que acudiese a repicar la pequeña y clara campana bauti-
zada Catalina, una salvatierra toscana, que probado estaba
que apartaba la chispa de la ciudad. En la gran sala del pala-
cio de los Fantini della Gherardesca, a la que había sido tras-
ladada la enorme cama matrimonial, donna Becca, en cojines
de pluma, sufría los dolores del parto. La comadrona le ponía
paños con agua nieve sobre la frente, mientras junto a una
de las ventanas que daban al jardín, el médico Andrea della
Garda explicaba a ser Pietro Fantini, cuáles estrellas presidían
el nacimiento de su primogénito. Abrió de pronto la tor-
menta, en aquel cielo negro y púrpura, su lucería relampa-
gueante, y se escucharon roncos y largos truenos. Donna se
quejaba más y más, infeliz primeriza, y la comadrona advirtió
al signor Andrea de que ya asomaba la cabeza del naciente,
insólitamente cubierta de espesa y recia pelambre negra. Ser
Pietro se arrodilló y santiguó. Y mismamente, cuando el médico,
que era de la escuela de Padua, se disponía a tomarle el pulso
a donna Becca, entró por la chimenea, jabalina de plata, la
terrible fúlgura, acompañada de un redoble de horribles
estampidos. El rayo se dirigió, como guiado por aguja amal-
fitana, hacia la cabeza del que venía al mundo, giró sobre
ella como acariciándola, y siguió hasta el gran tapiz que col-
gaba sobre el estrado, y en el que estaba representada la
entrega del título de Noble del Sacro Romano Imperio, por
224 NOVELAS Y RELATOS
que son todos tuertos del derecho y zurdos, desde una abuela
galicosa que tuvieron, tuvo el soplo de la muerte (hay quien
dice que por un cuervo que amaestrara de correo), y se pre-
sentó en la torre con un esquilador que tenía un juego de ras-
padores catalanes comprados en la feria de Tortosa, y ambos
se encerraron con el cadáver en una cuadra, y al cabo de dos
días dieron por terminado el raspado del estómago y del tri-
porio, limpiándolas del oro allí acumulado, que estaba dispuesto
como escamas de pez, y fundido dio siete libras genovesas. Relu-
cían los lingotes, pero hedían como si fuese excremento
humano y hubo que fundirlos varias veces, y el Montefosco
se pasaba las mañanas lavándolos con lirio de Pisa y aguas de
anís, para que los banqueros florentinos no descubriesen que
aquel era el oro del último Bracciaforte.
Los viajeros se detenían debajo de una higuera, que ten-
día sus retorcidas ramas por encima de un muro medio arrui-
nado, y alcanzaban fácil los higos verdascos, que reventaban
melosos entre las grandes hojas. El signor Capovilla le mos-
traba a Fanto el verde llano que cruzaba sinuoso el río entre
chopos y sauces, y aprovechaba para continuar con sus lec-
ciones de astucia castrense, contándole al pupilo como allí
Ubaldo Cane de Cimarrosa, la víspera de la batalla contra los
pisanos, había hecho correr entre estos la noticia de que jurara
solemne no pasar el río por el puente, sino vadearlo aguas
arriba, y los pisanos se fueron al vado y clavaron estacas en el
río, aguardando a messer Ubaldo en la junquera, pero Ubaldo
no había jurado tal y vadeó el río aguas abajo, y les mandó
recado a los de Pisa que la batalla la tenían perdida, que se
fueran para casa, y que él no jurara nada de puentes. El capi-
tán de Pisa murió de su ira por haber caído en la trampa, y
messer Ubaldo pidió permiso para saludar el muerto, y como
los suyos querían enterrarlo en su ciudad, el vencedor, que
siempre llevaba consigo varias barricas con pichones en esca-
beche, mandó sacar de una las aves, y escabechado se fue para
Pisa, a hombros de sus tenientes, el infortunado Paolo Enza
dei Mutti, que así se llamaba el crédulo hombre de guerra.
Aun hoy se conoce el lugar de su sepultura, que el vinagre
mata sobre ella las hierbas, y no se logra en su cabecera el lau-
VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA 235
tró el interior a Fanto. Sí, allí estaban las celdas, los pequeños
hexaedros, dentro de sus esferas.
—¿Treinta y seis? —preguntó Fanto.
—Treinta y seis —respondió el maestro.
Fanto sonrió, e introduciendo en la mitad superior el dedo
índice de su mano derecha, señaló un lugar situado en el
grado treinta, inmediatamente encima del ecuador.
—Mi celda —dijo.
Y algo como ternura lo movió, y tocó. Notó la quemadura
cuando ya se había derretido, como plomo, la mitad del índice
de su mano derecha. No sentía dolor alguno. Fra Luca lo
abrazó, y sopló en el pequeño muñón carbonizado del dedo.
—Te haré un índice de oro, querido Fanto.
La tormenta que había estado amenazando sobre Perugia,
descargaba al fin. Gruesas gotas se abatían contra los peque-
ños y cuadrados cristales de la ventana, y se veía brotar, de las
enormes y oscuras nubes, la terrible fúlgura.
IV
A Néstor Luján
y que los padres le mostraban los hijos, y las mozas los vien-
tres, blancos, blancos, para que los palmease, y en su día se
hiciesen allí sus hijos sabios.
El bachiller Botelus seguía viéndose rubio en sueños. Inter-
pretaba, mientras daba fin a un pastelón de montesina, que
lo que lo enrubiaba era la aureola de la gloria. Pasaban por
su casa estudiantes que querían conocerle y escucharle, unos
por adularle, otros por honesta curiosidad y alguno por ser
convidado a un gran almuerzo. El bachiller Botelus se pre-
sentaba entonces como un estudioso alejado de las vanidades
mundanales, siempre amable en las respuestas y exponiendo
temas, y dejaba aquel en que más lucía para el final, expli-
cándolo apasionadamente, con mucho volteo de manos, desde
su sillón cordobés con alzapié. Los estudiantes se retiraban
en silencio, con corteses reverencias, y no bien salían de la
casa, ya estaba Botelus chupando pavo en el pulgar y pidiendo
comida. La verdad es que lo dominaba el entusiasmo por sus
triunfos, y que terminaba la perorata, como en el caso de la
gallina en la Posada Nueva, tenía que morder, masticar, lle-
nar el estómago hasta rebosar. Botelus se daba cuenta de que
aquella hambre feroz lo podía conducir a devorar cualquier
animal vivo, perro, león o mula, que estuviese presente en
aquel momento, e incluso a un ser humano. Al ama, por ejem-
plo, que era una viuda muy blanca de piel, bien peinada,
oliendo a jabón de lima, el pelo recogido dejando ver el cue-
llo, y los brazos al aire, en el todo regordeta y muy lúcida, y
la mirada amable. La tentación de morder en aquellas man-
tecas le venía cada vez con mayor frecuencia, y el ama enten-
dió que algo extraño le entraba al bachiller al verla, y lo tomó
por presión del sexto, y se dejó doñear un poco, hasta que un
día el bachiller osó acariciarle los desnudos brazos, y con voz
temblorosa, baja y como lejana, tal vez eco remoto de la
caverna del caníbal primigenio, le dijo:
—¡Te comería de una sentada!
Y el ama vio entonces, como se ve el campo desde una ven-
tana, que no era lujuria el temblor del bachiller, ni la caricia
de sus ojos decía deseo, sino que todo aquello era gula, gula
pura, y allí estaba la boca abierta del amo, mostrando los dien-
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II
poco a poco por el oleaje y una pudo ser esta. Otros dicen
que habrá mala lectura en los manuscritos fantianos.
TIPLE DE MAITINES, EL: Iba con los soldados del papa cuando
los derrotó el señor Nero Buoncompagni. Era calvo, redon-
dito, y tenía muy bellas piernas. Salía de Colombina en las
funciones de la Corte de Roma.
TORTAJA: El morisco alquilado por el ama del bachiller Bote-
lus para ayuda de cocina y picadillos. Tenía el punto del
anís.