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Las mujeres en la Iliada


Según Luis Gil en “Introducción a Homero”, los héroes homéricos esperaban encontrar determinadas
virtudes en sus mujeres: castidad en las doncellas, fidelidad en las casadas; laboriosidad en las faenas de la
casa, habilidad en el manejo de la rueca, del telar, en las labores primorosas del bordado; sumisión y amor
en las siervas, tanto al acudir al lecho del señor como al asociarse en las penas y alegrías de sus amos. Pero
no obstante los héroes pedían algo más de la mujer, que a su vez es lo fundamental: la belleza. Por ello los
epítetos alusivos a las mujeres en la obra siempre hacen alusión a su belleza corporal: “hermosas trenzas”,
“hermosas mejillas”, “de blancos brazos”, etc. A la belleza física le siguen la destreza y el conjunto de
cualidades morales e intelectuales.

La familia forma un todo cerrado, una unidad independiente dentro de la organización social, donde el
padre extiende su autoridad sobre la esposa, hijos y siervos. El hijo, en caso de ausencia, muerte o
incapacidad del padre estaba en condiciones de tomar las riendas de la casa. Adquiría al instante la patriap
otestad incluso sobre su madre.

La Vida de las Mujeres

Según Émile Mireaux, el poeta se encuentra sensible a la belleza y encanto de las mujeres, por ello describe
los retratos femeninos de forma diferente. Helena: misterio de femineidad, cuya aureola de belleza y
nobleza nativa la preservan de toda bajeza tanto en medio de los tumultos de la pasión cuanto en la calma
del hogar vuelto a encontrar: Andrómaca, la esposa amante, perdida de admiración y de temor por su
héroe.

La Mujer en la Casa

La mujer no está confinada a la casa, pues las féminas tienen libertad de movimiento, se lo puede apreciar
cuando Helena sale de su casa y sube sobre la muralla para presenciar el enfrentamiento de sus dos
esposos; también Andrómaca cuando oye noticias sobre el abatimiento de ejército de los troyanos se
apresura hacia las puertas acompañada de la nodriza y su hijo. Se hace entonces, necesario consignar que
las damas de calidad en sus salidas van normalmente acompañadas de doncellas. Pero las mujeres en
homero ignoran las reglas de conducta femenina, puesto que sólo se admiten tres motivos de salida para
una mujer honesta: la participación en una fiesta, las compras, las obligaciones religiosas.

Bastante libre en el exterior, la existencia de las mujeres en la casa está sin embargo sometida a ciertas
restricciones, como por ejemplo que las habitaciones de hombres y mujeres están separadas. La cámara
nupcial es la del esposo, en que éste convida a la esposa, pero también, llegado el caso a alguna concubina.
Los niños duermen en las habitaciones de sus madres hasta los 7 años.

De modo que las mujeres viven apartadas, también comen separadamente en sus habitaciones, no
participan ni en las comidas de los hombres, ni en los banquetes de invitados, pero cuando los hombres han
terminado de comer ellas se unen con ellos, y aún más presiden como anfitrionas del agasajo.

Todas las heroínas de la epopeya son mujeres de casa, todas hilan, tejen y bordan. Cuando están enfrente
de una casa numerosa, dirigen el trabajo de las sirvientas. Se ocupan de la mayoría de las tareas del hogar,
salvo de la cocina, que debido a su clase pueden permitirse delegar el trabajo.
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Por Homero, también sabemos que el aseo es asunto importante y minucioso, que se hace con discreción y
pudor en la intimidad de los apartamentos femeninos. Con respecto a la vestimenta, se observa que Helena
en los muros de Ilión se encuentra usando un eanos, que es una bata, amplia y larga, abundantemente
plegada, reservadas a las damas jóvenes de elevada condición. Es un vestido de aparato, de fiesta o de
ceremonia.

En la grecia homérica se visten, según parece a primera vista, más para disimular que para destacar las
líneas del cuerpo femenino, y por ello las mujeres usan ropa un tanto amplia y llevan la cabeza envuelta en
un velo.

El matrimonio

Para Luis Gil la institución matrimonial es monogámica. Y a épocas pasadas corresponden el matrimonio por
rapto o por compra, y la costumbre del certamen prematrimonial. Del matrimonio como una simple y mera
compra como era costumbre en los griegos hay aún ciertas reminiscencias en los poemas.

La elección del cónyuge recaía en los padres, no sólo para las hembras, sino también para los hijos varones.
No obstante los hijos tenían voz y voto a la hora de las nupcias, y su consentimiento contaba sin duda para
concertar una alianza matrimonial.

El matrimonio homérico, pues, aun siendo de conveniencia y no por amor, encauzado como está a la
procreación de hijos legítimos, en calidad de herederos de una propiedad y sus continuadores del linaje,
trasciende a la mera concupiscencia de la unión carnal, para adquirir gran dignidad, constituye una unión
bendecida por los dioses, ellos vigilan la descendencia basada en el mutuo afecto y la fidelidad de los
cónyuges. Entre las parejas modelos se encuentra la de Héctor y Andrómaca. Del amor de esposa pueden
dar idea las exaltadas palabras de Andrómaca a Héctor en el canto VI.

Conflictos Conyugales

La virtud de la fidelidad, aunque exigida estrictamente en la mujer, no lo era tanto en el marido que podía,
sin que nadie lo tomara a mal, consolarse en la ausencia del hogar con caricias de cautivas o llevar a su
lecho, en su propia casa, a una concubina.

Moral Sexual

En el mundo reflejado en los poemas había dos códigos de moral diferentes para el hombre y para la mujer.
La infidelidad conyugal del varón se daba por descontada, y el reparto de las cautivas de guerra con fines
amorosos era una institución de derecho sancionada por la costumbre y hasta por los mismos dioses.

La castidad en el hombre, ciertamente se avenía mal con los ideales heroicos que exaltaban los impulsos de
acción y el egocentrismo al máximo. En cambio, era exigible en la mujer sin diferencias entre solteras y
casadas. La reprobación del proceder de Helena se oye a lo largo de toda la epopeya. De todo ello se podría
deducir que a la mujer no le estaba reservada en la sociedad homérica otra misión que el atender a las
labores de la casa y el obedecer sumisa al varón, soportando resignadamente sus veleidades y traiciones.

Sin embargo, hay en Homero una innegable simpatía por el comportamiento intachable de Héctor, esposo
tan fiel como valeroso guerrero, que contrasta vivamente con la fatal lujuria de Paris y su cobardía en el
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combate. Nada más opuesto en efecto, a la pasión carnal de las relaciones de este último con Helena, que el
tierno y respetuoso afecto profesado por aquél a Andrómaca. Hay en todo ello huellas de una más alta
estima a la mujer, y Andrómaca a su vez, trata por amor de apartarle de lo que estima es el cumplimiento de
su deber en el canto VI.

La Mujer en la Familia

Mireaux, también coincide en varios puntos con Luis Gil: el hombre puede tener una o varias concubinas,
mujeres compradas o cautivas de guerra. No tiene más que una esposa, la mujer con la cual ha contraído
matrimonio, lo que no tiene nada de compra, contrariamente a lo que ha podido escribirse, ya que sólo va
acompañada de un cambio ceremonioso de regalos.

Esta de ninguna manera, es la propiedad, la cosa de su marido. Este es su señor: puede castigarla,
repudiarla, si compromete gravemente los intereses de su casa, hasta matarla en caso de adulterio, lo que
se guarda muy bien de hacer para evitar la venganza obligatoria de la familia política. No obstante, la esposa
conserva derechos vagos, pero incontestables. Sobre todo queda bajo la protección de su familia paterna.

Además, cabe recalcar que no era prudente tener varios hijos legítimos si se quería evitar la división del
patrimonio; más valía tener bastardos, que no tenían derecho al reparto de las tierras, pero que podrían
reemplazar al legítimo heredero en caso de que este desapareciera. Aun podían ser necesarias cuando la
esposa era incapaz de dar un varón a su señor. Así Helena, a quien los dioses habían negado cualquier otra
descendencia después del nacimiento de su hija Hermione, debió aceptar antes de su fuga, que Menelao
pidiera un hijo a una esclava.

Otro drama era el provocado por el conflicto entre la dueña de la casa llegada a la viudez, pero celosa de su
autoridad, y su hijo en adelante, dueño y señor.

Casamiento, Noviazgo, Nacimiento

El casamiento debe efectuarse para los hombres alrededor de los treinta. La mujer, para casarse, ha de ser
púber desde hace cuatro años. La edad del casamiento llega, pues, para ella hacia los 16 años.

Cuando un padre decide casar a la hija, lo hace saber públicamente e invita a los posibles pretendientes a
que hagan acto de candidatura. Los pretendientes llevan consigo diferentes presentes tanto para el dueño
de la casa como para la futura novia siendo los regalos de ellas (vestidos, velos y joyas). Este intercambio de
regalos es el que posiblemente ha hecho creer que el hombre compraba a su esposa. Durante esta
celebración se producen diferentes competencias entre los pretendientes.

La ceremonia propiamente del matrimonio consistía en el traslado de la novia de la casa del padre a la del
marido, pero antes el padre de la novia ofrecía un banquete.

El principal deber de la esposa consiste en asegurar la perpetuidad de la flia dándole hijos legítimos, varones
de preferencia. La entrada de un hijo en un flia tampoco es cosa sencilla. Va acompañado de ciertos gestos
rituales destinados a aseguar ante testigos su incorporación en el orden familiar y su ascensión al culto
doméstico.

Vida Religiosa y Misterios Femeninos


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Las mujeres participan, naturalmente, en la vida religiosa y en los cultos de la flia y de la ciudad. En buen
número de santuarios y principalmente en los de las divinidades femeninas, hasta ocupan puestos
eminentes, como sacerdotisas.

Análisis con la Obra

Andrómaca como Figura Femenina de la Epopeya

Resulta innegable la importancia de la presencia femenina en la antigua cultura aristocrática descrita por
Homero. El culto a la figura femenina corresponde a la cultura cortesana de todas las épocas caballerescas.
Se la ve atendida y honrada no sólo como un ser útil para el hogar, sino sobre todo y principalmente, como
la guardadora de los hijos y de la tradición, elemento este último trascendente para una clase orgullosa y
cerrada como era la nobleza de ese tiempo. Si el varón de esa época denotaba su excelencia en el campo de
batalla; la mujer lo hacía externamente, con su belleza y con la eficiencia con que cumplía los deberes y
tareas hogareñas, que la tradición y los dioses le habían asignado.

La tradición, como la literatura, entregan las imágenes de la heroicidad de Andrómaca, sustentada en la


fuerza de su femineidad y valorando, ante todo, sus rasgos de esposa y madre admirables. No es posible
encontrar en ella vestigios de la barbarie heroica, que en ciertos momentos, ejercen las mujeres que
aparecen en epopeyas y tragedias antiguas: carece del dolor furioso de Hécuba, del rencor de Electra y del
espíritu bravío de Camila. Su heroicidad nace de su actitud amante y maternal, tal vez menos grandiosa,
pero más accesible al común de los mortales.

Andrómaca, en la Ilíada, representa y simboliza, el amor.

El concepto de "amor", tal como se entiende hoy día, es difícil de encontrar en Homero. Éste, como la
mayoría de los griegos, considera el amor pasional como una fuerza peligrosa y destructiva. Las pasiones
extremas eran vistas como nefastas, puesto que podían alterar el precario equilibrio de las relaciones
humanas, y por esto no se podían aceptar. Si había algo a lo que los antiguos temían, era el "azote divino";
es decir, al amor.

Muchas de las heroínas homéricas, manifiestan rasgos claramente fatales en el aspecto amoroso, como
Helena, Fedra e incluso Penélope, o bien, como tiernas enamoradas (Nausícaa y Andrómaca, entre otras). Su
mayor simpatía la manifiesta el poeta por éstas últimas, al describir las escenas que pintan los afectos
hogareños y la amistad compartida. Un buen ejemplo lo constituye el encuentro entre Héctor y Andrómaca
en una breve tregua de la batalla:

"Puso el niño en brazos de la esposa amada, que al recibirlo en el perfumado seno sonreía
con rostro todavía bañado en lágrimas. Notólo Héctor y compadecido acaricióla, con la
mano."1

Se la ve por primera vez en el célebre paréntesis de la encarnizada batalla, cuando Héctor, furibundo, corre
al palacio en busca de su hermano Paris, quien solazándose con la hermosa Helena, ha olvidado la guerra de
la que él es el principal responsable. No bien el héroe ha cumplido su misión, corre presuroso en busca de su
mujer e hijo amados.

Con lágrimas en los ojos y desesperada, encuentra a Andrómaca; le han hecho saber que los troyanos llevan
la peor parte en la batalla:
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"Desdichado, tu valor te perderá. No te apiadas del tierno infante, ni de mí, infortunada, pues
los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo." 2

Homero concluye la escena, poniendo en boca de Héctor, compasivas palabras con las que trata de
consolarla, sin abstenerse; no obstante, de recordarle sus deberes:

"¡Esposa querida! No en demasía tu corazón se acongoja, que nadie me enviará al Hades


antes de la dispuesto por el hado; y de su suerte ningún hombre, sea valiente o cobarde,
puede librarse una vez nacido. Vuelve a casa, ocúpate de las labores del telar y la rueca y
ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo; y de la guerra nos cuidaremos cuantos
varonesnacimos en Ilión y yo seré el primero."3

La recomendación de Héctor no tiene el tono de un insulto, sólo quiere calmarla y, al mismo tiempo,
delimitar las esferas de acción del hombre y de las mujeres en el mundo en que les ha tocado vivir.

Andrómaca es hija de Ectión, rey de Tebas de Cilicia, quien junto a sus siete hijos fue ultimado por Aquiles
cuando este último tomó su ciudad, en los inicios del noveno año de la guerra. De su noviazgo y boda, nada
se dice, se ignora si fue por amor o por otros intereses, puesto que en ese tiempo, el matrimonio, entre
otras cosas, podía servir de lazo entre familias poderosas o incluso unir o agrandar reinos.

Las dos clases de matrimonio que coexistían en ese tiempo, eran el patriarcal y el matriarcal. En el primer
caso, el pretendiente llevaba a la novia a su propia casa. En el modelo matriarcal, a menudo, era un
caballero andante el que se casaba con una princesa y se establecía en los dominios de la esposa.
Probablemente, en este último caso, el varón se sentía atraído por la expectativa de heredar el reino del
padre de la esposa; si esto sucedía, la sucesión del trono era matrilineal. En el caso puntual de Andrómaca,
se considera a su madre reinando en Tebas (basileuvz), si bien su padre sustentaba el poder, por lo que se le
consideraba una seña (avnavssw), se trataba claramente de un matrimonio matrilineal.

Con relación a su propio caso, Andrómaca se había desposado en unión patriarcal. Desaparecida su familia,
al morir Héctor se encontró sin apoyo alguno, sola y sin recursos.

Si bien existen excepciones, Homero, en general, muestra un mundo en el que impera la figura masculina.
Como un fenómeno extraño para un sistema patriarcal, se plantea el hecho de que sea la mujer quien
disfrute de la prerrogativa de elegir a su marido. Éste poder de decisión podría ser un confuso vestigio de un
derecho femenino que prevaleció, siglos antes, en la antigua civilización egea, de acuerdo a lo que dice
Pirenne en su estudio acerca de la civilización cretominaica:

"La mujer, que tiene un lugar tan amplio en esta civilización, apasionada por el arte y la vida
placentera, según parece, es jurídicamente igual al hombre. Puede casarse libremente, y los
pretendientes que solicitan el honor de desposarla no expresan otra respuesta que la de ella
misma."4

Trátase, sin duda, del mismo poder de decisión femenino del cual es poseedora la hija de Alcínoo,
Nausíacaa, de Helena y de Penélope; poder que les permitió elegir a sus maridos de entre una multitud de
pretendientes que luchaban por obtenerlas como esposas.

Si Homero muestra en "La Ilíada" a los héroes troyanos con similares comportamientos y formas de vida que
sus enemigos aqueos, no habría porqué dudar, aunque esto no se mencione, que haya sido la propia
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Andrómaca la que haya elegido a Héctor por marido. Tomando en cuenta que el elegir esposo era una
prerrogativa especial en ese mundo masculino, se debe tener claro que toda mujer, desde su nacimiento
hasta su muerte, debía estar bajo la tutela de su pariente masculino más próximo o de su marido, y que sólo
con la presencia de éste podía contar con una protección segura. Esta idea la ilustra Homero, al describir la
desesperación y el temor que experimenta Héctor al pensar en la suerte que puede correr su esposa en
manos de sus enemigos, puesto que sabe que Troya está condenada por los dioses y que ha de perecer:

"La futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécuba, del rey Príamo y de muchos de mis
valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto
como la que padecerás tú cuando algunos de los aqueos de broncíneas lórigas te lleve,
llorosa, privándote de libertad, y luego tejas telas en Argos a las órdenes de otra mujer." 5

En sus palabras, Héctor muestra un bondadoso recato, puesto que no expresa todo lo que sabe, ya que el
hecho cierto era que si una mujer era hecha prisionera, en el "oikos" de su nuevo señor, debía: lavar,
limpiar, coser, moler el grano y realizar todas las tareas que se le encomendaran. Si era joven, entre sus
obligaciones estaba el compartir el lecho de su amo. Esa sería la suerte de la dulce Andrómaca si su marido
pereciera en el campo de batalla, ese marido al que tanto ama y del que tanto depende, sobre todo a partir
del momento en que ha perdido a toda su familia:

"Héctor, ahora tú eres mi padre, mi venerable madre y mi hermano, tú mi floreciente


esposo."6

Luego de esta emotiva escena, vuelve el marido al campo de batalla y Andrómaca se encierra en sus
habitaciones sin olvidar las cautas recomendaciones de quien ama. La princesa desaparecerá en los
siguientes cantos, y no se la volverá a ver sino en las postrimerías de la epopeya.
En "La Ilíada", abundan las escaramuzas guerreras, en las cuales los héroes acometen cruentas y
despiadadas acciones, en pro de la victoria y del prestigio que se exige a los personajes ilustres. Sin
embargo, el poeta parece sentir una marcada inclinación hacia un tipo de héroe muy particular y que
aparece como adelantado a su tiempo, puesto que sus características predominantes no responden al
patrón masculino de la época que describe.

Nadie ilustra mejor a este tipo de personaje que el mencionado Héctor, hijo mayor del rey Príamo y marido
de Andrómaca. Homero, a través de sus palabras y de sus acciones hace de él un acabado retrato: buen hijo,
excelente esposo y padre y gran conductor de hombres.

En tanto Héctor lanzaba su último suspiro, Andrómaca en el palacio cumplía las tareas que le concernían.
Junto a las jóvenes esclavas, que presurosas preparaban el baño reparador del héroe, la esposa tramaba en
su telar, una tela doble y fina, en la cual entretejía variadas lanas de colores. Fue entonces cuando el rumor
de lamentos que se acercaban la sacaron bruscamente de su labor, cayó de sus manos la naveta al
levantarse llena de malos presentimientos:

"...voy a ver qué ocurre, oí la voz de mi venerable suegro; el corazón me salta en el pecho
hacia la boca y mis rodillas se entumecen. Algún infortunio amenaza a los hijos de Príamo.
Pero mucho me temo que el divino Aquiles haya separado de su ciudad a mi Héctor audaz, le
persiga él solo por la llanura y acabe con el funesto valor que siempre tuvo." 10

La afrenta tuvo lugar ante los lloros de la desesperada Andrómaca, quien a partir de ese instante se
transforma en paradigma de la pena, la desesperanza, la soledad y la incertidumbre. Fue ese acto de
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inmisericordia que la llevó a la certeza del aciago destino, que la aguardaba como viuda del más grande
héroe troyano.

El extenso canto XXII concluye con el célebre lamento de Andrómaca, que más que llorar su propia
desgracia, lo hace por el amargo destino que aguarda al pequeño Astianax, el hijo amado que concibió con
Héctor.

En la épica griega es un lugar común el que, a través de la reacción de los personajes, se muestren antiguos
y feroces usos sociales. Es justamente en los versos antes mencionados, en los que Andrómaca describe ese
tipo de "usos", probablemente muy arcaicos, y que ya en la época de Homero aparecen como exagerados.
Es un hecho cierto que después de la batalla, el vencedor se apoderaba de las mujeres, los hijos, el oro, los
mejores caballos y las riquezas del vencido, pero las afirmaciones de Andrómaca resultan difíciles de creer.

"El mismo día en que un niño queda huérfano, pierde todos los amigos, y en adelante va cabizbajo, y con las
mejillas bañadas en lágrimas. Obligado por la necesidad, dirígese a los amigos de su padre, tirándolos ya del
manto, ya de la túnica; y alguno, compadeciéndolo, le alarga un vaso pequeño con el cual mojará los labios,
pero no llegará a humedecer la garganta."12

El último canto de "La Ilíada", concluye casi con el postrer y amargo lamento de Andrómaca ante la pira
funeraria de su marido. Nuevamente se refiere a la suerte aciaga de su hijo y a la suya propia.

"El hijo que nosotros, infelices, hemos engendrado, es todavía infante y no creo que llegues a la juventud,
antes será la ciudad arruinada desde su cumbre. Porque has sido tú, que eras su defensor, el que le salvaba,
el que le protegía."13

Luego continúa:

"¡Oh Héctor! Has causado a tus padres llanto y dolor indecibles, pero a mí me aguardan las penas más
graves. Ni siquiera pudiste, antes de morir, tenderme los brazos desde el lecho, ni hacerme saludables
advertencias, que hubiera recordado de noche y de día, con lágrimas en los ojos."14

Héctor ha descendido hasta el Hades, Andrómaca ha quedado sola, ahora sólo le resta aguardar su destino.

La impresión que nos queda de Andrómaca es la de la esposa cariñosa y fiel que obedece a su marido. Sin
embargo, ella menciona la pérdida de su padre y hermanos a manos de Aquiles (VI.413-28) para resaltar aun
más la importancia que tiene en su vida su esposo vivo, resultando así extrema la separación con su familia
de origen.

Helena como posible antítesis de Andrómaca

En La Ilíada, si bien Homero centra su atención en la desavenencia entre los reyes y sus trágicas
consecuencias, no por ello deja de referirse a los hechos que han precipitado a aqueos y troyanos en esa
desdichada aventura guerrera. De acuerdo al mito, la guerra de Troya fue causada por la equivocada acción
de Paris, hijo del rey de Troya, al raptar a la bella Helena del palacio del rey de Esparta, su marido.
Helena junto con Medea, Salomé, Dalila y Fedra representan la fatalidad amorosa en la antigüedad. Si en los
tiempos remotos se concibió al amor como fuerza motriz de las acciones del ser humano, es importante
comprobar cómo es la figura legendaria de Helena, y cómo la presenta Hornero en su epopeya, cuanta
responsabilidad cabe en su acción a los dioses y cuanta a sí misma en el rapto y fuga. En una segunda parte
de este trabajo, se analizará a su homónima contemporánea, de «La guerre de Troie n'aura pas lieu «de
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Giraudoux», y la participación que le cupo en los hechos que precipitarán la Guerra de Troya.
Helena, Menelao, Paris y los demás héroes que aparecen en la epopeya homérica, son probablemente
anteriores al ciclo troyano, pero sólo se han premunido de una existencia, al formar parte de las aventuras
de este ciclo que está constituido por el relato de la guerra que enfrenta a los aqueos y a los frigios en Troya.
Indudablemente contiene un núcleo histórico. Túcides s.V. a.C., afirmaba que los griegos lucharon contra los
troyanos para extender su dominación política y económica sobre el ámbito del Mediterráneo oriental. A
éste, le parece inconcebible que el matrimonio de una mujer como Helena, hubiera podido tener las
implicancias que tuvo. Homero está lejos de la guerra que canta, para el recurso narrativo le hacía falta
encontrar un pretexto para la guerra, probablemente le pareció creíble el rapto de una mujer y eligió a
Helena. Helena fue dotada de una genealogía que la emparentaba con grandes señores micénicos.

Al estudiar este personaje, es importante ver en Helena, no sólo el símbolo perpetuo de belleza y seducción,
sino también a una diosa (bastante venida a menos ya en la época micénica). Se trataba de una divinidad
lunar vinculada, sin duda, a la llamada religión mediterránea, propia de las antiguas poblaciones
prehelénicas del Peloponeso, y que, posteriormente si bien llevó una vida humana normal, fue incorporada,
a través del mito a la religión olímpica, como hija de Zeus.

Cuando Helena debió tomar esposo, haciendo uso de sus prerrogativa, eligió a Menelao. Este fue un
matrimonio matrilocal y matrilineal, puesto que después de la muerte de los Dioscuros, Tíndaro legó su
reino a Menelao, pero la sucesión del trono era matrilineal. Esta situación explica el porqué, en el momento
de estallar la guerra, era Menelao el que reinaba en Esparta.
Helena dio una hija a Menelao, Hermione y durante varios años, nueve por lo menos, vivieron tranquilos en
Esparta en medio de una corte rica y hospitalaria. Sin embargo, esta felicidad se rompió con la llegada de
Paris a la ciudad.
El priamide fue huéspued de Menelao, tratado con honores por éste, sin embargo, el rey debió partir a Creta
para asistir a unos funerales reales. Antes de partir, Menelao encargó a Helena que atendiera al huésped y le
dejara permanecer todo el tiempo que quisiera en la ciudad.
No tardó París en enamorar a Helena, la que, por voluntad de Afrodita, se dejó seducir. Hornero, como la
gran mayoría de los griegos, considera el amor pasional como una fuerza peligrosa y destructiva. Las
pasiones extremas eran vistas como nefastas, puesto que podían alterar el precario equilibrio de las
relaciones humanas y por esto no se podían aceptar. El poeta no tiene reparos en mostrar cómo la ceguera,
la «até», conduce al hombre a la ruina.
También el mito nos dice que fue la belleza del príncipe y su riqueza las que la hechizaron. Así, rápidamente
la reina reunió todos los tesoros que pudo y a las mejores esclavas que tenía y, abandonando a su pequeña
hija, huyó con su amante durante la noche.

El duelo es importante para este análisis puesto que a consecuencias de él se produce la primera aparición
de Helena. Bajo la apariencia de la más hermosa de las hijas de Priamo, interviene Iris, la mensajera de los
dioses, para hacerle saber los últimos acontecimientos e invitarla a presenciar el combate.
La diosa encuentra a Helena tejiendo un hermoso manto, en el cual se representan las luchas entre aqueos y
troyanos y todo lo que éstos debían soportar por su causa y por la acción de Ares, el dios de la guerra. La
diosa se ubicó frente a Helena y le dijo:

«Ven ninfa querida para que presencies los admirables hechos


de los teucros, domadores de caballos, y de los aqueos, de
broncíneas lorigas. Los que antes ávidos del funesto combate
llevaban por la llanura al luctuoso ares. Aquí unos contra otros
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se sentaron –pues la batalla se ha suspendido– y permanecen


silenciosos, reclinados en los escudos con las luengas picas
clavadas en el suelo, Paris y Menelao, caro a Ares, lucharán por
ti con ingentes lanzas y el que venza te llamará su amada
esposa».3
Hay que hacer notar que mucho se habla acerca de la legendaria belleza de Helena, pero poco o nada se nos
dice en relación a su carácter.

El hecho de que Helena acuda, finalmente, a la recámara de París se puede justificar por el temor que siente
ante las amenazas de la diosa. Si no obedece prontamente, la predilección hacia ella se trocará en odio, de
tal manera que será rechazada tanto por los aqueos como por los troyanos.
Hornero, profundo conocedor del alma humana, no vacila en develar el corazón femenino. Recuerdos,
nostalgia llevan a Helena a experimentar, profundamente, la decepción que las flaquezas de su nuevo
marido le provocan. Sin querer mirarlo a los ojos, lo increpa con dureza y amargos reproches.

«¡Vienes de la lucha... y hubieras debido perecer a manos del


esforzado varón que fue mi anterior marido! Blasonabas de ser
superior a Menelao, caro a Ares, en fuerza, en puños y en el
manejo de la lanza, pues provócale de nuevo a singular combate.
Pero no: te aconsejo que desistas, y no quieras pelear ni contender
temerariamente con el rubio Menelao; no sea que enseguida
sucumbas, herido por su lanza».5
Sin embargo, no logró hacer reaccionar a Paris, que le respondió con amorosas palabras. Muy pronto Helena
le siguió al tálamo, vencida también por el amor.

En La Ilíada se la ve cuando sale de su habitación, cubierta con blanco velo acompañada de dos doncellas. Se
dirige a las puertas Esceas, lugar en que se encontraba el rey Priamo con los ancianos del pueblo, que si bien
no combatían a causa de su edad, seguían siendo aún diestros en la palabra. Al ver acercarse a Helena desde
la torre, murmuraron entre sí:

«No es reprensible que los troyanos y los aqueos, de hermosas


grebas, sufran prolijos males por una mujer corno ésta, cuyo
rostro tanto se parece al de las diosas inmortales. Pero, aún
siendo así, váyase en las naves, antes de que llegue a
convertirse en una plaga para nosotros y para nuestros hijos».6
Son los sentimientos de los más viejos troyanos, que interpretan los sentimientos de toda la ciudad, luego
de 10 años de guerra en la que muchos de sus hijos habían luchado y en la que, a la postre, sería destruida
toda la ciudad de Troya y toda su estirpe. Tan solo Héctor y el anciano Priamo saben mostrarse benévolos
con Helena. De alguna forma saben que la guerra es voluntad de los dioses y que ella ha sido, sin desconocer
su responsabilidad, el instrumento elegido por ellos.
Después de morir Patroclo, y cuando Aquiles ya ha consumado su venganza, Helena, ante el cuerpo
destrozado de Héctor da curso a su funeral lamento:

«Héctor, el cuñado más querido de mi corazón. Mi marido, el


deiforme Alejandro, me trajo a Troya , ¡ojalá me hubiera muerto
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antes!, y en los veinte años que van transcurridos desde que vine y
abandoné la patria, jamás he oído de tu boca una palabra ofensiva o
grosera; y si en el palacio me increpaba alguno de los cuñados, de
las cuñadas o de las esposas de aquéllos, o la suegra –pues el suegro
fue siempre cariñoso corno un padre».7
Ese suegro es Priamo, a quien la infausta lucha le había quitado a casi todos los hijos, entendía a quien sólo
había llevado a su patria lágrimas, dolor y destrucción.

«Ven acá, hija querida, siéntate a mi lado para que veas a tu


anterior marido y a sus pari'entes y amigos –pues a ti no te
considero culpable, sino a los dioses que promovieron contra
nosostros la luctuosa guerra de los aqueos». 8
El decir «a los dioses» no significa quitarle responsabilidad en tono sentenciosa, sino un reconocimiento de
que tales cosas forman parte del destino humano. Así, tal corno lo afirma Finley: «La responsabilidad de
Helena era explícitamente de los dioses».9 Tal corno ella misma se lo dice a Héctor en los versos siguientes:

«siéntate en esta silla, cuñado, que la fatiga te oprime el corazón


por mí, perra, y por la falta de Alejandro, a quienes Zeus nos dio
tan mala suerte a fin de que sirvamos a los venideros de asunto
para sus cantos».10
Helena reconoce la culpa de los dioses, pero ciertamente, no se puede afirmar, –ella tampoco lo hace– que
fuese inocente. Partió gustosa de Esparta y no era cautiva a la fuerza de los troyanos ni de Paris, sino una
adúltera como lo reconoce ante Priamo, ante Héctor y en la Odisea ante Telémaco, en presencia de
Menelao.

«Me inspiras, suegro amado, respeto y temor ¡Ojalá la muerte


me hubiese sido grata cuando vine con tu hijo, dejando a la
vez que el tálamo, a mis hermanos, mi hija querida y mis
amables compañeras. Pero no sucedió así y ahora me
consumo llorando».11
Luego en el Canto VI se dirigió a Héctor diciendo:

«¡Cuñado mío!, de esta perra maléfica y abdominable! ¡Oja–


lá que cuando mi madre me dio a luz, un viento proceloso
me hubiese llevado».12
En estos versos, Helena reconoce su propia responsabilidad en las desgracias y penas que han debido sufrir
aqueos y troyanos.
Dice la leyenda que cuando el caballo de madera fue introducido en la ciudad de Troya, Helena, que no
ignoraba lo que ocultaba en su interior, se habría acercado e imitando la voz de las mujeres de los jefes
griegos, los habría llamado para que éstos respondieran, delatándose. Esta falta de lealtad también se
muestra en La Ilíada en el momento en que se sitúa, junto a Priamo, en las, murallas de la ciudad y va
indicándole la identidad y preeminencia de cada uno de los jefes aqueos –a quienes ella tan bien conocía.

«Ese es el Poderosísimo Agamenón Atrida, buen rey y


esforzado combatiente, que fue cuñado de esta
11

desvergonzada...»
(...)«Aquel es el hijo de Lartes, el ingenioso Ulises, que
se crió en la áspera Itaca tan hábil en urdir engaños de
toda especie, como en dar prudentes consejos».13
Sea cual sea la responsabilidad en su huida o el grado de lealtad hacia los suyos, el caso es que Helena no
recibió castigo alguno, a lo más algún reproche. Dice Homero en La Odisea, que conocía unas drogas que
hacían olvidar sus penas a los hombres.

«Echó en el vino que estaban bebiendo una droga contra el llanto


y la cólera, que hacía olvidar todos los males. Quien la tomare
después de mezclarla en la crátera no logrará que en todo el día
le caiga una sola lágrima en la mejilla, aunque...»14
Estas drogas, unidos a su incomparable belleza, probablemente le fueron muy útiles para calmar a Menelao
y recobrar su favor.

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