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Camilo Torres

Resumen de Lectura Enriquillo

La novela comienza con la narración del fatídico ataque que realizan los españoles al yucayeque

de Jaragua. La población se describe como un paraíso terrenal donde moraba la cacica o reina

Anacoanoa que, al igual que muchos otros caciques del área, fue ejecutada a sangre fría como parte del

genocidio llevado a cabo por los españoles. Luego que arrasan con el poblado, Guarocuya, nombre

indígena del protagonista, es llevado a vivir a las montañas por Guaroa, primo de la india doña Ana o

Higuemota. Pero el comendador Ovando ordena que se ataque a Guaroa y con la muerte del indio

sublevado Enriquillo regresa a la tutela de los conquistadores. El joven indígena es llevado al convento

de la Vera Paz, donde recibe una educación ejemplar bajo los estándares españoles y católicos de la

época. Durante esta primera etapa de su vida, el protagonista contará con la protección del Padre Las

Casa y de su encomendador, el benévolo Francisco de Valenzuela. Al culminar su educación el indio es

un perfecto transculturado, viste y se comporta como todo un caballero español, es un católico

fervoroso y, aunque no esté de acuerdo con la situación de su raza, acepta el destino de su pueblo con

cristiana resignación.

Paralelamente en esta condición de asimilado cultural encontramos a la hermosa prima de

Enriquillo, Mencía, que era la prometida del protagonista. La joven princesa indígena era el producto

de una unión mestiza, ya que su padre era español, Don Hernando Guevara, y su era madre taína,

Higuemota o Doña Ana, a su vez la joven es también nieta de Anacaona. Enriquillo por su parte era

también el heredero legítimo de Anacaona, era su nieto, por lo que era el legítimo cacique de los

indígenas sobrevivientes. Así que ambos constituían una especie de nobleza taína que les concedía un

trato y derechos especiales por encima del resto de su raza. Los bienes que correspondían a Mencía

eran administrados por el pérfido Pedro Mojica, quien comprendía que con el matrimonio indígena él

dejaría de usufructar el patrimonio de la taína. Por lo que la unión fue sumamente difícil de consumar

debido a todos los obstáculos que les interponen las acciones maliciosas de Pedro Mojica, apoyado éste
por Diego Colón, que había ganado la batalla legal para recuperar sus derechos como Virrey.

Gracias a los protectores del protagonista, Las Casas y Francisco de Valenzuela, la pareja

indígena se logra casar y se instalan el los alrededores del pueblo de San Juan en una aldea que

llamaban La Higuera. Así conformaron una especie de estado indígena idílico donde Enriquillo

gobernaba sabia y justamente. Esta utopía americana, mezcla de benevolencia indígena al estilo de

“buenos salvajes” junto a la modelos religiosos y legales europeos (policía indígena con cabos y

mayordomos, distribución justa de tierras para los jefes de familia, etc.), será malograda por los

manipuleos legalistas del hijo de Francisco de Valenzuela, Andrés de Valenzuela. Éste logra revocar las

disposiciones testamentarias de su padre que le habían otorgado la libertad y derechos que disfrutaba

aquel grupo de taínos bajo el liderazgo de Enriquillo. Así el protagonista pierde los derechos a la

administración de los bienes de su esposa Mencía, y de cacique pasa a ser un simple mayoral. Según

van aumentando los vejámenes e injusticia que padece Enriquillo, el indígena parece no tener límites en

su paciencia y resignación como buen católico. El indio trata infructuosamente de utilizar los medios

legales españoles para lograrse justicia, pero, como es de esperarse, no recibe ningún remedio. Hasta

que Andrés de Valenzuela, instigado por Pedro Mojica, decide tratar de seducir a Mencía, culminando

tales avances en un intento frustrado de violación. Esta será la gota que colme la copa de la paciencia

de Enriquillo que, ya enardecido por la afrenta a su mujer y orgullo como hombre, decide alzarse en

armas contra los españoles huyendo a las montañas con su séquito de taínos. Absurda y

paradójicamente el indio conserva en su cimaronaje las costumbres y prácticas de los españoles,

estableciendo incluso una especie de misa diaria en las que se rezaba el rosario dedicándoselo a la

Virgen. Luego de unos trece años de lucha, el rey Carlos V, les concede a los rebeldes el perdón y

reconoce como justas las demandas de Enriquillo. Además les otorga la isla de Boyá para que formen

una especie de reservación indígena con gobierno propio, pero en calidad de vasallos de la Corona.

Como es característico de la literatura romántica encontramos un maniqueísmo evidente en la

constitución de los personajes. Así vemos que la figura de Enriquillo representa las más altas virtudes
morales del cristianismo, es el perfecto indígena transculturado, cuyo proceso educativo esmerado

logró convertir a éste en un producto ideal para los colonizadores. Esto a pesar que el mismo epíteto de

Enriquillo, en vez de Enrique, refleja el menosprecio español por el indígena, sin importar que éste

responda fidelignamente a todos los valores religiosos y culturales, incluso en mayor medida, de los

propios españoles. De otra parte observamos a Pedro Mojica, el némesis de Enriquillo, el perfecto

villano que no da muestra ni del menor grado de virtud. El ajusticiamiento de éste colono sucede a

manos de Tamayo, el indio indómito, cuya agresividad es motivo de fuertes diferencias entre él y

Enriquillo. Este espíritu rebelde nos parece más genuino que la indolencia y resignación del

protagonista, que nos parece decididamente españolista. Igualmente observamos la figura del indio

Camacho, que incluso exede la pasividad y docilidad de Enriquillo. El protagonista, según la óptica

españolista, vendría ser el justo medio entre estos extremos.

Aunque esta novela es considerada como romántica, entendemos que también incursiona en el

terreno de la novela histórica, por la gran cantidad de personajes históricos que figuran en sus páginas.

Nos parece uno de los primeros intentos hispanófilos por blanquear la historia de la colonización y

redimir o justificar la gesta colonizadora con el consecuente genocidio y aculturación que le

acompañaron. Una actitud típica de cualquier escritor de la época en que vivió el autor. Nos sentimos

mucho más identificados con Tamayo que con el mismo Enriquillo, cuya figura para nosotros es más

digna de reproche que de admiración.

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