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C XXII - D
1. CONSIDERACIONES PRELIMINARES
El Cód. Penal no agota la materia represiva, ya que, además de los delitos propiamente dichos en él
legislados, existen numerosas figuras de naturaleza penal que se agrupan bajo el nombre genérico de "faltas"
o "contravenciones", que comprenden en nuestro país tanto las faltas de carácter local —tributarias,
administrativas, policiales, municipales, etc.—, como las de carácter nacional legisladas en los ordenamientos
referidos a las materias aduanera, tributaria, abastecimiento, defensa de la competencia, lealtad comercial,
etc., cuya importancia se fue acrecentando a medida que el Estado fue interviniendo en determinadas áreas
reservadas a la iniciativa privada.
De precipua importancia es la consideración de si las particularidades o variantes que exhiben esas
normas, en relación con el derecho penal común, nos permiten hablar de un derecho penal administrativo,
penal económico, penal tributario, en el carácter de disciplinas autónomas, cuyos principios reguladores
desplazarían a los de aquel. Si, por el contrario, el derecho penal común sigue actuando como repositorio de
principios que recobran su imperio, toda vez que el legislador no los haya derogado expresa o implícitamente,
no corresponde hablar de autonomía sino de un derecho penal especial, construido sobre el viejo telón de
fondo del derecho penal, aunque con singularidades propias que imponen su separación conceptual.
En ese análisis cabe, por una parte, precisar las diferencias que existen entre delitos y contravenciones, a
fin de apreciar si ellas son meramente cuantitativas o también cualitativas y, por la otra, puntualizar los
principios constitucionales en materia de derecho penal. Comencemos, pues, a examinar las doctrinas que
sostienen la existencia de distinciones sustanciales entre delito y contravención, y aquellas que las niegan.
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declarados administrativamente. Mientras que el delito está referido al valor justicia, la infracción lo está al
valor del bienestar público.
De esas diferencias extrae Goldschmidt importantes consecuencias: a) tanto el mandato administrativo
protegido con pena como la amenaza penal que lo sanciona deben estar bajo el imperio del apotegma nulla
poena sine lege; b) en cuanto a la antijuridicidad, la construye especialmente para el derecho penal
administrativo excluyendo, en orden a las causas de justificación, la legítima defensa, admitiendo solamente
las causas de justificación del derecho público; c) en cuanto a la culpabilidad, rechaza la responsabilidad
objetiva, afirmando que la conducta ilícita debe serle reprochada al sujeto activo por lo menos a título de culpa;
d) recomienda que las infracciones sean juzgadas por tribunales administrativos.
Entre nosotros, ha sido Spota quien ha dado mayores vuelos a la distinción ontológica entre delito criminal
e infracción administrativa, afirmando la autonomía del derecho penal administrativo. La diferencia entre
derecho penal y derecho penal administrativo —señala— responde no solo a exigencias de derecho
constitucional, que da al derecho administrativo carácter local, sino también a razones jurídicas y científicas
que imponen no confundir normas que, si bien sancionan penas, tutelan intereses distintos, ya que el derecho
penal administrativo, aun cuando tenga carácter punitorio, tutela un fin administrativo: la seguridad, la higiene,
la moralidad pública y el patrimonio fiscal(1).
Para Rocco, el concepto de contravención se debe derivar del de administración, en cuanto supone una
actividad estatal específicamente distinta de la legislativa o jurisdiccional. Concibe la contravención como
acciones u omisiones contrarias al interés de la administración. Rocco ubica la diferencia entre delito y
contravención en la actividad desplegada por el Estado, que unas veces trata de evitar un mal y otras tiende a
procurar un bien.
Las doctrinas iusnaturalistas, que pretendían fundar la distinción entre delito y contravención en acciones
mala in se y mala quia prohibita, resultan hoy inadmisibles. La declinación del derecho natural dejó sin brújula
a las doctrinas que quisieron dotar de índole propia a las contravenciones. En el ámbito de la dogmática carece
de relevancia la noción de acciones mala in se; solo tienen cabida las mala quia prohibita.
La distinción basada en el carácter primario o secundario del bien protegido tampoco puede ser aceptada,
ya que la determinación de cuáles son bienes primarios es una cuestión histórica más que teórica. Lo que en
un momento determinado aparece como condición primaria de vida social se desmonetiza luego y viceversa.
La lesión de intereses administrativos no permite fundar una distinción cualitativa entre delito y
contravención. Hay delitos contrarios a la administración y al interés meramente administrativo, por lo que la
imprecisión de la pretendida diferencia resulta manifiesta. Por su parte, la distinción de Rocco entre actividades
del Estado tendientes a evitar un mal y las que procuran un bien carece de validez, puesto que para cualquiera
de dichos propósitos el Estado puede crear indistintamente contravenciones o delitos; y así, p. ej., en las leyes
españolas, por su mínima importancia, los hurtos de ínfima cuantía y las lesiones que se curan en corto
número de días son faltas y no delitos.
La pretendida diferencia entre delito y contravención conforme al daño o peligro resulta imposible, ya que
hay delitos que como elemento constitutivo contienen un mero peligro, mientras que hay contravenciones que
requieren un daño para perfeccionarse. A su vez, el derecho penal castiga la tentativa de cada delito concreto,
y en ella no hay lesión sino un mero peligro corrido.
Respecto del elemento subjetivo, la presunción de dolo o culpa, como expresa Soler, más parece una
consecuencia de que el hecho sea contravencional que la causa de ello. Por otra parte, el sistema de presumir
el elemento subjetivo no corresponde al principio de la culpabilidad en derecho penal, que es válido también
para la más modesta de las contravenciones.
En ese orden de ideas, la doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha expresado que no
existen diferencias ontológicas o cualitativas entre delitos y contravenciones, sino tan solo cuantitativas, siendo
la pena, como referencia externa de cada clase de ilícitos, la que permite establecer la distinción entre unos y
otras(4).
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De todos modos, de acuerdo con nuestra organización federal, las provincias en ejercicio de sus poderes
tributarios no se encuentran limitadas por las disposiciones del Cód. Civil o del Cód. Penal, pudiendo construir
sus institutos con total independencia de tales ordenamientos, y lo mismo acontece con la Nación, atento a la
reconocida autonomía del derecho tributario(8).
Sin menoscabo de que el régimen represivo fiscal, y lo mismo cabe decir de las sanciones del derecho
administrativo o económico penal, pueden apartarse de los principios del Cód. Penal, interesa puntualizar que
no se ha tenido muy en cuenta que la mayoría de tales principios constituyen derivación necesaria de
prescripciones contenidas en la Constitución Nacional, lo que impone su adopción tanto por el derecho penal
común como por cualquiera de sus ramas. No obstante ello, en lo que constituye una no reconfortante
realidad, se observa, en el derecho represivo construido al margen del Cód. Penal, una serie de variantes,
entre las que cabe mencionar:
a) el Poder Judicial aparece frecuentemente desapoderado, en mayor o menor grado, de la facultad de
juzgar estas infracciones, siendo parcialmente sustituido por el poder administrador;
b) el proceso penal ordinario suele ser reemplazado por un procedimiento administrativo más rápido,
expeditivo y ejecutivo, condicionándose en algunos casos el acceso a la revisión judicial de la decisión
adoptada por la Administración al previo pago de la multa aplicada en dicha sede;
c) los principios de estricta legalidad y veda de la analogía, de absoluta irretroactividad de la ley penal, de
que no hay delito sin culpa, de que solamente las personas físicas son sujetos activos de delito y de estricta
individualización de las penas, básicos en derecho penal, pierden mucho de su rigidez(9).
Y esta orientación de política legislativa ha sido defendida, más que con fundamentos de orden teórico o
técnico, con sendas exigencias de carácter pragmático: la conveniencia y las necesidades del Estado, que
exigen que sus políticas financiera, económica, impositiva o administrativa no se vean perjudicadas por una
actitud demasiado exigente, por parte de los tribunales ordinarios, respecto de la culpabilidad en orden a
imponer una sanción en materia de infracciones especiales(10). En suma, las exigencias de un Estado moderno
nos enfrentan ante el sombrío panorama de la claudicación de un apotegma, esencial para la plena vigencia de
los derechos y libertades individuales, de que "no hay pena sin culpa". Este es un falso dilema y una clara
transgresión de principios constitucionales, como trataremos de demostrarlo.
La pretendida autonomía de las ramas especiales del derecho penal, fundada en la existencia de
distinciones sustanciales entre delito y contravención, favoreció notorios desvíos en esta materia. Justo es
reconocer que el pensamiento de Goldschmidt, creador de la doctrina del derecho penal administrativo, se
encuentra dominado por la creencia de que con ella se facilita la diferenciación entre infracciones propiamente
criminales y las que, por no serlo, deben ser sancionadas más benignamente. No obstante ello, la excepción a
los principios del derecho penal común que se fueron haciendo en sus ramas especiales, en su
desenvolvimiento legislativo y jurisprudencial, se caracterizaron por convalidar un grave atropello de los
derechos individuales.
En ese sentido, paradigma de prepotencia y arbitrariedad lo constituye el modelo de derecho penal
administrativo de Alemania en los tiempos de Hitler. Las penas reglamentarias en régimen de proceso
administrativo fructificaron sobremanera al lado de la justicia penal, ejercida por los tribunales ordinarios.
Graves críticas se formularon contra la aplicación de tan expeditivos procedimientos condenatorios, opuestos a
los principios de un Estado de derecho. El límite de la pena reglamentaria subió progresivamente hasta poder
imponerla sin limitación alguna, tratando de justificar notorias y gravísimas injusticias con la eterna cantilena de
que los infractores eran adversarios del régimen nazi, enemigos del pueblo y saboteadores de la guerra librada
para el engrandecimiento del país.
en el contexto de la ley suprema, que debe ser considerado inseparable de la noción de delito, entendido este
como una acción típicamente antijurídica, culpable y adecuada a una figura legal(11).
El referido dogma, que nos llega a través de la Constitución norteamericana (sección IX del art. 1º) y de la
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 (art. 8º), y que ha recibido consagración
universal en la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 1948 (art. 11),
encuentra una primera aproximación en el art. 39 de la Carta Magna, que fue la reivindicación por parte de los
señores feudales del derecho a ser juzgados por sus pares y con arreglo a la ley del reino(12). No obstante ello,
después del año 1215 hubo, tanto en Inglaterra como en Francia, numerosas leyes ex post facto por las cuales
se condenaba o detenía a personas determinadas. Recién con el advenimiento de la Revolución
Norteamericana y de la Francesa el principio alcanzó su formulación actual, que fue adoptada universalmente.
Mas todavía habría de pasar mucho tiempo para que la noción de delito se considerase integrada a la
definición de aquel(13). Al ingresar a la legislación el principio nullum crimen, en una primera aproximación en la
Carta Magna, aparece como una exigencia de la legalidad del juicio y de la territorialidad de la ley aplicable.
Luego, al acentuarse con la Revolución Francesa el carácter previo de la ley, aparece la teoría de la
irretroactividad de la ley, para finalmente, respondiendo a las exigencias de un derecho penal moderno,
vincular el principio inescindiblemente con la noción de delito.
Si adoptáramos una interpretación del art. 18 de la CN que solo respondiera a su literalidad, no sería
necesario derogar el principio, como se hizo en la Alemania de 1935, para que pierda toda significación. En
verdad, se puede llegar a ese mismo resultado interpretando analógicamente la ley penal o, en forma más
sutil, creando tipos penales en sí mismos analógicos. Por ello, señala Soler(14)que un derecho penal civilizado
debe estar constituido por una serie limitada de definiciones cerradas de acción, que permite definirlo como un
sistema discontinuo de ilicitudes.
Si la violación a una ley penal acarrea una sanción, es necesario que la persona sepa a ciencia cierta cuál
es la conducta lícita y cuál la ilícita. Si, a consecuencia de la interpretación analógica que se haga de los
preceptos penales o por otras formas de violación del principio de tipicidad de la acción, es imposible
determinar con certeza cuál es el significado que cabe atribuirle a la ley penal, la exigencia de ley previa
aparece impunemente violada. Y ese sistema discontinuo de ilicitudes, donde cada figura cumple una función y
en el cual la inexistencia de una de ellas no puede ser cubierta extendiendo analógicamente las restantes, va
marcando una franja de libertad, que es lo que irrita y molesta a las dictaduras.
La violación del principio de tipicidad de la acción se puede perpetrar, como se dijo, creando un tipo en sí
mismo analógico o haciendo una ley que no tome como base un verdadero tipo de acción. El primer supuesto
se da cuando se construye un delito desfigurado, de contornos borrosos o sin ellos, por la falta o poca
precisión del verbo escogido para definirlo, o por la agregación de un sinnúmero de complementos que lo van
dilatando hasta transformarlo, llevándolo a sentidos indefinidos, abiertos a muy diferentes posibilidades de
aplicación. Tenemos el segundo caso cuando la ley utiliza para definir el delito un verbo que no es indicativo de
un modo de hacer o de proceder que el sujeto activo gobierna. Un ejemplo de este supuesto lo daba el art. 8º
de la ley 13.985 de Sabotaje, que castigaba con prisión de uno a ocho años "al que por cualquier medio
provoque pública alarma o deprima el espíritu público causando un daño a la Nación". Aquí se construye el
delito no con referencia a un comportamiento sino con relación a un resultado: la "depresión del espíritu
público", que puede originarse por una serie indefinida de acciones u omisiones y cuyo resultado no depende
de la voluntad del sujeto activo del delito.
Estas graves desviaciones de lo que debe ser un derecho penal civilizado se producen por la denominada
"estatización del derecho penal", que implica un desplazamiento de la persona humana y la entronización del
Estado como sujeto de toda infracción penal(15). Así, bajo el impulso de corrientes negatorias de la plena
vigencia de los derechos humanos, se levantan falsos principios que sustentan que a todo crimen debe seguir
la efectiva ejecución de la pena, sin que importe mucho la individualización y ejecución del verdadero culpable.
De ahí que no ha de extrañar que, como derivación de un punto de partida negatorio de la persona humana,
sufran derogación principios esenciales como el de legalidad, el de exterioridad, el de tipicidad o el de que no
hay pena sin culpa.
del acto, o haberla podido comprender con la debida diligencia, y haber tenido la posibilidad de optar entre
hacer lo que debía y no hacerlo.
Una persona no puede ser castigada por resultados que se hallan fuera de su poder de previsión o de
evitación, por algo, en suma, que no depende de su voluntad. En consecuencia, por aplicación del principio de
que no hay pena sin culpa, excluyen de la culpabilidad la existencia de error esencial de hecho o la de error o
ignorancia de derecho no reprochables.
La exigencia de ley previa implica que la persona conozca cuál es la conducta debida. Si esa situación no
se da por una ignorancia de la ley no reprochable al sujeto, la aplicación de una pena desconoce el principio
consagrado en el art. 18 de la CN. Esta causal de exclusión de la culpabilidad tiene un mayor campo de
aplicación en materia de derecho tributario, económico o financiero que en el ámbito del Cód. Penal.
Ciertamente, una persona no podría alegar desconocer que el homicidio es un delito, mas en esas otras ramas
del derecho, en las cuales el afán legisferante es de magnitud asombrosa; en las cuales la delegación de
facultades legislativas, no solo en el Poder Ejecutivo sino en organismos de él dependientes, es una realidad
más allá de las prescripciones constitucionales (art. 76, CN); en las cuales la existencia de leyes penales en
blanco exige la debida integración con disposiciones complementarias dictadas por la Administración; en las
que nos encontramos con frecuentes derogaciones tácitas, etc., resulta prácticamente imposible, aun para los
entendidos en la materia, y a veces hasta para el propio juzgador, conocer sobre la vigencia o alcance de una
determinada norma jurídica.
Un infortunado fallo plenario de la Cámara Nacional en lo Penal Económico(17)ha sentado la doctrina de que
la falta de publicación en el Boletín Oficial de los anexos de la res. 63/1983 de la Secretaría de Comercio, en
los que, en concreto, se fijaba la regulación de una determinada actividad, no es obstáculo para su vigencia ni
para la aplicación de sanciones de carácter penal previstas para el caso de incumplimiento.
En posición que no compartimos, Giuliani Fonrouge(18)afirma que, en tesis general, adhiere a la doctrina que
sostiene que en materia represiva fiscal no se aplican las reglas comunes sobre responsabilidad, ya que la
delictuosidad del acto se juzga en su solo aspecto formal, sin considerar intenciones.
El principio de que no hay pena sin culpa tiene plena aplicación tanto en derecho penal común como en las
demás ramas del derecho represivo, y hace al reconocimiento de la dignidad del ser humano. Por tal principio,
el hombre queda colocado, en el plano de la cultura, como ser espiritual, participante del mundo de los valores
que constituye el derecho, cuya suprema sanción, la pena, solo puede encontrar fundamento y razón
suficientes en aquella subjetividad(19). La pretensión de desplazar su aplicación en materia de derecho tributario
penal o de derecho económico resulta inaceptable por imperio de tales consideraciones, por la necesaria
unidad del derecho, que no puede escindirse en compartimientos estancos, y porque la delimitación de los
derechos y libertades constitucionales no se puede hacer en forma ambivalente de manera de hacerle perder
toda significación.
La administración tributaria ha ofrecido serias resistencias a la admisión del elemento subjetivo, en orden a
formular un reproche penal, por considerar que la prueba de un hecho psicológico implica una empresa
destinada al fracaso de antemano.
El modelo de Cód. Tributario para América Latina OEA-BID adhiere al principio de que no se puede
responsabilizar por violación de normas tributarias a alguien que no ha obrado a lo menos culposamente, y en
la exposición de motivos al art. 73 da una clara respuesta a las objeciones de la administración fiscal, al
señalar que "el objeto de la prueba, tanto cuando esta debe ser producida por el Fisco, como por el
contribuyente, evidentemente, no es el hecho psicológico de la intención o de la negligencia lo que hay que
probar, pues se trataría de una prueba imposible. El dolo y la culpa son conceptos jurídicos vinculados desde
el punto de vista lógico a determinados hechos objetivos imputables al infractor. El problema en materia de
defraudación tributaria se plantea en los mismos términos que en la estafa o en la apropiación indebida del
derecho común. Tanto en un caso como en otro, se prueban hechos que, de acuerdo con las reglas de la
experiencia y de la lógica, corresponden normalmente a una conducta dolosa o culposa". Continúa señalando
que la prueba del elemento subjetivo debe ser realizada con respecto al hecho tipificado como infracción y no
en relación con eventuales consecuencias que no integran el tipo. Así, en materia de inobservancia de los
deberes formales, resulta suficiente probar la voluntad enderezada al incumplimiento de dichos deberes, no
siendo necesaria la referida a los perjuicios que el Fisco sufra o pueda sufrir derivados de la violación de la ley.
razonablemente la culpabilidad. P. ej., si la ley dijera que respecto de todos aquellos que realizan actividades
lícitas mas no honorables(22)se presume la intención de defraudar, salvo prueba en contrario, tal presunción de
culpabilidad, por su manifiesta irrazonabilidad, sería inconstitucional (art. 28, CN). En cambio, cuando la ley
dice que se presume la intención de defraudar cuando medie grave contradicción entre los libros de
contabilidad, registraciones o documentos y las declaraciones juradas presentadas por el contribuyente (art.
47, ley 11.683, t.o. 1998), infiere de determinados hechos una razonable presunción de culpabilidad que, salvo
que sea desvirtuada por el sujeto pasivo, permite fundar una condena, a la que de igual modo se llegaría
aunque la ley guardara silencio, ya que el juzgador extraería de tal contradicción una fuerte convicción de
culpabilidad, en orden a la aplicación de la pena.
Nada impide que mediante los datos de la experiencia se pueda inferir de los hechos probados la
ocurrencia de culpa. Para ello basta comprobar que el hecho sea consecuencia normal de negligencia o de
falta de previsión por parte de su autor. No se trata propiamente de una presunción de culpa; es la inferencia
de dolo o negligencia resultante del hecho mismo, recayendo, entonces, en el presunto infractor la
demostración de la concurrencia de circunstancias ajenas a su voluntad que él no ha podido controlar(23).
Si bien de ello se colige que no es necesario que la ley establezca determinadas presunciones de culpa,
cabe preguntarse: ¿Cuál es la razón de ser de enumerarlas en el texto de la ley? Pues bien: teniendo en
cuenta la especificidad del ilícito tributario, el listado de presunciones coadyuva a facilitar la aplicación del
régimen represivo fiscal. La diferencia con el derecho penal común es insustancial, puramente formal, no
siendo dable admitir que en materia tributaria las presunciones de culpabilidad, por el hecho de venir fijadas en
la ley, importan una inversión del onus probandi.
En derecho penal común también las presunciones serias, graves y concordantes permiten fundar una
condena (art. 357, Cód. de Procedimiento Penal), y lo mismo sucede en materia civil (art. 163, inc. 5º, Cód.
Proc. Civ. y Com.), y en ningún caso se puede hablar de inversión de la carga probatoria. De ahí que al criterio
de la Corte(24), en el sentido de que, comprobada la materialidad de la infracción, esta lleva implícita la
intención de defraudar, no cabe darle el alcance que parecería surgir de una interpretación literal de tales
expresiones. Así, comprobada la salida de fábrica de paquetes de cigarrillos sin las estampillas fiscales que
deben llevar adheridos de acuerdo con las disposiciones de la Ley de Impuestos Internos (art. 17, ley 24.674),
por sí solo no permite presumir que se trata de una maniobra de defraudación fiscal, porque primero habrá que
determinar si ese hecho es imputable al órgano social de la empresa fabricante, ya que muy bien se podría
tratar de un delito contra la propiedad cometido por un empleado infiel, cuya acción, además de no
comprometer la responsabilidad de la persona ideal, perseguiría fines muy distintos del de defraudar al Fisco.
Ahora bien: si nos encontramos con una empresa de gran envergadura que omite presentar la declaración
jurada del IVA y pagar el impuesto, que lleva sus registraciones en forma irregular, es razonable inferir de esos
hechos debidamente comprobados la intención defraudatoria, salvo que el contribuyente demuestre lo
contrario. No hay aquí una desvirtuación del principio de inocencia, que, además, por ser de raigambre
constitucional, no podría ser dejado de lado por consideraciones relativas a la especificidad del ilícito tributario.
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La doctrina cuestiona también el distingo con fundamento en que es imposible una distinción suficiente
entre error de derecho y error de hecho, por cuanto el derecho, en sus disposiciones, se refiere a hechos, y
con ello transforma las cuestiones de hecho en cuestiones de derecho. Se pregunta Soler qué diferencia
esencial existe, en efecto, entre el sujeto que entra ilícitamente en un escritorio porque cree que es un lugar
público (pretendido error de hecho) y el que lo hace porque cree que los escritorios no son domicilio en el
sentido de la ley (pretendido error de derecho). Una persona puede tener cocaína sin autorización, ya sea
porque ignore que esta es requerida o porque desconozca que esta sustancia es cocaína. En ambos casos no
sabe que la sustancia que tiene está jurídicamente considerada y sometida a determinada reglamentación.
De todos modos, la fuerza de la tradición hace que la distinción se mantenga con fuerza en la ley y en la
jurisprudencia. De ahí la reiterada repetición del principio según el cual la ignorancia del derecho solo puede
imputarse a la propia torpeza, pues la ley se presume conocida, y es deber conocerla.
Aceptados el distingo y el carácter no excusante del error de derecho sobre la norma penal, este severo
principio de política criminal se debe desplazar en situaciones en que el error sea inevitable, como lo ha
admitido la Corte Costituzionale italiana (24/3/1988, nro. 364).
De todos modos, la no excusabilidad del error de derecho no se concilia con el principio de que no hay
pena sin culpa cuando el error que se alega no se refiere a la ley penal sino a otra ley, civil, administrativa, que
le da contenido a aquella. De ahí que la doctrina ha distinguido según que la ignorancia o el error se refieran a
la ley penal o a otra que esté vinculada con aquella y le dé contenido. Según esa doctrina, la ignorancia de
derecho debe ser distinguida en ignorancia de derecho penal y de derecho extrapenal. La ignorancia del
derecho penal no excusa, en tanto que la ignorancia de derecho no penal equivale a ignorancia de hecho. Así,
nadie podrá invocar que ignora que esté prohibido expender moneda no circulante (situación llamada error de
prohibición), pero sí podrá invocarse el desconocimiento de la ley que sacaba de la circulación determinada
moneda que se ha expendido, ley de carácter administrativo, que es la que viene a dar contenido a la ley penal
en el caso concreto. La ignorancia de una ley de esa naturaleza es ignorancia de hecho, con respecto a la ley
penal.
En relación con esta última, las demás leyes tienen la función definitoria o calificante de los hechos que
integran una figura, y su ignorancia no es, por ello, de derecho, sino de hecho. Ignorancia de derecho sería
solamente no conocer el derecho penal, la existencia de una norma prohibitiva, excusa que, según esta teoría,
seguiría siendo inválida no solamente por increíble, dado el carácter grosero de las prohibiciones penales, sino
inaceptable porque solamente sobre la presunción de su conocimiento puede fundarse la autoridad del
precepto penal.
Así, el párr. 3º del art. 47 del Cód. Penal italiano dispone que "el error sobre una ley diversa de la ley penal
excluye la punibilidad cuando ha ocasionado un error sobre el hecho que constituye el delito".
Con una norma de tal alcance parecería, por lo menos desde un punto de vista teórico, que la cuestión
estaría resuelta. No obstante ello, la teoría de la incorporación ha tenido prácticamente efectos abrogatorios
del párr. 3º del art. 47 del citado Código. Para dicha doctrina se debe considerar extrapenal cualquier norma
que no incrimine directamente una determinada conducta, en tanto es penal toda norma que, aunque no
perteneciendo a este derecho, viene en algún modo a integrar el precepto penal. De ahí el nombre de teoría de
la incorporación.
La distinción resulta, cuando menos, difícil, y la doctrina no ha logrado aún elaborar criterios claros que
permitan distinguir entre norma extrapenal integradora —y sujeta el régimen no excusante del error que
recaiga sobre ella— y norma integradora. La jurisprudencia, por su parte, ha interpretado en modo extensivo el
concepto de norma integradora, llegando prácticamente a excluir la excusabilidad de cualquier error de
derecho, derogando de hecho el párr. 3º del art. 47 del Codice Penale.
Esto llevó al legislador italiano a la sanción de una norma específica en el ámbito del impuesto a los réditos
y sobre el valor agregado, a fin de obviar la interpretatio abrogans que la jurisprudencia había hecho del párr.
3º del art. 47 del Cód. Penal. A esos efectos, el legislador, en 1982, introdujo una norma que reconoce
expresamente eficacia desincriminante al error sobre las normas que disciplinan el impuesto a los réditos y
sobre el valor agregado (art. 8º, ley 516/1982). Mas las controversias no terminaron allí, puesto que parte de la
doctrina italiana se vio tentada a interpretar que la nueva norma constituía una especificación del párr. 3º del
art. 47 del Cód. Penal. En tal sentido, se sostiene que el art. 8º de la ley 516 tiene efectos desincriminantes
solo respecto de normas extrapenales no consideradas integradoras del precepto penal, con lo cual estamos
en la misma situación que el legislador, en 1982, trató de modificar con la sanción de la nueva norma.
A nuestro juicio, para ser consecuente con el principio de que no hay pena sin culpa, se debe reconocer
valor excusante tanto al error de hecho como al error de derecho, en la medida en que sea esencial e
inculpable. Si un error reúne esas dos condiciones, no solo troca el dolo en culpa, sino que suprime toda forma
de culpabilidad.
Será muy difícil que se admita el error sobre el precepto penal, pues ningún hombre, incluso el menos
dotado de inteligencia, puede ignorar el contenido de la legislación ordinaria en materia penal. Mas la
legislación complementaria contiene tantos preceptos penales con contenidos tan difusos que no cabe
rechazar ab initio la excusabilidad del error de derecho. Cuando el error recae sobre la norma extrapenal que
cumple una función integradora del precepto penal, especialmente cuando se trata de normas impositivas, las
más de las veces dictadas bajo el falso ropaje de facultades reglamentarias, que se exceden notoriamente, no
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penal a la persona jurídica, en función de un criterio de política criminal, determinado por necesidad de hacer
más efectiva la represión de las conductas antijurídicas.
En el caso de personas jurídicas, las leyes en materia económica, financiera, tributaria, etc.,
frecuentemente, cuando se trata de penas de multa, clausura, inhabilitación, caducidad de la personería
jurídica, comiso de mercaderías, suspensión en el registro de proveedores del Estado, etc., se desentienden
de la individualización de la persona física integrante del órgano de la sociedad que realizó la acción punible,
limitándose a prescribir la pena aplicable a la persona ideal, y solamente cuando se trata de pena de prisión
prevé su aplicación a los autores del acto ilícito. Esto no quiere decir que la cuestión de la individualización del
autor del delito sea indiferente, cuando por existir causales de inimputabilidad o exculpación, a la persona
jurídica le interese demostrar la inexistencia de culpa en cabeza del autor del hecho, o que este no integra
órgano alguno de la sociedad, para desplazar todo reproche penal que se intente formularle.
Sucede también que en algunas causales de exculpación, como el error o ignorancia de derecho que no
sean reprochables, falta de publicación total o parcial de la norma, dudas sobre su vigencia o sobre el
razonable alcance que cabe atribuirle, se admita o se rechace la causal como referida a la persona ideal, sin
necesidad de individualizar al autor del hecho. Y así, la jurisprudencia vinculada a la vigencia del principio de
que no hay pena sin culpa en materia de sanciones tributarias, en causas en que son parte personas de
existencia ideal, aparece como si fuera referida a estas.
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disposición contiene una norma excluyente respecto de las regularizaciones efectuadas con anterioridad a su
vigencia (art. 4º).
Se ha declarado también aplicable el principio del art. 2º del Cód. Penal y revocado la multa cuando al
momento de dictar sentencia se había derogado el tributo, las infracciones y sus respectivas sanciones; tal el
caso del dec. 114/1993 en materia del impuesto de sellos. El Tribunal Fiscal de la Nación, cuya doctrina fue
compartida por algunas salas de la Cámara en lo Contencioso Administrativo Federal sostuvo que, siendo que
al momento de dictar sentencia se encontraba derogado el tributo y fundamentalmente las normas que
incriminaban su incumplimiento, procede por aplicación del art. 2º del Cód. Penal revocar las sanciones de
multas impuestas por la DGI(37). No compartimos este criterio. No se dieron con la sanción del dec. 114/1993
las condiciones necesarias para afirmar que efectivamente se ha configurado un régimen represivo más
benigno para el infractor fiscal habida cuenta que para que ello sea así es necesario que la reforma normativa
hubiera desincriminado la conducta típica —lo que implicaría la total ausencia de interés público en reprimirla
por haber dejado de ser objeto de desaprobación— o que refleje un menor reproche cuantitativo —traduciendo
un criterio legislativo de mayor lenidad en orden a la represión del hecho ilícito—, por lo cual la modificación
hubiera debido afectar directamente la específica norma que reprime la conducta, y no a los restantes
dispositivos "extrapenales" de los que aquella se nutre(38).
De lo contrario, serían totalmente ineficaces las sanciones penales respecto de tributos a regir por tiempo
determinado, en que los infractores estarían a cubierto de toda sanción a consecuencia del lapso que insumen
la verificación de su incumplimiento, su sanción y los procedimientos administrativos y judiciales tendientes al
contralor de los actos administrativos y a su ejecución. Las normas penales referidas a todo impuesto de
carácter temporal carecerían de eficacia, al asegurar ab initio la impunidad a los infractores.
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injusto del hecho sino solo el objeto u otros elementos fácticos. Así, la falsificación de determinada moneda no
admite la aplicación retroactiva de la norma extrapenal que ha despojado a aquella de curso legal. La
modificación no ha afectado el núcleo de lo injusto, por lo cual la aplicación de la pena se funda en que sigue
habiendo necesidad, preventiva general y preventiva especial, de pena o de esa medida de pena para los
hechos cometidos en las circunstancias anteriores(42).
Con motivo de la sanción de la ley 23.311 que adoptó el régimen de valoración de mercaderías regulado
por el art. VII del Acuerdo General de Aranceles y Tarifas (G.A.T.T.) la Corte Suprema consideró que la
modificación concerniente al tratamiento aduanero o fiscal de la mercadería no puede surtir los efectos
atribuibles a las leyes penales más benignas, pues solo supone una cambio en el elemento accidental o
coyuntural de la infracción contemplada en el art. 954 del Cód. Aduanero que agotó su función al momento de
cometerse el hecho y que no hace al tipo infraccional permanente(43).
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veintitrés años, la Corte Suprema consideró que se había excedido todo parámetro de razonabilidad. En tales
condiciones —afirmó el tribunal—, si en la especie se ordenara un reenvío a los efectos de la tramitación de un
incidente de prescripción de la acción en la instancia pertinente de acuerdo con el ya mencionado planteo de la
imputada, ello no haría más que continuar dilatando el estado de indefinición en que se ha mantenido a esa
parte, en violación de su derecho constitucional a obtener un pronunciamiento judicial sin dilaciones indebidas
(arts. 18, CN, y 8º, inc. 1º, Convención Americana sobre Derechos Humanos; Fallos 329:445; 330:1369;
332:1492 y sus citas). Por lo tanto, y de conformidad con el criterio que se deriva de tales precedentes,
corresponde que sea esta Corte la que ponga fin a la presente causa —en cuanto aquí se trata— declarando
la extinción de la acción penal por prescripción, lo cual torna abstractos los agravios del Fisco Nacional(53).
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"La imposibilidad de hacer efectivo el cobro del crédito no lo exime (al imputado) de pena puesto que la
exigibilidad del crédito fiscal no es un elemento de la tipicidad ni una condición objetiva de punibilidad. Más allá
de lo resuelto por el juez concursal, ha de concluirse que la prueba de la existencia del delito y de la deuda
fiscal que lo genera, queda exclusivamente en manos del Tribunal que lo juzga, quien tiene la posibilidad de
objetar por cualquier tipo de prueba las presunciones que —en su caso— utilice el ente recaudador para
determinar la materia imponible".
"La sujeción de esta jurisdicción a lo resuelto en sede concursal impediría el cumplimiento del objeto del
proceso penal cual es la búsqueda de la verdad real, es decir, la comprobación de un hecho delictuoso a
través de los medios probatorios —de la índole que fueran en atención al sistema de la libertad probatoria—
que se encuentran al alcance del juez penal y le provoquen la convicción de la existencia del hecho contenido
en la imputación".
El tribunal afirma que la decisión de la justicia en lo comercial no ha transformado al crédito fiscal en una
obligación inexistente sino en una obligación natural, que obsta a su exigibilidad por el Fisco; agregando que
conforme al art. 1105 del Cód. Civil (69), la sentencia del juicio civil sobre el hecho no influirá en el juicio criminal,
ni impedirá ninguna acción criminal posterior intentada sobre el mismo hecho o sobre otro que con él tenga
relación.
"Por otra parte, tampoco el Cód. Proc. Penal de la Nación establece sanción alguna para el caso de
promoción de la acción penal sin la previa determinación de oficio por lo que no corresponde fulminar el acto
inicial del proceso con su invalidez dado el régimen restrictivo de nulidad instituido en el art. 166, Cód. Proc.
Penal. En rigor, el art. 18, parte 1ª, ley 24.769, en cuanto establece que el organismo recaudador formulará
denuncia una vez dictada la determinación de oficio de la deuda tributaria, indica los trámites que debe cumplir
un organismo dependiente del Poder Ejecutivo nacional pero no regula la actuación del Ministerio Público
Fiscal que es un órgano 'independiente y con autonomía funcional' (art. 120, CN), libre de injerencia de aquel
poder, ni la actuación del Poder Judicial".
deuda tributaria, como condición de procedibilidad de la acción penal no existe agravio a las atribuciones del
Ministerio Fiscal. Por el contrario, se trata de una razonable política legislativa tendiente a que la acción penal
se promueva solo cuando exista convicción de la comisión de un ilícito.
Por ello, cuando la denuncia penal fuere formulada por un tercero, el juez remitirá los antecedentes al
organismo fiscal a fin de que este inicie los procedimientos de verificación, y determine en su caso la
obligación fiscal (art. 18, in fine, ley 24.769), con lo que establece la prelación de la determinación
administrativa condicionante de cualquier investigación en sede penal.
Y decimos que el art. 18 de la ley 24.769 establece un supuesto de prejudiciabilidad impropia, puesto que la
emisión del acto administrativo de determinación de la deuda es condición de procedibilidad de la acción penal,
mas ello no obsta a que en sede penal se discierna la materialidad de los hechos que tuvo en cuenta el
organismo fiscal para determinar la deuda tributaria(72). Si la AFIP objetó determinadas compras declaradas por
el contribuyente por considerar el carácter apócrifo de los documentos aportados, o impugnó los créditos
fiscales del IVA y deducción en el impuesto a las ganancias al cuestionar los medios de pago utilizados para la
cancelación de las operaciones en contravención a la ley 25.545, ello no impide que en sede penal, ante la
acreditación de la veracidad de las operaciones realizadas, se arribe a la eximición de responsabilidad de los
imputados, por inexistencia de las diferencias de verificación determinadas por el organismo fiscal. La
determinación de la deuda fiscal es materia propia del proceso penal, pues el Poder Judicial no puede
encontrarse sujeto a lo resuelto por la Administración, ya que ello importaría una renuncia al control judicial de
la materia(73).
En tanto la eximición de responsabilidad penal llegue de consuno a las circunstancias fácticas atinentes a la
materialidad de los hechos, esa decisión se proyecta sobre la determinación del tributo efectuada por la
Administración, a tenor de la previsión de los arts. 20, in fine, de la ley 24.769, y 1103 del Cód. Civil(74).
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figura de los arts. 1º, 2º, 7º y 8º de la ley 24.769, sin que esa decisión incida sobre la determinación tributaria
efectuada por la Administración.
8. EL AGENTE ENCUBIERTO
La ley 26.044introduce en el art. 35 de la ley 11.683 la figura del agente encubierto, facultando a la AFIP a
autorizar a sus agentes, mediante orden de juez administrativo, a que actúen en calidad de compradores o
locatarios de obras y servicios a fin de constatar el cumplimiento por parte de los contribuyentes de la
obligación legal de emitir y entregar facturas o comprobantes equivalentes por las operaciones realizadas. La
orden del llamado juez administrativo debe estar fundada en los antecedentes fiscales del contribuyente que
obren en el organismo fiscal.
La figura del agente encubierto para comprobar la comisión de delitos tuvo su ingreso en la legislación
argentina a través de la ley 24.424, modificatoria de la ley 23.737(81)en materia de narcotráfico, y con la ley
26.044 se incorpora a la legislación tributaria para comprobar el cumplimiento de la obligación de emitir
facturas por parte de los agentes económicos alcanzados por la ley 11.683. El art. 35 de la ley 11.683 no
autoriza la utilización de esta figura en forma indiscriminada o generalizada, sino respecto de contribuyentes
cuyos antecedentes hagan aconsejable recurrir a ella, como forma de comprobar eventuales transgresiones a
la obligación de emitir facturas. A efectos de autorizar, en cada caso concreto, el ejercicio de tales atribuciones,
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el llamado juez administrativo deberá emitir el correspondiente acto administrativo en el que consignará los
antecedentes del contribuyente de que se trate.
La doctrina de la Corte Suprema de la Nación afirma que el empleo de un agente encubierto para la
averiguación de los delitos no es por sí misma contraria a garantías constitucionales. Una cuidadosa
comprensión de la realidad de nuestra vida social común, y en especial del hecho comprobado de que ciertos
delitos de gravedad se preparan e incluso ejecutan en la esfera de la intimidad de los involucrados en ellos,
como sucede particularmente con el tráfico de estupefacientes, impone reconocer que esos delitos solo son
susceptibles de ser descubiertos y probados si los órganos encargados de la prevención logran ser admitidos
en el círculo de intimidad en el que ellos tienen lugar. Por tal razón, una interpretación prudencial de las
garantías procesales contenidas en la Constitución Nacional permite aceptar, bajo ciertas restricciones, el
empleo de agentes encubiertos de modo similar al que se lo admite en otros países en los que las reglas del
Estado de derecho prescriben garantías análogas a las que rigen en la República Argentina (como los Estados
Unidos y la República de Alemania)(82).
La conformidad con el orden jurídico del empleo de agentes encubiertos —sigue diciendo la Corte—
requiere que el comportamiento de estos se mantenga dentro de los principios del Estado de derecho, lo que
no sucede cuando el agente encubierto se involucra de tal manera que hubiese creado o instigado la ofensa
criminal en la cabeza del delincuente, pues la función de quienes ejecutan la ley es la prevención del crimen y
la aprehensión de los criminales, pero esa función no incluye la de producir el crimen tentando a personas
inocentes a cometer esas violaciones. De tal modo cabe distinguir los casos en que los agentes del gobierno
simplemente aprovechan las oportunidades o facilidades que otorga el acusado predispuesto a cometer el
delito, de los que son producto de la actividad creativa de los oficiales que ejecutan la ley, en los que procede
desechar las pruebas obtenidas por la actividad criminógena de la policía, bajo lo que en el derecho americano
se conoce como defensa de entrapment.
La circunstancia de que se exima al agente encubierto de requerirle expresamente al contribuyente la
emisión de la factura por la operación realizada no permite considerar a aquel como agente provocador o
instigador de la infracción cometida. El contribuyente no necesita que el adquirente o locatario lo insten al
cumplimiento de obligaciones formales que obstaculizan o impiden maniobras de evasión fiscal. El flagelo de la
evasión fiscal, que corrompe el principio de solidaridad social, exige el debido cumplimiento, en tiempo y forma,
de las obligaciones tributarias, y para el logro de ese objetivo la figura del agente encubierto, en la forma en
que se encuentra regulada en la ley 11.683, constituye un instrumento eficaz que no lesiona derechos de
orden constitucional.
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dispone que la sentencia del juez correccional será inapelable, contraviniendo de esa forma el art. 8º, punto 2º,
inc. h), CADH, y art. 14, punto 5º, PIDCyP.
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adecuada actividad fiscalizadora, finalidad que, en sí, se ve comprometida por tales comportamientos
omisivos(93).
Íntimamente vinculado con la verificación aparece el deber de colaboración o información por parte de
terceros. Sin perjuicio de los datos que la Administración obtiene de los contribuyentes o responsables, puede
también obtener información a partir de terceras personas obligadas a colaborar con ella, proporcionando
información con trascendencia tributaria. El deber de colaborar con el Fisco recae no solo sobre los
contribuyentes directamente afectados, sino también respecto de quienes puedan representar una ayuda
relevante en la tarea de alcanzar la equidad en la tributación.
El derecho a requerir información de terceros es uno de los bienes protegidos con mayor intensidad y
regulados con exacerbada minuciosidad y extensión por la Administración.
La ley 11.683 otorga atribuciones a la DGI en orden a requerir de entes estatales y privados, bolsas,
mercados, personas físicas o jurídicas, contribuyentes y responsables en general, información tendiente a
facilitar la verificación y determinación de los gravámenes a su cargo (arts. 35 y 107).
El incumplimiento de tales deberes formales se encuentra penado en la ley 11.683 con pena de multas, que
en el caso de incumplimientos referidos a regímenes generales de información oscilan entre $ 2.500 y $
45.000, previéndose también las penas de clausura y suspensión de la matrícula, licencia o inscripción registral
para los supuestos indicados en el art. 40 de la ley.
En la medida en que el aporte de documentación e información por parte del contribuyente se utilice para la
verificación del debido cumplimiento de sus obligaciones fiscales, sin trascendencia en la esfera penal, no se
vulnera el derecho consagrado en el art. 18 de la CN.
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a) la efectiva actuación del deber constitucional de contribuir (art. 31, CE) exige que el ordenamiento
jurídico otorgue a la inspección generosas atribuciones para el ejercicio de las potestades administrativas de
investigación, comprobación, liquidación e imposición de sanciones;
b) las facultades de la inspección en el ejercicio de las funciones que le son propias encuentran límites
irrebasables en el texto del art. 24.2 de la CE, que contiene una serie de garantías que son de aplicación en el
procedimiento de inspección, ya camine este confundido con el procedimiento sancionador, ya sea
simplemente su antesala. El sujeto pasivo tiene derecho a no autoinculparse en el procedimiento sancionador
y en cualquier procedimiento tributario que sea preparatorio de este;
c) el derecho a no autoinculparse nace desde el inicio mismo de las actuaciones investigadoras o
comprobadoras, que se debe notificar formalmente al sujeto pasivo. Este debe ser advertido, al inicio de las
actuaciones inspectoras, de la posible posterior incoación de un expediente sancionador con base en los datos
que declarare. De no hacerse esta advertencia, los datos recabados del sujeto pasivo no podrán utilizarse
como prueba en el expediente sancionador.
Esta tesis borra de un plumazo los deberes de colaboración con las tareas de comprobación de los
organismos fiscales. En la medida en que se aporten los elementos o documentos requeridos por la
inspección, siempre existirá el riesgo de que, con esa información, con la que colecte la Administración de
terceros y con los indicios con que cuente —sobre todo en atención a las atribuciones que posee en materia de
determinación presuntiva— se determinen diferencias de verificación, lo que conlleva la instrucción del
pertinente sumario para la aplicación de las sanciones por omisión o defraudación (arts. 70 y ss., ley 11.683) y,
en su caso, la promoción de la pertinente denuncia o querella en el marco de la Ley Penal Tributaria y
Previsional.
Por tanto, cabría admitir el derecho del contribuyente a no colaborar con la Administración fiscal, lo cual
entorpecería en grado sumo la facultad-deber de esta, indispensable para asegurar una efectiva justicia
tributaria.
Ramón Falcón y Tella, por su parte, sostiene firmemente que si bien en el proceso de comprobación existe
la obligación legal de declarar y colaborar activamente con la inspección, dichos datos aportados por el
contribuyente no se pueden utilizar en el proceso sancionador(96).
La ley española 1/1998, de derechos y garantías de los contribuyentes, se inclina por permitir la utilización
en el proceso sancionador de los datos de pruebas aportados por el contribuyente en las actuaciones de
comprobación, exigiendo que tales elementos de prueba deben ser incorporados formalmente al expediente
sancionador antes del trámite de audiencia correspondiente a este último.
La ordenanza tributaria alemana dispone que no se admitirán en el procedimiento de imposición medidas
coactivas contra el obligado tributario cuando estas tiendan a constreñirlo a acusarse a sí mismo de un delito
tributario o de una infracción administrativa tributaria, siempre que se haya incoado contra él un procedimiento
penal por tales hechos. O sea, en la medida en que previamente no se haya promovido un procedimiento
sancionador, no rige la inmunidad de declaración, no existiendo impedimento para que las pruebas aportadas
por el contribuyente puedan utilizarse en el proceso penal incoado con posterioridad (art. 393.1).
En cambio, los aportes que el obligado tributario hubiese efectuado en cumplimiento de deberes jurídico-
tributarios, antes de incoarse un procedimiento penal o desconociendo su existencia, no se podrán utilizar
contra él en la persecución de un hecho que no constituya delito tributario, salvo el caso de tratarse de delitos
cuya persecución sea de imperioso interés público (art. 393.2).
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La Corte reconoce que aun cuando el art. 6º de la Convención para la Protección de los Derechos
Humanos y de las Libertades Fundamentales(98)no los menciona expresamente, el derecho a permanecer
callado y el de no contribuir a su propia incriminación se encuentran en el centro de la noción del debido
proceso consagrado por dicho artículo.
El Tribunal de Estrasburgo ha sido terminante al señalar en el párr. 74 de la sentencia que "las exigencias
generales de equidad consagradas en el art. 6º —incluido el derecho a no contribuir a la propia incriminación—
se aplican a los procesos penales que conciernen a todos los tipos de infracciones criminales, desde las más
simples hasta las más complejas. No cabe invocar el interés público para justificar el uso de declaraciones
obtenidas coactivamente en una investigación no judicial para incriminar al acusado en el curso de la instancia
penal. Se debe destacar, en este punto, aplicando la legislación pertinente, que las declaraciones obtenidas
por el Departamento de Represión de Fraudes en el ejercicio de sus poderes coercitivos no pueden, en
principio, ser llevadas como prueba en el proceso ulterior contra el interesado. Por otra parte, no es debido a
que el requirente haya hecho las declaraciones antes de ser inculpado, que su utilización ulterior en el proceso
penal constituye un atentado a este derecho".
La Corte, en el párr. 71 de la sentencia, fijó con precisión el alcance de la prohibición de utilizar en el
proceso penal las declaraciones obtenidas coercitivamente en el procedimiento administrativo, al expresar que
"habida cuenta de la noción de equidad consagrada en el art. 6º, el derecho del acusado de no contribuir a su
propia incriminación no podría razonablemente limitarse a las confesiones de ilícitos u observaciones que lo
pondrían directamente en tela de juicio. Un testimonio obtenido bajo coacción que parece en un primer
momento desprovisto de carácter incriminatorio —tal como las observaciones disculpando al autor o simples
informaciones sobre cuestiones de hecho— pueden ser utilizadas a continuación en el proceso penal como
apoyo de la tesis de la incriminación, p. ej., por contradecir o arrojar dudas sobre otras declaraciones del
acusado, o sobre sus deposiciones a lo largo del proceso, o incluso socavar su credibilidad. En el caso de que
esta credibilidad esté sometida a la apreciación de un jurado, el recurrir a tales testimonios puede perjudicar
particularmente a su autor".
De la inmunidad de declaración se desprende que el silencio no puede ser tomado como una circunstancia
para establecer la culpabilidad del acusado. Esta cuestión fue abordada por la Corte en la sentencia del
8/2/1996 en el caso "John Murray c. Reino Unido", en que el condenado por terrorismo alegaba la violación al
art. 6º de la Convención Europea de Derechos Humanos a causa de las conclusiones extraídas por las
autoridades de Irlanda del Norte de la falta de una explicación razonable del imputado ante el cúmulo de
probanzas reunidas.
La Corte consideró que no existía violación a la Convención sobre este aspecto, atento al carácter
abrumador de los cargos establecidos por la Fiscalía. Recuerda el tribunal que cuando la policía penetró en la
casa donde el IRA tenía secuestrada a una persona, el imputado se encontraba allí, lo cual fue corroborado
por declaración del propio secuestrado y otras probanzas. De ahí que la falta de una explicación razonable
sobre su estada en la casa y la consiguiente prueba al respecto(99)no contribuyeron a amenguar la convicción
sobre su participación en el hecho delictivo. Mas la condena no se basó en el silencio del imputado, sino en las
pruebas consideradas abrumadoras, no desvirtuadas por testimonio creíble del acusado o de otros partícipes o
terceros.
En el caso "Funke c. Francia", el Tribunal, en sentencia del 23/2/1993, desechó la existencia del deber del
requerido de aportar a la autoridad aduanera los documentos tendientes a investigar sus bienes y actividades
financieras en el extranjero.
Como consecuencia de una inspección domiciliaria e incautación de documentos llevada a cabo en el
domicilio del Sr. Funke por la policía aduanera de Estrasburgo, se inició un proceso en el cual se condenó al
requerido a exhibir documentación de sus operaciones en el extranjero y se le aplicaron astreintes para vencer
su oposición.
En su presentación ante la Corte, Funke alegó que la condena penal por negarse a exhibir los documentos
solicitados por la Aduana desconoció su derecho a un debido proceso, garantizado por el art. 6º, párrs. 1º y 2º,
de la Convención, violando el derecho a no declarar contra sí mismo; y aunque la Administración francesa no
promovió demanda por infracción a la reglamentación de relaciones financieras con el extranjero, inició un
proceso penal que tendía a forzar al Sr. Funke a colaborar en su propia acusación.
El gobierno francés fundó su posición en el carácter declarativo del régimen aduanero y cambiario que
ahorra al contribuyente una inquisición sistemática en sus asuntos, pero como contrapartida le impone el deber
de conservar durante algún tiempo los documentos relativos a sus rentas y su patrimonio y ponerlos a
disposición de la Administración. Estrictamente controlado por la Corte de Casación, este derecho del Estado a
la exhibición de ciertos elementos no implica, para los interesados, una obligación de autoincriminación.
No obstante que la Comisión participó del criterio del gobierno francés, la Corte se apartó de sus
conclusiones. En el párr. 44 de la sentencia la Corte sostuvo que los agentes de aduana provocaron la
condena del Sr. Funke para obtener ciertos elementos, cuya existencia suponían sin tener certeza de ello. A
falta de poder o querer procurárselos por otro medio, intentaron obligar al requirente a que él mismo
proporcionara la prueba de las infracciones que habría cometido. Las particularidades del derecho aduanero —
concluye el tribunal— no pueden justificar tal atentado al derecho de todo "acusado", en el sentido autónomo
que el art. 6º atribuye a este término, a guardar silencio y no contribuir a su propia incriminación.
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En una más reciente decisión recaída en la causa "J. B. c. Suiza" (3/5/2001), la Corte Europea ratificó dicha
doctrina. La Administración Federal de Contribuciones tuvo conocimiento de que J. B. había realizado
inversiones durante los años 1979 a 1985 en determinadas sociedades, cuyos montos no habían sido
declarados, a raíz de lo cual requirió a J. B. que declarara el origen de los fondos que ascendían a 238.000
francos suizos, de conformidad con el art. 131.1 del decreto del Consejo Federal que dispone que toda
persona sujeta a tributo está obligada a cooperar con la administración fiscal. Ante la negativa del
contribuyente a satisfacer la requisitoria, la administración fiscal le aplica sucesivas multas de orden tendientes
a vencer su resistencia. J. B. recurre ante el Tribunal Federal, alegando que en virtud del art. 6º de la
Convención Europea no está obligado a incriminarse. Dicho tribunal sostiene que la obligación de pagar los
impuestos no se analiza como una sanción penal, y que el art. 6º.1 de la Convención no puede amparar el
derecho de guardar silencio respecto de la fiscalización, que haría al control más complejo, casi imposible.
Luego de la sentencia, J. B. y la administración cantonal concluyeron el 28/11/1996 un convenio poniendo fin a
todos los procedimientos fiscales y penales, quedando excluido de este una de las cuatro multas de orden
aplicadas por la administración cantonal.
La decisión de la Corte Europea de Derechos Humanos comprende exclusivamente dicha multa de orden, y
al respecto expresa que si bien el art. 6º de la Convención no menciona expresamente el derecho a guardar
silencio y el de no contribuir a su propia incriminación, son principios internacionales generalmente reconocidos
que están en el corazón de la noción de proceso imparcial, consagrado por el art. 6º.1. En particular, el
derecho a no contribuir a la propia incriminación presupone que las autoridades traten de fundar sus
argumentaciones sin recurrir a elementos de prueba obtenidos por coacción o presión, despreciando la
voluntad del acusado. Poniéndolo a este al abrigo de una coacción abusiva de parte de las autoridades, esta
inmunidad concurre a evitar los errores judiciales y a garantizar el resultado querido por el art. 6º.1 de la
Convención. Respecto del argumento de la autoridad fiscal de que una separación de los procedimientos de
imposición ordinaria y penal por evasión fiscal presentaría dificultades de orden práctico, la Corte destaca que
su labor consiste en investigar si los Estados contratantes han alcanzado el resultado deseado por la
Convención, y no en indicarles los medios a utilizar para permitirles ejecutar sus obligaciones de acuerdo con
ella.
La Corte Europea de Derechos Humanos volvió a reiterar en la causa "Chambaz c. Suiza"(100)que la
aplicación de multas por parte de la Comisión de Impuestos del Distrito de Aubone y por las autoridades
fiscales del Canton de Vaud por haberse negado el accionante a presentar todos los documentos solicitados
en las investigaciones por evasión fiscal implicaba una violación al art. 6.1º de la Convención para la
Protección de los Derechos Humanos y de las libertades Fundamentales, de cuyo texto se deriva el derecho
de no autoincriminarse penalmente.
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los propios condenados bajo la admonición de sanciones y penas privativas de libertad en el curso de las
actuaciones administrativas de carácter inquisitivo".
Dicha doctrina judicial no suscita mayor convencimiento, puesto que si en definitiva la documentación
requerida al administrador de la persona jurídica termina por incriminarlo penalmente, por revestir calidad de
sujeto activo del delito, es manifiesto que el distingo que se hace entre la persona del administrador de la
persona jurídica y esta no significa más que un subterfugio que trata de disimular el rechazo de la doctrina de
la Corte Europea de Derechos Humanos.
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utilización en el proceso penal transgrede el derecho a no declarar, de consuno con la doctrina anglosajona de
los "frutos del árbol venenoso".
Si el contribuyente reconoce llevar un doble juego de contabilidad y confiesa que los libros que registran las
operaciones reales se encuentran en un determinado lugar, su posterior secuestro permitirá la utilización de
sus constancias en el procedimiento de determinación de oficio, mas no en el proceso sancionador para fundar
una condena penal por omisión o defraudación.
La doctrina de la Corte Suprema de la Nación ha sentado la regla según la cual una prueba obtenida en
violación de garantías constitucionales no debe ser usada en contra del titular de esa garantía. Las sentencias
más relevantes recayeron en las causas "Charles Hnos."(105), "Montenegro"(106), "Fiorentino"(107), "Rayford"(108)y
"Ruiz"(109), entre otras.
Según lo enunció la Corte, el otorgar valor al resultado de un delito y apoyar sobre él una sentencia judicial
es contradictorio con el reproche formulado y compromete a la buena administración de justicia al pretender
constituirla en beneficiaria del hecho ilícito. En otras ocasiones la Corte señaló que cuando la incautación del
cuerpo del delito es el fruto de un procedimiento ilegítimo, reconocer su idoneidad para sustentar una condena
equivaldría a admitir la utilidad de medios ilícitos en la persecución penal, haciendo valer contra el procesado
la evidencia obtenida con desconocimiento de garantías constitucionales.
De ello se sigue que las pruebas obtenidas en el proceso administrativo de verificación fiscal, en función del
deber de colaboración, no se pueden utilizar para fundar una condena penal, en transgresión a la inmunidad
de declaración, que se alza como un valladar inexpugnable en defensa de la dignidad de las personas.
Por otra parte, en sede penal no procede en modo alguno exigir el aporte de documentación que pueda
incriminar a la persona a quien se le requiere. No compartimos la doctrina judicial que afirma que el derecho
consagrado en el art. 18 de la CN está circunscripto a las personas de existencia visible, por lo cual la persona
física a quien se intima a presentar documentación de una persona jurídica no puede invocar la aludida
cláusula constitucional, aun en la hipótesis de que de esos documentos pudieran derivar riesgos de
incriminación(110). Esto significa lisa y llanamente renegar de un principio constitucional que hace a la dignidad y
libertad individuales. No se comprende bien el distingo que se pretende hacer entre documentos personales y
pertenecientes a una persona jurídica, cuando existe riesgo de incriminación de la persona física a quien se la
coacciona a su presentación.
11. LA ADOPCIÓN POR LA CORTE DE LOS PRINCIPIOS DE DERECHO PENAL LIBERAL EN MATERIA
TRIBUTARIA
Más allá de algunos fallos en los cuales la Corte(112), para justificar la aplicación de sanciones penales en
materia tributaria a personas de existencia ideal, sostuvo que en la especie no se aplican las reglas comunes
relativas a la responsabilidad por actos delictuosos, sin dejar trascender su adhesión al principio de la
responsabilidad objetiva al no precisar los alcances de su doctrina, no cabe atribuirle a nuestro más Alto
Tribunal haber acogido, en momento alguno, el criterio de que la delictuosidad del acto tributario penal se juzga
solo en su aspecto formal, sin considerar intenciones(113).
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De todos modos, a partir de la década del 60 la Corte Suprema, primero en forma implícita(114)y luego en
forma explícita, se adhirió, clara y categóricamente, al principio de que no hay pena sin culpa en materia
represiva fiscal. En la causa "Parafina del Plata SA"(115), la Corte señaló que el art. 45 de la ley 11.683, t.o.
1960, que tipificaba la figura de la defraudación fiscal, "responde al principio fundamental de que solo puede
ser reprimido quien sea culpable, es decir, aquel a quien la acción punible le pueda ser atribuida tanto objetiva
como subjetivamente".
La disidencia de los Dres. Chute y Bidau no parece estar en pugna con el principio establecido por la
mayoría, sino que se orienta a sostener que la figura de la retención indebida se configura por la intención de
no depositar en término los importes retenidos, sin que sea necesario que la voluntad del agente deba estar
dirigida al propósito de defraudar al Fisco. La exigencia de ese propósito en la intención del agente se da si se
enlaza el primer párr. del art. 45 de la ley con el segundo, criterio interpretativo que la minoría rechaza(116).
En la causa "Rovia"(117), dictada pocos meses antes, la Corte ya había establecido, por voto unánime de los
miembros que suscriben el fallo —Dres. Cabral, Chute y Bidau— que interpretar el art. 198 de la Ley de
Aduana, t.o. 1962, en forma tal que consagre la aplicación automática de la pena ante la sola ausencia de
adherencia fiscal resulta frustratorio de la garantía constitucional de la defensa en juicio (art. 18, CN).
Luego de reiterar en numerosas decisiones(118)su expreso rechazo al principio de la responsabilidad
objetiva, la Corte, en materia de contribuciones al sistema de seguridad social(119), adoptó expresamente la
interpretación que hemos acogido respecto del principio nullum crimen, al señalar que el derecho penal, en
cualquiera de sus ramas, constituye un sistema riguroso y cerrado, formado por ilicitudes discontinuas, que no
tolera, por la naturaleza de los objetos jurídicos de que trata, ningún tipo de integración, extensión o analogía
tendientes a completar los elementos esenciales de las figuras creadas por la ley; concepto este recibido
indudablemente por el art. 18 de la CN.
En decisión referida a la figura del art. 45 de la ley 11.683, t.o. 1974, la Corte, en la causa "Usandizaga,
Perrone y Juliarena SRL"(120), reitera los principios sustentados en anteriores decisiones referidos a que no hay
pena sin culpa y a la tipicidad de la acción. La disidencia del Dr. Gabrielli no discrepa en absoluto de dichos
principios(121), circunscribiéndose a sostener que la configuración de la infracción de retención fiscal no exige la
realización de ardid alguno tendiente a inducir a error al Fisco, como lo sostiene la mayoría del tribunal.
Reiterada dicha doctrina en la causa "Bilicich, Juan Miguel"(122), se ha venido manteniendo hasta la
actualidad(123), en que la Corte Suprema, en cuestiones de índole sancionatoria, ha consagrado el criterio de la
personalidad de la pena, que, en su esencia, responde al principio fundamental de que solo puede ser
reprimido quien sea culpable, es decir, aquel al cual la acción punible le pueda ser atribuida tanto objetiva
como subjetivamente.
Ha sido sin duda un largo proceso que ha culminado con la afirmación de principios que hacen a la
dignificación de la persona humana. Dichos principios fluyen implícita, pero inequívocamente, de la
Constitución Nacional razonablemente interpretada, según las circunstancias y exigencias del mundo que nos
toca vivir. El tránsito a través de ese extenso camino se vio entorpecido por las desviaciones que el propio
derecho penal común sufrió como consecuencia de influencias políticamente indeseables, y por la falsa
creencia de que la especificidad de determinadas ramas del derecho autorizaba a dejar de lado principios que
regían en aquel, a aplicarlos con menor rigidez o a introducirles variantes que los desnaturalizaban en su
esencia. Hoy podemos afirmar que, a la luz de la jurisprudencia de la Corte Suprema, en materia de derecho
tributario penal tienen plena vigencia los derechos y libertades constitucionales.
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La idea plasmada en la ley 23.771 tuvo su origen en el proyecto de Ley de Emergencia Económica remitido
por el Poder Ejecutivo, cuyo capítulo XXVIII innovaba sustancialmente en materia penal tributaria y previsional,
propiciando soluciones objetables que denunciaban la adhesión a criterios reñidos con los principios del
derecho penal liberal(124). Modificado en lo esencial el proyecto por el Congreso de la Nación, el Poder
Ejecutivo vetó por dec. 769/1989 el capítulo XXVIII de la ley 23.697. Ello originó la remisión de un nuevo
proyecto del Poder Ejecutivo al Congreso, el que finalmente, con las modificaciones introducidas por este, se
convirtió en la ley 23.771, luego sustituida por la ley 24.769.
La elevación considerable de las penas por ilícitos tributarios no constituye un instrumento adecuado para
combatir la evasión fiscal, propósito fundamental para el restablecimiento de la fe pública, cuya consecución la
ley persigue. En orden a combatir la evasión fiscal, el Estado tiene un largo camino a recorrer, en cuyos últimos
tramos se debería inscribir la modificación del régimen penal tributario.
Esencialmente, lo primordial en la materia es recrear una verdadera conciencia tributaria, pacientemente
destruida por el Estado, que, violando el principio de igualdad, concedió en forma discrecional todo tipo de
subsidios, subvenciones, rebajas o diferimiento de tributos, y sancionó una serie de regímenes de
regularización fiscal, de moratoria y condonación de sanción de multas e intereses, blanqueos, etc., creando
irritantes desigualdades entre quienes evaden y quienes cumplen con sus obligaciones impositivas.
Si tenemos en cuenta que en el último cuarto de siglo XX tales regímenes de regularización fiscal se
vinieron sucediendo con una periodicidad que no va más allá de los cuatro años, y a ello le agregamos la
manifiesta ineficacia de los organismos fiscales para detectar incumplimientos a las leyes tributarias y el
prolongado lapso de tramitación del contencioso fiscal, que en sus tres etapas —Tribunal Fiscal, Cámara en lo
Contencioso Administrativo Federal y Corte Suprema— puede insumir normalmente una década, se observa
que el infractor a las leyes fiscales tiene asegurada una total impunidad.
Nuestro sistema impositivo, que desprecia el principio de igualdad de oportunidades, y que ha convalidado
reiteradamente la ilegalidad, desentendiéndose de los efectos psicológicos de tales medidas, ha engendrado el
germen de su autodestrucción, desarrollando en la población un sentimiento de tolerancia hacia la evasión
fiscal, a la cual no se considera un vicio detestable(125).
Un régimen intrínsecamente injusto constituye un poderoso estímulo a la evasión fiscal. Ello nos permite, en
orden a juzgar el criterio de política criminal que informa la legislación penal tributaria, afirmar con palabras de
Adam Smith(126)que "la ley, contrariamente a los principios de justicia, suscita, primero, la tentación de infringirla
y, después, castiga a quien la viola, y, por lo común, agrava la penalidad en proporción a las circunstancias que
debieron contribuir a mitigarla, o sea, el ánimo propicio a la comisión del delito".
12.2. Competencia del Estado nacional para crear delitos en tutela de las haciendas provinciales
En el trámite parlamentario de la ley 26.735 se levantaron voces cuestionando la competencia
constitucional del Estado federal de crear delitos en protección de las haciendas provinciales, reabriéndose el
debate suscitado con motivo de la sanción de la ley 23.771. En ese sentido, el diputado Martínez(127)sostuvo
que siendo que les compete a las provincias legislar en materias no delegadas en el gobierno nacional como
es la tributaria, a ellas les corresponde establecer el régimen represivo. En igual sentido se expidió el diputado
Aguad(128), a fin de no restringir o entorpecer la sanción, a nivel local, de leyes de regularización fiscal que no
podrían amnistiar los delitos comprendidos en el proyecto en definitiva sancionado como ley 26.735(129).
Enhorabuena que se restrinjan las facultades para amnistiar defraudaciones fiscales que desestimulan la lucha
contra el delito.
En la medida que las provincias han delegado en el Congreso de la Nación el dictado del Cód. Penal (arts.
75, inc. 12, y 128, CN), la legislación puede instituir delitos en tutela de las haciendas locales, como otros en
protección de las administraciones públicas, comprensivas tanto de las nacionales, como de las provinciales y
municipales.
Por lo demás, dejar librada la protección de las haciendas locales al régimen contravencional que ellas
establecieren, colocaría a las administraciones provinciales en desventaja respecto del Estado nacional, pues
no puede pensarse seriamente en imponer, a nivel contravencional penas muchas veces mayor a tres años de
prisión, porque ello nos llevaría a un extremo en que no solo se excedería un límite de prudencia, sino que se
daría al hecho carácter delictivo por el monto de la pena impuesta, en abierta trasgresión constitucional(130).
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En razón de la facultad del Congreso de la Nación de dictar el Cód. Penal se han suscitado discrepancias
sobre los poderes provinciales para instituir contravenciones o faltas o sobre los alcances de dichos poderes.
Algunos, partiendo de la identificación cualitativa entre delitos y contravenciones(131), han afirmado que la
represión de las faltas compete, como la de los delitos al Congreso(132)o ante la necesidad de reconocerles a
las provincias algún poder, han tratado de reducirlo a su mínima expresión: ya sea poniendo un límite que no
podía superar el de las penas mínimas contenidas en el Cód. Penal, o propugnando que el Congreso fije el
máximo de las penas que las provincias pueden instituir(133).
La división de poderes entre Nación y provincias, consecuencia del régimen federal que la Constitución
proclama, determina como consecuencia la facultad de policía de esos poderes, ya que, otorgado o reservado
un poder lleva como necesaria implicancia la facultad de adoptar los medios para ponerlo en práctica; y
cuando ese poder se ejerza sancionando una prohibición, la conminación de penas será el medio natural(134).
De ese principio se deduce la facultad de la Nación o de las provincias de crear contravenciones como
consecuencia de los poderes respectivos, que será nacional o provincial, según sea el poder o facultad que
esas penas tutelan, un poder delegado en la Nación, reservado por las provincias o concurrente entre una y
otras.
En el ejercicio del poder de instituir contravenciones, las provincias no pueden establecer disposiciones que
importen alterar las figuras específicas del Cód. Penal(135), legislar de manera que queden prohibidas como
contravenciones ciertas acciones que el legislador ha querido dejar como lícitas al trazar las figuras
delictivas(136). El Cód. Penal está constituido por una serie limitada de definiciones cerradas de acción, que
permite definirlo como un sistema discontinuo de ilicitudes, en que al elevar una acción a delito elimina lo que
no prohíbe de la zona de la prohibición penal. De ahí que las provincias carecen de facultades para colmar
esas lagunas, por cuanto al delegar en la Nación las facultades de dictar el Cód. Penal, implícita y
necesariamente se comprometieron a respetar la zona de libertad.
De ahí, que como regla general se pueda afirmar que las provincias carecen de facultades para instituir
como contravenciones las figuras del Cód. Penal en su forma culposa, cuando este solo ha tipificado como
delito la forma dolosa. Sin embargo, en materia penal tributaria se impone otra conclusión.
En efecto, el legislador nacional al sancionar la ley 24.769, en el tercer párr. del art. 20, ha dejado a salvo la
aplicación por parte de la autoridad administrativa de las sanciones previstas en la ley 11.683, ponderando, de
ese modo, que el régimen contravencional en ella instituido, que crea a título de faltas, la trasgresión de
deberes formales (arts. 38 a 40), la omisión fiscal (art. 45) y la defraudación (art. 46), para los supuestos no
alcanzados por la ley 24.769, no resulta en modo alguno incompatible con esta ley.
De modo que si el legislador nacional considera compatible la coexistencia en el orden nacional del régimen
penal tributario, integrado con los delitos reglados en la ley 24.769, con el régimen contravencional regulado en
la ley 11.683, rechazando la idea de desnaturalización del régimen de la primera por parte de la segunda,
obviamente tal supuesta incompatibilidad tampoco cabe tenerla por configurada con la creación en el orden
provincial de un régimen contravencional tributario, en la medida en que no invada o desnaturalice los delitos
instituidos por la ley 24.769.
Esta conclusión se refuerza por la circunstancia que en materia tributaria las provincias no han delegado en
la Nación la potestad tributaria de que están investidas, por lo cual dicha potestad lleva implícita la facultad de
adoptar los medios conducentes para asegurar su aplicación efectiva.
Han quedado desplazadas las normas que regulan la defraudación fiscal, tanto en la ley 11.683 como en
los Código provinciales, en tanto las acciones u omisiones quedan aprehendidas por los delitos creados por la
ley 24.769, en virtud de la cual no solo son aplicables las penas privativas de libertad para las personas físicas
sino las de multa, suspensión de las actividades, cancelación de las personería, etc., art. 14 de ley 24.769, a
las personas jurídicas en cuyo nombre, ayuda o beneficio se hubieran consumado los delitos.
La aplicación por parte del juez de las sanciones a la persona física y a la persona jurídica constituye una
buena política criminal y evita que con posterioridad a la sentencia judicial, el organismo fiscal, sin alterar las
declaraciones de hechos contenidos en la sentencia, instruya el respectivo sumario, tendiente a la aplicación
de las sanciones previstas en la ley 11.683 a la persona jurídica. Por tanto, queda sin sustento el art. 17 de la
ley 24.769, que por lo demás habla impropiamente de sanciones administrativas, cuando las penas previstas
en los arts. 38 a 50 de la ley 11.683 son de naturaleza penal. El caso de ser el contribuyente una persona
física, la ley 24.769 solo prevé la aplicación de la pena de prisión, mas el organismo fiscal no puede aplicarle
las sanciones previstas en ley 11.683 por imperio del principio non bis in idem.
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No resulta congruente, acorde a dicho principio, que la evasión tenga una pena máxima de nueve años de
prisión, cuando en el Cód. Penal existen delitos más graves que tienen el mismo máximo que la evasión simple
y menor que la evasión agravada, como las lesiones graves (art. 90), el homicidio en riña (art. 95), ciertos
casos de violación (art. 120), la privación de la libertad personal (art. 142), determinados supuestos de hurto
calificado (art. 163), el robo (art. 164), las estafas y defraudaciones en sus máximas expresiones (arts. 172,
173 y 174), ciertas formas de intimidación pública (arts. 211 y 212), el comprometer la paz y la dignidad de la
Nación (art. 219), la sedición (art. 229), etc., sin contar que existen otros en que la pena máxima es menor,
supuestos todos en que el bien jurídicamente protegido es más valioso que el de las arcas fiscales(137).
Esta ausencia de razonabilidad de la pena de la defraudación fiscal, en función de la valoración social de
los bienes jurídicamente protegidos por las normas penales, hace viable su impugnación por
inconstitucionalidad con fundamento en los arts. 28 y 33 de la CN, doctrina adoptada por la Corte Suprema en
relación con el art. 38 del dec.-ley 6582/1958(138). Si bien con posterioridad el tribunal varió de criterio respecto
de la valoración de dicha norma(139), ello no importó de su parte abdicar de una tesis fundamental desde el
punto de vista constitucional: una norma penal puede ser inconstitucional por la naturaleza de la pena o por su
quantum, como puede serlo por su tipo penal.
Si bien el Congreso tiene amplias atribuciones en materia criminal, pudiendo escoger qué bienes se han de
amparar penalmente, cuáles conductas incriminar y qué penas aplicar, debe existir proporcionalidad entre la
conducta delictuosa, el bien tutelado y la pena, aunque esa proporcionalidad razonable no se mide única y
exclusivamente por la comparación abstracta y rígida de las escalas penales correspondientes al catálogo de
conductas incriminadas(140).
La ley 24.769 abandonó el criterio seguido por la ley 23.771 de la prejudicialidad de la causa penal sobre el
contencioso-administrativo, salvo en materia de sanciones (art. 20), estableciendo la necesidad del dictado del
acto administrativo de determinación de oficio del tributo o liquidación de las contribuciones de seguridad social
como condición para que el organismo fiscal pueda promover acción penal (art. 18). Con ello se trató de
superar los graves perjuicios que se podían ocasionar con la promoción de una causa penal sobre la base de
actos preparatorios del procedimiento de determinación de oficio de la obligación fiscal; actos que ni siquiera
obligan a la Administración(141).
Ahora, con la ley 24.769,independientemente del proceso penal, podrán ser tramitados por ante el TFiscal o
la CFed. Seg. Social los recursos que contra el acto administrativo de determinación o liquidación interpongan
los contribuyentes.
Esa independencia puede originar un verdadero escándalo jurídico, derivado de la existencia de sentencias
contradictorias, lo que impone no escatimar esfuerzos para arbitrar una solución superadora. La anterior
prejudicialidad del proceso penal sobre el contencioso-administrativo fue puesta en tela de juicio cuando desde
el contencioso-tributario se cuestionó su alcance al sostener que la Administración no podía quedar limitada a
simples actos liquidatorios o de mera abstención(142). La actual existencia de vías paralelas es apta para
potenciar conflictos.
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idem, y deviene inaplicable por las penas establecidas para la persona jurídica, por el art. 14, en cuyo nombre
o beneficio han sido ejecutados los hechos reprimidos por la ley24.769.
El legislador con la modificación de la ley 26.735 unificó en sede penal la aplicación de sanciones penales
tanto para los administradores de las personas jurídicas como para estas, en cuyo nombre o beneficio se
ejecutaron los hechos ilícitos, no quedando margen alguno para la aplicación de sanciones penales por la
administración, una vez dictada sentencia por el juez en lo penal.
Por tanto, admitir que luego de la sentencia penal condenatoria tanto para los administradores como para
las personas jurídicas, la autoridad administrativa aplique sanciones con base en las contravenciones
instituidas en la ley 11.683, nos enfrenta a un verdadero proceso kafkiano, que, amén de desconocer la regla
del non bis in idem, deviene irrazonable y, por ende, inconstitucional.
Se instituye de esta manera un doble procesamiento por una única acción, conculcándose el mencionado
principio, que se sustenta en los arts. 17 y 18 de la CN. Cabe recordar asimismo que el doble juzgamiento se
aparta de las prescripciones del Pacto de San José de Costa Rica, que adopta la regla non bis in idem
respecto del "inculpado absuelto". En el Pacto de Derechos Civiles y Políticos, aprobado por ley 23.313, con
vigencia a partir de su ratificación el 8/8/1986, se establece con mayor precisión: "Nadie podrá ser juzgado ni
sancionado por un delito por el cual haya sido condenado o absuelto por una sentencia firme de acuerdo a la
ley y el procedimiento penal de cada país" (art. 14, inc. 7º).
La violación a los derechos individuales se agrava cuando la ley, además de instituir un doble juzgamiento,
circunscribe el alcance de la cosa juzgada, emergente de la sentencia penal, a la sola materialidad de los
hechos. A estar a la literalidad de tal disposición, el sobreseimiento del procesado, en orden a los delitos
establecidos en la ley 24.769, por ausencia de culpabilidad, no impediría que se lo considerase incurso en
defraudación fiscal, a tenor de la figura del art. 46 de la ley 11.683.
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personales del imputado permitieran presumir fundadamente que este intentará eludir la acción de la justicia
(art. 316 y 317, Cód. Proc. Penal).
La ley 24.769 no contiene ninguna regulación en la materia. No obstante ello, la elevada escala penal de la
evasión agravada (arts. 2º y 8º, ley 24.769) —de tres años y seis meses a nueve años de prisión— parecería
responder a la intención de excluir la posibilidad de la excarcelación o eximición de prisión, de estar a la
literalidad del art. 316 del Cód. Proc. Penal, que establece: "...El juez calificará el o los hechos de que se trate,
y cuando pudiere corresponderle al imputado un máximo no superior a los ocho (8) años de pena privativa de
la libertad, podrá eximir de prisión al imputado. No obstante ello, también podrá hacerlo si estimare prima facie
que procederá condena de ejecución condicional...".
En el caso que nos ocupa, el mínimo de la escala penal superior a los tres años de prisión excluye la
posibilidad de ejecución condicional de la pena (art. 26, Cód. Penal), por lo cual solo cabría conceder la
excarcelación o eximición cuando el juez evaluare que no le corresponderá al imputado una pena superior a
los ocho años. No obstante ello, cabe señalar que la Corte Suprema de la Nación descalificó una norma
análoga del anterior Cód. de Procedimientos en lo Penal, en tanto obligaba al juez a ponderar la pertinencia de
una determinada condena antes del juicio(147). Por tanto, con independencia de la escala penal, se podrá
conceder el beneficio en la medida en que no existan elementos de juicio que hagan presumir que el imputado
intentará eludir la acción de la justicia o entorpecer las investigaciones. En ese sentido se ha orientado la
jurisprudencia(148).
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(32)CS, 4/11/1960, Fallos 248:232. El dictamen de la Procuración General lleva la firma de Ramón Lascano.
(33)CS, 11/2/1986, "Plaza, Oscar; Papponetti, Miguel; Pirillo, José", ED 118-514, nro. 24-25.
(34)Fallos 277:347; 281:297, 321:3160 y 330:4544.
(35)CNFed. Contenciosoadministrativo, sala 3ª, 7/3/1995, "Cooperativa Agrícola Regional Huinca Renancó
Ltda. c. DGI", DOT XVI-72.
(36)TFiscal, 21/6/1994, "Manuel Arijón y Cía. SRL", DOT XV-906; CNFed. Contenciosoadministrativo, sala
4ª, 6/6/1995, "La Industrial Alimenticia SA".
(37)TFiscal, 15/11/1993, "Rebasa, Mario Gregorio", PET del 28/12/1993, con cita del precedente, 17/2/1988,
"Nuncio de Rosa SRL s/impuesto al valor agregado"; íd., 16/3/1994, "Cadesa Cía. Arg. de Servicios SA"; íd.,
15/6/1994, "Schillaci, Roberto M."; íd., 20/5/1994, "Bocero, J. A., y Bocero R., Soc. de hecho", DOT XV-514 y
515; íd., sala B, 25/8/1994, "Rueda, Eduardo", DT X-193. El criterio del Tribunal Fiscal fue compartido por las
salas 3ª y 4ª de la CNFed. Contenciosoadministrativo, 20/7/1995, "Terceño, José Luis", DT XI-436, y del
31/8/1995, "Gatic SA", DT XII-185. La posición contraria fue sustentada por la sala 1ª de la Cámara en la
causa "Sánchez Granel Ingeniería", DTE XVIII-479.
(38)De la doctrina de la sala 1ª, de la CNFed. Contenciosoadministrativo en la causa mencionada en nota
anterior.
(39)S S , Jesús M., "Legislación penal socioeconómica", LL del 28/12/1993.
(40)CS, 4/12/1975, "Frigorífico Yaguané SA", ED 66-131; ver también sentencia del 1/12/1988, "Cerámica
San Lorenzo, s/apelación de multa ley 20.680", Fallos 311:2453; ídem, CS, 6/5/1997, "Argenflora SCA", Fallos
320:763 .
(41)M , Vicenzo, Tratado de derecho penal, Ediar, Buenos Aires, 1948, t. I, p. 325.
(42)S S , Jesús M., "Legislación...", cit., nota 35.
(43)CS, 6/5/1997, "Dante SRL c. ANA", Fallos 320:769.
(44)CS, 23/10/2007, "Palero, Jorge Carlos s/recurso de casación", Fallos 330:4544.
(45)Computados desde la comisión del delito.
(46)Fallos 311:274; ED 129-145, con nota desaprobatoria de B C .
(47)CS, 7/4/1995, "Giroldi, Horacio David s/recurso de casación", Fallos 318:514; ED 163-161, con nota de
B C .
(48)S , Rodolfo R., "La Convención Americana de Derechos Humanos y el recurso de casación", ED
201-359; B C , Germán, "El recurso extraordinario no satisface el requisito de la doble instancia",
ED 129-791.
(49)CS, 20/9/2005, "Casal, Matías Eugenio", LL del 4/10/2005, f. 109.471, que puede consultarse en la
página web de la Corte Suprema, www.csjn.gov.ar; íd., 25/10/2005, "Martínez Areco, Ernesto", LL Supl. Penal
y Proc. Penal, del 30/11/2005, f. 109.713; íd., 28/2/2006, "Benítez, Sergio Rubén", LL del 3/5/2006, f. 110.301;
íd., 14/2/2006, "Salas, Ariel", LL del 8/5/2006, f. 110.315.
(50)CS, 9/5/2006, "Olmos, José Horacio; De Guernica, Guillermo Augusto", Fallos 329:1447; LL 2006-D-84.
(51)CS, 7/3/2006, "Podestá, Arturo Jorge", Fallos 329:445.
(52)Con igual criterio fue resuelta la causa "José María Santángelo", sentencia del 8/5/2007, un proceso por
administración fraudulenta que llevaba dieciséis años de tramitación sin tener sentencia de condena.
(53)CS, 8/11/2011, "Bossi y García SA", Fallos 334:1264.
(54)Fallos 187:79; 174:157; 240:238; 243:500; 244:554; 247:646; 261:36; 267:97; 228 y 407; 301:1217,
entre otros.
(55)CS, "Fernández Arias c. Poggio", Fallos 247:646.
(56)Fallos 155:96; 261:101, y sus citas; 278:188; íd., 30/11/1970, LL 142-319; íd., 18/10/1973, LL 154-153;
íd., 4/6/1991, "Centro Editorial SRL", LL del 6/1/1992, f. 90.024.
(57)Conf. Fallos 261:36 y sus citas; 298:714, entre muchos otros.
(58)Conf. Fallos 267:97; 274:157; 281:235; 295:614; 301:1217, entre otros.
(59)CNFed. Contenciosoadministrativo, sala 4ª, 13/8/1999, LL 1999-F-463, f. 99.695; íd., sala 4ª,
28/12/1998, "Frimca SA-RQU- c. Res. SAGP 836/1997", ED-DA del 23/4/1999, f. 49.
(60)CS, 8/11/1972, "Carlos José Dumit c. Instituto Nacional de Vitivinicultura", Fallos 284:150.
(61)CS, 28/4/1998, "Lapiduz, Enrique c. DGI s/amparo", Fallos 321:1043.
(62)Fallos 4:225; 27:111; 52:211; 54:577; 101:354; 147:45; 148:157; 149:175; 236:588, y 241:342, entre
otros.
(63)Fallos 306:303 y 655.
(64)Fallos 307:671, 1457 y 1590; 308:1960 y 1966; 314:813; 315:620 y 1811; 316:237.
(65)Fallos 320:2581; 323:2035; 324:3467, entre otros.
(66)CS, 6/3/2007, "López, Ramón A.", LL del 30/4/2008, con comentario nuestro.
(67)Con vigencia a partir del 27/2/2009.
(68)CNCasación Penal, sala 1ª, 22/3/2006, "Müller, Carlos Eusebio", DT febrero 2007, p. 171.
(69)Excepción hecha del supuesto enumerado en el inc. 1º del art. 1104 del Cód. Civil.
(70)S , Rodolfo R., "El acto administrativo de determinación o liquidación de la deuda tributaria:
condición esencial de la denuncia penal por evasión fiscal", ED 192-203, y "Falsa antinomia entre las
prerrogativas del Ministerio Público y la prejudicialidad del acto administrativo de determinación de la deuda
tributaria", ED del 26/6/2003.
(71)Diputado M , "Antecedentes parlamentarios", LL 1997-A-724 y ss.
(72)CNPenal Económico, sala B, 31/8/2006, "Liberman, Samuel", DT, diciembre 2006, p. 1211.
(73)TOral Penal Económico Nro. 3, Impuestos LV-B-2757.
(74)CNFed. Contenciosoadministrativo, sala 3ª, 13/10/2006, "Procesamiento industrial Laminados Arg. SA",
DT, febrero 2007; íd., sala 5ª, "Almeida, Nora Mabel". Conf. CS, 16/10/2001, "Ledesma viuda de Hoyos, Analía
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(97)Es de interés destacar que a partir de las sentencias "Funke", del 23/2/1993, y "Bendenoun", del
24/2/1994, el Tribunal de Estrasburgo reconoce que el art. 6º del Convenio es aplicable también en materia
tributaria, como lo puntualiza F T , Ramón, "La imposibilidad...", cit.
(98)El artículo comienza diciendo: "1. Toda persona tiene derecho a que su causa sea oída equitativa y
públicamente y dentro de un plazo razonable, por un tribunal independiente e imparcial, establecido por la ley,
que decidirá los litigios sobre sus derechos y obligaciones de carácter civil o sobre el fundamento de cualquier
acusación en materia penal dirigida contra ella".
(99)El testimonio de un coacusado del requirente que afirmó que este acababa de llegar a la casa fue
descartado por considerarlo falto de credibilidad.
(100)Corte Europea de Derechos Humanos, 5/7/2012, "Chambaz c. Suiza".
(101)CNPenal Económico, sala A, 15/11/1994, "A.C.A. de S.S.A. s/Ley Penal Tributaria", ED 162-471.
(102)CNPenal Económico, sala A, 5/12/1996, Impuestos LV-A-1242.
(103)Del voto del Dr. Romero en fallo citado en nota anterior.
(104)CNCasación Penal, sala I, 18/1/2007, "Florido Rául s/rec. casación", DTE de agosto 2007. Fundando
su decisión la Cámara sostuvo, con argumentos nada convicentes, que la aportación o exhibición de
documentos contables no puede considerarse como una colaboración equiparable a la declaración a la que
hace referencia el art. 18 de la CN, ya que el contribuyente no formula una declaración en la que admite su
culpabilidad. Se trata de aportes efectuados por el propio contribuyente como medios para determinar el
impuesto, no su omisión o evasión, los que por otra parte podrían ser conseguidos sin su colaboración a través
de un allanamiento.
(105)Fallos 46:36.
(106)Fallos 303:1938.
(107)Fallos 306:1752.
(108)Fallos 308:733.
(109)CS, LL 1988-B-444.
(110)CNPenal Económico, sala A, 15/11/1994, "A. C. A. de S. S. A. s/Ley Penal Tributaria", ED 162-471.
(111)CS, 4/12/1995, "H. G. S. y otro s/apelación de medidas probatorias", Fallos 318:2518, que puede
consultarse en la página web de la Corte Suprema, www.csjn.gov.ar, a texto completo; ED 168-448. Doctrina
reiterada en sentencia del 27/12/1996 en "G.M. s/querella", ED 172-176.
(112)CS, 20/12/1944, "Dicbel y Saporiti y Direc. Hospitales de Santiago del Estero c. ANA", Fallos 200:420;
20/4/1945, "SA Minetti y Cía. Ltda.", Fallos 201:378; 27/4/1945, "Calera Avellaneda SA", Fallos 201:429;
17/4/1950, "E. Pallavicini y Cía. SA", Fallos 216:408.
(113)Giuliani Fonrouge le atribuye dicha opinión a la Corte de acuerdo con las conclusiones que extrae de la
sentencia del 1/4/1936, recaída en la causa "SA Firestone", Fallos 175:5. No obstante tan prestigiosa opinión,
nos permitimos disentir de ella, ya que la Corte sienta en dicho fallo la doctrina de que, aunque fuere cierto que
en materia fiscal la delictuosidad de los actos se juzga por su solo aspecto formal, sin considerar intenciones,
de todos modos ese criterio no es aplicable al caso juzgado, sujeto a lo que prescribe el art. 36 de la ley 3764
de Impuestos Internos, que se refiere a "cualquier falsa declaración, acto u omisión que tenga por mira
defraudar los impuestos internos".
(114)CS, 21/11/1962, Fallos 254:301, y 14/10/1966, Fallos 266:43, en que no admite que se formule
reproche penal en materia aduanera contra el poseedor de buena fe.
(115)CS, 2/9/1968, Impuestos XXVI-809; Fallos 271:297.
(116)Giuliani Fonrouge, en cambio, interpreta que la minoría se inclina por admitir la responsabilidad
objetiva.
(117)CS, 3/4/1968, Impuestos XXVI-811; Fallos 270:205.
(118)CS, 27/11/1968, "Danner", Fallos 272:159; ED 25-212; íd., 19/3/1969, "Ingelmo", ED 27-60; íd.,
20/3/1972, Fallos 282:193; íd., 6/10/1972, Fallos 284:42; íd., 29/8/1974, Fallos289:341; íd., 12/11/1974, Fallos
290:203; íd., 3/7/1975, Fallos 292:195.
(119)CS, 10/5/1979, "Rolfo, Domingo A. s/inf. ley 17.250", Fallos 301:395.
(120)CS, 15/10/1981, ED 96-145; DF XXXI-952.
(121)Ver el consid. 9º de su voto, en que, en relación con la figura de la defraudación fiscal, se adhiere al
criterio sustentado por la Corte de que solo puede ser reprimido quien sea culpable, es decir, aquel a quien la
acción punible le pueda ser atribuida tanto objetiva como subjetivamente. No obstante ello, G B ,
Horacio, Derecho..., cit., nota 4, considera al Dr. Gabrielli como adherido a la doctrina de la responsabilidad
objetiva.
(122)CS, 10/8/1982, "Bilicich, Juan Miguel", DF XXXIV-698.
(123)CS, 14/12/1989, "Cosecha, Coop. de Seguros Ltda. c. Provincia de Buenos Aires", Impuestos XLVII-A-
852; íd., 8/6/1993, "Buombicci, Nelli Adela s/apelación clausura", ED 154-217; íd., 8/6/1993, "Morillas, Juan
Simón", ED 154-226; entre muchos otros.
(124)Ver nuestro trabajo "La proyectada reforma del régimen penal tributario. Reiteración de soluciones
objetables", LL Actualidad, del 8/8/1989.
(125)S , Rodolfo R., "Gobernar es promover la creación de riqueza", ED 130-994.
(126)S , Adam, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, Fondo de
Cultura Económica, Buenos Aires, p. 728.
(127)Véase la versión taquigráfica de la sesión de la Cámara de Diputados del 15/12/2011, en la página web
de la Cámara, www.diputados,gov.ar.
(128)Que propició el siguiente artículo alternativo: "Las provincias y la Ciudad de Buenos Aires podrán
adherir en lo que sea de su competencia excluyente a los términos de la presente ley", que suscitó la adhesión
del diputado Pinedo. Aun desde la perspectiva de su autor, la propuesta es innecesaria, pues si se tratara de
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facultades excluyentes de los gobiernos locales, estos no necesitan formular adhesión a la ley nacional, en
tanto pueden sin sujeción a ella establecer el régimen contravencional que cada una crea conveniente.
(129)Recogiendo el pensamiento de los diputados Rodríguez y Garrido.
(130)Conf. S , Sebastián, Derecho..., cit., t. I, p. 249.
(131)Sobre las doctrinas que afirman la existencia de diferencias ontológicas entre delitos y
contravenciones, nos hemos explayado en S , Rodolfo R., Derecho constitucional tributario, Abeledo-
Perrot, Buenos Aires, 5ª ed., p. 537.
(132)P , José, La reforma penal argentina ante la ciencia penal contemporánea y los antecedentes
nacionales y extranjeros, Abeledo, Buenos Aires, 1921, p. 165.
(133)R , Rodolfo, Derecho penal argentino, Buenos Aires, 1910,ps. 160-161.
(134)S , Sebastián, Tratado de derecho penal argentino, Tipográfica Editora Argentina, 1963, t. I, p. 243.
(135)CS, 24/8/1905, "Vidal, Juan R. c. Traverso, Juan y otro", Fallos 102:286, en que la Corte declara que el
Cód. de Policía de la Provincia de Corrientes es repugnante al inc. 11 del art. 67 —hoy inc. 12 del art. 75— de
la Constitución, en la parte que castiga el delito de hurto de ganado con penas pecuniarias o conmutables en
tales, en oposición al Cód. Penal.
(136)Conf. S , Sebastián, Tratado..., cit., t. I, p. 247.
(137)G B , Horacio A., "Penas fiscales", Carta de lectores, La Nación, 12/11/1989.
(138)Ver, en ese sentido, la sentencia de la Corte Suprema de la Nación del 6/6/1989 con nota de Germán
B C , ED 134-202, que declara la inconstitucionalidad de la pena instituida por el art. 38 del dec.-ley
6582/1958.
(139)CS, 14/5/1991, ED 143-297.
(140)B C , Germán, "Nueva jurisprudencia de la Corte en orden a la inconstitucionalidad de una
pena", ED 143-295.
(141)Ver lo que decimos al respecto en la primera edición de esta obra, p. 437, y en la comunicación técnica
"Criminalización de las infracciones tributarias", que elaboramos para las XIX Jornadas Latinoamericanas de
Derecho Tributario, realizadas en Lisboa en octubre de 1998.
(142)En ese sentido, el Tribunal Fiscal de la Nación, en sentencia del 3/9/1996, recaída en la causa
"Compañía de Radiocomunicaciones Móviles SA", DT XIV-115, ha juzgado que si bien la ley 23.771, en su art.
16, párr. 2º, in fine, dispone que no se podrá dictar resolución administrativa antes de que haya quedado firme
la sentencia judicial, la que constituirá cosa juzgada en cuanto a la materialidad de los hechos, el alcance de
esta última expresión excluye todo tipo de valoración jurídica. Esta interpretación, ha dicho el tribunal, es la que
mejor se compadece con la norma, en tanto es evidente que el legislador ha querido limitar el efecto de la cosa
juzgada en relación con cuestiones fácticas, lo que implícitamente permite la revisión de las cuestiones de
derecho. De no ser así, y como consecuencia de un análisis en sede penal relativo a la existencia o no de
hecho imponible —como sucede en el caso—, se llegaría a la conclusión de que la extensión de la cosa
juzgada se amplía, transformándose en un condicionante sobre la aplicación o no del tributo que reduciría la
actuación de los organismos competentes a un mero acto liquidatorio en el primer supuesto, o a una
abstención total, en el segundo.
(143)De todos modos, la jurisprudencia se orientó a admitir prueba tendiente a demostrar la inexistencia de
efectiva retención, sobre la base del derecho de defensa consagrado en el art. 18 de la CN y la consecuente
presunción de inocencia. Ver TFiscal, 27/9/1995, "Haciendas Argentinas SA", DT XI-424; TFed. Oral Crim.,
sala 1ª, 22/2/1995, "Adot, Oscar Gabriel", DT XII-44; CNCrim. y Correc., sala 1ª, 30/5/1995, ED 164-631.
(144)CS, 25/8/1961, "Fernández y Sust, Tabacos Colón SRL", Fallos 250:507, LL 106-815.
(145)Con la tesis expresada en el texto se reafirmaría la creencia de que el derecho penal en nuestro país
solo se utiliza para perseguir a los ladrones de gallinas.
(146)Del 50 al 100% del impuesto omitido o de una a cuatro veces en materia de transacciones
internacionales.
(147)CS, 7/9/1993, "G. L. M.", ED 157-585.
(148)CNPenal Económico, sala A, 22/7/2003, "R., R. s/inc. exención de prisión en Eurnekian, Eduardo s/ley
24.769", LL del 4/8/2003, fallo 105.930; íd., íd., 13/8/2003, "Alonso de Bernstein, María s/inc. de excarcelación
en Bersntein, Jorge H.", Impuestos nro. 1, enero de 2004.
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