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Para mis hermanas, Maddy y Abigail

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Capítulo 12………Pág. 103
Índice:
Capítulo 13………Pág. 114

Sinopsis.............Pág. 4
Capítulo 14………Pág. 123

Prólogo.............Pág. 5
Capítulo 15………Pág. 129

Capítulo 1.......Pág. 15 3
Capítulo 16………Pág. 135

Capítulo 2.......Pág. 23
Capítulo 17………Pág. 140

Capítulo 3.......Pág. 33
Capítulo 18………Pág. 144

Capítulo 4.......Pág. 48
Capítulo 19………Pág. 148

Capítulo 5.......Pág. 56
Capítulo 20........Pág. 153

Capítulo 6.......Pág. 62
Capítulo 21........Pág. 164

Capítulo 7........Pág. 67
Capítulo 22........Pág. 177

Capítulo 8………Pág. 76
Capítulo 23........Pág. 180

Capítulo 9………Pág. 85
Capítulo 24........Pág. 186

Capítulo 10……Pág. 88
Epílogo.................Pág. 195

Capítulo 11……Pág. 95
Sinopsis

C
uando una camioneta Farmacéutica de Pincent es emboscada por el grupo
rebelde conocido como el Subterráneo, su contenido llega como una gran
sorpresa - no son las drogas, sino cadáveres en un estado horrible.
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Parece que la droga principal de la empresa farmacéutica, la Longevidad - que se
supone, erradica la enfermedad y asegura la vida eterna - no está cumpliendo con sus
promesas. Ahora, un virus se extiende por el país, matando a cientos de personas en
su paso, y la Longevidad es impotente para luchar contra él.

Pero cuando el jefe inescrupuloso de Pincent reclama que el Subterráneo es el


responsable de liberar el virus, depende de Peter, Anna y sus amigos para alertar al
mundo sobre la terrible verdad detrás de la Longevidad antes de que sea demasiado
tarde.
Prólogo
LONDRES, 16 de marzo 2025

A
lbert Fern miró sus manos, que temblaban. Podía sentir pequeñas gotas de
sudor juntarse en las grietas de su frente, líneas grabadas través de los años
de concentración que le proporcionó una cara que parecía más vieja que sus 5
años setenta. Setenta años, se encontró pensando. Se habían ido tan rápido, muchos de
ellos dedicados a este gran laboratorio, el lugar que más amaba, en busca de
respuestas, de avances, de...

Se secó la frente con la manga de su bata de laboratorio. No había duda de ello - había
hecho la prueba veinte veces y aún el mismo resultado lo estaba forzando sobre él.
Tenía la cura, la cura para el cáncer, la cura que salvaría la vida de su hija, y sin embargo,
llegó con algo más. Algo increíble. Algo aterrador.

Con cuidado, el profesor dejó la jeringa que había estado sosteniendo en sus manos, se
quitó los guantes y las gafas de protección. Dio unos pasos hacia atrás, como tratando
de escapar de su creación y, al mismo tiempo se sentía incapaz de buscar otro sitio. El
Santo Grial. Eso era. Se limpió las manos con su bata, inmediatamente apareció más
sudor en ellas.

La puerta se abrió de golpe detrás de él, y se asustó, saltando bastante más violento que
quizás era de esperar. Con nerviosismo, se volvió, frunciendo su frente.

Su asistente lo miró, enarcando las cejas de una manera que puso a Albert incómodo. –
Entonces, ¿lo hiciste? ¿Funcionó de nuevo?

Albert no dijo nada, pero sus ojos hablaron por él. Las esquinas de la boca de su
asistente se deslizaron hacia arriba. –Lo hiciste, ¿no? Tú lo has hecho. Jesús, Albert, ¿Te
das cuenta de lo que nosotros tenemos aquí?

Albert notó el "nosotros" y lo dejó pasar. –Tal vez. Pero tal vez... –Su voz se apagó. No
estaba preparado para articular la verdad, aún no estaba listo para enfrentar la
realización que a sólo unos pocos metros de distancia estaba la respuesta a la pregunta
que la humanidad había estado preguntando desde que se desarrolló el poder de la
palabra. Estaba en shock, en admiración - el descubrimiento le puso caliente pero al
mismo tiempo le heló la sangre.

– ¿Albert? –Su asistente caminó lentamente hacia él. El hombre que había estado a su
lado durante los últimos años, el hombre que Albert todavía no confiaba–. Albert, –
estaba diciendo con incertidumbre –, ¿qué tiene de malo? ¿Algo va mal?

Albert negó con la cabeza, y luego asintió con la cabeza, luego sacudió la cabeza de
nuevo. –Nada salió mal, –susurró. 6
El rostro del joven se iluminó. –Albert, ya sabes lo que esto significa, ¿no? Tenemos el
mundo en nuestras manos. Hemos logrado lo que nadie más hizo.

Una vez más, el "nosotros". Albert asintió con inquietud. –Richard, –dijo
cuidadosamente –, la invención no siempre es buena. A veces, nuestros inventos son
demasiado poderosos para que los controlemos. La división del átomo, por ejemplo.
Ernest Rutherford no podía saber lo que iba a seguir, y sin embargo, todos lo asociamos
con la bomba atómica.

–La bomba atómica mató a la gente, –dijo Richard, poniendo los ojos en blanco de
manera despectiva que sólo los hombres jóvenes podrían, Albert pensó para sí mismo–.
Esto es sobre salvar vidas. Prolongar la vida.

– ¿Pero indefinidamente? –Albert preguntó en voz baja–. ¿Sabes lo que eso significaría?
¿Has entendido las consecuencias? Cambiaría el mundo completamente. Cambiaría la
humanidad por completo. Nos convertiríamos en semidioses.

–Ya hemos pasado por esto mil veces, –gruñó Richard impaciente, escaneando el
escritorio de Albert luego mirando hacia arriba cuando sintió los ojos de Albert sobre él–
. Es sólo una excusa evasiva porque eres débil, Albert. Deja de preocuparte. Deja de
sentirte como si fueras responsable de cada posible repercusión de lo que has creado.
No lo eres.

–Pero lo soy, –dijo Albert.

–No, no lo eres. Y de todos modos, ¿por qué los seres humanos no deben convertirse en
dioses? ¿No es el inevitable siguiente paso? Todo debido a ti, Albert. Todo debido a ti. –
Tomo un tubo de ensayo y lo sacudió–. Lo que tenemos aquí es la cosa más hermosa
que he visto, –dijo, su voz era casi un susurro–. Es increíble. Es maravilloso. Y tú lo
hiciste. Piensa en la gloria.

Albert frunció el ceño y negó con la cabeza. –Yo no quiero la gloria, –dijo en voz baja–.
Yo ni siquiera sé si quiero esto... ser responsable... haber creado un monstruo tal
potencial...

–No es un monstruo, –dijo Richard con rapidez–. Tu solo has estado trabajando muy
duro, Albert. Debes tomar un descanso. 7
– ¿Un descanso? –Albert lo miró con incredulidad–. ¿Crees que puedo tomar un
descanso ahora?

–Sí, –dijo Richard, acercándose a él, de repente más tranquilo, y poniéndole las manos
sobre los hombros de Albert–. Has salvado la vida de Elizabeth. Lo has hecho. Ahora
dame la fórmula y puedes descansar un poco.

Había salvado la vida de ella. Albert sintió golpear su corazón en el pecho. Fue así como
todo este trabajo había comenzado. La búsqueda de la cura para el cáncer, para el
cáncer de Elizabeth, que había hecho estragos en su cuerpo, volviéndola contra él. Su
hermosa hija, prácticamente una desconocida para él. Esto había sido algo que había
estado capaz de hacer por ella. No lo suficiente - nunca es suficiente - pero algo.

Albert miró a Richard, pasando por su mentón anguloso, sus ojos ambiciosos, su rígida
postura. El marido de su hija. Su yerno. Tenía que recordarle a sí mismo de este hecho
de manera regular - a Albert, siempre estaba sólo "su ayudante", el joven que se había
negado a aceptar un no por respuesta, que había aparecido un día, una cara fresca de la
universidad, diciéndole a Albert sin ningún tipo de ironía que él sabía que Albert tomaría
la decisión correcta y lo contrataría. Luego, como si estuviera decidido a forzarse en
cada grieta de la vida de Albert, Richard había transformado sus atenciones en la hija de
su jefe. Sin dejarse intimidar por los problemas de salud de Elizabeth, la había cortejado,
la arrastró a sus pies y se casó con ella. Incluso había tenido un hijo, mientras estaba en
remisión, antes de que el cáncer se apoderara de nuevo, con más fuerza esta vez.

Albert estudió a Richard durante unos segundos. A menudo se preguntaba qué había
inducido a Elizabeth a enamorarse de este hombre, con su voz fuerte y su completa
creencia en sí mismo, tan diferente de él. Entonces otra vez, pensó, tal vez esa fue la
razón.
–Por lo tanto, la fórmula, –dijo Richard–. Vamos a patentarla de inmediato.

– ¿Patentarla? –Albert preguntó vagamente, todavía pensando en su hija, en su nieta.


Elizabeth le había prohibido visitarla hace un mes, cuando Albert tenía las primera
dudas sobre la bestia que temía que estaba creando. Richard había transmitido el
mensaje de sobriedad y de disculpa. Se estaba poniendo peor, él le había dicho, ella
necesita la cura y la necesitaba pronto, y ella no permitiría a un hombre que tenía el
poder en sus manos para curar su enfermedad ver a su nieta. Después de todo, si ella
moría en sus manos, entonces perdería a Maggie. ¿Por qué tenía lo que ella no podía? 8
Había sido el chantaje, Albert reconoció eso, pero aún así accedió, entregándose a su
trabajo, seguido de cerca por Richard. Y ahora... ahora...

–No he visto a Elizabeth durante tanto tiempo, –dijo tentativamente–. Si pudiera hablar
con ella...

–Sí, por supuesto, –dijo Richard con seriedad–. Pero Elizabeth va a querer saber que las
drogas están en producción, ¿no es así? Que la formulación está siendo creada y
probada. Dame la fórmula. Voy a decirle la maravillosa noticia y sé que ella va a querer
verte de inmediato. Basta pensar que, una vez que Elizabeth comience a tomar los
medicamentos tendrás toda la eternidad para hacer las paces con ella. Piensa en todo el
tiempo que ustedes dos pueden estar juntos.

Albert sintió una triste sonrisita arrastrarse en su rostro. Su asistente habló de la


eternidad a la ligera, como si fuera algo bueno, una aventura, no el horror que
realmente era. Pero ese era el optimismo de la juventud. Tal confianza en sí mismo. Tal
convicción.

– ¿No crees que tal vez estamos cometiendo un gran error? –Preguntó en voz baja–. El
panorama de la vida eterna ha corrompido a los hombres a lo largo de los siglos.

–El panorama, pero no la realidad, –dijo su asistente, con un rastro de impaciencia en su


voz–. Albert, sería moralmente incorrecto retractarse. La gente tiene derecho a saber.
La ciencia no puede ser egoísta - tu me enseñaste eso.

Albert tragó con incomodidad. Quería tiempo para pensar, tiempo para reflexionar,
apreciar sus opciones, para revisar la evidencia, para considerar las implicaciones. Y sin
embargo, no había tiempo. No para su hija, por lo menos.
– ¿Por qué al menos no me muestras cómo funciona? –dijo su ayudante, luego–, ¿Por
favor, Albert?

Albert pensó por un momento. Hasta ahora se había frenado a compartir con Richard
nada más que lo que era absolutamente necesario, por temor a que su excesivo
entusiasmo, su evidente deseo de gloria, podría tentarlo a interferir. Luego asintió. La
verdad era que quería que alguien más vea la belleza de lo que había creado, incluso si
él no estaba dispuesto a compartir los métodos todavía. Le dio las gafas a Richard, lo
llevó al microscopio. 9

Con cuidado, Richard se inclinó hacia abajo. – ¿Qué estoy mirando?

–La célula a la derecha.

– ¿Qué pasa con ella? Es vieja. Esta devastada.

–Ya lo sé, –dijo Albert–. Lo puedes decir por el color, por su falta de vitalidad. Ahora
mira. –Tomó una jeringa y colocó cuidadosamente una gota del líquido sobre la célula.
De inmediato, la célula comenzó a renovarse, los bordes irregulares se hicieron suaves
de nuevo, su interior se puso luminoso una vez más. Albert miró el rostro de su
asistente tomar una expresión de asombro, vio sus ojos abrirse, su pelo erizarse.

–Es increíble, –susurró Richard–. Albert, esto es la cosa más extraordinaria que he visto
nunca. –Se puso de pie, dirigiéndose a Albert con una admiración absoluta estampada
en su rostro–. Has convertido a las células viejas jóvenes otra vez. Nadie más se ha
acercado a esto. Albert, ¡eres un genio!

–No un genio. –Albert se sintió enrojecer un poco por placer. Fue más bien un logro,
admitió. Todo un golpe de Estado. La comunidad científica estaría sobre él. Tendría
artículos publicados, daría charlas alrededor de todo el mundo. Cerró los ojos,
dejándose imaginar su futuro - lo que quedaba de él. Entonces se rió un poco. Su futuro
era tan largo como él quería que fuera. Ese era el punto.

–Sí, –Richard estaba diciendo en voz baja–, un genio. Piensa en el poder. Quien tiene la
clave de esta droga tiene la clave para todo el mundo.

La sonrisa que había hecho su camino sobre el rostro de Albert desapareció de repente,
su rostro se ensombreció. –No quiero el poder, Richard. La renovación no es cuestión de
poder o política o –
– ¿Renovación? –las cejas Richard se alzaron–. ¿Así es cómo llamas al medicamento?
Me encanta. Renovación. Hace lo que dice en el envase.

–La Renovación es el proceso, –dijo Albert, frunciendo el ceño ligeramente–. El


medicamento no existe, Richard. No tiene nombre. –Respiró profundamente, la batalla
que se había apoderado en su cabeza semanas atrás cuando se dio cuenta que estaba al
borde de este descubrimiento no disminuyo. La ciencia contra la humanidad. El
científico dentro de él estaba a un punto febril de excitación; el hombre estaba
aterrorizado por lo que había creado. 10

–No todavía, –dijo Richard–. Pero lo hará, y pronto. En realidad, tal vez tengas razón -
quizás Renovación no es del todo correcto. Tal vez algo que sugiere extensión en lugar
de reemplazo. Voy a poner al área de comercialización en esto de inmediato.

–Espera. –Albert golpeó sus manos con firmeza–. Richard, tú tienes que parar. No estoy
listo. Yo... –su voz se quebró. No sabía cómo terminar la frase.

–Nunca estarás listo, Albert. Pero piensa en tu hija. Piensa en todas las personas
muriendo innecesariamente, dolorosamente, dejando atrás a los demás, vulnerables...
Dame la fórmula, Albert. Dámela a mí y entonces no tienes que preocuparte nunca más.

– ¿Crees que va a ser tan fácil? –Albert preguntó, levantando una ceja.

–Sí, porque va a estar fuera de tus manos, –dijo Richard, acercándose–. Deja que el
gobierno se preocupe por los aciertos y errores, Albert. Tú has hecho tu parte ahora.
Date una palmadita en la espalda y relájate un poco.

Albert lo miró por un momento. Él tenía un punto. Las decisiones acerca de tales cosas
eran dominio del gobierno. Él era un científico, no un ético. Lentamente, entregó la
jeringa.

– ¿Es eso? ¿Sólo esto? –los ojos de Richard brillaban.

Albert asintió. –En su forma más pura, sí. Se puede hacer en forma de comprimidos
también, si eso es lo que la gente quiere. Si eso es lo que el gobierno...

Pero Richard no lo escuchaba; estaba mirando a la jeringa en éxtasis, con la boca


abierta, los ojos brillantes.
–Es hermosa, –murmuró–. Es tan hermosa. El elixir de la vida eterna. –Él miró a Albert
de repente–. Es eterna, ¿no?

Albert asintió con la cabeza, el científico haciéndose cargo, forzando una sonrisa en sus
labios, con orgullo en su voz. –Parece que los órganos se renuevan indefinidamente, sí.
Por supuesto que no significa la eternidad. Uno tiene que factorizar la capacidad de la
naturaleza para cambiar y transformar.

–Indefinidamente, –susurró Richard–. Oh, Albert, tú lo hiciste. Ahora, la fórmula. ¿Qué 11


es exactamente?

Albert abrió la boca para decir algo, pero se detuvo. Eran los ojos de Richard - el brillo
que había visto un par de veces durante las últimas semanas. Había algo que lo hacía
ansioso. Puso su mano izquierda sobre la derecha, girando el anillo en su dedo - algo
que siempre hacía cuando estaba nervioso, pero que de alguna manera hoy tenía más
significado.

–La fórmula, –dijo Richard, con más insistencia esta vez–. Anótala para mí, Albert. Yo me
encargo de todo, no te preocupes.

– ¿Anotarla? No, no, es demasiado complejo... –dijo Albert, tratando de ganar tiempo.
Miró su reloj - era tarde, demasiado tarde. No habría nadie más en el edificio ahora.

–Entonces muéstrame tus notas. Muéstrame donde están los trabajos.

Albert negó con la cabeza. Su paranoia volvía a surgir. –Ahora no, Richard. Mañana.
Tienes razón - Necesito un descanso. Me iré a casa ahora. Mañana volveremos a esto
otra vez...

–No mañana, –dijo Richard, su tono cambiando un poco–. Ahora, Albert. Sé que has
estado deliberadamente manteniendo la fórmula lejos de mí, ocultando tus
documentos. Pero ahora es el momento de compartir, ¿entiendes?

Albert lo miró con incertidumbre. Oyó la amenaza en la voz de Richard, sabía que debía
de haberlo oído.

–Mañana, –dijo–. Necesito descansar un poco. Hablaremos de esto mañana.

–No, Albert, me la darás hoy, –dijo Richard sombríamente.

Los ojos de Albert se abrieron como platos. – ¿Qué has dicho?


Richard lo miraba amenazadoramente. –dije, dame la fórmula ahora, Albert. Si no te
arrepentirás.

– ¿Me está amenazando?

– ¿Si lo estaba?–preguntó Richard.

Albert lo miró fijamente. No tenía miedo, se dio cuenta - un hecho que lo sorprendió. De
alguna extraña manera había estado esperando este momento, desde que Richard
había llegado a su laboratorio. –Si fuera tú, te diría que no hay ningún uso, –dijo en voz 12
baja–. No voy a darte la fórmula, Richard, y sin ella no tienes nada.

Richard digirió esto. –Tengo esto, –dijo, pensativo, sosteniendo la jeringa–. Estoy seguro
de que algunos de tus colegas pueden sacar la formulación.

Albert sostuvo la mirada de Richard, durante unos segundos, luego se encogió de


hombros. –Tal vez podrían copiarla, sí. Pero no será lo mismo. Richard, ¿no es suficiente
curar el cáncer? ¿Para curar tú esposa, mi hija? ¿No es eso suficiente gloria para ti?

Los ojos de Richard se abrieron como platos, y luego se echó a reír. –Nunca me vas a dar
la fórmula, ¿verdad, viejo?

Albert negó con la cabeza. –No.

–Entonces puedes ser que también sepas que Elizabeth está muerta, –continuó
Richard–. Lo ha estado durante semanas.

Albert sintió que se le encogía el estómago. – ¿Qué dijiste?

–Ella murió. El cáncer la mató. Es por eso que te dije que no quería verte nunca más. No
podía desaparecer tu única motivación para la creación de este medicamento, ¿no? En
fin, no, curar el cáncer no es suficiente. La vida eterna. Ese será mi legado.

– ¿Tu legado?

Richard sonrió. –En realidad, no un legado. Tienes que morir para tener un legado, y yo
no pienso hacerlo. Ahora no. –Sacó su teléfono y apretó un botón–. ¿Derek? Sí. Ahora
sería bueno, gracias.

Volvió a mirar a Albert. – ¿Estás seguro de que no me vas a dar la fórmula? ¿Insistes en
hacer las cosas difíciles contigo mismo?
–Richard, no hagas esto, –dijo Albert con urgencia–. Esto es demasiado grande,
demasiado importante. Vas a fallar. Con el tiempo fracasarás. La naturaleza va a ganar.

–Yo voy a ganar, –Richard lo corrigió–. Ya ves, –le dijo, levantando la jeringa y mirándola
con cariño–, eres el pasado, Albert, y yo soy el futuro.

La puerta del laboratorio se abrió y apareció un hombre que Albert vagamente lo


reconoció. Uno de los guardias de seguridad de la puerta, pensó.

–Ah, Derek, –dijo Richard con gusto. 13

Albert miró con incredulidad como Derek se dirigió hacia él y lo agarró por los brazos. –
Tienes que venir conmigo, –dijo rotundamente.

– ¿Ir contigo? No, –dijo Albert, dando un paso hacia atrás–. Richard, esto es una locura.
Tú no puedes hacer esto.

–Oh, pero si puedo, –dijo Richard, alejándose–. Traté de darte una oportunidad, Albert,
pero sabía que ibas a perder. Eso sí, simplemente no puedes aliviar la presión, parece.
Los científicos rara vez pueden. Adiós, Albert.

– ¡No! Quítame las manos de encima, –dijo Albert, luchando contra Derek, quien lo
sostenía en un apretón férreo mientras Richard lo miraba desinteresadamente.

–No tiene sentido, Albert, –dijo Richard–. Tengo lo que necesito. Tengo la droga y al
final del día voy a tener la fórmula también.

– ¡Espera! –Gritó Albert–. Espera - no tienes nada. Richard, no puedes hacer esto. Sin la
fórmula exacta no tienes nada. No va a funcionar. No puede funcionar.

–Entonces dame la fórmula, –dijo Richard.

Albert negó con la cabeza. –Nunca. El círculo de la vida debe ser protegido, –jadeó–. Sin
ella, no tienes nada.

– ¿El círculo de la vida? –preguntó Richard, rodando los ojos. Chasqueó los dedos a
Derek–. Llévatelo, –ordenó–. Estoy cansado de esta conversación. Tengo lo que
necesito. –Él tomó el teléfono y marcó un número.

Derek, por su parte, tomó un trapo del bolsillo y lo forzó a meterlo en la boca de Albert,
de modo que apenas podía respirar. –Ahora, sobre esta nueva empresa, –Albert
escuchó decir a Richard mientras era arrastrado de la habitación–. Estaba pensando en
llamarla Pincent Pharma.

14
Capítulo uno
Abril 2142

R
ichard Pincent se detuvo, con el rostro sombrío. Tomando una respiración
profunda, abrió la puerta delante de él y entró a la fría y húmeda habitación.
Lo que solía ser una despensa - ahora se había convertido en una sala de 15
autopsias y el olor de la muerte flotaba en el aire. Muerte. La misma palabra hacía
temblar a Richard, hizo curvar su boca hacia arriba en repugnancia. La muerte y la
enfermedad, sus viejos adversarios - las había vencido una vez antes y las volvería a
vencer.

El Dr. Thomas, uno de sus científicos de mayor antigüedad a su servicio, estaba de pie
sobre un cadáver, con la frente arrugada en una mueca, una brillante luz brillaba sobre
su cabeza.

Levantó la vista, parecía incómodo. –Me temo que son malas noticias, –dijo, volviendo
la mirada hacia el cuerpo - o lo que quedaba de él. La piel estaba apretada contra los
huesos, como si cada gota de humedad hubiera abandonado el cuerpo, los ojos muy
abiertos, mirando fijamente. Richard deseaba que el Dr. Thomas los hubiera cerrado - lo
habría hecho él mismo si la propia idea no lo hacía vomitar. En su lugar, miró
directamente al científico, haciendo todo lo posible para ocultar cualquier atisbo de
miedo que sus ojos podrían delatar.

– ¿Malas noticias? –la terrible sensación de temor inundó a través de él–. No quiero
malas noticias. Pensé que lo dejé claro.

El Dr. Thomas suspiró y se puso en pie, secándose la frente con la manga y quitándose
los guantes de plástico que revestían sus manos. –No sé qué más decir, Sr. Pincent. No
sé cuántos cuerpos más puedo abrir cuando me enfrento a la misma conclusión cada
vez.

Richard lo miró con enojo. – ¿A la misma conclusión? ¿Está seguro? –su voz se quebró
mientras hablaba y se aclaró la garganta ruidosamente.

–Sí.
Hubo un silencio durante unos minutos, mientras que ambos digerían este pronóstico.

–Te equivocas, –dijo Richard, finalmente, con voz desafiante.

–Sr. Pincent, señor. –La tensión era audible en la voz del Dr. Thomas–. Sólo porque
usted quiere que algo sea, el caso no lo hace que lo sea. He cortado varios cuerpos, y le
digo que he encontrado lo mismo en todos ellos... –Su voz se interrumpió al ver la
expresión en el rostro de Richard y se dio cuenta de que se había pasado de la raya.

Richard le sostuvo la mirada durante unos segundos y luego la dejó caer. Miró el 16
cadáver. Número 7. Ellos habían estado llegando todos los días desde el comienzo de la
semana, cuando un Cazador se había derrumbado y su preocupado colega lo había
llevado al médico, ante la sospecha de una intoxicación alimentaria - la única posible
enfermedad en un mundo donde la Longevidad había hecho a la dolencia y a la
enfermedad cosas del pasado. En el momento en que había llegado a la consulta del
médico, sin embargo, el hombre estaba muerto. Hillary Wright, la Secretaria General de
las Autoridades, había sido alertada inmediatamente y había tenido la precaución de
hacer arreglos para que la situación se organizara. Se hicieron excusas y el cuerpo fue
llevado a Pincent Pharma para su análisis.

–Lo siento, –dijo el Dr. Thomas cuidadosamente–. No quise ser negativo.

– ¿No? –la voz de Richard era plana, enojada.

El Doctor se aclaró la garganta. –No, –dijo él–. Pero los hechos permanecen. Este virus
es mortal. La Longevidad parece que no puede... parece que no puede luchar contra él,
señor.

– ¿La Longevidad no puede combatirlo? –Richard repitió lentamente–. ¿No puede


luchar contra un simple virus? –se sintió enfermo. No era cierto, no podía ser verdad. La
Longevidad luchó con cada enfermedad, cada infección, cada bacteria. Mantuvo al
mundo joven, luchó contra la muerte, otorgó el don de la vida eterna a la humanidad.
También hizo a Gran Bretaña el país más poderoso del mundo. Al igual que Libia a
finales del siglo XXI con su petróleo, o a Roma en el primer siglo, con sus ejércitos, nadie
se atrevía a cruzar su gobierno, nadie se atrevió a desafiar a sus demandas–. Estás
equivocado, –continuó–. La longevidad lucha contra todo. Es invencible.

–Por supuesto que lo es, –dijo el Dr. Thomas tentativamente–. Pero tal vez….
– ¿Tal vez qué? –los ojos de Richard se estrecharon.

El Dr. Thomas se limpió la frente de nuevo. –Tal vez... –Repitió con voz vacilante–. Es
sólo una teoría, pero…

– ¿Pero qué? Escúpelo, hombre, –gritó Richard, impaciente.

–Tal vez el virus ha mutado. Tal vez ha encontrado una manera de hacerlo... una forma
de... –pequeñas gotas de sudor continuaron apareciendo en la frente del Dr. Thomas a
pesar de sus intentos de limpiarlas. Tomó una respiración profunda–. De vencer a la 17
Longevidad, –dijo al fin, con los ojos muy abiertos ante la enormidad de sus palabras.

– ¿Vencer a la Longevidad? –Richard lo miró con incertidumbre–. ¿Qué es exactamente


lo que usted sugiere?

–Estoy sugiriendo que tenemos un gran problema, –dijo el Dr. Thomas, con la voz
quebrada–. Estoy diciendo que si Longevidad no puede luchar contra este virus,
entonces... entonces... –tomó una respiración profunda–. Entonces, todos vamos a
morir.

Richard asintió con la cabeza, digiriendo esto. –Morir, –dijo pensativo. Luego negó con
la cabeza–. Imposible. La longevidad es invencible. Tú lo sabes. Todo el mundo sabe eso.
Nuestra sociedad se basa en ese hecho tranquilizador, Doctor. Soy el hombre más
poderoso en el mundo a causa de este hecho. No hay virus que la longevidad no puede
destruir. El hombre es inmune a la enfermedad, al envejecimiento, a la muerte. Tiene
que haber otra explicación.

–No, –dijo el Dr. Thomas, moviendo la cabeza–. No, Richard, está equivocado.

– ¿Estoy equivocado? –Richard miró con interés al científico que había conocido durante
tanto tiempo, el hombre que le había servido fielmente durante décadas, nunca
cuestionándolo, apenas atreviéndose siquiera a mirarlo a los ojos. Hasta ahora–. Esa es
una acusación audaz.

El Dr. Thomas suspiró pesadamente. –Lo siento, señor. No quise decir - es sólo la
enormidad de esto - si no me equivoco, lo que significa para mí, para usted, para
todos... –Estaba sudado mucho ahora. Richard apartó la mirada con disgusto.

–Si tienes razón, –gruñó–. Entonces, por lo menos vas a admitir que hay una posibilidad
de que te equivocas. Y me permito sugerir que esta oportunidad es muy grande. Tú no
eres un científico brillante, Doctor. Tú no inventaste la Longevidad, no has inventado
nada. Simplemente buscas cosas que te pido y me das tus conclusiones. Entonces por
favor perdóname si no me tomo tu anuncio del fin del mundo demasiado en serio. O en
absoluto en serio.

–Pero si este virus es dejado que se extienda va a ser una epidemia, –dijo el Dr. Thomas,
retorciéndose las manos desesperadamente–. La Longevidad ha suprimido nuestro
sistema inmunológico - no tenemos necesidad de ello. Un virus de este tipo podría
matar a millones. Cientos de millones de personas. –Su rostro se retorció con 18
incomodidad.

– ¿Y eso es todo? ¿Eso es todo lo que tienes para mí? –los ojos de Richard se
estrecharon con enojo.

El Dr. Thomas se aclaró la garganta. –Me preguntaba si tal vez deberíamos considerar la
Medicina Antigua, –dijo con cautela–. Si nos remontamos a través de los archivos,
ajustar uno o dos medicamentos antiguos, estoy seguro de que podemos llegar a algo
que podría ayudar. Los antivirales. Incluso los antibióticos, para las infecciones
secundarias. El período de incubación de este virus es de cinco meses. Si pudiéramos
desarrollar una vacuna, tal vez, entonces podríamos –

– ¿Medicina antigua? ¿Viejos medicamentos? –Richard lo corto airadamente, con el


rostro arrugado con incredulidad–. ¿Quieres que vayamos a la Edad Media, cuando cada
enfermedad debía ser tratada por separada, cuando se trataba de una luchar sólo para
mantener viva a la gente? –podía sentir la vena en su cuello palpitar con enojo.

–No. Quiero decir que sí. Quiero decir, tenemos que hacer algo, ¿no? –Estaba agitado,
Richard podía ver el miedo en su rostro mientras hablaba.

– ¿Y después qué? ¿Esperamos que el próximo virus se apodere? –Richard podía oír la
tensión en su voz y se obligó a tomar control.

El Dr. Thomas levantó la vista. –No lo sé, –dijo en voz baja, con los hombros caídos–.
Solo estoy en busca de respuestas, como todos los demás. Yo no quiero morir, Sr.
Pincent. No quiero que mi familia muera. No quiero...

No terminó la frase, sino que empezó a sollozar en silencio, patéticamente.


Richard se dio la vuelta, en busca de cualquier cosa que mirar que no sea el Dr. Thomas
y el cuerpo tendido en la losa. Pero no había ventanas para aliviar su repentina
claustrofobia - nada excepto paredes grises. Esto era una habitación, al igual que otras
alrededor, que había sido utilizada de diversas maneras en los últimos años como una
cámara de tortura, una prisión, un escondite. Se tragó todos sus habitantes, rara vez
regresándolos a la tierra de la vida.

–Parece que has perdido la fe, –dijo eventualmente.


19
El Dr. Thomas lo miró con incomodidad. –No he perdido la fe. Creo que solo tenemos
que advertir a la gente. Tenemos que hacer algo antes de que más cuerpos lleguen aquí
en la oscuridad de la noche. Necesitamos que las Autoridades sepan. Tienen que hacer
planes.

Richard se quedó pensativo por un momento.

– ¿Crees que deberíamos decirle a la gente? ¿Es eso?

–La Longevidad no puede luchar contra este virus, –dijo el Dr. Thomas con
determinación–. Piense en las consecuencias, Richard. Se va a extender. Extenderse sin
obstáculos. Se volverá una epidemia, una pandemia. Va a matar a todos en su estela. Va
a–

– ¡Detente! –gritó Richard, sosteniendo su mano en alto. Entonces, sin previo aviso, se
volvió hacia el Dr. Thomas, agarrándolo por los hombros–. Pasas tus días en
laboratorios, disfrutando de los beneficios de la Longevidad, siendo pagado por mí
durante años para mejorar la Longevidad, para perfeccionar la fórmula, para mantener
a Pincent Pharma en la cima, ¿y ahora te das la vuelta y me dices que tenemos que
cavar tumbas? La única razón por la que cualquiera está vivo es por mí, por mis
medicamentos. El mundo me debe todo. Tú me debes todo. ¿Y la amenaza de un virus
que ni siquiera existe por lo que sé es suficiente para hacer que predigas el fin del
mundo?

El Dr. Thomas se puso pálido, y luego se aclaró la garganta otra vez. –Le debemos todo
porque nos prometió que íbamos a vivir para siempre. Si usted no puede mantener esa
promesa... –su voz estaba temblando, pero había determinación en ella.
Richard cerró los ojos un momento y luego volvió a mirar al Doctor temblando. Él no
quiso escuchar. No podía escuchar. La Longevidad triunfaría, porque la alternativa era
demasiado aterradora.

–Basta ya de esto, –dijo secamente–. Vas a continuar para llevar a cabo las autopsias
hasta que tengamos conclusiones diferentes. ¿Entiendes?

–Pero eso es imposible. No hay otras conclusiones que puedo extraer.

El Dr. Thomas estaba mirando a Richard a los ojos y eso lo inquietaba. Hace años, la 20
gente solía decir que la muerte era el gran nivelador. Richard no estaba de acuerdo - era
el miedo a la muerte que hizo a los hombres olvidarse de sí mismos.

–Ya veo, –dijo–. Bueno, en ese caso, lo siento.

– ¿Cómo? –el Dr. Thomas lo miró con optimismo.

–Sí, lo siento, –dijo Richard, asintiendo con la cabeza lentamente. Luego, en un


movimiento hábil, sacó una pistola y disparó. El Dr. Thomas miró sorprendido, luego se
desplomó en el suelo, sangre supurando desde su pecho–. Lo siento, –continuó
Richard–, de que me has dado un nuevo cuerpo para eliminar. Lo siento por haber
perdido a uno de mis mejores científicos.

Sacó su teléfono. El Dr. Thomas estaba muerto, pero sus palabras, sus preocupaciones,
todavía estaban colgando en el aire, como el polvo. Richard se sentía como si estuviera
ahogándose en ellas.

– ¿Derek? Soy yo. Te necesito en el sótano.

–Por supuesto.

Richard puso su teléfono en el bolsillo, luego se apoyó contra la pared. No tuvo que
esperar mucho. Derek Samuels, su Jefe de seguridad, apareció minutos más tarde. Por
su expresión Richard dedujo que no se sorprendió al ver a su ex compañero ahora
yaciendo sin vida en el suelo.

Inmediatamente, Richard sintió alivio desbordándose a través de él, de inmediato sintió


el consuelo familiar de la seria voz de Derek y su comportamiento. Derek Samuels era el
único hombre que Richard podía confiar para ser completamente carente de
emociones, para centrarse en el trabajo, para no mostrar interés en los derechos, las
injusticias, en los peros. Si tenía una conciencia, la escondía bien. Richard sospechaba
que le gustaba su papel de ejecutor, disfrutaba el poder que le cedía, disfrutaba el
sufrimiento que causaba. Richard no había tenido ni idea de todos estos años qué
compañero Derek llegaría a ser cuando le ofreció 5.000 libras para que le haga un favor,
para que se haga cargo de alguien por él, para que ayudara a deshacerse de un
problema.

– ¿Entonces Thomas no encontró la respuesta que estabas buscando? –preguntó Derek,


con un tono tan serio como siempre. 21

Richard negó con la cabeza y suspiró. De pronto se sintió muy cansado.

–No, –respondió él con cansancio–. Dijo que era un virus que ha mutado, que había
descubierto la manera de eludir a la Longevidad. Dijo que va a haber una epidemia. Dijo
que todos vamos a morir. –Él intentó una risa, pero sonó hueca.

–Ah, –dijo Derek con gravedad, mientras levantaba el cuerpo en una bolsa de plástico y
comenzaba a limpiar el desorden–. Ya veo.

Richard se encontró mirando a Derek en admiración mientras metódicamente se ponía


a trabajar. El único hombre que nunca le fallaría, cuya larga vida había estado dedicada
a suavizar el camino para él, tratando con sus enemigos, protegiéndolo de sus amigos.

–No sé qué hacer, –dijo él, su voz tan tranquila que apenas era audible–. ¿Qué voy a
hacer, Derek?

Derek miró hacia arriba y frunció el ceño. Luego se volvió de nuevo a la sangre en el
suelo y continuó limpiándola. – ¿Todavía tienes algo de la fórmula original? –preguntó el
asunto de manera casual.

– ¿La fórmula original? –Richard frunció el ceño–. No. Bueno, una gota, tal vez. Pero la
copiamos exactamente. Tú no crees...

–Yo no creo nada, –dijo Derek–. Era sólo una pregunta.

–Sí. –dijo Richard, con su mente corriendo–. Pero una buena pregunta. Una pregunta
importante. ¿Crees que la copia es el problema? ¿Crees que las copias de las copias ya
no son tan poderosas como la original?
Derek se encogió de hombros ligeramente. –Yo no sé nada de ciencia, señor - ese es su
dominio. Pero fotocopias - no son originales, ¿no?

–No, no, no lo son, –dijo Richard, comenzando a caminar–. Pero no tenemos la fórmula.
Nunca la encontramos. Todo lo que tenemos son copias. Es todo lo que siempre he
tenido.

–Nunca la encontramos en aquel entonces, pero eso no quiere decir que no está por ahí
afuera en alguna parte, –dijo Derek mientras asistía al cuerpo, envolviéndolo como si 22
fuera simplemente el cuerpo de un animal yendo al mercado–. Lo debe haber escrito en
alguna parte. Lo debe haber hecho.

–Hemos buscado, –dijo Richard con incertidumbre–. Hemos buscado por todas partes.

–Hemos buscado un poco, –admitió Derek–, pero tenías la misma cosa. Tus científicos la
copiaron bien, ¿no? No pensamos que necesitábamos la fórmula. Nos detuvimos de
buscarla.

–Hemos dejado de buscar. –Richard asintió con la cabeza, sus ojos se iluminaron.

–Así que ahora podemos empezar de nuevo, –dijo Derek, poniéndose de pie y
inspeccionando el suelo, que ahora estaba inmaculado.

Richard exhaló, sus hombros se relajaron un poco. Ellos encontrarían la fórmula. La


fórmula que resolvería todo. No habría un virus mutado. No habría pandemia. No el
final de todo lo que había pasado su vida construyendo. Todo volvería a la normalidad.
Todo sería restaurado.

–Gracias, Derek. Sabía que podía contar contigo. –Richard se permitió exhalar, luego
miró a Derek significativamente y salió de la habitación, haciendo se camino
rápidamente de regreso a su despacho, lejos de las entrañas de Pincent Pharma a los
luminosos y amplios espacios.
Capitulo 2

A
nna se sentó de golpe, con el corazón latiendo en su pecho, con sudor
brotando de su frente. Estaba completamente oscuro, pero sin vacilar saltó
de la cama y corrió hacia la habitación de Molly. En silencio abrió poco a poco 23
la puerta, luego se dejó caer de rodillas a los pies de la cuna improvisada de su hija.
Permitiendo que su respiración vuelva a la normalidad, Anna veía dormir a su hermoso
bebé. Solo cuatro meses de edad, sus pequeñas manos se cerraban en puños, su pecho
suavemente subía y bajaba con cada respiración, con los labios fruncidos, fruncía las
cejas como concentrándose tan fuerte como fuera posible para dormir. Molly estaba
bien. Por supuesto que estaba bien. Fue sólo un sueño, una pesadilla. Al igual que todas
las demás.

De vez en cuando Molly suspiraría y se extendería por algún objeto inexistente. Su


pulgar encontraría su boca, se daría la vuelta y luego, cuando el sueño la abrasara una
vez más, el pulgar caería de nuevo. Anna sabía esta rutina mejor que cualquier otro en
el mundo. Cada noche, durante semanas la había visto, tranquilizada de que sus peores
temores eran sólo eso y que nadie se estaba robando a su bebé, no en el mundo real.

Desde el día en que nació, Molly había representado tanto para Anna. Era como si su
propia felicidad y paz mental se encontraban en ese pequeño cuerpo. Molly era más
valiosa para ella de lo que había sido preparada - ella habría dormido en el suelo junto a
la cama cada noche si Peter la hubiera dejado. Él le había dicho que tenían que seguir
adelante, le dijo que estaba a salvo ahora, que Molly estaba a salvo, que no tenía por
qué temer más, que debería dormir satisfecha.

Pero fue el sueño en sí que despertó todos los temores de Anna. Los sueños que
llenaban su mente tan pronto como se sumía en el subconsciente eran atestados con
Cazadores tratando de arrebatar a Molly y a Ben, el hermano de tres años de edad de
Anna, lejos de ella. Su inocencia del mundo en que habían nacido, su falta de conciencia
de lo preciosa que sus vidas eran, hizo a Anna tan protectora como una leona. Al igual
que su propia madre, ella moriría por ellos - ahora entendía por qué.
Anna no había conocido mucha inocencia en su vida. Llevaba por los Cazadores al
Grange Hall cuando ella era muy pequeña, había crecido bajo la ira de la Sra. Pincent.
Sólo cuando Peter había llegado dos años antes había aprendido que ella no era mala,
no era una Carga para la Madre Naturaleza, que estaba mal hacerla trabajar sin
descanso para pagar por los pecados de sus padres. Ahora era Legal, pero incluso eso no
ofrecía mucha protección, no cuando su propia existencia era una amenaza para las
Autoridades, no cuando Richard Pincent la quería muerta a ella y a Peter, fuera de
escena.
24
Pero el Subterráneo los estaba manteniendo a salvo. Ella lo sabía. Durante el día, se lo
recordaba con regularidad, no había nada de qué preocuparse. Como Peter dice todo el
tiempo, iban a estar bien. El Subterráneo había encontrado un lugar donde vivir, un
lugar donde nadie podía encontrarlos. Ellos eran autosuficientes, más o menos, estaban
protegidos. Todo estaba bien. Por fin, todo en la vida de Anna estaba bien.

En silencio, Anna se dirigió a la cómoda donde una pila de ropa planchada de Molly
estaba tendida. Ella la tomó y, una por una, las guardó. Ordenar la tranquilizó - había
pasado la mayor parte de su vida tratando de lograrlo.

Pero por la noche los demonios salían - los terribles monstruos que querían robar a sus
hijos, que querían encarcelarlos como ella había sido encarcelada, querían que ellos la
odiaran, querían que conocieran una vida sin amor, sin risas, sin ella.

Anna había pasado su infancia en el Grange Hall. Un Establecimiento de Excedentes, era


una prisión para los niños nacidos ilegalmente por padres que habían firmado la
Declaración – un pedazo de papel que la mayoría la firmaban demasiado joven para
entender que a cambio de la vida eterna nunca tendrían hijos. Peter había sido un
Excedente también, pero no había sido descubierto por los Cazadores, en su lugar había
sido pasado alrededor de los simpatizantes del Subterráneo por la mayor parte de su
vida, escondido en áticos, sin saber si estaría en el mismo lugar al día siguiente o si sería
trasladado de nuevo. Fue sólo cuando fue tomado por los verdaderos padres de Anna
que había visto lo que la familia era y que era su amor que lo había llevado a entregarse
el mismo a los Cazadores y conseguir que lo enviaran al Grange Hall de modo que
pudiera ayudarla a escapar.

Y ahora él no conocía el miedo. Anna amaba eso y temía en la misma medida; amaba a
su fuerza, su valentía, su capacidad de reír cuando ella le expresaba sus preocupaciones
de una manera que no las menospreciaba sino que las hacía obsoletas. Yo estoy aquí, le
diría a ella. Nadie te hará daño de nuevo. Pero ella ni siquiera veía su valentía como una
amenaza, ella se preocupaba por su inquietud, su necesidad de estar peleando con
alguien, con algo. Temía que la fuerza dentro de él eventualmente lo alejaría de ella. De
los niños.

La ropa estaba plegada, Anna se sentó junto a la cama y escuchó la respiración rítmica
de Molly. Todo estaba en silencio. Sus seres queridos estaban cerca de ella, estaban
durmiendo, no iban a ninguna parte.
25
– ¿Anna? –Ella levantó la vista con un sobresalto al ver a Peter en la puerta, mirándola
con curiosidad–. ¿Qué estás haciendo?

Ella se ruborizó. –Nada.

–Estás viendo su sueño de nuevo, ¿verdad?

Anna se mordió el labio. –Yo sólo... –suspiró–. Tuve otra pesadilla.

–No me digas, –susurró Peter–. ¿Cazadores?

Ella lo miró a los ojos - que brillaban amablemente.

–No Cazadores esta vez, –dijo, lentamente poniéndose de pie y avanzando hacia él–.
Soñé con Sheila.

– ¿Sheila? –Peter frunció el ceño–. ¿Qué soñaste?

Anna cerró los ojos por un momento. Sheila, su amiga del Grange Hall. ¿Era amiga la
palabra correcta? Sheila había sido su sombra. Menor que Anna, se había vuelto a ella
para su protección que Anna le había dado a regañadientes. Sheila no era tan fuerte
como Anna, ella se había metido en problemas con las otras chicas, con la Directora, la
Sra. Pincent, con todo el mundo. Como un fantasma con su piel pálida, translúcida y su
pelo de color naranja pálido, Sheila había sido tan frágil, y sin embargo, había producido
una cualidad resistente con ella, la negativa a aceptar su condición de Excedente, la
determinación de que sus padres la habían querido, que ella no pertenecía al Grange
Hall. Y habría resultado de que ella tenía razón. Sólo habían descubierto eso más tarde,
después de que Anna se había escapado con Peter, dejando detrás a Sheila. Después de
que Sheila había sido llevada a Pincent Pharma, experimentando con ella, usándola...
Anna se estremeció ante el recuerdo. –Yo soñé... –exhaló poco a poco, su respiración
visible en el aire frío de la noche–. Soñé que estaba molesta conmigo. Porque no le
había creído. Porque yo le había dicho que era un Excedente. Soñé que ella se llevaba a
Molly para servirme lo justo, para mostrarme como era. Lágrimas comenzaron a rodar
por sus mejillas y Peter la atrajo hacia él, hacia el corredor. Luego cerró la puerta de
Molly detrás de ellos.

–Sheila no haría eso, –dijo él con suavidad, acariciando el cabello de Anna.


26
–Fue mi culpa que terminara en Pincent Pharma, –dijo Anna, con la voz ronca–. Ella me
pidió que la llevara conmigo. No lo hice. La dejé atrás.

–Tenías que hacerlo, –dijo Peter con severidad–. Y ahora ella está bien de todos modos.
Está con Pip y Jude en Londres. No hay nada de lo que sentirse culpable. Nada.

–Cuidé de ella. En el Grange Hall, –susurró Anna–. Cuando me fui...

–Cuando te marchaste fuiste intrépida y fuerte y valiente. Has salvado mi vida. Para
esto, Anna. Deja de encontrar problemas donde no los hay. –La voz de Peter era más
dura ahora–. Nadie va a llevarse a Molly. No Sheila, ni los Cazadores, ni nadie.

–Ya lo sé, –dijo Anna, secándose los ojos y agitando a sí misma. Miró a Peter con
seriedad–. Lo sé. No sé por qué sigo teniendo estos horribles sueños...

–Porque no estás trabajando lo suficiente durante el día, –dijo Peter, con un brillo
travieso apareciendo de repente en sus ojos - el brillo que empleaba siempre que Anna
se exaltaba–. Desenterré todas esas patatas ayer y tú simplemente te sentaste y
observaste.

– ¡Yo no lo hice! –Protestó Anna ardientemente, a pesar de que sabía de que él no era
del todo serio–. Yo desenterré las zanahorias. Y lavé las patatas. Y –

–Estoy bromeando, –sonrió Peter–. Mira, los sueños se detendrán con el tiempo. Pero
ya no más escurridas por la noche. Necesitas tu sueño y yo también ¿está bien?

– ¿Crees que ella está bien? Sheila, quiero decir. ¿Crees que ella es feliz en Londres?

–Creo que ella es muy feliz. También creo que ella es su propia persona. No es tu
responsabilidad. Ya no más.

–Tienes razón. –Anna asintió con la cabeza.


–Por supuesto que sí. –Sonrió Peter. Le tomó la mano y Anna la apretó, permitiéndole
que la lleve de vuelta a su dormitorio. Y si tenía un mal presentimiento, una sensación
de que algo terrible iba a suceder pronto, muy pronto, lo suprimió. Peter tenía razón -
tenía que aprender a confiar, se dijo. Tenía que aprender a ser optimista.

•••

La mano de Jude estaba temblando. No eran los nervios - por lo menos, se dijo que no
eran. Era su agobiante posición la que estaba causando que sus músculos temblaran, a 27
rebelarse, a temblar con indignación. Él respiró hondo y volvió a los cables frente a él,
cuidadosamente haciendo conexiones, verificando y doble verificando. Estaba listo para
cargar la película, listo para mostrarle al mundo lo que acababa de ver. Miró su reloj - 4
a.m. Buscando a su alrededor una vez más para asegurarse de que no había sido
seguido, que las sombras oscuras debajo de él eran sólo eso y no un ejército reunido de
los guardias de Pincent listo para atacar, contuvo el aliento y presionó el botón azul en
su computadora portátil. Cargar. Oyó un familiar zumbido, el reconfortante sonido del
dispositivo parpadeando en acción. Y entonces, por primera vez en tres horas, se
permitió relajarse un poco.

Había sido su idea, filmando las incursiones en Pincent Pharma. Después de todo,
habían estado ocurriendo durante años y nunca nada había pasado - unos pocos lotes
de Longevidad habían sido destruidos pero Pincent Pharma solo hacia más. En la batalla
de David y Goliat, Jude le había señalado a Pip, Goliat no sólo era ganador, era
triunfante y arrogante. Ellos apenas estaban haciendo una abolladura. Pero Jude sabía
de tecnología – sabía cómo aprovecharla, cómo hacerla que funcione para él. Y así lo
había convencido a Pip para que lo deje ayudar. Inicialmente sólo había rastreado los
ataques a través de la red de las Autoridades de las cámaras de circuito cerrado para
que Pip, Jude o cualquier otra persona que quisiera, pudiera ver a los soldados del
Subterráneo hacer que los camiones de Pincent se detuvieran y destruir las drogas de
Longevidad dentro de ellos. Esto hizo que todos se sintieran mejor, los hacía sentir parte
de esto, más arraigados a la rebelión. Y entonces Jude se dio cuenta de que si más gente
veía los ataques, también se sentirían parte de la rebelión o, si no, al menos sabrían lo
que estaba sucediendo. Al menos, las Autoridades y Pincent Pharma no lo podían negar
más.

Él se levantó y movió sus músculos doloridos, tratando de no hacer una mueca. Odiaba
que le recordaran sus debilidades físicas, de su cuerpo delgado, su pálida piel. Tenía casi
diecisiete, pero aún se veía como un niño, no como un hombre. Cada vez que se miraba
al espejo, se encogía ante su reflejo. Quería ser fuerte, poderoso, pero en cambio se
sentía como el pequeño de la camada, el del montón. Peter, su medio hermano, era el
héroe de acción que había interrumpido en el Establecimiento de Excedentes para
salvar a Anna. Jude... Jude solo era un aficionado a la tecnología.

Él oyó algo, un ruido, y se agachó de nuevo, su corazón latía rápidamente. Alguien


estaba aquí. ¿Quién? ¿Había sido seguido? Aún así, en silencio, se agachó y esperó.
Luego, sin oír nada más, se relajó un poco. Probablemente lo había imaginado. Después 28
de todo, siempre tenía cuidado. Peter era el valiente, el impetuoso, Jude era el
planificador, el organizador. En resumen, el aburrido, pensó con ironía.

Él nunca había pensado en sí mismo como un aburrido antes de haber conocido a su


hermano, antes de haber conocido a Pip y unirse al Subterráneo, el movimiento de
resistencia que había sido creado para luchar contra Pincent Pharma, la Longevidad y
todo lo que significaba para la humanidad. Había sido un Caballero Blanco en su vida
anterior en el Exterior – un genio de la computación que trabajaba para el bien,
identificando las deficiencias en las redes de las empresas y ofreciéndose a
solucionarlas. Lo hacía por un precio, por supuesto, pero había otros que simplemente
se aprovechaban de las debilidades para robar, espiar, para causar estragos. Jude
siempre se había visto como un protector benévolo; le gustaba esa imagen, le gustaba la
protesta que conseguía cada vez que se ponía en contacto con una gran empresa para
hacerles saber que acababa de hackear su red y podría, si quisiera, vaciar su cuenta
bancaria. A cambio de su trabajo exigía una cuota suficientemente grande como para
seguir adelante por algunas semanas, a veces por unos meses. Y luego se recompensaba
por pasar a MyWorld. Sólo podría haber existido en su computadora, pero a menudo se
sentía más real que el mundo Exterior. En el mundo real no había gente joven, pero
MyWorld estaba lleno de ellos. Y en MyWorld Jude era un héroe auténtico, popular con
todos.

La verdad era, que la vida sin eso había tomado algún tiempo para acostumbrarse.

–Vamos, vamos, –murmuró en voz baja mientras la película digital lentamente se


cargaba. Frustraba a Jude que la conectividad se había vuelto, en los últimos meses, más
lenta y no rápida. Como todo en estos días, las cosas estaban empeorando todo el
tiempo. La caída del suministro de energía, la caída del suministro de agua - había oído
que en el suroeste las personas se habían visto obligadas a empezar a hacer cola por
agua en el pozo municipal. La sequía había significado que la comida estaba siendo
racionada también, y ni siquiera bajo el pretexto de las preferencias de la cedula
personal. Pero por lo menos podían hacer cola abiertamente. Por lo menos no eran
como él, escondido en un sucio, apenas habitable edificio donde a veces la comida no se
materializaba durante días seguidos.

El Subterráneo. El Movimiento de la Resistencia. Jude había sabido de su existencia


durante toda su vida, pero sólo en referencias sombrías. Alentaban a las personas a
tener hijos cuando el mundo ya estaba completo - demasiado lleno. Creían que las 29
drogas de la Longevidad estaban equivocadas cuando la Longevidad había curado al
mundo de la enfermedad, había curado al hombre del envejecimiento. Jude, un niño
Legal (ciertos miembros de los altos directivos de las Autoridades llegaron con la ventaja
de tener un hijo), habían sido educados para odiar al Subterráneo y todo lo que
representaba. Pero mientras crecía, mientras había anhelado por compañía, por alguien
de su misma edad con quien jugar, los argumentos de su padre a favor de la Longevidad
parecían menos convincentes. Y cuando, hace apenas dos años, su padre, Stephen,
había sido asesinado por Margaret Pincent, su primer esposa, y la verdad sobre cómo la
legalidad de Jude había sido arrancada de su medio hermano Peter fuera revelada, se
había dado cuenta de que nada era lo que parecía. Peter, el hijo de Margaret y el
segundo hijo de Stephen, había nacido solo dos meses después de Jude, pero el
nacimiento de Jude le había dejado como un Excedente. Así, mientras que Jude había
sido criado en una familia acomodada, Peter había sido escondido en áticos, en sótanos,
obligado a trasladarse de un lugar a otro.

No de extrañar que Peter fuese el héroe, Jude pensó mientras observaba la barra de
descarga, tamborileando sus dedos sobre su muslo. Y no es de extrañar que Pip no
hubiera querido que Jude se una al Subterráneo. Él era un ladrón, su nacimiento le
había robado a Peter la legalidad que le correspondía.

Jude se sacudió y volvió a su dispositivo. En cualquier momento la policía de las


Autoridades podría subir. Había elegido este lugar cuidadosamente – una fábrica
abandonada bajo órdenes de demolición, sus paredes y la condenada estructura y las
vallas de alambre de púas impidiendo la entrada. Pero aún así, eso no detendría a un
guardia o un policía si sospechaba lo que él estaba haciendo aquí. Y si lo atrapaban... se
estremeció. No soportaba pensarlo. Desde que había lanzado su suerte con Pip y Peter,
desde que había tomado la decisión de unirse al Subterráneo, había estado en la Lista
de los Más Buscados. Si por más que tratara de utilizar una tarjeta de crédito sería
rastreado, localizado, capturado y encarcelado o peor. El Subterráneo no puede ofrecer
mucho en la forma de la hospitalidad, pero al menos lo protegían, lo mantenía a salvo.
Miró a su alrededor con cautela y luego, con un suspiro de alivio, vio que el trabajo
estaba hecho. Rápidamente sacó los cables, saltó y comenzó a correr.

Pero mientras corría a través de una puerta y lo que una vez había sido una escalera en
pleno funcionamiento, Jude se detuvo en seco por el sonido que había oído antes. Miró
alrededor y cuidadosamente se hundió en las sombras, con el corazón latiendo en su
pecho - de la carrera o del miedo, no estaba seguro. Y luego lo escuchó de nuevo. Un 30
jadeo, un ruido agudo. No sonaba como guardias enemigos. No se parecía a nada que
Jude había encontrado antes.

Vacilante, se arrastró a lo largo de la pared, teniendo cuidado de permanecer oculto en


las sombras. Él estaba en una plataforma, un corredor que ahora estaba ausente de
ambas paredes. Debajo de él habían dos plataformas como ésta, más allá del hueco
donde había estado la otra pared había una caída de cinco metros hacia abajo al piso
central donde máquinas abandonadas rebosaban, oxidándose como barcos hundidos.

El jadeo era cada vez más fuerte. Jude pensó de nuevo en correr, pero no podía - tenía
que saber si lo habían seguido, tenía que saber qué o quién estaba haciendo este
sonido. Podría ser una trampa, pero eso era poco probable. Comida gratis habría sido
una trampa mejor que el sonido de alguien respirando con dificultad. Comida gratis, si
era buena, casi valdría la pena entrar a una trampa. Deteniéndose brevemente para
contemplar su estómago vacío, Jude se sacudió y continuó por la orilla hacia el sonido.
Se dio la vuelta en la esquina, el sonido era más fuerte y sin embargo, todavía no podía
ver nada. Frunciendo el ceño, se apartó de la pared para ver abajo, al piso central, pero
todavía no podía ver nada. Sonaba como un animal, se dio cuenta con alivio cada vez
mayor. No era humano. Probablemente un perro. Escuchó cuidadosamente; venía
directamente debajo de él. Se dejó caer hasta el suelo, Jude avanzó hasta el borde de la
plataforma y bajó la cabeza por el borde, estirando el cuello para ver al animal herido
haciendo el ruido, ahora frenético. Y entonces sintió que la sangre abandonaba su
rostro y sintió que sus manos se humedecían, porque no era un perro. No era un animal
de cualquier tipo. Era una mujer.

Estaba sentada sujetando su garganta, su piel estirada alrededor de sus manos,


alrededor de su rostro, y parecía como si alguien la estaba estrangulando, como si
estuvieran tirando de una cuerda invisible alrededor de su cuello, porque se estaba
ahogando y tenía los ojos desorbitados y mirando salvajemente, sus manos arañando el
aire por encima de su cabeza como si fuera a salvarla. Pero Jude podía ver que nadie
estaba tirando de la cuerda invisible, la mujer estaba sola. Sin pensarlo, se giró,
agarrando el piso que había estado de pie con las manos, bajándose a la plataforma
donde estaba sentada. Ella lo vio, pero apenas podía atreverse a mirarlo.

– ¡Agua! –jadeó.

Jude sacó su valiosa botella de agua y sólo después de una pausa breve se la ofreció. Ella 31
trató de agarrarla, pero sus brazos estaban agitando desesperadamente. Con cuidado,
él vertió un poco de agua en su boca. Ella asintió con la cabeza frenéticamente y
derramó el resto, pero a medida que el líquido se deslizaba por su garganta, gimió
dolorosamente.

– ¿Qué? ¿Qué es?–preguntó Jude con ansiedad, pero la mujer no lo estaba mirando, ella
se aferraba a su cuello de nuevo.

– ¡Agua! –dijo ella de nuevo.

–Se acabó, –dijo Jude–. ¿Qué te pasa? ¿Qué pasó?

–Sedienta, –dijo la mujer, con los ojos brillando ahora–. Agua.

Jude retrocedió, con los ojos muy abiertos y su corazón latía con fuerza. –Yo no tengo
más agua.

La mujer asintió con la cabeza, como si por fin entendiera lo que estaba diciendo.
Entonces, sin previo aviso, reunió sus fuerzas y se lanzó hacia él, tomándolo por
sorpresa y derribándolo al suelo.

–Agua, –gritó ella–. ¡Agua!

Sus manos estaban agarrando su cuello y luego su codo estaba presionando su tráquea
y él no podía respirar. Trató de empujarla pero ella parecía estar impregnada con una
fuerza increíble - la fuerza de la desesperación, se encontró pensando - y todo empezó a
volverse negro. Y entonces, sin advertencia, la presión desapareció. Él jadeó en busca de
aire, ahogándose por oxígeno, rodando sobre su frente, empujándose en cuatro patas.
La mujer se había alejado de él, estaba en el suelo ahora. Con su garganta todavía
doliendo, Jude la miró con rabia, con miedo, pero luego retrocedió. Su piel se estaba
secando. No sólo su piel - su cuerpo. Justo en frente a él. Parecía que cada pizca de
humedad fuese literalmente succionada fuera de ella. Ella levantó su cabeza y lo miró,
con sus ojos enormes, sus párpados retrocediendo - como un esqueleto, Jude se puso a
pensar. Y luego, con un último grito, cayó hacia atrás y se quedó en silencio.

Jude no se movió durante un minuto. Shock y temor lo hicieron permanecer


completamente inmóvil mientras su cerebro trataba de procesar lo que había visto,
tratar de darle sentido a eso. Luego, tentativamente, se detuvo. Su cuello todavía sentía
dolor, su respiración todavía era entrecortada mientras se arrastraba hacia la mujer. El
no logró todo el camino hacia allí - no se atrevía. Su piel se había vuelto ennegrecida, su 32
boca y ojos estaban abiertos, grandes círculos que lo invitaban a mirar profundamente
al interior. En su lugar miró a su alrededor - quería una cinta de esto, tenía que saber
dónde encontrar las imágenes. Pero no había cámaras aquí. Se dio una patada. Por
supuesto que no había cámaras - había elegido el lugar a causa de ello. Se puso de pie
con las piernas temblorosas, consideró llevar a la mujer con él a la sede del Subterráneo,
y luego rechazó la idea inmediatamente por razones de seguridad y practicidad. Al
menos eso fue lo que se dijo. Pero su verdadera razón era su repugnancia, su terror, su
deseo de dejar este lugar tan pronto como sea humanamente posible y nunca regresar.

Tomando una última mirada a la mujer, se volvió y corrió hacia la entrada trasera del
edificio. Una vez fuera, vomitó violentamente, y luego continuó su viaje de regreso al
Subterráneo.
Capítulo 3

J
ude se ocupó de los controles de seguridad del Subterráneo tan rápido como
pudo antes de estallar por la puerta. Todavía era temprano, pero las horas no
eran importantes aquí y las reuniones regularmente se llevaban a cabo en la 33
oscuridad de la noche. Pip, por lo que Jude podría decir, rara vez dormía e incluso
cuando lo hacía, se despertaba y estaba listo para la acción en pocos segundos por si
algo estuviera sucediendo.

– ¡Pip! –Gritó con urgencia–. Pip, ¿dónde estás?

– ¿Jude? –Pip apareció en una puerta, con una expresión indescifrable, pero Jude sabía
que rechazaría tal arrebato. Pip, que había establecido al Subterráneo hace cientos de
años y lo había conducido desde entonces, era un hombre de pocas palabras y aquellas
que pronunciaba eran bien pensadas, ordenadas, cuidadosamente elegidas. Estaba a
favor de la precaución sobre la pasión, la razón sobre la primera impresión. Él y Jude no
podía haber sido más diferentes entre sí.

–Pip, tienes que escuchar esto. Acabo de llegar de la planta procesadora. La desusa
cerca de Euston...

–Sí, Jude. He visto las imágenes que has subido. Felicitaciones por otro éxito. –Habló en
voz baja. Pip, el enigmático líder no oficial del Subterráneo - el grupo rebelde creado
para luchar contra la Longevidad, para combatir la Declaración, para luchar contra
Pincent Pharma y todo lo que representaba – rara vez levantaba su voz, significaba que
nunca sonaba entusiasta, nunca sonaba orgulloso o suficientemente sorprendido por
nada. Era la voz más frustrante que Jude había encontrado.

–Eso no, –dijo él apresuradamente–. Algo más. Algo... –su rostro crispado sin darse
cuenta por lo que estaba por decir–. Acabo de ver a alguien morir. Fue horrible. –Él se
arrepintió del uso del lenguaje inmediatamente - se sentía torpe y desdeñoso. Pero no
sabía qué más decir, cómo describir lo que había visto. Hacía tiempo que había
superado su miedo, su disgusto, en el camino de regreso al Subterráneo se había
sacudido, se dijo que no fuera tan patético. Pero ahora, en lugar de llegar a ser tan
valiente, se sintió un poco tonto. Después de todo, había visto gente morir antes -
Soldados del Subterráneo, muertos por los secuaces de Pincent Pharma. Sólo que esta
vez era diferente. La mujer parecía... enferma. Era una palabra de la historia, un
concepto que parecía abstracto de alguna manera. Hasta ahora, eso es. Ahora se sentía
muy real y muy terrible. Vio a Pip levantar una ceja y se sonrojó ligeramente –. Fue una
mujer. Ella jadeaba, como realmente jadeando por respirar, y ella quería un poco de
agua, así que le di un poco, y entonces ella solo... –Sintió sus piernas debilitarse
mientras el impacto de la vista lo golpeó una vez más. Podía sentir a Pip viéndolo, quería
34
impresionarlo, quería su admiración. Pero en su lugar pudo ver la simpatía,
preocupación. Sus hombros cayeron abatidos–. Se marchito, –dijo, decepcionado
consigo mismo–. Ella murió, allí mismo.

Sheila apareció junto a él, con los ojos abiertos, y sacó una silla para él, sintió el aleteo
habitual de anhelo que llenaba su pecho cada vez que la veía y se sentó.

– ¿Ella murió? ¿Entonces era una de Exclusión Voluntaria? –preguntó Sheila. La


Exclusión Voluntaria eran las personas que optaban por apartarse de la Declaración, que
optaban por renunciar a las drogas de Longevidad para tener hijos. Eran pocos y
distantes entre sí y observados con recelo por los Legales - ¿quién querría envejecer y
estar abierto a la enfermedad cuando las tabletas de Longevidad podrían protegerte?
¿Quién querría tener un hijo cuando el mundo estaba ahora casi en su totalidad sin
hijos?

– ¿Estaba sola? –intervino Pip antes de que Jude pueda responder, ahora lo miraba
fijamente.

Jude asintió con la cabeza.

– ¿Y nadie te vio? –continuó Pip.

–No. Quiero decir, yo no vi a nadie. Tuve cuidado - regresé aquí, quiero decir.

–Bien. Sheila, ¿serías tan amable de hacerle a Jude una taza de té? Y luego, Jude, me
gustaría que me dijeras exactamente lo que sucedió. Cada detalle, todo lo que puedas
recordar. ¿Puedes hacer eso?

Jude asintió con la cabeza.


– ¿Té? –Preguntó Sheila, su cara entornada con indignación–. Pero ya no queda té. No
tendremos más hasta esta tarde y –

–Y yo estaba esperando que podrías ser ingeniosa y encontrar un poco, –dijo Pip, con
los ojos ligeramente centelleantes.

Los ojos de Sheila se entrecerraron y Jude sintió impulso proyector en cuanto se dio
cuenta de que Pip había descubierto su pequeña colección de bolsas de té, de galletas,
de todo lo demás que ella había sido capaz de ocultar. Ella no pudo evitarlo - Jude lo 35
sabía, y no la culpaba por ello. Había crecido sin nada que llamar suyo. Jude, que había
sido criado con abundantes suministros de todo excepto con amor, no la envidiaba más
que participación de algo - él le hubiese dado la camisa si ella la hubiera querido.

–No necesito té, –dijo rápidamente–. De verdad, yo –

–Sí, lo necesitas, –dijo Sheila en voz baja–. Creo que en realidad puede haber una bolsita
de té. Voy a ir a buscar.

Ella fue a la cocina y Jude se obligó a mirar de nuevo a Pip.

– ¿Estás bien? –el líder del Subterráneo preguntó, sentándose a su lado. Jude asintió.

–Estoy bien, –dijo, en los ojos de su mente veía a Sheila tomando una de sus bolsas de
té atesoradas desde donde ella la había escondido.

–Debe haber sido un shock.

–Estoy bien, –insistió Jude–. No soy un completo cobarde, sabes.

Su tono era más sarcástico de lo que había previsto y vio a Pip fruncir el ceño
ligeramente.

–No te considero una persona débil en absoluto, –dijo después de una corta pausa–.
Dime lo que has visto, Jude. No dejes nada afuera.

Jude se echó hacia atrás en su silla y le dijo todo a Pip - sobre la redada, las cámaras, la
carga de la película, escuchar el jadeo y la búsqueda de la mujer. Pip escuchó
atentamente, asintiendo de vez en cuando, con el rostro serio.

– ¿Su piel estaba ennegrecida?


–Ella parecía casi como si hubiera sido quemada, –asintió Jude, estremeciéndose un
poco–. Parecía un esqueleto.

Pip asintió, sumido en sus pensamientos. Luego miró a Jude, sus ojos, que se habían
nublado de repente estaban brillantes y claros.

– ¿Qué crees que estaba mal con ella? –Jude le preguntó inquisitivamente–. ¿Crees que
fue algo que ver con Pincent Pharma?

–Creo que es muy probable, –dijo Pip suavemente. 36

–Así que vamos a averiguar. Voy a entrar ahí de alguna manera, averiguar lo que está
pasando. –Miró a Pip esperanzado. Apenas un año antes, Peter había ido a trabajar a
Pincent Pharma, fingiendo que quería trabajar con su abuelo, Richard Pincent, fingiendo
que había roto todos los vínculos con el Subterráneo. Pip había confiado para que
espiara por él, para descubrir los infames secretos que Richard Pincent habían
escondido. Peter había sido un héroe, incluso ahora todo el mundo hablaba de su
nombre casi con un susurro. Jude deseaba tener una oportunidad similar para
demostrar su valía, para mostrar que era digno.

Pero Pip negaba con la cabeza. –No, Jude, –dijo, poniéndose de pie–. Tienes que
quedarte aquí. Hay mucho que hacer.

– ¿Cómo qué? –Preguntó Jude a la defensiva–. Puedo espiar también. Me metí en


Pincent Pharma la última vez. Puedo hacerlo de nuevo. Sólo dame una oportunidad para

–No, –dijo Pip de nuevo–. Te necesito aquí. Te necesito para estudiar.

– ¿Para estudiar? –Jude suspiró irritado, sus ojos se inclinaron sobre la pila de libros que
Pip le había dado para leer: Biografías políticas, libros de historia, libros de
supervivencia, sobre los desastres, libros sobre liderazgo, libros sobre plomería... Ambos
sabían que leyendo libros no iban a lograr nada. Pip simplemente no lo valoraba, no
creían en él. Y, Jude pensó mucho, a lo mejor tenía razón.

–Estudiar es muy importante, –dijo Pip seriamente, moviéndose hacia Jude. Levantó su
mano y por un momento Jude pensó que la iba a poner sobre su hombro, pero luego
pareció cambiar de idea y en su lugar se la llevó de vuelta a su lado.
Jude no dijo nada, un golpe de decepción amenazaba con traer lágrimas a sus ojos,
ahogando su voz. Más evidencia de que él no era un héroe, pensó desesperadamente.

Sheila apareció con una taza de té y se la dio a Jude, que la tomó miserablemente.

–Gracias, Jude. Eso ha sido muy esclarecedor, –dijo Pip, poniéndose de pie, sin darse
cuenta - o tal vez no elegir notar - la mirada de irritación en la cara de Sheila cuando se
dio cuenta de que se había perdido todo–.Y ahora hay mucho que hacer.

– ¿Cómo qué? –preguntó Jude de repente, su defensa habitual de sarcasmo finalmente 37


apareciendo. Tomó un sorbo de la bebida caliente y sintió su interior calentarse.

Pip frunció el ceño. – ¿Perdón? –dijo.

–Dijiste que hay mucho que hacer. Solo me preguntaba qué es, –dijo Jude, mirando a
Pip justo a sus ojos.

Pip respiró hondo. –Jude, –dijo en voz baja–, ¿Has leído ese libro de allí? Estaba
señalando a un libro viejo y maltrecho, el lomo estaba perdido pero Jude sabía que
estaba lleno de historias cortas. Historias dirigidas a los niños, no a jóvenes adultos
como él.

–Sí, –dijo lacónicamente–. Está lleno de cuentos de hadas.

–No de cuentos de hadas, –Pip le corrigió–. Fables. Deberías leerlo alguna vez. En
particular, la historia sobre el ratón y el león.

– ¿El ratón y el león? –preguntó Jude con cansancio. Otra desviación.

–El león atrapa al ratón y lo va a matar, pero el ratón brinca en su cola y el león lo
persigue y lo persigue, sin siquiera dándose cuenta cuando el ratón se agacha y se
escapa.

–De acuerdo, –dijo Jude rotundamente. Si Peter estuviera aquí, Pip no estaría hablando
de leones y ratones. Si Peter estuviera aquí, estaría en el centro de la acción–. Correcto.
Gracias. Suena como una gran historia.

–Lo es, Jude. Como ya he dicho, deberías leerla alguna vez. –Entonces, rápidamente, Pip
salió de la habitación, dejando a Jude sacudiendo la cabeza en frustración.
Sheila atrapó su mirada y entornó los ojos. –Hay, –dijo con solemnidad, haciendo una
muy buena imitación de Pip, –mucho que hacer.

Jude suspiró, luego se permitió una pequeña sonrisa. –Muchas, muchas cosas
importantes, –dijo sin expresión, tomando otro sorbo de té caliente.

– ¿Así que realmente murió? –Preguntó Sheila, sacándole la taza y tomando un sorbo–.
¿Delante de ti?

Jude asintió con la cabeza. 38

– ¡Eeeuuughh!

–Sí, –dijo Jude, levantando una ceja y logrando una sonrisa–. Tú te habrías desmayado a
ciencia cierta, o hubieses salido corriendo gritando del lugar.

–No, –dijo Sheila desafiante.

–Sí, sí lo harías, –dijo Jude, entusiasta con el tema y tomando su taza de nuevo–. Tú
habrías estado imposible.

–Corriste hacia aquí con bastante rapidez, –dijo Sheila alegremente–. Y estoy segura de
haberte oído gritar justo antes de que llegaras.

–No, no lo hiciste, –dijo Jude con brusquedad, su sentido del humor evaporando
súbitamente. Si Pip pensaba que era débil, eso era bastante malo. ¿Pero Sheila? Eso no
lo podía soportar.

Sheila lo miró con malicia. –Bueno, tenías miedo.

–No lo tenía, –dijo Jude, volviéndose furiosamente–. Yo no tenía miedo, ¿de acuerdo?

Sheila no dijo nada durante unos segundos, y luego lentamente se acercó a Jude y se
sentó en el brazo de su silla. –Yo habría estado aterrorizada, –dijo en voz baja.

– ¿Si? –preguntó Jude inquisitivamente –. ¿En serio?

–En serio, –dijo Sheila–. A menos que tú estuvieras allí. Entonces no habría tenido miedo
en absoluto.

Jude se sintió entrar en calor. –Tú... ¿no lo estarías?


–No, –dijo Sheila con firmeza–. Me salvaste de Pincent Pharma. –Ella se volvió hacia él,
y Jude vio un destello de auténtica emoción en sus ojos–. Yo sé que tú me has
protegido, –susurró–. Siempre me proteges.

–Y siempre lo haré, –dijo, envolviendo sus brazos alrededor de ella y abrazándola


fuertemente contra él. Él no era un héroe, lo sabía, pero podía ser el héroe de Sheila, si
ella lo hubiera dejado.

–Entonces, ¿crees que fue Richard Pincent quién mató a esa mujer? –Continuó Sheila, 39
con ansiedad audible en su voz–. ¿Al igual como él me iba a matar?

Jude apretó su abrazo su alrededor. –No lo sé, –dijo con gravedad–. Pero no te
preocupes, no va a salirse con la suya.

–Pensó que, –dijo Sheila, mordiéndose el labio–. Quiero decir, él siempre lo hace. Que el
Subterráneo no va a ganar, ¿verdad? Entonces, ¿cuál es el punto?

–El punto es, –dijo Jude con suavidad, recordándose a sí mismo que la vida de Sheila ha
sido dura, que no era su culpa decir las cosas que dijo–, tenemos que seguir luchando. Si
hay más personas jóvenes, más oposición habrá para las Autoridades y Pharma Pincent.

–Pero la Declaración tiene sentido, –dijo Sheila, frunciendo el ceño–. Hay demasiada
gente como están las cosas. No tenemos suficiente agua. Me dijiste que los ríos se están
secando en África. No tenemos suficiente energía, o comida, ni nada. No quiero más
gente. Quiero menos gente.

Jude sacudió la cabeza con firmeza. –No es así de simple, –dijo.

– ¿No? Sheila preguntó inquisitivamente.

–No, –dijo Jude, frunciendo el ceño–. El mundo necesita gente joven. No es justo
detener a gente nueva sólo para que las personas mayores puedan seguir viviendo. No
es... –Él se alejó, no podía pensar con claridad. Todo lo que podía pensar era en la
proximidad de Sheila con él, y las extrañas sensaciones disparando alrededor de su
cuerpo - como miedo, solamente... diferente. Ella se volvió a mirarlo, y él enrojeció–.
¿No tienes... tareas que hacer?–preguntó, su voz se quebrada con torpeza mientras
hablaba.

Lamentó las palabras tan pronto como habían salido de su boca, pero ya era demasiado
tarde. Sheila levantó las cejas, robó un último sorbo de té de la taza de Jude, y luego
salió enojada, dejándolo solo. Suspirando interiormente miró hacia arriba, permitiendo
que sus ojos recorran por todo la habitación.

Era un pequeño espacio, una de las pocas habitaciones que formaban la sede del
Subterráneo. La sede de hoy, en todo caso. El rumor decía que se moverían de nuevo
pronto. Y por rumor, Jude quería decir que Sheila le había dicho, lo que significaba que
tenía aproximadamente un cincuenta por ciento de probabilidad de ser cierto. A Sheila
le gusta saber todo, y si no sabía algo ella lo inventaba en vez de admitir su falta de
conocimiento. De acuerdo con Sheila, Pip le dijo a alguien el otro día que estarían en 40
algún otro lugar al final de la semana, y ya que hoy era jueves, eso no dejaba muchos
más días para levantar las estacas y marcharse.

Él se levantó y se acercó a la mesa que la usaba de escritorio, se sentó en su silla y puso


los pies sobre la mesa, como solía hacer cuando había vivido en su propia casa, con sus
propias reglas. Parecía mucho tiempo atrás. Casi toda una vida.

En realidad sólo habían sido unos meses desde que él y Sheila se había trasladado en
calidad de residentes permanentes. Unos meses desde que Pip había considerado un
riesgo demasiado alto para que se establecieran en algún otro lugar. Los dos sabían,
había visto de primera mano, las sórdidas actividades que tienen lugar en Pincent
Pharma, y Richard Pincent había prometido encontrarlos y matarlos en las notas que
Jude había hackeado.

Lo habían hecho sentir importante en aquel entonces. Ahora - bueno, ahora ya no


estaba tan seguro de que Sheila no tenía un punto. No era el Subterráneo de por sí. Jude
estaba completamente de acuerdo con todo el asunto anti-Pincent. Él no podía dejar de
estarlo, en realidad no, no viendo que casi nadie de su edad existía y aquellos que
habían nacido habían sido detenidos y enviados a Establecimientos de Excedentes. Sabía
que Pip tenía razón, sabía que la Declaración - esos pedazos de papel que la gente
firmaba prometiendo no procrear sólo para que pudieran tomar la Longevidad – estaba
fundamentalmente errónea, que un mundo completamente lleno de gente mayor
apestaba, incluso si las personas no lucían viejas. Y sabía que Richard Pincent era el
hombre más malvado del mundo entero. Nadie lo odiaba más que Jude – nadie.

Pero había pensado que el Subterráneo sería más como un ejército que un... un... Buscó
la palabra adecuada y fracasó. Había pensado que el Subterráneo sería diferente, un
hervidero de actividad, lleno de soldados, hombres y mujeres valientes hablando de la
revolución por venir, haciendo planes y llevándolos a cabo. En cambio, casi no había
gente allí por una cosa - la gente entraba por procedimientos o, en ocasiones, por
reuniones, pero nadie se detenía a conversar y no pretender mirar a alguien demasiado
cerca porque era arriesgado, porque la idea era que la gente difícilmente pudiera
identificar a cualquier otros simpatizantes si eran capturados, si Richard Pincent o las
Autoridades se apoderaban de ellos. Las únicas personas que estaban allí de forma
permanente eran Jude, Sheila, Pip, y uno o dos guardias. Jude había visto más drama
cuando había vivido en un pequeño recinto en el sur de Londres.

De repente lo golpeó. Una familia, eso es como era el Subterráneo - una familia un poco 41
disfuncional. Pip había asumido el papel de los padres, generalmente desaprobando y
criticando todo mientras está convencido de que todo lo que hacía estaba bien y la
mejor manera de hacer las cosas. Peter y Anna eran los niños de oro. Sheila era la joven,
la niña mimada. ¿Y Jude? Era el decepcionante, el inadaptado, el 'problemático'. A veces
ni siquiera estaba seguro de que estaba en la familia en absoluto.

Sacudiendo la cabeza con cansancio, Jude se volvió a su computadora. No tenía sentido


pensar en ello realmente, nunca sería Peter, nunca tendrá lugar en la misma estima. Y
mientras tanto otro camión de Pincent estaba siendo emboscado esa tarde y tenía que
seguirlo. Pronto apareció en su pantalla y observó durante una hora más o menos,
aburrido, miró a Sheila que había aparecido de nuevo al otro lado de la habitación unos
minutos antes y estaba apoyada contra la pared, escoba en mano, soñando despierta. Él
sabía que estaba esperando a que él la llame.

– ¿Te apetece un juego, princesa? –princesa era su apodo para ella - le dijo que era
porque se comportaba como una, porque era tan difícil y demandante, pero en realidad
era porque la primera vez que la había visto, pensó que parecía una princesa en un
cuento de hadas, congelada, asustada, esperando que alguien la rescatara. La había
visto cuando había hackeado la red de Pincent Pharma, cuando se había dado cuenta de
que Pincent Pharma era más que solo una compañía farmacéutica - era una prisión, una
cámara de tortura. Fue entonces cuando había renunciado a todo lo que había dado por
sentado durante toda su vida y abriéndose paso dentro de Pincent Pharma para
rescatarla, para salvar a su princesa de las fuerzas oscuras en juego en las entrañas de
aquel odioso lugar. Allí fue donde había conocido finalmente a Pip y a Peter y juntos
habían hecho el sorprendente descubrimiento de que los Excedentes eran enviados y
utilizados para obtener células madre y obtener la Longevidad +, la maravillosa droga
que trataría los signos externos del envejecimiento, así como el proceso de renovación
interno.
Ese había sido el fin de la existencia de Jude como un ciudadano Legal - a partir de
entonces, él necesitaba la protección del Subterráneo. Pero la verdad era, que la
Legalidad era tan buena como parece, no cuando tú eras la única persona Legal de tu
edad en lo que parecía ser toda la ciudad o posiblemente todo el país.

–No, gracias, –dijo Sheila arrogantemente, inmediatamente comenzando a empujar la


escoba por el suelo–. De hecho, tengo un montón de cosas que hacer.

Jude sonrió. –Pero los dos sabemos que no las vas a hacer. 42
Sheila se cruzó de brazos defensivamente. –Si las haré. No soy un vago como tú. –Se dio
la vuelta y barrió un poco de polvo de la esquina, y luego barrió otra vez. Él observo
divertido, pero no dijo nada. Sheila se había criado en un Establecimiento de
Excedentes. Ella no se cansaba de decirle a alguien que la escuchaba que no era un
Excedente, que sus padres habían Excluido la Declaración, renunciando a la Longevidad
para que pudieran tenerla, pero aun así, todavía había terminado siendo llevada por los
Cazadores y entrenada para ser un Activo Valioso, un ama de llaves u otro servidor.
Salvo que parecía que no eran Activos Valiosos después de todo. En Pincent Pharma,
ella había descubierto que Richard Pincent las necesitaba para... otras cosas.

–Como quieras.

–Lo haré. Y si fuera tú, hubiera leído algunos de los libros que Pip te dio. Tienes suerte
de estar aquí, Jude.

– ¿Así que - debo hacerme más valioso? –otra vez se arrepintió de las palabras, la
primera vez que había sido llevados por el Subterráneo Sheila había hecho un gran
problema acerca de las habilidades de limpieza que había aprendido en Grange Hall,
sobre lo valiosa que sería para todos. Pero el Subterráneo tendió a elegir edificios en
ruinas e inhabitable para sus locales, y que no era tan fácil ser un ama de casa en un
lugar que estaba lleno de polvo y donde nadie parecía importarle si el suelo estaba
limpio o no. Pronto resultó que Sheila no era tan buena en la limpieza de todos modos,
ni en la cocina, a menos que la comida carbonizada fuese tu idea de alta cocina. Lo que
significaba que pasaba la mayor parte de su tiempo caminando por todo el lugar, con
una mirada un poco defensiva en su rostro. Jude podría relacionarse con eso, se sentía
como si estuviera continuamente tratando de defender su posición, su valor, su utilidad.
–Fui rescatada, –dijo Sheila, evidentemente decidiendo que atacar era la mejor forma
de defensa–. Estaba en un Establecimiento de Excedentes porque los Cazadores me
robaron de mis padres. Tú estás... bueno, estabas viviendo en una casa, ¿no es así?
Quiero decir, realmente no necesitas estar aquí en absoluto.

Jude respiró hondo. Siempre las mismas indirectas, los mismos comentarios mordaces,
como si la vida fuera una competencia y si Sheila no intentaba humillarlo al menos tres
veces al día, de algún modo estaría perdiendo en el juego de la vida. El problema era,
que ella ya había perdido tantas veces y Jude lo sabía. Una vida gastada en el Grange 43
Hall, y su primer contacto con el mundo Exterior fue ser amarrada a una cama en la
Unidad X, un sucio secretito de Pincent Pharma.

Sheila nunca había estado sola, pero sabía que había estado sola - desesperadamente
sola. Había estado muy confundida acerca de sus amigos en Grange Hall, pero a veces le
contaba historias sobre los juegos violentos que jugaban allí, la intimidación y los
castigos que regularmente se impartía, lo que le hacía a Jude sufrir cuando pensaba en
ello. Él perdonaría cualquier cosa a Sheila por lo que ha pasado - sus comentarios
mordaces, su moral retorcida, la manera en que lo observaba en silencio y luego se
escondía en las sombras en el momento en que él se daba la vuelta.

–No como yo, –continuó ella–. Quiero decir, yo era Legal también, pero los Cazadores
me robaron de mis abuelos y mis padres no pudieron encontrarme de nuevo.

Le lanzó una mirada significativa a Jude y él suspiró para sus adentros. Ella le había
contado esta historia miles de veces. Más de un millón. Y la semana pasada,
estúpidamente, estúpidamente, en un momento de debilidad había accedido para ver si
podía rastrear a sus padres para ella. A pesar de que Pip había dejado claro que no
quería que lo hiciera. A pesar de que Sheila había dicho que no buscaría a sus padres
bajo ninguna circunstancia.

–Palmer, era su nombre, –dijo Sheila, mirándolo con cautela–. En Surrey...

–Palmer. De acuerdo, –dijo Jude con torpeza, observando un pedazo de papel delante
de él, una lista de nombres y direcciones. Él suspiró–. OK. Mira, Sheila, tal vez hice un
poco de excavación. El asunto es... –dijo, mordiéndose el labio.
Sheila lo miró con emoción. – ¿Sí? ¿El asunto es qué? ¿Los has encontrado? Oh, dime,
Jude. Por favor. Sé que Pip no quiere que los encuentre, pero tienes que decirme. Tiene
que –

Ella fue interrumpida por el mismo Pip entrando a la habitación de repente. –Sheila,
–dijo–, tenemos una enfermera por el corredor que le vendría bien un poco de ayuda, si
eres tan amable. –Jude miró sorprendido, no lo había notado, no sabía cuánto tiempo
había estado allí de pie.
44
– ¿Has descubierto lo que sucedido? ¿Qué le pasaba a esa mujer? –le preguntó
esperanzado, pero Pip no contestó, sino que miraba a Sheila deliberadamente.

Ella abrió la boca como si fuera a protestar, entonces, percibiendo la expresión


inamovible de Pip, se encogió de hombros y vagó por el corredor.

– ¿Y? –preguntó Jude cuando ella se había ido.

-–Sheila ha tenido una vida difícil, ¿no te parece? –señaló Pip, caminando hacia él.

Jude asintió con cautela. Había aprendido a prestar atención lo que le decía a Pip, quién
tenía una manera de tergiversar sus palabras, haciéndolo parecer estar de acuerdo con
cosas que no tenía la intención de acordar.

–Ella no ha visto a sus padres por años, me parece.

–No desde que tenía unos cuatro años, creo, –dijo Jude.

–Y ahora, por primera vez en su vida está relativamente segura. Ella te tiene, y tiene la
protección del Subterráneo.

–Así es, –asintió Jude.

– ¿Así que piensas que es una buena idea, ahora, enturbiar las cosas, distraerla con
pensamientos de sus padres?

Jude frunció el ceño. –Pero yo –

–No hay peros, Jude. Y ahora hay un camión que requiere seguimiento y creo que
merece toda tu atención.

–Estoy enfocado. –Jude podía sentir que su boca se fijaba en un gesto furioso. ¿Pip no
confía en él en absoluto?
–No, Jude, no estás enfocado. Si estuvieras centrado, te habrías dado cuenta de que el
camión se ha detenido.

Los ojos de Jude se abrieron como platos y se ampliaron a la pantalla del software de
SpyNet, que estaba inspeccionando el sistema de circuito cerrado de televisión propio
de Pincent Pharma con el fin de realizar un seguimiento del progreso de los camiones de
Pincent Pharma ahora de cara a la emboscada del Subterráneo. – ¡Mierda! –dijo. El
camión estaba en su lado en el medio de la carretera. Un solitario coche viró para
evitarlo, pero mantuvo la conducción–. ¡Mierda! Lo siento, yo... 45

Se volvió a Pip, que sonrió suavemente y apuntó de nuevo a la pantalla. Jude asintió,
giró y vio que hombres vestidos de caqui saltaban delante del camión, sacando al
conductor, obligándolo abrir la parte de atrás. Jude sintió la familiar oleada de
adrenalina al ver la escena desplegarse - David contra Goliat, el Bien contra el Mal.

Las puertas estaban abiertas ahora y los ojos de Jude estaban en el conductor que
estaba en el suelo, dos hombres manteniéndolo presionado. Parecía agitado, temeroso -
él estaba gritando algo. Los hombres del Subterráneo estaban sacando grandes cajas del
camión, que no se parecía a las habituales cajas que transportan las drogas de la
Longevidad. No es que importase - serían quemadas de todos modos, destruidas. El
Subterráneo dejaría su mensaje alto y claro al lado de la carretera.

Pero al ver las cajas siendo abiertas Jude frunció el ceño, las líneas entre sus ojos
profundizándose. Algo no estaba bien. Las cajas no eran de cartón, estaban hechas de
madera. Los hombres estaban improvisando, fabricando herramientas con sus armas
para penetrar las cajas. Y entonces una se abrió y la mandíbula de Jude cayó, y su mano
se movió hacia su boca, la tapó, con los ojos muy abiertos, con el pulso acelerado, un
oscuro presentimiento levantándose con él.

Miró a Pip en alarma. –No son drogas, –dijo él, mirando cuerpos caer fuera de los
contenedores - cadáveres, negros, pedacitos de cuerpos. Los hombres estaban saltando
hacia atrás, mientras asumían el horror que yacía frente a ellos. Algunos huían, otros
estaban empujando los cuerpos para ver si estaban vivos.

–No, –convino Pip, con la mirada fija en la pantalla, sus claros ojos azules se nublaron de
repente –. No, no lo son.
–Son como la mujer, –jadeó Jude, el miedo sujetando su pecho como fuertes y heladas
manos.

– ¿La mujer? ¿Lucia así? –Pip preguntó, su voz urgente y baja.

Jude asintió. –Exactamente igual, –dijo sin aliento.

Pip no dijo nada, simplemente siguió mirando justo delante de la pantalla.

– ¿Pip? –Jude se volvió hacia él con ansiedad–. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué pasó con 46
ellos?

–Una pregunta muy buena, –dijo Pip gravemente.

–Es Pincent Pharma, ¿no es así? –dijo Jude con los dientes apretados–. Voy a subir esto
a la Web. Decirles a los noticieros. La gente tiene que ver esto.

Pip se volvió hacia él, con los ojos nublados y negó con la cabeza. –No, Jude. Ahora no es
el momento de actuar. Ahora es el momento de esperar.

– ¿Esperar? ¿Por qué? –Preguntó Jude incrédulo–. Deja de alejarme. Puedo ayudar.
Debemos transmitir esto. Deberíamos estar usando esto para que el mundo sepa que
Pincent Pharma es corrupto, ¡que está matando a la gente! Déjame ser parte de la
lucha, Pip. Por favor. –Miró con esperanza, con desesperación, con ojos apasionados,
con los puños apretados. Y por un momento, pensó que Pip iba a decir que sí, por un
momento, Pip parecía que realmente lo estaba teniendo en cuenta.

Pero entonces sintió estrellarse con la tierra cuando Pip negó con la cabeza. –Una
transmisión no es necesario ni conveniente, Jude. Las noticias de esto saldrán
eventualmente, te lo aseguro. –Se levantó y comenzó a alejarse.

– ¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que vas a decir?–Preguntó Jude desesperadamente–.


¿Qué debo decirles a los hombres? ¿Qué debo hacer? –Miró miserablemente a su
dispositivo portátil–. ¿Te das cuenta de lo que tengo aquí? ¿Siquiera eres consciente de
que trabajé durante meses en esta red de comunicaciones? ¿De que no tiene rival en lo
que sé? ¿Te importa que no solo grabe ataques, que gracias a mí, tú o yo podemos
hablar directamente con los líderes de los soldados, para enviar refuerzos, dar órdenes
cuando cadáveres se derraman fuera de los camiones en lugar de medicamentos? ¿Te
importa?
Miró a Pip desafiante, enojado.

Pip le devolvió la mirada y luego asintió. –Por supuesto que lo sé, Jude, –dijo en voz
baja–. Decenas, tal vez cientos de vidas se han salvado gracias a lo que has hecho.

Jude lo miró con sorpresa. Pip nunca siquiera había dado las gracias por la red, nunca
pareció mostrar algún interés en ella. –Entonces, ¿qué les digo que hagan? –preguntó.

–Diles que regresen a casa, –dijo Pip en voz baja–. Y luego haz un seguimiento de los
camiones de nuevo a través de sus viajes. Quiero saber de dónde vienen y dónde se 47
pararon en su camino. ¿Puedes hacer eso, Jude?

– ¿Seguir camiones? Claro, puedo hacer eso, –dijo Jude fuertemente, volviendo a las
imágenes y sintiendo su sangre volverse fría a la vista de ellas–. Puedo hacer lo que sea
que quieras.
Capítulo 4

R
ichard estaba mirando por la ventana de su gran oficina, pero apenas veía la
vista panorámica de Londres, el símbolo de todo su poder y éxito. Se sentía
mal, se sentía cansado, se sentía... asustado. 48

Poder y éxito. Ya sentía como si se estuvieran evaporando. Se acercó a su escritorio y lo


apretó. Poco a poco respiro, adentro, afuera, adentro, afuera. Él encontraría una
respuesta. Siempre encontraba una respuesta.

Pero aún mientras se decía que todo se resolvería, encontró su mente anegada con la
duda. Durante mucho tiempo había enterrado todos los pensamientos de Albert Fern,
de sus protestas mientras Derek lo llevaba a la muerte. -Tú no tienes nada, Richard... Sin
la fórmula exacta no sabes nada... El círculo de la vida debe ser protegido…

Richard se estremeció. Cómo odiaba a su ex jefe, su ex suegro, el hombre que lo había


tratado con tanto desprecio, que lo obligó a realizar tareas menores en el laboratorio
cuando había quedado claro que estaba destinado para grandes cosas. Pero Richard
había tenido la última palabra. Había sido un artículo que había tenido lugar al mismo
tiempo en la universidad que lo había convencido de que debía ir a trabajar para Albert -
una entrevista en la que el profesor Fern había hecho una pequeña referencia acerca de
su búsqueda de la cura del cáncer, diciendo que temía que podrían curar el
envejecimiento antes de curar todas las cepas de esa terrible enfermedad. Había
terminado su investigación y por lo que había leído, Albert parecía ser el verdadero
negocio. Así que Richard había esperado por una apertura, un puesto de trabajo para
llegar a su laboratorio. Y cuando lo tuvo, había estado preparado.

Todo había ido según el plan. Más planeado que Richard se había permitido soñar. A
excepción...

Él se movió hacia su gran silla de cuero y se sentó con pesadez, luego sacó de su cajón
los papeles que había robado del escritorio de Albert el día de su muerte - garabatos sin
sentido, ecuaciones y un torrente de cartas que hasta los científicos más brillantes
habían sido incapaces de interpretarlas. Todo lo que Richard podía escuchar en su
cabeza eran las burlas de Albert sobre el círculo de la vida. ¿El círculo de la vida? ¿Qué
era eso?

Furioso, dejó caer los papeles de sus manos de nuevo en el escritorio. Varias veces en
los últimos años casi las había tirado - eran tonterías sin sentido y no las había
necesitado. A pesar de las protestas de Albert, su equipo de científicos había sido capaz
de recrear la Longevidad, como la había nombrado, a partir de la muestra original del
profesor. La droga había navegado a través de todas las pruebas y ensayos y había
tomado al mundo por sorpresa, y Albert Fern había sido refundido en los libros de 49
historia como un genio que había muerto de causas naturales antes de que su gran
descubrimiento hubiera sido aceptado, aprobado y legalizado.

Richard sabía que la comunidad científica nunca aceptaría la historia de que él mismo
había inventado la droga, y la triste y prematura muerte de Albert permitió el origen de
la droga para ser fabricada, manipulada y, lo más importante, mantenerse lo más opaco
como sea posible. Mientras tanto, él había tomado su lugar en el timón de la empresa
más poderosa en el mundo entero. Pero ahora... ahora... ahora necesitaba la fórmula,
necesitaba entender los garabatos de Albert. Pero en lugar de ayudarlo, eran tan
impenetrables como siempre. Casi podía sentir a Albert burlándose de él desde el más
allá.

Richard llevó su puño contra el escritorio con tanta fuerza que los papeles saltaron en el
aire. – ¿Cuál es el círculo sangriento de la vida? –Gritó–. ¿Es la fórmula? ¿Dónde está?
¿Dónde está? ¡Bastardo! ¡Sanguinario santurrón, bastardo manipulador!

Incluso mientras gritaba, sabía que tenía que poner fin a esta pérdida momentánea de
control. La ira no resolvería nada. Pero ésta era rabia que se había estado acumulando
durante años - ira y miedo de que un día las palabras de Albert volverían y lo
perseguirían. A Richard siempre le gustaba tener todos los cabos atados, fue por eso
que le había dicho a Derek deshacerse de Albert en vez de encerrarlo en algún lugar.
Cabos ordenados que le permitieron seguir adelante. Opositores, problemas - que
tuvieron que ser tratados de manera eficiente, no dejados sin resolver. Y había tenido
éxito también, a excepción de la fórmula. Por mucho que se había dicho que él no la
necesitaba, que una copia exacta era perfectamente suficiente - más que suficiente -
siempre había sospechado, incluso conocido, que este desenlace irregular, este asunto
inconcluso regresaría y lo perseguiría. Cuando el Dr. Thomas había estado parloteando
acerca de los virus mutantes, Richard lo había despedido de inmediato. Sabía cuál era el
problema. Derek lo sabía también. Sospechaba que ambos habían estado medio
esperando esto por años.

Tenía que pensar. Tenía que pensar mucho. Encontraría un camino hacia adelante -
siempre lo hacía. Y, al hacerlo, transformaría la situación a su favor. Siempre había una
oportunidad en la crisis, por más desesperadas que pareciesen las cosas.

Su teléfono comenzó a sonar y él lo miró con odio - sería Hillary Wright, Jefa de las
Autoridades, sermoneándolo para obtener más información, por explicaciones. Los 50
cadáveres no eran fáciles de ocultar en un mundo en el que nadie muere, la
enfermedad no se explicaba fácilmente cuando la Longevidad detenía hasta la más
mínima de las infecciones que se apoderaba. Tal como había predicho, el número de
muertes fue creciendo - un solo dígito se había convertido en dos y ahora hay cientos de
cadáveres amontonándose en Pincent Pharma, enterrados en fosas cavadas
apresuradamente poco profundas. Los guardias de Pincent los llevaban cuando estaban
enfermos, antes de que alguien pudiera presenciar el horror, los cadáveres
ennegrecidos. Afortunadamente, vivir para siempre ha significado que la mayoría de los
matrimonios se terminaban - el compromiso de toda una vida era ahora más bien
demasiado tiempo para la mayoría para soportar. Sin hijos nunca más, la gran mayoría
de las personas vivían solas, por lo que es mucho más sencillo para la policía de las
Autoridades llevárselos en el medio de la noche y traerlos a Pincent Pharma a morir y a
ser examinados.

Richard ignoró el teléfono. Hillary podía esperar, decidió. Ella lo haría – él tenía que
pensar, tenía que encontrar un camino a través del laberinto. Hasta ahora había eludido
sus preguntas, mentirle cuando era necesario. No quería admitir que había un problema
hasta que tuviera la solución. Necesitaba la fórmula, esa era la misión. Pero, ¿cómo? Era
como un rompecabezas, un juego, solo uno con terribles consecuencias si perdía.
¿Podría desenterrar el cuerpo de Albert? ¿Tráelo a la vida? ¿Torturarlo para que revele
la fórmula exacta?

Buena idea, pensó con ironía.

Pero no. Tenía que haber otra manera.

Miró de nuevo las notas de Albert. Impenetrables garabatos, pequeños garabatos


alrededor de la página - había conseguido sus mejores científicos para trabajar sin
descanso intentando interpretarlos, pero fue en vano. La fórmula no podía estar
ocultada dentro de sus páginas, sino que debía estar oculta en otro lugar. Pero, ¿dónde?
Richard había saqueado la casa de Albert, su coche, su oficina - todas partes. Había
examinado todo - después de su muerte y luego de nuevo hace un par de semanas
atrás, cuando una muerte se convirtió en cinco y se había dado cuenta de que algo
andaba mal.

Suspirando, arrugó uno de los trozos de papel y lo arrojó al otro lado de la habitación.
Pero mientras lo hacía, sus ojos se sintieron atraídos por algo en la página de abajo - una
imagen que había visto antes en alguna parte. Una imagen de una flor. Ya lo había 51
descartado como un garabato, pero ahora... Sabía que la había visto en alguna parte.
¿Dónde? No lo sabía. Cerró los ojos y trató de imaginar el lugar donde la había visto,
pero... nada. Luego abrió los ojos de nuevo. Debajo del dibujo, en pequeñas letras,
estaba escrito, una y otra vez. "El círculo de la vida. El círculo de la vida. Debe ser
protegido."

Alguien llamó a la puerta y Derek entró, silencioso como siempre. –Me preguntaba si
había habido algún... progreso, –dijo.

Richard miró y movió la cabeza tristemente. –El círculo de la vida, –dijo, suspirando–.
Todo lo que tengo es este estúpido dibujo y sus garabatos sobre el círculo de la vida.

Derek se quedó pensativo. –Eso es lo que estaba gritando cuando lo llevé, –dijo.

– ¿El círculo de la vida? Pero, ¿De qué estaba hablando? ¿Tenía algo que ver con la
fórmula? –preguntó Richard con incertidumbre.

Derek no dijo nada por un momento, luego se volvió hacia la puerta. –Lo encontrará,
señor, –dijo en voz baja–. Sé que lo hará.

Richard suspiró con pesadez. –La única persona que cree en mí, –dijo–. Me gustaría
tener tu confianza. Gracias, Derek.

–Gracias, señor, –dijo Derek con suavidad y salió de la habitación.

•••

Jude miró a su alrededor con cautela para comprobar que nadie lo observaba, pero no
necesitaba tener que preocuparse, como siempre, Pip no estaba en ninguna parte para
ser visto y Sheila yacía tendida sobre unos cojines leyendo una novela romántica que
uno de los simpatizantes había donado hace unas semanas.
Rápidamente se volvió para mirar su computadora y ajustó los niveles de sonido para
que nadie excepto él oyera lo que las cámaras estaban recogiendo. Pip podría no pensar
que fuera tan inteligente y valiente como Peter, pero Peter no sería capaz de hacer esto,
Jude pensó para sí mismo, con la adrenalina corriendo por sus venas.

Él podía sentir una ligera capa de sudor cubriendo su cuerpo que, teniendo presente la
temperatura del Subterráneo, no tenía nada que ver con el calor. Estaba asustado.
Emocionado. Los músculos de su cuello estaban tensos, sus ojos muy abiertos, porque
había hecho lo imposible - hizo lo que siquiera nadie había intentado. Podría no ser un 52
héroe a los ojos de Pip, pero Sheila creía en él y eso le había dado la idea. Se había
metido en el sistema de seguridad de Pincent Pharma, que no era de por sí
terriblemente desafiante - lo había estado haciendo incluso antes de que haber
conocido a Pip. La red de seguridad había sido su pan de cada día en el Exterior y no
había nada que no conocía sobre servidores de seguridad y resquicios que le
permitieron ir a donde él quería. Pero ahora las cosas eran diferentes. Ahora había dado
el salto al área más protegida en Pincent Pharma. Ahora estaba viendo lo que nadie más
podía ver.

No había esperado ingresar al sistema de cámara de Richard Pincent en su primer


intento, sin embargo. No esperaba estar sentado aquí un par de horas más tarde,
observándolo de cerca.

En silencio, Jude vio que Richard se quedó mirando algunas notas escritas a mano frente
a él. Luego, al escuchar que alguien se acercaba, rápidamente bajó aún más el volumen
y se preparó para minimizar la pantalla. Pero no era Pip, era Sheila. Consideró minimizar
la pantalla de todos modos, pero no quería. Ahora no. No cuando estaba tan cerca.

Mientras Sheila se acercaba, sus ojos se abrieron como platos. –Eso es... –dijo ella con
ansiedad.

Jude asintió. –Shhh, –susurró y Sheila se hundió silenciosamente en la silla junto a él,
con el rostro blanco.

–Él sigue mirando ese dibujo, –dijo Jude en voz baja–. Y murmurando sobre el círculo de
la vida.
Sheila lo miró con preocupación y puso sus brazos a su alrededor. –No te preocupes.
Estás a salvo aquí. –Ella se inclinó hacia él y, como siempre sintió que su pecho se
tambaleaba.

– ¿Cuál es el círculo de la vida?–preguntó ella en voz baja.

–No lo sé. Pero creo que esta imagen tiene algo que ver con eso. Mira. –Hizo zoom
sobre la flor–. La he visto antes, –dijo–. Sé que lo hice. Pero no puedo recordar dónde.

Sheila lo miró con atención. – ¿Y por qué la está mirando? 53

Jude la miró durante unos segundos y luego miró a su alrededor de nuevo para
comprobar que no había nadie cerca. –No lo sé, –dijo con cautela–. Quiero decir... no
creo que Richard Pincent lo sepa tampoco, para ser honesto. Pero él la sigue mirando y
estaba gritando antes, preguntando de qué se trataba.

– ¿Pip sabe que estás haciendo esto? –preguntó Sheila, frunciendo el ceño.

Jude negó con la cabeza.

Ella pareció digerir esto por un segundo, luego se inclinó hacia delante. –Richard Pincent
tiene una habitación muy bonita, –susurró–. Grandes ventanas. Y se ve muy cálida.

Jude asintió. –Sí, bueno, cuando eres Richard Pincent supongo que las reglas normales
no se aplican.

Sheila asintió. Luego miró a Jude con atención. –El otro día. Ibas a hablarme de mis
padres. ¿Me lo dirás ahora?

Jude miró hacia abajo. – ¿Tus padres? No era nada. No encontré nada - eso es todo lo
que quería decirte.

– ¿De verdad? –preguntó Sheila con sospecha.

–De verdad, –dijo Jude, sin mirarla a los ojos.

–Eso es una pena. Porque sé lo que es. La imagen, quiero decir.

Jude alzó una ceja. – ¿La imagen que Richard está mirando? ¿Cómo?

–Solo lo sé, –dijo Sheila con un pequeño encogimiento de hombros


–Entonces dime, –dijo Jude, levantando una ceja.

Ella se volvió hacia él, estaba tan cerca que estaba seguro de que podía sentir su
corazón latiendo en su pecho y deseó que se calmara un poco. –Yo sólo te lo diré si me
prometes encontrar a mis padres. Correctamente encontrados.

Ella lo estaba mirando fijamente y Jude se sintió acalorado. Pip no estaría feliz por esto,
pero de nuevo Pip nunca estaba tan feliz. Y después de todo, se trataba de Sheila de lo
que se estaba hablando. Probablemente ella no sabía nada. Solo estaba inventando 54
cosas como de costumbre.

–OK, –dijo.

– ¿Me lo prometes? ¿Cruzas tu corazón y esperas morir?

– ¿Qué? –Jude arrugó la cara–. ¿Por qué habría de hacer eso?

–Estaba en un libro que leí, –dijo Sheila con seriedad–. Tienes que decirlo. Eso significa
que sé que dices la verdad.

–Bien, –dijo Jude con una pequeña sonrisa–. Cruzo mi corazón y espero morir.
¿Entonces? ¿Qué es? Si realmente lo sabes.

–Por supuesto que lo sé, –dijo Sheila ligeramente. Se levantó y se ubicó detrás de Jude–.
Amplíalo otra vez, –dijo.

Jude hizo lo que le dijo.

Entonces ella asintió alegremente. – ¿No reconoces el diseño? –preguntó.

Jude lo miró. –Sí. Creo que sí, de todos modos. Pero no puedo... no sé de dónde viene.

–Yo sí, –dijo Sheila–. Es el anillo de Peter.

– ¿El anillo de Peter? –Jude la miró con incertidumbre y se volvió hacia a la


computadora. Luego respiró con fuerza–. Tienes razón. Es la imagen del anillo de Peter.
¿Cómo lo sabes?

–Me doy cuenta de cosas, –dijo Sheila–. Entonces, ¿vas a empezar a buscar a mis
padres? Busca por todos los Palmers en Londres. Busca ahora.
–Lo haré, –dijo Jude vagamente, pero su mente ya estaba corriendo. El anillo de Peter.
El círculo de la vida. ¿Por qué Richard lo estaba mirando? ¿Para qué lo quería? Él lo
averiguaría. Descubriría lo que estaba sucediendo, y Pip lo miraría de nuevo, y sería el
héroe de repente, sería el conquistador de la Resistencia. No Peter. Ya no más.

–Bueno, adelante entonces, –Sheila persistió.

Jude la miró distraídamente.

–Mis padres, –dijo ella, con los labios temblando un poco–. Tú lo prometiste, Jude. Me 55
lo prometiste.

Jude suspiró para sus adentros. –Sheila, deja de buscar a tus padres, ¿de acuerdo? Sólo
date por vencida. Los padres no son tan geniales de todos modos - yo odié el mío la
mayor parte del tiempo.

Sheila miró con enojo. –No quiero renunciar, –dijo con vehemencia–. Tú prometiste que
los encontrarías. Me lo prometiste.

–Ya lo sé, –dijo Jude con incomodidad, ruborizándose mientras hablaba. Podía ver a Pip
en la puerta mirándolos, estaba fuera del alcance del oído, pero Jude todavía no podía
arriesgarse a decirle a Sheila lo que sabía acerca de sus padres. Había sido una estupidez
prometer que lo haría–. Pero no es tan fácil.

–No, –dijo Sheila firmemente–. Supongo que no lo es. Supongo que no es sensato
confiar en otras personas tampoco, ¿no, Jude? Cuando todo lo que hacen es
defraudarte.

Ella se puso de pie y salió corriendo de la habitación, empujando a Pip quien miraba a
Jude con una expresión de perplejidad.

–Yo nunca te defraudaré, –dijo Jude miserablemente, su voz comprimiéndose un poco


mientras se giraba hacia ella. Pero ya era demasiado tarde - no podía oírlo. Y
difícilmente creía en sí mismo de todos modos.
Capítulo 5

A
nna picó tomates para el día de campo, de vez en cuando miraba hacia abajo
a la pila de cojines amontonados en el suelo, sobre la que yacía Molly. –
Hermosa, –murmuró. Molly era la criatura más hermosa del mundo entero -
56
Anna podía mirarla fijamente durante horas sin percepción del tiempo. Su hija. Su
Molly.

– ¿Estás lista? –Peter irrumpió en la cocina, inclinándose para agarrar a Molly y llevarla a
su pecho. Los ojos de Molly se abrieron un segundo, arrojando sus brazos arriba en un
reflejo de sobresalto antes de recostar su cabeza en el hombro de Peter y retomar su
siesta. Anna volvió a los tomates.

–Cinco minutos, –mintió ella, sabiendo que el picnic no estaría listo en al menos diez,
pero sabiendo también que con Molly en los brazos de Peter, por lo general impaciente,
no se daría cuenta si cinco minutos se convertían en diez o incluso quince. El tiempo,
para Anna, era el verdadero lujo de su libertad. El Tiempo incorporado en su muñeca, el
reloj grabado en su propia piel, le recordaba constantemente parte de sus días en el
Grange Hall, donde cada minuto era contabilizado. Allí fue inculcado en ella, en todos
los Excedentes, que el tiempo no era de ellos - que pertenecía a los Legales, del mismo
modo que lo hacían. Pero ella lo cubría estos días, con mangas largas y aun cuando
alcanzaba a verlo, ya no le causaba que su corazón latiera más rápido. Era dueña de su
propio tiempo ahora. Si el picnic estaba tarde, no tenía importancia. Nada importaba
excepto la unidad de su pequeña familia, su seguridad.

Ella miró de nuevo donde Molly había estado acostada, su huella aún es visible en el
cojín. Abrió la boca para decir algo, para decirle a Peter sobre la carta esperando por él,
la carta que había metido bajo el cojín minutos antes de que haya aparecido. Luego la
cerró de nuevo. Ella sabía lo que él diría. La carta que oscurecería su estado de ánimo.

– ¿Y cómo está mi pequeña Molly? –Peter estaba sonriendo, besando a su hija en la


nariz, haciendo que sus ojos se abriesen de nuevo con somnolencia. Ella balbuceó y
Anna se volvió hacia la encimera de la cocina, con el corazón latiendo en su pecho. Ella
sabía de quién era la carta, sabía exactamente lo que diría. Y también sabía que Peter no
la leería, que la rechazaría con una mirada de enojo, le diría a Anna de que la podía abrir
si quería, pero que él no quería saber el contenido, que no tenía ningún interés en la
carta o en su emisor, que no tenía madre, lo que sea que pensaba.

Y él tenía razón, ella sabía eso a veces. Pero también sabía que no puedes negar algo y
acabar con ello. La madre de Peter era la Sra. Pincent, la torturadora autoritaria de
Anna, una mujer que aún a veces la imaginaba mirándola, criticándola. Una mujer que
de alguna manera todavía sentía una necesidad desesperada de complacer, una mujer
cuyo dolor no podía dejar de compartir en sus momentos más oscuros. ¿Vivir sin saber 57
de Molly? ¿Sin saber de Ben? Aterrador.

–Ella está tratando de dormir, –dijo Anna, obligando a su mente regresar al presente,
mientras Peter lanzaba a Molly suavemente al aire.

–Dormir es para los débiles, –replicó Peter–. De todos modos, creo que ella quiere jugar.
¿No, Molly?

Molly dio una gran sonrisa que Peter señaló triunfalmente. – ¿Ves? –Le sonrió–. Te lo
dije.

Anna asintió y forzó una sonrisa. Decirle a Peter correría el riesgo de arruinar el día. No
decirle significaría que estaría llevando un secreto por ahí con ella. Y los secretos, sabía
Anna, que eran mini-traiciones. Ella había mantenido el secreto de su escape a Sheila,
dejando a su amiga vulnerable y expuesta a la ira de la Sra. Pincent y todos los demás en
el Grange Hall, dejándola para ser raptada por Richard Pincent, utilizada para lograr sus
fines científicos. Ella había mantenido un secreto antes, para una mujer que había
pensado que era su amiga, pero que había resultado ser un Cazador, quien la había
arrestado y casi había destruido a Molly en el proceso. Los secretos nunca eran buenos.
Se suponía que debían proteger a las personas, pero nunca lo hacían. Ellos siempre
hacían las cosas peores.

–Peter, –dijo tímidamente–, tienes una carta esta mañana.

Él la miró por un segundo y de inmediato la alegría dejó sus ojos y tomó la mirada
afilada que la ponía nerviosa a pesar de que nunca la dirigía hacia ella. – ¿Otra carta?
–Dijo, su voz era ligera y al parecer despreocupada–. Bueno, ya sabes lo que puedes
hacer con ella.
–Ella va a seguir escribiendo, –dijo Anna, con la garganta secándose a medida que
hablaba–. No podrías –

– ¿No podría qué? –Peter se volvió hacia ella–. ¿Escribirle de regreso a la mujer que hizo
tu vida un infierno? ¿Quién intentó matarme? Ella es mala, Anna. No quiero nada que
ver con ella.

Anna asintió con la cabeza. –Lo sé, –susurró–. Pero ella es tu madre. –Ella no podía
explicarle a Peter cuán enorme era ese hecho para ella. Su propia madre había sido una 58
virtual desconocida para ella, la había conocido brevemente, la amaba, sólo para que se
la arrebataran de nuevo. Y ahora ella misma era una madre y eso la hacía sentirse más
fuerte y más vulnerable de lo que había creído posible.

Peter negó con la cabeza. –Ella no es mi madre, –dijo él lacónicamente–. No tengo


madre. –Luego suspiró–. ¿Cómo sus cartas incluso encuentran el Subterráneo? Eso es lo
que no entiendo.

–Uno de los internos... –Anna dijo tentativamente, porque no quería correr el riesgo de
enojar a Peter también con su profundo conocimiento sobre las cartas anteriores de la
Señora Pincent–. Un seguidor del Subterráneo.

– ¿Qué? ¿Ellos simplemente revelan el mecanismo de contacto con la hija de Richard


Pincent? –preguntó Peter sarcásticamente.

–Yo no lo sé, –dijo Anna en voz baja.

Peter digirió esto. – ¿Quieres que le escriba de regreso, verdad? –dijo finalmente –. Yo
no sé qué control tiene esa mujer sobre ti, pero quieres que yo le escaba a ella y decirle
que la perdoné. Quieres que esa psicópata retorcida disfrazada de un ser humano tenga
algo de paz antes de que se derrumbe y muera. –Sus ojos estaban perforando a los de
Anna pero ella permaneció en silencio. Luego él negó con la cabeza–. Bueno, no lo haré.
Quiero que muera infeliz, Anna. Quiero que muera llorando en la miseria a causa de lo
que ha hecho.

Anna dio un paso hacia atrás. Tenía los ojos llenos de lágrimas y no sabía por qué. No
estaba llorando por la Sra. Pincent. No podía estar. ¿Por ella misma entonces? No lo
sabía. Ella se estremeció. No importaba. Peter tenía razón - la señora Pincent era mala.
No tenía control sobre ella. ¿No? –Bien, me voy a despertar a Ben, –dijo Anna,
secándose las manos en el delantal.
–Haz eso. Y yo voy a revisar mis mensajes. De personas a las que realmente quiero
escribirles, –murmuró Peter.

Mientras Anna salía de la habitación podía escucharlo encender la computadora y


fruncir el ceño involuntariamente. Tal vez la Sra. Pincent tenía alguna extraña conclusión
para ella, tal vez pensaba en su antigua Directora de vez en cuando. Pero la propia
debilidad de Peter era una presencia mucho más física y constante en su vida y que
consumía mucho más tiempo - su computadora. La máquina era su conducto al Exterior
- a Jude, el medio hermano de Peter, y al Subterráneo. Para Peter, la computadora era 59
su conexión, su salvavidas, para Anna sólo representaba el incómodo conocimiento que
su idilio rural en la casa segura del subterráneo no duraría para siempre. Peter se
inclinaría sobre ella siempre que tuviera la oportunidad, enviando mensajes,
descargando programas informativos, buscando información sobre las drogas de la
Longevidad, sobre Pincent Pharma, sobre todas las cosas que él odiaba. Anna lo
entendía, pero eso no significaba que a veces no albergara pensamientos sobre
destrozar el equipo y aislarlos por completo.

Ben estaba despierto en su cuna improvisada cuando ella entró en su habitación,


tirándose hacia arriba a una posición de pie, con una gran sonrisa plasmada en su
rostro.

– ¡Mama Nana! –dijo con entusiasmo mientras Anna se acercaba, su nombre para ella
era un resultado de muchos intentos de explicar que Anna era como su madre, pero
realmente era su hermana, y que podía llamarla mamá o Anna, o... –Mama Nana arriba
ahora. Nana arriba.

Obediente, Anna lo sacó de la cuna, él envolvió sus pequeños bracitos alrededor de su


cuello en un instante y luego se retorció en su camino hacia el suelo. Anna lo guió por el
pasillo a la cocina, luego abrió la puerta y lo hizo pasar a través de ella.

–Teter, –dijo Ben, tambaleándose en dirección a la cocina, a Peter–. Juego Teter, –dijo,
asintiendo a sí mismo como si decidir eso fuera una expectativa razonable y sensata.
Anna amaba eso - amaba su inocencia, su falta de conciencia de que si alguien lo veía
llamaría a los Cazadores.

Los niños no existían en un mundo que se había convertido en proteger lo viejo, no


había lugar para ellos, sin infraestructura, sin bienvenida. La nueva vida sólo enfatizaba
la inutilidad e infinidad de la antigua vida, pensó Anna. Es por eso que las personas
tenían miedo de los niños, se dijo. Es por eso que las personas los traicionaban y
llamaban a las Autoridades. Y es por eso que ella mantenía a Ben y a Molly ocultos, por
qué no saldría de esta casa, de esta tierra, cuyo aislamiento les proporcionaba la
libertad e independencia que no encontrarían en ningún otro lugar.

– ¡Teter! –los ojos de Ben se abrieron con placer al ver a Peter sentado frente a la
computadora, y corrió hacia él de inmediato. Molly estaba dormida en los hombros de
Peter, Anna lo notó con una sonrisa irónica–. Juego Teter. Juego Teter ahora.
60
Pero en vez de darse la vuelta y darle un abrazo y una sonrisa de bienvenida a Ben, y
despeinar su cabello, Peter se quedó quieto. Frunciendo el ceño, Anna se dirigió hacia
él, estaba mirando la pantalla de la computadora, con el ceño fruncido.

– ¿Peter? –lo regañó–. Peter, Ben quiere jugar.

–Ahora no. –Su voz estaba tensa y Anna notó que sus hombros estaban tiesos.

– ¿Qué?–preguntó ella, inmediatamente su corazón latía con fuerza en su pecho–. ¿Qué


sucedió? –posibles catástrofes se precipitaron por su cabeza: Jude estaba muerto. Pip
estaba muerto. El Subterráneo se ha colapsado. Richard Pincent lo ha encontrado. Los
Cazadores se acercaban. Todo había terminado–. ¿Es algo terrible? –Recogió a Ben en
sus brazos, sus ojos se movieron ansiosamente hacia Molly–. Peter, dime qué ha
pasado.

Poco a poco, Peter levantó la vista. Luego se estremeció. –Nada. Nada en absoluto. Solo
estaba leyendo un mensaje de Jude.

– ¿Qué te ha dicho? –dijo Anna, con su garganta estrechándose y un presagio siniestro


apoderándose de ella. Ha empezado. Sabía que algo terrible estaba en el horizonte y
ahora está aquí–. ¿Es algo malo?

–No es malo, –dijo Peter con cautela–. No con esas palabras. Sólo dijo que debemos
estar en alerta.

–Siempre estamos en alerta, –dijo Anna, mirando a su alrededor con preocupación–.


Solo salimos durante dos horas al día y nunca dejamos un rastro y –

–Y vamos a estar bien, –dijo Peter, levantándose y caminando hacia ella–. Como he
dicho, no fue una advertencia. Probablemente sólo fue un recordatorio.
–Un recordatorio, –dijo Anna, mordiéndose el labio–. ¿Estás seguro?

Peter la atrajo hacia él. –Anna, estamos a salvo aquí. Sabes que lo estamos. Nadie nos
puede encontrar, e incluso si lo hicieran yo te protegeré.

– ¿Me lo prometes? –preguntó Anna tentativamente.

–Lo prometo, –dijo Peter, besando la parte superior de su cabeza distraídamente


mientras que sus ojos volvieron a la pantalla de la computadora–. Aunque me gustaría
saber lo que estaba pasando. Estoy harto de ser tratado como un niño convaleciente 61
aquí en el medio de la nada.

Había algo en la forma en que lo dijo que hizo que el estómago de Anna se apretara. Un
par de veces recientemente había encontrado a Peter paseando de un lado al otro, con
una mirada en sus ojos que ella reconocía, que ella temía. Ojos que se precipitaban
alrededor, pensando, observando, planificando. –No me importa no saber, –dijo ella con
rapidez–. Es un pequeño precio a pagar–. Miró a los niños y luego a Peter. Él asintió de
inmediato.

–Tienes razón, –dijo rápidamente–. Por supuesto que tienes razón.

Y ella tenía razón, Anna pensó desafiante. Se habían ganado su libertad, se ganaron esta
nueva vida.

–Somos felices aquí, –dijo ella, sin saber por qué–. Somos felices aquí. ¿No es así?

Peter la miró durante un segundo o dos, y luego sonrió. Por supuesto que sí, Anna.
Somos muy felices. Así que, ¿picnic?

Ella le entregó a Ben de regreso y se acercó a la mesa de la cocina. –Picnic, – estuvo de


acuerdo.

–Nic Nic, –dijo Ben de inmediato, tomando la mano de Peter y lo llevándolo hacia la
puerta de la cocina–. Tiempo de juego nic nic.
Capítulo 6

J
ake Gardner se arrastró fuera de la cama y caminó lenta y dolorosamente hacia
el baño. Ignorando a la voz femenina advirtiéndole no utilizar más agua de lo que
era absolutamente necesario y recordándole que el agua fría era más vigorizante
62
y saludable que la caliente, giró el grifo de agua caliente por completo, posándose sobre
un lado mientras su bañera se llenaba - un lujo que se alegraba de negarse a renunciar a
pesar de los altos impuestos, de las cartas de advertencia y las amenazas de tener que
quitárselo. Estaba temblando, con la cara caliente, con la piel de un color amarillento
extraño - a pesar de haber pasado tanto tiempo mirándola, tratando de establecer cuál
era el problema, que había olvidado como lucia normalmente. La sed era algo nuevo. Se
sentía como si su cuerpo hubiese sido privado de agua. Fiebre, había pensado, y luego
descartó la idea. Imposible. Ridículo.

Jake sabía todo acerca de la enfermedad. Él trabajó con ella día tras día en el centro de
producción de aves de corral. Pero las personas no eran pollos. Las reglas para los
humanos eran diferentes. No había tal cosa como la enfermedad humana. Habría otra
explicación. Tal vez se había esforzado recientemente más de lo necesario.

Se metió en la bañera, suspirando de felicidad mientras el calor lo envolvía incluso


cuando sus dientes todavía castañeteaban.

Una plaga en tu pueblo. Recordó la frase de alguna parte - no recordaba de dónde.


Plaga. Pestilencia. Cosas que el hombre atrajo sobre sí mismo, se encontró pensando.
Pero éstos eran pensamientos locos. No había plagas ahora, tampoco había dioses. No
hay poderes superiores - excepto, por supuesto, las Autoridades. ¿Era un castigo por
negarse a desechar su bañera? ¿Era esta su penitencia por ser un derrochador?

Se sacudió. Su mente no era la suya - corriendo, precipitándose, viendo cosas donde no


estaban, como un sueño donde las cosas eran movibles, donde las leyes habituales de la
física no se aplicaban. Si tan sólo no estuviera tan frio. Si al menos pudiera calentar sus
huesos de algún modo.

Sacrifícalos. Si la enfermedad es dejada que se extienda, infectará a la granja entera.


Tienes que sacarlos temprano. Se imaginó como un pollo, corriendo de su cuidador,
tambaleándose, su gran cuerpo demasiado pesado para sus piernas salpicadas,
chocando con otros pollos, sabiendo que era inútil, que iba a morir, iba a ser agarrado…

No, soy humano. Los seres humanos no se enferman. La Longevidad. ¿He tomado mi
Longevidad? Sí. Sí, la tomé. Tomaré más. Sí, voy a tomar más. Ahora. El agua todavía
estaba caliente, él no quería dejar su abrazo. Después. Voy a tomarla después. No había
ido a trabajar hoy. Tampoco ayer. ¿Había sido despedido? ¿Qué estarían diciendo las
personas? Él debería ir en la mañana. Sólo necesitaba dormir un poco. Era la fatiga, así
de simple. O tal vez había sido picado por algún insecto. Miró su cuerpo y sintió que su 63
boca se abría en estado de shock. Parecía estar encogiéndose, consumiéndose ante sus
ojos, su piel estirándose alrededor de sus huesos como si el agua, su sangre, su carne,
estuvieran escapándose. No, la luz le debe estar jugando una mala pasada. Se sacudió, y
luego miró de nuevo, pero se encontró con la misma horrenda imagen, su piel siendo
absorbida por sus huesos, ennegreciendo, arrugándose. Él estaba alucinando. Tenía que
ser. Pero el dolor - el dolor era insoportable, su tráquea se estaba estrechando,
necesitaba aire, necesitaba agua, necesitaba...

Él no había oído la puerta principal abrirse y miró hacia arriba en estado de shock y con
sorpresa cuando dos hombres entraron en su cuarto de baño, con la boca abierta, pero
ninguna palabra salía de ella. Se sentía como un pez, jadeando en busca de oxígeno,
chapoteando en el agua inútilmente.

Los hombres lo miraron fijamente, sus labios se curvaron con disgusto - el mismo
aspecto que Jake conocía cuando agarraban a los pollos, tomándolos por las patas y
rompiéndoles el cuello en un movimiento sin fisuras.

–No estoy enfermo, –dijo con distorsión–. Hace frío. Necesitaba entrar en calor. Yo...

Los hombres se miraron el uno al otro, compartieron una ceja levantada y una sonrisa
irónica. Entonces uno sacó una vara de metal y la dejó caer en el agua. Inmediatamente
los ojos de Jake se abrieron y su cuerpo comenzó a temblar violentamente, sus
pulmones emitiendo aire en un alto aullido de dolor, hasta que no hubo más aire, hasta
que la corriente había hecho su trabajo.

En silencio, los hombres vaciaron la bañera, comprobaron que el cuerpo estaba seguro
para moverlo, y luego lo envolvieron y lo llevaron hasta el camión.

•••
–Eres una rápida aprendiz, –dijo Jude apreciativamente mientras Sheila hábilmente
navegaba su camino a través de la red de seguridad del Subterráneo para recoger un
mensaje de su bandeja de entrada. Sheila se encogió de hombros, pero por dentro
estaba brillando.

Eran unos días más tarde y, a fin de compensar su promesa rota, Jude había acordado
finalmente enseñarle cómo usar la computadora. Había sido una lucha - la computadora 64
de Jude significaba más para él que cualquier otra cosa y cada vez que pulsaba la tecla
equivocada ella había visto una mueca de dolor en él. Pero él no sabía lo cerca que ella
lo había estado observando todo este tiempo, no sabía que ya había captado mucho.
Todo lo que ella necesitaba era una oportunidad para tocar la cosa.

–Sí, lo soy, –admitió Sheila con una pequeña sonrisa. Se volvió hacia Jude y estudió
brevemente su rostro - un rostro que se parecía tanto al de Peter, a excepción por los
ojos. Los ojos de Peter eran intensos, inquietos, siempre precipitándose alrededor. Los
de Jude estaban en calma. A pesar de su enojo con él por no encontrar a sus padres, sus
ojos le aseguraron, que infundía confianza. Ella se sentía segura cuando él estaba cerca.
No sabía por qué siempre estaba tan a la defensiva acerca de sí mismo, porque siempre
parecía pensar que él estaba en una competencia con Peter. En su opinión Jude ganaría
con las manos hacia abajo. Peter era el tipo de persona que te metía en problemas, Jude
era el tipo de persona que te sacaba de ellos.

Con su ceño fruncido en concentración ella clavó los ojos en la pantalla, tratando de
recordar la siguiente secuencia - la secuencia que le permitiría responder el mensaje. A
pesar de sus protestas de que las computadoras eran increíblemente aburridas -
protestas que eran el resultado de sus defensas porque sabía tan poco de ellas,
protestas que mantuvo de modo que nadie sospechara su intenso interés - Sheila había
saltado por la oportunidad de utilizar una por ella misma. Sabía que la computadora de
Jude era un tesoro de información, a través de ella podría comunicarse con cualquier
persona que quisiera, averiguar cualquier cosa y todo. Lo había observado
cuidadosamente durante meses, aprendiendo a descubrir sus secretos, cómo hacer que
funcione para ella. El porqué de la cuestión era que tenía un plan, un plan peligroso -
uno que todavía le ponía la piel de gallina cada vez que pensaba en ello. Ella sabía que
Jude no lo entendería, trataría de detenerla si tuviera la oportunidad, y ésta era la única
cosa que casi la hacía cambiar de idea varias veces al día.
Pero sabía que tenía que hacerlo. Jude podía soportar el Subterráneo, con sus húmedas
habitaciones y sus escasos suministros de alimento, pero Sheila tenía sus miras puestas
en una vida mejor. Ella sabía que éste no era su destino, que esta vida no era para ella.
Podría haber sido etiquetada como un Excedente, como Anna, pero sabía que no era así.
Se acordó de sus padres, recordó haber sido informada por ellos que era Legal, que era
muy especial. También recordó la noche en que había sido arrebatada - había estado
con sus abuelos. Alguien había llamado a los Cazadores y la abuela no había tenido el
papeleo. Recordaba los gritos de la abuela, recordaba haber sido tomada por un
65
hombre que olía sucio y grosero... y entonces comenzó la vida que nunca debería haber
llevado. Una infancia en el Grange Hall, esperando a que sus padres vengan, soñando
con el Exterior, con una tierra de abundancia, donde todo era cálido y suave, donde la
comida siempre estaba disponible, donde podría yacer en un sofá soñando despierta a
su antojo.

Cuando ella finalmente había sido rescatada - no del Grange Hall, sino de Pincent
Pharma, donde había sido enviada para ser un Activo Valioso - había pensado que
escapar la llevaría a una vida mejor, no hacia el Subterráneo. No era diferente del
Grange Hall aquí - pequeñas habitaciones grises, tareas, reglas. No había crueldad aquí,
no recibía malos tratos a diario y no era animada a odiarse, pero aún así, no era el
mundo que había estado esperando - ni siquiera se acercaba. Ella quería su antiguo
dormitorio, quería la suavidad de los brazos de su madre, quería todos los alimentos en
el mundo y todo el amor para revivir.

Se volvió a Jude con una pequeña sonrisa. –Si no miras por encima de mi hombro todo
el tiempo aprendería mucho más rápido, –dijo.

Jude negó con la cabeza. –Esa es mi computadora en la que estás. Nadie usa mi
computadora sin mí.

Sheila frunció el ceño. – ¿Quieres decir que no confías en mí?

–Quiero decir que esta computadora tiene demasiado en ella. Es muy importante. Si
cometes un error, pulsas el botón equivocado –

–No lo haré, –insistió Sheila–. Siempre te molesta que Pip no confíe en ti, pero eres igual
de malo.

–No lo soy, –dijo Jude, con los ojos muy abiertos–. Esto es diferente. Esto es...
Él se interrumpió con incertidumbre.

– ¿Ves? –Sheila dijo triunfalmente–. Eres tan malo como él.

–No, no lo soy, –dijo Jude con fuerza–. Está bien. –Se puso de pie con cautela, mirando
como si estuviera luchando contra una fuerza magnética para alejarse–. Muy bien. Te
dejaré sola por unos minutos. ¿Sabes que no debes tocar ese botón? Y si no estás
segura de nada, nada de nada –

–Te voy a preguntar, –prometió Sheila. Ella contuvo la respiración y esperó a que Jude 66
estuviera lo suficientemente lejos, hasta que estuvo segura de que él no sería capaz de
ver lo que estaba haciendo. Entonces, con el corazón palpitante, comenzó a navegar a
través de sus archivos, haciendo exactamente lo que le había visto hacer. Pronto todo lo
que siempre había deseado sería de ella. Iba a cuidar de sí misma a partir de ahora. Ella
iba a estar bien.
Capítulo 7

A
nna miró el trozo de papel delante de ella, entonces lo agarró, lo arrugó en
una pequeña bola y lo arrojó a la basura. Levantó la vista hacia el techo,
buscando algo, pero no sabía qué. No era inspiración lo que necesitaba, era
67
más que eso. Era la respuesta a la pregunta que la había estado presionando durante
semanas, meses; ¿debería escribir de regreso a su vieja Directora? ¿Debería poner a la
Sra. Pincent fuera de su miseria? ¿Estaría defraudando a Peter? ¿Sería un acto de
debilidad o fortaleza?

Ella suspiró. La vida en el Grange Hall solía estar tan llena de certezas: correcto,
incorrecto, bueno, malo, útil, pérdida de espacio... Ahora nada estaba claro. A Peter no
parecía importarle eso - él tenía sus propios principios, sus propias creencias que eran,
por lo que Anna podía decir, una mezcla de la doctrina del Subterráneo y su propio
instinto sobre las cosas. Anna, sin embargo, luchaba diariamente. No se trataba sólo de
estar en el Exterior tampoco - era la maternidad. A menudo se sentía más impulsada por
el miedo por sus hijos, que por el pensamiento racional, ya no estaba segura de donde
se detenía y donde su deseo de protegerlos comenzaba. En cuanto a la Sra. Pincent - ella
era un ogro, Anna lo sabía. Pero también había pensado que su hijo había sido
asesinado, había sufrido intolerablemente. ¿Eso no afectó su culpa? Al mismo tiempo,
sin darse cuenta de que Peter era su hijo perdido, la Sra. Pincent hubiera tenido que
sacrificarlo como un animal si ellos no se hubieran escapado. Tal vez ella no se merecía
nada más que su propia miseria para hacerle compañía hasta su inevitable muerte.

Por otra parte, a saber de Anna no le daría ningún placer a la Sra. Pincent. No cuando se
enteraría de la verdad desde su pluma - que Peter no reconocería su existencia. Anna
simplemente le diría los hechos. Eso detendría a la Sra. Pincent de escribir, detendría su
esperanza por una respuesta por parte de su hijo que nunca llegaría.

¿Seguramente hasta un monstruo se merecía eso?

Anna exhaló lentamente. Peter había dicho que ella podía. Había dicho, "Escribe tu
misma si quieres." ¿Lo había dicho en serio? No podía preguntar. Para preguntarle
tendría que volver a revisar, a despertar la ira de Peter otra vez. Cada vez que el nombre
Pincent surgía, sus ojos se oscurecían, y su cuello se tensaría.

Ella lo haría, Anna lo decidió repentinamente. Escribiría así no habría más cartas, no más
recordatorios. Era por Peter que lo estaba haciendo, no por la Sra. Pincent - no por la
mujer cuyo retorcido, y manipulador régimen que fue lo más parecido a la paternidad
que Anna había conocido durante su encarcelamiento en el Establecimiento de
Excedentes.
68
Poco a poco, sacó otra hoja de papel y empezó a escribir.

•••

El viento azotaba a Pincent Pharma, haciendo todo lo posible para desbaratar las
tuberías de drenaje, para arrancar de raíz la señalización que las rodeaba. El granizo
arrasó más allá de sus ventanas, obligando salir a las personas de la calle, pero al menos
el granizo podría derretirse, podría proporcionar un poco de humedad a la tierra seca.
Era verano, pero las estaciones ya no eran muy significativas y los días eran fríos,
oscuros y sin lluvia. El paisaje no era el mismo que Richard Pincent había conocido de
niño, pero de nuevo el mundo no era lo mismo tampoco. Difamadores de rumores
habían estado advirtiendo el fin del mundo durante todo el tiempo que podía recordar,
y él siempre le había echado la cara a la situación, llevándola a cabo así como le gustaba.
Su habitación, después de todo, estaba cálida, segura y estéril y mantenía una
temperatura constante, vidrios triples asegurando que cualquier sonido o ráfaga de
viento se mantenía con seguridad en el exterior en lugar de invadir la santidad de su
espacio de trabajo. Amaba el control que sentía cada vez que cerraba su ventana,
dejando afuera la Naturaleza, demostrando una vez más que él reinaba sobre su
imperio.

La gente solía hablar de la Naturaleza como si fuera algo bueno, como si "natural"
confiere a algo un merito, un valor. La verdad, Richard sabía, era que la Naturaleza era
una tirana que mató y mutiló sin pensarlo, para quienes la supervivencia del más apto
no era una ideología sino un requisito. La naturaleza no estaba a favor de los débiles, la
naturaleza no tomaba prisioneros. Si la naturaleza no había sido el enemigo jurado de
Richard hasta podría haber sentido algún tipo de respeto. Como saber cómo, pensó para
sí de tiempo en tiempo.

–Richard, ¿estás escuchando?


Miró a Hillary Wright y por un momento estuvo tentado de contarle la verdad; que no
había dormido en días, que estaba aterrorizado, que nada estaba bajo control, que por
primera vez en su vida no sabía qué hacer. En su lugar, forzó una sonrisa. Ella no tenía ni
idea, y si le decía la verdad, ¿de qué serviría? Sus propios científicos ni siquiera lo
entendían, tal vez no argumentan abiertamente con él, pero él sabía que el punto de
vista de ellos era el mismo que el de Thomas - que era el virus que había mutado, y no la
Longevidad. Pero Richard sabía que estaban equivocados, lo sentía en sus huesos. Este
era el legado de Albert Fern, la bomba de tiempo que había dejado atrás. Richard
69
encontraría la combinación - triunfaría como siempre lo había hecho. ¿Pero para
explicar esto a Hillary? Sin esperanza. Ella era una burócrata, no un político - las
Autoridades habían abandonado la noción de la democracia ya que los números de
votos prácticamente se habían evaporado y los mismos políticos habían estado año tras
año. Ahora todo se llevaba a cabo por los funcionarios públicos que redactaban listas y
documentos de política que se organizaba y manejaba con casillas de verificación y
reglamentos. Hillary sabía conducir una reunión, cómo gobernar el país de una manera
ordenada, pero no tenía ninguna visión, ninguna imaginación. Ella pensaba que unas
personas habían enfermado después de tomar su Longevidad incorrectamente. Y
todavía estaba reaccionando como si se tratara de una grave crisis nacional. Si ella
supiera la verdad se impresionaría. Mucho más seguro mantener la verdad fuera de ella.

–Lo siento, Hillary. Por favor adelante, –dijo.

–He terminado, –dijo ella deliberadamente–. Estaba esperando a que dijeras algo.

Richard asintió con la cabeza lentamente, su acción predeterminada cuando es


sorprendido de repente.

– ¿Qué sugerirías, Hillary? –dijo, tratando de ganar tiempo. Durante semanas había
evitado esta reunión, apartándola con la línea de que un virus pícaro sólo estaba
afectando a muy pocas personas, que esos afectados estaban siendo examinados y
tratados, que los guardias de Pincent estaban tomando los afectados en la noche con el
fin de evitar el pánico adicional. Y ella le creyó - ¿por qué no iba a hacerlo? Pero los
pocos cuerpos se habían convertido en muchos, y los que habían visto las camionetas de
Pincent llevando lejos a sus seres queridos habían comenzado a exigir respuestas. Las
teorías conspirativas empezaron a extenderse por todo el país.

Y ahora Hillary quería respuestas. Buscando una noticia tranquilizadora. Ella se inclinó
hacia delante en su silla. –No puede seguir, Richard, –dijo ella, frunciendo sus labios–. El
virus se ha propagado. A América, a China, al resto de Europa. La gente se está
muriendo, Richard. He estado hablando por teléfono con Arabia. Dicen que los cuerpos
se están apilando.

–Están exagerando, –dijo Richard, su mano moviéndose a su cuello, que de repente se


sentía muy apretado–. Te lo dije, si la gente toma sus medicamentos correctamente...

Hillary lo miró con furia. –Dicen que ha afectado a la gente con la dosis correcta. Tú
dijiste que el virus no se extendería, Richard. Dijiste que estaría contenido. Pocas 70
personas tomaron sus medicamentos incorrectamente, dijiste. Unas pocas personas.

Richard respiró hondo, trató de calmarse. Los cuerpos. Los viles y retorcidos cuerpos,
sus rostros llenos de terror incluso en muerte. Ellos llenaban sus sueños y su hedor
parecía seguirlo dondequiera que iba. Se estaban mofándose de él. Burlándose de él.
Usted nos mintió. Usted dijo que íbamos a vivir para siempre. No lo hicimos. Usted
tampoco. –Están mintiendo, –dijo, con la voz estrangulada.

–No, –Hillary negó con la cabeza–. Me han sido enviadas fotografías. Cuerpos secos.
Horrible. Demasiado horrible. –Ella se estremeció–. Necesito saber qué está pasando,
Richard. Ya contamos con los manifestantes en las calles por el racionamiento de agua.
Si la gente se entera de esto, si piensan que la Longevidad no puede protegerlos –

–Puede protegerlos, –dijo Richard con fuerza, golpeando de repente su mano sobre su
escritorio–. Siempre los ha protegido. Acalla las protestas. Coloca más policías en las
calles.

–No es tan simple como eso, –dijo Hillary con fuerza.

–Por supuesto que lo es, –dijo Richard.

–Cientos de personas están desaparecidas, Richard. –Ella lo miró inquisitivamente–.


Llevados lejos en el medio de la noche. Cientos. Te dije hace semanas atrás que
teníamos que comunicarnos más con sus familias, sus amigos.

– ¿Familias? Ya nadie tiene familias, Hillary, –dijo Richard irritado–. Ya nadie se


preocupa por nadie. Tú lo sabes. Nos hemos comunicado, de todos modos - Les hemos
dicho a la gente lo que necesita saber cuando necesitan saberlo.

–Quieres decir que no les has dicho nada a la gente. –Dijo Hillary rígidamente.
– ¿Qué más quieres que hagamos? –Richard miró a su insolencia–. Estamos llegando a
los cuerpos tan pronto como sus tarjetas de identidad revelan su temperatura. ¿Quieres
que gastemos en lugar nuestro tiempo aconsejando a los vecinos de al lado y
escribiendo largas cartas a sus hermanas y hermanos distanciados?

–No, Richard, tendría que deshacerse del problema, –dijo Hillary–. Los están llamando
los Desaparecidos. La gente quiere saber lo que está sucediendo. Yo quiero saber qué
está pasando. ¿Qué les decimos a los titulares de noticias? ¿Que la Longevidad es
segura? ¿Que nadie se está enfermando? Ellos están comenzando a informar sobre las 71
personas desaparecidas. Estamos perdiendo el control aquí y tú no me has dado
ninguna respuesta.

Richard se levantó con pesadez, necesitaba altura sobre Hillary. Se sentía cansado. Tan
cansado.

Hillary le devolvió la mirada audaz, podía ver en sus ojos que ella sospechaba que el
equilibrio de poder estaba en juego. – ¿Tengo que traer científicos de otros países? –le
preguntó directamente –. ¿Las Autoridades necesitan asumir el control de Pincent
Pharma?

Sus ojos se entrecerraron, él podía sentir el curso de la adrenalina por sus venas. ¡Cómo
se atreve! ¡Cómo se atreve a cuestionarlo! –Ni se te ocurra, –le dijo con enojo.

–Entonces necesito respuestas. Respuestas adecuadas. ¿Tus drogas no funcionan,


Richard? –Ella lo estaba mirando triunfalmente, burlonamente. No tenía ni idea, Richard
comprendió, lo cerca que estaba de la verdad.

–Por supuesto que los medicamentos funcionan, –mintió.

–Sé que funcionan, –dijo exasperada–, pero debes decirme la verdad. No me creo tu
historia de un virus, Richard. La Longevidad nos protege de los virus, - todos sabemos
eso. ¿Qué está pasando realmente? ¿Las teorías de conspiración son ciertas? ¿Estás
probando nuevos medicamentos en un público desprevenido?

Si tan sólo, pensó Richard. Si sólo fuera tan simple. Cerró los ojos. Cuando estás débil,
atacas - es la mejor defensa. Esa siempre ha sido su lema. Entonces, ¿por qué ahora,
cuando lo necesitaba, lo había perdido? ¿Por qué no podía ver qué decir, qué hacer?
Incluso Hillary podía ver su debilidad - estaba expuesto, vulnerable. Necesitaba su
armadura, la necesitaba para arrebatar el control. Él pensó frenéticamente. Entonces,
de repente, como una paloma apareciendo sobre el arca de Noé, una idea que se le
ocurrió - una idea que quitaría a Hillary de su caso, que le daría tiempo. Era brillante.
Sonrió para sus adentros. Sintió que su energía regresaba.

Sombríamente, Richard se inclinó hacia Hillary, con sus ojos serios. – ¿De verdad quieres
saber lo que pasó? ¿Por qué la gente está enferma? ¿Por qué tal vez estén muriendo en
otros países?

–Realmente quiero saber, –dijo Hillary, con los ojos llenos de expectativa. 72
Richard se levantó y suspiró para un efecto dramático. Era una mentira descarada lo que
iba a decir, y una que podría fracasar espectacularmente - pero sólo si la gestionaba
mal, y Richard nunca manejaba nada mal. Poco a poco se volvió a Hillary, con expresión
seria. –Tienes razón. No hay virus.

Hillary asintió victoriosamente. –Como yo sospechaba. Continúa, –le ordenó.

Richard pausó para un efecto dramático antes de continuar. Luego tomó una respiración
profunda. –Hubo una contaminación, –dijo, en voz baja–. El Subterráneo... ellos
contaminaron un lote de Longevidad.

La boca Hillary se abrió. – ¡No!

–Sí. Los terroristas, los viles y ávidos de sangre terroristas dieron a través de nuestro
sistema de seguridad de alguna manera, –dijo Richard con disgusto–. Yo no quería
decirte nada hasta haber estado seguro. Pero lo hemos comprobado y... –sacudió su
cabeza–. No sé cómo sucedió, pero sucedió.

La boca de Hillary seguía abierta. – ¿Cuántos? –Jadeó–. ¿Cuántas tabletas


contaminaron?

–Estamos tratando de establecer eso. Lo suficiente como para haber salido de este país.
Suficiente para decir que va a haber más... cuerpos.

Hillary lo estaba mirando con incertidumbre; él sintió sus hombros subir ligeramente,
sintió su mentón levantarse. Tenía la ventaja de nuevo. Por ahora. Por un poco de
tiempo.

–Yo debería habértelo dicho antes. –Él la miró con atención–. Lo siento, Hillary.

Hillary respiró hondo, y luego lo dejó escapar. –Ya veo, –dijo–. Ya veo.
–El hecho de la cuestión, –prosiguió Richard, efusivo por su tema–, es que estamos en
las garras del peor ataque terrorista de los últimos doscientos años. Y la gente necesita
saber eso. ¿Quieres la confianza del público? Coloca más policías en las calles. Asignar
más guardias a Pincent Pharma. Tenemos que erradicar el Subterráneo de una vez por
todas y tenemos que trabajar juntos. Necesito todos los Cazadores y policías trabajando
directamente para mí hasta que el Subterráneo se destruya.

Hillary palideció. –Vamos a trabajar juntos Richard, –dijo–. Pero las Autoridades aún
están a cargo. 73

–Por supuesto que lo están, –respondió Richard con impaciencia–, pero si el


Subterráneo se sale con la suya, no habrá nadie para estar a cargo. Tenemos que
destruirlos, Hillary. Tenemos que hacerlo ahora.

Hillary asintió incómoda. –Muy bien. Voy a dejar que el Jefe de la Policía y los Cazadores
se reúnan contigo, –dijo ella, con voz más tranquila–. Entonces, ¿qué diremos? ¿Qué le
decimos a la gente? ¿A los gobiernos extranjeros?

Richard permitió que las comisuras de sus labios se curvasen hacia arriba. –Le diremos la
verdad. Una población presa del miedo es algo bueno. Eso nos va a ayudar. Si alentamos
a las personas a sospechar de sus vecinos, entonces le darán la bienvenida a la policía
abalanzarse en la oscuridad de la noche. Tomaremos los cuerpos en la primera señal de
enfermedad en lugar de cuando ya está arraigado. Un poco de fiebre y nos
abalanzamos. Si hay protestas, echaremos a los manifestantes. Tomaremos a cualquier
persona que nos desafíe, Hillary, y los que quedan nos dejarán hacerlo porque van a
tener miedo.

Hillary asintió en silencio. Luego miró a Richard tentativamente. –El lote que estaba
contaminado, –dijo–. Hay alguna manera de saber... quien podría ser… donde el lote
pudo tener...

Richard asintió con seriedad e hizo todo lo posible para no sonreír. Había sido
demasiado fácil. Ella tenía miedo, al igual que todos los demás tendrían, y el temor se
volvió hacia él, el benefactor, el salvador. Metió la mano en el cajón de su escritorio,
sacó un blíster de comprimidos y se las entregó a ella. –Toma esto. Puedes estar segura
de están bien, –mintió. La contaminación puede haber sido fabricada, pero si las drogas
se habían debilitado por la copia sin fin, ¿quién sabe si este lote era más seguro que
otro?
Hillary se los llevó. –Obviamente, es a causa de mi trabajo, –dijo rápidamente–. Y vamos
a necesitar más lotes seguros para todos los trabajadores clave. Policías, Cazadores, y
pronto.

–Sí, –asintió Richard suavemente–. Van a estar contigo mañana.

– ¿Y descubrirás cuántos? Tenemos que estar preparados. Tengo que hablar con mis
colegas de todo el mundo.

–Por supuesto que sí, –dijo Richard–. Tú serás la primera en saber cuando estemos 74
seguros de la magnitud de este desastre. Estoy muy agradecido, Hillary. Sé que esto no
es fácil para ti.

–No, no lo es, –dijo Hillary, poniéndose de pie–. Pero por lo menos me dijiste la verdad
finalmente.

–Te lo hubiese dicho antes, si pudiera, –dijo Richard, mirándola con seriedad–, pero una
bocanada de esto podría convertirse un pánico masivo.

–Podría, –dijo Hillary, asintiendo con la cabeza, con líneas de expresión grabadas en su
frente.

–Sin embargo, el pánico masivo permitiría que se tomen medidas más urgentes,
–continuó Richard–. Tenemos que evitar otro ataque. Tenemos que enfocarnos en
todos nuestros recursos para aplastar el Subterráneo de una vez por todas. Todos sus
seguidores. Cualquier persona que haya mostrado alguna simpatía por su causa.

–Bloqueos de carreteras, más policías, movimiento limitado, más vigilancia - Sí, –asintió
Hillary.

–Los manifestantes detenidos, las reuniones prohibidas, –sugirió Richard–. Excluyentes


Voluntarios y presuntos simpatizantes del Subterráneo detenidos.

–Sí, sí, por supuesto, –dijo Hillary, de pie. Richard presionó un botón de su escritorio y
de inmediato apareció un guardia para escoltarla afuera del edifico–. Bueno, gracias,
Richard, –dijo mientras se iba–. Trabajaremos juntos en esto. De ahora en adelante. Me
dices todo.
–Todo, –Richard le aseguró, esperando a que la puerta se cerrara detrás de ella, antes
de que tomar el teléfono. Había ganado algo de tiempo, ahora lo tenía que usar
sabiamente–. Derek, –dijo–. Ven, por favor. Tenemos trabajo que hacer.

75
Capítulo 8

J
ulia Sharpe se sirvió otra ginebra con tónica y regresó a los mullidos cojines de su
sofá. Eran las 4 p.m – Un tiempo intermedio que Julia había, últimamente,
comenzado a llenar con una bebida y un programa de descargas. La verdad es
76
que hubiese preferido vino, pero esa no era una opción hoy en día. Nada que había
viajado más de cincuenta millas estaba permitido, y los recientes veranos fríos habían
puesto fin a la producción de vino del sudeste. Pero la ginebra estaba bien. Cumplía con
el trabajo.

Ya había estado en el gimnasio, se había peinado, se aseguró de que la casa estaba en


orden, organizó la cena, visitó a un vecino por un café y leyó un capítulo de su libro,
pero aún así, la tarde y la noche, se extendían frente a ella como un largo viaje. Su
marido no volvería a casa hasta dentro de cuatro horas e incluso cuando regresaba,
aportaría muy poco para aliviar la monotonía. Él tomaría el periódico, se sentaría en su
silla, pondría un CD, y esperaría a ser llamado para la cena. Luego ellos comerían, tal vez
hablarían sobre su día, se retirarían a la sala de estar para leer más, ver, o escuchar.
Luego la cama. Entonces de nuevo la mañana. Pero por lo menos él estaría allí. Pocas
personas se casaban en estos días - la monogamia parece casi ridícula cuando la vida se
extiende indefinidamente. Pero a Julia no le gustaba estar sola y su marido no tuvo
tiempo para encontrar a alguien más para enamorarse. Y ellos eran afectuosos el uno al
otro. Ofrecían comodidad a cada uno.

Tomó un largo trago de su bebida y disfruto del golpe, seguido por el calor que parecía
llenar su cuerpo - cada hueso, cada vena. Sintió su columna relajarse, sintió sus hombros
caer hacia atrás. Encendió la computadora. Inmediatamente oyó voces tensas y agitadas
en el noticiero, pero rápidamente navegó lejos. Demasiado deprimente - lleno de
historias de pueblos enteros muriendo de hambre, del aumento de las restricciones de
agua. Nada, por supuesto, sobre el tema que estaba en boca de todos: los
Desaparecidos. Raptados en medio de la noche, Julia había oído. Había rumores de
gritos, de enfermedades, de la peste. Pero eso era ridículo - ¿por qué la gente insistía
en sugerir tales cosas cuando todo el mundo sabía que la enfermedad no existe más?,
era un misterio para Julia. ¿Estaban tan aburridos que tuvieron que inventar catástrofes
sólo para mantenerse ocupados?

Ella se recostó en el sofá y cerró los ojos por un instante, se permitió recordar soleadas
vacaciones, decorando su casa, pasando el tiempo con amigos. Su vida había sido
siempre cómoda. Agradable. Y sin embargo, de alguna manera, en algún momento - que
no podía recordar cuándo - algo había sucedido. Tal vez simplemente fueron factores
externos - más y más fuerte el racionamiento de la energía no ayudó - pero Julia sabía
que no era eso. Estaba en el interior. Una creciente insatisfacción. Una creciente 77
punzada en su estómago, preguntando... ¿Pero preguntando qué? ¿El punto de todo
esto? ¿De los interminables días, de los viajes interminables a la peluquería, la lectura
sin fin de los periódicos que rara vez tenían algo nuevo que decir? ¿Ella los solía
encontrar interesantes? No lo sabía.

Y no era sólo ella. Lo veía a su alrededor. La gente tenía entusiasmo por deportes de alto
riesgo. La forma en que algunos, como la propia Julia, se obsesionaban con cada nueva
arruga como si se tratara de una señal de un deterioro más fundamental, mientras que
otros se habían abandonado, dejando que todo siga, convirtiéndose en pesados y grises
y arrugados porque simplemente no les importaba nada más. Tal vez ellos no podían
preocuparse más, tal vez las exigencias de la eternidad eran simplemente demasiado.

Y luego estaban aquellos que habían abandonado por completo. Los pocos que hacían
deportes extremos al verdadero extremo - saltando de edificios, saltando de puentes.
Ha habido más de esos recientemente, Julia no pudo evitar darse cuenta. Tal vez era allí
donde los desaparecidos estaban en realidad – personas renunciando a la esperanza,
renunciando a su propia existencia, porque no sabían qué más hacer con ellos mismos.

Julia se estremeció. Esta es la razón de porque no le gustaba estar sola, se dijo - porque
pensaba demasiado. Era algo que se había deslizado sobre ella. Hace unos años atrás,
pensaba en las cosas que implicaba por lo general tratar de decidir qué ropa ponerse
para ir a un evento, o qué vecinos invitar a una fiesta. En estos días significaba permitir
pensamientos oscuros y perturbadores para moverse sobre ella, significaba preguntas
que la ponían incómodas, conclusiones que la dejaban abatida y entumecida. Desde que
la niña Excedente... Anna... Desde que la había descubierto escondida en su cobertizo,
tal miedo en sus ojos, el muchacho con todas sus heridas...

No. Detente, Julia se dijo con firmeza. Lo que necesitaba era algo alegre para
concentrarse, para mantenerse vagamente entretenida sin tener que preocuparse
innecesariamente. Después de todo, su marido, un alto gerente de las Autoridades, le
había asegurado que todo estaba bajo control, que no debería escuchar los chismes. ¿Y
cuáles eran las noticias por no decir chismes serios?

No, un programa de entrevistas era una idea mucho mejor. Los presentadores se
sienten como amigos, eran más familiares que cualquier otro que ella sabía. Disfrutaba
de su compañía. Encontró el canal y se recostó en la silla, sonriendo.

–Esto demuestra, no es así, qué diferencia puede hacer un poco de atención extra. 78
–Ciertamente lo hace. De hecho, me ha inspirado para ponerme en forma de nuevo.

– ¿Otra vez? ¿Estuviste en forma alguna vez?

El público se rió - o tal vez estaba grabado, Julia no estaba segura. Los presentadores
eran como un viejo matrimonio - una pareja que aún tenía afecto por el otro. Al igual
que Julia y Anthony, solamente que... mejor. Ambos coqueteaban, discutían, y se reían.
Lo hacían parecer tan fácil. Tal vez ella debería esforzarse más, Julia pensó para sí
misma. Tal vez debería ser más coqueta.

–Pero ahora a un tema más serio.

– ¿Serio? ¿Puedes hacerlo serio?

–Por supuesto que puedo hacerlo serio. –El hombre fingió una expresión avergonzada y
hubo más risas.

La mujer negó con la cabeza, rodando los ojos y sonriendo. –Vamos, Michael. Ahora
puedes haber oído rumores acerca de las personas que desaparecen - o tal vez has leído
acerca de los Desaparecidos en un periódico. Hay un montón de teorías circulando con
respecto a quiénes son estas personas y por qué son llevadas, ¿no lo están, Michael?

Michael asintió con dificultad pero todavía había un brillo en sus ojos. –Sin duda que lo
están, Sophie. Sabes, ¡he oído un rumor de que la gente está siendo llevada a probar
una nueva civilización en la luna!

Julia se retorció un poco en su silla, había oído ese particular rumor y le había
preguntado incluso a su marido al respecto.

–Entonces me gustaría verlo. –Sophie Sonrió–. Pero más en serio, todos queremos saber
qué está pasando. Justo ayer, los abogados de los familiares de una supuesta persona
Desaparecida dicen que el fallo de las Autoridades para informarles de lo que estaba
sucediendo y la negación de ningún acceso de visitas era una violación de los derechos
humanos, los cuales han derrumbado la agenda en los últimos años.

–Así es, –dijo Michael, sacudiendo la cabeza - Julia no estaba segura si era por
incredulidad o simpatía–. Así que pensamos en traer a Hillary Wright, Secretaria General
de las Autoridades, al programa, para que nos cuente lo que realmente está pasando.
¿No es así, Sophie?
79
–Eso es correcto, Michael. Por lo tanto, ¿vamos a traerla al aire?

Los ojos de Julia se abrieron. ¿Hillary Wright? ¿En un programa de entrevistas? Rara vez
aparecía en televisión y cuando lo hacía era para una conferencia de prensa de las
Autoridades cuidadosamente organizada. Tal vez era la única manera de acabar con los
rumores de una vez por todas. Sí, debe ser eso.

–Creo que será lo mejor, ¿no?

Sophie sonrió y la cámara enfocó a una puerta, por la que Hillary Wright entró. Julia la
reconoció - la suya era una cara conocida de todos modos, pero Julia la había conocido
en persona una vez en una de las fiestas de Navidad de las Autoridades. Ella parecía un
poco fría, pensó Julia, su apretón de manos un poco flojo, pero luego supuso que una
pequeña frialdad era probablemente necesaria para un trabajo de alto voltaje. Hillary
lucia cansada, un poco irregular en los bordes. Acababa de aparecer, Julia chasqueó la
lengua a sí misma - estar ocupada puede parecer atractivo, pero probablemente estaba
agotada por completo. Realmente, era muy afortunada al no tener muchas exigencias
en su tiempo. Ella podía tener una siesta cuando quisiera.

– ¡Entonces, Hillary! –Sophie miró a la Secretaria General, con el rostro lleno de


preocupación–. ¿Puede decirnos qué está pasando? ¿Son los Desaparecidos sólo el
resultado de los rumores, o hay algo pasando?

Hillary sonrió con tristeza. –Temo decir que lo que está pasando aquí es que hay
personas por ahí, personas malas, que desean quitarnos nuestras libertades básicas -
personas que por diversas razones desean vernos sufrir. Estas personas, los terroristas
que se hacen llamar el Subterráneo, no se detendrán hasta lograr sus objetivos,
incluyendo intentos de sabotaje y un real daño a la fuente de nuestra libertad, las
drogas de la Longevidad. En un momento en donde deberíamos centrar nuestras
mentes en el plan estratégico que las Autoridades están trabajando para mejorar la
salud, el bienestar y la calidad de vida de todos los que viven en este gran país, estas
personas están empeñados en crear el caos y disturbios también, temo decir, hasta el
punto de quitarles la vida a las personas. –Ella miró hacia la cámara y los ojos de Julia se
abrieron con miedo. ¿Las drogas de la Longevidad? ¿Las drogas de la Longevidad han
sido saboteadas? Su mano se movió involuntariamente hacia su garganta.

–Eso suena muy serio, –dijo Michael, mirando bastante desconcertado–. ¿Está diciendo
que las drogas de la Longevidad han sido manipuladas? 80

Hillary asintió seriamente. –Siento tener que decirlo, sí, –dijo ella. Julia tomó una
inhalación brusca–. Hemos estado investigando esto durante las últimas dos semanas,
es por esa razón que no hemos podido decir nada hasta ahora. Obviamente estas son
noticias devastadoras. Pero el Subterráneo - la organización terrorista que odia la
ciencia y la vida - logró entrar en Pincent Pharma y sabotear un lote del medicamento.

Michael y Sophie se miraron el uno al otro sin comprender. –Pero... pero... –Sophie
tartamudeó–. ¿Pero qué significa eso? ¿Estamos a salvo? ¿Cómo sabemos qué drogas?

Hillary se aclaró la garganta. –Estamos a salvo, Sophie - déjame dejar esto


absolutamente claro, –dijo–. Fue un evento de una sola vez, y la seguridad es ahora aún
más fuerte en Pincent Pharma. Pero los criminales que perpetraron este crimen están
prófugos y las Autoridades no descansarán hasta que sean capturados.

– ¿Los Desaparecidos? –Sophie jadeó–. Ellos están... ellos... –Ella parecía incapaz de
terminar la frase. La muerte no era una palabra que se usaba a la ligera, eso no sucedía,
excepto para los que Excluían Voluntariamente, los soldados luchando en guerras y
personas en países lejanos con malas condiciones sanitarias. Era sucio. Era extraño.

Hillary le lanzó una sonrisa tensa. –Una investigación en Pincent Pharma ha puesto de
manifiesto que los simpatizantes del Subterráneo de hecho lograron penetrar su
máxima seguridad durante un corte de energía y lograron manipular un lote de
Longevidad. Las drogas han sido, por supuesto, retiradas, aunque trágicamente algunas
personas inocentes se han enfermado mucho. Sin embargo, nuestra investigación ha
revelado que el Subterráneo pudo hacer esto porque tienen sus tentáculos en cada calle
de esta tierra. Lejos de ser un grupo pequeño, el Subterráneo ha crecido en número y es
un peligro real y presente para nuestra civilización y, de hecho, para nuestras vidas.
Odian nuestras libertades, odian nuestro derecho a vivir de forma indefinida. Ellos sólo
quieren causar estragos, destruir vidas inocentes. Y así estamos elevando la vigilancia,
aumentando nuestro número de redadas - porque sólo deteniendo al Subterráneo,
podemos proteger a nuestros ciudadanos.

–Responde a la pregunta, –Julia interrumpió con ansiedad–. ¿Ha muerto gente?

Sophie parecía tener el mismo pensamiento. Recuperando un poco la compostura, se


sentó un poco más derecha. –Por lo tanto, a ver si lo entiendo, ¿qué son exactamente
los Desaparecidos? ¿Son personas vinculadas con el Subterráneo que han sido llevadas 81
o son personas que han sido afectadas por las drogas saboteadas?

Hillary sonrió con fuerza. –Según entendemos ha habido un poco más de 200 personas
afectadas por las acciones despreciables del Subterráneo, –dijo ella–, y estas personas
están recibiendo la atención médica de los doctores en Pincent Pharma. Sus familias
están siendo informadas en todo momento. Pero en general, lo que estamos
procurando con los llamados Desaparecidos es que son cualquier persona con
supuestos vínculos con organizaciones terroristas donde son cuestionadas y mantenidas
hasta que tengamos una idea clara de la red del Subterráneo. Naturalmente, hemos
tenido que suspender nuestras reglas habituales y leyes que rigen la detención y el
interrogatorio de los sospechosos. El día que estos terroristas atacaron la Longevidad, el
día en que trataron de poner fin a nuestra forma de vida, fue el día en que perdieron
todo derecho a la justicia penal establecida para proteger a nuestros ciudadanos. Estas
son personas peligrosas y lo que necesitamos es sacarlos de las calles, interrogarlos,
averiguar lo que saben y prevenir que este tipo de catástrofes se repitan.

Sophie y Michael se miraron. Se veían pálidos y Julia sintió una repentina afinidad con
ellos. Estaban compartiendo este momento - este momento en que lo había cambiado
todo. – ¿Así que los rumores de hombres apareciendo en la oscuridad de la noche,
llevándose al enfermo? –preguntó Michael.

–Son en realidad nuestras fuerzas de seguridad apareciendo para llevarse a los


sospechosos, –dijo Hillary con fuerza.

Michael la miró inquisitivamente. – ¿Y hay realmente pruebas de que todas estas


personas están relacionadas con el Subterráneo? –preguntó–. Porque hemos recibido
llamadas de cientos de personas que dicen que los Desaparecidos son amigos suyos,
gente inocente que –
–Estas no son personas inocentes, –interrumpió airadamente Hillary–. Son terroristas. Y
como tales, no estamos interesado en llamadas de personas que piensan que ellos son
sus amigos. Los terroristas no tienen amigos - ellos tienen objetivos y personas que
utilizan. Pero no vamos a permitir el logro de sus objetivos. Haremos lo que sea
necesario para proteger la santidad de la vida humana.

–Por supuesto, –asintió Sophie, con sus ojos muy abiertos–. ¿Así que hay más, piensa?

– ¿Terroristas? Absolutamente, –dijo Hillary–. Hemos estado viviendo con anteojeras, 82


temo, pensando que todos en este país aprecian lo que tiene que ofrecer. Es evidente
que hay personas que sólo buscan destruir lo que hemos construido, y nuestro trabajo
ahora es detenerlos. No quedará piedra sobre piedra en la búsqueda de estos
terroristas. Los vamos a perseguir y los vamos a castigar. Y vamos a castigar a cualquiera
que los ayude. Instamos a cualquier persona que sepa de algún simpatizante del
Subterráneo hacer saber a las Autoridades. El tiempo de tolerancia se ha ido.

–Tiene toda la razón, –dijo Michael. La cámara se acercó y una gota de sudor se podía
ver deslizándose por su frente –. ¿Así que en términos de esos afectados por el... en
términos del... sabemos, estamos a salvo? ¿Son nuestros medicamentos seguros? –Miró
aterrorizado. Julia tragó incómodamente esperando la respuesta, ella se imaginaba que
todo el mundo mirando hacía lo mismo.

La cara de Hillary parecía cambiar un poco, como si la máscara se escapara. Terror se


deslizó a través del corazón de Julia. Si la Longevidad no era segura, entonces... todo el
mundo era vulnerable.

–Estamos seguros de que se trataba de un solo lote que se vio afectado por el ataque,
–dijo Hillary finalmente–. Sin embargo, sabemos que la gente estará preocupada. Es por
eso que tenemos un número de línea telefónica especial para llamar si tienen alguna
duda. Mientras tanto, es de suma importancia que todo el mundo siga tomando sus
medicamentos de Longevidad normalmente. El riesgo de ingerir drogas saboteadas es
muy pequeño, pero como todos sabemos, que no tomar la droga es... no es una opción.
Para cualquiera.

Michael limpió su frente. – ¿Así que estamos a salvo?

–Todo el mundo está a salvo, –dijo Hillary, asintiendo con la cabeza para reforzar el
punto.
Sophie suspiró ruidosamente. Julia sintió sus propios hombros relajarse un poco. – ¿Y en
otros países? –Preguntó el presentador–. Han habido reportes de Desaparecidos en el
mundo.

Hillary asintió, y su expresión era seria. –Por desgracia, el lote contaminado incluyó
algunos medicamentos que iban al extranjero, –dijo, bajando su cabeza con tristeza–.
Pero yo puedo asegurarles que el número de afectados es pequeño, y estamos
trabajando con otros gobiernos para acabar con las alianzas de los terroristas de todo el
mundo. 83

–Gracias, Hillary, –dijo Sophie con gusto.

– ¿Y Longevidad Plus? –Preguntó Michael, alisando su pelo de nuevo mientras hablaba,


con su frente ahora libre de sudor–. Todos hemos estado esperando en ascuas para el
lanzamiento, ¿así que hay alguna novedad? Estoy seguro de que nuestros televidentes
les encantaría saber.

–Oh, estoy segura de que lo harían, y estoy muy feliz de decir que estamos en la etapa
final de pruebas. Obviamente, nunca lanzaríamos una droga hasta que estemos
absolutamente convencidos de que fuera cien por ciento segura, –dijo Hillary, con su
expresión más relajada ahora.

–Absolutamente, –dijo Michael, mostrando sus dientes blancos mientras hablaba–.


¿Sabemos cuándo va a estar llegando a las estanterías, por así decirlo?

–Muy pronto, –dijo Hillary brillantemente–. Pincent Pharma está trabajando día y noche
en ella. Pero su trabajo absolutamente vale la pena. La Longevidad Plus, creo,
revolucionará la forma en que nos sentimos.

– ¿Es realmente tan bueno? –preguntó Sophie, sus ojos se iluminaron.

–Lo va a hacer para la piel, el alma, el espíritu, lo que hace la Longevidad para el resto
de nuestros cuerpos, –dijo Hillary–. La renovación celular se convertirá en la renovación
energética, la renovación de la piel.

–Bueno, no puedo esperar entonces, –dijo Michael–. Y gracias, Hillary, por salvar tiempo
para hablar con nosotros hoy.

–Siempre es un placer, Michael, Sophie, –dijo Hillary, mirando de a uno al otro.


–Ahora, en asociación con Magic Mix, es el momento por nuestros cocineros, Eleanor y
Gary, para preparar un festín en diez minutos...

Julia respiró hondo. Se sentía como si hubiera estado en una montaña rusa, llevada al
borde del pánico antes de ser llevada a salvo a la tierra de nuevo. Un lote. ¿Y si hubieran
hecho más? ¿Qué pasa si hay más ataques? Su vida, su mundo, había revelado
súbitamente vulnerabilidades que nunca había visto antes, ni siquiera consideradas.

Pero estaba a salvo. Las Autoridades atraparían al responsable. Ellos no dejarían que 84
vuelva a suceder.

Tomando el resto de su bebida Julia cerró los ojos brevemente, y luego los abrió de
nuevo y comenzó a ver el espacio de cocina.
Capítulo 9

R
oberta Weitzman se apoyó contra la pared brevemente para recuperar el
aliento. Ella se había sentido de mal humor durante días y ahora había hecho
por fin una cita para ver al médico y obtener sus niveles de longevidad 85
comprobada. Era irritación - estaba ocupada, siempre ocupada, pero su cansancio se
estaba metiendo en el camino del trabajo, sólo eso la convenció para hacer una cita. Eso
y las manchas rojizas que habían aparecido sobre su estómago. Una reacción a algo, ella
no tenía ninguna duda. Nada serio. No... Ella se estremeció. No estaba enferma. No
había sido uno de los desafortunados. Y no era de las que se ponen histéricas tampoco.
Ella se sentía un poco cansada, eso es todo.

La consulta del médico estaba en el quinto piso de un edificio de oficinas en Maida Vale.
Había vivido en la zona durante más de treinta años y, como la mayoría de las personas,
había visitado el consultorio sólo unas pocas veces - para los controles del nivel de
Longevidad, para un implante anticonceptivo, y cuando era más joven, por un hueso
roto que había requerido un yeso. Incluso ahora, la visita se sentía como una pérdida de
tiempo. Algunas personas hablaban de la vida eterna en términos tan extraños, como si
tuvieran problemas para llenar las horas, los días que se extendía por delante, pero
Roberta no podía entenderlos en absoluto. Tenía tantas cosas que hacer - libros que
escribir, pinturas que hacer, sonatas que aprender en su nuevo piano. Su madre había
Excluido por Voluntad - un concepto que aterrorizaba a Roberta. La madre de nadie más
había muerto, nadie más había sido forzado ver a su amada madre desintegrarse
gradualmente, perdiendo la mente y el cuerpo, hasta que no quedó nada. Cuando su
madre había muerto, todas sus ideas habían muerto con ella - todo ese potencial, todos
los pensamientos que aún no habían sido escritos en papel, argumentos, para trabajo. Y
por mucho que su madre había protestado lo contrario, ella temía su muerte - Roberta
lo había visto en sus ojos. –Soy una carga para ti, –decía con tristeza, y Roberta no sabría
qué decir porque era cierto - era una carga de su propia creación. Nadie quería cuidar
de una señora vieja consumida, ni siquiera su propia hija.

Roberta se sintió aliviada al encontrar el ascensor y presionó el botón, empujándose


adentro cuando las puertas se abrieron y presionó '5'. Esperó mientras la llevaba
lentamente hacia arriba antes de detenerse con una sacudida y jadeó cuando las
puertas se abrieron de nuevo, como si todo fuera demasiado esfuerzo. Sabía cómo se
sentía el ascensor y se encontró escribiendo una historia en su cabeza sobre un edificio
donde el ascensor, las escaleras, y las habitaciones en sí tenían sentimientos, que se
cansaban de transportar y contener humanos quienes los usaban, y decidían rebelarse y
hacer cosas a su manera. Sonriendo para sí, le dio su nombre a la recepcionista y se
sentó a esperar. Frente a ella había una pantalla de televisión con personas de aspecto
serio discutiendo algo que obviamente consideraban de la mayor importancia.
86
Distraídamente Roberta echó un vistazo. En la parte inferior de los titulares se
desplazaba: “Desaparecidos confirmados como parte de un ataque terrorista para
sabotear la Longevidad. Toman medidas para detener a los agentes del Subterráneo...”

Ella frunció el ceño. Roberta rara vez escuchaba las noticias, pero incluso ella se
encontró queriendo saber más. Había oído hablar de los Desaparecidos, lo había
descartado como un rumor. ¿Pero había sido en realidad un ataque terrorista? El doctor
asomó la cabeza por la puerta y la llamó por su nombre y se levantó de mala gana. El
cansancio la golpeó por sorpresa, lo que la obligó a bajar de nuevo antes de que pudiera
recobrarse y, sacudiendo la cabeza con vergüenza, entró a la oficina del doctor.

–Sra. Weitzman. ¿Cómo está hoy?

Roberta sonrió con coquetería, era su instinto hacerlo. –Oh, estoy bien. Sólo necesito
que mis niveles sean chequeados, creo.

El médico asintió, y se volvió hacia su pantalla.

–Vamos a echar un vistazo a su lector de tarjeta de identidad, ¿Vemos? –miró su archivo


y tecleó su código. Luego frunció el ceño.

– ¿Ha estado cansada?

Roberta asintió. –Un poco. Pero entonces, he estado quemando la vela por los dos
extremos, por así decirlo. –Otra sonrisa coqueta. De hecho, era muy atractivo, este
médico, se encontró pensando. Le podría sugerir una bebida. Más tarde. Cuando ambos
terminarán su trabajo.

– ¿Algún otro síntoma? –sonrió para tranquilizarla–. Mientras que usted está aquí.
Roberta descruzó y cruzó las piernas, y luego ahogó un bostezo. Tal vez había que
olvidar esa bebida después de todo, incluso la conversación la estaba derribando. –No,
–dijo ella, con una nota de resignación en su voz–. Oh, aparte de una erupción leve.
Pero creo que es más probable que sea mi jabón en polvo.

–Ya veo. –El doctor seguía mirando su pantalla, finalmente, se volvió y le concedió otra
sonrisa a ella–. Bueno, creo que necesita una inyección de refuerzo y luego aumentar
sus niveles, ¿no?
87
–Oh, maravilloso, –sonrió Roberta, aliviada. Una inyección de refuerzo. Había de ser ella
misma en poco tiempo.

Subió su manga y le tendió el brazo y cuando el médico sacó una jeringa, regresó a su
historia. Sería el ascensor que lo empezó, ella decidió - que comenzó la revolución.
Estaría cansado de ir arriba y abajo todo el día, llevando a las personas. En primer lugar,
los rechazaría, empujándolos hacia fuera. Luego decidiría querer viajar hacia los lados,
en diagonal - para ir a donde quisiera. Impulsaría a las escaleras para seguir su ejemplo.
Las escaleras serían aprensivas, nerviosas de lo que podría pasar, pero al final lo
harían... Ella miró al doctor. Todo de repente se había convertido en borroso. Sus ojos
querían cerrarse. Sintió como si el aire fuera pesado su alrededor, obligándola a
retroceder.

–Creo que algo no está bien, –dijo con incertidumbre–. Me siento más somnolienta que
antes. ¿Seguro de que me dio el medicamento adecuado?

–No te preocupes, –dijo el médico con dulzura–. No te preocupes por nada.

Cogió el teléfono y marcó un número. Roberta se sentía deslizarse dentro y fuera de la


conciencia e hizo todo lo que pudo para centrarse en mantenerse despierta. Algo estaba
mal y quería saber que era.

–Es el Doctor Brandon del Consultorio 561, –le oyó decir en voz baja, casi irritable.
Sonaba como si estuviera muy lejos, a pesar de que sabía que estaba a sólo dos metros
de donde estaba sentada–. Tengo otro.

Sus ojos se cerraron - no podía luchar por más tiempo. Ella se alejaba. Era demasiado
fuerte para ella – el sueño la invitó.

–Sé rápido, –dijo él mientras ella perdía el conocimiento–. Tengo pacientes esperando.
Capítulo 10

J ude cogió el teléfono. –Hotel Sweeney. ¿Cómo está el clima hoy con ustedes?

–Nublado en el norte, pero está cálido todo el tiempo, –fue la respuesta. Era una
mujer y ella sonaba tensa, pero eso no era nada nuevo. Desde la aparición de
88

Hillary Wright en la televisión unos días antes, el teléfono había estado sonando sin
parar y todas las personas que llaman sonaban tensas. Pip había atendido el teléfono
por el primer día y la noche y Jude lo había escuchado sin descanso tratando de explicar
a la gente que Hillary se había equivocado, que el Subterráneo no se había propuesto
asesinar a un gran número de personas, que aún necesitaba apoyo y ayuda. Por la
mañana lucia exhausto, pálido, aniquilado. Luego llegó la noticia de que la gente estaba
empezando a entregar los niños a las Autoridades por el miedo de sus vidas. Dos niños
pequeños se había quedado en la puerta del Subterráneo, Pip había logrado encontrar a
alguien para que los acogieran, pero un miedo flotaba en el aire - un temor de que
estaban perdiendo, de que algo terrible iba a pasar.

Jude se había encargado del teléfono al día siguiente - eso era lo menos que podía
hacer, especialmente como Pip se había ido con los niños abandonados para llevarlos a
su nuevo hogar. Pero dos días, con apenas un descanso, estaba comenzando a sentir
que estaba luchando una batalla perdida.

–Estado de tu negocio, –dijo Jude, como siempre.

–Soy el número 6492. Acabo de tener un ladrillo a través de mi ventana, –dijo la voz sin
aliento–. Un grupo de personas pasaron corriendo gritando, llamándome una asesina.
Tengo miedo. Estoy escondiendo un... –Ella bajó la voz aún más–. Tengo un niño aquí.
No sé qué hacer.

Sonaba aterrorizada. – ¿Es conocida por ser un simpatizante? Jude preguntó.

Hubo una pausa. –Soy una Excluida por Voluntad. Por supuesto que soy conocida por
ser un simpatizante. La gente me trata con desprecio o lástima la mayor parte del
tiempo. Pero no así, no con violencia. ¿Qué debo hacer? ¿Me puedes enviar protección?
Jude miró a la base de datos. Sur-este de Londres. El número de guardias potenciales ya
había disminuido a apenas un centenar en todo el país, y no había nadie cerca de ella.
Todos los guardias disponibles en Londres ya se habían desplegado, la capital tiene la
mayor densidad de Excluidos por Voluntad y simpatizantes del Subterráneo, todos los
cuales estaban clamando por ayuda. – ¿Estás por tu cuenta?

–Sí, –dijo la mujer con amargura–. Nadie quiere estar asociado con un Exclusión por
Voluntad estos días.
89
–OK. ¿Puedes cerrar tus puertas? ¿Siéntate tranquila hasta que pierdan interés?

– ¿Crees que van a perder interés? Escucha. –La mujer sostenía el teléfono arriba, Jude
podía oír un canto lejano: – ¡Fuera Excedente! ¡Fuera Excedente! ¡Maten a los traidores!
–De repente una voz aparte se oía, un hombre con una voz ronca. –Entréguelo, señora.
Sabemos que está ahí. Un Excedente sucio, robando nuestra agua, ¡contaminando
nuestros medicamentos! Entréguelo y no saldrá herida.

Inmediatamente, el canto cambió a – ¡Entréguelo! ¡Entréguelo!

– ¿Ves? –Dijo la mujer con voz ahogada–. ¿Crees que van a desaparecer?

Jude cerró los ojos. Estaba exhausto - la clase de agotamiento que te deja débil, que
hace que tu cabeza se sienta como si fuera a explotar si no cierras los ojos.

–No, ellos no van a ir ninguna parte, –dijo–. Está bien, siéntate. Voy a enviar a alguien.

– ¿Qué tan rápido pueden llegar hasta aquí? ¿Y no van a ser linchados por la multitud?
–preguntó la mujer con ansiedad.

–No te preocupes, –dijo Jude, tragando con incomodidad–. Sólo quédate dónde estás.
Mantén a tu hijo a salvo.

Se cortó la comunicación y Jude se puso de pie. De inmediato, el teléfono volvió a sonar.


–Sheila, –gritó con urgencia–. Sheila, te necesito para atender el teléfono. Tengo que
salir.

Sheila apareció de inmediato y lo miró inquisitivamente. – ¿El teléfono? ¿Por qué? ¿A


dónde vas?

–Para traer a alguien. Un niño, –dijo Jude –. La madre está bajo ataque. No hay nadie
más.
Los ojos de Sheila se abrieron alarmados. –Pero tú no te puedes ir. Te van a capturar.
Envía a otra persona.

–No hay nadie más, –dijo Jude con seriedad–. Voy a estar bien. Yo sé cómo cuidarme.

–Pero... –Sheila lo miró sin poder hacer nada–. Pero te necesitamos aquí. Yo te necesito.
Yo... –Ella se mordió el labio–. Por favor no te vayas.

–Tengo que irme, –dijo Jude, agarrando su abrigo. Entonces se detuvo–. ¿Me necesitas?
–preguntó–. ¿De verdad? 90

–De verdad, –le susurró Sheila. Ella estaba mirándolo fijamente, con el rostro
desafiante, asustado, hermoso todo a la vez. Sin previo aviso Jude la agarró, la atrajo
hacia sí y la besó, antes de dejarla ir y correr hacia la puerta.

–Yo también te necesito, –susurró, demasiado tarde para que ella lo escuchara–. No
tienes idea de cuánto –

El aire helado afuera picaba su piel y empujó su chaqueta con fuerza alrededor de él
mientras se abría camino a través de las calles. Había memorizado la dirección, sabía
que podía llegar allí utilizando una de las rutas probadas de Pip. Londres era realmente
dos lugares: el lugar donde la mayoría de la gente vivía, y el lugar donde el Subterráneo
habitaba - en túneles subterráneos en desuso, callejones poco conocidos que los Legales
nunca volverían a caminar por ellos, sobre todo por la noche, principales carreteras
agrietadas y descuidadas que años atrás habían sido tapadas por coches y que ahora
estaban vacías salvo por el extraño vehículo conducido por alguien muy rico o muy bien
conectado.

Jude sabía que lo que estaba haciendo era temerario, irreflexivo, sabía que Pip nunca lo
habría dejado que se vaya. Pero también sabía que no tenía elección. Había oído a la
multitud en busca de sangre, no podía dejar a la mujer y a su hijo - no podía. Así que en
su lugar corrió, ignorando el golpeteo en su cabeza, ignorando sus espasmos musculares
mientras se forzaba hacia adelante. Sacó su dispositivo de mano y buscó la dirección de
la mujer. Pronto tuvo una imagen del circuito cerrado de televisión en directo en su
pantalla que reveló que, si bien el frente de su casa estaba rodeado, la parte de atrás
estaba despejada. Él corrió. Ella estaba a sólo veinte minutos de distancia, pero veinte
minutos era mucho tiempo cuando estabas cercada. Se metió por un callejón y bajo un
paso elevado en desuso, luego se apartó contra un edificio abandonado. Un letrero
sobre el reveló su historia: Hospital St. Thomas. A través de una hueco en las puertas
cerradas con tablas detrás de él, Jude podía ver un cartel azul, apenas legible, señalando
a A & E (Accidentes y Emergencias), una sala de maternidad, a ONG (Oído, Nariz y
Garganta). Nunca había visto un antiguo hospital antes - ellos habían sido convertidos
hace mucho tiempo en edificios de apartamentos, al igual que las escuelas y
universidades. Pero esta zona estaba bajo en su suerte - las vías de alta velocidad aún
no había alcanzado el área y hasta que lo hiciera, edificios como este se dejaban
corromperse.
91
Apartando la mirada, Jude escuchó pasos luego con cuidado se apartó del hospital y
salió corriendo, agachándose en las puertas, detrás de los edificios, a la carretera
principal que conducía a la casa de la mujer. Su camino estaba a la izquierda; unos
metros antes del giro, saltó sobre una cerca en uno de los jardines de sus vecinos, y
luego en el de ella. Allí corrió hacia la parte de atrás y, mientras la multitud gritaba,
pateó una abertura en la valla lista para su escape antes de girar y hacer su camino
sigilosamente hacia la casa. Sacó su dispositivo de mano y llamó a su número.

– ¿Hola? –la voz de la mujer estaba temblando.

–Es el conserje del Hotel Sweeney, –dijo en voz baja–. Necesito que vengas a la puerta
de atrás. Despacio. Con cuidado. No dejes que nadie te vea.

–Sí. Sí, –dijo ella. Él podía verla a través de la ventana trasera, su silueta moviéndose
hacia el pasillo. Era voluptuosa, moviéndose lentamente. Jude silenciosamente quiso
que acelerara.

– ¡Ya viene! –gritó alguien en el frente de la casa.

– ¡Derriba la puerta! –alguien más gritó.

– ¡Asesina de Legales!

– ¡Terrorista!

La mujer se quedó inmóvil; Jude miró a su alrededor con desesperación. Tenía minutos
para sacarla. Segundos, incluso. Corrió hacia la puerta justo cuando la mujer llegó allí. En
sus brazos había un niño pequeño, con los ojos abiertos por el miedo.

Abrió la puerta y miró a Jude. – ¡Pero tú eres sólo un niño! Pensé que habría más de
ustedes, –jadeó–. Nunca vamos a salir con vida.
–Vamos por aquí. A través de la valla, –dijo Jude, sosteniendo sus brazos al niño–. Tienes
que venir ahora.

La mujer lo miró, luego a su hijo, y luego negó con la cabeza. –No puedo correr, –dijo–.
No soy lo suficientemente fuerte.

–Si lo eres, –dijo Jude a través de los dientes apretados–. Vamos.

–Soy una Excluida por Voluntad, –dijo la mujer, con los ojos brillantes por las lágrimas–.
Mi cuerpo no se renueva y mi corazón... –Ella negó con la cabeza, luego miró a Jude con 92
desesperación–. Tómalo, –suplicó–. Tómalo, por favor. Déjame aquí.

–No puedo dejarte aquí. Te van a matar, –dijo Jude con vehemencia–. Ven. Ahora.
Podemos llegar lejos.

–No. –La mujer negó con la cabeza–. Te voy a retrasar. Nos van a atrapar.

Un gran estruendo los hizo saltar y la mujer agarró a Jude por los hombros. –Están
rompiendo la puerta, –dijo–. Ve. Ve ahora. Cuida de mi hijo. Asegúrate de que sepa que
yo lo amé. Que yo lo quería. Sus papeles están en sus bolsillos. Cuida de él, ¿por favor?

Jude sacudió la cabeza, pero la mujer ya estaba cerrando la puerta de atrás. A


regañadientes atrajo al niño hacia él y empezó a correr. Mientras se apretaba a través
del agujero en la valla, oyó a la multitud entrar a la casa, entonces él corrió, corrió tan
rápido como pudo lejos de los gritos mientras la mujer se entregaba a sus verdugos,
sosteniendo al niño con fuerza contra su pecho para silenciar sus quejidos, para
detenerlo de sus llantos. Todo lo que podía pensar era Sheila cuando era pequeña,
siendo alejada de sus padres que la amaban en una noche como esta. Todos los niños
que habían sido arrebatadas de sus hogares amorosos para ser encarcelados,
asesinados, y esclavizados.

–Está bien, –susurró–. Va a estar bien.

Mientras se apresuraba para regresar al Subterráneo, tropezando con cansancio, sus


brazos apenas capaces de llevar el peso del niño, se dio cuenta de que tenía que cumplir
su promesa - tenía que asegurarse de que todo iba a estar bien. Su cuerpo estaba
clamando por sueño, comida, y agua. Pero a medida que corría con furia a través de la
puerta del Subterráneo, completando los controles de seguridad, explicando la
presencia del niño al guardia del Subterráneo en la puerta, se encontró con los ojos de
Sheila, abiertos con miedo mientras colgaba el teléfono. –No quiero contestar el
teléfono nunca más, –dijo ella, con su labio inferior temblando–. Yo no quiero, Jude. No
me gusta estar aquí. Lo odio.

–Ya lo sé, –dijo Jude, entregándole el niño al guardia–. Lo sé. Pero tenemos que ser
fuertes. Tenemos que seguir luchando.

–No creo que pueda, –dijo en voz baja, poniéndose de pie cuando el teléfono comenzó
a sonar de nuevo. 93
Sus ojos estaban llenos de lágrimas, cuando empezaron a caer en cascada por sus
mejillas, se cayó frente a él. Jude la abrazó con fuerza, con la frente arrugada, con sus
oscuro por la preocupación. –Deja el teléfono por un tiempo. Yo lo voy a contestar,
–dijo en voz baja–. Ve y descansa un poco. ¿OK?

Sheila asintió con la cabeza, su cuerpo temblaba un poco. –Yo no necesito descansar,
–dijo estoicamente –. Déjame hacer otra cosa. Puedo dirigir tu computadora, contestar
mensajes.

– ¿Mi computadora? Pero yo la apague cuando salí, –dijo Jude con vacilación. Su propio
protocolo de seguridad significaba que las computadoras siempre fueran apagadas
cuando las desatendía por más de diez minutos. Él era un religioso en ello; de todas las
personas sabía cómo vulnerables las redes podrían ser.

–Así que puedo encenderla de nuevo, –dijo Sheila en voz baja–. ¿No puedo?

Jude la miró con incertidumbre.

– ¿No confías en mí? –Preguntó Sheila, sus labios formando una pequeña mueca–. ¿Por
qué me enseñaste a usarla si nunca me dejas encenderla? Puedo ayudar, Jude. Deja que
te ayude.

Jude no dijo nada por un momento. Luego, finalmente, asintió con la cabeza. Él no tenía
otra opción - Sheila tenía razón. Ella estaba ofreciendo su ayuda y él necesitaba toda la
ayuda que pudiera obtener. –De acuerdo, –dijo, con la voz un poco ahogada–. Pero no -
no hagas nada estúpido.

Sheila tomó su mano y le dio un apretón. –No, –prometió–. Yo... –Ella lo miró
inquisitivamente como si fuera a decir algo, al parecer cambió de opinión–. No lo haré,
–repitió ella en su lugar, luego corrió a la ligera fuera de la habitación.
–Jude, –dijo Pip, apareciendo de repente en la puerta. Parecía incluso más exhausto de
lo que Jude se sentía, sus ojos tenían ojeras alrededor de ellos–. Jude, –dijo, en voz
baja–. ¿Dónde has estado?

Jude alzó la vista. –Yo sólo tenía que recoger a alguien, –dijo él, frotándose los ojos
inyectados en sangre –. Tenemos a otro niño. Él está con el guardia.

Pip lo miró con atención. – ¿Saliste? Eso fue muy arriesgado, Jude.

–Sí, bueno, yo no soy más que un aficionado a la tecnología, –dijo Jude, la irritación de 94
pronto sacó lo mejor de él –. Yo realmente puedo ayudar a la gente también.

Pip no dijo nada por un momento, luego asintió. –Claro que puedes, –dijo en voz baja. Él
suspiró con pesadez–. Jude, yo... –se interrumpió por unos segundos, luego tomó una
respiración profunda–. Quiero decirte algo. Algo importante. Yo... –Miró fijamente a
Jude, y luego tomó otra una respiración profunda. Yo...

– ¿Qué? –Preguntó Jude con impaciencia–. ¿Es realmente importante, o es sobre los
libros otra vez? Porque las personas están bajo ataque y el teléfono está sonando
porque necesitan nuestra ayuda, y alguien tiene que responder.

Pip sonrió suavemente. –Por supuesto que sí. Tienes razón, Jude, como siempre. Tú
eres... –le puso su mano sobre el hombro de Jude –. Estoy muy orgulloso de ti, eso es
todo.

Jude sintió una sacudida de electricidad disparar a través de él por las palabras de Pip -
nadie nunca había dicho que estaba orgulloso de él antes. Nadie. Pero no había tiempo
para disfrutar de elogios, no hay tiempo para agradecerle a Pip o para preguntarse por
qué las palabras significaban mucho para él. En su lugar se encontró con la mirada de
Pip por un momento, asintió, y luego corrió hacia el teléfono.

–Hotel Sweeney, –dijo–. ¿Cómo está el tiempo con usted hoy?


Capítulo 11

R
ichard Pincent estaba asustado. No era una emoción que él conocía bien, no
una que se situaba cómodamente con él. Una y otra vez se paseó por el piso
de su lujosa oficina, una y otra vez se quedó mirando el horizonte de Londres,
95
el oscuro y frío cielo interrumpido por torres de pisos, por monumentos al éxito del
hombre, al poder del hombre - su poder. Él había dado la vista de la eternidad a la
humanidad y ahora su existencia misma estaba amenazada.

Incluso mientras miraba por la ventana, sabía que la gente estaba en las calles
marchando. Ellos pedían para que el Subterráneo sea encontrado y bombardeado;
presuntos simpatizantes eran encerrados en sus casas e incendiados. Hace unos meses,
se habría sentado y disfrutado del espectáculo, pero ahora simplemente lo hacía más
temeroso, porque al final la multitud se volvería contra él. Con el tiempo descubrirían
sus mentiras, se darían cuenta de que él era el enemigo y no el Subterráneo, y cuando
descubrirían la verdad llegarían a su puerta.

Levantó la cabeza con tristeza y miró por la ventana, la oscuridad y el viento aullaba una
reflexión acertada de sus propios pensamientos. ¿Fue así como los Faraones se sintieron
cuando el imperio Egipcio se convirtió en polvo? ¿Pincent Pharma sería una reliquia
como las pirámides, explorado por turistas ignorantes, tomando fotografías, sin
entender nada? ¿Richard moriría aquí, en esta gran tumba blanca, para ser descubierto
siglos después? Él negó con la cabeza. ¿Quién lo encontraría? ¿Quién se quedaría a
encontrarlo?

Con un suspiro, se volvió hacia su computadora y presionó un botón, sacándola de la


hibernación. El trabajo tenía que seguir adelante. Notas debían ser contestadas, la
apariencia de la normalidad mantenida.

Como en piloto automático, comenzó a rechazar citas, acordar presupuestos, eliminar


todo aquello que no le interesaba. Tal vez si continuaba con las cosas normales serían
normales, se encontró pensando. Pero sabía que esto era un error. Otros podrían creer
sus mentiras, pero él ya no podía negar la gravedad de la situación, no podía evitar la
terrible verdad. Era el capitán del Titanic, sólo él sabía sobre el iceberg, sabía que el
barco se estaba hundiendo, que nadie podría sobrevivir.

Se sentía enfermo. Se sentía como gritando. Pero mientras se preguntaba a sí mismo si


alguna vez un hombre se había sentido más miserable que él, su atención fue atraída
por un icono en la parte inferior de la esquina derecha de su pantalla diciéndole que
tenía un mensaje de la red. Los mensajes eran raros - todos eran filtrados por su
secretaria y su equipo, asegurándose que sólo lo esencial atravesaría. Pero este mensaje
es aún más curioso, porque había pasado por alto la ruta usual - había venido 96
directamente a él en vez de a través del servidor Pincent. Sólo Derek Samuels tenía una
línea directa con el buzón de Richard, y sólo sus mensajes llegaban de esta manera. Y,
sin embargo este mensaje no era de Derek. Miró la insignia del tiempo - el mensaje
había llegado apenas unos segundos antes. Con sospecha, Richard lo abrió. Y luego su
corazón dio un vuelco.

–Si quieres el círculo de la vida, puedo dártelo.

Richard se quedó mirando el mensaje, parpadeó varias veces para asegurarse de que no
lo estaba imaginando, luego miró a su alrededor de la sala con miedo. ¿Era una broma?
¿Había estado alguien observándolo? No, imposible. Había cámaras en su sala ahora –
introducidas después de que el Subterráneo irrumpiera en el edificio cuando Peter
había trabajado aquí - pero sólo él tenía el código para ver las imágenes capturadas.
Entonces, ¿cómo sabia esta persona? ¿Quién era?

Se sentó, incapaz de moverse durante unos minutos. Luego, tentativamente se inclinó


hacia delante.

– ¿Quién es? –tecleó en respuesta, con el corazón latiendo en su pecho.

–Eso no tiene importancia. Si quieres el círculo de la vida puedes tenerlo. Pero hay algo
que quiero también.

Los ojos de Richard se abrieron como platos, y luego acercó su silla a su escritorio. Era
una trampa. Tenía que ser una trampa. ¿Pero qué clase de trampa? ¿Y qué si no lo era?
¿Y si esta persona realmente tenía lo que necesitaba tan desesperadamente? Si tuvieran
un bote salvavidas, si tuvieran la capacidad de reparar el barco, entonces tendría que
aceptar su oferta. ¿No es así?

–Lo quiero, – él escribió despacio, tímidamente –. ¿Qué es lo que quieres?


–Voy a llegar a eso. Sabes que lo has regalado una vez. Si lo quieres de regreso, vas a
tener que hacer lo que yo digo.

La mente de Richard estaba corriendo. ¿Él lo había regalado? ¿Era un acertijo?

– ¿Lo regalé? No lo entiendo.

–No. Me imagino que no lo haces. Tú tenías un anillo, ¿no es así? ¿El anillo de Peter?

El estómago de Richard le dio un vuelco. El anillo de Peter. Su nieto - el nieto que 97


Richard creía muerto hasta que fue descubierto por los Cazadores. El anillo había estado
con él, había sido detenido, había encontrado el camino a Richard por sus iniciales - AF.
Albert Fern. Había sido el anillo de Albert. Regalado a Margaret, y luego a Peter. Y
Richard nunca había pensado en mirarlo bien. Era una cosa fea - recordó que Albert lo
llevaba. ¿De verdad era el círculo de la vida? ¿Por qué Albert había querido protegerlo?
¿Por qué era tan importante?

Cerró los ojos y trató de imaginárselo, dándole vueltas en su mente. En su interior, las
iniciales de Albert. En la parte superior, un grabado - uno pobre, como si Albert lo
hubiese hecho él mismo. De una flor. Una especie de flor.

Richard abrió un cajón y sacó las notas de Albert y los garabatos. Desesperado, volteó
páginas hasta que la encontró. Un solo bosquejo, pero era inconfundible - la flor. ¿Pero
qué significa? Cogió su teléfono. –Derek, –dijo con urgencia–. Derek, te necesito aquí
ahora.

Un minuto más tarde, Derek estaba a su lado, con sus ojos abiertos al ver los mensajes.
– ¿Cómo? –preguntó él, con el rostro pálido cuando se dio cuenta que era su propio
sistema de seguridad que había sido violado.

–Eso no importa ahora, –dijo Richard con rapidez–. Lo que importa es el anillo. ¿Qué fue
lo que dijo Albert cuando te lo llevaste? ¿Que el círculo de la vida tenía que ser
protegido? ¿Podría haberse referido al anillo? Crees que esto es un engaño o el anillo
podría ser realmente importante.

Derek no dijo nada durante unos segundos. Luego negó con la cabeza ligeramente.

– ¿Derek? –Preguntó Richard, frunciendo el ceño–. Derek, ¿qué es?


Derek miró hacia arriba, con los ojos entrecerrados, sumido en sus pensamientos. –Él
sabía, –dijo simplemente.

– ¿Saber qué? –Richard preguntó con impaciencia–. ¿De qué estás hablando?

–Albert, –dijo Derek–. Él lo sabía. Antes de que lo llevara. La forma en que reaccionó. Él
lo esperaba.

– ¿Esperó ser asesinado?


98
–Él dijo que tú nunca ibas a encontrar la fórmula. Dijo que podrías buscar en todas
partes, pero nunca la encontrarías. La forma en que lo dijo, yo creo que él sabía que ibas
a tratar de encontrarla. Creo que estaba preparado.

Richard asintió, frunciendo el ceño mientras trataba frenéticamente echar su mente de


regreso, trataba de recordar. Recordó el anillo, recordó haberlo visto en la caja de joyas
de Maggie un día. Había asumido que había estado allí durante mucho tiempo, que
Albert se lo había dado a ella mucho antes. Él no había preguntado, no había querido
llamar la atención sobre el anillo debido a las inevitables preguntas - sobre su abuelo,
sobre lo que le había pasado a él. Era el anillo que le había dado a Peter, el anillo que
Richard había tenido en sus manos.

–El anillo era de Maggie sin embargo. ¿Cómo hizo para que llegara a ella? –Preguntó,
tratando de darle sentido a lo que había dicho–. Maggie nunca lo vio antes de morir.

– ¿Quién sabe? –Dijo Derek–. Ella fue a la escuela, ¿verdad? Había oportunidades. Debió
de tenerlo grabado con la fórmula, entonces se lo dio a ella.

–Sí, –susurró Richard–. Por supuesto. El círculo eterno de la vida. Puso la fórmula en el
anillo.

–Y lo has tenido todo ese tiempo, –Derek dijo.

Richard lo miró, con los dientes apretados. –Y lo voy a tener de nuevo. Lo voy a tener
para mí.

Derek no respondió, pero Richard apenas lo notó. Lo único que sabía era que sus
oraciones habían sido escuchadas. El anillo. Tendría el anillo y tendría su salvación. Todo
sería restaurado.
Él se volvió hacia su computadora. – ¿Tienes el anillo? –Escribió–. Entonces, ¿también
sabes el paradero de mi nieto?

Los Cazadores habían estado buscando en vano a Peter y Anna durante un año, desde
que Peter lo había humillado delante de sus empleados, frente a los medios. El corazón
de Richard se aceleró al pensar por fin en encontrarlo, de obrar su venganza.

–Tú necesitas el círculo de la vida, no a Peter, –llegó el mensaje de vuelta.

Los ojos de Richard se estrecharon. Luego se estremeció. Primero el anillo, todo lo 99


demás vendría después. –Muy bien, –le escribió–. El anillo. Nombra tus términos.

Él leyó el mensaje que volvió y sonrió, luego se rió. Se sentía tan feliz, tan aliviado,
podría haber bailado. Estaba pidiendo tan poco para tanto. Su corazón subió, se volvió
hacia Derek. –Quiero que les des a todos los Cazadores la imagen de Peter y que lo
busquen sólo a él. ¿Entiendes?

–Perfectamente, señor, –dijo Derek, con sus ojos brillando.

–Bien, –dijo Richard, recostándose en su silla mientras el alivio era reemplazado por
maldad encantada–. Creo que tenemos que subir las apuestas. Quiero al Subterráneo
destruido más allá de cualquier posibilidad de reparación. Y mientras tanto, tengo una
visita que quiero hacer. Llama a la cárcel, ¿quieres? Hazlos saber que estoy en camino.

•••

Hubo un golpe en la puerta y Peter, que había estado arrastrando papas a la tienda,
levantó la vista, sorprendido. Anna, que le había estado cambiando los pañales a Molly -
un asunto improvisado con paños de cocina, papel higiénico y algodón - se dio la vuelta
y atrapo su mirada. Él pudo ver un destello de algo cruzar su cara - ansiedad, presumió.
Él le dirigió una mirada tranquilizadora, luego se dirigió a la puerta, abriéndola con
cautela.

Pero sólo fue el viento. Por supuesto que lo era, pensó Peter con tristeza. Nunca tenían
visitantes. Ellos estaban a kilómetros de cualquier persona.

– ¿No hay nadie ahí? –Anna preguntó. Sonaba preocupada como siempre.

Peter rodó sus ojos. Desde que había recibido un mensaje del Subterráneo esa mañana
había estado inquieto, agitado. Había asumido que el mensaje era de Jude, había venido
de su dirección. Pero no había habido ningún cierre de sesión, sin bromas, sólo una
petición. Le hacía sentirse insignificante - un aumento de su sensación de aislamiento,
de estar aislado de todo.

–Créeme, –dijo, con más sarcasmo de lo que justificaba–, si estuviéramos en cualquier


tipo de peligro lo sabríamos. Pip nos avisaría de inmediato.

Anna lo miró penetrantemente. –Lo haces sonar como si eso fuera algo malo.

Peter palideció un poco - él no había querido. En realidad no. Luego se encogió de 100
hombros. –Es sólo que Pip dijo que íbamos a estar aquí por unos pocos meses, –dijo–.
Hemos estado aquí un año.

–Lo sé. Es increíble, ¿no? Quiero decir, es hermoso estar aquí. Los niños pueden jugar al
aire libre y nos quedamos solos... –Ella encontró sus ojos, podía ver que ella quería decir
algo más, pero se resistía en caso de que él reaccionara mal. Habían tenido esta
conversación tantas veces últimamente, Peter siempre expresaba su aburrimiento, su
frustración, y Anna cada vez más y más ansiosa. Era su culpa, él lo sabía - debería estar
feliz aquí. Pero no lo podía estar, no tan lejos de la acción, no tan lejos de todo.

–Nos quedamos solo. Tú lo has dicho, –dijo él bruscamente, sabiendo que las palabras
que salieron de su boca debería haberlas mantenido adentro. No era la culpa de Anna
de que él se sentía fuera del circuito, no era su culpa que le había estado dando vueltas
al mensaje de Jude una y otra vez en su cabeza toda la mañana. ¿Qué significaba? ¿Por
qué no había dicho más? ¿Pip le dijo a Jude que no le diga? ¿Estaban cortando
gradualmente el enlace? ¿Piensan que Peter ya no es útil?

–Volveremos con el tiempo, sabes que lo haremos, –dijo Anna suavemente, poniéndose
de pie, acercándose a él, poniendo su mano sobre su hombro. Sabía que él estaba
equivocado y sin embargo ella lo apaciguaba, siendo tan comprensiva. Él la amaba más
de lo que jamás podría expresar con palabras, y sin embargo...

–Me tengo que ir. Tengo un mensaje. Tengo que ir a Londres. –Dijo en voz baja,
preparándose para la respuesta de Anna. El mensaje había dicho que tenía que enviar su
anillo a Londres a través de su Vigilante. Sin preguntar nada, sin decirle a nadie sobre el
mensaje. No le había dicho de llevarlo él mismo. No le había sugerido que Peter debía
salir de la casa segura.
Pero eso sólo lo hace que sea más importante para Peter de ir. Ya era tiempo - tiempo
para estar en el meollo de las cosas de nuevo. Estaba harto de estar en cierta distancia
con el Subterráneo, harto de estar fuera del circuito, tratado como un niño. Había oído
hablar de los ataques, había oído hablar de los simpatizantes del Subterráneo siendo
apedreados en las calles. Pero no lo había oído desde el propio Subterráneo, sólo de los
noticieros. Debería estar allí para luchar, no sano y salvo en el medio de la nada.

– ¿Qué? –La mano de Anna había abandonado hombro, ahora, en vez de apoyarlo
tranquilamente, ella se elevó sobre él–. ¿Por qué? 101

–Porque me necesitan. Porque quiero ser parte del Subterráneo de nuevo. –Su voz era
vacilante, como un niño pidiendo algo que sabe que no lo va a conseguir.

–Tú eres parte del Subterráneo. Fue idea del Subterráneo que nosotros estemos aquí,
¿Recuerdas? –Anna se alejó; sabía que ella quería terminar la conversación.

–No estamos haciendo nada, –se oyó decir, incapaz de dejarla, incapaz de aceptar sus
frustraciones–. Excepto cultivar alimentos y comerlos. La gente está desapareciendo. El
Subterráneo ha saboteado la Longevidad. Cosas están sucediendo y debemos ser parte
de ello.

–No, no deberíamos, –dijo Anna desafiante–. Es demasiado peligroso.

–No es peligroso. Ven conmigo. Todos podríamos ir. Podríamos vivir en la sede del
Subterráneo, como Jude y Sheila.

–Peter, no, –dijo Anna–. ¿No puedes ver lo que tenemos aquí? Somos autosuficientes.
No necesitamos a nadie. No tenemos que ocultarnos - en realidad no. Si la gente se está
enfermando ¿por qué quieres arriesgar a uno de nosotros a enfermar también?
¿Arriesgar a los niños a enfermarse? Si el mundo poco a poco se va agotando, ¿por qué
quieres abandonar nuestro bien?

Ella lo miró durante unos segundos, su mirada, la misma que Peter recordó a ella
dándosela cuando se conocieron. Arrogante, insegura, tratando desesperadamente de
mantener el control.

Pero no estaban más en el Grange Hall.

–No es cuestión de ti, –dijo en voz baja–. Hay cosas sucediendo en Londres. Cosas
importantes.
–Hay cosas importantes sucediendo aquí también, –dijo Anna, con sus ojos destellando
ahora–. Como Molly aprendiendo a gatear. Como Ben aprendiendo sus números. Y
estamos aquí por una razón, recuerdas, porque estamos a salvo aquí, porque tu abuelo
y las Autoridades no nos pueden localizar para matarnos a todos. –Ella estaba una
buena racha ahora, su expresión oscureciendo mientras hablaba–. Pero supongo que
esas cosas no son importantes para ti, –dijo ella, ahora enfadada–. Supongo que estar
en Londres, donde la "acción" está es más importante asegurar que la próxima
generación sobreviva.
102
–No quise decir eso, – empezó a decir Peter, pero se detuvo. No podía decirle la verdad.
Si supiera la verdad, si leída el mensaje - ella sabría que Jude no le había pedido que
vaya. ¿Se daría cuenta de que Jude al no pedirle a Peter para que fuera a Londres era la
razón por la que él se veía obligado a ir?

–Si quieres ir a Londres, ve sin nosotros, –dijo Anna, en voz baja. Luego cogió a Molly,
llevó a Ben de la mano y salió de la habitación, dejando a Peter mirando el espacio que
habían llenado sólo momentos antes.
Capítulo 12

M
argaret Pincent quedó muy quieta. Podía sentir la sequedad de sus manos
entrelazadas, podía sentir el abrumador cansancio comenzado a
afianzarse. Era todo lo que se merecía y ella le daba la bienvenida - le
103
daba la bienvenida a la muerte con su liberación, su finalidad. Otros asesinos convictos
eran retirados rápidamente de la Longevidad - un golpe breve e intenso – pero no ella.
Para ella la habían retirado, poco a poco, supuestamente por ser la hija de Richard
Pincent obtuvo ciertos privilegios. Pero Margaret sospechaba que esto se trataba
todavía de otro castigo. Su caída era tan gradual que apenas era consciente de ello y
cuestionaba todos los síntomas, sin estar segura de lo que estaba en su cabeza, si había
perdido la razón, y si alguna vez fuera a terminar.

Pero ahora, ahora podía sentirlo. Ella era una anciana. Hace doce meses que había sido
la Directora del Grange Hall - temida, respetada, obedecida ciegamente. Ahora estaba
decayendo lentamente. Carne podrida, órganos colapsándose, la inevitable muerte -
estas eran cosas que tenía por delante. Eran su futuro.

Lo haría de nuevo si tuviera la oportunidad - lo mataría una y otra vez. Stephen, su ex


marido, había alejado su hijo de ella, haciéndolo un Excedente. La había hecho creer
que Peter estaba muerto - su pequeño hijo, el chico mayor que ella había torturado sin
saberlo, al igual que todos los demás que había castigado por no ser él, por no ser su
hijo. Por eso, Stephen se merecía algo más que la muerte, ella se lamentaba por no
haberlo hecho sufrir más.

Pero su propia decadencia todavía le repugnaba. En un mundo donde la muerte había


sido evitada, la mortal, y frágil carne era temida y despreciada. Margaret sintió la misma
repugnancia por su condición que veía en los rostros de sus guardias, sus ojos se
entrecerraban, sus labios se curvaban como si estuvieran frente a un plato de comida
rancia. Ella era infame y repugnante. Olía a descomposición - algo que los grises muros
que la rodeaban parecían sólo a mejorar. La muerte era un espectáculo repugnante, un
concepto vil. Incluso a su médico le costaba mirarla, como si sus síntomas podrían ser
contagiados, como si ella pudiera arruinarlo con su debilidad.
Ella se merecía todo, lo sabía. Era este conocimiento el que le impedía acurrucarse en
una pelota y gritar sin consuelo. Era este conocimiento el que le dio el más mínimo
sentido de control, ya que lo había provocado ella misma. No era una víctima.

En un cuaderno que Margaret mantenía junto a su cama, mantuvo una lista actualizada
de todos los cambios que había experimentado desde que fue encarcelada, desde que
su dosis de Longevidad había sido reducida gradualmente. Primero había sido su piel -
seca y áspera al tacto, luego flácida, como si hubiera renunciado a cualquier pretensión
de estar en forma para el propósito. Los cortes no sanaban, aparecían llagas de la nada, 104
sus párpados pesados colgaban sobre sus ojos.

Su pelo fue el siguiente síntoma más evidente. Sin teñir, sus raíces estaban creciendo
blancas como la nieve - semejante contraste con el negro al que estaba acostumbrada,
las hebras negras que ella recogía en un moño cada mañana. Blanco y negro. Viejo y
nuevo. Ahora y luego. El "ahora", la blancura, estaba creciendo más cada día. Margaret
había leído una vez que el pelo sigue creciendo después de la muerte, se preguntaba
durante cuánto tiempo y por qué.

El frío era insoportable. Sus músculos, anteriormente una forma de calentamiento


interno, su fuerza extendiendo calor alrededor de su cuerpo, estaban debilitándose y
sus reservas limitadas de grasa eran incapaces de protegerla, impotentes contra el frío
implacable de la prisión. Margaret Pincent, quien siempre se había enorgullecido de su
resistencia al frio, quien había rechazado continuamente las peticiones de su personal
en el Grange Hall por un radiador más, o por un aumento del termostato, ahora se
sentía incapaz de impedir que sus extremidades temblaran, temblando contra el aire
helado que la rodeaba.

Algunos de los síntomas eran más bienvenidos que otros. La miopía, la ceguera de
Margaret, era un consuelo para ella, porque ¿quién querría ver una prisión con
claridad? ¿Quién querría ver el rostro de su carcelero, las opacas paredes grises de su
celda, el lodo asqueroso que le decían que era la comida? El Grange Hall había sido gris
también pero había sido su gris, su asqueroso lodo, su dominio.

Otros síntomas la llenaban de miedo, con una repugnancia desesperada. Lo peor de


todo eran las pesadillas que la acompañaban cada vez que sus ojos se cerraban.
Recuerdos desenterrados de años y años atrás que ahora la perseguían: su madre,
blanca y sin vida, mirándola fijamente desde su cama, su abuelo, que había prometido
cuidar de ella y se había suicidado en su lugar; su hijo bebé, arrebatado antes de que
pudiera escuchar su primer llanto. Todo el mundo la había abandonado. Todo el mundo
que alguna vez había amado.

Cogió el cuaderno. Era más fácil durante el día. Durante el día podía concentrarse en
hechos – hechos, verdades y revelaciones. Sólo por la noche sus demonios tenían rienda
suelta para afectarla, para hacerla llorar de dolor, para hacer su angustia insoportable.
Apartando las páginas de ella para que pueda ver un poco más claro, comenzó a
escribir. Hoy su respiración había comenzado a deteriorarse - su respiración se había
vuelto áspera, con su pecho comprimido. El día anterior sus intestinos habían fallado, 105
manchando su ropa de cama y humillándola tanto que se habría quitado la vida si lo
hubiera podido hacer.

¡Oh Peter! ¡Oh mi hijo!

Ella suspiró y alejo el cuaderno de ella, incluso escribir su nombre era demasiado, hacia
sus heridas muy frescas. Nunca hablaría con él, nunca vería su cara otra vez.

La carta de la chica había llegado unos días antes. Margaret aún no se había recuperado
de la sensación de esperanza que pareció levantar físicamente su cuerpo cuando el
guardia se la había dado. Sus pies habían dejado el piso, había estado segura de ello.
Pero segundos después, el descenso a la tierra pareció aplastar sus órganos, sus huesos,
su mente, su alma. Él no iba a venir. No la saludaría.

La carta de Anna había sido amable, pero eso lo hacía peor. Margaret despreciaba a la
niña - por llevarse a su hijo, por mostrarle la felicidad que Margaret nunca podría
hacerlo, por estar con él cuando ella no podía. Y la despreciaba porque después de
tanto tiempo, después de todo lo que Margaret había hecho, Anna todavía no podía
apartarse de ella por completo. A diferencia de Peter, ella no podía ignorar las cartas de
Margaret, y esto sólo revela lo débil que era. Margaret siempre había odiado a los
débiles, ellos le recordaban a sí misma. Peter podría odiarla, pero de una manera
extraña casi percibía comodidad del hecho. Él conocía su mente. Era fuerte. Él era un
superviviente. Vale la pena morir, vale la pena el sufrimiento...

Apoyándose contra la pared, oyó el familiar sonido de unos pasos pesados acercándose
por el pasillo, luego la puerta se abrió un poco.

–La comida está servida, –dijo una voz. Margaret miró a la gran figura en la puerta. Ella
captó su atención y lo vio retroceder.
–Baja eso, por favor. Por allí.

Incluso en la cárcel, Margaret hacia todo lo posible para mantener el orden.

El guardia de la prisión arrastró los pies y puso la comida sobre su mesa, y luego se echo
hacia atrás, detrás de la puerta de nuevo. Era una mesa barata, desvencijada, tan
diferente del gran escritorio autoritario, donde se había sentado detrás en el Grange
Hall. El escritorio que los Excedentes se habían aferrado mientras ella derrotaba
cualquier esperanza, sacaba cualquier autoestima de ellos. El escritorio donde había 106
contenido su arma durante tantos años - un arma que nunca había esperado usarla.
Hasta Stephen...

El hombre comenzó a cerrar la pesada puerta metálica que separaba su celda del pasillo
exterior, pero se detuvo un momento.

–Siempre come aquí, sola, –dijo él, mirándola con suspicacia.

Margaret dejó salir un pequeño sonido de disgusto porque este hombre se sentía capaz
de hablarle directamente, no sentía miedo a preguntarle algo tan personal. En Grange
Hall nadie le había preguntado nada directamente.

–Solo me preguntaba por qué, –dijo el hombre después de unos segundos de silencio–.
Yo hubiera pensado que le gustaría salir de aquí, es todo. El comedor está justo abajo.

–El comedor, –dijo Margaret con frialdad, pronunciando cada palabra con cuidado–, no
posee un atractivo para mí.

Ella había estado solo toda su vida y no veía ninguna razón para cambiar ahora.

El Hombre asintió con la cabeza; parecía no tiene prisa por irse.

– ¿Qué es? –Preguntó Margaret bruscamente–. Si tienes algo que decir, escúpelo.

Incluso ahora ella no tenía paciencia para pérdidas de tiempo, para holgazanes, para
cualquier persona que no vive su vida de acuerdo con el orden y las reglas. Solían ser sus
reglas que regia a todo el mundo a su alrededor y ella echaba de menos eso.

–Sólo preguntaba... –El hombre frunció el ceño, miró incómodo.

– ¿Preguntaba qué? –Margaret lo miró con insolencia.


Él tomó una respiración profunda. –Qué se siente, –dijo en voz baja–. Morir. Saber que
va a morir.

La pregunta sorprendió a Margaret, silenciándola por un minuto o dos. Nadie nunca


mencionaba la muerte, ni siquiera aquí en la cárcel. La palabra se evadía, los
eufemismos eran utilizados en su lugar, como si la palabra pudiera contaminar.

–Me pone enferma de miedo, –dijo finalmente, lanzando una mirada al guardia. Ella
estaba más allá de la mentira, más allá de cualquier pretensión–. ¿Es eso lo que quieres 107
oír? Me odio a mí misma, no me gusta lo que he hecho. Y sin embargo, temo al final.
Temo a la nada.

El hombre asintió con incomodidad. –Ellos dicen, –dijo él, mirando hacia abajo–, dicen
que la gente se está muriendo. Se están enfermando.

Los ojos de Margaret se estrecharon. – ¿Y quiénes son ellos? ¿Fanáticos? Nadie muere.
Tú lo sabes.

Ella había oído los rumores, por supuesto. Por más que trataba de ignorar a los otros
prisioneros todavía se encontraba con ellos en alguna ocasión, en el baño, en el pasillo.
Pero ella no creía nada de eso.

–Las autoridades dicen que la Longevidad ha sido contaminada por el Subterráneo.


Dicen que hizo que la gente enfermara. Pero nadie ha regresado todavía. Ninguno de los
enfermos. Mi vecina de al lado - ella nunca ha vuelto.

Margaret lo miró con atención. El subterráneo. Los terroristas. Hombres malos. Pero los
hombres malos habían mantenido con vida a su hijo y ahora estaban envenenando a
Legales. El Bien y el mal había dejado de tener sentido, se dio cuenta. Todo había
cambiado. Ella tomó una respiración profunda. –Tu nombre, –dijo ella–. No sé tu
nombre.

–John, –dijo el hombre.

–Bueno, John, –dijo Margaret–, mi abuelo me solía decir que los únicos que temen a la
muerte son aquellos que no han vivido. –Ella se sorprendió con la declaración, lo había
olvidado hasta ahora.

– ¿Y usted lo hizo? Vivió, quiero decir. –preguntó.


Margaret se rió tristemente. –No, –dijo ella–. No he vivido. Y ese es mi tormento. Ese es
mi dolor.

Ella suspiró y se volvió a su comida cuando la puerta se cerró con un chasquido fuerte.
Era la habitual sopa asquerosa, lo suficiente para mantenerla, pero no más, y ella se la
comió sin entusiasmo. Dejó el plato sobre el suelo y luego se recostó en su cama,
dejando que sus ojos se cerraran momentáneamente.

El golpe en la puerta la sorprendió - una hora no podría haber pasado, ¿podría? Miró a 108
su comida con desconfianza, miró a su alrededor como si pudiera encontrar una pista en
alguna parte. Tal vez se había quedado dormida. Tal vez...

– ¿Sí? –preguntó ella.

La puerta se abrió lentamente. Era John de nuevo. – ¿Ya estás aquí? –preguntó.

Él bajó la mirada hacia el plato, luego a ella. –Tiene una visita.

Margaret miró en estado de shock. – ¿Una visita? –Ella no había tenido un visitante en
todo el tiempo que había estado en la cárcel.

–Así es.

–Sí, sí, yo... Sólo un momento. Un momento, por favor.

Es él. Es Peter. Él vino.

No. Contrólate, mujer. No es él. Nunca va a ser él.

Desesperadamente Margaret pasó las manos por su pelo blanco, miró a su frágil cuerpo,
alisando su conjunto. Luego extendió sus manos temblorosas para que se encadenen y,
temblando de anticipación, bamboleando sus piernas débiles, siguió al guardia al pasillo.

•••

Anna observó en silencio mientras Peter trataba de doblar un jersey. Hizo tres intentos
pero cada vez las mangas caían tan pronto como él las recogía. Ella no intervino para
ayudar y finalmente se dio por vencido, el relleno se desbordaba de su maleta. Levantó
la vista y la miró a los ojos.

–Unos días más, –dijo de nuevo, como si hiciera una diferencia–. Una semana máximo.
Difícilmente te darás cuenta de que me haya ido.
Anna se quedó muda, sabía que sus ojos hablaban por ella, sabía que Peter podía leer
sus pensamientos, que el hablar en voz alta no ayudaría.

–Tenías razón sobre quedarte aquí, –continuó, agregando pantalones, calcetines y


camisetas a la pila en el interior de su maleta–. Es más seguro, lo sé. Entonces que yo
vaya por mi cuenta tiene sentido. De esta manera sólo puedo averiguar lo que está
pasando y estar de vuelta en poco tiempo.

Miró otra vez hacia abajo mientras hablaba y Anna sabía por qué. La culpa se filtraba de 109
sus poros. Ella se sentó en la cama. Podía detenerlo si realmente quería - lo sabía. ¿Pero
por cuánto tiempo? ¿Por cuánto tiempo podría vivir alrededor de esos ojos doloridos, la
inquietud, la voz llena de reproches? Sin embargo, estaba enfadada con él por tener que
irse, por no tener alguna necesidad que no se centrara en ella, en Ben, en Molly. Ellos
deben ser suficientes. Esto debería ser suficiente.

Ella suspiró y tímidamente sacó un jersey de la maleta, doblándolo cuidadosamente en


lo que era casi un acto reflejo. Mangas a través del hombro luego dobladas en el pecho.
Lo había hecho mil veces en el Grange Hall, la lavandería había sido una de las formas en
que se había demostrado su "utilidad" a la comunidad local. Entonces ella cogió otro.
Peter la miró con gratitud.

– ¿No estás enojada?

Parecía aliviado, como si realmente creía que todo estaba bien ahora. Los ojos de Anna
se estrecharon y tiró los dos jersey de nuevo en la maleta, ignorando el bulto que yacía
bajo ellos.

–Por supuesto que estoy enojada. –Sus palabras habían revelado su completa falta de
comprensión de la situación. Ahora ella ni siquiera iba a fingir estar bien con lo que
estaba haciendo.

Peter miró atónito. –No voy por mucho tiempo, –dijo, como si eso hiciera la diferencia.

– ¿No vas por mucho tiempo? –Anna lo miró con incredulidad–. Una hora es mucho. Un
día es mucho. Peter, nos estás dejando solos aquí. Richard Pincent te quiere muerto,
nos quiere a todos muertos, ¿y te vas a Londres? ¿Todo porque quieres estar cerca de la
acción? ¿Qué acción, Peter? ¿Qué podría importa tanto?
Peter suspiró, se aclaró la garganta, tomó aliento. –Tú sabes qué es tan importante. -Él
la miraba, pero ella se negó mirarlo a los ojos.

–No, –mintió–. No lo sé.

–Sí que lo sabes, –dijo Peter con fuerza–. Podríamos estar a salvo aquí por ahora, pero
no será para siempre. Ya sé que quieres quedarte aquí y fingir que el mundo no existe,
pero lo hace. ¿Qué pasa con los Excedentes, de los niños ocultos en áticos? Y ahora hay
cadáveres. ¿No puedes ver? Necesitamos luchar, Anna. Tengo que luchar. 110
Anna podía sentir sus manos apretándose en puños. Estaba en lo cierto y lo odiaba por
ello. – ¿Por qué no puede otras personas pelear? –Dijo con una voz ahogada–. Hemos
estado luchando durante toda nuestra vida.

–Otras personas están luchando. Todos los días. Pero no puedo sentarse y dejar que lo
hagan por mí - Sabes que no puedo.

–Sé que no lo harás. –Anna vio la cara de Peter tensarse, podía sentir alejándose - ella
parecía estar perdiendo el control sobre él–. De todos modos, no puedes ir ahora.
Apenas tenemos algún alimento, –dijo, recurriendo a los obstáculos prácticos, sabiendo
que era inútil.

–Voy a desenterrar algunas verduras antes de irme.

–Y no voy a ser capaz de hacer toda la siembra, mientras que tú estás ausente. No si
estoy cuidando a los niños todo el tiempo. –Ella sonaba petulante y eso la irritaba, pero
podía ver que eso irritaba más a Peter. La impaciencia le llenó los ojos.

–Lo que sea, –dijo, golpeando la cubierta de su maleta–. Estoy seguro de que lo vamos a
manejar.

– ¿Todavía hay un "nosotros"? –Preguntó Anna, sacando la barbilla.

Los ojos de Peter se encontraron con los de ella y de inmediato se arrepintió de sus
palabras.

–No fue mi intención... –Dijo, pero ya era demasiado tarde. Él estaba sacando su maleta
de la cama, arrastrándola fuera de la habitación, y por las escaleras.

–Voy a buscar las verduras ahora, –le oyó decir.


–No te molestes, –respondió ella. Era culpa de él, después de todo, que había
cuestionado su futuro. Él la había conducido–. Ve a Londres. A ver si me importa. A ver
si alguno de nosotros lo hace.

•••

Margaret se detuvo frente a la puerta para recuperar el aliento, y recoger sus


pensamientos. Estaba abierta - el visitante ya estaba en la habitación esperándola. El
visitante... Pero, ¿quién? 111
– ¿Va a entrar? –El guardia la miró con impaciencia. Ella asintió.

Poco a poco, entró en la habitación. Había un hombre sentado en una pequeña mesa al
otro lado del vidrio templado que los separaba. Un hombre que era completamente
familiar y sin embargo, un total desconocido.

–No te esperaba, –dijo, entrecerrando los ojos–. ¿Por qué vienes ahora? ¿Por qué venir?

El hombre se puso de pie y sonrió. –Margaret, –dijo–. Es bueno verte.

Ella frunció los labios. –Lo dudo, –dijo ella–. No puedo imaginar que disfrutes de la vista
de mí. La decadencia. Yo soy parte de ti y sin embargo aquí estoy, falible. Un fallo. Eso
debe ser difícil de aceptar.

Sus ojos eran de piedra; sentía más que desprecio por el hombre que era su padre.

Él asintió lentamente, aparentemente digiriendo sus palabras. –Tienes razón, –dijo


finalmente –. Es duro. Y sin embargo, he hecho las paces con la decepción que me has
dado en los últimos años.

Aún dolía, a pesar de que Margaret moriría antes de dejarle saber. Se armó de valor.
– ¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó.

Richard Pincent sonrió. –Has recibido una carta, –dijo–. Me gustaría tenerla, por favor.

Margaret lo miró fijamente durante unos segundos. – ¿Quiere decir que no ha sido leída
antes de que la tuviera? –Le preguntó secamente –. No puede ser.

–Se comprobó por contenido turbulento, –dijo Richard con una sonrisa en su cara, pero
no en sus ojos. Parecía tenso, Margaret se dio cuenta. Él nunca se veía tenso–. Pero
luego se te entregó a ti. Sólo entonces nadie piensa en hablarme de ella.
– ¿Y tú quieres que te la entregue a ti?

–Sí, –dijo Richard.

Margaret asintió. –Lo que quieres decir es que mi habitación está siendo registrada,
¿estoy en lo correcto?

Richard se encogió de hombros. –Eres un prisionero, Margaret. Las posesiones son un


lujo que no puedes esperar para beneficiarte.
112
Un guardia apareció en la puerta y asintió con la cabeza. Richard sonrió y arrastró hacia
atrás su silla, caminó hacia la puerta y tendiendo su mano. Margaret miró con los labios
apretados como el guardia le susurraba algo al oído de su padre y le daba la carta de
Anna. Él rápidamente la escaneó y luego caminó hacia ella de nuevo.

–Al parecer, el sobre fue sellado en Escocia, –dijo, inclinándose hacia ella para que
pudiera ver las finas venas rojas que cubrían su nariz, los poros agrandados ligeramente
alrededor de sus ojos. Incluso cuando era una niña no había confiado en su cara, pero
también se había asustado de él. Ella había pensado que no tenía nada que temer, pero
se había equivocado.

–Él está protegido por personas más inteligentes que tú, –dijo ella, en voz baja pero el
estremecimiento en ella era audible para los dos–. Nunca vas a encontrar a mi hijo.

Richard volvió a sentarse. –Oh, pero lo haré, –dijo, echándose hacia atrás, con una
expresión relajada en su rostro–. En este momento, sin embargo, estoy más interesado
en cómo te las arreglaste para escribirle. A la chica. ¿Cómo puede un prisionero de las
Autoridades localizar a dos disidentes que han logrado evadir los Cazadores? Tú no has
tenido ninguna visita. ¿Así que es otro prisionero? ¿Un guardia? –Margaret no dijo nada.

–Dime, –dijo Richard, entrecerrando los ojos–. ¿Quién tomó las cartas por ti? ¿Quién las
envió?

Margaret lo miró directamente a los ojos y de repente se dio cuenta de que ya no tenía
miedo de él. –Hay personas de todo el mundo que te odia, así como yo siempre te he
odiado, –dijo en voz baja–. Siempre habrá personas quien peleará contra ti, que te
atacarán, que finalmente te destruirán. Y espero que Peter sea uno de ellos. Espero que
él gane. Así que no voy a decirte nada. Ni una cosa.
Richard no dijo nada por un momento, luego se encogió de hombros y se levantó. –Haz
lo que quieras, –dijo–. Siempre has sido una decepción para mí, Margaret, y no es
ninguna sorpresa que me decepciones hoy también. Vamos a localizar a tu cómplice - no
será difícil. Mientras tanto, voy a sugerirles a los guardias que retiren tus medicamentos
por completo. No sirve extender más tu vida, ¿verdad? Puedes morir sabiendo que sigo
invicto. Que tú fallaste, del mismo modo que siempre has fallado. Enviaré a Peter tus
saludos, ¿de acuerdo? Decirle que tu debilidad le falló una vez más.

–Dile... –Margaret empezó a decir, con los ojos llenos de lágrimas, a pesar de sus 113
mejores esfuerzos para detenerlas–. Dile... –Pero ya era demasiado tarde - su padre se
había levantado y estaba caminando hacia la puerta.
Capítulo 13

–P
or desgracia, el Subterráneo no aprecia la santidad de la vida humana,
ni tampoco la respetan. Lo que estamos tratando aquí es la maldad sin
adulterar. Y lo vamos a aplastar, pueden estar seguros de eso. Las
114
Autoridades y Pincent Pharma no se detendrán hasta que estos terroristas sean
detenidos y llevados ante la justicia...

El ladrillo llegó por la ventana a las 9 de la mañana, tres días después de que las
Autoridades habían señalado con el dedo de la culpa al Subterráneo. Jude lo escuchó
inmediatamente, él había estado escuchando la radio, manejando el teléfono mientras
Sheila se ponía al día con un poco de sueño. El accidente lo envió corriendo a la
habitación en la que llamó su oficina, temiendo lo peor. El ruido había venido de la sala
que albergaba su computadora, la única posesión que él verdaderamente valuaba, pero
no era por la computadora que estaba preocupado esta vez - era por los niños, seis de
ellos ahora, acurrucados en el suelo. El chico que había rescatado, una niña traída aquí
por uno de los guardias del Subterráneo, y cuatro más que habían sido dejados por sus
desesperados padres y tutores.

Él llegó para encontrar vidrio sobre suelo, la ventana rota, el ladrillo en el centro de la
habitación envuelto en papel. Con cautela lo desenvolvió y extendió el papel, mirando
hacia la ventana cada pocos segundos. Esta vez solo fue un ladrillo, la próxima vez sería
peor. Si una persona sabe que están aquí, más personas pronto lo harían. Incluso si sólo
fuera un golpe de suerte, incluso si sólo fue un acto de violencia al azar, Jude no podía
correr el riesgo - ellos tenían que mudarse. Tenían que salir de aquí.

– ¿Qué fue ese sonido? ¿Qué es eso en el suelo? –Él se giró para ver a Sheila quien había
aparecido junto a él, su delgado cuerpo apenas parecía lo suficientemente fuerte para
soportar su cabeza. Ella estaba mirando el ladrillo preocupada.

–Esto, –susurró–, es una advertencia de que estamos en estado de sitio.

– ¿Nosotros? –Sheila lo miró con cautela.

–El Subterráneo, –dijo Jude en voz baja. Ella se sentó a su lado y cruzó las piernas.
– ¿Nosotros realmente matamos a la gente? ¿Realmente hemos saboteados las drogas
de la Longevidad? –preguntó en voz baja. Parecía frágil. Jude envolvió su brazo
alrededor de ella, entonces se dio cuenta de que en realidad él también se sentía
demasiado frágil, que necesitaba consuelo tanto como ella lo necesitaba.

–No, –negó con la cabeza–. No, no lo hicimos.

– ¿Y dónde está Pip?

Jude miró alrededor sin poder hacer nada. No había visto a Pip por días, se había 115
convencido a sí mismo de que estaba afuera, rescatando Excedentes, desarrollando un
plan, haciendo algo importante. Pero si alguna de esas cosas fuera cierta, él habría
estado en contacto. Jude no había oído nada. Nadie lo había hecho.

– ¿Qué fue ese ruido?

El guardia de la puerta, un hombre llamado Sam, apareció. – ¿El ruido? –Preguntó de


nuevo.

–Un ladrillo, –dijo Jude con tristeza, levantándolo en el aire.

– ¿Un ladrillo? ¿A través de una ventana? –La cara de Sam cambió de repente –.
Tenemos que movernos. La gente sabe donde estamos. No podemos estar por aquí.

–Ya lo sé, –dijo Jude–. Pero Pip no está aquí.

–Pip nos encontrará. Las regulaciones dicen que, cualquier forma de ataque y nos
movemos inmediatamente. Tenemos que salir de aquí en una hora.

–Pero ¿dónde podríamos ir? –Exigió Sheila–. ¿Adónde nos mudaríamos?

–Hay lugares, –dijo Sam.

Jude asintió. –Están aquí, –dijo con seriedad, entrando a la oficina de Pip y empujando
un cajón para abrirlo–. Aquí. Locaciones, –dijo, mostrándoselas a Sheila–. Estas son
todas las posibles sedes alternativas. Pip me las enseñó hace dos semanas. Elegimos
dos, le decimos a todos que vamos a uno y luego cambiamos en el día, sólo en caso de
que alguien... Bueno, ya saben, por si acaso.

Él miró de nuevo hacia la ventana rota y se estremeció ante el frío viento que silbaba a
través de ella.
–Vamos a empacar entonces, –dijo Sam con total naturalidad–. No se puede esperar
aquí, no si la gente del Exterior sabe dónde estamos. Apaga las computadoras y cierra
todo.

–Yo las apagaré, –dijo Sheila rápidamente.

Jude asintió, pero él no estaba realmente escuchando. Estaba mirando algo en el


noticiero. Un titular. «Jefe del Subterráneo se entregó por atrocidades terroristas.»

–Sube el volumen a eso, –él ordenó, Sheila, quien estaba a punto de apagarla–. Ahora. 116

En silencio Sheila subió el volumen del control. Y entonces se quedó sin aliento.

–Sí, Sandra, eso es correcto, –una mujer estaba diciendo a la cámara. Y junto a ella había
un hombre - un hombre con el pelo largo y gris y una larga barba gris.

– ¡No! –Jude le gritó a nadie en particular, pero no sirvió de nada. Era Pip, allí mismo en
la pantalla. Esposado.

–Puedo confirmar que el hombre que se hace llamar Pip, el esquivo líder del
movimiento Subterráneo, está aquí conmigo ahora, –continuó la mujer–. Se acercó al
noticiero para anunciar que él se está entregando, que asume la plena responsabilidad
por el sabotaje a las drogas de la Longevidad. Él me contó, más temprano, que irrumpió
en Pincent Pharma por su propia iniciativa, y que el Subterráneo lo ha marginado por el
acto.

–Dime, Vanessa, ¿eso significa que Pip ya no es el líder de la Resistencia?

–Ciertamente es así, Sandra. Ahora, las Autoridades han solicitado que a Pip no se le
permita responder las preguntas directamente, pero antes él me dijo que ya no forma
parte de la organización, que muchos dentro de la organización estaban infelices con lo
que estaba haciendo. ¿Podemos ejecutar el video?

La imagen se desvaneció y fue reemplazada por una de Pip mirando a la cámara. La boca
de Jude se abrió y su piel picaba de repente.

– ¿Y por qué has decidido entregarte a ti mismo?

–Estoy cansado de huir, cansado de luchar, –dijo Pip suavemente –. Me di cuenta de


que había tomado un camino equivocado y que eso causó una gran cantidad de
sufrimiento y que estoy dispuesto a asumir la responsabilidad de mis acciones y hacer
las paces. Actué solo en la contaminación de los suministros de la Longevidad, traicioné
y defraudé a mis propios seguidores del Subterráneo, que nunca toleraron tal ataque. El
Subterráneo merece mejores líderes, líderes que permanezcan fieles a la causa. Ahora
cuenta con tales lideres. El hombre no supone vivir para siempre, pero no tenía derecho
a acortar la vida de las personas Legales, me doy cuenta de eso ahora.

La imagen se desvaneció y fue reemplazada por la periodista, y Pip a su lado.

– ¿Y qué pasa ahora? ¿Qué va a pasar con Pip? –preguntó una voz. 117
–Lo que en realidad, Sandra, –dijo la reportera–. Bueno, la policía y Hillary Wright están
en camino hacia aquí, junto con Richard Pincent. Qué será de la suerte de Pip, sólo ellos
lo sabrán. Pero una cosa podemos estar seguros es que se hará justicia. Pip es un
terrorista, y tiene que pagar el precio por ello.

–Gracias. Eso fue Vanessa Hedgecoe reportando desde la oficina central del noticiero en
Londres, donde hace sólo unas horas el líder de la Resistencia, un hombre que se refiere
a sí mismo como Pip, se entregó a las Autoridades y pidió que hiciera una declaración...

Jude bajó el volumen entonces se volvió hacia Sam y Sheila, quienes estaban mirándolo
en shock. –Vamos a empacar, –dijo, con la garganta apretada mientras hablaba–. Vamos
a salir de aquí.

•••

Dolía caminar. Dolía tanto que Margaret hizo una mueca de dolor. Pero tenía que seguir
adelante, tenía que seguir arrastrando los pies por el pasillo hacia el comedor. Había
estado allí quizás una vez en su tiempo en la cárcel y despreciaba el lugar, sólo sentía
desprecio por los que comían allí. Algunos desesperados, algunos agresivos, otros
derrotados - todos eran recordatorios de lo que ella se había convertido, en quien era
ahora.

Pero el desprecio ya no era una excusa; la repugnancia no importaba y tampoco su


orgullo. Tenía que encontrar a la mujer que había tomado las cartas. Había sido la
casualidad que las unió. Su baño - un "lujo" ofrecido a aquellos cuyas sentencias eran
terminales, cuyo medicamento de la Longevidad estaba siendo retenido o reducido - se
había bloqueado y Margaret, sufriendo de un malestar estomacal, sufrió la humillación
de tener que utilizar las instalaciones comunales a lo largo del pasillo mientras que
estaba despejado. Había estado en ese lugar horrible, después de vomitar bilis, cuando
se había acercado a Gail. Y la aproximación no había sido agradable - Gail la había
abordado, la inmovilizó contra la pared, le dijo que ella era la encarnación del mal por
manejar un Establecimiento de Excedentes, por tomar niños robados y someterlos a
años de abuso. Margaret no había tenido la energía para luchar y eso le había dado
confianza a Gail. Las palabras brotaban. Ella era una orgullosa seguidora del
Subterráneo. Era una luchadora, y había más como ella. El padre de Margaret sería
revelado finalmente como la terrible plaga de la humanidad que realmente era. –Tu
hijo, –había dicho ella, con los ojos brillantes–, tu hijo va a poner de rodillas a Richard
118
Pincent.

Y así, cuando Margaret había escrito su primer carta a Peter, había sido a Gail que había
buscado, a Gail que había convencido para entregar la carta a alguien que podría
reenviarla. Le había costado algún tiempo, algunas lágrimas, algunas amenazas y
algunas promesas de dinero, pero al final Gail estuvo de acuerdo.

Ahora Margaret necesitaba algo más de ella. Necesitaba a Gail para advertir a ese
hombre. Pip. El hombre que había cuidado de su hijo. Tenía que advertirle que su padre
estaba en camino a Escocia. Tenía que asegurarse de que Pip supiera eso, que podía
protegerlo, que podía hacer lo que la misma Margaret no podría - lo que nunca había
sido capaz de hacer - cuidar de Peter.

Deteniéndose brevemente para recuperar lo que quedaba de su aliento, Margaret tomó


los últimos pasos al comedor. Era un mar de gente, de color, de ruido, se sintió mareada
y llevó la mano a la pared para no caerse. Las personas la estaban mirando, pero a ella
no le importaba. Lentamente, deliberadamente, empezó a avanzar de nuevo,
explorando la habitación. ¿Estaba aquí? Por favor, que ella esté aquí. De pronto la vio
con un grupo de mujeres, haciendo fila. Corrió hacia delante, casi cayendo. –Gail. –Su
voz era ronca, un susurro–. Gail, yo... –pero Gail no escuchaba, ni siquiera se fijó en ella.
Estaba mirando a la pantalla en la pared–. Shhhh, –gritó alguien–. ¡Cállate! –Alguien más
gritó. La gente dejó de hablar. El silencio descendió como una ola.

Y entonces lo oyó. El noticiero. Pip, la esperanza del Subterráneo, el protector de Peter,


se había entregado a las Autoridades. Mientras escuchaba, Margaret se puso blanca y
sintió que su corazón estrellarse en su pecho. Porque había sido su esperanza también,
y ahora no tenía ninguna. Ahora todo lo que tenía ante ella era el vacío del olvido.
•••

Julia levantó su tarjeta de identificación y esperó por la luz verde. Le tomó unos
segundos - más de lo habitual - pero finalmente apareció la pequeña impresión, las
barreras se abrieron, y estaba lista para ir de compras. Ella disfrutaba de sus viajes al
Maxi-Mercado, disfrutaba de la rara sensación de la abundancia. Porque aunque sus
compras eran restringidas por las lecturas de su tarjeta de identificación, todavía podía
ver, tocar y oler el maravilloso espectáculo de los alimentos que se ofrecían. Incluso si
no eran reales. Incluso si su viaje hasta aquí había sido estresante, difícil e 119
innecesariamente según su opinión.

Los puestos de control estaban por todas partes ahora y la policía patrullaba las calles.
Un viaje sencillo involucraba un millón de preguntas, registros, la horrible intrusión a la
vida personal. ¿A dónde vas? ¿Por qué vas allí? ¿Cuándo volverás? Pero a ella no le
importaba. El mundo había cambiado y necesitaban estos controles para su propia
protección. No sólo de los terroristas del Subterráneo sino de la multitud de personas
desquiciadas, y enojadas. El miedo hacia que la gente se olvide de ellos mismos, Julia se
encontró pensando. El miedo era una fuerza terriblemente destructiva.

Levantó la vista hacia el edificio y sintió su ánimo subirse un poco. Se acordó de ser
joven e ir al supermercado. La gente había sido libre para comprar donde les gustaba en
esos días y a nadie se le ocurrió comprar frutas del otro lado del mundo - y mientras que
el Maxi-Mercado no era lo mismo, en realidad no, todavía le daba la emoción que tenía
entonces - de potencial, de admiración, de deseos que se cumplen.

Desafortunadamente su impresión no permitió a muchos de sus deseos, sobre todo por


el abrumador deseo que sentía por el chocolate. Pero le hizo dar la luz verde a la pasta e
incluso al pesto que, si no era bueno para las caderas, sin duda era bueno para su
estado de ánimo. Tarareando para sí misma, caminó hacia la sección de verduras -
donde estaban todas las verduras de raíz en esta época del año, grandes y pesadas y
rogando para ser guisadas con carne o salchichas. Pero la carne estaba fuera del menú.
La carne de vaca no había estado en el menú durante mucho tiempo - no para Julia, no
para nadie. Sintió lástima por las vacas realmente, pero requerían demasiado espacio
para pastar, causaban demasiados estragos al medio ambiente, no eran eficientes, y la
eficiencia era de lo que se trata, ¿no? Sin embargo, ella iba a comprar una pequeña
porción de cordero en su lugar, que aún estaba disponible, aunque caro. Empujó su
tarjeta de identificación al lector al lado de las verduras de imitación y esperó.
Batata, 500 gramos, añadido al carro, dijo la voz. Calabacín, 300 gramos, añadido al
carro. Quedan dos créditos para vegetales. Gracias.

Se dirigió a la sección de pan, su favorito. La comida en la pantalla puede no ser real,


pero los olores lo eran, y ella inhaló profundamente mientras el aroma de panes recién
horneados flotaba hacia ella.

Hogaza de pan, 500 gramos, añadido al carro. Prueba el sustituto más reciente de
mantequilla en el pasillo quince. Gracias. 120
– ¿Sólo compras uno?

La voz de una mujer asustó a Julia y se dio la vuelta para ver una vecina que de vez en
cuando se había encontrado en fiestas de bebidas. Belinda. No, Brenda – ese era. Julia
frunció el ceño. –Sólo necesito uno, –dijo ella, pensando para sus adentros qué extraña
cuestión para preguntarle a alguien–. ¿Por qué?

Brenda la miró con desprecio. – ¿No estás ocultando más Excedentes en tu casa? ¿Algún
terrorista tratando de matarnos a todos?

El corazón de Julia pareció perder el ritmo y luchó por controlarse. –Yo realmente no sé
lo que quieres decir, –dijo, alejándose –. Ahora, si no te importa...

Brenda se acercó. –Me importa. Son personas como tú que han creado este lío.
Personas están muriendo y todo por culpa de los liberales como tú. Todo el mundo sabe
que fuiste tú quien ayudó a esos Excedentes, Legales ahora. Y ¿qué hicieron para darnos
las gracias? Ellos envenenaron nuestra Longevidad. Los Excedentes no son personas,
Julia. No son humanos. Son malvados. Deben ser reprimidos al nacer como en otros
países.

Julia podía sentir su piel calentándose y punzante. Parecía hace mucho tiempo, ese día
fatídico cuando la Excedente Anna había aparecido en su cobertizo con el chico,
escondiéndose de los Cazadores. Ella no tenía la intención de ayudarlos a escapar, pero
habían estado tan frágiles, tan indefensos, y solo eran niños. Por supuesto que ahora
entiende que era ella la que había sido vulnerable, la que había sido débil, explotada por
sus manipuladoras mentes. Su terapeuta le había explicado todo a ella. Su marido
también. Él se había culpado de haber estado ausente por tanto tiempo, había
prometido que iban a pasar más tiempo juntos.
Pero nadie lo sabía. Ellos habían prometido el secreto. ¿No?

Ella tragó con incomodidad. –No he creado nada, Brenda. Debes haber visto las noticias.
Fue Pip, el líder del Subterráneo, que se infiltró en Pincent Pharma, no los Excedentes.
Ahora, por favor perdóname. Tengo que seguir adelante.

–Son liberales como tú, que han permitido este asesinato, sabes. Los Excedentes no
deben mantenerse con vida. Esos establecimientos son criaderos de terroristas. Todos
ellos deben ser cerrados en mi opinión. Llenos de maldad. 121
Una imagen de Anna cruzó por la mente de Julia - dulce pequeña Anna escuchando las
historias de Julia con una expresión de asombro en su rostro, el mismo rostro que
meses más tarde le decía a Julia sobre la crueldad del Grange Hall, el miedo grabado en
las líneas de expresión sobre la frente, la determinación de que no iban a volver, no
podían. Pero eso fue antes de que el Subterráneo hubiera causado tal devastación.
¿Podría una persona como Anna realmente ser un terrorista?

–Son niños, –dijo Julia con fuerza–. Los terroristas del Subterráneo son los culpables, no
los Excedentes. Pero de verdad, tengo que seguir adelante.

–Haz lo que quieras. –Brenda se movió, dejando pasar a Julia. Pero momentos después
estaba junto a ella otra vez–. Sin embargo si yo fuera tu me abastecería, –dijo con
frialdad.

Julia no dijo nada, ella miró hacia adelante con dureza.

–Se dice que no fue a la Longevidad que sabotearon, –continuó Brenda pesar de todo–.
Fue el aire que respiramos. Nos están envenenando con la enfermedad. Si sólo fuera un
lote, ¿por qué hay gente que sigue Desapareciendo? No todos son terroristas. Mi tía se
fue. Odiaba al Subterráneo. Los odiaba.

–Tal vez eso era una fachada, –dijo Julia con vacilación, su estómago se apretó por la
ira–. Tal vez ella sólo pretendía odiarlos.

Los ojos de Brenda se abrieron con indignación. – ¡Cómo te atreves! –Dijo–. Mi tía no
era un terrorista. ¡Ella no lo era! No como tú. Todos sabemos de ti, Julia. –Ella parecía
tan enojada, tan desesperada. Julia rápidamente dio media vuelta y comenzó a caminar.
No iba a escuchar otra palabra. El aire no estaba envenenado. No podía estarlo,
¿verdad? No. Las Autoridades habrían dicho a todos de permanecer en el interior si así
fuera. No, la tía de Brenda estuvo obviamente involucrada con el Subterráneo después
de todo.

Aunque, pensó Julia con un ruido sordo, ella misma había estado involucrada con el
Subterráneo. Había escondido a la Excedente Anna. ¿Las Autoridades también vendrían
por ella?

Corriendo ahora, Julia terminó sus compras y salió del Maxi-Mercado aún sintiéndose
insegura. Estaba convencida de que todo el mundo la estaba mirando. ¿Quién más sabía 122
de los Excedentes? ¿Quién le había contado a Brenda? ¿Ella realmente no sabe nada
aún o había sido sólo una suposición? Pero a medida que el empleado llenaba su coche
con los productos que había comprado, Julia empezó a relajarse. Brenda solo estaba
agitada. Ella se disculparía pronto. Pip había sido capturado, nadie más desaparecería, y
pronto todo volvería a la normalidad. Julia tomó una respiración profunda y luego
exhaló, sintiendo que sus hombros se relajaban un poco, con la frente lisa.

Luego, dando las gracias al empleado, subió a su coche y se dirigió a casa.


Capítulo 14

D
erek Samuels agarró el maletín que descansaba sobre su rodilla - el maletín
que llevaba a todas partes con él. Contenía las herramientas de su oficio - los
instrumentos que utilizaba para animar a las personas a hablar con él, para
123
que le cuenten sus secretos antes de que él termine con sus vidas. Podía decir tan
pronto como conocía a alguien lo que respondería, cómo llevarlos al borde de la
desesperación antes de ofrecer un rayo de esperanza, de salvación, si harían su
voluntad, si le dirían lo que él quiere saber.

–Tienes que dármelo a mí, –dijo en voz baja, mirando al frente mientras el coche de
Pincent Pharma aceleraba hacia las oficinas del noticiero–. Puedo conseguir lo que
necesitas de él.

La noticia había sido un shock - Pip entregándose, confesando un crimen que Richard y
Derek sabían que no había cometido. Pero sabían por qué lo había hecho, y ahora Derek
tenía que modificar sus planes en consecuencia.

Richard asintió, luego se volvió a Hillary. –Él tiene razón, –dijo él–. Derek puede
fraccionar este hombre. Que se lo lleve. Vamos a ver lo que puede aprender.

Hillary negó con la cabeza. –Él se entregó a las Autoridades, –dijo con firmeza–. Hay un
debido proceso a seguir, Richard. Todo el mundo querrá saber lo que sucederá con él. Él
es el hombre más buscado del mundo, el terrorista más peligroso. No podemos dejar
que Derek se lo lleve a un cuarto oscuro en algún lugar. Hay que verlo para castigarlo.
Colgarlo si es necesario.

–Cuélgalo y se convertirá en un mártir, –Derek bullía, sin permitir que su voz aumente –.
Eso es lo que quiere. Él se ha entregado para salvar al Subterráneo, para detener los
ataques, calmar la anarquía que sus acciones crearon. Cuélgalo y la gente se sentirá
segura otra vez, serán complacientes. Cuélgalo y otro tomará su lugar. Déjamelo a mí y
voy a acabar con todos los seguidores, cada simpatizante. Déjamelo a mí y el
Subterráneo dejará de existir.
–Hillary, sabes que tiene sentido, –dijo Richard uniformemente –. Entiendo que este es
un asunto de las Autoridades, pero este hombre, Pip, tendrá información que Pincent
Pharma encontrará muy útil. Cómo han violado nuestra seguridad, qué otra cosa habían
planeado –

–Lo que importa es que él no va a violar tu seguridad de nuevo, –dijo Hillary


brevemente –. La prioridad es restaurar la confianza pública.

–Pero no para restaurarla demasiado, –interrumpió Derek con voz sedosa. 124
Hillary frunció los labios. –Un estado de emergencia nacional fue declarada la semana
pasada, –dijo ella con firmeza–. La mitad del mundo está amenazando con declararnos
la guerra a menos que demos la muerte del hombre que asesinó a su pueblo.

–Luego se muere, –dijo Richard con un encogimiento de hombros–. Pero más tarde. Él
debe sufrir primero. Derek puede asegurarse de eso. Derek sabe todo sobre hacer sufrir
a las personas y sobre cómo conseguir información de ellos. Deja que tenga a Pip
primero. Lo necesitamos.

–Tú necesitas concentrarte en la contención de la contaminación, –dijo Hillary, en voz


baja y furiosa–. Tú dijiste de que se trataba de un lote. Y sin embargo hay más y más
cuerpos. Acabo de estar en el teléfono con mis semejantes de Suecia, Corea y los EE.UU,
donde el número de muertos se están elevando. Tú me aseguraste que todo estaba bajo
control. Y no lo está, Richard. En absoluto.

Derek miró a Richard de manera significativa, luego se inclinó hacia delante y bajó la voz
para que Hillary tuviera que esforzarse para oír. –Si me lo permites, –dijo–. La única
manera para asegurar que el número de muertos no aumente es asegurar que todos los
aliados de Pip sean capturados antes de que puedan intentar más contaminación.

Richard sonrió agradecido a él. –Hillary, –dijo–, Derek tiene razón. El lote contaminado
fue más grande de lo que esperábamos, pero todo está bajo control.

– ¿En serio? –Preguntó Hillary, inclinándose hacia él mientras bajaba su voz–. Hay
rumores de grandes hoyos cavados en los muros de Pincent Pharma, Richard. Humo ha
estado circulando sobre tu terreno durante semanas. ¿Qué has estado quemando? ¿Y
dónde se están tratando los afectados? Tú no me dejas verlos. No dejas que nadie los
vea.
–Por supuesto que no, –respondió Richard, entrecerrando los ojos–. Nadie puede ver a
las víctimas de la contaminación, porque están en unidades estériles. La contaminación
ha abierto sus sistemas a las bacterias, a la infección que debe estar contenida. Todo lo
que usamos en esas unidades ha sido quemado o enterrado para proteger a los sanos. Y
mientras tanto, con tu ayuda, hemos estado deteniendo a todos los enfermos, a todos
los liberales, a todos los Excluidos por Voluntad, a todos esos niños escondidos que las
personas ocultan como pequeñas mascotas. ¿Sabes que las llamadas a la línea directa
de Excedentes se han ido a las nubes? Las personas se están cayendo sobre sí mismos
125
para señalar con el dedo, para expresar sus sospechas, para delatar a sus vecinos.
Estamos ganando. Pero no podemos dormirnos en los laureles. Necesitamos que Pip
nos diga todo lo que sabe. Sólo entonces el mundo estará a salvo de nuevo.

– ¿Así que no habrá más Desaparecidos? –Preguntó Hillary sobriamente.

Richard lanzó una mirada cómplice a Derek, quien movió su cabeza lo suficiente para
alentar a su amo. Hubo otro mensaje esa mañana. El anillo estaba en camino. Las cosas
estaban en movimiento.

Richard asintió. –Sí, Hillary. Se detendrán.

Hillary parpadeó lentamente. Sus manos estaban agarrando su bolso con tanta fuerza
que sus nudillos estaban blancos.

–Una semana, –dijo–. Una semana es todo lo que tienes.

–Eso es todo lo que necesito, –dijo Derek, sentándose hacia atrás–. Es suficiente.

•••

Una hora más tarde, Jude miró por última vez alrededor de la habitación en la que había
pasado los últimos dos meses. Siempre le sorprendió lo fácil que era hacer las maletas
para lo que representaba la sede del Subterráneo, con qué rapidez los espacios que lo
había contenido regresaba a su existencia anterior - edificios húmedos y miserables
buenos sólo para ser derribados. Las maletas, el Subterráneo podría almacenarse en
tres montones y su computadora. Él sabía que la sofisticación de la operación no se
centraba en un solo lugar, que sus ejércitos no estaban situados en el edificio, tampoco
su información se mantenía en forma física por sí sola. Pero aún así, allí de pie, no podía
evitar sentirse de que lejos de la organización terrorista de gran alcance que Hillary
Wright insistía en hablar, el Subterráneo era realmente algo frágil, una mariposa
esperando que, batiendo sus alas, cambios enormes se producirían.

Dos seguidores habían sido llamados para ayudar a empacar y el trabajo se había hecho
en silencio. Ya sea por la rendición de Pip, los enloquecidos atentados sobre los
seguidores del Subterráneo o los gemidos y llantos de los niños, Jude no lo sabía, pero
nadie dijo una palabra mientras metódicamente desplazaban las pilas de papeles y
equipos en mochilas para facilitar el transporte.
126
Sam apareció de nuevo. Su turno - los guardias trabajaban una semana, tres semanas
descansaban - había llegado a su fin, pero su reemplazo no había aparecido todavía.
Jude tenía la sensación de que su reemplazo no aparecería, sospechaba que Sam
pensaba lo mismo, pero ninguno de ellos lo admitió. Continuaron hablando como si las
cosas no han cambiado de manera irrevocable, como si de un momento a otro un
guardia podría parecer.

– ¿Vas a hacerte cargo de dirigir las cosas? ¿Hasta que escape Pip? –Preguntó Sam.

Jude no dijo nada durante unos segundos. –Él va a estar fuera antes de que lo sepas,
–dijo. Entonces, sabiendo que era una promesa vacía–, él va a escapar. Él tiene un plan.

–Por supuesto que lo hará. Yo lo sé, –dijo Sam.

Jude asintió con gratitud. Hasta hace unas horas, Sam había sido un guardia anónimo
situado en la parte superior de las escaleras. Jude apenas había registrado su rostro, y
Sam no había hablado, excepto para comprobar las credenciales de los visitantes y
decirles a dónde ir. Pero ahora - bueno, ahora las cosas eran diferentes. Desde que
habían visto juntos el noticiero, se sentía como si los dos llevaban todo sobre sus
hombros. Sería también, bastante literal, Jude pensó con ironía, mirando las mochilas.

Sam lo miró con torpeza. –Había otro hace veinte minutos, –dijo.

– ¿Otro...? –Preguntó Jude, pero no tuvo que terminar la frase, sabía lo que Sam quería
decir. Se refería a que otro seguidor había llamado para decir que no quería tener más
nada que ver con el Subterráneo. Si Pip había esperado que entregándose trazaría una
línea en la arena, que detendría los ataques, detendría a los seguidores de abandonar,
se había equivocado. En todo caso, su admisión de culpabilidad acababa de hacer las
cosas peor.
–Dijo que no quería que nos contactáramos de nuevo con ella. Dijo que renunciaba a su
apoyo.

–Bien. Gracias, –dijo Jude con fuerza–. Bueno, no importa. Todavía tenemos seguidores.
Vamos a estar bien.

–Así es. –Sam respiró en exceso–. El asunto es, –dijo–, la gente no quiere enfermarse y
morir, ¿verdad?

Jude dejó de embalar la caja a su lado y miró hacia arriba. 127

–El Subterráneo no saboteó las drogas, –dijo en voz baja–. Ya lo sabes, ¿verdad?

–Lo sé. –Sam asintió con la cabeza–. Pero sí - la muerte, quiero decir - hace enfocar la
mente, ¿no? Como, la gente quiere nueva vida, lo hacen. Pero entonces, cuando llega la
realidad, se dan cuenta de que si hay nueva vida, entonces tiene que haber muerte. Lo
que ESTÁ BIEN en teoría, pero cuando está en la práctica, cuando te enteras de gente
muriendo...

–Sí, –dijo Jude, cerrando los ojos y viendo los cuerpos llenos de ampollas en el camión
de Pincent Pharma, la mujer arañándolo en el dolor mientras moría. Se encontró con los
ojos de Sam y vio un miedo real en ellos. Pero antes de que pudiera decir algo,
acercarse, explicar que él entendía, hubo un gran estruendo en la puerta. Miró a Sam en
la alarma mientras el guardia de la puerta saltaba.

– ¿Quién está ahí? –Preguntó–. ¿Cómo está el clima afuera?

Miró de nuevo a Jude, con los ojos muy abiertos por el miedo. Entonces una voz gritó,
–Hay mucho viento en Escocia, pero aquí está bastante suave.

Jude se puso rígido cuando reconoció la voz. – ¿Peter? –Gritó mientras Sam abría la
puerta provisionalmente –. ¡Peter! ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Peter recorrió la habitación cuando Sam se apresuró a cerrar la puerta detrás de él. Su
rostro estaba azul y negro, con la ropa cubierta de suciedad. – ¿Se están mudando?

Jude asintió. –Sí. Lo estamos - es más seguro.

Peter parecía digerir esto, tomar el sonido del llanto, el vacío, las bolsas bajo los ojos de
Jude. – ¿Me estaban esperando? –Frunció el ceño.
Jude negó con la cabeza con perplejidad. –Yo no sabía que ibas a venir. ¿Qué estás
haciendo aquí? ¿Dónde está Anna? ¿Y los niños?

Pero Peter no respondió y Jude miró con los ojos abiertos mientras caía al suelo. Fue
sólo cuando miró hacia abajo, que vio las huellas en su ropa, se dio cuenta de que había
sido literalmente pisoteado, las marcas negras en su cara, los moretones y la suciedad
con la cara pegada al suelo. ¿Dónde? ¿Cómo? Quería saber, pero no podía preguntar. En
su lugar, se dirigió a Sam, quien inmediatamente se inclinó y cogió a Peter. –Puedo
llevarlo, –dijo en respuesta a la pregunta silenciosa de Jude –. Vamos. Tenemos que 128
irnos.

–Sí, –dijo Jude en piloto automático, entonces, reuniendo a los niños, asignó mochilas a
Sheila y a los seguidores, cogió su computadora, silenciosamente señaló el camino y los
siguió fuera.
Capítulo 15

E
n la Peluquería estaba muy concurrida esa mañana, llena de hombres y
mujeres coloreando su pelo, tiñéndolo y, pelucas ajustadas, párpados
inyectados con botox y la piel frotada con aceite de almendras. Mientras que
129
en el mundo exterior se sumía en el caos, la Peluquería era un santuario de la
civilización, de la paz, de la negación. Sin leyes de la calle aquí, sin puestos de control,
sin miedo al control- sólo tenues luces que arrojaban sombras halagadoras sobre los
clientes mientras se sentaban en las cómodas sillas, en este templo al dios de la belleza,
de la auto-preservación.

Julia Sharpe dio vuelta las páginas de su revista electrónica, pero sus ojos no se
centraban en los artículos o imágenes que contenía. En lugar de eso estaba mirando
hacia adelante a su reflejo en el espejo, con temor, miedo. Sin sarpullido. No había
sarpullido. Ella estaba a salvo. ¿Pero por cuánto tiempo? ¿Sería la siguiente? Dos de sus
vecinos habían sido tomados en la noche - ¿eran terroristas o habían tomado los
medicamentos contaminados? Ella fue a la misma farmacia igual que uno de ellos.
¿Sería la siguiente? ¿Cómo iba a saberlo?

Obligada a apartar la mirada, se encontró mirando furtivamente a la mujer en el espejo


junto a ella. Se llamaba Sylvia y llevaba una máscara - una máscara protectora que había
sido expresamente prohibida por las Autoridades, porque no había necesidad de ellas,
porque aquellos que las vendían eran especuladores, porque el rumor de un virus era
una rebelión. No había enfermedades. Era imposible. Era la obra de la propaganda del
Subterráneo.

Julia miró hacia otro lado, eso la puso nerviosa.

–Entonces, ¿los mismos colores? –Su peluquero, Jim, le estaba preguntando. Julia lo
miró vagamente.

– ¿Cómo dices? Oh, los colores. Sí. El mismo que de costumbre. Gracias.

Obligó a sus ojos de nuevo a su propio reflejo, a las arrugas bajo los ojos, a la mandíbula
caída que tanto despreciaba. ¿Era su imaginación o sus ojos parecieran cansados - no
sólo la piel alrededor de ellos, sino el propio iris? Luego se sacudió. Ella lo estaba
imaginando. Todo el mundo se estaba volviendo loco, atrapados con el miedo. Era lo
que quería el Subterráneo. Ella no caería en eso.

Se rascó el brazo y luego, dándose cuenta de lo que estaba haciendo, se detuvo. La


picazón era imaginaria. Luego comenzaría a creer en las profecías que estaban brotando
en las esquinas sobre el fin del mundo, sobre el eterno invierno viniendo finalmente a su
fin.
130
¿Eterno invierno? Había una razón para el clima frío - algo que ver con el mar. Todo
tenía una explicación racional. Ella no se dejaría caer tan fácilmente a la locura que
parecía estar aferrándose a la nación.

Se estaba haciendo el cabello. ¿Qué podría ser más normal que eso?

Aclarando su garganta, Julia trató de pensar en algo que decir - uno de sus temas
habituales de conversación: sus tardes de bridge (juego de cartas), el costo del petróleo,
los nuevos y feos desarrollos siendo construidos por trabajadores inmigrantes que eran
una mancha en el paisaje y un recordatorio constante, como su marido regularmente
comentaba con un suspiro, que la pequeña isla de Gran Bretaña simplemente se estaba
llenando demasiado. Por lo general disfrutaba de sus conversaciones con Jim -
disfrutaba de la oportunidad de agasajarlo con sus opiniones mientras él escuchaba y
asentía, sin entrometerse en desacuerdo con ella como sus amigos y conocidos que tan
a menudo lo hacían, sin nunca negar con la cabeza y diciéndole que ella no comprende
como su marido siempre lo hacía.

Pero hoy su mente estaba llena de todo y de nada, esperanza y desesperación, ninguno
de los cuales podía apoyar. Lo que hacía una pequeña charla un poco difícil.

–Entonces, ¿cómo estás hoy?

– ¿Yo? –Ella forzó una sonrisa–. Oh, yo estoy... Estoy bien, gracias. Muy bien.

Sus ojos se desviaron involuntariamente de nuevo al reflejo de Sylvia. Jim vio y sonrió.
–Tenemos algunos de esos si estas interesada, –dijo, conversacional. Los ojos de Julia se
estrecharon.

– ¿Tu... tienes?
–Claro. Están creados con aceite de árbol de té. Te protege de, ya sabes, la
contaminación, el polvo, lo que sea en realidad. Se están volviendo muy populares.

– ¿Contaminación? –Julia asintió, sintió alivio inundándose a través de ella. La gente no


tenía miedo de enfermarse, no la gente racional. Ella no estaba enferma. No había nada
de qué preocuparse.

–Oh, gracias a Dios. Pensé que eran... Quiero decir, escuchas sobre personas entrando
en pánico por las supuestas Desapariciones, y yo pensé... –Ella se encontró con los ojos 131
de Jim y su voz se fue apagando. ¿Pensó qué? ¿Que la gente estaba preocupa sobre
morir? ¿Que no se podía confiar en las Autoridades? ¿Que los camiones que vienen en
la noche, vislumbrados a través de las ventanas, llenos de sombríos rostros de policías
con máscaras, no eran camiones de prisión deteniendo a los seguidores del
Subterráneo? No, estas no eran cosas que pensaba. Se negaba a pensar en ellas, se
negaba siquiera a reconocer la conciencia de ellas.

Jim estaba retorciendo hojas de aluminio en su cabello con concentración estudiada,


Sylvia, por su parte, había mirado hacia arriba bruscamente antes de volver a mirar su
revista. Julia se enrojeció, se sintió estúpida de repente, torpe.

– ¿Son realmente populares? –le preguntó, su voz ahora más cautelosa, más suave.

Jim se encogió de hombros. –A la gente le gusta ser cuidadosa, –dijo sin alterarse.

– ¿Y no son... las prohibidas?

Jim la miró a los ojos por un instante en el espejo y Julia sintió un ruido sordo de miedo.

–Son legales, por lo que yo sé, –dijo Jim–. Por lo tanto, ¿subo el volumen?

Julia frunció el ceño, por no saber de lo que estaba hablando, entonces se dio cuenta de
que estaba mirando la pantalla de la pequeña computadora incrustada en la pared. Por
lo general no estaba encendida, Julia supo que era la manera de Jim para detener su
conversación. Él no confiaba en ella. Ella no confiaba en sí misma.

–Hoy vi la muerte de Margaret Pincent, hija de Richard Pincent de Pincent Pharma, nieta
de Albert Fern, el inventor de la Longevidad, y Directora del Grange Hall, quien le
disparó a su ex marido el año pasado. La asesina murió después de una reducción
gradual y humana de la Longevidad. Su hijo ex Excedente, Peter Pincent, un Excluido por
Voluntad, es un conocido seguidor del Subterráneo y está en la lista de los más
buscados. Y en otras noticias, los Estados Unidos han anunciado un estado de
emergencia ya que la cifra de muertos por drogas contaminadas de la Longevidad
alcanza los 2.565. En el Reino Unido, las Autoridades han confirmado sólo dos
centenares de personas afectadas, y dijeron que cualquier persona atrapada
protestando o realizando cualquier actividad revolucionaria será encarcelada
inmediatamente...

–Apuesto a que muchas mujeres han pensado en matar a sus ex-maridos, ¿no te
parece? –Jim volvía a sonreír; y Julia consiguió una risa un poco estrangulada. 132

–Me imagino que lo van a pensar dos veces ahora, –dijo. Su brazo le estaba picando
insoportablemente, no rascarse le estaba tomando toda su concentración, dejándola
calurosa e incómoda.

–Hace un poco de calor hoy, ¿no? –Dijo Jim–. Un poco fuera de temporada, ¿no te
parece?

Julia lo miró con incertidumbre. –No estoy calurosa, –mintió ella. Estaba sudando, se
preguntó si Jim se había dado cuenta.

– ¿No? Debo ser solo yo. –Jim se encogió de hombros. Parecía como si fuera a decir algo
más, pero fue distraído de inmediato por una ráfaga de viento cuando la puerta se
abrió. Julia giró su cabeza para ver quién era, pero no reconoció a la mujer que se
precipitó hacia adentro. Su cabello era corto e intenso, la piel de su rostro estaba
arrugada y áspera. Ella se encontró con los ojos de Julia y se acercó corriendo hacia ella
y Julia se encontró retrocediendo en su silla.

– ¡Agua! –Exclamó la mujer, tomando un vaso que había sido dejado en un estante y
llevando todo el estante al suelo–. ¡Agua!

Todo el mundo la miró con horror, Julia retrocedió violentamente y Jim inmediatamente
dejó caer las hojas de aluminio. –Esta es una peluquería, no una cafetería, –dijo,
intentando una sonrisa como si fuera a calmar la furia de la mujer–. Tal vez deberías ir a
otro lugar.

Julia estaba mirando a la mujer, asustada. Ella estaba en el piso ahora, aferrándose a su
garganta. – ¡Agua! –Ella grito–. ¡Dame agua!
– ¡Dale un poco de agua! –Julia se oyó gritar, luego se llevó la mano a su boca mientras
dos policías entraban al salón. Rápidamente echaron a la mujer de la peluquería y la
llevaron a una camioneta que estaba estacionada afuera. Dos asistentes del salón, por
su parte, levantaron la estantería y empezaron a reorganizar los objetos sobre ella.
Durante unos minutos, todos se sentaron en silencio. Luego, lentamente, poco a poco,
la conversación comenzó de nuevo y el salón reanudó el bajo zumbido de actividad.

– ¡Bueno! –Dijo Jim, girando a Julia en su silla giratoria, pidiéndole enfrentarse a él para
que pudiera hacer el nacimiento del cabello–. Eso fue un poco fuera de lo común, ¿no? 133

Julia asintió. Le temblaban las manos y rápidamente las movió bajo su vestido. Había
otro policía en la puerta, podía verlo por la esquina de su ojo. Jim también lo vio.

–Usted acaba de perderse la locura, –gritó–. Ella ha sido llevada.

El policía lo miró por un momento y luego entró al salón. Se dirigió directamente hacia
Julia. Ella empezó a sudar. Ellos venían por ella. Sabía que lo harían. Lo sabía. Estaba
temblando, estaba aterrada.

– ¿Jim Harrison?

Jim se volvió y sonrió. –Eso es correcto. ¿Qué puedo hacer por usted?

El policía no le devolvió la sonrisa. –Me temo que tendrás que venir conmigo, –dijo.

– ¿Ir con usted? –Julia asintió y comenzó a levantarse.

–Si no te importa. –El policía tomó a Jim por el brazo y lo llevo por la fuerza afuera. Julia
se quedó detrás de ellos con incertidumbre. ¿Jim? ¿Habían venido por Jim? ¿Él era un
agente del Subterráneo? Era imposible. No, no imposible, pero poco probable. Tan
improbable.

– ¡Mis láminas de aluminio! –Ella gritó tras ellos tontamente. Corrió hacia la puerta,
afuera, a la acera. Había una camioneta justo afuera y el policía abrió la parte trasera. La
calle estaba vacía, en los puestos de control y bloqueos que se había creado alrededor
del salón. Siguió al policía y a Jim–. ¿No puede terminar mis láminas de aluminio
primero? Estoy segura de que ha habido un error. Mi marido trabaja para las
Autoridades. Puedo llamar –
–Vuelva al interior, por favor, –dijo el policía de manera cortante, pero ya era
demasiado tarde - ella ya había corrido unos metros por la carretera, había visto el
interior de la camioneta. Los cuerpos, algunos vivos, otros muertos, estaban apilados
uno encima del otro como cadáveres de animales, el hedor insoportable. No eran
seguidores del Subterráneo. No eran terroristas. Ellos estaban enfermos. Al igual que la
mujer que había querido agua. Todos estaban enfermos, Julia se dio cuenta con un
ruido sordo.

Jim lo había visto también. Su rostro estaba pálido. – ¡Espera! ¿Qué estás haciendo? 134
–Gritó desesperadamente mientras el policía lo tiraba adentro con los cuerpos en
descomposición–. Se ha producido un error. No estoy… –Pero sus palabras se perdieron
cuando fue arrojado a la parte de atrás, la puerta se cerró detrás de él.

El policía se metió en la camioneta y se quedó mirando a Julia que estaba clavada en el


suelo, incapaz de moverse. –Vuelve adentro, –dijo–. Si no vas a ir a la camioneta
también, ¿entiendes?

Julia asintió. Se acercó de nuevo hacia el salón, entró y cerró la puerta. Luego se quedó
allí, inmóvil, incapaz de moverse durante varios minutos. Porque lo entendía.
Finalmente, lo entendió completamente.
Capítulo 16

La lluvia azotaba hacia abajo y el cochecito maltratado de Molly seguía quedándose


atascado en el barro mientras Anna trataba de empujarlo con una mano y tirar con la
otra a Ben por el serpenteante camino que conducía a su casa. Su casa. Peter se había
135
ido sólo por una semana, ella lo sabía, pero también sabía que estaba vacía sin él.

Trataba de no pensar en ello, trataba de recordar la pared de acero que había


construido en el Grange Hall - una pared que la protegía de la decepción, que mantenía
a todo el mundo fuera. Pero el muro no servía de nada ahora, lo sabía.

Anna no había necesitado a nadie en aquel entonces, lo había visto como una cuestión
de orgullo que nadie podía decepcionarla porque no esperaba nada. Había pensado que
era fuerte, pero ahora... ahora podía ver que había sido débil, frágil, tan fácil de romper.
En estos días se permitió sentir -permitió a la ira inundar sus venas, alegría para llenar
su corazón y dolor para llenar sus ojos de lágrimas. Sabía que cada emoción iba y venía,
sabía que podía hacer frente a lo que la vida le arrojaba. Incluso Peter yendo a Londres.

Cogió sus llaves, sus manos estaban empapadas y le llevó un siglo meterla en su bolsillo.
Finalmente, sin embargo, la puerta se abrió y empujó el cochecito. Ella había cambiado
la calefacción del día anterior, cuando el clima helado se rompió y las nubes
aparecieron, ofreciendo un poco de protección natural contra el frio, pero aún así la
casa era cálida. Cálida y segura. Anna no podía comprender los deseos que se extendían
de esas dos palabras. O tres, tal vez. Cálida, segura y libre. Cálida, segura, libre y
amada... Ella se negó con la cabeza y encendió la vela en la mesa de la cocina, tomó el
abrigo de Ben y le dio un vaso de leche. Peter nunca usaba velas - se reía de sus intentos
de ahorrar energía, le decía que un par de horas en la computadora y unas cuantas luces
encendidas no harían ninguna diferencia a nadie, especialmente ya que su energía
provenía directamente de un generador secreto proporcionado por el Subterráneo.
Estaban fuera de la red y el racionamiento de las Autoridades no se imponía sobre ellos.
Pero Peter no sufría de la culpa que Anna si, todavía sentía la presión de pisar
ligeramente sobre el mundo, utilizar tan poco de sus recursos según sea necesario. Y de
todos modos, le gustaban las velas. Ellas eran acogedoras y tranquilizadoras.
Cogió a Molly y le quitó las capas de mantas que la envolvían. Molly había estado
durmiendo y abrió los ojos, sonriendo de placer como siempre hacia cuando se
despertaba. A Anna le pareció increíble que un bebé pudiera ser tan completamente
feliz cuando sabía tan poco del mundo, pero le aterraba que era la responsable por esa
felicidad, por hacer que continúe, por garantizar que la sonrisa de Molly nunca
desvaneciera.

–Hay una chica buena, –susurró ella, mientras acostaba a la bebé sobre una alfombra de
piel de oveja en el suelo–. Yo sólo voy a limpiar las verduras. Buena chica. Ahora, Ben, 136
¿quieres ayudarme?

–Vedudas, –asintió Ben–. Limpia vedudas.

Empezó a hurgar con poco entusiasmo a través de las compras en el cochecito, y luego
se alejó para jugar con un perro de madera con una correa que Peter le había hecho
unos días antes. Era demasiado peligroso llevar a los niños de compras. Los seguidores
del Subterráneo dejaban productos secos y otros suministros para ellos una vez cada
par de meses y tuvieron que cultivar la mayoría de sus alimentos, pero de vez en
cuando, una excursión a la tienda más cercana era inevitable y Peter normalmente iría
solo con la tarjeta de identificación falsa que Pip le había dado. Hoy, sin embargo, sin
Peter, Anna se vio obligada a ir ella misma, atando a Ben al cochecito de Molly y
ocultándolo de la vista a un kilómetro de la tienda. La gente la miraba - como siempre lo
hizo - pero nadie dijo nada, nadie la cuestionaba. El pueblo era simpático, Pip les había
dicho que, veinte años antes, Cazadores habían venido buscando Excedentes y un
enfrentamiento se había producido. Cuatro niños Legales habían sido asesinados, uno
era solo un bebé, y eso no era el tipo de cosa que alguien olvida fácilmente.

– ¡Perrito! –Ben gritó emocionado mientras lo empujaba por el suelo hacia Molly–.
¡Perrito rueda!

–Cuidado con la bebé, –suspiró Anna, y luego comenzó a descargar las compras ella
misma: unos pobres cortes de carne, un poco de leche, yogurt, pan. Cuando había
trabajado para la Sra. Sharpe, se había imaginado que todo el mundo en el Exterior
comían chocolate todos los días, de que sus casas estaban llena con comida maravillosa.
Pero pronto se dio cuenta de que incluso en el Exterior la comida era escasa.

Eso estaba bien con ella. Le encantaba cultivar su propia comida, le encantaba ver las
verduras y las frutas madurar, la naturaleza en su mayor orgullo. Le encantaba la
sensación de control sobre su destino, amaba pasar la mayor parte de su vida al aire
libre y el resto en el interior, cocinando, limpiando, haciendo un hogar para su familia.

Se sentó y miró a los niños. El perro de madera de Ben estaba correteando alrededor de
Molly, que se reía de alegría. Anna se encontró sonriendo también. Tenía tanta suerte,
se dio cuenta. Tan increíblemente afortunada. Tal vez comenzaría su diario de nuevo.
Había tenido la intención hace siglos, pero nunca parecía encontrar el tiempo. Ahora, sin
Peter, ella podía escribir en la noche, cuando los niños estaban dormidos. Podía leer,
también, acurrucada en la cama... 137

Sus pensamientos fueron perturbados por una ráfaga de viento que arrasó su rostro y
apagó la vela. Inmediatamente Anna sintió una sacudida de miedo - uno irracional, lo
sabía. Sería una ventana rota, una brecha en una de las paredes en ruinas que ellos
todavía no habían llenado. Ella siempre había tenido miedo a la oscuridad, un miedo
confinado de los periodos en el Solitario del Grange Hall, un oscuro, húmedo y
miserable lugar que pretendía acabar con el espíritu de sus habitantes y tuvo éxito en
hacerlo. Todos a excepción de Peter. Peter no permitió que el Solitario lo acabara, sino
que fue él quien lo acabó - escapando por el túnel, llevando a Anna con él, dándole una
muestra de libertad y emoción que nunca había creído posible.

Usando esta memoria para armarse, Anna se levantó y buscó a tientas la caja de cerillas
y luego, usando sus manos para protegerse del viento, encendió una cerilla y volvió a
encender la vela. Inmediatamente su cálido resplandor volvió a la cocina de nuevo un
lugar seguro y cálido. Ben, que momentáneamente se había detenido de jugar para
mirar a su alrededor en confusión, reanudó el trote de su perro de arriba y abajo por el
cuerpo de Molly mientras ella gorgoteaba y daba patadas en el disfrute. Anna se puso
de pie y caminó alrededor de la habitación para encontrar la fuente de la ráfaga de
viento que la había sumido en la oscuridad. La puerta estaba bien cerrada, había una
pequeño brisa desde abajo, pero no lo suficiente para apagar una vela. La ventana a su
izquierda también estaba cerrada, Anna levantó la mano, pero no podía sentir ninguna
brisa que entrara por ella. Frunciendo el ceño, caminó hacia la ventana más grande al
otro lado de la cocina. Y entonces, de repente, se detuvo y gritó. Porque en el reflejo de
la ventana, vio un par de ojos mirándola desde el interior de la habitación.
Inmediatamente, Ben empezó a gritar y, como un eco, Molly siguió su ejemplo.
Aterrorizada, Anna se volvió hacia ellos, pero un brazo colocado alrededor de ella, le
impidió moverse.
–Coopera y todo el mundo va a estar bien, –dijo una voz - una voz profunda y
amenazante. Anna hizo lo que pudo para respirar. Tenía que ser fuerte por Molly, por
Ben.

–Cooperar. Sí. Sí, yo... –Anna alcanzó a decir. Los gritos de Molly estaban quemando a
través de ella como un dolor físico–. Los niños, –dijo ella–. Por favor, déjenme ir con
ellos.

–No te preocupes, van a venir también, –dijo el hombre. 138


Él agarró sus manos y las puso detrás de su espalda. Anna sintió que se le encogía el
estómago. –Por favor, –dijo ella–. Por favor. No somos Excedentes. Tengo papeles.
Tengo los documentos...

Pero el Cazador ya estaba sacando su teléfono para llamar. –Tengo a la chica, –dijo–. Los
niños también.

Entonces, empujando a Anna, la arrastraron fuera de la casa.

Derek contestó su teléfono inmediatamente. – ¿Es definitivamente ella? –Preguntó.

–Sin duda, –respondió el guardia–. La chica Covey y dos pequeños. ¿Debo decirle al Sr.
Pincent, como dijo?

–No, –dijo Derek, sonriendo para sus adentros–. No le cuentes a nadie. Tráela a mí.

–Pero –

–Pero nada, –Derek lo interrumpió con enojo–. Tú me informas a mí, yo le informo a


Richard. Y las órdenes han cambiado. Tú los traes a mí, ¿entiendes?

–Sí, señor, –dijo el guardia rápidamente –. Sí, lo entiendo.

–Bien. –Derek colgó el teléfono y exhaló lentamente. Todo se estaba uniendo. Anna
Covey y sus niños eran suyos y pronto habría más. Muchos más.

Veinte camiones estaban estacionados afuera, esperando su señal. Se iba con ellos,
decidió. Asegurándose que el trabajo se hiciera correctamente.

Se puso de pie y se movió silenciosamente por el pasillo, luego bajó por las escaleras
traseras de Pincent Pharma donde las camionetas estaban esperando. Rápidamente, las
inspeccionó y luego asintió a los conductores.
–Es la hora, –dijo, con una pequeña sonrisa en sus labios–. Es hora de recoger.

139
Capítulo 17

E
lla Blunden suspiró y apagó la emisión de noticias, buscando un poco de
música en su lugar. Había suficiente gris en el Grange Hall sin tener que
descender al mundo exterior. Había pensado en el Grange Hall como una
140
prisión cuando había llegado por primera vez, pero ahora, con el miedo en las calles, se
sentía como un refugio. Los Desaparecidos, los controles de la policía, el
envenenamiento del suministro de la Longevidad por parte del Subterráneo, personas
desvariando por la radio sobre la muerte, sobre Dios, sobre teorías de conspiración... el
propio Grange hall había recibido numerosas llamadas telefónicas de personas que
ofrecían incendiar el lugar, diciéndole matar a los Excedentes antes de que tengan la
oportunidad de crecer y convertirse en terroristas. Esa oportunidad sería algo bueno,
Ella pensó con un suspiro. A pesar de que la pondría fuera de un trabajo.

Encontró una estación de música tocando una canción swing y subió el volumen. Todos
los Excedentes estaban dormidos, ellos no escucharían, de todos modos. Las
habitaciones de la Directora estaban insonorizadas - Ella se había encargado de eso. No
había saltado exactamente cuando le ofrecieron el trabajo, no después de lo que le
había pasado a la última Directora. Pero el dinero era dinero, y él había sostenido toda
clase de incentivos, incluyendo la remodelación de su apartamento y una nueva oficina.
Uno donde nadie, que ella sepa, haya cometido un asesinato. Ella tenía estándares,
después de todo.

Se echó hacia atrás en su silla tapizada y se sirvió una copa de vino, tomando un sorbo,
luego un trago grande. Tal vez si ella bebía la botella se quedaría dormida de nuevo,
arrebatar un par de horas antes de que el nuevo día comenzara.

No era un lugar agradable para estar. Era seguro, tal vez, pero frío - una casa siniestra
que aspiraba toda la vida de ti, se llevaba algo de humanidad. Ella había estado aquí casi
un año, un año que se sentía como la eternidad. Y sin embargo, las Autoridades han
dejado claro que iba a permanecer allí durante al menos diez años, que esto era parte
del trato.
No sabían lo que era, pensó para sí misma mientras la música sonaba: ellos habían
limpiado las calles de las jóvenes cosas abominables y se habían olvidado lo que era
estar con ellos todo el día. Tal vez era por eso que no podía dormir en estos días, se dijo.
Tal vez ella se despertaba a las 4 a.m. para que hubiera una barrera entre sus sueños y
su realidad - un tiempo para adaptarse, para aceptar.

Tomó otro sorbo de vino y dejo que la música calme su mente activa. Eran las niñas que
encontraba las más difíciles, se dijo, mientras sentía el alcohol lentamente calentar su
sangre. Los niños eran fáciles de disciplinar porque entendían acerca de la dominación. 141
Ellos trataron de defenderse, fallaron, fueron golpeados y luego cayeron en la línea. Las
niñas, por su parte... Tomó otro sorbo de su vino, y luego otro, y luego alargó la mano
hacia la botella para volver a llenar su vaso. Las niñas eran difíciles. Nunca sabías lo que
estaban pensando, lo que estaban planeando. Se puso nerviosa. Ella se alegró de que los
liberales estuvieran siendo perseguidos, satisfecha de que todo el mundo estaba viendo
al Subterráneo como lo que realmente era. Si esos seguidores sólo habían venido a
trabajar aquí se habían dado cuenta de la verdad. Si pasaban una semana en este lugar,
habían de revocar toda legislación que protegía a los mocosos.

Un timbre sonó en su habitación y los ojos de Ella saltaron a él con rabia, con recelo.
Solo podía significar una cosa - problemas. Nadie se atrevería a llamarla a esta hora a
menos que fuera importante, a menos que fuera una muy mala noticia. Ella se echó
hacia atrás a la protectora comodidad de su silla, deseando que estuviera en otro lugar,
en otro sitio. Pero no lo estaba. Ella estaba allí. Tenía que moverse. Armándose de valor,
dejando su bebida, de mala gana se puso de pie, se acercó a su escritorio y levantó el
auricular.

– ¿Sí?

–Señora Blunden, hay alguien aquí que quiere verla.

– ¿A esta hora de la noche? –Ella preguntó con impaciencia–. ¿Y los dejó entrar? He
dejado claro que no espero que me molesten a menos que haya una emergencia real.
Una ruptura. Una muerte. A menos que eso es lo que haya pasado, no hay ninguna
razón para llamarme a esta hora.

–Si solo pudiera venir abajo –


Ella bajo el auricular, soplando su mano para comprobar su aliento y, satisfecha de que
el vino era indetectable, se puso sus zapatos y se dirigió hacia el pasillo. Mientras lo
hacía, se estremeció - Ya echaba de menos la santidad de sus habitaciones con sus
colores cálidos, sus cojines rellenos, sus radiadores que funcionaban.

En la parte inferior de las escaleras su Directora Adjunta estaba esperando por ella.

– ¿Y bien? ¿Qué es?

Sarah movió su cabeza hacia la puerta de la recepción de los visitantes. Ella levantó la 142
vista y cuando lo hizo, apareció un rostro - un rostro que reconoció. Nunca lo había visto
en persona, pero sabía quién era inmediatamente. Todo el mundo lo hacía. Lo llamaban
el Caballero Oscuro.

– ¡Sr. Samuels! –Jadeó ella–. Debería haberme dicho que iba a venir. Habría hecho
preparativos. Tendría que –

–No hace falta, –dijo Derek Samuels suavemente, caminando hacia ella–. Esto es un
Código Rojo. Voy a llevarme a los Excedentes conmigo.

– ¿Los Excedentes? –dijo Ella con incertidumbre –. No estoy segura de entender. Usted
está llevándose –

–A todos ellos, –dijo Derek con confianza. Dio una palmada y más hombres aparecieron
por la puerta, sus uniformes de Cazadores causaron un escalofrío a través de Ella a pesar
de que sabía de que no tenía nada de que temerles.

– ¿Pero no debería haber… –su boca se torció con incomodidad–, papeleo,


notificaciones, algo? Para mis archivos, quiero decir, –dijo con una sonrisa nerviosa–.
Sabe cómo son las Autoridades.

–No hay necesidad ni tiempo para el papeleo, –dijo Derek.

Ella se mordió el labio. – ¿Así que los despierto? Podríamos tocar el timbre.

–Por favor, no se moleste, –dijo Derek con fuerza–. Mis hombres no necesitarán
ninguna ayuda. Estaría agradecido si usted regresa a sus aposentos.

Ella asintió sin decir nada. Muchas veces había esperado que los Establecimientos de
Excedente se cerraran y deshacerse de los Excedentes. Los ricos tendrían que renunciar
a su mano de obra esclava, pero podían pagar personas adecuadamente si querían
ayuda, ella había razonado. Personas como ella misma. Darle un salario decente y ella
limpiaría sus casas y cocinaría sus comidas. Se ganaría su alojamiento, eso era seguro.

Pero ahora que los Excedentes eran llevados, se sentía inquieta. –Tal vez debería llamar
al Departamento de Excedentes. Sólo para estar segura, –dijo ella. Pero la mirada que
Derek Samuels le dio la hizo desear no haber hablado–. O sólo voy a retirarme a mi
apartamento, –dijo con rapidez, tirando del brazo de Sarah–. Ambas.

–Eso sería sabio, –dijo Derek. Golpeo sus manos otra vez y vio cómo sus hombres en 143
silencio se dispersaban por todo el edificio.
Capítulo 18

J
ude movió su brazo, dando bofetadas a lo que suponía que debía ser una mosca,
pero falló y la mosca se convirtió en un palo que lo golpeó manejado por su
padre. Él se burlaba, diciéndole: "Tú no eres Peter. Tú eres el hermano inferior.
144
Nunca serás Peter. Ojalá fueras un Excedente." Él se abalanzó hacia su padre, con los
ojos en llamas, lo oyó gritar y se despertó. No era un palo, se dio cuenta, era el dedo de
Sam. – ¿Qué caraj - Qué hora es? –Preguntó aturdido.

–Cinco y media.

Echó un vistazo a su reloj. Eso significaba que había tenido, qué, ¿tres horas de sueño?
Se apartó la manta mugrienta y se levantó. Fue sólo entonces cuando se dio cuenta de
lo pálido que estaba Sam. Su corazón cayó.

– ¿Qué ha pasado? ¿Hemos sido encontrados?

Sam negó con la cabeza. –Son los Excedentes, –dijo, con la voz ronca.

– ¿Los niños? –Jude lo miró con alarma–. ¿Están de vuelta? –la noche anterior había
convencido a los seguidores que los habían ayudado a mudarse a llevarse a los niños
con ellos - habían acordado eventualmente, pero con inquietud. Era una buena oferta
en cualquier momento pedirle a alguien que ocultara a un niño pero ahora es casi un
suicidio.

–No ésos, –dijo Sam con amargura–. Los Excedentes en los Establecimientos. Todos ellos
han sido llevados. Una mujer llamó. Vigilante del Norte. Dijo que el Establecimiento
Steadley fue desalojado por los Cazadores en medio de la noche. Y el vigilante del Sur,
dijo que el Grange Hall fue vaciado a las 10 p.m.

Jude lo miró con los ojos abiertos. – ¿Estás seguro de que fueron los vigilantes? ¿Seguro
que no fue una farsa?

–Sabían todos los códigos. El vigilante del Norte estaba llorando. Ella dijo que no había
sido capaz de hacer algo. Dijo que los Cazadores llegaron. Ellos entraron a hurtadillas y
agruparon a todo el mundo. –Miró hacia abajo–. ¿Qué sigue? –susurró–. ¿Qué sigue?
–Los localizaremos, eso es lo que sigue, –dijo Jude, saltando, pero sin creer sus propias
palabras.

–No puedes luchar contra los Cazadores, –murmuró Sam–. Nadie puede.

Jude se acercó al teléfono, leyó la transcripción de la descripción del Vigilante del Norte
de los Cazadores llevando a los Excedentes, llevándoselos al frío de la noche y luego
metidos a la parte trasera de las camionetas. Él se estremeció. –De acuerdo, –dijo
sombríamente –. Esto es lo que haremos. Tú vas a dormir un poco y yo voy a pensar. 145
–No, –dijo Sam, con una expresión de derrota–. Pip se ha ido. Los Excedentes se han ido.
Ya nadie está del lado del Subterráneo. Se acabó. ¿No puedes ver eso?

–Esto no ha terminado, –dijo Jude lacónicamente –. Tenemos algo que Richard Pincent
quiere, y si lo quiere lo suficiente podemos traer a Pip de nuevo y tal vez incluso a los
Excedentes. Y si él no lo quiere lo suficiente entonces ya pensaremos en otra cosa. Pero
no vamos a renunciar. De ninguna manera.

Sus ojos viajaron a su hermano, que estaba tendido en el suelo, había estado
inconsciente desde que había llegado la noche anterior. Se acercó y lo despertó.

–Peter, –susurró–. Peter, despierta.

Peter se incorporó de un salto. – ¿Qué? ¿Qué? –dijo con miedo, entonces registró el
rostro de Jude –. ¿Qué es? –preguntó.

– ¿Por qué estás aquí? –Jude lo miró fijamente.

– ¿Por qué estoy aquí? –La cara de Peter se arrugó con confusión–. He traído el anillo,
–dijo–. Como pediste.

– ¿Como te pedí? –Jude dijo vacilante –. No sé de qué estás hablando.

–Estoy hablando del mensaje que me enviaste. Para enviar el anillo. Te contesté,
¿recuerdas? Dije que iba a venir con él.

Jude lo miró sin comprender. Luego tragó con incomodidad mientras un pensamiento
terrible lo golpeaba. Se acercó a su computadora y navegó rápidamente más allá de los
códigos de seguridad al centro de mensajes. Él esperaba no encontrar nada, esperaba
que haya sido un error, que su impensable sospecha fuera completamente equivocada.
Pero allí, frente a él, escondido en la carpeta 'Eliminado', lo vio; el mensaje que había
sido enviado a Peter. También vio otros mensajes, mensajes a Richard Pincent,
mensajes regresados. Aspiró bruscamente.

–La buena noticia es que Richard Pincent quiere el anillo, –dijo, incómodo.

– ¿Y las malas noticias? –preguntó Peter. Jude no respondió–. ¿Dónde estamos de todos
modos? –Peter preguntó, mirando a su alrededor.

–Nueva sede, –dijo Jude rotundamente. Luego se volvió hacia Peter–. ¿Tienes el anillo?
146
–Por supuesto, –dijo Peter, metiendo la mano en su bolsillo. Luego frunció el ceño–. Yo
lo tenía... –dijo, poniéndose pálido.

Se puso de pie y buscó en todos los bolsillos. –Lo tenía cuando llegué aquí. Sé que lo
tenía, –dijo frenéticamente –. ¿Es importante? ¿Por qué lo necesitas de todos modos?

Jude no dijo nada durante unos segundos.

Luego miró a su alrededor. – ¿Dónde está Sheila? –preguntó en voz baja.

Sam, que había estado mirando fijamente a Peter como si fuera un fantasma, pareció
sacudirse. –Allí, –dijo, señalando una puerta. Jude corrió hacia ella y abrió la puerta–.
No está aquí, –dijo, volviéndose de nuevo a Sam–. ¿Está con los niños?

Sam corrió alrededor, abriendo puertas de armarios, pero en cuestión de segundos


sabían que se había marchado, la nueva sede del Subterráneo eran la mitad del tamaño
que el último lugar y había pocos lugares para esconderse.

–No sé cómo... Yo estaba en la puerta todo el tiempo. Excepto para desempacar.


Excepto por –

– ¿Sheila tomó el anillo? –Peter preguntó con incredulidad–. ¿Es eso lo que piensas?
¿Por qué haría eso? ¿Qué está pasando, Jude? Dime lo que está pasando.

Jude se volvió hacia su computadora y abrió los archivos recientes; mientras los
registraba le contó a Peter lo que había sucedido.

Su hermano no tomó la noticia de Pip muy bien. – ¿Ha sido capturado? ¿Él se entregó?
Es imposible... –estaba diciendo.
Pero Jude no estaba escuchando. Estaba mirando a un archivo que había pensado haber
borrado, una lista de los Palmers que había localizado. Con incertidumbre escaneó los
nombres.

– ¿Qué? –Peter exigió de nuevo–. ¿Sabes dónde está?

Jude lo miró con incertidumbre. –No lo sé, –dijo, con un sentimiento de temor
creciendo en su interior. ¿Qué había hecho su princesa? ¿Por qué había sido impulsada
para esto? 147
Se mordió el labio, tratando de pensar. Ella tenía el anillo, pero seguía buscando a los
Palmers. ¿Dónde podría estar? Había casi quince nombres y direcciones en la pantalla y
no tenía tiempo para ir a cada una. ¿Había contactado con ellos? ¿Seguramente sabía a
dónde ir antes de marcharse?

Se quedó mirando al escritorio, frente a él, entonces notó un cuaderno. La primera


página había sido arrancada; debajo de ella la impronta de la escritura podía ser vista.
Inmediatamente la tomó.

Peter se pasó la mano por el pelo. –Jude, olvídate de Sheila, –dijo–. Si ella se ha ido, que
así sea. Tenemos que conseguir a Pip. Eso es lo que importa.

–Sheila es lo que importa, –dijo Jude con tristeza, con su mente corriendo. Un plan ya se
estaba formando en su mente. Pero el plan requería preparación. Tenía que volver a su
computadora, necesita volver a entrar al sistema de seguridad de Pincent Pharma. Pero
los más importante de todo necesitaba encontrar a Sheila–. Parece que Sheila tiene tu
anillo. Tu abuelo quiere el anillo. Sin él, no tenemos nada con que negociar.
Necesitamos a Sheila, de lo contrario no tenemos nada.

– ¿Por dónde empezamos a buscar? –preguntó Peter.

Jude volvió a mirar el trozo de papel, su mente se nublaba con preocupación, ira,
incertidumbre. –Ella está en Muswell Hill, –dijo–. Al menos creo que sí. Tú espera aquí y
yo voy a ir a ver.

Peter miró sus ropas, que aún llevaban huellas de pies en ellas. –No voy a esperar en
cualquier lugar, –dijo bruscamente –. Si te vas, yo voy. ¿Entiendes?

Jude pensó por un momento y luego asintió. –En ese caso, dame cinco minutos y nos
vamos.
Capítulo 19

J
ulia escuchó la puerta principal abrirse, pero no se movió. Ella estaba sentada en
el sofá de la ventana de la bahía en la parte delantera de la casa, el sol caía sobre
ella a través de las dobles ventanas. Se sentía cálida, se sentía cómoda, se sentía
148
feliz.

Oyó los pasos de su marido en el suelo de madera del pasillo, los mismos pasos que
había oído durante décadas, mientras se quitaba su abrigo, dejaba sus llaves, se
enderezaba la corbata en el espejo del pasillo. Ella levantó un poco su cabeza, en
cualquier momento iba a aparecer en la puerta, como siempre, con su expresión seria,
ofreciéndole una copa de jerez, preguntándole a qué hora estaría lista la cena a pesar de
que siempre comían a la misma hora. Siempre lo habían hecho.

Y allí estaba él. Ella sonrió. –Hola, cariño.

Él frunció el ceño, porque había pasado mucho tiempo desde que ella había utilizado
esa palabra. Había pasado mucho tiempo desde que había dicho un montón de cosas.
Un matrimonio duradero y exitoso, lo llamaba la gente, levantando sus cejas y
mirándola con asombro. Pocas relaciones habían durado tanto tiempo. La Longevidad
había dado a algunos el impulso para empezar de nuevo (muchas, muchas veces), había
inculcado en otros el miedo al compromiso – porque una vida de compromisos ahora
era muy larga, tan terriblemente larga. Sin niños no hay necesidad de estabilidad, sin
familia, no había ninguna unidad familiar, solo individuos con sus propias agendas, su
propio viaje en la búsqueda del placer.

Pero Julia no. Tampoco Anthony. Eran anticuados, ella les diría a aquellas personas con
las cejas levantadas. Se habían acostumbrado el uno al otro. Y si el romance había
muerto hace mucho tiempo, la compañía no. La bondad tampoco, no del todo.

Se gustaban el uno al otro.

Habían recorrido un largo camino.

– ¿Jerez?
Julia sonrió. –Me encantaría uno.

Anthony se acercó al bar y sacó dos vasos y una botella, llenándolos al mismo nivel que
siempre los llenaba. Tantas pequeñas rutinas, Julia se encontró pensando. Larga vida,
vida corta - ¿importaba cuando cada día era lo mismo, cuando los humanos eran
incapaces de vivir por el momento, debido a su necesidad fundamental de orden, de la
comodidad de la rutina diaria?

Él le entregó un vaso y ella tomó un sorbo. 149


– ¿A qué hora es la cena? –preguntó él, ya caminando hacia la puerta.

Ella sonrió. – ¿Acaso importa?

Hubo un silencio, Anthony tomó unos segundos para registrar su respuesta. Poco a
poco, se detuvo, y se volvió. Se lo veía cansado. Todo el mundo parecía cansado en
estos días. – ¿Qué quieres decir?

–Quiero decir, ¿importa? –dijo Julia. Se puso de pie, caminó hacia su marido, puso su
vaso en la repisa de la chimenea y envolvió sus brazos alrededor de su cuello–. Hemos
tenido una buena vida, ¿Verdad, Anthony? –preguntó ella–. Hemos tenido nuestras
aventuras, nuestras vacaciones. Hemos vivido bien, ¿no?

Anthony asintió. –Vivimos muy bien, –dijo–. Y vamos a seguir haciéndolo. Así que, ¿A
qué hora es la cena?

– ¿Por cuánto tiempo? –Julia susurró.

Él frunció el ceño. –Julia, ¿qué te pasa? ¿Qué estás tratando de decir?

– ¿Cuánto tiempo vamos a seguir haciéndolo? –Dijo Julia–. No va a durar, ¿no, Anthony?
Nos vamos a morir. Sé que sí.

–No vamos a morir. –Anthony dio un paso atrás, con los ojos brillantes por la ira–. No
voy a decirte estas cosas en esta casa. Las Autoridades son claras al respecto. El
suministro de Longevidad fue saboteado. El agresor se encuentra detenido e
interrogado. No hay ninguna razón para –

–Yo vi la camioneta, –dijo Julia en voz baja–. Se llevaron a mi peluquero. Él no era un


agente del Subterráneo. La camioneta estaba llena de personas fallecidas, personas
enfermas. –Hubo un destello de algo en los ojos de su marido. ¿Miedo?
¿Reconocimiento?

–Vi el interior, –continuó Julia–. Las Autoridades están mintiendo.

– ¿Mintiendo? –De nuevo la ira, la actitud defensiva–. Las autoridades no mienten. Es


rebelión pronunciar esas palabras.

Julia negó con la cabeza, desafiante. Podía sentir las lágrimas punzando sus ojos. –No
seré llevada de ese modo, –dijo con voz ronca–. No lo haré. Prefiero dejar de tomar la 150
Longevidad. Prefiero morir aquí contigo, cómodamente, en nuestros propios términos.

Los ojos de Anthony se abrieron. –Estás hablando como una loca, –dijo con
incertidumbre, tomando su jerez de un trago. Se puso de pie, caminó de vuelta al bar y
se sirvió otro–. ¿Qué se ha metido en ti?

–Nada ha entrado en mí, –dijo Julia, parpadeando una lágrima perdida–. Solo... –Ella
caminó hacia su marido–. Hemos tenido una buena carrera. Hemos sido felices. ¿No?

–Por supuesto que sí, –dijo, irritado–. Julia, por favor deja este divague. ¿Estás
borracha?

Ella se apoyó en su pecho, recordó lo pequeña que solía sentirse cuando él envolvía sus
brazos alrededor de ella en los primeros días. Era un hombre alto y ella amaba eso de él
- amaba la sensación de que siempre cuidaría de ella. Ahora quería cuidar de él.

–Ya he dejado de tomar mi Longevidad, –dijo en voz baja–. No tomé ninguna hoy. No
después de lo que vi... Quiero que también la dejes. Quiero que nos quedemos aquí. No
quiero ir al Exterior.

– ¿Tu qué? –Él la miró con incredulidad–. ¿Qué estás pensando?

–Estoy pensando, –dijo con cuidado–, que siempre he estado en una posición para
tomar decisiones. Hemos tenido suerte en ese sentido. Y ahora estoy tomando esta
decisión. Ellos no me van a llevar en una camioneta. No te van a llevar a ti. Quiero
envejecer juntos. Incluso si sólo envejecemos por un par de semanas, incluso días.

– ¿Morir? ¿Envejecer? –Anthony sacudió la cabeza–. Julia, ¿puedes escucharme? Te lo


dije, las Autoridades han dejado claro que –
Él estaba temblando. –Te equivocas, Julia. Las Autoridades han dejado claro que todo
está bajo control.

– ¿Y tú les crees? ¿Tú crees lo que te han dicho? –Exigió Julia, con sus ojos cautivando a
los de él, con su voz temblando de emoción–. ¿En serio?

Él tragó saliva, miró hacia otro lado. –La línea de las Autoridades es que –

–Hay cuerpos acumulándose, Anthony, –Julia lo interrumpió–. Yo los vi con mis propios
ojos. Cuando salí de la peluquería, caminé y caminé. No pueden recoger todos los 151
cuerpos, ¿no? Dime la verdad, Anthony.

–No es mi trabajo saber la verdad, –dijo su marido con vacilación–. Mi trabajo consiste
en seguir las reglas, gestionar de manera eficiente, asegurar que el protocolo sea
cumplido…

– ¿Y que si eso ya no importa más? –Dijo Julia–. ¿Entonces qué?

–Yo... Yo... –La miró sin poder hacer nada–. No lo sé, –dijo. Ella lo condujo a una silla,
donde se sentó, dejó que su cabeza colgara hacia delante. Luego se levantó de nuevo,
con los ojos muy abiertos. Miró a Julia con tristeza, de repente parecía muy cansado–.
Están excavando la tierra, –dijo, con una voz apenas audible –. El archivo indica que es
para el cultivo de hortalizas. Pero ellos están cavando zanjas de dos metros de
profundidad. Cuatro, en algunos lugares. Las hortalizas no se plantan cuatro metros bajo
la tierra.

–No, no lo hacen, –dijo Julia, acariciándole su cabeza.

–Y tanta gente recogida por actividades revolucionarias, –continuó desesperadamente–.


Cientos de miles de nombres. Pero no hay muchos lugares en las prisiones. Pregunté
dónde han sido llevados pero nadie me respondió. Acaban... Desapareciendo.

Anthony se incorporó, la atrajo hacia él, de esa manera estaba sentaba en sus rodillas.
No había estado allí desde hace décadas. –Te amo, Julia, –dijo él, hundiendo su cara en
su cuello–. Siempre te he amado.

–Yo también te amo. –Julia sonrió con lágrimas en los ojos–. Te quiero mucho, Anthony.

Se sentaron en silencio durante unos minutos.

– ¿Cuántos días? –Preguntó finalmente.


–Dicen que pueden ser semanas, –dijo Julia, sonriendo a través de sus lágrimas.

–Tómate algunas hoy, entonces, –dijo su esposo, mirándola con fervor–. Vamos a
dejarlas juntos. Espérame. Nos detendremos juntos, nos iremos al mismo tiempo.
Vamos a cerrar la puerta. Lo haremos a nuestra manera.

–Sí. –Julia asintió con alegría, con lágrimas ahora en cascada por sus mejillas–. Lo
haremos a nuestra manera. Juntos. Es hora de empezar a decir adiós.
152
Capítulo 20

D erek Samuels se sentó en el borde de su silla a la espera. Pronto. Pronto sería


la hora. Todo estaba en su lugar. Los niños, encerrados abajo. Pip. Jude
llegaría en poco tiempo, trayendo a Peter y a la chica, Sheila, con él.

Finalmente, Derek desataría su venganza. Había esperado mucho tiempo. Demasiado


153

tiempo.

Pero pronto estaría terminado.

Pronto todo habría terminado.

•••

Unos minutos más tarde Jude y Peter salieron a una sucia calle de Londres, sus cuellos
hacia arriba, sus sombreros hacia abajo. Las manos de Jude, metidas en los bolsillos de
su pantalón, contradecían la urgencia en su caminar. Desde que se había unido al
Subterráneo había conocido que todas las calles llevaban peligro, pero ahora era
diferente. Ahora no eran sólo a los Cazadores o la policía de las Autoridades a la que
tenía miedo, sino a todo el mundo. Todo. La muerte y el miedo a la muerte habían
cambiado todo, habían cambiado a todo el mundo. Ahora estaba cada uno por su lado y
la ira estallaba fácilmente, devastadoramente.

La calle estaba casi vacía; Jude pronto se dio cuenta de por qué. En varias puertas yacían
cuerpos - algunos vivos, algunos muertos - que no habían sido recogidos todavía, su
enfermedad y la carne en descomposición atraía moscas, creando un hedor que
obligaba a los transeúntes ir por el otro lado de la carretera. Jude trató de alejar a Peter,
pero no lo hizo a tiempo. Observó incómodo como su medio hermano registraba los
cuerpos, luego se volvió a mirar hacia otro lado y fingió no notar a Peter vomitando en
la alcantarilla.

–Eso fue bastante deprimente, –dijo Peter a los pocos segundos mientras giraban a otra
calle lateral.
Jude asintió. –Sí, –admitió–. Así que, mira, te voy a informar de lo que ha estado
pasando.

Mientras caminaban, Jude le contó todo - sobre su abuelo, sobre el anillo, acerca de los
Desaparecidos, de los ataques; sobre su sospecha de que Sheila le envió el mensaje
pidiéndole el anillo. Y Peter le habló de su viaje, sobre la multitud que él había pensado
que lo perseguía, pero que lo pisoteo por que corrían hacia su verdadero objetivo, la
consulta de un médico. Un distribuidor de drogas saboteadas, habían gritado. Un
asesino. 154

Luego se detuvieron por un momento.

–No deberías haber venido, –dijo Jude –, pero me alegro que lo hayas hecho. Es
solitario. Aquí abajo, quiero decir. Aburrido también.

Peter lo miró con sorpresa. – ¿Aburrido? –preguntó–. ¿En serio? –logró una sonrisa
triste –. Pensé que tenías toda la diversión.

– ¿Diversión? –Jude alzó una ceja–. Claro. Supongo que podrías llamar a esto diversión.
–Captó la expresión de Peter y se encogió de hombros–. Pensé que habías conseguido el
buen trato, eso es todo. El favorito de Pip. Héroe del Subterráneo.

–Granjero, quieres decir, –dijo Peter con ironía–. Y me fui para ser pisoteados por una
histérica multitud incendiando casas. Gran plan, ¿verdad?

Jude sonrió tímidamente. –Eres un idiota, –dijo–. Pero ahora estás aquí, así que... Por
aquí. –Ellos se agacharon y avanzaron hacia un camino más ocupado. Las personas se
escurrían a lo largo de camino más rápido que de costumbre, con los rostros
ligeramente apretados, sus ojos ausentes, algunos de ellos llevaban máscaras. Jude
empujo a Peter hacia la esquina, entonces se precipitaron mas allá de una tienda de
alimentos saludables con carteles en la ventana promocionando vitaminas que
aumentaban el sistema inmunológico, a un pasillo estrecho. En un cartel de la parada
del tranvía, alguien había garabateado «Mata a los Asesinos. Destruye el Subterráneo»

De repente apareció una mujer frente a ellos. – ¡Mi marido! –Ella gritó–. Se han llevado
a mi marido. Se lo han llevado –Jude alejo a Peter. Ella parecía no haberse dado cuenta
de que eran jóvenes, pero pronto lo notaria.
– ¡Miren! –la mujer decía tras ellos–. Mis ampollas. El las tenía también. Se lo llevaron.
¿Vendrán por mí ahora?

Jude vio a Peter girarse, vio a sus ojos abriéndose cuando observó las costras de la
mujer. Las mismas costras que habían cubierto los cadáveres en las puertas, las mismas
costras que Jude había visto en los cadáveres en el camión de Pincent. –No mires, –dijo,
arrastrando a Peter hacia una rejilla en el pavimento, jadeando para abrirla y saltando
hacia abajo. Mientras Peter lo seguía oyeron una camioneta detenerse y un policía
saltando fuera, siguiendo los gritos de la mujer mientras era arrastrada. 155

–Por aquí, –dijo Jude, tirando de Peter a lo largo de un estrecho túnel–. Solía ser una
cloaca, –añadió mientras empujaba para abrir una escotilla–. Podemos ir al norte desde
aquí.

Peter tragó saliva. – ¿Una alcantarilla?

Jude lo miró con malicia. – ¿Qué te gusta más? ¿La alcantarilla o la policía? Vamos, ni
siquiera huele. En realidad no, de todos modos.

–Bien, la alcantarilla, –dijo Peter tristemente, saltando después de él.

Eran las 10 a.m. cuando llegaron a la dirección que Sheila había escrito, deslizándose por
el jardín delantero y ocultándose entre la pared y un cerco. Era una casa común adosada
a una calle residencial, con un pequeño jardín bien cuidado con parcelas de hortalizas y
frutas.

– ¿Seguro que este es el lugar correcto? –preguntó Peter nervioso.

Jude asintió. –Mira, –dijo. A través del reflejo del vidrio doble, una chica se podía ver, su
largo cabello rojo que enmarcaba su cara. Era sin lugar a dudas Sheila.

Jude puso de pie. –Voy a entrar, –dijo–. Vuelve a la alcantarilla y espera.

–Voy a esperar aquí, –respondió Peter.

–No, –Jude sacudió la cabeza–. Es demasiado peligroso. Si no salgo, tienes que ir a


Pincent Pharma.

Peter lo miró a los ojos y asintió y salió corriendo. Jude se acercó a la puerta principal y
tocó el timbre, luego se escabulló hacia atrás y se escondió. Un hombre se acercó a la
puerta, y la abrió un poco. Parecía viejo - muy viejo, Jude se dio cuenta con un
sobresalto. Su cabello era gris, casi blanco, sus ojos llorosos y pálidos. Tenía una leve
inclinación. – ¿Hola?

El hombre miró de izquierda a derecha y luego cerró rápidamente la puerta.


Inmediatamente Jude se deslizó y tocó el timbre de nuevo. Esta vez el hombre gritó
desde atrás de la puerta entreabierta, – ¿Quién está ahí?

Jude miró a su alrededor y luego se acabó. Agarrando al hombre, sacó sus manos detrás
de su espalda y lo empujó hacia la casa antes de cerrar la puerta de nuevo. 156
–He venido por Sheila.

El hombre no dijo nada, pero Jude no estaba esperando una respuesta. Empujó al
hombre por el pasillo hacia las escaleras. –Yo sé que ella está aquí, –dijo, subiendo los
escalones en dos a la vez y tirando del hombre con él.

– ¡Espera! –una mujer apareció en la parte inferior de la escalera, pálida pero con las
costras demasiado obvias a pesar de que había hecho todo lo posible para disimularlas
con el maquillaje. Sus ojos estaban muy abiertos con miedo. No había rastro de algunos
de los hombres de Richard Pincent, sin señal de algún Cazador o guardia–. ¿Quién eres?
–dijo tras él–. ¿Qué estás haciendo?

– ¿Sheila? –Jude ignoró a la mujer. Soltó al hombre y continuó subiendo las escaleras.

– ¿Jude? –Sheila salió de atrás de una puerta, con la piel tan transparente como
siempre. Ella lo miró por un momento, sus ojos se iluminaron, y luego, fingiendo
despreocupación, levantó las cejas–. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

La mujer lo seguía por las escaleras, podía oír su áspera respiración detrás de él. –Vuelve
a la cama, cariño, –le dijo a Sheila, sujetando la chaqueta de Jude –. Tienes que irte
ahora, –le dijo–. Sheila es nuestra hija. Ha venido a cuidar de nosotros.

Jude miró a Sheila, quien lo miraba triunfalmente, como si hubiera ganado un juego o
algo así.

–Estos son mis padres. Mis padres reales. –Ella sonrió a la mujer que estaba tratando de
aflojar el agarre de Jude en ella–. Los encontré en tu computadora. Ellos no querían
entregarme, Jude. Ellos han estado buscándome durante años. Y estaban muy
contentos de verme. –Ella estaba sonriendo, con los ojos llenos de lágrimas, y extendió
la mano para tomar la mano de Jude –. No tienes que preocuparte por mí nunca más,
–dijo.

–Pero quiero preocuparme por ti, –dijo Jude miserablemente –. Pensé que me
necesitabas.

–Lo hago, –susurró Sheila–. Quiero decir, lo hacía. Pero tienes otras cosas, Jude. Y tú no
me necesitas. Mis padres sí. Estoy en casa ahora. He vuelto a casa.

–Esta no es tu casa, –dijo Jude con amargura–. El Subterráneo es tu hogar. Yo soy tu 157
casa.

A la mención del Subterráneo, vio los ojos de la mujer oscurecerse. – ¿Subterráneo?


¿Ese grupo de terroristas asesinos?

–Deberías irte, Jude, –dijo Sheila rápidamente –. Mis padres no aprueban el


Subterráneo.

–Ellos no son tus padres, –dijo Jude con irritación.

–Si lo somos, –dijo la mujer con desesperación–. Soy la señora Palmer. La mamá de
Sheila. Hemos esperado tanto tiempo por ella. ¿No es así, Billy?

–Mucho, –dijo el hombre –. Por nuestra pequeña Sheila.

– ¿Lo hicieron? –Preguntó Jude, entrecerrando los ojos–. ¿Así que tu marido ha
Excluido? –Agregó–. Quiero decir, ¿es por eso que es... viejo?

La señora Palmer asintió. –Así es.

–Pero tu no. Quiero decir, tienes la Longevidad.

La señora Palmer asintió de nuevo. –Una vida por una vida. Sólo una vida.

–Sí, –dijo Jude –. Una vida por una vida. –Se sintió como si se estuviera ahogando, su
pecho estaba comprimido y le resultaba difícil respirar. No podía perderla. No la
perdería. Desesperado, miró a su alrededor por algo, cualquier cosa, que le haría ver la
verdad... y entonces lo vio. Una fotografía.

– ¿Ese es tu marido? –preguntó. Los ojos de la señora Palmer siguió a los suyos; la
fotografía mostraba al señor Palmer jugando tenis, con una gran sonrisa en su cara.
–Hace mucho tiempo, sí, –dijo ella–. Ahora, por favor, déjame ir. Me estás haciendo
daño.

–Es curioso que ninguno de los dos tiene el pelo rojo, –dijo Jude.

La Señora Palmer se aclaró la garganta. – ¿Pelo rojo?

–Como Sheila. Quiero decir, los dos lo tienen oscuro. Un poco inusual tener a un niño
pelirrojo, ¿no es así?
158
Él giró a la Señora Palmer para que lo estuviera mirando. Sus ojos parpadearon un poco.

– ¿Qué edad tiene Sheila? –Jude exigió de repente –. ¿Cuándo nació?

–Jude, tú sabes cuando nací, –interrumpió Sheila–. Fue –

–Quiero que tu madre me lo diga, –dijo él, poniendo su mano hacia arriba para
detenerla.

Sheila suspiró con fingida irritación, luego miró a la Señora Palmer expectante. –Vamos,
dile, –dijo.

–Bueno, tú tienes... catorce años, –dijo la mujer.

– ¿Catorce? Ella no tiene catorce años.

–Quince, quiero decir. Sí, ella tiene quince años. Ella nació, ahora déjame ver, en 2123 -
24. Sí, nació en 2124.

– ¿Y dónde estaba cuando fue llevaba por los Cazadores?

– ¿Dónde? Bueno, aquí, por supuesto. Oh, fue una noche terrible. Terrible. –Ella estaba
torciendo su cabeza para mirar a su marido.

– ¿Aquí? –Preguntó Sheila–. ¿Yo estaba aquí?

–Eso es correcto, –dijo la mujer–. Tratamos de detenerlos. Les rogamos –

– ¿Entonces no en lo de sus abuelos? Sólo eso es lo que está en su archivo. –Jude los
estaba mirando con enojo ahora.
– ¿Abuelos? Sí, por supuesto. Te acuerdas, querida, –dijo el Señor Palmer, subiendo las
escaleras–. Los detalles - se convierten en un borrón. Cuando estás tan molesto. Cuando
pierdes –

– ¿Una hija? –Dijo Jude con ira–. Nunca perdió una hija, ¿verdad?

La Señora Palmer puso un brazo protector alrededor de Sheila. –Por supuesto que sí. Lo
hicimos, ¿no lo hicimos, Sheila? Pero te tenemos de vuelta ahora. Sana y salva.

–Sí, claro que si, –dijo Sheila, entornando los ojos como si estuviera teniendo problemas 159
para concentrarse –. Vete, Jude. Yo no te necesito más. Tengo a mis padres ahora. Y
estoy cansada. Estoy muy cansada.

– ¿Qué han hecho? ¿La drogaron? –Jude miró a la Señora Palmer con enojo. Luego se
volvió hacia Sheila–. Ellos no son tus padres.

–Sí lo son, –dijo Sheila, cruzando los brazos, desafiante –. Tu solo no quieres que sea
feliz.

– ¿Feliz? –Jude dejo a la Señora Palmer y acerco a Sheila hacia él–. Sheila, lo único que
quiero es que seas feliz.

–No, –protestó Sheila–. No me ayudaste a encontrar a mis padres.

–Porque están muertos. –Jude cerró los ojos, acerco más a Sheila–. Están muertos,
Sheila, –susurró–. Los busqué y los encontré. Ellos murieron, Sheila. Lo siento mucho.

–No, –dijo Sheila, su cuerpo comenzó a temblar–. No

–Sí, –exclamó Jude –. Vivían en Kent. La casa de tus abuelos estaba a tres calles de
distancia - tú te alojaste allí un fin de semana para que tus padres pudieran marcharse
por la noche. Un vecino llamó a los Cazadores y tus abuelos no tenían la documentación
que mostraba que eras Legal, y...

Él retrocedió un poco para poder mirar a Sheila. –Lo siento mucho, –dijo él, agarrándola
con fuerza–. Quería decirte pero Pip pensó que te molestaría. Pero estas personas - no
son tus padres. Tenemos que salir de aquí ahora.

Sheila no dijo nada durante unos segundos. Luego sus ojos se estrecharon y se volvió
hacia la Señora Palmer. –Dijiste que eras mi madre, –dijo ella–. ¿Por qué?
–Yo... Nosotros... –La señora Palmer no sabía qué decir–. Hemos recibido tu mensaje y
hablamos y –

–Siempre quisimos tener un hijo, –dijo el Señor Palmer con firmeza, apareciendo por
atrás de su esposa–. Ella quería cuidar de sus padres. ¿Es tan malo?

Los ojos de Jude parpadearon hacia Sheila, quien miraba a su supuesta madre.

– ¿Querían tener un hijo?


160
–Siempre, –la Señora Palmer asintió, abriendo los brazos–. Como tú, Sheila. Hemos
estado esperando por ti toda la vida. Cuando nos llamaste estábamos tan felices. Ven
con tu madre, Sheila. Ven aquí.

Sheila la miró tímidamente.

–No, Sheila, –dijo Jude, pero no estaba escuchando. Ella se movió hacia la Señora
Palmer, cuyos brazos extendidos la envolvieron. Jude notó los ojos de la mujer guiñar a
los de su marido. Algo no estaba bien, pero Jude no sabía lo que era.

–Sheila, –dijo–. Tenemos que irnos. Tenemos que irnos ahora.

–No, Jude, –dijo–. Me voy a quedar aquí. Es cálido aquí. Ellos me necesitan. Me voy a
quedar...

– ¿Has oído eso? Ella se queda. Tú eres el que se va, –dijo el Señor Palmer, avanzando
hacia Jude. Tenía los ojos llorosos, Jude podía ver su reflejo en ellos. Y entonces vio algo
más. Sus ojos se abrieron, el Señor Palmer se dio cuenta y se congeló.

–Agárrala bien a ella, –le ordenó a su esposa–. Voy a conseguir a éste. Dos de ellos nos
van a pagar mucho más.

La Señora Palmer asintió y apretó su agarre alrededor de Sheila, quien miró a Jude con
incertidumbre.

Jude miró por la ventana a los hombres salir de la inconfundible camioneta de las
Autoridades. Luego se abalanzó sobre el Sr. Palmer y lo empujó por las escaleras.
Agarrando a Sheila, la bajó por las escaleras hasta la cocina mientras la puerta principal
se abría y entraron dos hombres llevando uniformes protectores con máscaras, guantes
y capuchas. Se quedaron inmóviles, sin aliento, pero los hombres se dirigieron
directamente más allá de la puerta de la cocina y subieron las escaleras, donde se
apoderaron del Señor y la Señora Palmer.

– ¡No! –La mujer gritó cuando la arrastraban por las escaleras. Era un grito de terror
extremo, de miedo tan profundo que hizo temblar a Jude –. ¡No, déjanos en paz!
Tenemos Excedentes. Llamamos a la línea directa. Tómenlos a ellos, no a nosotros.
Están en la cocina. Están –

El hombre parecía no escuchar, continuó arrastrando a la Señora Palmer a través de la 161


puerta principal. Inmediatamente Jude sacó a Sheila por la puerta trasera a través del
jardín, hacia un callejón, y corrieron de regreso a la alcantarilla donde Peter estaba
esperando, pálido.

–Pensé que los habían agarrado, –suspiró.

–Yo también, –Jude dijo sombríamente.

– ¿Así que ella tiene el anillo? –preguntó Peter mientras Jude se agachaba para
recuperar el aliento. Sheila seguía con los ojos vidriosos, pero su rostro estaba
enrojecido por la corrida.

Jude tomó la mano de Sheila. – ¿Tomaste el anillo de Peter, Sheila?

Sheila asintió y metió la mano en su bolsillo, sacándolo.

Peter lo arrebató, mirándolo y dándole vueltas entre sus manos.

– ¿Está bien, Pincent Pharma? –preguntó.

Jude asintió con incertidumbre. –Sheila ha sido drogada, –dijo–. Apenas puede caminar.

–Entonces déjala aquí, –dijo Peter–. Vamos a alcanzarla después. Tenemos que sacar a
Pip con seguridad. Él es nuestra prioridad.

–Pip, –susurró Sheila–. Sí, salvar a Pip.

Jude miró a su piel traslúcida, a sus ojos desenfocados, y sintió un nudo en el estómago.
Él había salvado a Sheila una vez antes y lo haría de nuevo, como tantas veces fuera
necesario. Si ella estaba rota, la arreglaría. Si ella estaba triste, haría todo lo posible para
hacerla feliz. –Pip es una prioridad, –dijo en voz baja–, pero también lo es Sheila. Sheila
es mi prioridad, –añadió, en voz baja–. No está segura aquí.
–Tal vez debería haberlo pensado antes de que me robara el anillo, –dijo Peter con
amargura–. Tal vez deberías haber pensado en eso antes de dejarla enviar mensajes a
mí y a mi abuelo.

–No me critiques, –dijo Jude con ira–. Has estado en Escocia jugando a las familias
felices mientras yo he estado aquí viviendo en sótanos, rastreando camiones llenos de
gente muerta, viendo a todo derrumbarse.

–Y yo todavía estaría allí con Anna y los niños si Sheila no me habría engañado para 162
venir a Londres, –dijo Peter igualmente enfadado. Se miraron el uno al otro durante
unos segundos, cada uno desafiando al otro a responder. En su lugar, Sheila abrió los
ojos.

– ¿Richard Pincent? –Preguntó con ansiedad–. ¿Está aquí? ¿Ha venido por mí?

–No, Sheila. Nadie te va a llevar, –dijo Jude rápidamente.

–Está bien, –cedió Peter–. Vamos a llevarla. Ella podría estar mejor para cuando
lleguemos. ¿De acuerdo?

Jude asintió. –OK. –Luego le tendió la mano–. Y lo siento, –dijo en voz baja–. No fue mi
intención –

–Sé que no. –Peter miró hacia abajo–. Yo tampoco. –Tomó la mano de Jude; ellos se
abrazaron en una comunicación sin palabras, y luego se fueron.

–Escucha, ¿cuál es el plan cuando lleguemos a Pincent Pharma? –Peter le preguntó a la


ligera–. ¿Simplemente paseamos y demandamos la liberación de Pip?

–Algo así, –dijo Jude con un encogimiento de hombros y una sonrisa a medias. Entonces
le dio una palmada en la espalda a Peter–. No te preocupes. Tengo un plan. Te pondré al
tanto en el camino.

– ¿Un plan? –Dijo Peter con curiosidad–. ¿Uno que implica más túneles, supongo?

Jude sonrió. –Me conoces muy bien. –Luego miró a Peter con cuidado–. Oh, y creo que
deberías darme el anillo.

– ¿A ti? ¿Por qué?


Jude levantó una ceja. –Es el anillo de Peter Pincent. Creo que la mayoría de las
personas espera que esté con Peter Pincent, ¿verdad?

–Supongo que sí, –dijo Peter con incertidumbre.

–Así está más seguro conmigo, –dijo Jude serio–. Puedes confiar en mí, sabes.

–Lo sé. –Peter vaciló un instante y luego se quitó el anillo y se lo entregó a su medio
hermano–. Por lo tanto, nos vamos entonces, –dijo él, inclinándose para recoger a
Sheila. 163

–Está bien, la tengo, –dijo Jude rápidamente, levantándola en sus brazos.

–Gracias, –susurró Sheila mientras caminaba lentamente detrás de Peter–. ¿Soy


realmente tu prioridad?

–Mi única prioridad, –susurró Jude en respuesta, sus ojos punzando con lágrimas–. Te
necesito, Sheila. Te necesito tanto como tú me necesitas. Te amo.

–También te amo, –dijo Sheila con felicidad, apretando su agarre alrededor de su


cuello–. Y lo siento por tomar el anillo.

–Lo sé, –dijo Jude, viendo mientras sus ojos se cerraban.

–Yo no quería que lo tomaras, Jude.

Jude miró a Peter. Estaba sólo a un par de metros de distancia.

– ¿Yo? –Susurró de nuevo con incertidumbre –. Yo no tenía la intención de tomarlo.

–Sí, que la tenías. Vi el mensaje que enviaste a Peter. Vi a los que enviaste a Richard
Pincent también, –dijo ella adormilada–. No deberías hablar con ese hombre, Jude. No
es muy agradable. No es muy agradable en absoluto.

– ¿Qué fue eso? –preguntó Peter, volviéndose –. ¿Qué acaba de decir Sheila acerca de
mi abuelo?

Jude miró hacia abajo a Sheila, pero ya estaba dormida. –Nada, –dijo cuidadosamente –.
Ella no dijo nada. Vamos, vamos a movernos. No tenemos mucho tiempo.
Capítulo 21

L
os árboles estaban desnudos de hojas, la tierra dura e inflexible bajo los pies de
Jude, aquel paisaje árido de la muerte, no de la vida. Las moscas zumbaban en
todas partes, regodeándose en el recién abundante paisaje.
164
Detrás de Pincent Pharma, él podía escuchar las excavadoras. Pero no eran parte de
algún programa de construcción - estaban cavando grandes fosas, tumbas no oficiales
para el lamento, no reconocido. Miró a Sheila que se había acurrucado como un gato en
las malezas donde se escondían y ahora estaba profundamente dormida, su respiración
suave y la piel suave incongruente contra la dureza de su entorno.

Su corazón latía con fuerza en su pecho, Jude observaba en silencio como Peter
caminaba hacia la puerta del perímetro de Pincent Pharma. Fue detenido por un
guardia, que lo miró con curiosidad y luego hizo una llamada. Dos minutos más tarde, el
guardia hizo pasar a Peter y otro guardia salió corriendo de la zona de recepción para
conducirlo adentro. Jude miró a las puertas cerrarse detrás de su medio hermano. El
plan de Jude realmente estaba sucediendo ahora. Ya era demasiado tarde para cambiar
de opinión. Demasiado tarde para algún remordimiento, para segundos pensamientos.

Sus ojos viajaron de regreso a Sheila, su defectuosa, y difícil, bella durmiente. Luego, con
un suspiro, la sacudió. – ¿Sheila? Sheila, despierta.

–Mmmmm. ¿Jude? –Ella sacudió la cabeza, perturbando sus rojos rizos de modo que
cayeron sobre su rostro–. No quiero. Estoy dormida.

–Tienes que despertar. Vamos a entrar en Pincent Pharma.

De repente, Sheila estaba completamente despierta. – ¿Pincent Pharma? No quiero


entrar ahí, Jude. Yo no quiero hacerlo. –Ella comenzó a temblar, y Jude sabía que no era
por el frío.

–Tenemos que hacerlo, –dijo–. Vamos a estar bien. Voy a cuidar de ti. Te lo prometo.

Los ojos de Sheila se abrieron mucho. – ¿Le vas a dar a Richard Pincent el anillo?
–preguntó ella–. ¿Es por eso que le pediste a Peter que te diera el anillo?
Jude no dijo nada por un momento. Entonces le tomó la mano. –Lo siento, por no
decirte acerca de tus padres, –dijo en voz baja–. Yo los busque. Quería decirte...

– ¿Que estaban muertos? –Sheila miró hacia abajo, parpadeando un poco. Jude sabía
que sus ojos se llenaban de lágrimas. La atrajo hacia él.

–Murieron unos pocos años después de que fuiste llevada al Grange Hall, –dijo–. Tu
madre se unió a la Resistencia. Se formó como una enfermera, sacó los implantes
anticonceptivos para que los seguidores pudieran tener hijos. Fue asesinada por un 165
espía de las Autoridades que pretendía que le saquen su implante. Ella fue un héroe,
Sheila.

Sheila asintió, un ruido gracioso vino de su garganta. – ¿Y mi padre?

–Él era un Excluyente, –dijo Jude –. Murió poco después. De un ataque al corazón. Creo
que su corazón estaba roto.

Sheila resopló ruidosamente. – ¿Me amaban, entonces? –preguntó tímidamente –. Yo


me acuerdo de que me aman, pero... pero... en el Grange Hall decían que yo lo había
inventado. Dijeron que yo era un Excedente, que mis padres nunca me quisieron.

–Te querían, –susurró Jude –. Como yo lo hago ahora.

Sheila lo miró con seriedad. –Está bien, –dijo ella.

– ¿Está bien? –preguntó Jude.

–Está bien iré contigo. Confío en ti, Jude. Dime qué hacer y lo haré.

Jude la miró con ternura. Podía oír la voz de Pip en su cabeza: Cuando estés listo para
liderar, Jude, lo sabrás porque la gente querrá seguirte. ¿Estaba preparado? ¿Estaba
realmente preparado para lo que le esperaba? Se armó de valor. Si tuviera dudas, no
podía dejar que Sheila las viera.

–Bien, –susurró–. Vamos entonces. Simplemente haz exactamente lo que te digo y


vamos a estar bien.

–Exactamente lo que digas, –asintió Sheila.

Sus ojos se encontraron con Jude; despacio, y con ternura, la atrajo hacia él. A medida
que sus labios se encontraron sintió una descarga eléctrica disparar a través de él y por
un momento, el plan no importaba - nada importaba excepto estar allí, abrazando a
Sheila. Pero sabía que no podía quedarse allí. De mala gana, se apartó y le apretó la
mano. Luego, moviéndose tentativamente para prevenir romper las ramas bajo sus pies
y alertar a los guardias de Pincent su presencia, se arrastró hacia la puerta perimetral,
señalándole a Sheila para que lo siguiera, hacia la puerta que la había desactivado por
la mañana. Cuando llegaron allí acercó a Sheila a él, contra la pared. Intentó abrir la
puerta, esperando contra toda esperanza que nadie se haya dado cuenta de que la luz
roja encima de ella ya no estaba encendida, y luego sonrió con alivio cuando se abrió.
166
Tomando un respiro hondo, saltó adentro con Sheila y la cerró tras de ellos.

•••

Peter sintió una sensación de desconfianza cuando fue llevado finalmente a un ascensor
que unía la zona de recepción con el resto del edificio. Era un plan aterrador, entrando a
Pincent Pharma y pidiendo ver a su abuelo, pero no estaba seguro de cuál era la
alternativa. Y Jude tenía razón: si su abuelo realmente necesitaba el anillo, entonces
Peter estaría a salvo. Si su abuelo realmente necesitaba el anillo, podían nombrar sus
términos.

Recordó la primera vez que había estado aquí, recordó haciendo todo lo posible para no
perder la cabeza por la blancura, la novedad, la magnitud del lugar. Ahora se sentía
diferente, se sentía como una terrible prisión, el último refugio de un emperador que
estaba perdiendo su imperio. Atrás quedó el ajetreado frenesí de batas blancas, ahora
se podía ver menos gente, todos caminando con la cabeza hacia abajo. Los guardias
estaban por todas partes, sus grises uniformes le recordaban a Peter los pasillos del
Grange Hall, era un color que consumía toda la alegría, toda la vida.

El guardia que había sido enviado a su encuentro en la recepción lo había llevado a un


cuarto pequeño y lo registró exhaustivamente, despojándolo de sus ropas, de su
dignidad. Ahora, por fin, estaba siendo llevado con su abuelo, el hombre al que
despreciaba, al hombre que deseaba más que nada no estar relacionado.

El ascensor se sentía lento - demasiado lento, pero finalmente llegaron al quinto piso y
salieron a la lujosa alfombra que cubría la puerta de la suite de Richard Pincent.

La puerta de su oficina, a pocos metros de distancia, se abrió y él apareció, la leve


sonrisa en su rostro no disimulaba las bolsas bajo sus ojos, la tensión, y el agotamiento.
–Peter, –dijo, caminando hacia su nieto.

–He venido por Pip, –dijo Peter fríamente –. Yo sé que él está aquí. Quiero que lo dejes
ir. Ahora. Conmigo.

Richard no dijo nada durante unos segundos, y luego se echó a reír. – ¿Y el anillo? Tengo
entendido que no lo tienes.

–Vas a tener el anillo cuando Pip sea liberado. Y los Excedentes, –dijo Peter, su voz
temblaba un poco por la emoción. 167

–Voy a tener el anillo ahora o Anna morirá, ¿me oyes? –Dijo su abuelo de repente, su
rostro se ponía rojo–. Ella va a morir y los Excedentes también. Lentamente.
Dolorosamente. Y tú los verás sufrir. Morirán sabiendo que tú no los salvaste.

–No sabes dónde está Anna, –dijo Peter fríamente –. No me arrojes amenazas vacías.

– ¿Yo no sé dónde están? –Richard sonrió con frialdad–. No, Peter. Parece que tú es el
que no sabe dónde están. Ellos están aquí. Derek los trajo. Yo sólo los descubrí esta
mañana - ¿Puedes imaginar qué delicia fue?

Él se echó a reír mientras la sangre abandonó el rostro de Peter.

–Estás mintiendo, –Peter hervía–. Estás mintiendo.

–Eres un tonto, –dijo Richard, negando con la cabeza. Él se movió hacia delante, agarró
por los hombros a Peter–. Dame el anillo, Peter, –gritó–. Dame el anillo ahora.

Peter miró decididamente hacia delante. –No los tienes, –repitió–. Sé que no.

Su abuelo lo soltó. Luego se acercó a su escritorio y cogió el teléfono. –Trae a la chica. La


chica Excedente y su progenie Excedente, –dijo él, su labio se levantaba con disgusto
mientras hablaba. Se volvió hacia Peter de nuevo–. Vamos a ver si no vas a tener nada
que decir cuando el bebé sea asesinado, –dijo sombríamente –. Vamos a empezar por la
más pequeña, de acuerdo, ¿y seguiremos hacia arriba?

Peter tragó con incomodidad. En su bolsillo estaba el buscapersonas que Jude le había
dado para emergencias; en silencio apretó el botón. Jude lo escucharía; Jude vendría.

Por favor, Jude, pensó en silencio. Por favor, no me defraudes.


•••

Jude no se dio cuenta de la luz intermitente en su dispositivo portátil, estaba demasiado


ocupado orientándose, procesando qué camino tomar. Se encontraban en un pasillo
enorme, desolado, demasiado visible, demasiado vulnerable, tenían que llegar a su
destino con rapidez.

Fue el olor que lo había congelado momentáneamente. Un olor a pisos fregados, a


desinfectante. Sheila también lo olía y la sintió ponerse rígida por el miedo. Él no había 168
temido regresar hasta ahora, no había entendido realmente lo que significaría estar de
vuelta dentro de Pincent Pharma, en el interior del centro de la base eléctrica de
Richard Pincent, la prisión donde Sheila había sido mantenida. Pero el olor trajo
recuerdos más vividos que cualquier otra cosa, recordándole cuán peligroso era este
lugar, cuán siniestro. Le tomó la mano y se la apretó, ella lo agarró fuerte.

– ¿Estás lista? –preguntó.

Sheila asintió.

–Está bien. Por aquí, –dijo, señalando hacia el pasillo. Estaban en el ala oeste del
edificio, el lado opuesto de donde había sido mantenido un año antes, pero tenía el
mismo aspecto: blancos pasillos sin almas, puertas pesadas con números en ellas
ocultando lo que había detrás. El silencio los rodeaba, las habitaciones podrían estar
lleno de personas, pero ningún sonido escaparía. Jude se movió con rapidez, tirando de
Sheila detrás de él, hasta que llegaron a la puerta que estaba buscando: la puerta de la
habitación W576. La abrió y él y Sheila se apresuraron a entrar.

Ella miró alrededor de la habitación con sospecha. Jude, sin embargo, no estaba
interesado en la habitación, ya estaba mirando hacia el techo, a la rejilla de ventilación.
Había elegido esta habitación específicamente, había buscado en la totalidad de la
planta baja para el acceso más fácil al centro, al centro de control.

–Voy a subir, –le dijo a Sheila–. Necesito que me ayudes.

– ¿Hasta ahí? –la frente de Sheila se arrugó.

–La ventilación. Puedo acceder al sistema de cámaras por allí. Puedo averiguar dónde
está Pip, donde está Peter.

– ¿Es por ahí..? –Sheila lo miró inquisitivamente.


– ¿Dónde te encontré? Sí, –dijo Jude en voz baja. Él la acercó, la atrajo hacia él. Luego le
levantó la barbilla para que estuviera mirándolo directamente –. ¿Puedes hacer esto?
Voy a subir y ver qué está pasando. Tienes que esperar aquí. En silencio. Luego voy a
volver.

– ¿Qué tan pronto? –Susurró Sheila preocupada.

–Pronto, –prometió Jude –. Muy pronto.

–Está bien. –Sheila enlazó sus dedos, mirando a Jude con firmeza cuando parecía 169
inseguro–. Puedo llevar tu peso, –dijo brevemente –. Yo confío en ti. Tienes que confiar
en mí.

–Confío en ti, –respondió Jude, colocando su pie en sus manos y saltando. Agarró la
ventilación y la golpeó fuerte - no había tiempo para sacar los tornillos. Como le dio un
puñetazo perdió el equilibrio y casi cayó, pero en el segundo intento cedió y metió sus
manos alrededor de la abertura, tirando de la rejilla de ventilación hasta que yació en
pedazos en el suelo. Luego se izó en el hueco por encima del techo.

–Nos vemos pronto, princesa, –susurró, y empezó a retorcerse a través de las estrechas
y calurosas cavidades del techo de Pincent Pharma. Manteniendo la cabeza hacia abajo
para detener que el polvo entrara a sus ojos, se empujó hacia delante con los codos y
sus rodillas, haciendo una mueca de vez en cuando, cuando algo afilado se clavaba en él
o el polvo u otro material caía en su pelo, y en su espalda. Por lo que podía recordar, si
se dirigía hacia el norte debería llegar al centro de seguridad en unos pocos minutos.

Y una vez que estuviera allí... Una vez que estuviera allí, estaría en control de nuevo.
Jude conocía al sistema de seguridad de Pincent Pharma mejor que cualquier otro.
Puede ser que haya sido actualizado desde su último encuentro con él hace un año más
o menos, pero eso no le preocupaba. No existía un sistema del que no podía hacerse
cargo y ahora este - su viejo enemigo, su viejo aliado - lo iba a ayudar una vez más.

Jude respiró hondo y se obligó a seguir. El pasaje se estrechaba y las partículas de polvo
entraban en su boca, a su pecho, pero luchó continuamente. No tenía mucho tiempo.
Mucho dependía de él.

Finalmente sintió que el pasaje se ampliaba y vio una luz baja adelante. Suspiró con
alivio y, aumentando su ritmo, se retorció hacia ella. Rápidamente sacó su confiado
dispositivo de video portátil, lo conectó al centro del sistema y comenzó a buscar por las
cámaras. Paso de una imagen a otra - el área de recepción, los pasillos, los laboratorios.
Parecía espeluznantemente vacío, aparte de los guardias que patrullaban cada pasillo y
se quedaran fuera de cada puerta. Parecía que había más guardias que personal en
estos días. Unos cuantos hombres de bata blanca y las mujeres todavía podían ser
vistos, con sus rostros serios como probando, analizado y comprobando las tabletas de
color blanco frente a ellos. Jude notó que una mujer en uno de los laboratorios lucia
extraña, con el cuerpo inclinado sobre la mesa delante de ella. Él acercó la cámara y vio
que ella estaba sudando excesivamente. Su mano se movió hacia su garganta. Cogió un
170
vaso de agua y se puso a beber, pero luego la arrojó y se estrelló en el suelo. Rostros
preocupados levantaron la vista, momentos más tarde, los guardias se apresuraron a
entrar, con sus rostros enmascarados, y se la llevaron fuera de la habitación. Nadie dijo
una palabra. Nadie miraba a nadie más. Jude sintió un escalofrío por su espina dorsal.

Sacudiéndose, continuó su búsqueda. Miró de habitación en habitación, muchas vacías,


y de repente sintió que su corazón se aceleraba. Anna. ¡Anna estaba aquí! Él miró con
incredulidad - ella debería de estar en Escocia. Peter la había dejado en Escocia, segura.
Esto no estaba bien. Esto no estaba bien en absoluto. Temblando, acercó la cámara. Ella
estaba sentada en silencio en el suelo, con un bebé y un niño pequeño en sus brazos. El
bebé estaba llorando y la cara de Anna estaba llena de lágrimas. El niño estaba en
silencio, con sus ojos muy abiertos y asustados. Jude movió la cámara para ver si había
alguien más en la habitación y mientras la movía Anna levantó la vista hacia ella, con
una expresión de disgusto en rostro. Luego enterró su cabeza en el cabello de sus hijos,
tirando de ellos con más fuerza hacia ella. La puerta se abrió y un guardia entró,
agarrándola con brutalidad.

Jude vio con horror, con su mente corriendo. ¿Cuántos otros secretos yacían enterrados
dentro de estas paredes? ¿Cuántos más prisioneros? Continuó moviéndose por las
pantallas. Encontró a Sheila y tuvo que obligarse a no quedarse, mirando sus pecas, su
pelo rojo y sus asustados y aún así determinados ojos. Tenía que enfocarse. No tenía
mucho tiempo.

Se quedó sin aliento. La pantalla mostraba una habitación llena de niños, y luego otra y
otra, más y más. Jude le trasladó entre las imágenes, sus ojos muy abiertos. Nunca había
visto a tantos niños juntos. Había cientos de ellos - diez, veinte en cada habitación -
abrazados entre ellos para consolarse, sanitarios improvisados en una esquina de cada
habitación y un cubo de lo que parecía ser comida en la otra esquina. Como una granja,
pensó Jude con un golpe sordo. Pero las granjas tenían un propósito. ¿Qué uso tendrían
estos niños? ¿Para qué plan siniestro de Richard Pincent los tendría? Jude entrecerró los
ojos. Sea cual sea el plan, sería abandonado. Vería eso. Su mano se movió hacia su
bolsillo y sintió el anillo, el anillo que tan desesperadamente quería Richard Pincent. Lo
sacó y lo miró por un momento, luego lo puso en su boca.

Pondría fin a esta locura, resolvió Jude.

Todo cambiaría.

••• 171

-¡Mama! ¡Mamanana! Quiero ir a casa. Quiero ir a casa, mamanana.

Anna apretó la mano de Ben y lo atrajo hacia ella. –Pronto, –susurró ella–. Pronto, mi
amor.

Al menos Molly estaba dormida, pensó fatigosamente. Al menos su hija no estaba


mirando a las grises paredes como ella y Ben. De vuelta en Pincent Pharma - conocería
este lugar si estuviera con los ojos vendados. Todo lo que había temido, de todo lo que
había estado tan desesperada por escapar, estaba aquí. Ya había ocurrido; su pesadilla
se había hecho realidad. Y sin embargo, de alguna manera se sentía extrañamente
calmada.

La puerta se abrió de repente y su apretón se ajustó en torno a Ben, quien levantó la


mirada esperanzado. – ¿Casa? –preguntó–. ¿Vamos casa?

– ¡Casa! –El hombre se echó a reír, luego pareció sacudirse –. Vas a venir conmigo, –dijo,
cogiendo a Anna e ignorando a los niños como si no pudiera soportar verlos. Anna logró
izar en un brazo a Molly y tomar la mano de Ben con la otra–. Puedo caminar más fácil si
usted no me sostiene así, –dijo con firmeza–. No es como que vamos a ser capaces de
correr a cualquier lugar, ¿no? ¿Ha visto cuán largas son las piernas de mi hermano?

El guardia miró a Ben con disgusto, luego se encogió de hombros. –Haz lo que quieras,
–dijo–. Pero intentas cualquier cosa y te vas a arrepentir, ¿entiendes?

– ¿A dónde vamos? –preguntó Anna.

–No es asunto tuyo, –respondió el guardia–. Sólo sígueme.

– ¿Teter? –Ben preguntó mientras caminaba–. ¿Teter aquí?


Anna negó con la cabeza. –No, Ben. Peter no está aquí. Él está con las personas que van
a quemar este lugar hasta los cimientos. Él nos va a rescatar, Ben. Solo espera. –Ella
habló en voz alta, quería que el guardia supiera que no estaba asustada. Quería que Ben
también lo supiera.

– ¿Peter? Él es el otro, ¿no es cierto? –preguntó el guardia, volviéndose –. ¿El que está
arriba? –Se rió de nuevo–. El mocoso tiene razón. Él está aquí.

Anna sintió su corazón volcarse. – ¿Aquí? –Se quedó sin aliento–. No, estás equivocado. 172
Él no está aquí. Él está –

–Capturado al igual que el resto de ellos, –dijo el guardia con triunfo. Se detuvo y se
inclinó hacia abajo de modo que su cara estaba a sólo unos centímetros de Ben–. Tu
Peter es un idiota, –dijo, con una pequeña sonrisa en su rostro–. Él no es valiente, solo
es un estúpido. Como tu madre aquí. Deberías estar asustado, pequeño compañero,
porque nada bueno te va a pasar. Nada bueno en absoluto.

Los ojos de Ben se abrieron y Anna lo apartó. –Yo no soy su madre, soy su hermana,
–dijo con ira–. Y Peter es valiente. Es más valiente que ningún otro que haya conocido. Y
si él está aquí, eso es algo bueno. Tú eres el que deberías tener miedo, no yo, ni Ben y ni
mi hija.

Ella había querido proteger a Ben, tranquilizarlo, pero mientras hablaba se dio cuenta
que refería cada palabra. No estaba asustada. No por ella o por sus niños. Porque había
enfrentado a sus pesadillas, a sus peores temores, y ella seguía de pie - todos ellos lo
estaban. –Si nos vas a llevar a ver a Richard Pincent, ¿podemos movernos un poco más
rápido? –Dijo bruscamente al guardia–. Hay algunas cosas que me gustaría decirle.

El guardia abrió la boca para responder, pero pareció cambiar de idea. En cambio,
aumentó su ritmo y Anna levantó a Ben, llevándolo a él y a Molly en sus brazos, se
dirigió eficazmente hacia él.

•••

Peter quería que Jude se apresurara. Sin el anillo, no tenía nada que ofrecer por la
libertad de Anna, su vida. Podría ganar tiempo, pero se acabaría eventualmente.

Su abuelo se paseaba de un lado al otro, goteando sudor de su frente.

– ¿Por qué necesitas el anillo de todos modos? –Peter preguntó–. ¿Qué quieres de él?
– ¿Qué es lo que quiero de él? –Su abuelo se volvió hacia él con ira–. Quiero lo que
debería haber sido mío hace años. –Se tambaleó un poco, y se agarró de su escritorio.
Luego cogió un vaso de agua y se lo bebió de un trago, mirando a Peter insolentemente
mientras lo hacía. Cogió su teléfono–. ¿Dónde está la chica? Ella debería estar aquí
ahora. Y consígueme un poco más de agua.

Se volvió hacia Peter, como si casi se sorprendiera de verlo allí. Tenía los ojos vidriosos,
parecían confusos. –Agua, –jadeó–. Agua. Dame agua.
173
Peter lo miró con los ojos abiertos, y luego se lanzó hacia adelante y lo arrojó al suelo.
Esta era su oportunidad, se dijo. Agarrando un cable de una computadora, logró
envolverlo alrededor de las manos de su abuelo. No era mucho, pero era suficiente. Iba
a salir de esta habitación, encontraría a Anna, y escaparían. No le importa nada más.

Los ojos de su abuelo estaban desorbitados de rabia mientras luchaba con el cable,
todavía pidiendo agua.

Peter no estaba escuchando. Se levantó de un salto y corrió hacia la puerta.


Sorprendería al guardia que traía a Anna y a los niños. Lo dominaría, él…

Pero al llegar a la puerta está se abrió, tirándolo hacia un lado, y a la habitación entró
una mujer vestida de azul pálido, con el rostro cubierto de un maquillaje pesado, con
sus ojos muertos, y una gran jarra de agua en sus manos. Hillary Wright miró de Richard
a Peter, y luego se volvió hacia el pasillo y llamó a un guardia para contener a Peter
antes de colocar la jarra sobre el escritorio. –Tu secretaria me dio esto, –le dijo a Richard
mientras trataba de levantarse del suelo–. Tal vez puedas explicarme lo que está
pasando aquí.

•••

Jude volvió a mirar las imágenes. Había una persona más que tenía que encontrar, una
cruz más para marcar en su modelo mental del edificio. Frenéticamente aceleró a través
de las imágenes de la primer planta, la segunda, la tercera. No podía ver la oficina de
Richard Pincent usando este centro y sólo podía adivinar que Peter estaba allí
esperándolo, preguntándose... Él no tiene idea de que Anna estaba tan cerca, Jude se
dio cuenta. Pero no importa. Tenía que mantener la concentración.

Por fin encontró lo que estaba buscando - una habitación simple que contenía una
simple cama sin colchón. Un hombre débil estaba sentado en ella, con su rostro sereno,
con los miembros inmóviles. Sólo sus ojos estaban animados, su intenso azul hacían que
Jude se olvidara de sí mismo por un segundo. Pip parecía viejo. ¿Le habían sacado su
Longevidad? Por supuesto que sí. Su pelo estaba blanco ahora, su piel delgada y pálida,
pero su mandíbula todavía era determinada. Esto no era un hombre que se había dado
por vencido. ¿Lo era?

Algo se movió en la esquina de la pantalla y Jude saltó cuando la puerta se abrió y su


viejo adversario entró. Derek Samuels. El hombre que lo habría matado si tuviera la
oportunidad. Jude sintió los pelos de su nuca erizarse. ¿Golpearía a Pip? ¿Jude se vería 174
obligado a ver al líder del Subterráneo siendo sometido a tortura? ¿Para un
interrogatorio? Sería capaz de salvar a la Pip antes…

Pero mientras miraba, sintió su cabeza nublándose en confusión. Porque mientras


Derek se acercaba a Pip, sus manos se movieron hacia él, no de una manera
amenazante sino en lo que Jude sabía que era un gesto de amistad. Era pequeño - una
mano en el brazo - pero inconfundible. Pip se levantó, habló, su rostro animado luego
serio. Él asintió y Derek sonrió.

Jude se estremeció. La sonrisa. La recordaba muy bien. La sonrisa de un hombre


malvado. La sonrisa del diablo.

Cerró los ojos. Necesitaba pensar y las imágenes frente a él estaban desdibujando sus
pensamientos. Esto debe ser parte del plan, pero ¿cómo? Jude pensó con rapidez.

Pip lo había traído hasta aquí. Pip, con sus mensajes enviados a Richard Pincent, a Peter,
hizo que pareciera como los de Sheila, como los de un aficionado. Pip sabía que Jude
sospecharía de Sheila, sabía que él la protegería. Pero cuando Sheila le había dicho que
había estado protegiendo a Jude, se había dado cuenta de que el verdadero culpable
sólo podía ser una persona. Y había sabido instintivamente que hasta ahora
correspondía a Jude hacerse cargo, terminar lo que había empezado, incluso si el
camino por delante no estaba del todo claro para Jude, incluso si todavía no entendía
las reglas del juego que estaba jugando.

El león perseguía su cola, el ratón corría libremente... Jude había asumido que el león
era Richard Pincent, que él y Pip eran el ratón, que Pip sabía lo que estaba haciendo,
que todo era una distracción, una cortina de humo. Pero no podría ser. Se había perdido
algo, había oído mal. ¿No lo había hecho?
Jude cerró los ojos. Sabía que no había oído mal, sabía que no se había perdido nada.
Pero eso significaba que Pip era... eso sugería que Pip había mentido, que estaba en el
lado de la oscuridad.

A pesar de la idea que se le ocurrió sabía que no podía ser cierto. Pero también sabía
que tenía que escuchar lo que estaban diciendo. Desesperadamente sacó su dispositivo
manual y lo conectó, el sudor goteaba de su frente, haciendo que sus dedos se resbalen
mientras conectaba los cables. Cuando lo conectó, vio el destello de luz, se dio cuenta
de que Peter lo necesitaba inmediatamente. Pero Peter tendría que esperar. 175

–Están abajo, –Derek estaba diciendo.

– ¿Todos ellos? –preguntó Pip.

Derek asintió. –No se pueden quedar aquí por mucho tiempo. Es repugnante ahí abajo.
El olor...

Pip se puso serio por un minuto. – ¿Y Anna?

–Él la encontró. Ella está subiendo. Hacia Peter.

Pip asintió. – ¿Peter tiene el anillo?

–No, –dijo Derek–. Él fue registrado en la puerta. Pero el otro chico lo tiene. Jude. Él y la
otra chica están escondidos en el ala oeste.

Los ojos de Pip se iluminaron. –Sí, yo sabía que podía confiar en él para hacer mi
voluntad y traer a todos aquí. Todo se está uniendo muy bien, Derek. Por un momento
estaba un poco preocupado.

–Yo también. –Derek sonrió.

–Entonces ya es hora, ¿no?

–Ya es hora, –Derek agregó.

Ayudó a Pip a levantarse. Jude se quedó con la boca abierta, luchando por respirar. Sus
vías respiratorias se estaban estrechando, su cabeza nublándose. ¿Este había sido el
juego de Pip todo el tiempo? ¿Era el Subterráneo el león? ¿Era Jude el león?¿Había
estado persiguiendo su propia cola mientras Pip, el ratón, había estado trabajando con
Derek Samuels para entregar a todos ellos a Richard Pincent? Todos estaban aquí -
Peter, Sheila, Anna, los Excedentes. No había manera de salir.

Excepto que lo había, Jude se dio cuenta. Todavía tenía el anillo. Tenía que salir, tenía
que escapar. Luego emitiría sus demandas y Richard las aceptaría. Él tendría que
hacerlo. Desesperadamente, Jude desconectó su dispositivo y se dirigió a través de la
cavidad del techo hacia Sheila. Él la había traído aquí, era responsable de ella. Le había
prometido protegerla y no rompería esa promesa. No lo haría.
176
Podía ver la ventilación rota delante de él y se movió frenéticamente hacia ella. Cuando
llegó allí podía ver el rostro de Sheila mirando hacia arriba con ansiedad. Él miró hacia
abajo, y se encontró con sus ojos. –Sheila, –susurró con voz ronca–, tenemos que salir
de aquí. Tenemos que llegar lo más lejos posible. Ahora.

Pero Sheila no respondió, su rostro desapareció de la vista y fue sustituido por el rostro
de un guardia. Antes de que Jude pudiera reaccionar, él lo arrojó al piso.

–Lo siento, –exclamó Sheila–. Él sólo entró y vio la ventilación. Lo siento, Jude. Amenazó
con... Dijo que iba a –

–Está bien, –dijo Jude mientras el guardia lo agarraba–. No importa de todos modos,
–añadió, con la cabeza caída–. Se acabó, Sheila. Todo se acabó.
Capítulo 22

J
ude se sintió enfermo mientras era empujado violentamente por el pasillo.
Enfermo, mareado y vacío. Todo el mundo había llegado aquí gracias a él. Porque
creía que sabia - pensó que estaba listo para liderar.
177
Él estaba preparado para nada. Bajó su cabeza, incapaz de mirar por encima de Sheila,
incapaz de ofrecerle alguna esperanza, alguna seguridad.

Se tropezó y el guardia detrás de él le dio una patada con enojo, le dijo que tuviera
cuidado, le dijo que no hiciera ningún problema. Él sacó su radio. –Señor Samuels,
señor. Los tengo. El muchacho y la muchacha. Estamos en el pasillo W3. –Escuchó sus
instrucciones–. Sí, señor, –dijo, y guardó su radio. Sheila estaba lloriqueando, todo lo
que Jude quería hacer era alcanzarla, para protegerla. Pero sabía que no podía. Había
fracasado. No tenía sentido fingir.

Otro guardia apareció delante de ellos y miró con curiosidad al primero.

–Los estoy llevando a la habitación W467, –explicó el primero–. Ordenes del Sr.
Samuels.

El segundo guardia sacudió la cabeza. –Hillary Wright está aquí. Ha ordenado que todos
los guardias se reportaran directamente a ella, –dijo–. Voy a tener que llamarla.

– ¿Directamente a ella? –el primer guardia preguntó sarcásticamente –. ¿Desde cuándo


seguimos las órdenes de la Secretaria General en Pincent Pharma?

–Desde ahora, –dijo el segundo guardia.

–Bueno, voy a llamar al Sr. Samuels, –insistió el primero. Jude lo vio poner su arma en su
funda–. A ver qué tiene que decir sobre esto.

–Tú no lo entiendes, –dijo el segundo guardia. Sin arma, Jude lo notó. Tal vez atada a su
tobillo. Sin embargo, se necesitaría mucho tiempo para sacarla. Miró a Sheila. Ellos
tenían que intentarlo, ¿no? Incluso si morían en el intento. Tal vez eso sería mejor–. No
importa lo que diga, –el guardia continuó–. Ella es el jefe ahora. Está en la oficina del Sr.
Pincent. Ella –

Jude tomó su oportunidad, agarrando a Sheila y corriendo por el pasillo. Giraron a la


vuelta de la esquina, en dirección a la salida Oeste. Podía oír los guardias precipitándose
tras ellos, gritando que se detuvieran. Gritando que dispararían. Aún así, Jude corrió, su
corazón latiendo en su pecho. Sólo necesitaba unos minutos. Él podría bloquear el
sistema, cerrar las puertas, apagar las cámaras. Podía hacer algo. Él podría conseguir
sacar a Sheila. Sacar a los demás, también. No podía terminar así. No podía ser un 178
fracaso, uno del montón, la persona que llevó a Peter, Sheila, Anna, a los niños hacia sus
muertes. No sin una pelea. No sin...

–¡Alto! ¡O dispararemos!

Se detuvo, cayó al suelo. Sheila gritó. El ruido, más fuerte que cualquier cosa que jamás
había escuchado. Un tiro. Una bala. Luego otra. ¡Crack! Sintió su pecho. No estaba
herido. ¿Sheila? ¿Le dispararon a Sheila? Abrió la boca y un sonido extraño salió, apenas
humano. Él la agarró, tiró de ella hacia él. –No. Sheila, no.

–Ella no está herida, Jude.

Una voz. Una voz familiar. Una voz de la que una vez había confiado. Levantó la vista.
Pip y Derek Samuels estaban caminando hacia ellos. Se giro. En el suelo detrás de él los
guardas yacían desplomados en charcos de sangre. Su pecho se contrajo. Volvió a mirar
a Pip. –Tú, –dijo con voz ronca–. Fuiste tú. Tú le dijiste a Peter que venga. Le dijiste a
Richard sobre el anillo.

–Sí, –dijo Pip, con sus ojos azules mirando fijamente a Jude –. Y viniste, Jude. Sabía que
lo harías. Dame el anillo, por favor.

Derek estaba apuntando con su arma a Jude. Miró a su alrededor desesperadamente,


pero no había ningún lugar para correr, ningún lugar donde esconderse. Odiándose,
entregó el anillo.

–Sabías que iba a traer a Peter y a Sheila, –dijo Jude miserablemente –. Al igual que los
corderos a la masacre. A él. –Miró a Derek Samuels con un hostil enfado–. A este
monstruo. Tu amigo.
Pip miró el anillo, sus ojos brillando, y se lo puso. Luego miró a Derek. –Un monstruo,
–dijo pensativo–. Sí, supongo que lo es. Pero de nuevo... –Miró de nuevo a Jude,
tendiéndole la mano para ayudarlo a levantarse. Jude lo ignoró, volviéndose en cambio
a Sheila, quien estaba mirando a Pip con horror–. Es hora, –dijo Pip–. Es hora de que la
verdad salga, Jude. ¿Quieres venir con nosotros?

–Nunca, –dijo Jude con amargura–. Yo confiaba en ti. Todo el mundo confiaba en ti.

Pip sonrió con tristeza. –Sí, Jude, lo sé. –Luego se volvió hacia Derek–. ¿Va a traerlos, por 179
favor? –preguntó.

Derek lo miró por un momento, y rápidamente se acercó a Jude y a Sheila, tomando sus
brazos, tirando de ellos hacia arriba, y luego empujándolos por el pasillo hacia el
ascensor.
Capítulo 23

E
l silencio era electrizante mientras el ascensor que contenía a Pip, Derek, Jude
y Sheila se disparaba hasta el quinto piso, a la oficina de Richard Pincent. Jude
se sintió como si lo hubiesen pateado, golpeado, levantado y golpeado de
180
nuevo. Pip había sido como un padre sustituto para Peter. Todo lo que Jude había
querido hacer era ganar su respeto, probarse a sí mismo a Pip - ¿y para qué? ¿Había
sido el Subterráneo una farsa desde el principio? ¿Era por eso que nunca habían estado
cerca de ganar? ¿Había sido Pip, el agente de Derek, formando una Resistencia para
garantizar que todos los rebeldes, todos los que no estaban de acuerdo con el sistema,
pudieran ser manejados cuidadosamente, contenidos, mantenidos a raya?

Él no lo podía creer, no quería creerlo. Incluso ahora, mientras Pip iba delante de ellos,
incluso ahora que Derek los empujaba bruscamente por el pasillo hacia la oficina de
Richard, Jude estaba esperando la apariencia, esperando un movimiento, algo -
cualquier cosa - que le dijera que Pip estaba jugando un juego, un juego complicado que
él no entendía, un juego que explicara todo, que hiciera todo OK.

Pip ni siquiera se dio la vuelta, sólo caminó lentamente, arrastrando los pies por el
pasillo como un anciano. Jude lo odiaba. Lo odiaba más de lo que alguna vez había
odiado a alguien - incluso a Richard Pincent. Porque Richard Pincent nunca había
pretendido ser alguien que no era. Porque Richard Pincent nunca se había ganado el
amor de Jude y luego lo rompió en pedacitos.

Mientras Jude se acercaba a la oficina, Pip se hizo a un lado y Derek se adelantó para
llamar. Poco a poco abrió la puerta para revelar a Richard apoyado en su escritorio con
un aspecto terrible, con la piel de un extraño color verde, con los ojos desorbitados. Al
ver a Derek se puso de pie y sonrió. –Derek, –dijo–. ¿Tienes a los Excedentes?

Vio a Jude y a Sheila y frunció el ceño con incertidumbre, luego sus ojos se iluminaron.
– ¿Tienes a éstos también? ¿Ves, Peter? No queda nadie ahora.

La cara de Peter estaba blanca cuando Jude y Sheila fueron empujados a la oficina.
Sheila se tropezó y cayó al suelo. Peter inmediatamente le tendió la mano para
ayudarla, pero ella negó con la cabeza, envolviendo sus brazos alrededor de sus rodillas
y ocultando su cabeza en ellas. Peter miró inquisitivamente a Jude, pero Jude apenas
podía mirarlo a los ojos - no tenía nada más que desesperación para comunicarle.

Hubo otro golpe en la puerta, otro guardia, otra entrega - esta vez Anna y los niños.
Jude se estremeció cuando entró, sus ojos doloridos parecían taladrarlo. Ella vio a Peter
y caminó lentamente hacia él, vacilante sobre sus pies, con los niños en sus brazos. Ben
inmediatamente alcanzó el cuello de Peter y Anna soltó su apretón cuando los brazos de
Peter lo envolvieron a su alrededor, alrededor de ella, alrededor de Molly, como las
ramas - una comunicación silenciosa, un lazo que inspiraba tanto admiración y envidia 181
en Jude.

–Lo siento, –dijo Peter.

–No, –dijo Anna–. No lo estés. Él debe ser el que lo sienta.

Ella se volvió hacia Richard, que se tambaleó hacia delante. –El anillo, –le dijo a Derek–.
¿Tienes el anillo?

Derek asintió, tomándolo de Pip y entregándoselo a Richard. –Aquí está, –dijo.

Richard tomó el anillo y exhaló con fuerza, luego cerró los ojos por un segundo. –Sí,
–suspiró–. Sí. -Él lo miró, girándolo una y otra vez en sus manos–. ¿Pero dónde está la
fórmula? –Frunció el ceño, luego se encogió de hombros y apretó un botón en su
escritorio; dos segundos más tarde un científico apareció en su puerta–. Aquí, –dijo
Richard, dándole el anillo–. La fórmula está aquí. Encuéntrala. Úsala. Reinicia el sistema.
Hazlo ahora.

El científico asintió con urgencia, tomó el anillo y se fue. Richard miró a su alrededor
sombríamente. –Has hecho bien, Derek, –dijo–. Muy bien.

Derek sonrió delicadamente.

– ¿Cómo lo ha hecho bien? –Preguntó Hillary de repente –. ¿Richard, me haces el favor


de decirme qué está pasando? ¿Qué es este anillo? ¿Por qué están estas personas aquí,
en tu oficina?

– ¿El anillo? –Rió Richard–. El anillo es nuestra respuesta, Hillary. Vamos a renacer.
– ¿Renacer? ¿De qué estás hablando? –Miró penetrantemente a Richard, pero él no
estaba escuchando - había servido un vaso grande de agua y lo bebió de un trago antes
de volver a llenarlo.

Hubo otro golpe en la puerta y todo el mundo se dio la vuelta. Era el científico. –Señor
Pincent, señor, –dijo tentativamente –. Hemos visto el anillo. Varios de nosotros. No
parece tener la fórmula en él, señor. Sólo las iniciales A.F y un grabado rudimentario de
una flor.
182
Richard lo miró con ira. –Mira otra vez, –ladró–. El anillo tiene la fórmula en él. Sé que la
tiene.

– ¿Lo sabes? –preguntó Pip en voz baja. Nadie parecía haberlo escuchado excepto Jude,
que se congeló. Había algo en su voz. Algo diferente.

–Hemos mirado. Lo hemos analizado, –continuó el científico, con su voz temblando un


poco–. Pero no hay nada en él, Señor Pincent. Nada que sugiere una fórmula de
cualquier especie.

– ¿Formula? –Preguntó Hillary–. ¿Qué fórmula?

– ¡Mira otra vez! –Gritó Richard, ignorando a Hillary–. ¡Mira de nuevo y otra vez y otra
vez! Está ahí. Yo sé que lo está.

–Tú no sabes nada, Richard. –Una vez más, la voz de Pip. De nuevo, diferente, tranquila.
Esta vez Richard lo escuchó. Miró a Pip con curiosidad.

– Tú, –dijo con disgusto–. Pip. ¿Qué clase de nombre es Pip?

Se volvió hacia Derek. – ¿No has estado torturando a este hombre? ¿Por qué sigue
siendo capaz de hablar? ¿Por qué es capaz de seguir en pie? –Él se abalanzó y se apoyó,
agarrándose de la esquina de su escritorio.

–Pip no es mi verdadero nombre, –dijo–. Pero por supuesto que lo sabes.

–No me importa cuál es tu nombre verdadero, –dijo Richard a través de los dientes
apretados–. Me preocupo sólo de que sufras. Que seas atormentado.

Jude miró hacia abajo, a sus brazos, que estaban cubiertos en piel de gallina. Peter
todavía estaba envuelto alrededor de su familia y Sheila se balanceaba hacia delante y
hacia atrás en el suelo. Pero Jude sintió como si una corriente eléctrica hubiese entrado
de repente a la habitación, una corriente que sólo él podía sentir. Él y Pip. No lo
entendía. Sólo sabía que una tormenta se avecinaba. Sólo sabía que el rayo estaba a
punto de atacar.

–Yo he sufrido, –dijo Pip en voz baja–. He sufrido durante muchos años. Demasiados.

– ¿Has sufrido? –preguntó a Hillary, con voz aguda. Se acercó a Pip, lo inspeccionó como
si fuera un animal siendo llevado al mercado–. Asesinaste personas. Eres un terrorista
de la peor especie. Eres despreciable. Richard tiene razón - mereces sólo sufrir, sentir 183
dolor.

Pip asintió lentamente. –Tienes razón, –dijo él, su voz suave e hipnótica–, pero no por la
razón que tú crees. –Él levantó la cabeza y miró a Richard–. El anillo, –dijo–. No es lo que
piensas que es. No es el círculo eterno de la vida. Has estado persiguiendo una fantasía,
persiguiendo tu cola. No existe una fórmula para ser encontrada en él.

Los ojos de Richard se recargaron con ira. – ¡Cómo te atreves! –Gritó–. ¡Cómo te atreves
a hablar conmigo! No sabes nada. Eres un criminal que no sabe nada. –Miró de nuevo al
científico–. ¡Pensé que te dije que siguieras buscando! –Gritó–. Pensé que te dije que –

–El círculo eterno de la vida es el círculo de la vida y la muerte, Richard. Eso es lo que
necesita protección. Eso es lo que he estado tratando de proteger todo este tiempo. El
circulo de la vida y la muerte. Sabía que la Longevidad no iba a funcionar para siempre.
La naturaleza puede ser interrumpida por el hombre - podemos construir represas,
podemos crear drogas, podemos levantar casas, puentes. Pero no puede ser detenida
para siempre. La naturaleza encuentra una salida. Incluso a través del concreto, Richard,
una mala hierba crecerá. El virus, la epidemia que se extiende por el mundo - no es un
resultado de la Longevidad siendo copiada. Es un resultado de la Naturaleza que
finalmente encontró una manera de entrar. La Longevidad se ha mantenido igual,
mientras que el ejército de la Naturaleza se ha transformado, mutado. Ha ganado,
Richard, como siempre supe que lo haría.

– ¿Copiada? –Preguntó Hillary, con los ojos malvados–. ¿Qué quieres decir?

–La Longevidad no estaba contaminada, –dijo Pip gentilmente –. Simplemente se quedó


sin fuerzas.

Richard lo miró fijamente. – ¡Cómo te atreves! –bullía–. ¿Quién eres tú para decirme - ?
–Sabes quién soy, Richard, –dijo Pip, caminando hacia él. Miró a Jude, sus cautivantes
ojos azules le comunicaron algo importante que Jude sólo parecía entender
subconscientemente, llenándolo con un calor, con el conocimiento de que no lo había
traicionado–. Reconoces mi voz, –continuó suavemente Pip–. Estás tratando de llegar a
una explicación, tratando de decirte a ti mismo que tu memoria te está jugando una
mala pasada. Pero sabes que soy.

–No sé de qué estás hablando. Eres un loco. Eres… –dijo Richard, pero Pip no hizo caso.
184
–El anillo nunca tuvo la fórmula en él. Fue una búsqueda inútil, Richard - algo para que
te centraras, algo que te cautivara mientras tu mundo se derrumbaba, –continuó, aún
acercándose a Richard, con su voz suave y apacible –. Y si incluso la tuviera, la fórmula
no es lo que necesitas. La Longevidad no puede luchar con el virus. Tu reinado ha
terminado.

Richard negó con la cabeza con desesperación. Estaba mirando a Pip como si nunca lo
hubiera visto antes, como si fuera una sorpresa encontrarlo en la misma habitación.

–Examina atentamente el anillo otra vez, –declaró Richard–. Tiene que haber algo...

–Se acabó, Richard, –dijo Pip–. Sabes que se acabó. No puedes mentir más. No hay nada
por que mentir.

– ¿Qué está acabado? –Hillary preguntó, mirando a Richard con miedo–. ¿De qué está
hablando?

Richard pareció no oírla. En su lugar, se dirigió a Pip con vacilación, con un temor real en
su rostro–. Los ojos, –dijo, con su voz apenas audible –. Tus ojos.

–Los cirujanos no pueden hacer mucho con los ojos, me temo, –dijo Pip, sonriendo
ahora–. Mandíbulas, narices, barbillas, la forma de las mejillas, pero no los ojos. No en
realidad. Aún así, me gustan mis ojos.

– ¡No! –Richard dijo, temblando violentamente –. No, es imposible. Estás muerto. –Miró
a Derek–. Está muerto. Tú lo mataste.

–No, –Derek negó con la cabeza–. No, Richard, no lo hice.

– ¿Quién ha muerto? –Hillary preguntó con ansiedad–. ¿De quién estás hablando?
Richard abrió la boca y luego la cerró de nuevo. Miró a Pip como si se encontrase con un
fantasma. Luego empezó a temblar.

–Albert Fern, –susurró.

–Hola de nuevo, Richard, –dijo Pip, la sonrisa dejando su rostro–. Ha pasado mucho
tiempo, ¿no es así?

185
Capítulo 24

D
urante un minuto o así, se sentía como si el mundo se hubiese detenido.
Nadie dijo nada, nadie se movió. Entonces, de repente Richard corrió hacia
Peter, tirando de Molly de sus brazos y sosteniéndola en el aire. – ¡Dame la
186
fórmula, bastardo! –Le gritó a Pip–. ¡Dámela ahora o ella muere! ¡Todos ellos mueren!

Los gritos de Molly llenaron la habitación mientas Richard la sacudía. Anna miraba con
los ojos muy abiertos, entonces saltó sobre él, pateando y mordiéndolo como un animal
salvaje. – ¡Dame a mi hija! –Gritó–. ¡Dámela!

Peter le arrebató a Molly de sus brazos cuando Richard cayó al suelo, y Anna continuó
su frenético ataque hasta que Peter suavemente la apartó.

–Derek, –exclamó Richard–. Derek, ¡mátalos! ¡Mátalos a todos!

Derek se volvió lentamente para mirarlo, y luego negó con la cabeza.

–Derek, –dijo Richard con voz estrangulada, mirando a su jefe de seguridad con
incertidumbre –. Derek, no hagas esto. Ahora no. Tenemos a Albert. Él nos dará la
formula. Podemos gobernar el mundo otra vez, Derek. Tú y yo. Podemos hacerlo - sabes
que podemos.

–No, Richard, –dijo Derek. Se acercó al escritorio y se apoyó contra él. Tomo un respiró
hondo y soltó el aire, y luego tomó su cabeza entre las manos.

–Está enfermo, –dijo Hillary con cautela–. Guardias, él está –

Pero antes de que pudiera terminar su frase, Derek se enderezó. –Tanto tiempo,
–suspiró–. Demasiado tiempo. Ha pasado demasiado tiempo.

– ¿Qué ha pasado mucho tiempo? –Richard hervía–. ¿De qué estás hablando?

–He estado haciendo esto tanto tiempo que apenas sé quién soy, –dijo Derek. Miró a su
alrededor salvajemente –. ¿Quién soy yo? ¿Qué soy yo?

–Tú sabes quién eres, –dijo Pip suavemente –. Lo sabes, Derek.


–No, no lo sé, –dijo Jude, con voz plana–, pero quiero saber. Quiero saberlo todo. ¿Tú...
eres Albert Fern? –le preguntó a Pip con incredulidad.

Pip asintió.

– ¿Tu inventaste la Longevidad?

– ¡No! –Richard gritó–. No, Derek lo mató. Albert Fern ha muerto.

–No muerto, –dijo Derek–. No está muerto, Richard. No lo hice. 187

Hubo un silencio atónito. –No podías hacerlo, –dijo Pip suavemente. Luego respiró
hondo y se acercó a la ventana, antes de volverse a Jude –. Derek entendió, –dijo
simplemente –. Richard le pagó para matarme, pero él no era un asesino. Era un guardia
de seguridad. Era un hombre. Un hombre con una intuición, con inteligencia. Un
hombre valiente. Un hombre que podía ver, como yo, que ya era demasiado tarde para
detener a Richard, que las ruedas ya estaban en marcha, pero sea lo que pasara, el
círculo de la vida tenía que ser protegido. Sin embargo ese mundo nuevo que Richard
jugaba, la vida nueva debía ser creada, de manera que cuando este día llegara, no todo
estaría perdido. Los seres humanos son animales destructivos, Jude, pero también son
sabios. No pueden permitirse morir simplemente por las aspiraciones de un solo
hombre.

Jude estaba temblando y las lágrimas llenaron sus ojos. –Sabía que le mandaste los
mensajes a Richard, –dijo, con una voz graciosa–. Al principio pensé que era Sheila. Pero
luego huyó para encontrar a sus padres. Ella había pensado que fui yo. Me di cuenta...
–Miró hacia ella suplicante. Poco a poco, ella se enderezó y se puso de pie, y luego
alargó la mano y cogió la de él.

–Te diste cuenta de que habías pensado lo que me animaba a pensar, –dijo Pip
gentilmente –. Lo siento, Jude. No podía decirte lo que estaba pasando. Era un juego
largo. Un juego muy largo. Y el final estaba a la vista. Tenía que mantener a Richard
preocupado mientras que Derek y yo implementábamos nuestro juego final.

– ¿Tu me enviaste el mensaje? –Peter miró a Pip con incertidumbre –. ¿Dejaste que
tomaran a Anna?
Pip asintió. –No esperaba que vinieras a Londres. Cuando lo descubrimos... Sabíamos
que Anna no estaría a salvo. Sabíamos que teníamos que llegar allí antes de que alguien
más lo hiciera. Richard estaba cerca. Tuvimos que actuar con rapidez.

–Pero ella fue llevada por sus hombres, –prosiguió Peter, sacudiendo la cabeza con
incredulidad, con ira.

–Hombres de Derek. Hay una gran diferencia, –dijo Pip sombríamente –. Entiendo por
qué estás enojado, Peter, pero teníamos que hacer lo que hicimos. Teníamos que 188
mantenerla a salvo. No lo habíamos planeado... los eventos se hicieron cargo - los
ataques contra el Subterráneo, Richard acercándose a tu casa segura. No podía correr el
riesgo, no podía arriesgar a desentrañar todo. Pincent Pharma es el edificio más
protegido del mundo. Puede que no sea cómodo, pero es seguro.

La mente de Jude estaba corriendo. –Los Excedentes, –jadeó–. ¿Tomaste a los


Excedentes también?

–Sí, –Pip asintió lentamente –. Dejados en los Establecimientos de Excedentes, habrían


sido atacados, incendiados como todo el mundo bajo sospecha. No habíamos apostado
que las Autoridades culparan al Subterráneo. Eso cambió las cosas.

–Pero Derek, –dijo Jude, mirando al hombre que había temido durante tanto tiempo–.
Quería matarme. Él nos habría matado a todos.

–No, –dijo Pip.

Derek miró hacia arriba miserablemente. –Lo siento, –dijo él, cayendo de rodillas–. Lo
siento. Tenía que hacerlo. Nos pusimos de acuerdo. Lo único que importaba era el final.
El circulo eterno de la vida.

– ¿Eso era más importante que nosotros?–Preguntó Jude fríamente.

Pip negó con la cabeza. –Tú eres el círculo eterno de la vida, –dijo–. Tú y Jude, y Anna, y
Sheila y los niños. Especialmente los niños. Tú eres la verdadera renovación. La
Longevidad amenazó con romper ese círculo; teníamos que seguir con el vínculo.

–La Longevidad mantiene viva a la raza humana para siempre, – exclamó Richard
airadamente desde el piso donde todavía yacía. Estaba temblando, arañando su
garganta.
–No, –Pip negó con la cabeza–. No para siempre. La vida es algo cambiante, Richard. La
evolución nos enseña que la adaptación es la clave para la supervivencia. Ningún
fármaco podría desafiar ese principio fundamental.

–Derek. Mi amigo, –logró decir Richard, su voz era ronca y dolorida–. Derek, te perdono
por lo que has hecho. Todos tenemos nuestros momentos de debilidad. Derek,
ayúdame. Tráeme agua. Tortura a este hombre. Obtén la fórmula. Todo va a estar bien
otra vez. Todo…
189
Todo el mundo se volvió hacia Derek, cuyos ojos se precipitaron hacia a Pip y viceversa.
Luego se echó a reír, con una risa aterradora llena de dolor, de desesperación y enojo.
– ¿Tu amigo? –Él negó con la cabeza–. Nunca he sido tu amigo, Richard. Nunca.

–Por supuesto que sí. Estás delirando, eso es todo, –gruñó Richard–. Te han lavado el
cerebro. Albert te tiene - ahora lo veo. Pero no puedes dejar que él gane. No puedes,
Derek.

–He trabajado para ti más de cien años, –dijo Derek, en voz baja y furiosa–. Más de cien
años he fingido. He matado y mutilado e hice cosas indescriptibles. Y todo por Albert.

– ¡No!, –Gritó Richard–. ¡No, no es cierto!

–Por Pip, –prosiguió Derek desesperadamente –. Ese día me dijiste que lo llevara, lo
hice, –dijo Derek–. Lo amenacé con matarlo. Le di una paliza. Hice todo tipo de cosas. Y
él solo me decía que no sabía lo que estaba haciendo, que me perdonaba, que su vida
no importa, pero sí, el hecho de que la vida misma.

– ¿Has estado... tú has estado de nuestro lado todo este tiempo? –preguntó Peter de
repente, mirando a Derek con incertidumbre.

– ¡No! –Sheila gritó de repente –. No, está mintiendo. Él es malo. No está de nuestro
lado. No lo está. No puede ser.

–Silencio, –dijo Pip suavemente –. Sheila, Derek está diciendo la verdad.

–Entonces ¿por qué no nos ayudó? –Anna le preguntó en tono acusador–. ¿Por qué me
encerró? ¿Por qué dejó que Sheila...? ¿Dejó que los Excedentes...? ¿Cómo pudo
hacerlo?

–Sí, –dijo Jude con suspicacia–. ¿Cómo pudo hacerlo?


Pip se acercó hacia él y le puso la mano sobre su hombro. –Jude, debes entender. Derek
tenía que estar cerca de Richard Pincent más que nadie. Tenía que estar más allá de
toda sospecha. No podíamos correr el riesgo de que sea descubierto, incluso si eso
significaba sufrimiento. Incluso si eso significa que perderíamos personas.

–Derek te habló de la Unidad X, –dijo Peter de repente –. Él es la razón por la que entré.
Nos ayudó a salvar a Sheila.

Pip asintió. –Él me alertó de muchas cosas, pero teníamos que garantizar que la 190
inteligencia parecía provenir de otras fuentes, –dijo.

– ¿Todo este tiempo? –Richard se quedó sin aliento–. ¿Todo este tiempo has estado
trabajando para él?

–Albert me dijo lo que iba a suceder. Predijo todo, –dijo Derek en voz baja–. Incluso
esto. Sabía que todo iba a terminar, a menos que... a menos que –

– ¿A menos que qué? –Hillary intervino.

–A menos que nos aseguremos de que hayan niños, –dijo Pip en voz baja–. A menos que
protejamos el circulo eterno de la vida. El nacimiento y la muerte, como siempre lo ha
sido. Eso es lo que el anillo simboliza, Richard. No la fórmula de la Longevidad. Se trata
de la eternidad de la Naturaleza, la forma correcta de vivir para siempre. A través de
nuestros hijos, a través de los hijos de nuestros hijos. A través de Peter, Jude, Molly y
Ben, los Excedentes de todo el mundo.

Jude trató de tragar, pero descubrió que no podía - un bulto enorme había aparecido en
su garganta. En su lugar, se dirigió a Pip desesperadamente. –Lo siento, –dijo–. Dude de
ti. Yo que pensaba... Cuando te vi con Derek pensé que estabas de su lado. Pensé...

–Tenías razón en dudar de mí, –dijo Pip suavemente –. Eres un líder, Jude y un líder
nunca puede confiar ciegamente. Me has ayudado más de lo que puedo decir. Estoy...
–Él miró hacia abajo–. Estoy muy orgulloso de ti, Jude.

Jude se mordió el labio. –No, –dijo él rotundamente –. Yo te fallé.

–Tú nunca podrás defraudarme, –dijo Pip, con su voz un poco ahogada. Luego tomó una
respiración profunda–. He sido tan duro contigo, Jude. Te he mentido, he ocultado la
verdad de ti. De todos ustedes. Pero sólo hice lo que hice para protegerlos. Para
proteger el círculo de la vida. Ahora he hecho lo que tenía que hacer, ahora he pagado
el precio por lo que hice hace tantos años. Ahora es tiempo para ustedes. Tú eres un
líder, Jude. Es el momento para liderar. Debes inspirar, debes planificar, debes hacer del
mundo un lugar mejor. Peter, tu eres un luchador. Un protector.

–No, –dijo Peter, lanzando una mirada a Anna–. No, Pip. Soy un padre. Eso es lo que
debería haber sido en vez de venir a Londres. No soy un luchador. Ya no más.

–Sí que lo eres, –dijo Anna, con su voz suave pero firme –. Eres un luchador, Peter.
También eres un padre, pero puedes ser ambas cosas. Los niños y yo - no somos los 191
únicos que te necesitan.

Peter la miró durante unos instantes y luego asintió con gratitud, al darse cuenta de que
ella lo había perdonado, que entendía.

–Anna tiene razón - debes ser todas estas cosas, –dijo Pip suavemente –. Luchar por el
futuro. Proteger a aquellos que necesitan protección. Ser un padre, Peter - para tus
hijos, para tus futuros hijos, para otros que no tienen padres por su cuenta. ¿Y Anna?
–Anna miró hacia arriba, con los ojos muy abiertos, pero decidida–. Tú, Anna, debes ser
la madre de todos. Tienes que ser la más fuerte de todos, ya que necesitaras liderar y
proteger y luchar. Debes negociar, convencer, debes ofrecer. Y tienes que cuidar de
Sheila.

–Yo cuidaré de Sheila, –dijo Jude con fuerza, pero Sheila negó con la cabeza.

–Puedo cuidar de mí misma, –dijo con calma. Caminó hacia Pip, y sus ojos se clavaron en
los de él inquebrantablemente –. Ya no necesito más padres, –dijo, con la voz un poco
atrapada–. No necesito protectores. Voy a ser útil, Pip. Voy a proteger a los Excedentes.
Voy a ayudar.

–Sí, lo harás, –dijo Pip, sonriendo gentilmente –. Eres más fuerte de lo que crees, Sheila,
y me gustaría poder estar aquí para verte descubrir esa fuerza.

–Tú puedes, –dijo Jude con incertidumbre –. Lo harás.

Pero antes de que Pip pudiera responder, Richard se levantó tabaleando de su silla.
–Basta de estas mentiras, –bullía–. Hillary, haz algo. Detén estas mentiras. Guardia,
llévatelos. Mátalos a todos...

Hillary lo miró con disgusto. –Guardia, –dijo–, llama para que alguien se lo lleve. He oído
suficiente de sus mentiras. Más que suficiente.
El guardia asintió y segundos más tarde, llegaron dos hombres enmascarados. Agarraron
a Richard por los brazos y piernas y lo llevaron fuera de la habitación.

– ¡No! –Richard gritaba mientras era arrastrado por el pasillo–. ¡No! ¡Agua! Sólo
necesito agua...

Segundos más tarde los gritos ya no podían ser escuchados y la habitación estaba llena
de silencio.

Hillary miró a su alrededor con los ojos vidriosos, se centró en el científico de Richard, 192
quien estaba de pie junto a la puerta, con el rostro tan blanco como su bata.

– ¿Así que no hay contaminación? ¿Hay un virus? ¿No puede ser curado? –Preguntó.

Él negó con la cabeza. –No. Tal vez los síntomas pueden ser aliviados con la medicina
antigua, pero hemos realizado cientos de autopsias y no podemos... –Se calló, luciendo
un poco enfermo–. No, –susurró–. No se puede curar.

– ¿Y afecta a todo el mundo?

–No a todo el mundo, –dijo Pip gravemente –. No a los Excluidos por Voluntad. No a los
Excedentes. No a aquellos cuyos sistemas inmunológicos han sido permitidos para
funcionar.

Hillary asintió lentamente. –Entonces tenemos que planificar, –dijo, sólo sus manos
temblorosas traicionaron su emoción–. Debemos mantener el orden. Debemos
organizarnos. –Estudió cuidadosamente a Pip–. ¿Cuánto tiempo tenemos?–Preguntó
finalmente.

–Semanas. Meses como máximo, –dijo Pip–. Tenemos que proteger a los que
sobrevivirán. Eso es lo más importante.

–Por supuesto. –Hillary asintió–. Y tenemos que hacer frente a los cadáveres...
logísticamente, quiero decir. No tenemos tumbas. No –

Derek se movió hacia adelante. –Ya hemos elaborado planes para la gestión civil. No
queremos disturbios. No queremos la histeria de masas. Pero las cosas van a causar
problemas. Habrá una escasez de trabajadores clave, una escasez de policías, de
agricultores, de sepultureros. Puede haber ataques terroristas en el extranjero, incluso
guerras si la gente realmente se desespera.
Hillary estaba asintiendo, como si estuviera en piloto automático. –Estás hablando como
si el mundo estaría llegando a su fin, –acertó a decir.

–No es un fin, un nuevo comienzo, –dijo Pip suavemente –. Un comienzo sin la


Longevidad. Un comienzo que tiene vida, ya que también tiene muerte. Hillary, la gente
ha estado enferma por mucho tiempo, y no de enfermedad sino de sus semividas - sin
suficiente comida, sin suficiente energía, sin suficientes cosas para llenar el día. Es hora
de poner fin a la Longevidad. Es hora de poner fin a la enfermedad.
193
Hillary asintió vagamente. –Los niños - deben ser enseñados. Ellos tienen que entender
tanto si van a... –Se calló, frunciendo el ceño, como si su cerebro estuviera tratando de
procesar tanta información a la vez–. Los jóvenes deben ser enseñados. Y rápidamente,
–dijo. Luego se dejó caer en una silla, apretándola, con sus nudillos blancos y
temblando.

–Hillary, –dijo Pip, acercándose a ella y poniéndole una mano sobre su hombro–. Ellos
entienden más de lo que crees. Cómo liderar, cómo mantenerse a sí mismos, cómo
luchar por lo justo, por lo que creen.

Él miró por encima a Jude, a Peter, Anna y Sheila. –No podría estar más orgulloso de
ustedes, –dijo él, su voz apretada–. De todos ustedes. Jude, Sheila, Anna - son todos los
padres del nuevo mundo. Una nueva oportunidad para hacer las cosas bien. O por lo
menos para hacerlas mejor. Hemos cometido tantos errores, arruinado tanto. Ustedes
son nuestra esperanza.

– ¿Nosotros? Estás hablando como si no vas a estar para ayudar, –dijo Jude con torpeza.

Albert sonrió, con sus ojos azules brillando. –Exactamente, Jude, como siempre, –dijo–.
Sabes, he esperado este momento durante mucho tiempo, –dijo–. Tan pronto supe que
el final estaba cerca, dejé de tomar mi Longevidad. Fue una liberación. No deben tratar
de aferrarse a las cosas que están más allá de su fecha de caducidad. Ninguno de
nosotros debería, incluyéndome a mí. Ahora sólo tengo que decirles adiós a ustedes,
para asegurar de que tienen todo lo necesario para el nuevo mundo que tienen por
delante. Tengo días, tal vez, pero no más.

–Pero... pero te necesitamos. El Subterráneo te necesita, –dijo Jude, luchando contra las
lágrimas.
–No, –Pip negó con la cabeza–. El Subterráneo ha terminado. No hay más necesidad de
ello. Ha servido a su propósito. Hay un nuevo mundo para construir, Jude, y sé que eres
capaz de construirlo. –Él sonrió gentilmente –. La verdad es, que tengo ganas de un
sueño muy largo. El más largo.

–Pero... –dijo Peter, sacudiendo la cabeza–. No te puedes ir. No puedes.

–Todos nos vamos con el tiempo, –dijo Pip suavemente –. Y otros vendrán a nuestro
paso. Solo soy una hoja, Peter. Sólo una hoja que cae del árbol para que un nuevo brote 194
pueda crecer. Cuida de los brotes, ¿quieres? Y el uno al otro. Los echaré de menos.

–Y nosotros te extrañaremos, –dijo Jude, con su voz llena de emoción–. Pero puedes
confiar en nosotros. Seremos el futuro, Pip. Lo haremos juntos. –Él extendió su mano a
Sheila y tomó la de ella.

–Juntos. –Ella asintió tímidamente.

–Juntos, –acordó Peter, extendiendo su brazo a Anna.

–Juntos, dijo ella.

–Untos, –dijo Ben, mirando hacia ella con incertidumbre –. ¿Casa ahora? ¿Vamos a
casa?

–Esta es tu casa, jovencito, –dijo Pip, sus ojos brillaban de nuevo–. El mundo entero lo
es.
Epílogo
14 de marzo, AF 15

Molly se echó hacia atrás en su silla, dejando que el sol calentara su rostro por unos
minutos más. Era temprano en la tarde y sabía que no debía estar desperdiciando la
buena luz del día, pero era muy delicioso, muy dichoso simplemente estar acostada allí, 195
suspendida en el tiempo.

– ¿Molly? –Ella miró hacia arriba para ver a Albert, su hermano menor, mirando con
curiosidad.

–Sí, ya voy. Sólo estaba... –Ella se calló cuando lo vio sonreír, sus ojos brillaban, y se dio
cuenta de que no estaba molesto con ella, que no iba a contar nada.

–Sé exactamente lo que estás haciendo, –dijo alegremente –. Solo no dejes que Papá te
atrape.

Ella asintió y se levantó de la silla con cansancio.

–Ha arreglado el tractor, –continuó Albert.

Los ojos de Molly se iluminaron. El tractor había estado fuera de acción desde hace días,
dando como resultado extremidades doloridas y la espalda de todos ellos. – ¿En serio?
¿Cómo?

Albert se encogió de hombros y metió sus manos en los bolsillos. –No sé. Ben lo estaba
ayudando. El motor estaba sucio o algo así.

Molly rodó los ojos. – ¿Sucio? –Nunca dejaba de sorprenderse que su hermano
mostraba tan poco interés en cualquier cosa de la naturaleza técnica–. ¿Sabes cómo un
motor realmente funciona, Alby?

–No, y no quiero hacerlo, –dijo, guiñando un ojo. Molly se echó a reír y lo siguió por el
camino de tierra hacia los campos donde pasaban las tardes todos los días. Las mañanas
eran para el aprendizaje - su madre siempre aclaraba eso. Las palabras y sumas y las
ciencias y preguntas eran lo que importaba según los ojos de Mamá. –Hay que
cuestionar todo, –diría–. Siempre tienes que preguntarte por qué, y si no entiendes la
respuesta, vuelves a preguntar.

Así que Molly lo hizo. Hacía preguntas todo el tiempo, exigiendo saber cómo
funcionaban las cosas y por qué, descubrir qué sucedía cuando agregabas una cosa a
otra, encontrar la manera de hacer las cosas y cómo romperlas. También preguntaba
sobre el pasado. Había sido demasiado pequeña para recordar mucho del viejo mundo -
lo único que recordaba eran conversaciones acaloradas y mudándose mucho y estar
dentro porque "los matones" estaban destrozando la calle principal y saqueando. 196
Recordó que su padre desapareció durante lo que parecieron años para unirse al Nuevo
Ejército del Subterráneo para patrullar las calles y dividir las cosas de manera justa, para
Gestionar la Entrega. Todavía no estaba segura de lo que era la Entrega, pero sabía que
lo que se entregaba era valioso y que las personas que lo tenían no querían regalarlo.

Sus padres no hablaban mucho de la Entrega - dijeron que era demasiado reciente, que
la Nueva Civilización era todavía demasiado frágil. Pero ellos respondieron a las
preguntas de Molly sobre el Viejo Mundo felizmente. ¿Qué se sentía tener tiendas en
lugar de tener que producir tu propio alimento? ¿Hubo realmente un tiempo que había
demasiada gente? ¿Qué le pasaba a la señora Baker en la carretera, y donde se había
ido el señor Baker?

Las tiendas estaban bien, su madre le dijo, pero no siempre eras libre de comprar lo que
querías y, a veces las cosas eran tan caras que no podías tenerlas incluso si eras
permitida. Eso llevó a otra pregunta sobre el dinero, que sonaba muy exótico y
emocionante para Molly, pero su madre le aseguró que no ayudaba mucho.

Si, el mundo estaba realmente demasiado lleno una vez, su madre le dijo, y no se
permitían niños en absoluto porque nadie moría. Molly solía amar y odiar esa historia
en igual medida. Había sido su cuento favorito a la hora de dormir cuando había sido
pequeña - un mundo sin niños, con Cazadores y Establecimientos de Excedentes y
ningún hermano con quien jugar, ningún espacio para jugar. Ellos tenían todo el espacio
del mundo ahora, su madre le diría. Eran muy afortunados, incluso si era frio a veces y
no había muchos otros niños con quien jugar. Ellos se tenían el uno al otro y eso era más
importante que cualquier cosa. Tenían el futuro también.

En cuanto a la señora Baker, su madre le dijo que ella era una de las viejas Legales. No
había muchos de ellos porque la mayoría habían muerto hace mucho tiempo del Virus,
pero algunos habían sobrevivido - nadie sabía por qué. Ahora ella era muy, muy vieja y
no podía hacer mucho más que sentarse a esperar, que era por eso que tenía que cuidar
de ella y Molly iba cada día para leerle, para hacer las cosas más soportables hasta que
llegara el final . El Sr. Baker ya se había ido al Otro Lado. Era bueno para ir allí, su madre
le dijo, cuando era tu tiempo. Nadie debería quedarse más tiempo que su acogida.

–Vamos, perezosa, o no tendrás cena antes de acostarte.

Molly miró a Albert y levantó una ceja. Sus padres siempre amenazaban con eso cuando
uno de ellos desobedecía, pero nunca fueron con eso. Mamá solía tener mucha hambre 197
cuando era pequeña, Papá le había dicho a Molly una vez. Por eso ella nunca los dejaba
irse sin comer. Eso era porque la visión de protuberantes huesos la enviaban corriendo a
la cocina para hornear pan. Tío Ben solía tomarle el pelo a veces, fingiendo desmayarse
de hambre cuando no le gustaba la comida que había hecho, por lo general en el
invierno, cuando las reservas se estaban agotando y comían avena por quinta vez en
una semana. Pero nunca se burló de ella por mucho tiempo debido a que ninguno podía
soportar verla triste.

–Ahí estás. –Papá estaba esperando en el campo y Ben estaba en el tractor, un punto en
la distancia, el tranquilizador zumbido de la máquina apenas era audible. Cada vez que
se rompía Papá diría que - no era más un tractor. Diría que era un alivio, ya que
consumía más energía que sus dos hijos juntos, pero de alguna manera siempre lo
hacían funcionar otra vez. Papá dijo que un día no habría más gasolina y entonces
tendrían que hacer el trabajo a mano–. Alby, gallinas. Necesitan un vistazo. Y Molly,
limpia los cerdos. ¿Está bien?

Se vieron el uno al otro, Albert evidentemente triunfante en la división del trabajo.


– ¡Nos vemos! ¡No me gustaría ser tú! –susurró en voz baja mientras desaparecía hacia
el gallinero.

– ¿Cerdos? –Molly hizo una mueca de disgusto–. ¿En serio?

Su padre asintió con severidad. –En serio, –dijo, despeinando su cabello–. Adelante.

Ella suspiró y se acercó a la porqueriza. Era lo suficientemente grande para cincuenta


cerdos, pero sólo tenían veinte. Papá le había dicho que solían tener cientos de cerdos,
todos encerrados juntos. Eso era lo que Molly pensó que el mundo debe haber sido
antes - personas completamente aplastadas sin espacio para moverse. Papá dijo que la
gente había usado mucha energía y que el mundo había estado calentándose, pero
Molly pensó que era sólo porque no tenía espacio suficiente. A veces, cuando eran más
jóvenes, Alby solía dormir en su cama cuando estaba asustado, y ella siempre terminaba
arrojando las mantas.

Con rapidez se puso a barrer la porqueriza, llenando los comederos con alimento y agua.
Luego jugó con los cerditos durante unos minutos, con cuidado de no enemistarse con
su madre. Por último, mirando a su alrededor para comprobar que nadie podía verla,
sacó su cuaderno. Ella llevaba su cuaderno a todas partes - había sido un regalo de su
madre por su decimocuarto cumpleaños. En él, puede registrar eventos interesantes 198
tales como los debates mensuales de la ciudad donde todos los adultos se reúnen y
discuten sobre cosas como la división de la tierra y el uso de las acciones antiguas y si
los pozos eran propiedad de la comunidad o del propietario de la tierra. Una vez que
tenias catorce años eras animada a ir a los debates y aprender acerca de cómo
funcionaban las cosas, y mientras que Ben los descarta como aburridos, a Molly le gusta
escribir todo lo que escucha y pensar en ello más tarde. También hace dibujos en su
cuaderno y una lista de sus esperanzas, sus miedos, sus deseos y sus puntos de vista
sobre otras personas.

Pasó a través de las páginas, deteniéndose de vez en cuando para volver a leer un
pasaje del que estaba particularmente orgullosa, como el de Valores. Sus padres le
habían dicho recientemente todo sobre los depósitos de Valores, donde las cosas de
antes se guardaban, como la gasolina y los relojes y los tejidos y los libros. Habían sido
puestos allí por las Autoridades poco antes de la Entrega. Tenias que comprar las cosas
del líder de la ciudad, pagando con comida o Trabajo Comunitario, pero sus padres
dijeron que un día los depósitos estarían vacíos porque nadie puede hacer estas cosas
de nuevo. Dijeron que el tío Jude estaba tratando de iniciar un programa de formación
pero nadie quería participar. Dijeron que a los adultos no le gustaba la idea de la
formación, ya que traía malos recuerdos de cómo eran las cosas antes.

Ella continuó volteando las páginas hasta que llegó a su imagen favorita. Era un flotado
y su madre le había enseñado cómo hacerlo, tomando un objeto y poniéndolo debajo
del papel y frotando el otro lado con un lápiz para que el objeto fuera revelado como
una imagen. Lo había intentado con un par de cosas, ninguno de las cuales lucían muy
bonito, y entonces su padre le había dado su anillo y la dejó frotar el grabado. Era
hermoso - una flor, tan delicada, tan bellamente dibujada.
La imagen era muy importante, Papá le había dicho - representaba la Renovación, lo
que significaba lo nuevo reemplazando lo viejo. Como las hojas verdes que vienen a
través de la primavera, él había dicho, y las viejas caen al suelo. Molly asintió
sabiamente cuando él le había contado, pero en secreto había pensado que estaba
equivocado. No representaba la Renovación - representaba algo más, algo que no
entendía todavía, pero que lo descifraría un día, estaba segura. Debido a que su
padre no parecía haberse dado cuenta de que la imagen estaba hecha de letras y
símbolos, como los que había aprendido en ciencias. Los había copiado en la página
199
siguiente y se quedó mirándolos hasta que sus ojos habían dolido, pero por ahora no
querían que ella supiera lo que significaban. Lo había averiguado, sin embargo. Eso
era de lo que se trataba la ciencia - eso era lo que el tatara-tatara-abuelo Albert le
había dicho en su carta para ella. El verdadero científico permite emerger la verdad.

– ¿Molly? ¿Has terminado con los cerdos? Porque Papá dice que podemos ir con él a
la ciudad, si quieres.

– ¿A la ciudad? –los ojos de Molly se iluminaron. La Ciencia y mariposas olvidadas,


ella se metió el cuaderno de nuevo en su bolsillo y saltó la valla–. Ya voy. ¡Esperen
por mí!

Fin

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