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)
Julieta Cardigni, Pablo Grinstein,
Rodrigo Illarraga, Rodrigo Laham Cohen,
Julián Macías, Pablo Marzocca, Esteban Noce,
Diego Paiaro, Mariano Requena (Comp.)
Nuevas
aproximaciones
a la antigüedad
grecolatina
I
Editorial Rhesis
Sapere, Analía (Ed.)
Nuevas aproximaciones a la antigüedad grecolatina I
Analía Sapere (ed.) Julieda Cardigni, Pablo Grinstein,
Rodrigo Illarraga, Rodrigo Laham Cohen, Julián Macías,
Pablo Marzocca, Esteban Noce, Diego Paiaro, Mariano Requena
(Comp.)
ISBN 978-987-27375-6-6
2013
Editorial Rhesis
www.editorialrhesis.com
info@editorialrhesis.com
Índice
Prólogo / 7
6
Una aproximación a la corte imperial
en tiempos Julio-Claudianos ∗
Introducción
En marzo del año 37 d.C., tras la muerte del caesar Tiberio Claudio Nerón
(42 a.C. –37 d.C.), los senadores romanos confirieron a su sobrino nieto y
coheredero testamentario, Cayo Julio César Germánico, más conocido por
su agnomen “Calígula” (12-41), los poderes públicos más importantes que
detentaba su tío abuelo1. De esta manera, con tan sólo veinticuatro años de
edad, Calígula se constituyó en el princeps, “primer ciudadano” de Roma, e
imperator de los pueblos sometidos a esta.
En dicho momento, la res publica romana estaba supeditada
políticamente al régimen del Principado, denominado así en alusión a la
posición preeminente que ostentaba el príncipe en su estructura2. No
obstante ello, en esta particular forma de monarquía, tanto el Senado como
los comicios y las magistraturas –instituciones rectoras del sistema anterior–
continuaron formando parte integral de la res publica. El objetivo de esta
permanencia ha sido visto por gran parte de la historiografía como una
suerte de “fachada republicana” bajo la cual deliberadamente se pretendía
∗
La presente ponencia forma parte del proyecto de investigación arancelado por el
programa de Unidad Interdepartamental de Investigaciones (UIDI) del Instituto
Superior del Profesorado ‘Dr. Joaquín V. González’: “Aristocracias Imperiales: las
relaciones ideológicas entre la nobleza y el poder central (emperador) en tiempos
del Imperio Romano en la época clásica y tardo-antigua (Siglos I-V)”.
1
Imperium proconsular maius, tribunicia potestas, pontificado máximo.
2
Esta particular forma de gobierno unipersonal, construida progresivamente por
Octaviano el Augusto (63 a.C.-14 d.C.), fue la consecuencia fundamental del
agónico proceso de guerras civiles que puso en jaque a la republica romana en el
siglo I a.C. El nuevo régimen dio término a estos conflictos que no pudieron ser
resueltos en el marco de las instituciones tradicionales. Pero el costo de la nueva
pax, fue delegar prácticamente la totalidad del poder en una sola persona: el
princeps. Y así era percibida esta realidad por los intelectuales del periodo como el
caso de Tácito (An. I.1.1): “No fue largo el señorío (dominatio) de Cinna, ni el de
Sila, y la potencia de Pompeyo y Craso tuvo fin en César, como las armas de
Antonio y Lépido en Augusto, el cual, debajo del nombre de príncipe se apoderó de
todo el Estado, exhausto y cansado con las discordias civiles”.
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Antigüedad
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ocultar el verdadero carácter autocrático del poder imperial3. Dicha
“fachada” se hacía singularmente patente en el momento de la asunción del
poder por parte de un príncipe. Tal como lo refiere Paul Petit, una de las
funciones del Senado en el seno del nuevo régimen era otorgar “la
investidura”, por la cual este elevaba a un ciudadano como príncipe de
Roma. Sin embargo, rápidamente el historiador francés aclara que en
tiempos del Alto Imperio, sólo el emperador Nerva (96-98) fue elegido
efectivamente por el Senado, ya que en general este órgano simplemente se
limitaba a reconocer legalmente como príncipe a aquel que ya había sido
elegido previamente en otras circunstancias, generalmente por algún cuerpo
militar determinado. A la inversa, el Senado nunca depuso a un emperador4.
Fue justamente haciendo uso de este atributo “constitucional” que los
miembros del Senado romano votaron, a su colega Cayo Calígula los
poderes de Tiberio ¿Pero qué los constriñó a elegirlo a él siendo un joven
sin mayor experiencia en la vida pública que la cuestura y la membresía al
colegio pontificio5, haciendo a un lado consagrados hombres de la
nobilitas? Recordemos que tanto Octaviano como Tiberio asumieron el
poder personal tras haber ofrecido larga y exitosamente sus servicios a la
República y habiendo alcanzando los más altos honores a lo largo sus
vidas6. Evidentemente, esta no era la situación política del joven Cayo en
marzo del 377. ¿Podríamos acaso considerar que fue nombrado príncipe en
virtud del principio dinástico, teniendo en cuenta que Cayo era el mayor de
los descendientes masculinos en condiciones de asumir responsabilidades
políticas de la Casa Imperial –domus Caesaris–?8 El Principado, tal como
fue construido por Augusto y continuado por Tiberio, no era una monarquía
hereditaria. No obstante, el carácter de coheredero privado de mayor edad y,
por ende, sucesor legal del príncipe como cabeza de su Casa, le otorgaba
3
Véase Homo (1928, 261-263); Jones (1974, 103-104); Grimal (2000, 79-80).
4
Petit (1969, 34-35).
5
Suetonio, Calígula, 12.
6
En el caso del primero, el haber puesto fin definitivo a las guerras civiles, le elevó
sin discusión por encima del resto desde el punto de vista político-militar e incluso
le otorgó un carácter providencial a su persona tal como se manifiesta en el título
mismo de Augustus que el Senado le otorgara en el año 27 a.C. Por su parte, tras
haber alcanzado los más altos honores en la vida pública de la mano de Augusto, en
el año 14, sin duda alguna la posición política de su hijastro Tiberio aventajaba la
de cualquier otro senador romano.
7
Hecho que llevó al historiador Daniel Nony (1989, introducción) a hablar de la
asunción de éste príncipe como una verdadera “revolución constitucional”.
8
Recordamos que Tiberio Gemelo, hijo de Druso y nieto de Tiberio era aún menor
de edad, y a Claudio Druso, sobrino de Tiberio y tío de Calígula se lo consideraba
imbécil.
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indirectamente una serie de ventajas fundamentales para ejercer el poder
público que sería necesario remarcar.
Con ello, Calígula asumía el control directo de los innumerables resortes
de poder que esto implicaba para dominar el “aparato del estado” y que
ningún otro aristócrata podía disponer. Al observar la naturaleza de la
política en tiempos Julio-Claudianos, T. E. J. Wiedemann concede un lugar
central en su análisis a la Casa Imperial. Según el autor:
Tras la ejecución del prefecto del pretorio Elio Sejano (año 31), los
procesos por lesa majestad que siguieron a todos sus partidarios alcanzaron
al equite Marco Terencio. Habiendo comparecido ante Tiberio en el Senado
por su amistad con aquel prefecto, Terencio pronunció su defensa en los
siguientes términos:
…yo me resuelvo a decir que he sido amigo (amicus) de Sejano, que lo deseé
mucho ser y me alegré infinito cuando lo conseguí (…) Yo veía que los
parientes y amigos de Sejano eran promovidos a grandes cargos y dignidades,
y que no estaba ninguno seguro de la amistad (amicitia) del César hasta no
tener la de Sejano (…) Porque ellos (otros acusados) y yo, ¡OH, César!, no
honrábamos a Sejano el Volseno, sino a una parte de la familia Claudia y
Julia, con la cual éste había contraído estrecho vínculo; a un yerno tuyo, a un
colega en tu consulado y, finalmente, a uno que hacía siempre tu parte en los
negocios de la República. (Tácito, Anales, VI.8)
9
Suetonio. Cal. 12; Jos. AJ 18.6.8; Tácito, Anales, VI.50; Dion Casio 59.28.1-4.
10
“El ascenso de la sociedad cortesana responde indudablemente a los impulsos de
la creciente centralización del poder y al monopolio cada vez mayor de las dos
decisivas fuentes de poder de cada soberano central: los tributos de toda la sociedad
y las fuerzas militar y policíaca”. Elias (1996, 10-11).
11
Este término, derivado del griego aule y ajeno a los tiempos romanos
republicanos, denota de por sí la aparición de esta nueva realidad que era la corte
del emperador. Paterson (2007, 127).
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Respecto de la naturaleza de la corte del emperador, podemos afirmar
que esta se corresponde con la naturaleza misma del poder imperial. En un
artículo revelador Andrew Wallace-Hadrill conceptualizaba este poder
como “ambivalente”. Pues, tanto la indiscutible autocracia que le otorgaba
la amplitud de sus facultades, como el sostenimiento de aquella “fachada”
republicana mencionada anteriormente, eran elementos inseparables del rol
del príncipe forjado por Augusto. De esta forma, ante los ojos romanos, el
princeps aparecía en una posición intermedia entre un ciudadano y un rey12.
Evidentemente, esto era consecuencia de que el nuevo régimen político se
había construido sobre la base del jerárquico orden social tradicional.
Siguiendo esta tesis, podemos afirmar que una definición jurídica del
poder absoluto del príncipe hubiera dado por tierra con dicha “fachada”
republicana. De la misma manera, la institucionalización de una “corte
imperial” hubiera desnudado públicamente el carácter autocrático del
régimen anulando la mencionada “ambivalencia”. Al respecto, con gran
perspicacia, John Crook afirmaba en su clásico Consilium Principis (1955,
3), que no se puede observar a la corte del emperador como un órgano legal
de gobierno, hecho que la historiografía tradicional seguidora de Mommsen
hacía, sino más bien como un grupo de amigos del César. Por esta razón no
podemos descubrir el carácter de la corte, su naturaleza, a partir la
jurisprudencia, sino que para ello en principio debemos rastrear las
funciones que allí se ejecutaban para luego abordar la condición y acción de
aquellos individuos que la integraban.
Si tenemos en cuenta que, entre otros, la corte involucraba tanto al
emperador como a sus más allegados colaboradores y hombres de
confianza, es evidente que en su núcleo se llevaba a cabo el proceso de
decisiones centrales para gobernar y administrar el Imperio. Siguiendo el
estudio de Crook (1955, 116), podríamos afirmar que estas decisiones eran
todas aquellas relativas a la alta política imperial (provincias, reinos
clientes, ciudades, defensa del limes, etc.), a las finanzas del Imperio, a los
nombramientos militares y civiles, a las emergencias y, por supuesto, a la
sucesión imperial. En general las fuentes presentan casi todas las políticas
dirigidas en tal sentido como decisiones exclusivas del emperador. No
obstante, la participación de distintos cortesanos queda atestiguada en una
las funciones más importantes que el emperador desplegaba en el aula: esto
es, el ejercicio de aquello que los historiadores han denominado
“patronazgo imperial”.
12
Wallace-Hadrill (1982, 32-48).
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A falta de una organización burocrática específica para la
administración del imperio13, dicho patronazgo era el mecanismo por el
cual, en primer lugar, se seleccionaba a quienes junto al príncipe
participaban del poder en la corte y, en segundo lugar, quienes ocuparían los
diversos cargos que en mayor o menor medida tendrán la responsabilidad de
administrar el Imperio y ejecutar las políticas que emanen de allí. Este
sistema de relaciones interpersonales14, que ha sido desde arcaico
consagrado en el mundo romano por el derecho y la costumbre, ofrecerá al
emperador una herramienta fundamental para controlar a la elite del
Imperio, siendo por ello considerado una de las bases fundamentales de su
poder15. Por su parte, los mismos cortesanos (familiares, esclavos y libertos
o amici del emperador) recurrirán a este mismo mecanismo para poder
alcanzar mayores honores en el marco de una sociedad que, pese al cambio
13
Véase Garnsey-Saller (1991, 32 y ss).
14
En cuanto al uso del término “sistema” para caracterizar estas relaciones, vale
citar la aclaración del Dr. Carlos García Mac Gaw, quien supone que desde “una
perspectiva funcionalista, resulta tentador entender que la forma que estructura el
conjunto de las relaciones sociales se basa en vínculos extendidos del tipo que
estamos describiendo (clientelares). Es decir que el conjunto de las relaciones
sociales se explicaría desde este “sistema”. Contrariamente, entendemos que el
alcance de este “sistema clientelar” es acotado a determinadas prácticas y espacios
sociales. De acuerdo con ello, adquiere diferentes expresiones en relación con las
funciones que asume, por lo que difícilmente podría entonces ser pensado como
causa, en la medida en que se resignifica según los espacios sociales en que se
inscribe (…) Los vínculos de clientelismo pueden aparecer en diferentes niveles
sociales, como entre terratenientes y campesinos, entre litigantes y abogados en el
plano jurídico, entre soldados y generales, o entre personajes influyentes de la corte
imperial y aristócratas provinciales. Todos estos grupos situados en diferentes
“lugares” sociales se relacionan a través de vínculos clientelares. Sin embargo, cada
una de tales relaciones tiene objetivos, alcances, mecanismos y lógicas propias, aún
cuando todas ellas son relaciones clientelísitcas”. C. García Mac Gaw (2009, 177-
8).
15
Desde la aparición de la monumental obra de Anton von Premerstein en 1937,
Sobre el origen y naturaleza del Principado, varios especialistas han enfocado sus
estudios sobre el Principado romano a partir de lo que podríamos considerar las
bases sociológicas del poder imperial. Consideraremos aquí como bases
sociológicas del poder, a aquellos elementos que aseguran la capacidad de dominio
e influencia política de una determinada persona o sector sobre una comunidad, que
son el resultado de las relaciones sociales existentes entre los individuos
involucrados. En el caso de la sociedad romana imperial, la posición dominante del
emperador sobre el resto de los ciudadanos, y en particular de la aristocracia,
emerge, entre otros elementos, a partir de lo que la historiografía ha denominado
como “patronazgo imperial”.
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político, aún seguía compitiendo por prestigio y dignitas. Al mismo tiempo,
en su calidad de mediadores, los cortesanos tejerán detrás de sí una red de
propios “clientes”, a quienes, gracias a su proximidad al emperador, podrán
hacer participar del patronazgo imperial, controlando así bajo su propia
esfera, importantes aspectos del gobierno del imperio.
El antropólogo Jeremy Boissevain definía el término “patronazgo”
como un sistema fundado en las relaciones recíprocas entre patrones y
clientes, entendiendo por ‘patrón’ a una persona que usa su influencia para
asistir y proteger a otra, la cual, por ello se convierte en su ‘cliente’ y a
cambio le provee ciertos servicios16. Siguiendo esta definición genérica,
podríamos definir al patronazgo imperial como el fenómeno por el cual el
emperador aseguraba de sus súbditos, en principio aristocráticos, la
sumisión, fidelidad y, en ciertos casos, eficaces servicios (officia), a cambio
de la distribución entre éstos de una serie de beneficios (beneficia) políticos,
sociales, económicos, judiciales, que por distintos métodos, su posición
política le permitía monopolizar y distribuir. El rango de beneficia a
disposición del emperador era amplísimo: privilegios legales y sociales,
magistraturas, puestos en el ejército y la administración, beneficios
financieros y judiciales, entre otros17. “Ya que él (el príncipe)”, afirma
Wallace-Hadrill, “y no una burocracia subordinada, era la fuente de
beneficios, inevitablemente los requerimientos estaban mediados a través de
otros. De esta forma, el patronazgo del emperador es el centro de una
compleja red, en la cual los cortesanos actúan como mediadores al igual que
como beneficiarios”18.
La familia del emperador Otón (año 69) puede ser presentada como un
caso paradigmático de cortesanos que ascendieron social y políticamente en
el seno de la corte imperial, acopiando beneficia dispensados por el
emperador directamente o a través de mediadores. Según Suetonio:
16
“…El patronazgo es, por lo tanto, el complejo de relaciones entre aquellos que
utilizan su influencia, posición social o algún otro atributo para asistir y proteger a
otros, y aquellos a quienes estos ayudan y protegen”. Boissevain (1966, 18).
17
Saller (1982, 42 y ss); Wallace-Hadrill (1996, 296-297).
18
Wallace-Hadrill (1996: 297).
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general por hijo suyo. Desplegó gran severidad en las varias funciones que
se le encargaron en Roma, en un proconsulado en África y en muchos
gobiernos extraordinarios. (Suetonio, Los doce césares, Otón, 1.1-2)
19
Al respecto, John Crook considera como amici Principis al grupo de personas
que tenían acceso a las salutaciones imperiales.
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familia imperial: todos aquellos ligados a ésta por lazos de sangre, adopción
o matrimonio quedaban bajo su dependencia directa. Incluso en muchos
casos vivían en el mismo palacio del emperador. Al controlar la domus
Caesaris, el príncipe controlaba un poderoso sector de la aristocracia
imperial; es decir, los miembros, en particular adultos, de su propia familia:
la gens Julia. Viceversa, dicha dependencia directa y cercanía natural al
príncipe garantizaba a los miembros de su familia una posición preeminente
en el seno de la corte imperial. La domus representaba así, uno de los
elementos estructurales de la corte. Es por ello que “todos los miembros de
la familia imperial atraían a sí partidarios y séquito” (Paterson, 2007, 141)
que, a través de los primeros, podían ingresar en la órbita del príncipe,
integrarse a su red de patrocinio y acreditar beneficios políticos, sociales o
económicos. Como bien afirma Richard Saller (1982, 59), si bien “no todos
los emperadores tenían hijos o nietos adultos (naturales o por adopción),
cuando estos existían, ellos y sus amigos eran candidatos naturales a la
beneficencia del emperador”.
Un claro ejemplo de miembros de la domus que, por su proximidad
natural al príncipe, muchas veces lograban desplegar un informal pero
enorme poder dentro de la corte, era el de las esposas. Su rol y el lugar
preeminente que ocupaban en el círculo del emperador ha sido atestiguado
por varias de nuestras fuentes, así como también han sido objeto de
numerosos estudios eruditos. No es necesario ahondar aquí sobre la vasta
influencia política que, a través de sus maridos o hijos emperadores,
ejercieron en tiempos Julio-Claudianos mujeres como Livia, Mesalina o
Agripina. De hecho, en gran medida su influencia se observa en el
desarrollo del patronazgo del emperador. Contar con la gratia de una
emperatriz u otra mujer influyente de la domus podía ser una de las claves
del ascenso socio-político de cualquier ciudadano. Como hemos visto
anteriormente, cuenta Suetonio (Otón, 1) que el abuelo del emperador Otón
(año 69), fue nombrado senador per gratiam Liviae Augustae, en cuya
mansión había vivido de niño.
En este caso como en otros, se demuestra cómo la proximidad fáctica
para con el emperador resultaba clave para ejercer el poder en el nuevo
esquema político. Esta realidad se hace aún más notoria a la hora de analizar
el ascenso y poder que ejercieron algunos de los esclavos y libertos
imperiales (familia Caesaris) durante este periodo. Como pater de la gens
Julia, al morir Tiberio, Calígula heredaba, también, la potestad sobre este
poderoso sector. El enorme poder que, según las circunstancias, podían
asumir estos individuos, de origen social “oscuro” y miembros del personal
doméstico de la domus, en el seno de una sociedad eminentemente
aristocrática como la romana del siglo I, fue una de las consecuencias más
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evidentes del poder real aunque informal que podía ejercer cualquier
miembro de la corte a través de la relación con el César de turno. De
acuerdo con el especialista en el tema Paul Weaver (1967, 4), “algunos, por
su habilidad (…) y su legal y, muchas veces, personal relación con el
emperador, alcanzaban altos puestos (palatinos) desde donde ejercían una
gran y, en algunos casos, excesiva influencia en la estructura del poder
imperial”.
Dado que con el ascenso del Principado la administración de la domus
imperial era, en definitiva, la administración de la cúpula de la res publica,
algunos de los puestos ocupados por los servi y liberti imperiales, aunque
privados, revestían una enorme importancia política. Cargos como el ab
epistulis (que manejaba la correspondencia), el a rationibus (que
administraba el tesoro del príncipe), el a libellis (que manejaba las
peticiones al emperador), o el cubicularius (ayuda cámara), eran
monopolizados por la familia Caesaris. Desde dichos cargos palatinos, estos
individuos podían llevar a cabo una enorme influencia en decisiones
políticas de alto impacto20. Así, podemos observar cómo su poder nacía
fundamentalmente del amplio adiestramiento que tenían respecto de
importantes tareas de administración que, en virtud de la confianza que sus
amos o patrones emperadores les tenían, estas les eran confiadas desde la
época de Augusto. Tan es así, que podemos afirmar que la potestad ejercida
por la cabeza de la familia imperial sobre estos era una de las muchas
herramientas para llevar a cabo la administración del imperio.
Por otro lado, al igual que las mujeres imperiales, su posición les podía
asegurar un rol fundamental en el patronazgo que el emperador ejercía sobre
el resto de los ciudadanos en calidad de mediadores. Dicha mediación, y el
poder que podían desplegar tanto las mujeres imperiales como los libertos a
partir de esta, ha sido especialmente remarcado por las fuentes para
caracterizar el principado de Claudio:
Dominado (Claudio), como he dicho ya, por sus libertos y esposas, antes
vivió como esclavo que como emperador. Dignidades, mandos,
inmunidades, suplicios, todo lo prodigó según el interés de estos afectos y
sus caprichos. (Suetonio, Los doce césares, Claudio, 29)
20
El caso del esclavo Helicón, ayuda cámara (‘cubicularius’ = katakoimistos) de
Calígula, que será analizado en detalle más adelante, es sintomático de esta
realidad. Filón de Alejandría, testigo directo de los hechos que narra en su Legatio
ad Caium, nos pone en conocimiento como sus consejos influyeron en las
decisiones que este emperador tomó respecto del conflicto que se suscitó en los
años 38-40 en Alejandría entre los judíos y griegos habitantes de dicha ciudad.
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Testimonios como estos atestiguan cómo estos individuos oficiaban de
mediadores de beneficios (dignidades, mandos, inmunidades) entre el
emperador que los dispensaba y aquellos que eran susceptibles de recibirlos,
es decir, la aristocracia imperial:
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muchos favores pero recibir muy pocos e inadecuados dones a cambio”21.
Debido a los inmensos recursos con que contaba el príncipe respecto de sus
“amigos”, su posición en dicho sistema ya no podía ser igualitaria, por lo
cual se transformó, de hecho, en un “patrón” de sus amici.
¿Pero a quienes consideraba específicamente la sociedad romana del
siglo I “amigos” del emperador? Debido a la vaguedad del término, este
grupo es el más difícil de delimitar y definir. Virtualmente, “todos aquellos
que de alguna manera compartían el status social con el emperador, es decir,
que eran miembros del orden senatorial y ecuestre, podían ser considerados
amici, a menos que el emperador específicamente renunciara a dicha
amistad” (Paterson, 2007, 143), lo que equivalía a la muerte política, y en
ocasiones también física, del damnificado. Por ende, cualquier miembro de
dichos órdenes, en principio, se encontraba en una posición ventajosa para
ser beneficiario del patronazgo imperial y, por ende, acceder al aula del
príncipe, desarrollarse allí e incluso, según las circunstancias y sus
capacidades, acreditar una posición de poder dentro de ella.
Tal como ya ha sido citado más atrás, Thomas Wiedemann considera
“dependientes” del emperador en tanto cabeza de la domus a quienes
denomina “magnates provinciales”. Evidentemente, este autor fundamenta
esta afirmación en el hecho de que el gobierno de una provincia, cualquiera
fuera el estatuto, era un claro indicio de favor imperial. Estos “magnates”
podían ser ciudadanos senatoriales apuntados por el mismo emperador a
alguna provincia a su cargo (legati augusti) como gobernadores de
provincias senatoriales nombrados por recomendación explícita
(commendatio22) del príncipe al Senado. Al mismo tiempo, existía un
21
Séneca, 1947: De los Beneficios 5.4.2.
22 Respecto de la commendatio como manifestación de una relación de patronazgo
entre quien la otorga y quien se beneficia de ella, Elizabeth Deniaux afirma lo
siguiente: “El joven jurista C. Trebacio Testa se confió a sí mismo desde su
juventud a la fides de Cicerón, quien veló por su educación (Fam. 7.5.3, 7.17).
Cicerón subsecuentemente recomendó a su cliente y estudiante a César,
comandante del ejército en la Galia, por lo cual él a cambio podía avanzar la carrera
de su protegido. En su carta a César, en orden a agregar solemnidad a su
recomendación, evoca la transferencia simbólica de clientelismo en la antigua
costumbre, de su propia mano a la de César. Originalmente, de hecho, la costumbre
de la recomendación personal, la cual se perpetuó al final de la República en una
forma menos rígida, formaba una obligación moral y creaba un deber de fides.
Tradicionalmente, el pedido para entrar en estado de clientelismo voluntariamente
era llamado applicatio (“adjuntarse”). Pero la expresión es muy raramente usada, en
contraste a commendatio (“recomendar”). La etimología de la palabra commendare,
‘poner en la mano (manus)’, o se commendare, ‘confiarse uno mismo en la mano’,
de hecho se refieren al gesto (estrechar las manos derechas, data dextera), por la
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determinado número de “magnates” ecuestres, como el prefecto de Egipto o
los procuratores de alguna circunscripción más específica, nombrados
directamente por el emperador. Si bien no podemos considerar sin más a
estos magnates específicamente como miembros de la domus Caesaris, sí
podríamos afirmar que su nombramiento era percibido como una deuda
personal para con el César y su Casa, y como tal debía ser pagado con la
lealtad personal correspondiente.
La ligazón personal que unía a un legatus con el príncipe y su Casa lo
pone de manifiesto Tiberio al pronunciarse ante los senadores sobre la
muerte de su hijo adoptivo Germánico (año 19) y a la acusación que al
respecto recayó sobre el entonces gobernador de Siria, Cneo Calpurnio
Pisón:
cual una solicitud de asistencia y protección era simbolizada”. Deniaux (2006, 404-
405).
23
Suetonio, Vitelio 2; Dion Casio 59.27; Séneca, Cuest. Nat. IV, Prefacio; Tácito,
An. VI.32.
24
Suetonio, 1994, Vitelio, 4.
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El favor de estos tres príncipes (Calígula, Claudio y Nerón) le elevó a la
cumbre de los honores y hasta las primeras dignidades del sacerdocio.
Obtuvo el proconsulado de África y después el cuidado de las obras
públicas. (Suetonio, Los doce césares, Vitelio, 5)
25
De acuerdo con Elizabeth Deniaux (2006, 405), “los historiadores afirman que
‘rendirse en la confianza’ (deditio in fidem) de un conquistador estaba entre los
privilegios significaba el ingreso en la clientela del conquistador”.
26
Véase Barrett (1990, 286); Wardle (1992, 438); Romer (1985, 88-89).
27
Filón, Legatio ad Gaium, 35.268.
28
Dion Casio, 59.8.1-2.
29
Suetonio, Calígula, 16.
30
Dion Casio, 59.24.1.
31
Josefo, AJ, 19.4.1-2.
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mencionar el rol del Prefecto de la Guardia Pretoriana32.
Independientemente de las circunstancias y del carácter de cada uno de los
equites que ocuparon dicho cargo, su poder devenía, en principio, de su
función como encargado de la seguridad personal del príncipe y de la
confianza personal que, indefectiblemente, debía tener este a quien ocupara
el cargo. Por otra parte, debido a la cercanía inmediata y constante respecto
al príncipe y al poder que directamente le otorgaba el manejo de esta unidad
militar, este nombramiento era un beneficia imperial que elevaba a su
destinatario a una posición de poder fundamental en el esquema político del
Principado y en particular dentro del núcleo de la corte.
Conclusión
A lo largo del trabajo, hemos visto cómo tanto el poder como la dignitas de
todos estos nobles amicus Caesaris estaban mucho menos sujetos a los
cargos que ostentaban, que al hecho de ser considerados por la sociedad
como “amigos” del César y miembros de su corte. No obstante, es
evidentemente que a lo largo de la historia del Principado no todos ellos
participaron del mismo grado de poder. Gracias a las diversas circunstancias
que les otorgaba el acceso al aula, algunos por su función y otros por su
capacidad, podían acceder, dentro de la corte, al círculo íntimo del
emperador y desplegar desde allí un enorme poder. Jeremy Paterson (2007,
140) explica esta realidad a partir de la existencia de “círculos concéntricos”
dentro de la corte imperial que “contenían grupos e individuos que ganaban
poder e influencia por su percibida proximidad y acceso al emperador”. De
acuerdo con este autor, en el núcleo de dicho esquema se encuentra la
domus Caesaris, seguida de los socii Laborum y la familia Caesaris, y por
último de los amici (2007, 141).
A grandes rasgos, podemos coincidir con este cuadro presentado por
Paterson pero haciendo hincapié en una salvedad. A excepción de la familia
Caesaris, cuya membresía implicaba un estatuto socio-jurídico específico
(esclavos y libertos imperiales), la pertenencia al resto de los grupos, lejos
de ser hermética podía resultar bastante dinámica. En principio, como
hemos visto a lo largo del trabajo, el acceso al aula de cualquier cortesano
estaba supeditado a su contexto social de origen. No obstante, su ascenso en
el seno de la corte y su desenvolvimiento entre los diversos “círculos”
32
Tácito (Anales, IV.2) nos revela dicha realidad al referirse a los cambios
introducidos en dicho cargo por impulso del renombrado prefecto del pretorio de
Tiberio, Elio Sejano.
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dentro de esta, dependía de su personalidad y la voluntad del emperador.
Gracias a sus aptitudes y cualidades políticas un amicus podía llegar a ser
considerado un socium laborum. De la misma manera podía serlo un
miembro de la domus, quienes ocasionalmente compartieron ciertos poderes
específicos con su pater, el príncipe33. Por otro lado, un amicus del César,
sea considerado socium Laborum o no de este, podía también ser acreedor
del extraordinario beneficio de ingresar en la domus por vía matrimonial y
de esta manera encontrar una oportunidad única para alcanzar niveles de
influencia en la cima del poder imperial34.
En virtud de esta realidad, en su estudio sobre la corte imperial John
Crook afirmaba que, si bien la idiosincrasia individual de cada emperador
siempre contaba, y mucho, “este era tan sólo un lado de la moneda que
nadie puede fallar en observar: pero esta tiene su reversa, que sólo una
inspección más cercana puede sacar a la luz –en la cual se manifiesta una
continuidad y orgánico desarrollo. Esta cara permanece oculta, en parte,
gracias a la retórica y tendencia sensacionalista de toda la historiografía
romana, la cual no presta interés en el ordinario tema del día a día de la
administración; y en parte gracias a “¿lo oculto del gobierno?”, ya que las
más importantes decisiones se tomaban in camera, y los amici principis, en
quienes descansaba dicha continuidad, estaban sin duda tentados a esconder
su propio rol en los asuntos detrás de los presuntos caprichos de un
voluntarioso emperador. El lado visible de dicha continuidad está
representado por el material prosopográfico. Uno puede examinar la carrera
de muchos importantes amici principis, y ver cómo se superponen al
ascenso y la caída de los emperadores: ellos eran de hecho dependientes del
emperador vigente por su amicitia, pero éste en cambio era consciente de su
dependencia en la experiencias y consejos de ellos” (Crook, 1955, 115).
Por lo tanto, importantes factores que condicionaron la manera de
pensar y actuar del princeps pueden ser mejor comprendidos a partir del
análisis de estos cortesanos, de su carácter social, de su accionar político y
del grado de influencia tenían sobre éste. La actuación de los familiares del
emperador (domus Augusta), de sus esclavos y libertos (familia Caesaris),
de sus amigos (amici Caesaris), como de otros personajes advenedizos, es
un capítulo fundamental de la historia del Principado. El carácter informal y
33
Como en el caso de Tiberio, quien compartió el proconsulado maius y la potestad
tribunicia junto a su padrastro Augusto; o los casos de Germánico, sobrino e hijo
adoptivo de Tiberio, y Druso, hijo natural de Tiberio, con quienes este príncipe
compartió el proconsulado maius, y en el caso de Druso también la potestad
tribunicia.
34
Los casos de Marco Vipsanio Agripa, yerno de Augusto, Elio Sejano, yerno de
Tiberio, Marco Emilio Lépido, cuñado de Calígula, son paradigmáticos.
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dependiente de su poder, implicaba que no todos los cortesanos contaran
con el mismo grado de influencia. No obstante, cuando estos eran
beneficiarios de un amplio favor imperial (gratia), su poder era un factor
condicionante de la vida política del imperio y, por ende, ávido de ser
analizado. Por otro lado, los cambios de nombres que se producían dentro
de la corte también pueden ser pruebas de cambios políticos profundos que
podrían explicar también ciertas alteraciones de orden ideológico que
podrían haberse gestado en la cima del poder imperial.
Es este un nuevo enfoque que consideramos importante tener en cuenta
a la hora de analizar la historia política del principado. Es decir, entender a
esta más como una consecuencia de la dinámica de relaciones gestadas en la
corte, donde el patronazgo del emperador oficiaba de eje, que como
tradicionalmente se la ha entendido: las relaciones institucionales entre los
príncipes y el Senado. Incluso, pensamos que probablemente, la
construcción “maniquea” de la historia imperial romana, entendida como
una sucesión de “buenos” y “malos” emperadores, ha sido producto de
importantes conflictos ideológicos suscitados en la corte de los diferentes
príncipes. Pues, ese era el lugar donde, aparte de dirigir los destinos del
imperio, también se gestaba la “opinión pública” sobre los diversos
principados que nos llegan hasta al día de hoy a través de escritores como
Suetonio, Tácito, Dion Casio o Josefo que, valga la mención, también
formaron parte en distintos momentos de la corte imperial, forjando la
tradición que hemos heredado.
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