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Psicotico Boy
Psicotico Boy
UN NIÑO
PSICOTICO
I.S.B.N. 950-602-315-8
© 1994 por Ediciones Nueva Visión SAIC
Tucumán 3748, (1189) Buenos Aires, República Argentina
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en la Argentina / Printed in Argentina
LA HISTORIA DE SYLVIE
- Veo señora
Que tiene usted un bello bebé.
- Pero sí, señora,
Estoy arrullándolo.
Tire lan boulé, tire lan boulaine,
¡Oh!, qué trabajo cuesta
Tire lan boulaine, tire lan boulé,
Criar a un bebé.
[con sus variantes: “Estoy lavándolo”, “Estoy dándole de
comer”, etcétera.]
D urante varias sesiones proseguimos esta m archa explo
ratoria. Cuando am agaba detenerm e, Sylvie volvía a au llar
y a arañarm e. Por fin, aceptó que me se n ta ra a la m esa de
juegos teniéndola en las rodillas, rechazó todo lo que había
en ella, lápices, plastilina, cuya visión no soportaba y, una
vez calm ada, se puso a golpetear en el borde de la mesa. Yo
in ten tab a identificar un ritm o en sus golpes y respondía a él,
ya fuera con el mismo, ya con uno alternado, introduciendo
palabras: “Uno dos, uno dos tres, iremos a ver un pez”,
etcétera. C uando accedió a sentarse a m i lado en ángulo rec
to, el trabajo se facilitó. E sta disposición me parecía preferi
ble: nu estras m iradas no se cruzaban forzosam ente, como
estando frente a frente, y ella no estaba obligada a d a r vuelta
la cara para verme, como cuando uno se sienta al lado del
otro. Los juegos de reconocimiento del cuerpo se repitieron
entonces con otra modalidad. Sylvie pudo tom arm e la mano
y, sosteniéndola firm em ente, explorar las cosas a trav és de
ella. Me la llevaba a mis cabellos, luego a los suyos, a su boca
y la mía, a diferentes partes del cuerpo o a los objetos.
A través de estos juegos en espejo, Sylvie tom aba poco a
poco posesión de su cuerpo, por interm edio de mi m ano en
prim er lugar, después, y progresivam ente, con la p u n ta de
sus dedos. Luego de la cabellera, que siem pre ejerció una
gran fascinación sobre ella, exploró mi boca y después mis
dientes. Yo le mencionaba su felicidad al m am ar, cuando era
una beba muy pequeña, luego su rechazo cuando su m am á
se iba; su boca bien abierta para g ritar, y que volvía a
cerrarse para m order “nada en absoluto” y d esg astar sus
dientes; la boca p ara hablar, la boca para cantar, etc. Ponía
entonces su mano sobre mi g arganta p a ra sen tir las vibracio
nes. Pero todo nuevo avance la angustiaba: retom aba de
inm ediato sus frenéticos estereotipos, o se tap ab a los oídos,
cerraba los ojos y rechinaba los dientes.
Un día, vi que la mano de Sylvie avanzaba hacia mi pecho,
se encontraba en un estado que no le conocía, como fascinada
y aterrorizada a la vez; con la boca abierta, m uda, señalaba
mi pecho con el índice extendido. Al principio no dije nada,
luego le recordé que ella había sido u n a beba que m am aba del
pecho de su m adre. Reanudó sus acercam ientos en las
sesiones siguientes y, un día, logró desprenderm e u n botón
de la blusa -lo que p ara ella era u n a h a z a ñ a - y me tocó el
pecho con la p u n ta de los dedos. Su terro r a los objetos
redondos se atenuó pero, en ese momento, yo no había hecho
la comparación con las secuencias que acababan de desarro
llarse. Me dejaba llevar por lo que Sylvie tra ía dé nuevo en
cada encuentro, improvisando, día a día, nuevas m an eras de
abordar el m aterial de las sesiones, dejando p ara m ás
adelante el momento de la reflexión. P a ra ello, escribía lo que
sucedía du ran te la sesión y anotaba igualm ente lo que me
decía la señora H ‘. Le explicaba a Sylvie que así reg istrab a
su historia y el trabajo que ella hacía conmigo, que todo eso
quedaba en el legajo que guardaba en un arm ario cerrado.
Cuando me dejó, a los once años, me dijo que u n día volvería
a verm e p ara buscarlo, y se lo m o straría a sus hijos.
Alrededor de siete meses después del comienzo del análisis
se produjo un acontecim iento im portante. Desde hacía algún
tiem po los padres me señalaban un principio de lenguaje.
Sylvie pronunciaba algunas palabras: “papá salió”, “m am á”,
“g arg an ta”, “pies Cordié”. Yo h ab ía olvidado esta ú ltim a
locución, que no recordé sino recientem ente, al releer el
legajo. Ahora bien, algún tiem po después de la aparición de
estos prim eros vocablos, con Sylvie sen tad a en m is rodillas,
le dibujé el m ar, u n a casa, barcos -v iv ía en u n a ciudad
costera. Golpetée con el lápiz, como lo hacía ella m ism a, p ara
rep resen tar los granos de aren a de la playa. Se volvió
entonces hacia m í y pronunció la palabra “a ren a”, que repitió
incansablem ente con gran júbilo. E sa palabra era la prim era
que pronunciaba en mi presencia. Me sorprendió que fuera
ju stam en te ésa: “¿Qué pasó en la playa? ¿Te g u sta la arena?
Si quieres, vamos a h a b lar de eso con tu m adre”. Después de
la sesión, le pregunté a la señora H* si a su hija le gustaba la
playa. Me enteré de ese modo de que le ten ía mucho miedo
al m ar y se negaba obstinadam ente a salir del auto cuando
la fam ilia iba a la playa; se quedaba gritando, arrinconada
en tre los asientos. Sin embargo, me dijo la m adre, hubo un
tiempo en que a Sylvie le gustaba mucho ju g a r en la arena.
La señora H* recordó entonces que un día en que chapoteaba
com pletam ente vestida a orillas de las olas y se había
ensuciado, ella, furiosa por te n er que cam biarla, la había
agarrado con brutalid ad y le h ab ía dado u n a bu en a paliza.
La niña, que en esa época daba sus prim eros pasos, se había
“rehusado” luego a sostenerse sobre sus piernas. Al principio
a rra stró u n a d u ran te un tiempo y luego no caminó en
absoluto.
E n la sesión siguiente vuelvo a h a b la r con Sylvie de lo que
me había contado su m adre y le digo, u n poco al azar: “Tal
vez, al h undirte en la arena, creiste que h ab ías perdido los
pies, por el hecho de que tu m adre se enojó tan to y te pegó”.
Sylvie me hace entender que quiere descalzarse, y la ayudo
a hacerlo. C uando se ve con los pies desnudos, quiere que yo,
a mi vez, me saque los zapatos; obedezco. Luego la pongo de
pie, sosteniéndola, con sus pies tocando los míos, y comento
la situación; sus pequeños pies ju n to a los grandes de Cordié.
Da entonces sus prim eros pasos. A continuación, la m archa
llegó con b a sta n te rapidez. Mucho m ás ad elan te volvió a
h ab lar de este incidente de la playa, diciendo: “Las olas
querían comerme”. Así, a p a rtir de esa p rim era palabra,
“aren a”, el lenguaje se desarrolló rápidam ente.
Cuando Sylvie progresaba por un lado, retrocedía por el
otro. C ada adquisición se “pagaba” con u n recrudecim iento
de la angustia y, por lo tanto, de los síntom as. E n este período
de adquisición de la m archa y el lenguaje, se rehusó au n m ás
obstinadam ente a e n tra r en contacto con el agua, llegando
incluso a no querer e n tra r m ás al baño. Ya no aceptaba
b añ arse sino con la condición de hacerlo vestida. Es probable
que este comportamiento, así como la renquera, que reap a
reció d u ra n te algún tiempo, tuvieran relación con el episodio
traum ático antes mencionado.
La evolución de Sylvie se produjo de m anera desconcertan
te. Su lenguaje se hacía cada vez m ás elaborado. D aba
testim onio de u n a agudeza de observación y, a veces, de u n a
capacidad de razonam iento cuya lógica era sorprendente.
Iba a u n a escuela cercana a su casa, u n a hora y m edia a la
m añana y otra hora y m edia a la tarde. E n ella perm anecía
“tran q u ila”. Pero, paralelam ente a e sta mejoría, estaba
siem pre angustiada por todo lo tocante a su cuerpo y sus
oriñcios corporales, y expresaba cada vez m ás ruidosam ente
sus angustias. Se ahogaba al comer. No sólo rechazaba la
escupidera sino que “tenía miedo a sus excrem entos”, gritaba
d u ran te la noche, en ocasiones lloraba todo el día, ta n to m ás
angustiada por el hecho de que “ahora m iraba e in terp retab a
todo, m ientras que an tes no m iraba n ad a”, decía la m adre.
E sta ausencia de estructuración de la im agen del cuerpo era
p atente en el análisis (Sylvie recién se reconoció en el espejo
a los cinco años). D urante e sta evolución, la m adre estaba
cada vez m ás convencida de que la n iñ a hacía teatro, y de que
sus exigencias eran de orden caracterial. El enfrentam iento
m adre-hija tomó un cariz de relación sadom asoquista que
analizarem os m ás adelante. D esdichadam ente, la opinión
de la m adre era com partida por las instituciones: “No en ten
demos por qué Sylvie tiene ta n ta s dificultades, cuando h ab la
ta n bien”, decían.
En el análisis, su trabajo y su evolución eran progresivos
y regulares, no asum ían el aspecto caótico de progresos
fulm inantes y retrocesos espectaculares que se observaban
en el exterior. De u n a sesión a la otra, Sylvie retom aba el hilo
interrum pido. Llegó el tiempo de las sesiones frente al espejo,
de los juegos de las escondidas. Hubo acercam ientos agresi
vos de nuestros cuerpos, cuyo lado lúdicro ella percibía:
¡podíamos entonces atropellarnos o darnos p alm adas “p ara
reírnos”! P a ra mi gran sorpresa, un día me persiguió por el
departam ento diciéndome: “Soy el lobo, te como”. E sta pe
queña frase representaba un paso considerable hacia la
superación de sus angustias de devoración. Luego hubo la
exploración de su respiración. En lo que llam aban sus
bronquitis asm atiform es, aparecidas a continuación del tra u
m atism o de la alim entación, Sylvie bloqueaba la respiración,
se ahogaba. En análisis, tomó conciencia de su respiración y
de su aliento al resp irar junto a mi cara y luego soplando
sobre mí, lo que a mi vez yo hacía sobre su m ejilla o su m ano.
Después, soplando junto con ella la llam a de u n a vela, yo
intentaba m aterializar ese aliento, siendo esos juegos conmi
go la oportunidad de intercam bios, de diálogos sobre los
descubrim ientos que im plicaban: el calor, el frío, el viento, el
agua que apaga el fuego, otros tantos elem entos an terio r
m ente experim entados como peligrosos.
D urante mucho tiempo se negó a tocar la p lastilina, si bien
aceptaba atrib u ir roles a los personajes que yo modelaba
bastam ente. E sta repugnancia obedecía, me parece, al con
tacto y a los cambios de forma, así como no soportaba v er a su
m adre m anipulando la m asa de ta rta . Poco a poco, llegó a po
n er su m ano sobre la m ía cuando yo m odelaba y, por fin, co
menzó a hacerlo ella misma, al mismo tiempo que em prendía
el dibujo. Yo advertía que, paralelam ente, las angustias con
cernientes a la pérdida de sus excrementos se atenuaban. A
continuación se introdujeron los juegos con la m uñequita, en
los que pudo expresar sus angustias m ás arcaicas y luego to
da la problem ática de la relación con su m adre, en argum en
tos en los que no dejaba de hacerm e desem peñar un papel.
A los siete años, después de un episodio agudo de desper
sonalización con alucinaciones, Sylvie debió concurrir tres
veces por sem ana (m artes, miércoles y jueves) a u n hospital
de día en París. Esos días era recogida por su abuela p atern a,
y regresaba a la casa de sus padres el fin de sem ana. A los
nueve años ingresó a otra institución, a la que concurría toda
la sem ana, siendo re tira d a tam bién de allí por su abuela
todas las tardes.
Cuando llegó a los once años y entró en la fase prepuberal,
el concurso de diversas circunstancias cristalizó la inquietud
de sus padres con respecto a su futuro. Yo asistía a una
repetición de lo que había pasado ocho años an tes pero, esta
vez, el padre parecía el m ás preocupado y tam bién el m ás
decepcionado, en la m edida en que, sin duda, había esperado
u n a total normalización. He aquí lo que me dijo en el
transcurso de uno de nuestros últim os encuentros:
—Nos hace la vida imposible, esto no puede seguir más...
Nadie ha comprendido a esta chiquilla salvo usted. La
necesita más a usted pero, en el plano afectivo, usted y su
abuela no bastan. En el plano educativo, en la institución
hicieron de ella una niña bien formada, dentro de su psicosis.
Sólo una psicoterapia intensiva la sacará.
Notas
Niños hipotróficos
De los sufrimientos
antes del nacimiento
El recién nacido está aquí; nena o varón, con pelo o sin él,
rubio o morocho, silencioso o ya gritón, con los ojos abiertos
o cerrados; ¡la m adre descubre por fin a ese huésped que la
habitaba desde hacía meses! En general, después de un
prim er contacto “pegajoso” sobre su vientre, no siem pre
apreciado, m ientras el cordón aún no está cortado, cuando la
m adre puede estrechar contra sí al niño desnudo lo acaricia
con la p u n ta de los dedos, le da el pecho que lam e o del que
a veces m am a desde el prim er momento; al abrazarlo,
percibe su olor. Al octavo día, el 80% de las m adres reconocen
por el olor la b a tita de su bebé.
También el recién nacido h a emprendido un trabajo de
reconocimiento: a los seis días se vuelve hacia el hisopo
im pregnado con el olor de la m adre, desechando los otros. La
comodidad de la forma de tran sp o rtarlo y u na te m p e ratu ra
am biente adaptada son im portantes, dado que el niño h a
perdido el contacto envolvente del líquido amniótico. Un
recién nacido al que se pone desnudo en u na habitación fría
m anifiesta signos de desazón evidentes, grita y se debate
echando los brazos hacia atrás.
E n tre los prim eros signos de reconocimiento, citemos la
voz: la m adre habla a su recién nacido. ¿Reconoce éste la voz
que percibió in útero? Después de algunos días de vida,
reacciona ante la voz de su madre de una manera particular,
y esto en ausencia de toda otra fuente de información aparte
de la puramente auditiva... A los cinco días, se chupa más el
pulgar si escucha la voz de su madre que si se trata de una
voz extraña.23
Pero el signo m ás im portante de reconocimiento en tre la
m adre y el recién nacido es la m irada. A ntaño se creía que los
recién nacidos eran ciegos; cuando las m adres afirm aban que
los niños las m iraban fijam ente desde el nacim iento, estas
observaciones eran puestas en la cuenta del “enceguecimien-
to” del am or m aterno. Las investigaciones recientes dem ues
tra n que en el recién nacido existe la visión:
Hay una fijación rudimentaria desde el primer día de vida,
que se hace estable al quinto [...]. Un recién nacido puede
seguir con los ojos un estímulo a lo largo de un arco de 90°,
acompañar esta búsqueda ocular con una rotación conjunta
de la cabeza [...] y suspender sus movimientos corporales.24
En consecuencia, la visión es posible, pero la m irada es u n a
actividad de relación que sobreviene en grados diversos
según las m adres y los niños. A lgunas dicen hab er experi
m entado el prim er im pulso de am or hacia su hijo cuando éste
las miró con una atención sostenida.
U na m adre siem pre está orgullosa de sorprender la m ira
da de su recién nacido fija en ella; en efecto, su rostro es lo m ás
atractivo que hay para el lactante: e stá cerca de él (el recién
nacido no se adapta a la lejanía), se mueve (un objeto en
movimiento a tra e m uy especialm ente su atención), em ite
estim ulaciones sonoras. Cuando la m adre cree sorprender
esa m irada sobre ella, la in te rp re ta como un signo de recono
cimiento, sobre todo si está acom pañada por u n a sonrisa.
M ultiplica entonces los comentarios. Se siente reconocida
como m adre y esto refuerza su vínculo con el niño. A causa
de ello, enriquece sus intercam bios con él en los juegos y las
verbalizaciones, otras ta n ta s conductas que estim ulan las
reacciones interesadas del niño, las que, a su vez, son
retom adas por la madre.
Del mismo modo, puede haber evitación de la m irada. Un
investigador am ericano, Daniel S tern ,26 filmó a u n a m adre
atendiendo a sus dos gemelos, de los cuales uno ten ía
perturbaciones en el desarrollo. Observó que en tre ella y este
últim o la m irada era sistem áticam ente evitada, sin poder
descubrir cuál de los dos inducía esta evitación, a sí como los
movimientos de re tira d a que la seguían. Pero el análisis del
film im agen por im agen m ostró que, las m ás de las veces, era
la m adre quien iniciaba el movimiento de retirad a, sólo un
cuarto de segundo antes que el bebé. Otro au to r am ericano26
hizo poco m ás o menos la m ism a observación en unos
mellizos, de los cuales uno se volvió au tista. E ste no in te r
cam biaba ninguna m irada con su m adre a los tre s m eses de
edad, momento de la observación.
El interés, al que podría llam arse innato, del lactan te por
el rostro hum ano es sorprendente cuando se lo puede poner
en evidencia, como lo hizo Brazelton. En ciertas condiciones,
el recién nacido puede reproducir las mímicas del rostro que
tiene frente a él. En sus films, Brazelton e n tra en contacto
con un bebé, le habla, le saca la lengua, lo que el niño repite
en el acto. Estam os lejos de las observaciones de Spitz, p ara
quien el rostro hum ano era percibido hacia los tres meses
(sonrisa del tercer mes) y el m aterno reconocido a los ocho,
proviniendo la angustia del octavo mes de e sta discrim ina
ción entre un rostro extraño y el de la m adre.27
En el mom ento de este prim er encuentro del niño con «1
mundo y con su m adre, todas las ab ertu ras de su cuerpo
están listas p ara recibir las informaciones, la nariz para
husm ear los olores, la boca p ara tom ar el pezón, los oídos
abiertos a los ruidos y a la voz, la m irada a tra íd a por el rostro
que se inclina sobre él. E n cuanto a la m adre, m anifiesta
paralelam ente u n a prim era apropiación del cuerpo de su hijo
en el tacto, el olfateo, los besos, el acunam iento, la contem
plación. E ste encuentro puede producirse en el placer o el
displacer y tam bién puede no ocurrir en absoluto, por recha
zo masivo de la m adre o a causa de u n a im posibilidad médica,
prem aturidad, malformación, enferm edad de la m adre o del
bebé, por ejemplo.
Luego ese tiem po de descanso term ina, las exigencias de
la vida se reanudan, el niño debe ser alim entado.
Alimentarse
De la necesidad al deseo
Corentin, el prematuro
La pulsión oral
y la pulsión anal del Otro
E sta voz, que penetra por el oído sin que uno pueda
protegerse de ella, puede convertirse en persecutoria. De
hecho, las alucinaciones auditivas son m ás frecuentes que
las visuales o cenestésicas. Los psicóticos, que en su m ayor
p arte hoy en día reciben quim ioterapia, hablan poco de sus
alucinaciones. Sin embargo, es posible deducirlas de ciertas
actitudes de escucha, la mano sobre el oído, labios que se
mueven. A nte la pregunta: “¿Qué escucha allí?”, sucede que
el paciente responde con el relato de fenómenos alucinato-
rios, que oculta habitualm ente a sus allegados y a m enudo
al psiquiatra.
Sylvie era perseguida por las voces que salían de los
aparatos de radio, de televisión, etc. D espués de haber estado
aterrorizada, anonadada por la voz colérica del adulto que le
ordenaba que comiera, exigía volver a experim entar la
sensación de penetración: “Ponte furiosa, le decía a su m adre,
con una verdadera furia, m ás fuerte”. E n otros momentos, in
te n ta b a protegerse de la intrusión del mundo exterior ta p á n
dose los oídos, cerrando los ojos y apretando las m andíbulas.
Si de por sí la voz puede ser objeto de goce, la m irada, en
cuanto objeto de la pulsión escópica, e n tra en general en las
estru ctu ras m ás complejas, tales como el fantasm a, el reco
nocimiento en el espejo, con el narcisism o y las identificacio
nes yoicas que se derivan de ello. L a m irada nos conduce
tam bién al camino del goce estético.
E stas cuestiones serán abordadas en un capítulo ulterior,
pero informaremos aquí de u n a observación en la que la
pulsión escópica de la m adre va a m arcar directam ente el
cuerpo del niño, bajo la forma de una enferm edad de la piel.
Paul-Marie y su eczema
La pulsión sadomasoquista
del Otro
Sylvie en el corazón
de la red libidinal
de toda una familia
Sylvie era una niña demasiado precoz, es así que tuve esa
actitud con ella, no respetaba su personalidad. Era yo quien
debía hacer (sic) todas las reacciones de mis hijas, si se
oponían era preciso que las hiciera cambiar de opinión. La
mayor era mi posesión, con la segunda la cosa se agravó y con
la tercera estalló. Si no hubiera tenido a Sylvie, también las
habría quebrantado.
Notas
Lo que está perdido está claram ente del lado de lo real, del
lado de lo no simbolizable, de lo no dialectizable, del lado de
este irreductible, en el corazón de la construcción del sujeto,
es lo “no sabido original” de que h ab la Lacan en el sem inario
sobre “La angustia”.
A la im agen de un hombre esférico, entero, va a su stitu irla
la de un ser agujereado; pero, sobre esta m ism a hiancia, el
sujeto construye un órgano irreal. “E ste órgano, con ser
llam ado irreal, está en contacto directo con lo re a l”.14 Lacan
hace del corte anatómico que m arca la huella de la pérdida
del objeto el borde erógeno donde va a fijarse el órgano que
figura la libido, órgano que denom ina “lam inilla”. E n el
Sem inario X I la define así:
Goce y angustia
A S Goce
a A ngustia
S Deseo
La angustia psicótica
E l c u e rp o
y s u r e p r e s e n ta c ió n
El objeto oral
Condiciones mínimas
para que se produzca un sujeto
¡Come, Sylvie!
* En francés las voces laid (feo) y lait (leche) son homófonas, circuns
tancia que la autora señala escribiendo laid(t). (N. del T.)
absorción, en lo real, del cuerpo de u n a m adre m uerta. E n la
segunda, se identifica la dim ensión m etafórica, “tra g a rse los
cuentos”. P ara ella, toda la historia de la anorexia podía
articularse con su problem ática edípica.
Si un analizante de larga d ata puede expresar, con tono re
signado, los lím ites del análisis: “Cuando uno está en el cuer
po, no puede decir n a d a más. ¿Qué puede atra p arse en e sta
m asa de carne?”, el psicótico vive esta im posibilidad m ism a.
E n u n a clínica psiquiátrica p ara estudiantes psicóticos,
las m aterias m ás difíciles de enseñar no son ni las m atem á
ticas ni la física sino la biología. O curren en ese curso
fenómenos difíciles de dom inar por el profesor. El encuentro,
por p arte del psicótico, de lo real de u n cuerpo m uerto, por
ejemplo en las disecciones, va a redoblar la an g u stia de su
propio cuerpo, al que a m enudo califica de m uerto vivo. La
presencia de pedazos de cuerpos etiquetados, catalogados, lo
rem ite a su propio cuerpo fragm entado. El profesor se
en fren ta con com portam ientos curiosos, cuando no asiste a
u n desencadenam iento delirante. C itaré algunos.49
V ania ingiere, d u ra n te un a clase de trabajos prácticos, el
encéfalo en formol de un carnero y dice: “No me h a rá nada,
no sentiré nada porque está en formol”. Las nociones de
división celular y de reproducción plantean problem as a
menudo insuperables. Dominique quería saber por qué, en
los diferentes estadios de la gam etogénesis, las células
“cam biaban de sexo como si no supieran en qué querían
convertirse”; en efecto, la m ism a célula m asculina se deno
m ina sucesivam ente un esperm atocito, una esperm átide,
m ien tras que la célula fem enina es un óvulo.
“Lo real es asim ism o la anatom ía”,50 dice Lacan. P a ra
Dominique, la diferenciación sexual sigue siendo confusa
porque está directam ente pegada al género, m asculino o
femenino, de la célula sexual m ism a. La ausencia de la
castración simbólica no perm itió la represión de lo real
anatómico. La no superación de ese real despierta la angustia,
que el sujeto in ten ta reducir m ediante una interpretación de
apariencia lógica.
¿Y el objeto anal en Sylvie?
Sobre la voz
El pseudo-objeto transicional
del psicótico
Sylvie y el espejo
La visión y la mirada
en la psicosis
N o ta s
L a in v a s ió n
d e l s ig n ific a n te “d e la n ta l”
—¿Loe hombres son ricos para comer? ¿Al papá le sale sangre
cuando mete la semilla en el trasero? ¿Pone un delantal o un
saco para meter la semilla? ¿Las mamás sangran en la clínica
de maternidad [clinique d'accouchement]? ¿Y cuando no hay
bebé? Clínica de maternidad, clínica de maternidad (lo repite
varias veces)... me gusta esa palabra.
—¿Por qué te gusta esa palabra?
—Termina en “ment” como lavement [enema], adoro la
palabra “clínica de maternidad”.
Lingüística y lingüistería
Diacronía y sincronía
enseñanza
[ienseignement]
\
/ \
/ \
/ \
enseñar aprendizaje cambio clemente
enseñamos educación [changement] [clément]
etc. etc. armamento justamente
[armement] [justement]
etc. etc.
Ejemplos clínicos
N o ta s
Naturaleza de la represión
La métáfora y el sujeto
Sí y no.
Sí, el proceso de represión está en acción en el psicótico que
es, él tam bién, u n a 8. ¿Cómo podría ser de otra forma p ara
alguien que vive, h ab ita y se comunica m al que bien con sus
sem ejantes? Tam bién él h a hecho un trabajo de aprendizaje
de la lengua, para adquirir a veces un dominio indiscutible
de la misma: tanto las Memorias del Presidente Schreber
como los escritos de muchos autores a los cuales hemos hecho
referencia (A. A rtaud, U. Zürn, etc.) lo atestiguan.
No, pues ese trabajo sufre fracasos, ru p tu ra s fundam en
tales que precisam ente ponen en dificultades toda la cons
trucción del sujeto. Hay agrupam ientos enteros de signifi
cantes que no pueden plegarse al orden del discurso, no
pudieron ser ni liberados (separación de los significantes) ni
metabolizados. Estos significantes no entraron en el ciclo que
Lacan llam a la simbolización. Van a perm anecer como una
herida abierta en el corazón del ser del sujeto y a poner en
juego su existencia misma. Se m antienen agrupados según
procedimientos a b erran tes (que intentarem os precisar), que
prohíben su norm al puesta en circulación y form an el “núcleo
de inercia dialéctica”14 del que habla Lacan en el libro 3 del
Seminario.
Estos significantes forcluidos gravitan en torno a lo que
constituye el fundam ento del ser, a saber su cuerpo, sus
orígenes, la vida, la m uerte, el sexo. Si esa falta de inscripción
es estructural, debemos encontrarla tanto en el autism o
infantil como en la psicosis adulta, con esta diferencia: que,
en el adulto, el delirio viene en ocasiones a cam uflar ese vacío
existencial. El mismo enfoque debería en consecuencia apor
ta r luz tanto a la psicosis de Sylvie como a la de C hristian,
m atem ático de renom bre cuyo caso ya he mencionado.
¿Cómo es que el proceso de corte, por lo tanto de represión,
puede ser inexistente en la psicosis, haciendo de esos pacien
tes unos “m ártires del inconsciente”?15
P ara “com prender” esa ausencia, nos referirem os al con
cepto de alienación, que completaremos m ediante un enfo
que lingüístico.
El recién nacido llega a un m undo lleno de ruidos pero,
entre ellos, está el de las palabras: hablan a su alrededor,
hablan de todo, hablan de él, le hablan. Y entre esos vocablos
que le llegan en desorden, poco a poco va a identificar aso
ciaciones de palabras, repeticiones, y lo que las acom paña
habitualm ente: sonrisas, acunam iento, contacto, dolor, etcé
tera. Todo se registra y deberá ser descifrado m ediante un
trabajo de reagrupam iento y recorte de los significantes, de
conexiones y desconexiones sucesivas, de nuevas asociacio
nes, h a sta que em eija un sentido. Ese trabajo implica u na
elección, el vel de la alienación que Lacan represen ta así (Le
Sém inaire, libro XI, pág. 192):
Esto es lo que dice de ello en “Posición del inconsciente”:16
El bloqueo significante
Eco y memoria
El discurso desencadenado
El imposible anudamiento
Figuras de la forclusión
Otro del discurso, Otro del deseo. Ley del significante, ley
del deseo: estos dos aspectos de la ley signan la castración
simbólica.
El significante se nos resbala en tre los dedos y nunca lo
dice todo, la m adre está prohibida, el sujeto debe renunciar
a poseerla. En los dos casos, el corte libera al significante y
el objeto. La ley es respetada, ley que es por lo tan to a la vez
la del discurso y la del deseo. ¿No es el Nombre-del-Padre el
doble corte en acto y “el falo el significante privilegiado de
esta m arca donde la parte del logos se conjuga con el
advenim iento del deseo”?36 E sta conjunción de la que habla
Lacan es la esencia misma de la m etáfora p atern a, que
anuda el logos, es decir el significante, al deseo del que el
objeto a es la causa.
La forclusión del Nombre-del-Padre es el defecto prim or
dial que hace que un sujeto no pueda acceder n i a la ley del
significante ni a la ley del deseo. La forclusión corresponde
a la vez al m antenim iento del sujeto en una posición de objeto
librado al goce del Otro sin que la prohibición del incesto
pueda ten er fuerza de ley, y a la detención del trabajo
significante (doble inscripción, represión) que es p ara él
detención de m uerte. En esta configuración no hay u na
referencia tercera ni surgim iento fálico.
Al querer buscar dem asiado la forclusión de la m etáfora
patern a por el lado de u n a realidad cualquiera del padre, se
corre el riesgo de extraviarse. E sta imposible integración de
la ley no puede, en efecto, buscarse en el solo desfallecimiento
del elem ento tercero que b a rra el deseo m aterno. No obstan
te, quienes se interrogan sobre la forclusión de la m etáfora
p atern a en la perspectiva lacaniana tienen a veces la tenden
cia a com prom eter esta interpretación sim plista, olvidando
que Lacan habló m ás adelante de los nom bres del padre.
E sta imposible castración simbólica que signa la psicosis
tiene repercusiones diferentes según la edad en la que se
m anifiesta. En el sujeto infans, in te re sa rá m ás específica
m ente al cuerpo. El psicótico adulto puede h a b er salvado, sin
dem asiados estragos, la prim era estructuración del cuerpo,
y asum ir m al que bien su imagen especular. La problem ática
psicótica g ravitará entonces en torno a las cuestiones de la
vida, la m uerte, la identidad sexual, con la an g u stia que
puede d espertar la inscripción en el linaje, por ejemplo el
acceso a la m aternidad o la paternidad.
He aquí algunos casos que ahora nos son fam iliares.
Schreber era el objeto a de un padre paranoico, h a sta
identificarse con u n a m ujer p a ra satisfacer a ese Padre-Dios
y encontrar así su propio goce. E sta posición inconsciente,
que se m antuvo forcluida d u ra n te mucho tiempo, va a
aparecer cuando construya su delirio con elem entos extrai-
dos de los significantes amos de ese padre. Lacan, en una
nota agregada en 1966 a su “C uestión prelim inar [...]”,
recuerda la im portancia de la identificación de Schreber con
el objeto a:
Lo que el análisis descubre [...] es el ser mismo del hombre
que viene a tomar su lugar entre los desechos donde sus
primeros retozos encontraron su cortejo, por cuanto la ley de
la simbolización en la que debe comprometerse su deseo lo
atrapa en su red por la posición de objeto parcial donde se
ofrece al venir al mundo, a un mundo en el que el deseo del
Otro hace la ley.37
La estabilización selectiva
de las sinapsis
¿Hay psicosis
antes de la psicosis?
El yo en la psicosis
De la psicosis a la perversión
La partida de Sylvie
La familia
De la contraparadoj a
Notas
I. La historia de Sylvie.........................................................7
V. E l lenguaje loco...............................................................197
La invasión del significante “delantal” ............................. 199
¿Se trata de un recuerdo-pantalla?....................................204
¿Se trata de un fantasm a?.................. ................................211
¿Qué hacer con los significantes del sujeto
en el análisis?.................................................................... 218
El lenguaje “delirante” en S ylvie....................................... 219
Las palabras de n iñ o............................................................ 224
Lingüística y lingüistería.....................................................231
Freud, Saussure, L acan.......................................................237
Diacronía y sincronía........................................................... 241
Condensación, desplazamiento, asociación...................... 244
Ejemplos clín icos................................................................... 249
E pílogo.................................................................................... 329
Este libro se terminó de imprimir en el mes de marzo de 1995
en Impresione* SUD AMERICA - Andrés Ferreyra 3767/69. Capital