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Esto tal vez no sea una historia, es mas bien una historieta…

UNA HISTORIA LLAMADA SAN PEDRO

Creo en Antioquia, allí donde aun calienta la ausencia


De una ruana.
Jorge Robledo Ortiz

Un indio Nutabe se dirige a su dios, el gran rey sol, ora para que lo proteja de la
selva aun virgen, ora vida, y la historia comienza a ser escrita en lenguaje conocido,
lenguaje de conquista, corridos los años 1500. Las tierras son conocidas por su frió
clima, inhabitadas, selváticas, no propias para hombres de mar, para aquellos
españoles que entraban chocando sus sentidos contra territorios nuevos, hostiles,
extraños, el paraíso perdido se encontraba frente a sus ojos, allí se establecieron, en
uno de los altiplanos conocidos en el “Valle de los Osos”, rico, riquísimo del metal
dorado, que posteriormente atrae colonizadores desafiantes, audaces,
emprendedores y arraigados; entonces nace la gran raza, la raza paisa, que
comienzan a formar caseríos alrededor de ríos y paisajes llenos de todos los verdes
posibles, y van apareciendo casuchas de paja, una capilla y algunas casas de tapia y
teja, la población crece, aparecen los caminos y en el mapa ya se es un punto lleno de
almas, por allí pasan las espadas, los gritos de libertad e independencia patrocinadas
con oro Sampedreño, el mañana es cada vez mas pronto; y un día de 1774, nos
cuenta la historia a oído, arriban dos hombres acompañados por la imagen de un
cristo, que despertó la devoción de los lugareños y al no poder aceptar el precio que
les ofrecían, aquellos hombre deciden continuar, pero aquella pequeña imagen se va
haciendo cada vez mas pesada por aquel camino al punto que tuvieron que detenerse
y al no poder continuar deciden regresar, y ¡Oh grandioso milagro¡ la imagen se
aliviana de nuevo como queriéndose quedar allí en aquella pequeña capilla que ha
dado paso a nuestra basílica, y desde entoces, nos acompaña el Señor de los
Milagros.
El ha protegido las generaciones de sampedreños con sus muchas historias, a los
abuelos arrieros con sus recuas de mulas, cobijados por ruanas, machete y arriador,
con carrieles mágicos de naipes y dados para ganarle un pedazo de alma a diablo,
con agujas de arría para tejer los mitos y leyendas, las luces de medias noche sin
electricidad aun, con brujas en bolas de fuego, espantos y saltiadores, en caminos
reales y prehispánicos, cuyas pisadas los dejaron hondos para que no se olviden
como las huellas de mis viejos, con aquellos amores de ventana cobijados con una
ruana, ante la mirada vigilante del pudor y la vergüenza, con llaves de grandes
puertas que nos abren al pasado y no nos permiten olvidar.

Aquel pasado donde aun caminamos por corredores de piedra envueltos en


chambranas de macana, entre patios con melenas, rosas multicolores, begonias y
josefinas, con aquellos balcones de procesión, elogio de miradas, en una época
donde el agua e´panela olía y sabia a leña, a tizne, donde la cocina se convertía en
iglesia, en rosario, en familia, en caperuzas que iluminan la bondad, en sombras y
fuego y duendes que todavía merodean en zarzos.
Aquí sé escuchan los tiples campesinos tocados por los callos de los años,
entonando canciones de amor y patria, por las cuerdas de una voz, hechas de
sauces, robles y riachuelos. Y es que como negarse a sentir aquí, aquí donde aun se
araña la tierra para ver nacer tal vez el maíz de una buena arepa o una torta de
chócolo, y unas migas de papa al desayuno; Y los hijos... que decimos de los hijos
que también nacemos en esta tierra fértil, viva, pacífica, que huele a leche, a boñiga, a
cagajón, a tapia y a cebolla, a cidrón a tierra mojada y pura, a flores a memoria, a
nobleza y orgullo.

Aquí se escuchan las campanas centenarias de una casa donde siempre somos
bienvenidos, San Pedro, San Pedro de los Milagros.

Bienvenidos de nuevo a la tierra del señor de los Milagros, de la leche, los colores, la
tierra del frío y corazones cálidos, de los artistas, de ustedes, aquí donde cada día es
un milagro más de la vida.
Juan David Muñoz Lopera

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