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EL HUMANISMO EUROPEO

Partiendo de Italia, el Humanismo se difunde por todos los países de Europa, impulsado por
los contactos diplomáticos y económicos, aunque con diferencias cronológicas de alguna
importancia y superando, a veces, importantes resistencias. El Humanismo alemán presenta
notables diferencias con el italiano, en particular por su vinculación con las universidades y
por su interés por la escritura y por los padres; esta penetrado de un fuerte sentimiento
antipontificio y también de ideas ockhamistas que tendrán decisiva influencia en la difusión
del luteranismo. Estrasburgo fue el primer centro humanista en el Imperio; sus figuras más
destacadas fueron Sebastián Brandt y Jacobo Wimpfeling, preocupados por el estudio de
los clásicos y por el hallazgo de sistemas pedagógicos. En Nuremberg se asociarán las
preocupaciones esenciales del Humanismo con el cultivo de las ciencias, en particular las
matemáticas, física y astronomía; sus figuras principales fueron Martín Behaim, Conrado
Peutinger y Willibaldo Pirkheimer. El grupo de humanistas de Heidelberg ofrece una
postura de mayor ruptura con el pasado, hasta el punto de que alguno de sus miembros se
unirá finalmente al luteranismo. El más importante humanista de este centro, primera figura
del Humanismo alemán, es Juan Reuchlin, antiaristotélico, muy influido por el Humanismo
florentino, en particular por Marsilio Ficino y Pico della Mirandola, con quienes convivió
un tiempo en Florencia. De este último aprendió la utilización de los métodos cabalísticos,
que él expone en "De verbo mirifico"; le llevaría a enfrentarse a una serie de teólogos
alemanes acerca de la conservación de los textos hebreos, cuyo análisis defiende en
"Rudimenta hebraica" y en "Lexicon hebraicum". La universidad de Lovaina fue, en los
Países Bajos, el principal centro humanístico; grandes figuras de este Humanismo fueron
Rodolfo Husman, llamado Agrícola, investigador filológico, en la línea de Valla, con
intención de hallar en los escritores clásicos argumentos al servicio de la fe cristiana.
Continuadores suyos fueron Rodolfo Langen y Alejandro Heek, maestro de Erasmo.
Erasmo de Rotterdam es la máxima figura del Humanismo de la Europa del norte; sus
estudios filológicos, su exégesis del Nuevo Testamento, su crítica a las falsas devociones, a
ciertas desviaciones en las prácticas, las indulgencias, por ejemplo, ofrecen la visión de la
reforma que Erasmo pretendía: la reforma de las costumbres será sólo una consecuencia del
cambio de actitud que él propugnaba. Su posición es siempre rigurosamente ortodoxa,
aunque su criticismo estricto y el silencio, a veces irritante, frente a la heterodoxia luterana,
de la que sin embargo se distancia netamente -su "De libero arbitrio" es prueba irrefutable-
le hicieron sospechoso e indujeron a la proscripción de su obra. Sus contactos con Cisneros,
y su amistad con Carlos I y con Luis Vives, fueron vehículos importantes de su influencia
en el Humanismo español, donde Erasmo contó con numerosos defensores; la violenta
ruptura luterana y el rigorismo contrarreformista incrementarán la desconfianza hacia el
erasmismo, yugulando las interesantes vías reformadoras que, dentro de la ortodoxia,
ofrecía el proyecto de Erasmo. Algo más tardío y haciendo frente a las fuertes tradiciones
de sus universidades, llega el Humanismo a Francia e Inglaterra. Conserva el Humanismo
francés, durante mucho tiempo, la influencia de [Petrarca#PINTOR#5465], caso de
Guillermo Fichet, por ejemplo; junto a esa influencia es patente la de Erasmo, en particular
en Jacques Lefevre d'Etaples, la gran figura del Humanismo francés, a quien generaciones
posteriores reconocen como indiscutido maestro, por ejemplo Etienne Dolet y François
Rabelais; es el traductor de la "Biblia" al francés. El Humanismo inglés es
fundamentalmente cristiano, muy vinculado a la tradición medieval, alejado de las
tendencias paganizantes, y preocupado, sobre todo, por la fidelidad de los textos de la
Sagrada Escritura, más que de la obra de los autores griegos y romanos. Oxford y
Cambridge son los principales centros, y sus principales figuras John Colet, maestro en
Oxford, que conoció a Ficino durante su estancia en Italia; san Juan Fisher, rector de
Cambridge y firme refutador de las tesis de Lutero; y santo Tomás Moro, amigo personal
de Erasmo. Ambos fueron víctimas de la autocracia de Enrique VIII, a cuyos proyectos se
opusieron. También es tardío el Humanismo en Portugal, esencialmente del siglo XVI,
aunque ya en el siglo XV se aprecian algunas novedades, como las influencias de Petrarca
en el "Cancioneiro geral", por lo demás muy medieval. Huellas del Humanismo, también,
en la prosa didáctica del libro del "Leal Conselheiro", del rey don Duarte, y en el "Tractado
da Virtuosa Benfeyturia" del infante don Pedro, cuyas fuentes de inspiración son, en gran
parte, autores de la Antigüedad clásica. Portugués es también el judío León Hebrero,
aunque debe ser adscrito al Humanismo italiano de la Corte napolitana. Los
descubrimientos portugueses, y los avances técnicos que los posibilitan, influyen en la
orientación del Humanismo portugués. La figura más representativa de este Humanismo,
probablemente, es Damián de Gois, amigo personal de los más importantes humanistas,
como Erasmo y Luis Vives. El Humanismo portugués mantiene una amplia relación con
toda Europa, pero sus figuras pertenecen totalmente al siglo XVI, más allá de los límites de
nuestro ámbito. En las Monarquías de España no se produjo una ruptura brusca con el
pasado medieval, sino una lenta introducción de nuevas formas de pensamiento, de nuevas
concepciones artísticas y de nuevas formas de creación literaria; un largo proceso en el que
conviven autores y visiones medievales con modelos humanistas. La difusión del
Humanismo tiene como vehículo de decisiva importancia la internacionalización que
significa la entronización de los Trastámara en los tronos peninsulares, la intensa
participación en los problemas de la Europa del momento, y los contactos con Italia,
siempre intensos, pero especialmente decisivos en época de Alfonso V. Los primeros
contactos con las corrientes humanísticas son incluso anteriores; las tensiones políticas del
reinado de Pedro I producen el exilio de importantes clérigos castellanos que desempeñarán
importantes puestos en Aviñón, sirviendo de nexo de unión con el pensamiento humanista.
Es de destacar la figura del cardenal Gil de Albornoz y de su colegio de San Clemente en
Bolonia. La presencia aragonesa en Sicilia, desde finales del siglo XIII, será un temprano
vínculo de comunicación al que es preciso añadir las conquistas en el oriente mediterráneo.
La presencia de los maestres de Rodas, frecuentemente catalanes, tendrá una gran
importancia a lo largo del siglo XIV; la traducción de obras griegas dará al Humanismo
aragonés una fuerte impronta helenista. En el desarrollo del Humanismo hispano es posible
establecer tres etapas, esencialmente coincidentes en las Coronas de Aragón y Castilla,
siempre teniendo en cuenta la convivencia de ideas y autores más medievales con otros
humanistas. Una primera etapa, finales del siglo XIV y dos primeras décadas del siglo XV,
con fuerte impronta medieval; la segunda etapa, hasta mediados de este siglo, se define por
un gran desarrollo de la poesía. La tercera fase, correspondiente a la segunda mitad del
siglo XV, da paso a la crítica social y política, y a la consolidación de un espíritu
caballeresco, transido de una cierta nostalgia del pasado. El primer Humanismo, a pesar de
su fuerte didactismo moralizante, contiene factores nuevos: esencialmente orientado al
hombre como fin en sí mismo, desmitificador, preocupado por la precisión en los análisis
históricos. Personaje importante en este primer Humanismo castellano es Pedro López de
Ayala; diplomático, hombre de armas e historiador, destaca por la concepción del hombre
como protagonista de los acontecimientos cuyo devenir se halla en condiciones de
modificar. Contemporáneo suyo, en la Corona de Aragón, Francisco Eiximenis, comparte
la visión humanista de Ayala, con propuestas moralizantes. En sus obras, "El cristiano" y
"El libro de las mujeres", con fuerte carga moralizante, se plantea temas como la bondad
femenina o la idea de la muerte unida a la inquietante brevedad de la vida desde puntos de
vista muy innovadores. Muchos de sus puntos de vista fueron incorporados a su ardorosa
predicación por su contemporáneo san Vicente Ferrer. Más innovador es Bernat Metge,
cuyo conocimiento de los clásicos se trasluce en la cuidada cancillería aragonesa de Pedro
IV y Juan I, a cuyo servicio estuvo. En su obra "El sueño" se plantea los temas propios de
las nuevas preocupaciones, como la inmortalidad del alma, el destino de ultratumba, la
actitud ante la vida, y la crítica a las mujeres. En la poesía se mantiene fuerte la influencia
provenzal y gallega, "Cançoneret de Ripoll" y "Cancionero de Baena", aunque se va
imponiendo la corriente italianizante tanto en la forma como en la temática. Precedente e
introductor de la segunda etapa fue Enrique de Villena, moralizante, como hombre
medieval, escéptico y de curiosidad universal, como un humanista. Máximos exponentes en
la lírica son Ausias March, Iñigo López de Mendoza y Juan de Mena. Ausias March se
distancia de la lírica provenzal y crea una lírica en lengua catalana. Iñigo López de
Mendoza, marqués de Santillana, prototipo de cortesano de su época, buen conocedor de
los clásicos, impulsó la traducción de numerosas de sus obras y reunió una importante
biblioteca. Su obra literaria acoge manifestaciones de la cultura popular, "Serranillas"; obra
histórica, "Comedieta de Ponza", y obra política y satírica, "Doctrinal de Privados",
precedente de la literatura satírica que florece en la etapa siguiente. En la tercera etapa se
desarrolla la novela, en la que se conjugan historia y leyenda; ejemplares más acabados de
la novela de esta época son "Curial y Guelfa" y "Tirant lo Blanch", en las que se combinan
el fondo histórico y las acciones fantásticas, a las que la segunda de ellas añade el realismo
y la ironía. En la Corona de Castilla la novela sigue todavía apegada a la temática del amor
cortés de origen provenzal. Nostalgia, en las "Coplas a la muerte de mi padre", de Jorge
Manrique; pesimismo, en particular la preocupación por la muerte, patente en las populares
"Danzas de muerte"; reacción moralizante, en las numerosas y difundidas "Ars moriendi";
sátira, en las "Coplas de Ay Panadera" y de "Mingo Revulgo"; y misoginia, desde la
moderada del "Corbacho" a la cruda crítica contra las mujeres de las "Coplas del
Provincial" o, sobre todo, del "Maldezir de mujeres", de Pedro Torrellas, son características
de las obras de esta última etapa.

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