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La deshumanización en La compuerta N°12 de Baldomero Lillo

La Real Academia Española define el termino humanidad como la "sensibilidad,


compasión de las desgracias de otras personas" y es precisamente la falta de este
rasgo propio del ser humano, lo que caracteriza a los cuentos de Sub terra de
Baldomero Lillo. Dichos cuentos tienen como tópico principal la deplorable vida y
condición de los mineros en Chile a finales del siglo XIX y principios del XX.

La compuerta N°12 es el ejemplo perfecto de deshumanización: un padre


orillado por la necesidad de su familia, fuerza a su hijo de 8 años a trabajar en la
mina. El contexto entero en el que se lleva a cabo el cuento se encuentra carente
de esa sensibilidad por el dolor ajeno, y no sólo por parte del capataz quien
mantiene a los mineros en condiciones paupérrimas, sino incluso en el mismo
padre que termina por hacer caso omiso al sufrimiento de su propio hijo.

Desde que Pablo, el niño, y su papá entran a la mina, se ven envueltos en


un entorno lleno de indiferencia; el valor que se le da a la vida es nulo, se habla de
la muerte sin empatía alguna: "Lleva a este chico a la compuerta número doce,
reemplazará al hijo de José, el carretillero, aplastado ayer por la corrida." (Lillo,
1904, pág. 23). Las personas son cosificadas, se vuelven imprescindibles e
intercambiables con el paso de los años. "Su decadencia era visible para todos,
cada día se acercaba mas el fatal lindero que una vez traspasado convierte al
obrero viejo en un trasto inútil dentro de la mina." (Lillo, 1904, pág. 25).

La situación en la que viven determina de alguna manera su forma de ser.


Los padres no son afectuosos con sus hijos: "Aunque su inesperto corazoncillo no
esperimentaba ya la angustia que le asaltó en el pozo de bajada, aquellos mimos i
caricias a que no estaba acostumbrado despertaron su desconfianza." (Lillo, 1904,
pág. 29) Los niños que trabajan dentro de la mina viven sumergidos en una
miseria y angustia a la que un niño de su edad no está acostumbrado: "Un niño
de 10 años acurrucado en un hueco de la muralla. Con los codos en las rodillas i
el pálido rostro entre las manos enflaquecidas, mudo e inmóvil. [...] Sus ojos

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abiertos, sin espresión, estaban fijos obstinadamente hacia arriba" (Lillo, 1904,
pág. 26)

Se personifica a la mina, es vista como un ser que atrapa a las personas,


que los condena, incluso hasta sus futuras generaciones, a dedicar su vida entera
al trabajo de minero. Es un destino del que no se puede huir, no hay salida
posible.

La mina no soltaba nunca al que había cojido i como eslabones nuevos que
se sustituyen a los viejos y gastados de una cadena sin fin, allí abajo, los
hijos sucedían a los padres i en el hondo pozo el subir i el bajar de aquella
marea viviente no se interrumpías jamás. (Lillo, 1904, pág. 33)

Todo el determinismo que existe, orilla a los personajes a tomar decisiones


que resultarían anormales dentro de otro contexto, actúan por impulso. Hay dos
razones por las cuales un padre sacrificaría a su propio hijo: por mandato divino,
como Abraham pretendiera hacer con Isaac; y por necesidad, como el padre de
Pablo lo hiciera.

Abraham, quiero que me ofrezcas como sacrificio a Isaac, tu único hijo, a


quien tanto amas. Llévalo a la región de Moria, al cerro que te voy a
enseñar. (Gén. 22:2 TLA)

Somos seis en casa i uno solo el que trabaja, Pablo cumplió ya los ocho
años i debe ganar el pan que come i, como hijo de mineros, su oficio será
el de sus mayores. (Lillo, 1904, pág. 22 y 23)

La diferencia es que a Isaac fue salvado por Dios, pues todo se trataba de
una prueba para la fe de Abraham, mientras que a Pablo no hubo nadie que lo
pudiese salvar, ni siquiera su propio padre.

Luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar. Ya tenía el cuchillo en la


mano y estaba a punto de matar a su hijo, cuando oyó que Dios lo llamaba
desde el cielo. Abraham respondió, y Dios le dijo: No le hagas daño al niño.
Estoy convencido de que me obedeces, pues no te negaste a ofrecerme en
sacrificio a tu único hijo. (Gén. 22:9-13 TLA)

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A pesar de la resistencia i suplicas del niño lo ató con ella por mitad del
cuerpo y aseguró, en seguida, la otra estremidad en un grueso perno
incrustado en la roca. (Lillo, 1904, pág. 33)

El padre mantiene una lucha interna, en la cual se debate el destino de su


hijo, sin embargo termina por volverse indiferente ante el sufrimiento como el resto
de los personajes. La necesidad de su familia tiene mayor peso que la
individualidad de uno de los integrantes, se sacrifica la parte por el todo.

El ¡vamos padre! brotaba de sus labios cada vez más dolorido i apremiante.
Una violenta contrariedad se pintó en el rostro del viejo minero; pero al ver
aquellos ojos llenos de lagrimas, desolados i suplicantes levantados hacia
él, su naciente cólera se trocó en una piedad infinita: ¡era todavía tan débil i
pequeño! [...] Aquel sentimiento de rebelión que empezaba a jerminar en él
se estinguió repentinamente ante el recuerdo de su pobre hogar y de los
seres hambrientos i desnudos de los que era el único sostén. (Lillo, 1904,
págs. 31-33)

Los niños son los únicos que aún se permiten acciones como llorar, o sentir
tristeza, pero el resto ya se encuentra deshumanizado, ya no existen la
sensibilidad o compasión alguna por el otro. Pablo se aferra a lo último que lo
puede mantener tranquilo, que es su madre, mientras está amarrado trabajando
en una compuerta más de la mina.

Sus voces llamando al viejo que se alejaba tenían acentos tan


desgarradores [...] que el infeliz padre sintió de nuevo flaquear su
resolución. Mas, aquel desfallecimiento solo duró un instante, i tapándose
los oídos para no escuchar aquellos gritos que le atenaceaban las
entrañas, apresuró la marcha apartándose de aquel sitio. Antes de
abandonar la galería se detuvo un instante, i escuchó: una vocecilla ténue
como un soplo clamaba allá mui lejos, debilitada por la distancia: ¡Madre!
¡Madre! (Lillo, 1904, pág. 34 y 35)

El ciclo eventualmente se va a completar, Pablo crecerá y será de igual


forma una pieza más de ese eslabón interminable. Y el crecimiento a su vez

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conllevara a la perdida de la humanidad, el destino es ineludible, el trabajo es
inevitable y la único forma de huir de él es la muerte. Baldomero Lillo, muestra
deshumanizados a sus personajes no para condenarlos, sino para retratar las
condiciones extremas a las que puede ser llevada una persona por el mero instinto
humano de sobrevivir. Genera un ambiente de hostilidad en el cual el lector se
podrá sumergir y crear esa empatía con el sufrimiento de los personajes; y
rescatar de alguna forma esa humanidad que se podría llegar a perder.

Bibliografía
Lillo, B. (1904). Sub terra. Cuadro mineros. Santiago de Chile: Imprenta Moderna.

Armando Díaz

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