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Bogotá D.C.
2022
TESIS: En obras como “Los Ejércitos” de Evelio Rosero, evidenciamos que la violencia en la
literatura colombiana nos hace vivir dentro de otros mundos sin darnos cuenta
EL MUNDO DE LA VIOLENCIA EN LA LITERATURA COLOMBIANA
habilidad bastante particular que nos diferencia del resto de seres vivos en el planeta,
nosotros podemos vivir lo que no existe, esperar lo que no llega, ¿esto que quiere decir?
Quiere decir que es posible para nosotros inferir que algo ocurrirá o ocurre sin tener que ser
testigo visual de los hechos, creamos constantemente realidades, unas donde morimos, otras
vivir un mundo adaptado para ser parecido a aquella experiencia atroz de los colombianos
novela presenta a una mujer que mira hacia atrás mientras se va alejando de un lugar que
parece devastado. La imagen remite a la historia bíblica de Lot, que huye con su familia de
Sodoma antes de que ésta sea ajusticiada por la furia de Dios. Sodoma y Gomorra eran,
siquiera cincuenta justos entre toda la población, el lugar es arrasado por la mano
está condenado a su desaparición aunque los injustos no sean los habitantes del pueblo sino
los que vienen de afuera: los ejércitos que se enfrentan en los alrededores del pueblo y
progresivamente se lo van tomando sin que se pueda reconocer “a qué ejército pertenecen,
los rostros igual de despiadados” (p. 98). “Sea quienes sean, las mismas manos” (p. 110).
Como vemos, la ilustración de la novela sugiere una actualización del mito bíblico en el
que, a diferencia del original, no hay Dios ni ley que castigue a los injustos que se toman el
pueblo progresivamente y terminan por desplazar a sus habitantes. El destino del pueblo,
igual que el de Lot y su familia, es el de marcharse sin mirar atrás. Ismael, en la tradición
judeocristiana, fue el primer hijo varón que tuvo Abraham a los ochenta y seis años. Ismael,
celoso por el nacimiento de su hermano Isaac, fue condenado a vagar por el desierto de
Parán junto a su madre, Arán. Ismael Pasos, en cambio, parece condenado a vagar sin
encontrar un oasis que lo libre del infierno en el que se convierte San José.
lee la siguiente cita de Molière: “¿No habrá ningún peligro en parodiar a un muerto?”. La
muerto para descubrir qué tanto lo aman sus allegados. El simulacro de la muerte de Argan
peregrinar por el pueblo buscando a su esposa, deambula como muerto por las allanadas
calles de San José: “A este viejo no hace falta matarlo, ¿no lo ven? Parece muerto. ¿Le
damos chumbimba de la buena? No es el mismo viejo que vimos muerto hace un minuto?
Sí, el mismo. Mírenlo qué rosado, no huele a muerto, a lo mejor es un santo” (187). La
comedia de Molière termina con un final feliz: Argan descubre el falso amor de su esposa
—a quien piensa dejarle toda su fortuna— y el verdadero amor que le profesa su hija. En la
novela de Rosero, por el contrario, la posibilidad de un final feliz para don Ismael —que
hecho, el final de la novela sugiere la próxima muerte del narrador y protagonista del relato:
“Quieto”, gritan, me rodean, presiento por un segundo que incluso me temen, y me temen
ahora cuando estoy más solo de lo que estoy, “Su nombre” (...); les diré que me llamo
Simón Bolívar, les diré que me llamo Nadie, les diré que no tengo nombre y reiré otra vez,
El segundo intertexto bíblico de la novela inicia con la descripción del patio de la casa en la
que viven Ismael y Otilia —profesores jubilados que llevan juntos cuarenta años. Mientras
se sube en el árbol a coger naranjas, Ismael aprovecha para espiar a su vecina, que se
acuesta desnuda al lado de la piscina a disfrutar del sol. La risa de las guacamayas, la
presencia acusadora de los gatos que desde el piso escrutan al viejo profesor, los peces, el
palo de naranjas y el mismo sol hacen parte de una naturaleza rebosante, que parece
sincretizarse en Geraldina, su vecina. “Geraldina no habla, aúlla” (p. 16); su sonrisa es “una
bandada de palomas explotando intempestiva a la orilla del muro” (p. 17). Además, camina
vecino pero eso no la perturba. En cambio, se le acerca, le recibe y muerde una naranja.
Entonces: “un efluvio amargo y dulce se remontó desde la boca enrojecida” (p. 17). De esta
manera se constituye una correspondencia natural entre los seres humanos y la naturaleza
que nos remite a la idea del Edén. Este locus amoenus de San José, en el que Geraldina
camina desnuda con la desvergüenza anterior al pecado original y muerde un fruto que le
ofrecen de un árbol, nos recuerda la historia del pecado original. En la novela de Rosero,
empero, el destierro del paraíso no es responsabilidad de quienes habitan este lugar sino,
más bien, de fuerzas externas que con el uso de la violencia transforman progresivamente
Los ejércitos, en la medida en que van cercando el pueblo, van creando una atmósfera
“irrespirable (...) un lento desasosiego, [que] se apodera de todo, no solo del ánimo
humano, sino de las plantas, de los gatos que atisban alrededor de los peces inmóviles” (p.
83). De esta forma, la naturaleza, antes exultante, parece congelarse por efecto de la
violencia, que cae como un “paño de niebla, oscureciéndolo todo” (p. 84), e incluso se
manifiesta como un “aire oscuro” (p. 84) que persigue a Ismael por las calles. Así, pues,
conforme los ejércitos se toman a San José la atmósfera se materializa como algo que
persigue a las personas e invade a los animales. “Es la muerte viva”, dirá el narrador
desconsolado.
La progresión de la violencia desuela a San José. Lo que era antes un pueblo tranquilo —
oscuro, sin vida, en el que la naturaleza descrita en las primeras páginas de la novela ha
sido aniquilada: Ismael encuentra su naranjo incendiado y cortado, el cadáver de uno de sus
gatos en las raíces del árbol y las guacamayas de Geraldina flotando en la piscina vecina.
Algunos animales son salvados, como en el diluvio, pero no por compasión con ellos, sino
porque son objetos de lujo del general Palacios. En este caso, el intertexto alude claramente
valor de la vida de los habitantes del pueblo. No obstante, lo que constituye el principal
acto transgresor hacia la naturaleza es la violación que un grupo de soldados hace al cuerpo
ellos [soldados de algún ejército]. Nadie reparó en mi presencia; me detuve, como ellos,
otra esfinge de piedra, oscura, surgida en la puerta. Entre los brazos de una mecedora de
sacudiéndose a uno y otro lado, y encima uno de los hombres la violaba (202).
Como hemos visto, los intertextos orientan una mirada desesperanzadora sobre la población
civil de San José. Este pueblo pequeño, caluroso y con nombre de santo —como tantos
otros que existen en Colombia—, está condenado al éxodo sin que haya un Dios que guíe a
los desprotegidos hacia una tierra prometida. La misma situación la había presenciado
Ismael: “Hace años, antes del ataque a la iglesia, pasaban por nuestro pueblo los
desplazados de otros pueblos, los veíamos cruzar por la carretera, filas interminables de
hombres y niños y mujeres, muchedumbre sin pan y sin destino” (116). Así pues, la
entre sí. Un soldado de alguno de los ejércitos se burla de su existencia: “¿No quieres un
pedazo de pan, santo? Pídele a Dios” (187). Para concluir, el mismo Ismael parece
constatar la carcajada que el creador está echando desde el cielo: “Escucho las primeras
gotas de lluvia, gordas, aisladas, caer como grandes flores arrugadas que estallan en el