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DE COPERO A GOBERNADOR

¿SUERTE, BUENA LABOR, O BENDICIÓN?

Para el año 445 a.C, cuentan las Sagradas Escrituras, existió un ser
humano, con temores, pasiones, defectos y virtudes, como usted que lee este
texto, o como quien escribió lo que ahora lee, una persona de carne y hueso
como cualquier otra. No obstante, tuvo una característica, no particular, pero
digamos, poco común para aquella época e igualmente escasa en la actualidad
¿Cuál?... No quiso ser como la multitud.

Lo señalado y por señalar, se puede encontrar en el décimo-sexto libro de la


Biblia, cuyo título lleva el nombre del no tan seguro escritor completo del mismo,
pero sí del protagonista de dichos pasajes, Nehemías. Con respecto a la primera
observación, la cual no me parece indispensable pero sí importante, la hago por
motivos de cultura general adquiridos por experiencia propia, la cual usted
puede obtener o constatar si toma el gusto de leer el señalado libro; en tanto
que, si lo examina, se percatará que el texto empieza gramaticalmente escrito
en primera persona y finaliza igual, pero hay pasajes que están plasmados en
tercera persona, lo cual nos lleva a pensar que no fue sólo Nehemías quien
escribió este texto sino un tercero, verbigracia “(…) Al escuchar esto, me senté a
llorar, hice duelo por algunos días, ayuné y oré al Dios del cielo[1] (...)” (Denota que
el texto fue escrito en primera persona) “(…)Nehemías hijo de Jacalías, que era el
gobernador[2](…)” (Refleja que ese pasaje fue escrito en tercera persona)
Lo anterior no nos permite concluir con certeza, que este libro de la biblia
fue escrito, por lo menos en su totalidad, por el protagonista de la misma historia,
Nehemías. Empero, la esencia que es su mensaje, sí puede ser pregonado sin
problemas, punto que al final, se torna como lo verdaderamente fundamental.
Ahora bien, es importante contextualizar históricamente lo plasmado en el
texto en mención, y en ese sentido, ello nos transporta a la época en la que se
encontraba vigente el Imperio Persa, cuando era gobernada por la dinastía
Aqueménida, en cabeza del rey Artajerjes I, dinastía que finalizará con la caída
de su Imperio, a manos del reconocido Alejandro Magno, cuando el rey de aquel
era el también conocido Darío III.
En ese orden de ideas, cuentan las sagradas escrituras que antes de
erigirse el Imperio Persa, el rey de Babilonia Nabucodonosor II, logró sitiar a Judá
durante el reinado de Joacim, tiempo en el que fueron llevados cautivos a
Babilonia personajes para la historia sumamente importantes, tales como, los
profetas; Ezequiel y Daniel, o los tres (3) jóvenes judíos; Ananías, Azarías y
Misael (Sadrac, Mesac y Abednego). Posteriormente fue conquistada, saqueada
y azotada durante el reinado de Sedequías, donde no sólo se acabó con la vida
de muchos judíos, sino que los utensilios y tesoros del templo de Dios (Templo
construido por Salomón) que estaba ubicado en la capital de Judá, fueron
llevados a Babilonia, además fue incendiado el templo y las murallas de
Jerusalén derribadas.

Posterior a ello, el imperio babilónico decae totalmente, esto como


consecuencia de la muerte de Nabucodonosor II. Bajo esta coyuntura, Babilonia
es conquistada (Aunque no hubo una respuesta bélica por parte de los
babilónicos) por el rey Aqueménida de Persia, Ciro el grande, quien juega un
papel destacable para la historia de los judíos durante este nuevo periodo
imperial, en tanto que, decreta[3] (confirmando así las profecías de personajes
como Jeremías) que se construya el templo de Jerusalén y que todo aquel que
pertenezca a Judá coopere con ello. Es decir, los libera del cautiverio luego de
70 años. No obstante, no todos salieron de Babilonia, porque muchos se
arraigaron a dicho pueblo por diferentes razones, tal como se anota a
continuación:
"no muchos de los exiliados demostraron estar ansiosos de volver prestamente
a Palestina. Medio siglo en Babilonia había llevado a la mayoría a adoptar las
costumbres y la cultura de la tierra de su forzada adopción. La mayoría se había sujetado
a la nueva tierra por lazos matrimoniales y de amistad y por fuertes conexiones
comerciales. Además había crecido en Babilonia una generación que no conocía
Palestina, y para estos judíos, Judea había dejado de ser un lugar atractivo para vivir.
La fuerza de un vínculo sentimental poderoso era necesaria para inducirlos a retornar a
Palestina, y pocos la sentían. De ahí que la dificultad mayor estribaba en despertar
suficiente entusiasmo como para organizar un grupo que efectuaría el primer
retorno."[4]

A pesar de ello, sí hubo un grupo significativo de judíos que volvieron a su


tierra con la finalidad de reconstruir el templo. Este primer grupo estuvo liderado
por Zorobabel, los cuales se encargaron de reconstruir el Templo que
primeramente había construido el rey Salomón. Por ello, a este Templo se le
conoce como el “segundo Templo” o “Templo de Zorobabel”. Empero, esto no
fue suficiente, pues a pesar de que el Templo de Dios fue reconstruido “(…) la
muralla de Jerusalén, seguía derribada, con sus puertas consumidas por el
fuego”[5] por tanto, es ahí donde aparece otro hombre en la historia sumamente
importante y de interesante testimonio, Nehemías (También figura un sacerdote
llamado, Esdras, que no es preciso afirmar si llegó a Judá, antes o después de
Nehemías, pero su labor fue más desde la óptica legal que reconstructiva
materialmente)
Nehemías, dice la biblia, era copero[6] del rey Artajerjes, sí, copero del
rey, líder del gran imperio Aqueménida. Profesión que según los historiadores,
era de gran trascendencia en cuanto a la confianza que debía existir, pues para
esa época, era común un ataque mediante el envenenamiento, por lo tanto, su
labor consistía en constatar que las bebidas y alimentos del rey no estuvieran
envenenadas. No obstante, es de cuestionarse, hasta qué punto, puede un
copero, llegar a ser luego, gobernador de Jerusalén, simplemente con la
experiencia de aquella profesión.

Pues bien, desde mi perspectiva y analizando respetuosamente las


Sagradas Escrituras, se connota que Nehemías, a pesar de estar en otras tierras,
siempre se mantuvo con los ojos puestos en el sepulcro de sus ancestros,
Jerusalén. Mirada que deja entrever su verdadera pasión, llevar a cabo la tarea
de levantar a su pueblo y reedificar las murallas del mismo, muy a pesar de ser
el copero del rey Persa, Artajerjes. Ahora, cómo logró dar ese “salto laboral”.
Simple, pero claro y concreto, porque aquel varón, oró a Dios y le pidió ganarse
el favor del Rey. Y el resultado, el monarca le concedió ser el gobernador de
Jerusalén y le dio no sólo vía libre para reedificar el sepulcro de sus ancestros,
sino que lo dotó de las herramientas necesarias para desarrollar esa tarea. Ahora
bien, esa gracia delante de aquel monarca, considero, se la concedió Dios a
Nehemías a través del actuar diario de su labor, puesto que, al pensar que de
copero del Rey, pasó a gobernador de Jerusalén, se concluye que es algo
sorprendente y admirable, lo cual nos arroja otra acepción inevitable, y es que,
a pesar que ser copero no le apasionaba, su labor era excepcional, lo cual
generaba en el rey no sólo la confianza de ser buen copero, sino que además,
cimentaba en aquel la idea de que, donde colocara a Nehemías y lo que hiciera,
lo iba a realizar de manera excelsa.
De lo anterior podemos deducir que, hay dos modos de laborar o hacerle
frente a un trabajo y/o actividad. La primera, es con gusto de lo que se hace y la
segunda, su antónimo o versión antagónica, haciendo lo que nos toca o aquello
que sencillamente, no nos gusta.
Bendecido aquel, que lo que hace, le coincide con lo que le apasiona, en
tanto que, “Quien hace lo que le gusta, no trabaja ningún día de su vida” pero,
que no se entristezca, quien le ha tocado desarrollar algo que no lo entusiasma,
porque aunque usted no lo conciba de esa manera, detrás de ello, viene una
bendición insospechada. No obstante, para hacerse acreedor de dicha fortuna
espiritual, es menester que la labor que desempeña, la coloque en manos de
Dios y, aunque no sea de su agrado, la lleve a cabo con total firmeza, hasta el
punto que parezca que fuese feliz en ello, en pocas palabras, “Cójale gusto a lo
que hace” porque detrás de ese “disgusto” o “desagrado” laboral, si lo hace de
la mejor manera, Dios lo bendice con algo Sobrenatural y por tanto, impensado
para usted.
Yo lo invito a usted lector, que tome el ejemplo de Nehemías. Sí, puede
que lo que esté haciendo no sea lo que le apasiona, pero haga las cosas bien
hechas, deje su huella a donde vaya, gánese la confianza obrando de manera
honrada y sincera, con Dios por delante, y procure que sus resultados hablen
por usted y respalden o constaten que verdaderamente cree en Dios y lo sigue
fielmente. Toda vez que, detrás de ello o de la mano de eso que hace, viene la
consecución o edificación de aquel proyecto deseado o mejor aún, de ese
indeseado no porque era mal proyecto, sino porque lo vio imposible. Puesto que,
sépalo, enmárquelo y guarde lo siguiente, Nuestro Dios es un Dios Sobrenatural
con Doctorado en lo imposible, impensado e insospechado.

[1] Nehemías, capítulo 1, versículo 4.


[2] Nehemías, capítulo 10, versículo 1.
[3]2° Crónicas. Cap. 36, versículo 22; Esdras. Cap. 1, versículo 1.
[4] Mould, Essentials of Bible History, pág. 350.
[5] Nehemías. Cap. 1, versículo 3.
[6] Nehemías. Cap. 2, versículo 1.

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