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Centre for

Child Protection

LA PROTECCIÓN: NUESTRO COMPROMISO

Programa de aprendizaje en línea para la prevención del abuso sexual

de menores

3. Factores de riesgo y protección de abuso sexual

Autor:

Stéphane Joulain
Centre for Child Protection

Si bien la responsabilidad de abusar de un menor recae únicamente sobre la persona que ha


cometido el abuso, se han identificado algunos elementos como factores de riesgo y factores de
protección. Los factores de riesgo son aspectos específicos de la vida de un menor que
incrementan el riesgo de abuso. Los factores de protección son aspectos específicos de la vida de
un menor que disminuyen la probabilidad del mismo. Por lo tanto, para construir ambientes
seguros es necesario evitar los riesgos y mejorar los factores de protección.

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1. Factores de riesgo

Algunas condiciones de la vida de los menores hacen que estén en mayor riesgo de abuso. Por
lo tanto, para evitar abusos es importante examinar la vida de las víctimas e identificar los
factores de riesgo, es decir, aquellos factores de los que se aprovecha un agresor para abusar.
Esto implica considerar la victimología, el campo clínico que trata, investiga, y combate el
fenómeno de la victimización. La victimología contribuye al compromiso común de proteger a
los menores del mundo y ayudar a rescatar a los menores y personas vulnerables que estén en
riesgo.

1.1. LAS “CARACTERÍSTICAS” DE LA VÍCTIMA


Algunas de las características observadas con frecuencia en víctimas de abuso sexual infantil, en
diferentes sectores de población, son vulnerabilidades que representan riesgos para menores en
condiciones similares. Existen características variables y características invariables.

1) Género. El riesgo de acoso es más elevado en el caso de las niñas. Casi todos los
estudios demuestran que hay un mayor número de niñas abusadas que de niños,
aunque se sabe que entre los últimos se denuncia en menor medida. No obtante, la
realidad es que ocurre lo mismo en el caso de las niñas (David Finkelhor, 1986; D.
Finkelhor, 2009; Pereda, Guilera, Forns y Gómez-Benito, 2009). Por tanto, ser una niña
representa un factor de riesgo entre ocho y diez veces mayor que ser un niño en los
casos de abuso sexual. En lo que respecta a la violencia general, los niños están en
mayor riesgo (D. Finkelhor, 1980).

2) Edad. Es difícil estimar el grupo etario más prominente entre víctimas de abuso sexual
de menores. En algunos países, sobre todo en lo que conocemos como el mundo
occidental, está por debajo de los 12 años. En países emergentes, puede darse más entre
los 13 y los 16 años (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, 2014). Finkelhor ha
analizado que en el caso de las niñas el riesgo comienza a ser mayor entre los 6 y 7 años

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y se va incrementando hasta llegar a su punto álgido entre los 10 y 12 años (David


Finkelhor, 1986). A nivel mundial, estimó (1980) que un 11% de las niñas menores de 12
fueron abusadas por un adulto de 18 años o mayor y un 6% por un adolescente de 5
años o más que ellas. El 4% fueron abusadas sexualmente entre los 13 y 16 años. Esto
quiere decir que un 21% de niñas y adolescentes sufrieron abusos (una de cada 5). En
1994, Finkelhor realizó un meta-análisis en el que comparó los datos de 21 países y
demostró que las cifras reportadas iban desde un 7% en el caso de las chicas y un 3% en
el de los chicos hasta alcanzar un 33% entre ambos (D. Finkelhor, 1994).
En 2009, Pereda y sus colaboradores continuaron el trabajo de Finkelhor de 1994
comparando asimismo los datos de 21 países, pero a partir de 39 estudios diferentes
(Pereda et al., 2009). Aunque el predominio del fenómeno se ha confirmado, persisten
algunas diferencias. Está claro que es difícil encontrar estudios que puedan compararse
de forma exacta, puesto que los sectores de población que se analizan son diferentes,
existen diversas variables y el diseño de la investigación también puede variar bastante.
Se puede encontrar más información por regiones en un informe de UNICEF con datos
de 2011 que ayuda a mirar más de cerca la situación a nivel local (Fondo de las
Naciones Unidas para la Infancia, 2014).

3) Estado cognitivo y emocional del menor. El estado emocional y cognitivo del menor
también puede presentar un riesgo para el abuso. Marshall señaló en el año 2000 que
unos vínculos de afecto inseguros (lo que, brevemente, se refiere a la manera en la que
un menor busca apoyo, consuelo y seguridad en un adulto), una autoestima baja y la
carencia de habilidades sociales, podían exponer a un menor al abuso sexual (Marshall
& Marshall, 2000). Finkelhor (1980) ya decía que la ausencia de cercanía entre un
menor y su madre era un factor de riesgo y que igualmente lo era no manifestar afecto
(David Finkelhor, 1986). Sin embargo, este último elemento había que evaluarlo
dependiendo de la cultura, puesto que el afecto no se demuestra de la misma manera
en América del Norte, en América del Sur, en África, en Europa, en Asia o en Oceanía.

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A pesar de ello, un menor con un estado emocional vulnerable corre mayor riesgo de
buscar apoyo emocional en un adulto. Además, tener dificultades cognitivas o
problemas de salud mental —como los trastornos mentales y físicos— también son
factores de riesgo de abuso para menores y adultos. Por eso, debemos prestar
particular atención a los menores que se enfrentan a sus emociones o que tienen
alguna discapacidad física. Algunos menores que no reciben atención por parte de su
figura paterna pueden buscar atención en otra “figura paterna”, como un sacerdote o
ministro, quedando expuestos al riesgo de que se aproveche de ellos alguien que se
sienta atraido por los menores (Holt & Massey, 2012).

1.2. LA ESTRUCTURA DE LA FAMILIA

1) Los miembros de la familia: si bien la familia es un regalo para el menor, y el menor un


regalo para la familia, también es cierto que los miembros de la familia representan
estadísticamente un riesgo elevado para los menores. Por eso, una de las principales
áreas de intervención en planes de prevención debe ser el apoyo familiar. Según
Finkelhor (1980, 2008), entre el 60% y el 75% de las víctimas de abuso sexual infantil
conocían a su abusador, el 44% eran parientes (el porcentaje más alto fue del 56% en su
meta-análisis de 1994), el 22% eran miembros cercanos a la familia nuclear y el 6% el
padre o padrastro. Los miembros de la familia suelen tener un acceso más fácil a las
víctimas. Por lo general, no tienen que crear una atmósfera de confianza ni recurrir a la
violencia excesiva, ya que su relación con el menor reduce la capacidad de resistencia
del mismo. Además, los agresores sexuales intrafamiliares suelen ser regresivos1 y por
lo general también tienen una relación con una pareja adulta, a diferencia de los fijados
u obsesivos que suelen carecer de habilidades sociales (Groth & Birnbaum, 1978). En el

1Los abusadores sexuales regresivos son personas que muestran una atracción pedófila a edad tardía y que
al mismo tiempo pueden sentirse atraídos por un adulto (Seto, 2008). A diferencia de los últimos, los
abusadores fijados u obsesivos son personas que se sienten atraidos exclusivamente por menores desde una
edad muy temprana (Groth & Birnbaum, 1978).

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estudio de Finkelhor, las víctimas habían experimentado las siguientes situaciones


familiares: un 29% no tenía padre, pero un 47% tenía padrastro (tener padrastro duplica
el riesgo de abuso sexual), un 58% no vivía con su madre y un 35% tenía una madrastra.
Estas víctimas experimentaron pocas muestras de cariño en el 32% de los casos,
comparado con el 34% que no se sentían cercanos a sus madres. Además, la violencia
doméstica verbal o física entre los padres y el aislamiento social de la familia fueron
identificados como factores de riesgo. Cabe recordar también que el abuso sexual
infantil se da en todos los sectores sociales. Los estudios han demostrado que para que
una persona abuse de un menor tiene que estar presente (o más bien ausente) un
elemento importante, es decir, una tutela adecuada. La mayoría de los padres de
víctimas de abuso menores mostraban signos de no haber dado una tutela adecuada a
sus hijos (David Finkelhor, 1986). Esto no significa que haya que culpar a los padres,
sino que sirve para explicar que los abusadores no tienen acceso a un menor que cuente
con la protección de un adulto. Por eso, es importante prestar atención a las condiciones
que aumentan el riesgo de ausencia de tutela apropiada.

2) La ausencia de una tutela adecuada es un factor de riesgo elevado. El abusador tiene


que tener acceso al menor para abusar del mismo. Por lo tanto, o se trata del tutor legal
del menor o ha podido superar la vigilancia del tutor legal. Hay diferentes razones que
pueden contribuir a ello:

 El tutor legal de un menor puede ser el padre, la madre o cualquier otro adulto que
la ley reconoce como tutor legal del menor. Si el tutor legal es también el autor del
abuso suele ser difícil reconocer el abuso de forma inmediata, porque la gente
habitualmente no sospecha del tutor legal. Esta es una de las razones que hace tan
difícil revelar el incesto. Una madre no sospecha fácilmente que el hombre que ama
pueda abusar de sus hijos. Tampoco un padre sospecha fácilmente que la mujer que
ama —o alguno de los otros hijos— abusan de un hijo. En la mayoría de culturas se
confía de manera natural que la persona que comparte la vida de otra persona

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cuidará de la misma. No obstante, hay que recordar que en el núcleo de la dinámica


familiar no está el menor, sino la pareja. Primero está la pareja2 y después los niños.
Puede variar en algunas culturas en las que la familia extendida tiene más
importancia que la nuclear.

 La ausencia de tutela también puede ser el resultado de una carencia a nivel social y
económico. Por ejemplo, si ambos padres trabajan mucho, ya sea horas o meses de
ausencia (como es el caso de los trabajadores migrantes que dejan atrás a sus hijos
para trabajar en otro país). Puede darse también el caso en que un solo progenitor
tiene que cuidar al hijo y a la vez ser la fuente de ingresos de la familia. En tales
situaciones, o el menor se queda solo en casa o entra y sale sin que los padres se
percaten debido a su ausencia. A veces se delega la tutela a otra persona, como a un
pariente, en la mayoría de casos, o a una niñera, jardín de infancia, profesor de la
escuela, entrenador deportivo, profesor de música o persona encargada de las
actividades de la iglesia (como el sacerdote, el ministro, el/la catequista, etc.). En
estos casos, los que reciben la delegación tienen la misma autoridad que los padres
ante los menores. Esto les otorga un mayor poder y se incrementa el riesgo (Holt &
Massey, 2012).

 Otros factores de riesgo familiar no determinados. Otros factores identificados en


la vida de los menores abusados incluyen vivir en entornos delictivos, tener una
madre con una enfermedad de larga duración, un embarazo temprano o tentativas
suicidas. Estos elementos tienen en común el hecho de que reducen notablemente el
la protección de la madre hacia sus hijos. Por ello, estos aspectos vulnerables de las

2Aquí no nos referimos sólo a parejas casadas, puesto que en la actualidad las parejas tienen distintas formas y
condiciones jurídicas. En esta unidad, se entiende a una pareja como dos personas adultas que viven juntas (y no
siempre bajo el mismo techo), pero que están unidas por un sentimiento de atracción mutua y/o amor. Este amor
se puede sellar legalmente, pero no necesariamente.

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madres deben ser objetivos de prevención fundamentales (Fondo de las Naciones


Unidas para la Infancia, 2014).

1.3. EL ENTORNO SOCIAL DEL MENOR


La situación social y económica de la familia del menor también puede aumentar el riesgo del
abuso.

1) Pobreza. Ha sido identificada como un factor de riesgo en el abuso sexual infantil. Esto
no significa que todos los niños que viven en condiciones pobreza estén en riesgo de
abuso, sino que la pobreza, unida a otros factores de riesgo, aumenta la posibilidad de
abuso (Richter, Dawes, & Higson-Smith, 2004). Los estudios han señalado que un 33%
de las víctimas de abuso infantil provenía de hogares con bajos ingresos, un 44% vivía
en zonas rurales pobres y 38% sufría aislamiento social (Burn & Brown, 2006 Cantarella,
2005). La pobreza aumenta el riesgo porque deja al menor aislado o expuesto a otros
factores de riesgo vinculados a la pobreza como son el alcoholismo, la adicción a las
drogas, los entornos delictivos, la promiscuidad, etc.

2) Guerra. En tiempos de guerra u agitación civil, los menores quedan particularmente en


riesgo. Las fuerzas armadas o la milicia pueden obligar a los niños a enrolarse para
utilizarlos como objetos sexuales.

3) Trabajo forzoso y exposición a la explotación sexual. Algunos niños también corren el


riesgo de ser obligados a trabajar a una edad muy temprana. Se ven forzados a trabajar
como si fueran adultos, los cuales, a su vez, pueden representar un riesgo para la
seguridad de los menores (Audu, Geidam & Jarma, 2009; Fondo de las Naciones Unidas
para la Infancia, 2014). La exposición a la prostitución sexual en la familia es otro factor.
Los hijos de una prostituta o un proxeneta corren un alto riesgo de exposición al abuso
sexual desde edades muy tempranas.

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1.4. FACTORES CULTURALES


Los factores culturales pueden hacer que los niños corran el riesgo de abuso sexual. Estos
factores de riesgo culturales no se entienden de la misma manera en todas partes del mundo.
Hay dos trampas: el colonialismo intelectual y el relativismo cultural.

Vamos a fijarnos, por ejemplo, en la dimensión patriarcal de una sociedad. Muchos


investigadores han denunciado este elemento como uno de los principales factores de riesgo
para el abuso sexual de menores. Pero esta afirmación es difícil de aceptar en ciertas culturas en
las que algunos grupos identifican a los hombres como factores de protección social. No es
sorprendente que en estas culturas el sistema patriarcal no se vea como una dificultad. Por eso,
cualquier intento de distinguir este factor puede ser percibido como colonialismo intelectual o
como investigación motivada políticamente, suponiendo que la posición personal esté libre de
otras motivaciones. Pueden producirse fuertes reacciones en contra, ya que algunos pueden
sentir que se estigmatiza su cultura. Sin embargo, decir que el sistema patriarcal es dominante
en tal o tal cultura no es lo mismo que decir que todas las personas de esa cultura concreta
tratan de ejercer poder a expensas de mujeres y niñas. No obstante, descartar ciertas
investigaciones porque las acusamos de estar sólo motivadas políticamente es otra trampa. Es
una forma de relativismo cultural.

En cierto modo, la verdad tiene que buscarse entre diferentes motivaciones. Contar con rigor
académico y una estandarización de los protocolos de investigación universalmente aceptada
sería de ayuda. Mientras se resuelve este debate, puede ser útil recordar un proverbio africano
que dice que“hasta que el león tenga su propio narrador, el cazador siempre tendrá la mejor parte de la
historia.”

1.5. OTROS FACTORES DE RIESGO NO ESPECIFICADOS


Se han identificado otros factores de riesgo que ejercen un impacto importante sobre las
diferentes dimensiones de la vida de un niño: a nivel individual, familiar, social o cultural.

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1) El alcohol y las drogas. La capacidad de desinhibición del alcohol es de sobra conocida


(Seto, 2008). Aunque el alcohol no es una excusa para cometer un abuso sexual, ayuda a
reducir las inhibiciones del agresor y le confiere el “valor” para poder abusar (Klatt et
al., 2013). Por su parte, se puede obligar a la víctima a beber alcohol para desinhibirla y
que colabore en el acto de abuso. Otras drogas se pueden usar con el mismo propósito.

2) Pornografía. La exposición de un menor a la pornografía también aumenta el riesgo de


abuso. Aquellos menores que son expuestos a edades tempranas a imágenes o prácticas
sexuales como la masturbación, corren mayor riesgo de desarrollar una tendencia a la
hipersexualización. Además, el chat, los foros enlínea y las redes sociales hacen que los
menores sin supervisión se expongan a encuentros peligrosos (Seto, 2013).

3) Pertenencia a pandillas o bandas. Algunos niños y adolescentes también están


expuestos a pandillas y bandas en su vecindad. Puede ser que para formar parte de
alguno de estos grupos tengan que someterse a algún tipo de “rito de iniciación”. Éstos
incluyen la “violación en pandilla” de chicas, demostrando así que pertenecen a todos
los miembros del grupo. Se puede pedir a un chico que viole a alguien para ser
aceptado como miembro. El niño o adolescente puede percibir el miedo al rechazo o al
aislamiento como algo peor que ser victimizado por el grupo. Su deseo de pertenecer
puede ser más fuerte que la propia integridad y puede llegar a dejar de protegerse a sí
mismo (Miller & Brunson, 2000; Molidor, 1996).

El responsable del abuso de un menor es siempre el abusador. Dicho esto, hay un cierto número
de objetivos de prevención que pueden reducir el riesgo de abuso. Hay que dar prioridad
absoluta a los objetivos aquí enumerados en toda la planificación preventiva que una iglesia,
organización o estado vaya a poner en marcha. Prestar atención al bienestar y seguridad de los
menores en la familia es un objetivo muy importante. Para disminuir los riesgos, se debe
considerar reducir algunos peligros sociales como la pobreza, la guerra, las drogas, la
pertenencia a pandillas, etc. La educación juega un papel muy importante. Los menores tienen

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que aprender a hablar de sus problemas y de las dificultades que están enfrentando, así como a
expresar su malestar o miedo a las personas que les rodean. No obstante, dentro de una
sociedad la seguridad de los menores es responsabilidad de los adultos y no puede recaer sólo
sobre los menores. No podemos escondernos tras la creciente capacidad de los menores de
protegerse a sí mismos.

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2. Factores de protección

Para prevenir el abuso sexual y el maltrato infantil, no es sólo importante identificar los factores
de riesgo y reducir sus consecuencias, sino también construir una sociedad en la que los niños
estén más seguros. Existe la necesidad de desarrollar modelos de intervención preventivos que
contribuyan a que la sociedad avance hacia entornos mejores y más seguros para los los niños.
Hay diferentes factores que pueden ayudar a fomentar la protección, desarrollar mejores
capacidades y establecer límites claros con los menores.

2.1. LOS FUNDAMENTOS PARA LA PREVENCIÓN


La mayoría de estudios sobre factores de protección apareció tras el trabajo de Urie
Bronfenbrenner, un psicólogo norteamericano que en 1970 desarrolló una teoría llamada la
Teoría del Sistema Ecológico (Bronfenbrenner, 1977). Bronfenbrenner propuso comprender el
desarrollo de una persona como el resultado de todas las interacciones de la misma con su
entorno: familia, amigos, vecinos, escuela, grupos religiosos, trabajo, sociedad, factores
económicos y seguridad. A su vez, dicho entorno está influenciado por culturas basadas en
valores, creencias e ideologías.

La sociedad y las iglesias deben prestar especial atención a estos ámbitos de la vida de los
menores para protegerlos mejor del abuso sexual y ayudarlos a ellos, a sus familias,
comunidades, iglesias y sociedades a que protejan la integridad de los miembros más frágiles.

Aunque el Modelo Ecológico de Desarrollo surgió en los años 70, los factores de protección no
se han puesto al frente de la lucha contra el abuso sexual infantil hasta hace poco. Esta
dificultad se debe en parte a que el énfasis se ha puesto en reducir los factores de riesgo como
única solución (intentar eliminar el riesgo es una parte importante de la prevención). Sin
embargo, también se debe a que muchos profesionales han tenido miedo de subrayar los
factores de protección porque ésto podría generar la creencia de que la víctima o la familia no
hicieron lo suficiente para evitar el abuso, llegando a sugerir équivocamente que la víctima

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podría haber colaborado con el abusador. En la actualidad, las personas entienden mejor que es
importante hacer todo para prevenir el abuso.

2.2. REFLEXIÓN INTERCULTURAL


Para actuar sobre los diferentes sistemas de influencia descritos anteriormente, la investigación
ha identificado ciertos factores como objetivos preferentes para un entorno más seguro. Dichos
objetivos comprenden tanto el aspecto individual del desarrollo del menor como las
dimensiones familiar y social. Sin embargo, según señalan Meinck et al. (2015) tales objetivos no
se pueden transferir de una cultura a otra. Y las estructuras tradicionales están experimentando
cambios rápidos:

Al igual que la prevalencia y las consecuencias del abuso se pueden manifestar de modo diferente en
África, también pueden hacerlo los factores de protección. Identificar la correlación sociodemográfica y el
riesgo de abuso es fundamental para apoyar intervenciones preventivas sobre la base de la evidencia.
Existe amplia investigación sobre los factores de riesgo en Occidente […], pero la investigación sobre los
factores de protección sigue siendo limitada. Sin embargo, es peligroso dar por hecho la transmisibilidad
de los estudios occidentales a África. Las estructuras familiares en los países africanos están
experimentando cambios. Siguen siendo dominantes las prácticas tradicionales de clanes de parentesco y
familias extensas en las que las familias asumen el cuidado de los menores de parientes o vecinos, pero se
está produciendo un cambio hacia la familia nuclear […]. Además, ser madre soltera está convirtiéndose
en algo común en África subsahariana (p. 82). (Traducción propia del inglés).

Por el contrario, Hong & al. (2013) no ven ningún obstáculo a la hora de transferir un modelo
occidental a Asia, en concreto a Corea del Sur, por la gran influencia que la cultura occidental
ejerce sobre la sociedad de Corea del Sur: “Utilizamos un modelo teórico occidental para
comprender el conjunto de las investigaciones. Es una opción apropiada puesto que Corea del
Sur ha recibido gran influencia de la conceptualización occidental de los problemas sociales.”
(p. 1058).

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2.3. LOS TRES NIVELES DE LOS FACTORES DE PROTECCIÓN


Los factores protectores se suelen dividir en tres categorías: los dirigidos directamente a los
niños, los dirigidos a los padres y, en último lugar, aquellos en los que puede colaborar la
comunidad (incluyendo las instituciones). Habría que evaluar a nivel local lo que es apropiado
para cada cultura específica. No obstante, hay algunos factores que coinciden en varias culturas.
Los siguientes elementos provienen de un estudio realizado en EE.UU. sobre la base de
diferentes investigaciones acerca de los factores de protección (Brodowshi & Fischmen, 2013).

1) Factores relacionados con los niños. Hay elementos que son importantes para que un
niño se sienta cómodo con su propio carácter y personalidad. Es importante ayudarlo a
desarrollar confianza en sí mismo. Para ello, se debe reforzar el “sentido del propósito”,
ayudando al niño a comprender que la existencia se basa en objetivos que puede lograr
y que fue deseado por sus padres y/o por Dios. En segundo lugar, es fundamental
incrementar el sentido del niño de “eficiencia personal”, ayudándole a confiar en su
capacidad de hacer cosas. Más allá del carácter, existen capacidades que también se
deben fomentar en los niños:

 La capacidad de autocontrol, ayudando al niño a desarrollar mecanismos


saludables para abordar sus emociones y necesidades.

 La capacidad de relacionarse, ayudando al niño a desarrollar vínculos de apego y


competencias sociales saludables.

 La capacidad de resolución, ayudando al niño a desarrollar competencias para la


vida diaria, adquiriendo capacidades específicas como la capacidad de explorar,
dialogar, negociar, etc.

 La participación en actividades positivas, es decir, todas aquellas actividades en


las que el niño pueda involucrarse y que fomenten su bienestar y capacidades
sociales, como el deporte, la música o la formación.

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Estos elementos contribuyen a que los niños desarrollen la autoestima y el sentido del
propósito en la vida, la confianza en sí mismos y otras competencias. Son factores
positivos que evitan el riesgo de que tengan que buscar atención en otros para sentirse
valorados o consolados. Dichos elementos ayudan y refuerzan la resiliencia de los niños,
es decir, su capacidad de enfrentarse a diferentes obstáculos en la vida y superarlos.

2) Factores relacionados con los padres. Hay tres factores principales de protección que
tener en cuenta a este nivel:

 Las competencias parentales, ayudando a los padres a desarrollar competencias


adecuadas que les ayuden a cuidar y relacionarse con el niño.

 También es importante ayudar a los padres a desarrollar habilidades que les


otorguen herramientas para la educación (incluyendo la educación sexual) y para
una disciplina adecuada.

 El bienestar del padre o cuidador. Cuanto mejor se sienta un padre consigo


mismo, con el control de su vida, menor será el riesgo de que busque una
compensación externa.

Por ejemplo, Meinck et al. (2015) señalan que, en algunos países, el hecho de que
los padres fueran hombres de negocios o altos funcionarios con ingresos buenos y
fijos fue un factor de protección positivo (p. 89). Los primeros dos factores se
refieren al padre o al tutor natural del niño. Cuanto más competentes sean y mejor
se sientan consigo mismos, menor grado de riesgo de abuso tendrán los niños.

 Los “pares positivos”. Los niños y, sobre todo adolescentes, son bastante sensibles
a la influencia de sus pares. Por eso, es importante prestar especial atención a la
relación de un niño con sus pares. Como se mencionó con anterioridad, al hablar
de factores de riesgo es de suma importancia para las iglesias y estados promover

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políticas familiares y parentales sólidas que preserven y apoyen a las familias en


su misión de tutela y educación. El bienestar y competencias de los padres deben
ser objetivos prioritarios en los planes de protección efectiva.

3) Factores a nivel de la comunidad: un entorno escolar positivo. Las escuelas juegan un


papel importante a la hora de ayudar a los niños a adquirir competencias y habilidades
sociales necesarias para la vida. Además, deben equipar a los niños con herramientas
intelectuales para desarrollar su existencia.

 Un entorno comunitario positivo. Se trata de un objetivo de intervención muy


importante. Los niños deben disfrutar de un vecindario saludable, una práctica
religiosa, buenos servicios sociales y atención sanitaria apropiada, donde sus
derechos se respeten y promuevan. También es importante que la sociedad
condene clara e incondicionalmente el abuso sexual.

 Una situación de vida estable. Por último, la situación del país y zona donde
viven los niños es importante. En aquellos países en los que hay pobreza extrema,
guerra o una economía pobre, existe mayor riesgo de explotación y peligro. Por
tanto es importante que, al buscar el bienestar de los niños, consideremos
igualmente el bienestar de la nación.

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Bibliografía

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