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Salud y trabajo
La división del trabajo como elemento fundamental para conocer las condiciones de la persona que trabaja.
Las organizaciones que dan conciencia al hombre sobre su propia emancipación son los sindicatos, las
organizaciones populares y los partidos.
Cuando Basaglia rechaza al manicomio como espacio represivo y planea su destrucción, es porque quiere
darle a la persona otras condiciones de vida, comer, dormir y beber de una manera “más normal”, no como si
fuera un campo de concentración. En este caso, los psiquiatras serían los “sindicalistas” de los enfermos,
porque se trata de dar, a través de un cambio de vida, condiciones más dignas y una conciencia humana.
“Estamos en una sociedad que parece un manicomio, y estamos dentro de ese manicomio, internados
luchando por la libertad”. Basaglia propone que como profesionales, debemos unirnos a la clase obrera
porque es la clase que busca la emancipación como hombres y mujeres.
La locura existe en países socialistas y capitalistas.
La psiquiatría surge en el seno de lo que llamamos “razón moderna”, ésta le otorga no sólo los modos
intelectuales de pensar sino a la vez el marco práctico en el cual, basándose en esta razón, se desarrollan
acciones de dominación y control sobre todo aquello, y todos aquellos, que no eran comprendidos o
capturados en sus principios. Para la razón moderna el desafío del conocimiento ha sido a la vez el desafío
de la dominación. Pero a la vez, consideraré a esta razón en su crisis decir, en cómo a lo largo del siglo XX
sus supuestos fundamentales fueron siendo transformados por efecto de la crítica y por el surgimiento de
otras formas intelectuales de pensar y comprender.
La psiquiatría logró estos mismos parámetros: ser considerada naturalmente como una legalidad del
pensamiento sobre lo psíquico anormal, a la vez que se aceptó la nominación como “enfermedad natural” del
malestar o el trastorno mental. Ingresó así al conocimiento común y al lenguaje cotidiano de la gente, la
enfermedad como categoría natural de la anormalidad, que también naturalmente debe responder al saber de
los médicos.
Suponer que el concepto no construye la realidad sino que sólo "descubre” la norma contenida en ella, aun la
conocida fórmula hegeliana según la cual "todo lo real es racional, todo lo racional es real”, lleva a la
psiquiatría a la creencia de que el trastorno mental está "desde siempre allí", en la naturaleza de la
organización cerebral, y es el "progreso” del conocimiento quien lo va descubriendo, definiendo sus lógicas
propias, inherentes a su naturaleza preexistente. Se ignora así que las lógicas que rigen el funcionamiento
mental y las normas que regulan las formas del pensar y el comportamiento humano, son siempre epocales,
dependen de los momentos de la historia, de los contextos sociales, de la cultura propia de un tiempo y un
espacio social, quienes establecen los parámetros de significación y valoración con que el hombre se
relaciona con las normas de su sociedad, con las cosas de su mundo y consigo mismo.
En el contexto de la razón moderna y en el optimismo de la ciencia positivista, se construye la anormalidad
como enfermedad y se definen los parámetros para su "tratamiento”.
El juego del poder y la dominación se instalan inevitablemente, como lo podemos observar en muchos de los
encuentros entre paciente y médico cuando está en juego el encierro o la imposición del tratamiento. El
psiquiatra tiene como misión, es el mandato social mismo de su función, la necesidad de dominar la situación
y al otro para afirmar la propia seguridad, la personal a veces, pero siempre la del dominio del concepto,
asegurar que el otro se someterá a mi saber y a mi actuar. Desear que el enfermo adquiera "conciencia de su
enfermedad”, se hace necesario ya que es el indicador de mi dominación y mi seguridad. Todo lo que no es
subordinado a los parámetros y valores de esta razón está amenazado de exclusión, encierro o aniquilación.
Si algo cuestiona esencialmente la pretensión de objetividad de la razón moderna es esta ilusión de totalidad,
de hacer presente en todos y cada uno de los ámbitos del saber una misma razón universal. Como si todos
los conocimientos debieran responder a sus criterios de objetividad y medida, a pesar de las evidencias en
contrario en todo el campo de las ciencias humanas. Sólo se puede avanzar negando, excluyendo o
aniquilando toda otra forma de razón o conocimiento. La otredad, el extraño, no ha sido un desafío intelectual
a la razón sino su enemigo. Y todo enemigo, para justificar conceptualmente su aniquilación, debe ser malo:
pensamiento primitivo (se niega a la razón y a su progreso); irracional; místico; inferior; salvaje.
Especialmente al retraso, porque la racionalidad moderna confía de manera absoluta en el tiempo del
progreso, no entiende que el tiempo de una sociedad, y aun del individuo, es también construido por el pensar
y el actuar humano, no proviene de ningún desarrollo histórico que haya fijado previamente la línea general
del devenir.
Su lógica naturalista los aleja de la experiencia concreta, de la que habla Einstein, aquella en la que sólo es
posible investigar, conocer y comprender el sufrimiento mental, en el encuentro con quien lo sufre, el
semejante con quien nos relacionamos y con quien intentamos construir en común algún sentido para su
trastorno. La posición objetivista hace que el conocimiento no surja de este encuentro, de la experiencia
concreta con el otro, sino del prejuicio de un campo natural, en una lógica causal que no puede sino ser
reduccionista. La crisis de la racionalidad clásica ha significado también una puesta en crisis de la
racionalidad moral y social formalmente análoga al procedimiento positivista en las ciencias sociales, que se
habían sustraído de los sistemas de referencia éticos y políticos de los individuos. En el caso de la psiquiatría
definir valores como "verdadero”, "falso", "justo”, "cruel”, humano o inhumano, términos que impregnaron el
lenguaje de la crisis y el giro hacia Salud Mental, no consiste más que volver a situar al conocimiento más
próximo a lo que los hombres sienten y juzgan en la forma de su vida.
Del positivismo a la corporación médico-psiquiátrica
Encontrar un contacto más directo con la experiencia del encuentro con el sufriente, abrir los enigmas,
aceptar el no saber, el del paciente acerca de las razones de su malestar y el nuestro sobre lo mismo, para
crear las condiciones que hagan más posible esta construcción de un conocimiento, cuyo pasaje es siempre
de la ininteligible a lo inteligible, de lo incomprensible para el lenguaje a la comprensión. El recurso fácil a.la
“explicación” causal y natural, sin razones ciertas, no hace más que suspender el saber y prolongar la
ignorancia. La cuenta de esta ignorancia la paga en general el paciente.E insisto en algo dicho: no existe
verdad objetiva y error subjetivo. Lo que venimos viendo es que no es posible excluir al sujeto de la
experiencia en la evaluación objetiva de sus resultados. Sin embargo, tanto la experiencia emocional,
afectiva, del paciente y sus propias significaciones, como la comprensión subjetiva del psiquiatra, no entran
sin embargo en el conocimiento formal.
Los psicofármacos actuales no constituyen tampoco prueba alguna sobre la causa del trastorno. Aun si éste
obedeciera a razones biológicas, será aceptable un conocimiento que nos ayudará a comprender el papel de
lo físico en la producción y sostén de la dolencia, ya que como señalé antes ningún trastorno mental obedece
a una sola causa sino a una red compleja de determinaciones.Lo que está en juego es abandonar la idea
positivista de causalidad, que ha confundido por dos siglos a la psiquiatría, para entender lo que he llamado
una red compleja de determinaciones, que solo podemos conocer ateniéndonos a la experiencia del paciente
y su valoración, al afecto y la emoción que nos vincula en la experiencia de comprender, remitido a la historia
vivencial en la que sólo el relato del paciente da cuenta de las razones que pueden llevarnos a una "verdad
histórica”.
El poder del positivismo en la actual medicalización del malestar psíquico
Si la ansiedad, la tristeza profunda, la imposibilidad de conciliar el sueño, la inquietud y desatención de los
niños, las obsesiones y las dudas que afectan a mujeres y hombres de nuestro tiempo se logra definir que son
"procesos patológicos”, no importa tanto si se lo atribuye al cerebro, a lo medioambiental o a la sociedad,
nadie podrá en su sano juicio pedirle a la gente común que no trate de librarse de él por medio de algún
remedio.
La deconstrucción de la institución psiquiátrica develó al mismo tiempo los juegos entre el poder de las
disciplinas, su papel como aparatos ideológicos (Althusser), su función social de disciplinamiento y control
(Foucault).
Emiliano Galende
“Psicofármacos y Salud Mental”
Capítulo 2: Construir la disciplina
La creación de una medicina para el espíritu
La obra de Foucault menciona el surgimiento de esta disciplina en manos de los médicos como resultado de
las necesidades de lograr un mayor control de la vida social durante la revolución francesa. Hegel menciona
la alienación para comprender el papel del otro en la formación de la conciencia de sí, la psiquiatría se valdrá
de ese concepto del certificado de alienación para decretar el encierro de los trastornados o inadaptados.
Esquirol es considerado el “padre de la psiquiatría”. Con el, se logra que la psiquiatría vive esta doble vida:
pretende ser una disciplina con sus teorías basadas en el lenguaje de la medicina, pero oculta a su vez que
sus prácticas reales constituyen un código moral de disciplinamiento, que, dio lugar a los procedimientos más
irracionales en el trato asilar de los enfermos. Desde esta primera legitimidad, se constituye la psiquiatría
médica, también miedo al poder del psiquiatra quien podía disponer, frente a la anormalidad, su encierro
compulsivo, sin apelación ni defensa. El diagnóstico de la locura vino asociado al temor social del psiquiatra.
La psiquiatría, en el tiempo de su surgimiento la política y las disciplinas sociales de entonces, tenían como
eje la fijación de los límites entre lo normal y lo anormal, el adaptado y el transgresor: éste es el contexto
social en el cual se define la identidad del semejante y se excluye al semejante pero diferente.
El valor del performativo para la construcción social de la psiquiatría
F. Recanati utiliza y amplía el concepto de la lingüística del performativo (son enunciados que describen una
determinada acción y su enunciación equivale al cumplimiento de esa acción), muestra este valor de
construcción social de significados cuando el concepto está ligado a la institución disciplinaria y a la autoridad.
La estrecha relación entre el valor performativo y las ideas sociales, demuestra a la institución como
productora eficaz de un poder normativo que actúa sometiendo a los individuos a ciertas prácticas legitimadas
por la institución y ejecutadas por sus miembros autorizados, bajo la amenaza, de sufrir sanciones o
consecuencias.
Los enunciados del paciente son siempre constativos, describen para su interlocutor una situación vivencial,
los enunciados del psiquiatra reúnen la nominación y la acción basada en la autoridad de quien los pronuncia.
Los enunciados performativos constituyen lo que Bourdieu denomina “dominación simbólica” que sostiene la
intervención del psiquiatra. Existe un rechazo o una resistencia a esta dominación. La dominación simbólica
que efectúa el performativo, el nombrar tranquiliza y el sometimiento al saber del otro trae la calma de un
abandono de la lucha por el sentido. La fuerza entre el paciente y especialista depende del “capital simbólico”
y esto establece una asimetría necesaria para el reconocimiento de la autoridad del psiquiatra y el saber
disciplinario por parte del paciente.
La eficacia de nombrar tal sufrimiento como enfermedad, es inseparable del acto institucional, porque es la
institución y su aceptación y reconocimiento social la que genera las condiciones que deben ser cumplidas
para que esta magia de las palabras que nombran la enfermedad pueda cumplirse: el o los títulos del
especialista (a la vista de su consultorio).
“No hay poder simbólico sin una simbólica del poder”: los atributos simbólicos, la competencia lingüística, las
señales o símbolos de pertenencia a una clase social. Para Foucault, esta autoridad no proviene de sus
conocimientos, ni del reconocimiento científico de sus teorías, sino de su eficacia para el dominio y el control
de la anormalidad.
La disciplina estructura la percepción de los agentes sociales en el mundo social, los significados sociales,
sobre estos se produce el reconocimiento y la aceptación social, y es de este reconocimiento que se autorizan
sus practicantes.
A la ya señalada demarcación en el campo social del límite y la diferencia entre sano y enfermo, entre normal
y anormal, se agrega otro límite, entre el saber legitimado y el saber legítimo, el de los no reconocimiento, el
de las llamadas así “prácticas alternativas”.
Capítulo 4
La exigencia de comprender.
Es en este nuevo campo cultural y social en el cual creo se van a plantear desde ahora los problemas del
sufrimiento y la salud mental. Estas nuevas fuerzas son las que seguramente reordenarán muchas de las
prácticas que hasta aquí hemos sostenido. El mayor obstáculo, la mayor dificultad para un desarrollo
coherente de los principios de la salud mental, dada la funcionalidad que ha tomado con los valores del
consumo y la comprensión del malestar subjetivo que efectúa la cultura actual, lo encuentro en la psiquiatría
biologista, de allí mi insistencia a lo largo del libro.
Capítulo 5
Los fundamentos de Salud Mental
Entiendo que el desafío mayor que tiene hoy Salud Mental está dado por lograr esta coherencia
epistemológica y metodológica, que sistematice su campo teórico y práctico, y que genere la consistencia
necesaria en su comprensión teórica de los problemas que trata, a fin de hacer posible la transmisión de la
experiencia y dé, los conocimientos producidos. Es posible pensarlo bajo la idéa de la construcción de una
transdisciplina, pero los problemas a resolver son las contradicciones, los antagonismos y los conflictos que
se plantean entre las varias disciplinas que intervienen, especialmente entre el modelo médico de la
psiquiatría positivista y la orientación social del conjunto de las estrategias comunitarias.
Continuidad y cambios en la historia de la disciplina
Podemos a este efecto diferenciar al menos cuatro "momentos", que van desde antes de su aparición en la
medicina, hasta los años sesenta del siglo pasado en que comienza a difundirse las propuestas de Salud
Mental .¡Digo “momentos”, no períodos, concepto que implica una cierta comprensión lineal del desarrollo
corno progreso. Como veremos, esos momentos pueden situarse en sus fechas, en los cuales dominan
ciertos criterios de comprensión, algunas teorías y sus prácticas, pero en cierto modo no se trata de una
superación de un momento a otro, sino de dominancias transitorias que hacen que los principios de
comprensión y las prácticas que se realizan son en gran parte simultáneas.1 No existen paradigmas en
psiquiatría (Kuhn), porque ésta no ha sido ni es una "comunidad científica”, sino más bien una articulación
entre la definición social y política de un problema social existente que afecta a determinados individuos, los
trastornos psíquicos.
1) En lo que llamamos "momento político cultural”, la medicina mental ha querido situar los modos míticos o
religiosos de comprensión de la locura, como si la nueva disciplina no fundara en ningún mito sus propias
consideraciones, sino sobre una razón científica. Lo primero y fundamental es que durante más de tres mil
años, a pesar de que tal existente era reconocido, la humanidad pudo convivir con estas personas
trastornadas buscando comprenderlas dentro de los parámetros de su cultura, mítica, religiosa o filosófica. A
nadie se le ocurrió construir un orden jurídico diferente al que regulaba las relaciones entre individuos sin
manifestaciones de locura, ni existía una disciplina única que sistematizara un conocimiento sobre la locura,
como tampoco una institución o especialistas que los trataran.
El momento “médico-positivista" se inicia con la Revolución Francesa, por primera vez surge la idea de la
"asistencia” a cargo del Estado, reemplazando á la caridad y la beneficencia. Desde entonces , asistencia y
pobreza están unidos y se extiende a toda la población necesitada: niños huérfanos, madres solteras,
desocupados, ancianos y locos. El asilo mantiene esa indiferenciación entre locura y pobreza. La locura y el
delito pasan a ser de orden público, el Estado se hace cargo de estos sujetos con el fin de proteger a la
sociedad de su presencia. Desde entonces, enfermedad mental o delito, son las opciones para- quienes no
responden a las normas del comportamiento o de la Ley. Sobre esta asunción del problema del trastorno
mental por el Estado,
bajo criterios de filosofía política, no médicos, es que se asume, la decisión de la separación del loco de la
sociedad, su vigilancia y control. El lenguaje positivista cambia, hoy se hablaría de redes neuronales, de
sinapsis y de neurotransmisores, pero la postulación es la misma: se trata de razones y causas externas al
sujeto y a su dominio. Este es el núcleo de todo pensamiento positivista en psiquiatría.
El tercer momento está dado por una verdadera crisis del pensamiento psiquiátrico positivista, cuyo liderazgo
mayor por entonces lo ostentaba Kraepelin. Este momento, que denomino "la influencia de la psicopatología"
por la importancia que tuvo la aparición del texto de K. Jaspers en 1913, “Psicopátología General”, inaugural
de la fenomenología en psiquiatría y de la compresibilidad, es a su vez complejo y resultado de una serie de
hechos que coincidían en cuestionar desde diferentes ángulos los criterios y las prácticas de la psiquiatría. En
definitiva lo que está en cuestión es que la patología psíquica no se logra vincular con la anatomía del
cerebro, más allá del valor para la neurología de la relación del daño de la estructura como causa de
determinados trastornos neurológicos. Se difunde todo un movimiento que plantea por primera vez la atención
de los enfermos mentales por fuera de la institución manicomial. Lo cierto es que estos debates tuvieron
consecuencias prácticas. Las prácticas asilares de los psiquiatras se vieron poco a poco cuestionadas e
ingresan a los establecimientos, por primera vez, los trabajadores sociales que se hacen cargo de la situación
de los pacientes. Desde 1915 todos los hospitales psiquiátricos de EE.UU. debían contar con al menos un
trabajador social especializado en psiquiatría, cuya labor no era asistencial sino política Y de integración
social. Recordemos que el trabajo social surge en EE.UU., junto al movimiento de Higiene Mental, los
primeros psicoanalistas y los psiquiatras que se oponían a las prácticas del asilo.
Por cierto que a la llegada de la Salud Mental, también estaba presente todo el sistema de servicios y
prácticas de la psiquiatría positivista: el consultorio externo en los hospitales o privados, la internación en
hospital psiquiátrico y las colonias de rehabilitación. Las prácticas siguieron siendo las mismas, aun cuando la
llegada de los modernos psicofármacos ha permitido atenuar los tratamientos físicos, el encierro y la
cronificación de las largas permanencias en esos estáblecimientos. Nadie puede dudar de la eficacia y utilidad
de estos fármacos, en ellos muchas personas encuentran alivio a sus malestares, en el caso de los psicóticos
muchos han podido retornar a sus familias, o evitar una internación prolongada gracias a los nuevos
neurolépticos. El problema es la ideología positivista que retornó junto a ellos, la de que es posible actuar
sobre el cerebro, modificar o alterar por medios artificiales los mecanismos biológicos, sin atender al sujeto,a
su afecto y sensibilidad, a su experiencia y a su memoria.
Por ultimo "momento de la Salud Mental", que arranca en los años cincuenta del siglo pasado con diversos
procesos de reforma en distintos países de Europa y que habrán de converger luego en una sistematización
de estas experiencias y propuestas y recomendaciones de los organismos internacionales de salud basadas
en ellas.
En todo este movimiento se afirma un reconocimiento acerca de que el problema del manicomio es social y
político, de derechos y de ciudadanía, no es un problema intrapsiquiátrico, por lo cual se debe resolver “desde
afuera” de la psiquiatría. Así se comienza una apertura a la entrada de otras disciplinas y de otros
profesionales a las prácticas y a los hospitales psiquiátrico.
Los destinos de la propuesta de Salud Mental
Se optó entonces no por la fundación de un ámbito nuevo, algo que prometía la nueva denominación de
"Salud Mental”, en los modos de comprender el sufrimiento mental y en los modos prácticos de actuar, sino
por la reforma progresiva de lo existente. Como toda reforma que enfrenta estas resistencias en cada país los
comprometidos con esta propuesta debieron negociar cada paso de la reforma, dando lugar a híbridos que
simplemente sumaban prácticas contradictorias y hasta antagónicas.
Un factor positivo en los procesos de reforma ha sido la incorporación de otros profesionales a la atención.
Los psicólogos, trabajadores sociales, enfermeros preparados para la atención de estos pacientes, los
terapistas ocupacionales, incorporan un modo de comprender y un trato con los pacientes diferente al
tradicional de los psiquiatras. Se comunican más y mejor con las familias, vinculan más fácilmente los
problemas del paciente con su situación social, y por esta vía restituyen muchos de los caracteres subjetivos
del padecimiento., De modo general estos profesionales reflejan los servicios los otros problemas de los
pacientes en tratamiento (la relación con sus familias, la ausencia o los conflictos con las mismas, el empleo y
la capacidad para integrarse socialmente, los problemas de la vivienda, la participación comunitaria, la
existencia de amigos o sostenes afectivos, el logro de subsidios o pensiones, etc.). De esta comprensión más
amplia del sufrimiento se desprenden modos de comprensión diferentes que llevan a intervenciones más
integrales con la familia, el grupo, la cultura y la vida social. De hecho sus intervenciones son siempre a través
de la palabra y el diálogo, lo cual instala los síntomas del sufrimiento en un terreno de mayor humanidad y
mejor eficacia, La dificultad está en que, dada la ausencia de una coherencia en el conjunto de las prácticas,
cada uno se dedica a una parte del problema, lo cual genera contradicciones a la hora de orientar de manera
unificada los tratamientos, especialmente cuando está en juego la integración del paciente a su vida social,
eje y esencia de todos las intervenciones en salud mental.
Se trata de construir sobre la base de lo que se ha comprendido como esencial en los procesos de
determinación del trastorno psíquico. Es aquí donde juega un papel central el eje de la integración social
mencionado. Es en base a este principio de atención que se deben crear los servicios adecuados para este
objetivo. Es obviamente contradictorio proponer el cuidado de la integración social del paciente y luego
separarlo de su familia, aislarlo de sus amigos, alejarlo de sus grupos o comunidades. Esta contradicción es
equivalente a actuar a favor de la enfermedad.
Creo, y espero sea comprendido el porqué del empeño en analizar en profundidad la psiquiatría positivista a
lo largo de este trabajo, ya que entiendo está en ella el mayor de los riesgos para los principios, las categorías
de comprensión y las estrategias asistenciales de la Salud Mental.
Esta nueva relación se asienta en un ideal social, en el cual mucho tiene que ver la publicidad, de creer que
hay un saber para el malestar de la existencia y que ese saber se expresa en el medicamento adecuado para
cada uno de los síntomas del sufrimiento de la existencia, de la intimidad y de los comportamientos. El anhelo
de este ideal parece realizado por estas prácticas, cuya similitud con la medicina no está dado más que por el
uso de medicamentos, en tanto la oferta, hecha en nombre de un saber "científico” del especialista, abarca
todos los aspectos de la gestión cotidiana de la vida, aquello que el hombre normal realizaba hasta hace poco
bajo su propia responsabilidad, bajo su reflexión y en relación con su entorno social.
El programa de Salud Mental
Los procesos de reforma pretenden actuar en varios niveles implicados en el modelo de atención. Éstos son:
en primer lugar el cambio disciplinario, la inclusión de otras disciplinas en condiciones de igualdad y
cooperación, momento interdisciplinario como pasaje a la construcción de un campo unificado por la
transdisciplina: en segundo lugar se debe abrir el campo de las teorías: en tanto se trata de un sector de la
salud las teorías no son exclusivamente médicas, los aportes de la sociología, las psicologías, el
psicoanálisis, la antropología, el trabajo social, la enfermería y sus criterios de cuidados, son esenciales a la
hora de construir un conocimiento más racional del sufrimiento mental y su devenir histórico y cultural; en
tercer lugar se reformula el papel de los profesionales y sus incumbencias, para avanzar hacia la constitución
de equipos formados por diferentes profesionales y cuidadores, que definen sus funciones en el proceso de
atención no sólo por su pertenencia disciplinaria sino por la integración de los cuidados que deben dispensar
a las personas que atienden o a los programas que gestionan; en cuarto lugar se deben redefinir las prácticas
y el valor de cada una en el caso singular, bajo la tendencia de la comprensión, la intervención a través de la
palabra y la participación del paciente, la familia y, cuando es posible, de la comunidad; por último se deben
diseñar los servicios adecuados a esta perspectiva global de comprensión de los problemas.
Los objetivos de la desinstitucionalización
Al menos tres cuestiones están establecidas: es posible la desinstitucionalización sin abandono de los
pacientes ni la derivación de la responsabilidad a las familias; es factible la coordinación entre la política
general de salud mental y la política presupuestaria del proceso, esto es, los resultados muestran que el
factor presupuesto no es un obstáculo; también la experiencia ha demostrado la capacidad de la red de
servicios comunitarios para atender estos procesos e integrar a los pacientes a sus dispositivos de
rehabilitación.
Todo esto es posible y hay suficiente experiencia en cómo hacerlo, los problemas surgidos no han sido
precisamente económicos, de presupuesto, se necesita decisión y firmeza política en su implementación,
compromiso social y profesional con mejorar la vida de las personas internadas, acuerdos en que los
problemas psicopatológicos pueden ser atendidos de otra manera cuando se integran a servicios más
racionales, en el mayor grado de libertad posible, potenciando todo lo que resulte posible la autonomía de las
personas, y, esencialmente con respeto a sus derechos y a su dignidad como semejantes.
Retomo esto ya dicho para afirmar que la totalidad de los pasos de este proceso y sus logros
dependen enteramente de una práctica de equipo y de las relaciones que se establecen en el funcionamiento
conjunto. Por esto mismo es esencial la igualdad de funciones, es decir, que cada uno pueda asumir la tarea
para la cual se sienta más capacitado y motivado, y también es esencial la igualdad en las incumbencias; la
única jerarquización del equipo debe surgir de las capacidades y los logros transdisciplinarios.
La integración social debe visualizarse en dos ámbitos, qué tradicionalmente eran claramente percibidos en
sus rasgos propios pero que en el desarrollo actual de la sociedad y el empobrecimiento de los vínculos
sociales, tienden a borrarse en la especificidad de su funcionamiento. Estos dos niveles, siguiendo en parte a
lo postulado por Habermas, son la integración social sistémica, es decir las formas de integración al sistema
social global, y la integración socio comunitario, en la que se sostienen las interacciones prácticas entre los
individuos y se adquieren las habilidades sociales elementales. Uno de los primeros sentidos de la exclusión
social es justamente un quedar afuera de los derechos y obligaciones de ciudadanía y por lo mismo de los
sistemas normativos del ciudadano común.
Lo esencial de estos dos niveles complementarios de integración social consiste en que debe haber entre
ellos una armonía simbólica, es decir que el cuerpo de normas del sistema local no altere ni trasgreda las
normas y leyes del sistema social. Uno de los efectos más visibles de la marginalidad es justamente la
discordancia entre las normas locales y las sistémicas, individuos o grupos que se desmarcan del sistema
social. Las estrategias de intervención comunitaria tienen como meta final la recuperación de las condiciones
de ciudadanía del paciente. Para esta meta es necesario recorrer el camino de lo local, es decir, establecer
relaciones inmediatas, que sean estables y tengan continuidad. La llamada "contención social” consiste
justamente en contar con estas relaciones cercanas: de pareja, de amistad, de vecindad, de compañerismo.
De allí la conveniencia de la empresa social, de la integración de pacientes en las organizaciones vecinales,
en los clubes del barrio o la villa, en los Centros de Jubilados, en los grupos políticos o sociales locales, etc.
Capítulo 6
La Política de Salud Mental.
Hay que reconocer un encuentro entre una demanda social y cultural que reclama respuestas rápidas y
efectivas que alivien el creciente malestar subjetivo de la existencia y ía oferta a gran escala, y con
estrategias publicitarias efectivas, por parte de los psiquiatras y la industria farmacéutica, de eliminar el
malestar a través del medicamento) Esto está construyendo un imaginario social específico en el cual se
comprende todo malestar como anomalía o enfermedad y por lo mismo, la solución médica de la pastilla
adecuada.
La Política de Salud Mental
En suma, lo que está planteado es qué',el éxito de una política de Salud Mental dependerá en su mayor parte
de que esté incluida en la agenda política del Gobierno como parte de su proyecto, sólo desde allí se puede
integrar a las diferentes áreas de gobierno con la sociedad civil y sus organizaciones. La decisión política del
gobierno de incluir a la Salud Mental como área necesaria para la integración social, el mejoramiento de la
calidad de vida de la población, requiere que exista previamente un reconocimiento de los problemas de salud
mental del país y también la convicción racional de que estos problemas afectan a los procesos de integración
de la sociedad., al resguardo de condiciones de dignidad y derechos humanos básicos. Éste debe ser
asumido por el poder político y reflejarse como demanda de la sociedad. Desde el comienzo el problema
queda definido cómo "problema político y de derechos ciudadanos", evitando el circuito cerrado de la sola
discusión entre profesionales, que tienden a recaer sobre sus diferencias y disputas de escuela o disciplina.
Es imprescindible entender e instalar en todos, especialmente en las organizaciones de la sociedad civil, la
idea de que los problemas de salud mental son problemas de toda la sociedad, no de incumbencia exclusiva
de los especialistas y los técnicos de salud.
La política en Argentina
Al igual que sucedió en otros lugares y épocas, no son argumentos científicos, razones profesionales o
creencias disciplinarias, lo que sostiene esta resistencia activa, sino intereses personales, de grupo o
corporación, cuya razón mayor está en los juegos del poder y la fuerza y no en los argumentos^). Resulta
difícil de desentrañar las fuentes de su poder, lo cierto es que he escuchado en varias oportunidades a
políticos interesados en los proyectos de reforma, decir que no pueden tocar esos poderes porque temen al
manejo posterior de los conflictos que habrán de surgir. De esta manera, los legítimos intereses del personal
del sistema de atención, que merecen
ser atendidos y protegidos, al igual que los de los pacientes y las familias, quedan enredados y obscurecidos
por esta otra maraña de intereses y fuerzas que imponen el statu quo.
Si en Argentina puede estimarse que en salud general las personas se hacen cargo personalmente de un
cincuenta por ciento del gasto total en salud, el llamado “gasto de bolsillo", cifra un tanto mayor si
incorporamos los llamados prepago y el salario diferido de la cuota de las obras sociales, en el caso de salud
mental los gastos de la atención se dividen en dos polos: el de los pobres y los hospitales psiquiátricos, está a
cargo del Estado y representa el setenta por ciento del gasto total. En estas condiciones, como es obvio, se
hace sentir la falta de una política nacional en Salud Mental, a la vez que se hace evidente lo difícil que es
producirla en un sistema dividido en subsectores, que produce tamañas desigualdades e inequidades.
Creo que la vía para lograr avanzar hacia este objetivo de la integración nacional de los cuidados de salud
mental, bajo principios comunes y estrategias acordadas, pasa porque logremos instalar los problemas de la
salud mental en la agenda política y sea reconocido como una de los ejes de la integración social de los
ciudadanos y parte inescindible de las políticas sociales. Desde ese reconocimiento seguramente existen hoy
los conocimientos necesarios, las experiencias ya concretadas, los recursos humanos adecuados y el
acompañamiento de la sociedad civil, para concretar en el país un sistema de atención unificado bajo
principios y estrategias de atención más sensibles y eficaces para encarar los actuales problemas del
trastorno psíquico.
La política de Salud Mental frente a nuevos problemas
Hoy por hoy las propuestas de salud mental son las únicas con las que contamos para contrarrestar este
avance, ellas están centradas en la comprensión de los procesos subjetivos, situándolos en el terreno de la
vida social y la cultura, y se proponen formas de abordarlos conjuntamente entre la población y los servicios
que se le prestan. Éste es un terreno humano de la intención de comprender, de la consideración de la
subjetividad del que sufre el malestar, de la palabra y el diálogo como instrumento para recuperar
capacidades de pensamiento y de reflexión. La solución del malestar no consiste en suprimirlo por medios
artificiales, sino de entenderlo en todas las dimensiones del sujeto y su experiencia de la vida. Los
psicofármacos representan un avance en la posibilidad de atenuar los dolores del malestar subjetivo, aun
cuando no los resuelven, y es legítimo que los individuos apelen a ellos para aligerar el peso de su existencia.
Naturalmente esta demanda de solución existe y sería absurdo no comprenderla y atenderla. Pero junto a
esto se produce la engañosa situación de la medicalización. La estrategia de mercado de los laboratorios, y la
de muchos psiquiatras, consiste en incluir estos malestares bajo la categoría de las enfermedades, es decir,
producir la definición de los problemas en el campo médico para utilizar los prestigios (y los temores) de la
medicina para ampliar esta demanda. Comprender en todas sus dimensiones la nueva producción cultural,
entender que en ella se deciden los procesos de subjetivación de las personas, es decir, sus modos de sentir
y construir los significados y valores de su vida, hacer visible las condiciones reales de la vida social actual y
sus consecuencias en los malestares subjetivos personales y en lo incierto de la vida en común, es lo que a
una política racional de salud mental puede permitirle elaborar estrategias adecuadas para, al menos,
intervenir racionalmente en el cuidado de las personas más vulnerables a estos procesos, y contribuir desde
los cuidados de la salud mental a la integración de la sociedad.