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DESDE SARAJEVO

Era un sobre de papel de estraza sucio y repleto cuños. Me lo ha largado


Jaime, nada más pisar el colegio.

⎯¡Toma!, creo que es para vosotros, para octavo, y como aún no ha


llegado Pilar... ⎯me ha dicho refiriéndose a la tutora del otro octavo.

Estaba abierto por un costado y en su interior en otro sobre blanco con


caracteres legibles decía:

COLEGIO PUBLICO................. OCTAVO DE EGB

CALLE.......................... C.P.......... PAMPLONA

He abierto este segundo sobre y extraído el texto:

Contestación a CARTA DE UN NIÑO POR LA PAZ

Sarajevo 12-3-94

Era verano cuando recibimos las cartas. Las vuestras venían en sobre
marrón. "Carta a un niño por la paz", decía en el exterior. Lo de niño nos hizo
gracia, pues todos teníamos, ya entonces, la sensación de haber sido obligados
bruscamente a dejar de serlo.

Vino del Instituto un profesor que sabía castellano y nos leyó todas.
Todos agradecimos vuestras líneas, pues se leía vuestra solidaridad tras las
ñoñerías y memeces que os habían dictado. Como habitualmente no acudíamos al
colegio, nos repartimos las respuestas. Meliha, Zivko y yo deberíamos
contestaros a vosotros.

Como sabréis, la guerra no ha cesado, pero, en esta ciudad y al menos de


momento, contamos con una situación de relativa tranquilidad sujeta por flojos
hilvanes. Ello me ha dado la posibilidad de venir a casa de Jasminka, mi tía, con
quien posiblemente me quede de momento. Aquí, entre mis cosas abandonadas
hace tiempo, ha aparecido vuestra dirección. En muchas ocasiones pensé
escribiros, no sé si tanto por comunicarme con vosotros, como por
desahogarme yo mismo. He sabido, también ahora, que Meliha salió de la ciudad
en un convoy humanitario con intención de llegar a casa de unos parientes.
Zivko murió cuando jugaba un partido con unos vecinos, un obús alcanzó a
cuatro. Contestaré yo por los tres. Una estudiante de farmacia de vuestro país
que trabaja en el hospital aquí en Sarajevo me prometió traducir la respuesta.

Empezaré por presentarme. Me llamo Shali y nací hace 17 años. Vivíamos


en Vogaska, al norte. Digo vivíamos porque éramos tres: Stasha, mi madre,
Vanja, mi padre y yo. Mi padre trabajaba como delineante en una industria. Mi
madre era maestra, pero trabajaba de traductora de italiano en la misma
empresa. Ella era de origen serbio y mi padre bosnio, pero de ésto no tuve idea
hasta hace cuatro años. Tampoco practicaban religión alguna.

Hasta que estalló la guerra mi vida transcurría, supongo, más o menos


como la vuestra: estudiar, jugar, ver televisión. Los fines de semana acudíamos
con mis primos a casa de los abuelos en el campo y en verano, con unos amigos
de Mostar y sus hijos, íbamos a un camping cercano a una playa al norte de
Splitz.

Ahora todo ha cambiado. Todos hemos cambiado.

En un principio mi padre no tuvo que incorporarse al ejercito pues


superaba los cuarenta y no tenía obligación de hacerlo. Por otro lado él nunca
había visto sentido a esta guerra. Pero, al cabo de unos meses, la mayoría de
los hombres de su edad se habían alistado como voluntarios. Empezó a sentirse
mal mirado en la empresa y entre los vecinos, más al ser mi madre de origen
serbio. Se sintió obligado y marchó. Quedé con Stasha.

Habrían pasado unos dos meses cuando tres compañías de soldados


penetraron en el valle. A los más jóvenes nos enviaron al monte. Cuando
volvimos sólo quedaban ancianos, se habían llevado a las mujeres, también a
Stasha. Yo quedé en casa de unos vecinos hasta que a los dos meses pude
reunirme con mi padre.
Nunca supe bien qué fue de mi padre durante el tiempo que estuvo
separado de mí. Tampoco él fue muy explícito. Sólo habló conmigo, lo recuerdo
muy bien, cuando nos encontramos aquí en Sarajevo. Me dijo que Stasha había
muerto y que no había sido violada. Me comunicó también su decisión de
abandonar la guerra y manifestó haber estado loco a partir de la muerte de
mamá. Añadió que la guerra era una carnicería sin sentido y que no soportaba
seguir. Nunca dijo más, pero era otro. Apenas hablaba de él mismo y
permanecía largos ratos ensimismado mirando al infinito.

Al principio nos instalamos en Dobrinja, pero el portal y las ventanas


quedaban encarados al monte Trebevic y la continua presencia en éste de
francotiradores nos indujo a mudarnos. Nos admitió en su casa, aquí en
Bascaria, un croata amigo de mi padre que posteriormente abandonó de la
ciudad.

Fueron tiempos muy malos. Sarajevo se había convertido en un


gigantesco campo de concentración, como decía mi padre, pero sobrevivimos
hasta esta última Navidad en que le perdí.

Era Diciembre. Aquella mañana con los tejados ligeramente blanqueados,


mientras íbamos por agua, tuvimos una bronca descomunal. Le confié mi
intención de recoger por la tarde un osito de peluche de los que lanzaron desde
el aire aviones americanos. Se puso como loco. Le recordé que había tenido uno
de pequeño y que me hacía ilusión. Fue inútil, me llamó insensato por pensar en
un osito de peluche, según él seguramente con la banderita americana en el
culo, cuando se estaban ventilando cuestiones tan importantes en la ciudad.

No salí a la tarde. Permanecimos los dos en casa, enfadados, mudos. Por


la noche, la hora adecuada, él salió, como de costumbre, con el muchacho de
arriba a buscar leña. Seguíamos disgustados, no nos dijimos adiós. No volvió. El
vecino me refirió lo sucedido: cuando estaban ya de vuelta, al atravesar de una
carrera la última bocacalle, mi padre descubrió un osito de peluche en el suelo.
Sabía que no se podía hacer, pero volvió a cogerlo. Había luna. Cayó abatido.

Os preguntareis cómo estoy, si lloro con frecuencia, si me siento solo, si


tengo miedo, si... Sí. He llorado y lloro a menudo, me he sentido muy solo en
multitud de ocasiones y paso un miedo espantoso. Hace unos años me hubiese
sonrojado al confesarlo, hoy no, es lo habitual.
Deseo que nunca os veáis envueltos en una locura semejante. Los señores
de la guerra me asignaron gratuitamente una religión y una nación e
inmediatamente, por pertenecer a la religión y a la nación que acababan de
regalarme, me sacaron de mi tierra, han matado a mis padres y me han tirado
en este infierno.

En los largos ratos que pasaba con Vadja, mi padre, en casa, en la


habitación del sol, aprendí mucho. Solía decirme que por malos que fuesen los
Milosevic, Karadzic, Seselj, Arkan, Mladic..., semejante infierno no podía
depender sólo de ellos. Me aseguraba que tras ellos estaban vuestros paises
con los negocios en armas, las alianzas soterradas y los repartos geopolíticos.
Nunca llegué a entenderle del todo.

Ni en casa, ni en la escuela, ni en la tele, me habían enseñado nada de


ésto que hoy considero importante. El mundo que había aprendido no existía.
Pensaba que tenía que existir justicia e igualdad para todos, que la libertad era
algo por lo que luchar, que la solidaridad tenía un sentido... Era un mundo falso,
inventado y alimentado por los mayores, y en el que ellos, salvo algún ingenuo
como Vadja, no creen, pero que consideraban hermoso para que lo creamos
nosotros los adolescentes.

Vadja echaba pestes de Europa. Decía que se trataba de una piara de


trapaceros mercachifles repletos de oscuros intereses, sin ningún valor e
incapaces de unirse, salvo para plegarse a poderes mayores o machacar al de
afuera. Llevaba razón. En realidad no queréis que esto acabe. Ponéis el grito en
el cielo, pero es teatro. Vuestras cacareadas ayudas, intervenciones
humanitarias, embargos... no pasan de ser puestas en escena. Sin influencias
externas no hubiera existido la guerra y, de tener lugar algún enfrentamiento,
apenas habría durado y el coste en vidas y sufrimiento humano hubiera sido
exiguo. En todo caso, hubiera sido más justo dejarnos en paz con nuestra
guerra. Sois mierda.

¡Perdonad! No me refería a vosotros, sino a vuestros mayores.


Desconfiad de ellos, de vuestros padres, maestros, políticos, curas, periodistas
y charlatanes radiotelevisivos. No creen en la paz, no la quieren. No os
interesa, sólo cobra significado entre bombillitas navideñas.

Os dirán que la guerra tiene lugar, no porque a tal país le ha interesado


promocionar a sus supuestos aliados o porque a tal otro la venta de armas le
remonta su economía, sino porque la violencia está anclada en el corazón del
hombre. Pero aunque sea cierto, no todos los paises ni en todo momento están
en guerra. Precisamente, si algo es desarrollo, sociedad o cultura, es, o debería
de ser, entenderse sin recurrir a la guerra.

Os dirán que los vuestros son unos u otros y pretenderán que aplaudáis
los triunfos y lloréis las derrotas de uno de los bandos. No dejéis militarizar
vuestra mente. Analizad y tomad postura, que no la tomen por vosotros, en
cada momento y por quien sea.

Os dirán que eso es la guerra, barbaridades por todos los bandos. No


todas las acciones tienen similar catadura moral. Bombardear posiciones
militares no es equiparable a una planificación de violaciones, torturas y
asesinatos de civiles para aterrorizar. Vadja decía que para valorar había que
contabilizar el sufrimiento humano acumulado.

Vuestros mayores sólo creen en el negocio -armas para ser vendidas


aquí, petróleo kuwaití a precio controlado...-, cualquier negocio que haga posible
más poder y bienestar para una minoría blanca, occidental y cristiana, la
vuestra. Pertenecéis a ella y no podéis escaparos. Pero podéis y debéis tomar
posturas y defenderlas. No seáis cándidos. Yo era un ingenuo. Pensaba que todo
el mundo estaba contra la guerra. Es posible que a vosotros os parezca lo
mismo.

Un día, el miedo a que el conflicto sobrepase los Balkanes, la falta de


rentabilidad de la venta de armamento, la necesidad de popularidad de un
presidente para las elecciones de su país o un nuevo y secreto acuerdo sobre
áreas de influencia, les llevará a buscar el fin de esta barbarie. Dirán que se
trata del mejor acuerdo dentro de lo posible. Consagrarán así la guerra como
medio adecuado al aceptar como buenas las fronteras ganadas con cañonazos,
violaciones o sistemáticas limpiezas étnicas.

Vosotros y yo, todos los jóvenes, tenemos que desconfiar de los adultos,
ser críticos y valorar éticamente. No aceptéis la guerra. No aceptéis formar
parte del ejército. Os dirán que vais a realizar labores humanitarias o a llevar
la paz. Aquí es defender la patria o recuperar la nación o el orden. Mentira.

Tengo sólo un año más que la mayoría de vosotros y, releyendo lo


anterior, pienso que puede daros la impresión de que os está hablando un
mayor. No penséis que me considero más que vosotros. En todo caso sólo puedo
envidiaros pues me han robado mi juventud, esa divina ingenuidad en que vivía
feliz y que no voy a conocer. Me han hecho viejo, sin quererlo. Me han
arrebatado mi padre y mi madre. Me han robado casa y amigos. Me han segado
la risa, la fantasía y la ilusión. Deseaba acabar. Mi incorporación a un colectivo
que aboga por la tolerancia y la convivencia como bandera para Bosnia y su
capital, ha dado sentido a mi vida. Es la única manera de escapar de un futuro
con la memoria empapada en sangre. Hay mas... he conocido a una chica, Suzana.
Es serbia, como Stasha. Es encantadora. Con ella me puedo comunicar e, incluso
entre humo y sangre, puedo ver colores y soñar. ¡Quiero vivir! ¡Como vosotros!

Aprovechad la paz. ¡Vivid!. Con los ojos y el corazón bien abiertos, vivid
y tomad posturas en contra de ellos, los señores de la guerra.

SALIH

Pilar ha llegado justamente cuando iniciaba la lectura y la ha leído a una


conmigo. Al acabar de leer nos hemos mirado.

⎯¡Qué fuerte! ⎯ha exclamado.

⎯Está dirigida a ellos ⎯constato.

⎯¡Claro!, ellos escribieron. Vamos a dársela.

⎯Vamos.

JAVIER MINA, Pamplona, Marzo de 1994

Publicado en “Antojos de Luna” 12-1995

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