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Dedicatoria
A mis hijas, Triana y Vega.
El mejor regalo que me ha dado la vida.
Sinopsis
La vida de Cameron MacLeod dio un giro inesperado la
noche en que su familia fue atacada y su padre fue asesinado, a
la vez que la mujer que amaba moría sola.
De un día para otro se convierte en laird a pesar de su
juventud, y el peso de la responsabilidad, la culpabilidad y el
dolor es demasiado para él. Jura cobrar venganza contra el
clan que los atacó por sorpresa y busca alianzas. Para ello, el
líder de los MacKinnion le ofrece en matrimonio a su hija
pequeña, y lo acepta sin saber que con ello está sellando su
destino.
Rosslyn MacKinnion ha vivido toda la vida encerrada en el
castillo de su padre, soportando todo tipo de maltratos por
parte del hombre que debía amarla y protegerla y por su
hermano mayor. Cuando la ofrecen como moneda de cambio,
no se opone por mucho tiempo, pues sabe que es una batalla
perdida.
Cuando ambos jóvenes se conocen, luchan contra los
sentimientos que van floreciendo entre los dos. Malentendidos,
traiciones y fantasmas del pasado amenazan su matrimonio.
¿Serán capaces de salvarlo?
PRÓLOGO
Castillo de Dunvegan, Isla de Skye. 1600
Cameron MacLeod
Me ha abandonado.
Después de entregarme a él en cuerpo y alma, ha huido
como si lo persiguiera el mismísimo demonio. Lo supe antes
de que me tocara, con unas simples palabras me había robado
el corazón y horas más tarde me lo ha destrozado. Le he
entregado lo más importante para una mujer, me ha mostrado
lo maravillosa que puede ser la unión entre dos personas.
Y ahora me encuentro en nuestro lecho, sola y dolida por
su actitud, sin comprender qué he podido hacer mal. ¿Le he
defraudado? Las palabras de mi padre y mi hermano regresan
a mí con fuerza. Inútil, estúpida, insulsa…
Me siento helada y no importa cuánto me tape con las
mantas, no puedo dejar de temblar. Las lágrimas bañan mi
rostro y no hago nada por limpiarlas, nadie puede verme, así
que no tengo por qué ocultar mi dolor. He aprendido a no
mostrarlo delante de mi familia para no darles el placer, mas
Cameron, sin pegarme, me ha dañado más que los golpes de
mi padre y Bruce, y la culpa es mía, por ser tan estúpida como
para darle ese poder.
Tardo mucho en dormirme y no consigo hacerlo bien. Por
eso, cuando el alba comienza a despuntar, me levanto
dispuesta a prepararme para despedir a mi familia, aunque solo
siento la marcha de mi madre, los demás me son indiferentes.
Me avergüenza no tener mejores vestidos, no obstante, utilizo
el más presentable para dar buena impresión a mi nuevo clan y
me recojo el cabello como de costumbre, ahora con más
motivos que antes, pues sé que a mí esposo le gusta verlo
suelto y me juro a mí misma no darle ese gusto nunca más.
Bajo las escaleras y me encuentro a la madre de Cameron
junto a la pequeña Megan, quien corre para saludarme y, a
pesar de mi tristeza y del dolor que siento, no puedo evitar
sonreírle.
—Buenos días, Rosslyn —saluda, aferrándose a mi falda
—. ¿Cómo has dormido? —pregunta con la inocencia de la
niñez.
—Buenos días, Megan—respondo mientras me agacho a
su altura y beso su mejilla—. He dormido muy bien, gracias
por preguntar.
—Me complace escucharlo, hija —habla mi suegra—. Ven
a sentarte junto a nosotras y come algo —ordena con dulzura,
así que, a aunque no tengo apetito, obedezco.
Puedo sentir cómo la madre de mi esposo me observa,
seguro que está pensando por qué Cameron no ha bajado
conmigo, rezo para que no me pregunte, porque me moriré de
vergüenza si debo reconocer que no he sido capaz de retener a
mi marido ni en nuestra noche de bodas.
Cuando mis padres y hermanos bajan, me levanto con
rapidez para asegurarme de que mi madre no ha sufrido
ningún daño por parte de mi progenitor, es muy propio de él
descargar su ira en ella. Aunque me asegura que está bien, no
me lo creo, ella es experta en ocultar su dolor, no obstante, no
me permite atosigarla con preguntas, más bien quiere saber
cómo ha ido todo, y lo único que puedo hacer es mentir. No
quiero que se marche sufriendo por mí, intento convencerla.
Veo en sus ojos que no me cree, mas mi padre no nos deja
tiempo para más.
Me encuentro viendo cómo se preparan para marcharse
cuando al fin aparece mi esposo y no soy capaz de mirarlo a la
cara. No puedo evitar recordar lo que me hizo sentir anoche y
cómo me abandonó después sin contemplaciones.
Juro que intento contener el llanto, pero, después de
abrazar a mi madre por última vez y verla partir, no puedo
soportarlo más y no me importa quién pueda ver lo débil que
soy. Que Cameron me pida que no llore me hace olvidar mi
tristeza por un momento para sustituirla por una furia como
nunca he sentido, sin embargo, ese sentimiento dura poco y
me marcho corriendo para esconderme de todos y poder llorar
en soledad. Nunca debí hacerle caso a Ian, debí haber saltado
desde lo alto de la torre porque parece que estoy maldita.
Me encierro en nuestra alcoba e intento evitar echarme en
el lecho, el cual me recuerda lo estúpida que he sido al
entregarle todo de mí sin nada a cambio. Pero no pienso volver
a hacerlo, puede que deba cumplir con mis obligaciones como
esposa, mas no obtendrá nada más de mí.
Cuando unos suaves golpes en la puerta interrumpen mis
lamentaciones, temo que sea Cameron, pero cuando es su
madre quien se adentra en la habitación, mi corazón se
desquebraja un poco más si eso es posible, ni siquiera le
importo como para venir tras de mí y asegurarse de que estoy
bien.
—¿Qué es lo que ocurre, querida niña? —pregunta con
ternura, haciendo que llore con más fuerza—. No es solo la
partida de tu madre la que te hace llorar de ese modo, ¿me
equivoco? —Por toda respuesta niego con la cabeza, no soy
capaz de hablar—. ¿Qué te ha hecho mi hijo? —pregunta
desconfiada—. ¿Debo tener unas palabras con él?
—¡No, por favor! —ruego entre sollozos, intentando
encontrar el valor para contarle lo ocurrido y que no piense
que Cameron me ha hecho algún daño físico; a pesar de lo
ocurrido, sé con certeza que jamás me golpearía—. Solo que
anoche…
—¿Te hizo daño? —insiste, sentándose a mi lado—. Niña,
eso es inevitable, sin embargo, poco a poco todo mejorará.
—No es eso —niego muerta de vergüenza—. No me hizo
daño, fue maravilloso, pero cuando todo acabo, se marchó y
no ha vuelto en toda la noche. No sé qué es lo que he podido
hacer mal —confieso acongojada.
—Ese muchacho —gruñe furiosa—. ¿Cómo se le ocurre
dejarte sola? Rosslyn, mi hijo ha pasado por mucho en pocas
semanas. La muerte de mi esposo le ha obligado a ser laird
antes de tiempo y, aunque todos sabemos que está más que
preparado para guiar a nuestra gente, Cameron se culpa por lo
ocurrido la noche en la que fuimos atacados.
—No entiendo… —susurro sin comprender qué tiene que
ver eso con lo que ocurrió anoche entre nosotros.
—No soy yo quien debe contarte esto, pequeña, y no voy a
traicionar a mi hijo —me dice mientras se levanta, dejándome
claro que si quiero saber los motivos del extraño
comportamiento de mi marido, solo obtendré respuestas por
parte de él—. Debéis hablar, los matrimonios nunca son
fáciles, no os rindáis sin luchar.
Sin más, se marcha dejándome más preguntas que
respuestas y no sé si tengo suficiente valentía como para
preguntar a mi esposo. Pero si no lo hago, siento que estoy
condenando mi matrimonio antes siquiera de que haya
empezado.
¿Merece la pena el riesgo?
No lo sé, lo que sí tengo muy seguro es que no quiero vivir
una vida como la de mi madre, y que si me rindo sin luchar,
estoy dándole la razón a mi padre todas las veces que me
repetía una y otra vez que era una cobarde. Voy a demostrarle
que no lo soy. Me siento más decidida que nunca a hablar con
mi esposo para comprender su proceder y poder darle una
oportunidad a nuestro matrimonio antes de condenarlo para
siempre.
Limpio mis lágrimas y salgo de la habitación para buscar a
Cameron. Pregunto a Megan porque es a la primera que
encuentro jugando en el salón, y me dice que está con Evan en
los establos. Le doy un beso y marcho decidida hacia allí
esperando que no esté muy ocupado para atenderme.
Cuando llego, estoy temblando. Inspiro hondo y me
adentro en el lugar esperando tener suerte y no volverme loca
buscando. Escucho unas voces y camino con sigilo hasta estar
lo suficientemente cerca como para entender lo que dicen;
ojalá nunca lo hubiera hecho.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo sabiendo que está en
vuestra alcoba llorando? —es mi cuñado Evan quien habla—.
Dijiste que la tratarías con respeto, no estás haciéndolo,
hermano.
—No lo estoy —escucho como responde mi esposo—.
Pero no tengo nada que ofrecerle, Evan. Fui claro desde el
principio, ¿o no es así, hermano? —pregunta, acto seguido
escucho un golpe que me sobresalta—. ¡Maldito MacKinnion!
Lo tenía todo calculado, y él con sus malditas exigencias me
ha condenado a un matrimonio sin amor. Solo necesitaba su
apoyo contra los MacDonald, no una esposa.
Me cubro la boca para retener el gemido de dolor que no
puedo evitar y cierro con fuerza los ojos. Así que era eso, mi
padre lo obligó a casarse conmigo a cambio de su apoyo para
llevar a cabo su venganza, soy un simple peón en este juego,
una estúpida.
—Te dije que no lo hicieras —gruñe mi cuñado—.
Rosslyn no tiene culpa de nada, ¿de verdad no puedes llegar a
apreciarla?
—Sabes que mi corazón murió la noche en la que Mildred
también lo hizo —al escuchar esa nueva confesión algo en mí
se rompe aún más de lo que ya estaba, si es que eso es posible
—. No era mi intención hacerle daño.
«Pero lo has hecho, me has partido el corazón», pienso con
el rostro bañado en lágrimas.
No me quedo a escuchar porque no necesito saber nada
más, mis dudas ya no existen y mis esperanzas se han
desvanecido por completo, ya no me quedan sueños, han sido
destruidos con unas simples palabras del hombre que me había
hecho creer que podía tener lo que siempre he deseado, ser
amada, algo que se me ha negado desde mi nacimiento y es
una maldición con la que tendré que aprender a vivir.
Regreso con paso ligero al castillo intentando que nadie
me vea llorar, aunque puedan pensar que lo hago por la partida
de mi madre. No quiero encerrarme en mis aposentos y ser la
intrusa en mi nuevo clan, pero ahora mismo no me siento con
fuerzas para afrontar un encuentro con Cameron. A la hora de
la comida, alego que no me encuentro bien para no bajar con
la familia, ¿con qué cara puedo mirarlos ahora sabiendo lo que
sé? Puede que no me hayan creído y lo siento por mi suegra,
por Megan, incluso por mis cuñados.
No salgo en todo el día de la alcoba y Cameron no se
molesta en venir a verme, dejándome muy claro que no le
importo. Algo que no le puedo reprochar es su sinceridad.
Puede que no me haya dicho toda la verdad con palabras, sus
actos hablan por sí solos. Intento leer y bordar para intentar
alejar mis penas sin conseguirlo, así que entrada la tarde me
atrevo a salir y pedir a una de las criadas que me prepare un
baño, para volver a refugiarme entre las cuatro paredes de mi
habitación, la cual se ha convertido en mi refugio. Espero que
mi esposo no piense que va a seguir compartiéndola conmigo,
es algo que pienso dejarle claro en cuanto le vea; cumpliré con
mis obligaciones, no obstante, el resto del tiempo prefiero no
compartirlo con él.
Cuando todo está preparado, me sumerjo en el agua
caliente de la tina y cierro los ojos intentando relajarme, quiero
olvidar, aunque eso va a ser imposible. Si tuviera a Ian delante
ahora mismo, le retorcería el pescuezo por convencerme de
que en Dunvegan podría tener la posibilidad de ser feliz, él
debía saber el juego sucio de mi padre con Cameron y, aun así,
me animó a aceptar un matrimonio que yo no quería.
La puerta de la habitación se abre y no puedo evitar
asustarme y avergonzarme al ver a mi esposo inmóvil,
observándome con una intensidad que me asusta. Estoy
desnuda y sé que el agua no cubre mi cuerpo. Intento tapar mis
pechos con mis brazos y encontrar las palabras para decirle
que se marche de aquí, pero no soy capaz de emitir sonido
alguno.
—No sabía que estabas dándote un baño —su voz ronca
hace que me estremezca.
Cierra la puerta dejándome saber que no tiene intención de
marcharse. Intento que mi corazón vuelva a latir con
normalidad y le dirijo la palabra por primera vez en horas:
—¿Podrías darte la vuelta? —pido en un susurro
avergonzado, y no tardo en salir una vez hace lo que le pido
cubriendo mi cuerpo con un camisón que no oculta gran cosa,
es mejor que estar desnuda frente a él—. ¿Desea algo, mi
señor? —pregunto cómo haría una buena esposa.
—Ya te dije que no hace falta tantos formalismos entre
nosotros mientras estemos solos —dice, mirándome extrañado
—. No has salido en todo el día de nuestra habitación y estoy
preocupado, es mi deber velar por mi esposa.
—Tu deber —repito, mirando hacia el fuego—. Todo se
reduce a eso, ¿verdad?
—¿Qué demonios te ocurre, Rosslyn? —espeta frustrado
—. Sé que estás triste por la partida de tu madre, pero no
puedes encerrarte por ello.
—Cierto —asiento mientras me siento junto al fuego y
procedo a peinarme el cabello—. ¿Se me permite estar
encerrada por otros motivos, mi señor? ¿Tal vez por enterarme
que he sido la moneda de cambio entre mi esposo y mi padre?
¿O por estar casada con un hombre que ama a un fantasma? —
pregunto furiosa sin importarme las consecuencias.
El silencio que nos envuelve después de mis palabras se
puede cortar con un cuchillo, y por un momento temo que no
vaya a responder, cuando lo hace no me gusta lo que escucho.
—No deberías escuchar conversaciones que no te
incumben, esposa. —Su respuesta todavía me enfurece más
porque no intenta siquiera disculparse—. Soy culpable de no
haberte dicho la verdad desde el principio, pero te he tratado
con respeto y así seguirá siendo, serás la madre de mis hijos y
la señora de este clan, y como tal serás tratada.
—Y eso debería bastar, ¿cierto? —respondo mientras me
levanto y lo miro a los ojos, aunque tengo que alzar la vista
para hacerlo ya que es mucho más alto que yo—. ¿Qué me
dices del amor? Yo no lo he conocido nunca, sin embargo,
debe ser maravilloso ser amada de tal forma, con tanta
intensidad que un hombre joven como tú ha enterrado su
corazón con la mujer amada.
—No tengo por qué hablar contigo sobre Mildred —espeta
enfadado—. Siento no poder ofrecerte nada más.
—Créeme que yo lo siento más —le digo muerta de dolor
pero firme—. Tú has sido sincero conmigo y quiero hacer lo
mismo. No me amas y jamás lo harás, por ello no hace falta
que compartamos el lecho —me doy cuenta de que va a
replicar más se lo impido—. No debes preocuparte, cumpliré
con mis obligaciones y te daré hijos, no obstante, agradecería
tener mis propios aposentos y que nuestro trato fuera cordial.
Nada más.
—¿Crees que puedes exigir? —gruñe y, aunque debería
estar aterrada, Cameron no me da miedo. Puede que tenga el
aspecto de un guerrero capaz de partirte en dos, mas no es
como mi padre—. ¿Todo o nada, Rosslyn? ¿Es eso lo que
quieres? —pregunta y yo asiento con firmeza, sabiendo cuál
será la respuesta—. Sea. Puedes quedarte en esta habitación,
yo ocuparé otra. Buenas noches, esposa.
CAPÍTULO 7
Cameron MacLeod
Jane Mackenna.