Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Wittgenstein - Conferencia Sobre La Etica PDF
Wittgenstein - Conferencia Sobre La Etica PDF
Wittgenstein es, entre otras cosas, autor de unas cuantas frases solemnes que han
quedado en la historia del pensamiento contemporáneo como tópicos. Una es aquélla con
la que cierra su obra Tractatus Logico-Philosophicus[1]: «De lo que no se puede hablar, lo
mejor es callarse», parafraseada en el título. Otra pertenece a su segundo gran texto, las
Investigaciones filosóficas[2]: «Los problemas filosóficos surgen cuando el lenguaje se va
de vacaciones». También, en fin, podría incorporarse a la muestra la siguiente: «Todo lo
que se puede decir, se puede decir con claridad». Es fácil que el estudiante que se
aproxima por vez primera a Wittgenstein acceda al interior de su discurso a través de
alguna de estas citas. No sólo porque estén entre las más repetidas, sino también porque
cumplen correctamente la función introductoria a que se las suele destinar.
Por lo pronto, dan bien el tono del estilo discursivo wittgensteiniano, tan preocupado
por la sencillez como por la claridad[3]. La preocupación desborda con mucho la mera
sensibilidad pedagógica para resultar expresiva de una manera de pensar. Quienes lo
trataron personalmente han subrayado este aspecto: «… sus clases eran de lo menos
“académico”. Casi siempre las daba en su propia habitación o en las habitaciones que un
amigo ocupaba en el college. No tenía ni manuscrito ni notas. Pensaba delante de la clase.
Se producía una impresión de profunda concentración. La exposición conducía
normalmente a una pregunta a la que se suponía que los oyentes tenían que sugerir una
respuesta. Las respuestas se convertían a su vez en puntos de partida para nuevos
pensamientos que conducían a nuevas preguntas. Dependía de la audiencia, en gran parte,
el que la discusión resultara fructífera y el que el hilo conductor no se perdiera de vista
desde el inicio al fin de una clase y de una clase a otra[4]». En otra ocasión manifestó que
un tratado filosófico no debería contener sino preguntas (sin respuestas). Todo esto, como
es evidente, suena muy socrático. Menos en un extremo, y es que Wittgenstein no
renunciaba al empleo de la escritura ni a la ampliación del círculo de sus interlocutores a
través de la publicación.
A este respecto, había sido explícito ante Malcolm. Le horrorizaba que sus escritos
fueran destruidos por el fuego. Es más, a pesar de que deseaba que las Investigaciones
fueran publicadas después de su muerte, estaba obsesionado con la posibilidad de que el
mundo del saber llegara a creer que había obtenido sus ideas de filósofos a los que él había
enseñado. Digamos, pues, que Wittgenstein estaba tan interesado en la publicación como
en la correcta adscripción de las ideas. Tal vez este rasgo pueda sorprender a quienes, a
partir de elementos inconexos, han ido componiendo una imagen de él próxima a la de un
maldito (en cierto modo propiciada por la biografía de Bartley citada en la nota 4), pero la
sorpresa desaparece si nos colocamos en la perspectiva de su pensamiento. La mayoría de
sus escritos se asemejan mucho a un pensar en voz alta, hasta el punto de que parecen
intentar reproducir el movimiento mismo del pensamiento sin esforzarse en fingir ninguna
unidad argumentativa superior. Método de investigación químicamente puro, hubiera
dicho Marx. Preocupaciones en crudo, podríamos decir con un lenguaje más llano.
Un filósofo sencillo diciendo tal cual lo que piensa: ¿qué hay aquí de problemático o
conflictivo? Algo habrá, porque el caso es que la figura y la obra de Wittgenstein a
menudo constituyen ocasión de polémica entre académicos de distinto signo o entre
académicos y no académicos. Hay, desde luego, que no siempre nuestro autor es sencillo.
Muchas veces la sencillez o la claridad son más ideas reguladoras que Realidades
efectivas[5]. Eso es cierto, pero sólo serviría para justificar una discreta discusión, un tibio
debate entre intérpretes, y lo que ocurre con Wittgenstein va más allá. Acaso hubiera que
llamar la atención, para arrojar un poco de luz sobre este asunto, en las expectativas que su
discurso ha generado, en el hecho, en cierto modo curioso, de que la mayor parte de
especialistas suelen acercarse a su pensamiento en actitud escasamente crítica. Como si no
hubiera más tarea pendiente que la de reconstruir una indiscutida coherencia. Nos
encontraríamos así ante un particular efecto de su escritura filosófica, que ya Russell (La
evolución de mi pensamiento filosófico) había advertido: «Wittgenstein enuncia aforismos
y deja al lector la tarea de penetrar en sus profundidades como mejor se le ocurra[6]». Por
más que incomode, nada tiene de extraño el empleo que de los mismos a menudo se hace.
Se diría el destino común de quienes escriben de esta forma: terminar sirviendo de aval o
ilustración a (casi) cualquier afirmación filosófica. Cuando no de oráculo al confundido.
Procede, por tanto, en un primer momento intentar establecer la diferencia entre
aquello que, con más o menos derecho, podemos atribuir a Wittgenstein, y aquello otro
más relacionado con sus lectores. Lo que dice y lo que nos sugiere. Lo que defiende y lo
que a nosotros nos importa. Su coherencia y nuestro interés. Sólo esta distinción garantiza
el diálogo filosófico. Fuera de ella podemos encontrar conformidad, adhesión, creencia o
fe inquebrantable, pero no esa tensión entre dos polos que tiene lugar en la interpretación.
Nada de vaporosas «anticipaciones». A fin de cuentas, como el propio Wittgenstein
admitía en 1930, «quien sólo se adelanta a su época, será alcanzado por ella alguna
vez[7]». Mucho más difícil que adelantarse es conseguir estar instalado en el propio
presente y hacerse cargo del mismo (quizá sea ésa la auténtica virtud de los clásicos).
Wittgenstein andaba en ello, junto con los mejores de su tiempo. Por eso le pudieron
influir Boltzmann, Hertz, Schopenhauer, Kierkegaard, Frege, Russell, Kraus, Loos,
Weininger, Spengler y tantos otros[8], y por eso él no tiene inconveniente en reconocerlo.
No hay en esto sombra de falsa modestia, porque Wittgenstein sitúa su especificidad en
otra parte: «Mi originalidad […] es, según creo, una originalidad de la tierra, no de la
semilla. (Quizá no tenga semilla propia). Se arroja una semilla en mi tierra y crece
diferente que en cualquier otro terreno», anotaba en 1939-1940. Los seguidores oficiales
de Wittgenstein son muchos (y con frecuencia mal avenidos), pero la filosofía
wittgensteiniana decrece, ha señalado hace poco precisamente un wittgensteiniano
(A. Kenny). Con toda probabilidad aquéllos han equivocado el camino. Seguir a un autor
es una vía muerta. La filosofía crece en el diálogo, no en la exégesis (ahí se clarifica). Y el
diálogo, a su vez, exige una premisa: la conciencia histórica de los interlocutores.
Por supuesto que no es fácil. Alguna vez se ha dicho que un filósofo es realmente
importante cuando es capaz de producir un corte en la historia de la filosofía, es decir,
cuando la filosofía que se hace después de él ya no puede ser igual a la que se hacía antes.
Wittgenstein constituye uno de esos raros filósofos, que se adorna además con una rareza
suplementaria: no ha producido uno, sino dos cortes[9]. Pero estamos viendo que el
reconocimiento de esta condición excepcional no es algo automático. Era Bergson quien
decía que toda gran filosofía es el resultado de una única intuición original que exige
luego treinta o cuarenta años para pensarla, para traducirla a conceptos. Si eso cuesta
elaborar una filosofía, qué no costará entenderla e interpretarla bien. Estar en condiciones
de aceptarla o de rechazarla, en definitiva[10]. He aquí las coordenadas de la hora presente.
II. A propósito del texto que sigue y de la propuesta
de Wittgenstein en general
Ludwig Wittgenstein, Vilassar de Mar, Oigos-Tau, 1966, págs. 34-35. Véase asimismo
«Recuerdo de Ludwig Wittgenstein», de Normal Malcolm, ibíd. En este capítulo
biográfico resulta inevitable mencionar el libro de William Warren Bartley III,
Wittgenstein, Madrid, Cátedra, 1982, libro que debe parte de su notoriedad al hecho de
«haber buceado en las más oscuras dimensiones de la personalidad de Wittgenstein» (de la
solapa), esto es, en su presunta homosexualidad. <<
[5] Como, por lo demás, él mismo era capaz de reconocer. Así, 2-8-16 anota en su Diario
filosófico (Barcelona, Ariel, 1982, pág. 135), tras escribir precisamente acerca de lo bueno
y de lo malo: «Soy perfectamente consciente de la total falta de claridad de todas estas
proposiciones». <<
[6] El sarcasmo de la observación puede generar un malentendido. Wittgenstein parece a
salvo de toda sospecha: «Tras algunos intentos fallidos de fundir mis resultados en un
todo, me percaté de que jamás lo conseguiría. De que lo mejor que he podido escribir
quedaría únicamente en la forma de observaciones filosóficas […] Las observaciones
filosóficas de este libro son en cierto modo una multitud de apuntes paisajísticos […]
procedentes de largas e intrincadas travesías […] Propiamente, este libro no es, pues, más
que un álbum», había escrito en 1945 como prólogo a sus Investigaciones filosóficas. <<
[7] Sin olvidar el pensamiento de Nestroy que eligió como lema de las Investigaciones:
«Está en la naturaleza de todo adelanto el que parezca mucho mayor de lo que realmente
es». <<
[8] Véase J. Casals, «Viena o la fragmentació del mirall», L’Aveng, n. 90. <<
[9] Entre las presentaciones generales del pensamiento de Wittgenstein merecen citarse por
atendible, aunque estemos menos acostumbrados a la del rechazo. En buena medida, ello
se debe a una cuestión de atmósferas culturales. La filosofía alemana, por ejemplo, ha sido
desde siempre mucho más crítica con Wittgenstein que la anglosajona. El lector interesado
en este extremo no tiene más que consultar en paralelo el libro de Rorty La filosofía y el
espejo de la naturaleza (Madrid, Cátedra, 1983) y el de Apel La transformación de la
filosofía (Madrid, Taurus, 1985), por citar dos textos recientes y animados de parecida
voluntad sincrética, para comprobar el diferente tratamiento de la figura de Wittgenstein
que en ellos se presenta. Los alemanes parecen atreverse a enunciar un reproche
impensable en boca de los anglosajones: Wittgenstein adolecía de una deficiente
formación filosófica. Así, por introducir otro nombre, Bruno Liebrucks (Conocimiento y
dialéctica, Madrid, Revista de Occidente, 1975, pág. 181) sostiene, a propósito de un
aspecto de las Investigaciones: «En su doctrina de los parecidos de los juegos lingüísticos,
Wittgenstein da sus primeros pasos dentro de una filosofía de la vida que no sobrepasa los
ensayos de Dilthey, Husserl y Rothacker», afirmación que parece prolongarse en el trabajo
de Apel «Wittgenstein y el problema de la comprensión hermenéutica» (en supra,
págs. 321 y sigs.). He de agradecer a Antonio Aguilera los valiosos comentarios que me
ha hecho sobre este punto. <<
[11] Así, entre nosotros, Hierro, en un temprano artículo acerra de este tema («La ética en
Wittgenstein», Aporia, n. 7-8, 1966), afirmaba que «su visión de la ética […] aparece
estrecha y claramente vinculada a su primera doctrina», si bien admitía que dicha doctrina
«ya debería haberla superado en el tiempo a que pertenece la conferencia que comento».
En un trabajo publicado en dos partes en la revista Teorema (vol. XI/1, 1981 y vol. XI/4,
1981), Isidoro Reguera ha defendido a este respecto una opinión en lo esencial coincidente
con la de Hierro. Por una parte «sus posturas fundamentales son “primeras”», aunque con
«un estilo analítico y un aire general que ya es el de su “segunda filosofía”». Para Sádaba
(«Ética y Metafísica en Wittgenstein», en Lenguaje, Magia y Metafísica, Madrid,
Ediciones Libertarias, 1984) este particular equilibrio constituye una paradoja que le sirve
como hilo conductor de la reflexión: «En la primera época habla de ética; de una ética de
la que, paradójicamente, no se puede hablar, mientras que en la segunda época —en la que
todo se dice— no se la mienta». <<
[12] L. Wittgenstein, Diario filosófico (1914-1916), Barcelona, Ariel, 1982. <<
[13] «Nosotros sentimos que incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran
puede […] ser dicho» (Diario filosófico, 3-11-14). Años más tarde —como mínimo
después de 1929— escribiría algo muy parecido: «Cómo se ha de entender una palabra, no
nos lo dicen las solas palabras» (Zettel, México, UNAM, 1979, § 144). Desde la
«Introducción» de Russell al Tractatus suele señalarse que dicha impotencia es una
consecuencia lógica de la ignorancia, por parte de Wittgenstein, de la distinción entre
lenguaje-objeto y metalenguaje. <<
[15] 15. La cita corresponde al Diario, 12-10-16. Un mes antes había anotado: «El cuerpo
humano, mi cuerpo sobre todo, es una parte del mundo entre otras partes del mundo, entre
animales, plantas, piedras, etc. (cfr. 5.641)». <<
[16] En A. Janik y S. Toulmin, La Vierta de Wittgenstein, Madrid, Taurus, 1974, pág. 243.
<<
[17] Así traducida, la formulación evoca aquella otra de Karl Kraus: «Quien tenga algo que
decir, que dé un paso adelante y calle». El paralelismo podría prolongarse un poco más y
colocar al lado de la afirmación wittgensteiniana: «… aun cuando un libro esté escrito de
una manera plenamente respetable, siempre, desde un punto de vista, carece de valor», el
aforismo krausiano: «¿Por qué escribe un hombre? Porque no posee carácter suficiente
como para no escribir». <<
[18] En su trabajo «La comprensión de otras personas y de sus manifestaciones vitales» (en
mundo exterior, y entonces no precisarás temer lo que en él ocurra. […] Es más fácil ser
independiente de las cosas que de las personas. ¡Pero también se ha de poder lograr esto!»,
4-XI-1914. <<
[21] Véanse, por poner sólo dos muestras, R. J. Bemstein, Praxis y acción (Madrid,
Alianza, 1979), pág. 166, y J. Passmore, 100 años de filosofía (Madrid, Alianza, 1981),
pág. 481. Kierkegaard y Schopenhauer, como mínimo, estarían en el origen más próximo
de la coincidencia (en el remoto deberíamos hablar de san Agustín, Pascal y muchos
otros). <<
[22] Dicho sea de paso, a la figura opuesta, la del filántropo, le ocurre lo mismo que al
egoísta. Él también depende de las miserias del mundo para ser feliz, pues sólo lo es
socorriéndolas. Véase J. Sádaba, op cit., págs. 39-40. Por lo demás, las alusiones
wiltgensteinianas a Dios se deben entender en este contexto. Dios es «el modo en que todo
discurre» (1-8-16). O también «el mundo, independiente de nuestra voluntad» (8-7-16).
Ese destino del que no podemos independizamos. El sentido de la vida es el sentido del
mundo, como ya sabemos. Por eso, cuando en el Diario secreto su autor se encomienda a
Dios o acepta su voluntad, lo que está manifestando es un anhelo de estar a la altura del
mundo, esto es, en conformidad con él. Para las opiniones del segundo Wittgenstein sobre
el tema de la religión, véase L. Wittgenstein, Estética, psicoanálisis y religión, Buenos
Aires, 1976, págs. 129 y sigs. «(Clases sobre creencia religiosa)». <<
[23] El párrafo termina así: «Coloca al hombre en una atmósfera inadecuada y nada
funcionará como debe. Se mostrará enfermo en todas sus partes. Colócate, sin embargo, en
su elemento adecuado y todo se desarrollará y aparecerá sano». En otro pasaje del mismo
texto (Vermischte Bemerkungen se puede leer: «Las penas son como enfermedades; hay
que aceptarlas: lo peor que puede hacerse es rebelarse contra ellas» (recogido en
Observaciones, cit.). <<
[24] Wittgenstein conoció la tentación: «… y me tendré que quitar la vida. He padecido
tormentos infernales. Y, sin embargo, tan seductora me resultaba la imagen de la vida, que
quería volver a vivir. Sólo me envenenaré cuando efectivamente quiera envenenarme»
(Diario secreto, cit., 28-3-16). <<
[25] Aunque experimente una extraña fascinación hacia ella. En ciertos momentos de su
vida pareció buscarla: «15 de abril de 1916. Dentro de ocho días marcharemos a la
posición de fuego. ¡Ojalá se me conceda poner en juego mi vida en una tarea difícil!». En
la misma dirección, anotaba el 2 de abril de 1916: «He estado enfermo. Aún hoy me
encuentro muy débil. Hoy me ha dicho mi comandante que me va a enviar a la
retaguardia. Si eso ocurre me mataré» (ibíd.). <<
[26] Una exposición clara y detallada de este tópico se halla en J. Muñoz, «Después de
comprensión y respeto hacia las ideas de Wittgenstein, conservó el texto alemán, transcrito
por Waismann junto a la traducción inglesa hecha por Max Black. [T.]. <<
[*] Wittgenstein, L., Diario filosófico, Barcelona, Ariel, 1982. Las páginas que figuran