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Una noticia ya no es una noticia. Tiene el formato de una noticia pero no es una
noticia: es un fake. Un debate presidencial representa un debate presidencial
pero ya no es un debate ni -mucho menos- presidencial. Una entrevista tiene
la estructura de una entrevista (alguien-que-pregunta / alguien-que-responde),
pero etcétera. Un discurso político, un cuento, una película de ciencia ficción,
una serie, una canción pop, una novela, una crónica.
Cuando la pereza intelectual y la atrofia sensorial se entregan a la repetición de
un hacer que sólo hace para seguir haciendo, la saturación produce la
sensación de que todo lo establecido, todo lo vigente, todo lo circulable, se
ahueca de tal modo que a ciertos espíritus -más inquietos y sanguíneos de lo
recomendable- les resulta imposible habitar esos lugares tomados por la
desidia y la producción en serie. Se les impone, aunque nunca -en ninguna
época- fue necesario, cierto halo de renovación (eso que Damián Tabarovsky
llamó el deseo loco de cambio).
Entre esos espíritus, estoy yo.
Si el contexto invita y propone exacerbar la diferencia hasta que nos distancie
de manera insalvable, la esporádica propone huecos, vacíos, aberturas que
son en sí mismas un espacio: el espacio donde nos hallamos a nosotros
mismos (y en el que nos hallamos, también, juntes, con quien escribe).
Si, como decía Octavio Paz, cada lector busca algo en el poema y no es ilógico
que lo encuentre porque ya lo lleva dentro, los textos no deberían aspirar a ser
más que un punto de encuentro, una zona de reunión, una convocación.
La «esporádica» es, ella misma, tan esporádica como las unidades mínimas de
las que se compone: confía más en que el fenómeno literario (digamos,
mejor: poético) se produce en el párrafo, en la frase o, incluso, en la oración, en
la imagen, en el instante creador, antes que en la extensión de un texto o de
una obra.
[1] A la guita
Una unidad mínima puede ser un párrafo, una oración, un diálogo, una foto, la
escena de una película, un video de Youtube, una pintura, un dibujo, un chat
de wahtsapp, un print de pantalla, una frase, una palabra, un clip de audio. Las
posibilidades son infinitas y la única limitación es esa: que sea una unidad
mínima de sentido. Algo aislado, episódico, discontinuo, breve, fragmentado,
pero que encierre en sí mismo, por mínimo que fuere, un sentido. Algo auto-
concluyente que funcionesin la necesidad de vincularse con otra unidad para
tener sentido.
En La invención de la crónica, Susana Rotker desarrolló la teoría de que la
crónica modernista fue el formato en el que se produjo la renovación de la
prosa periodística y literaria de principios del siglo XX -extendiendo su
influencia hasta fenómenos tan posteriores como el Non-Fiction o El nuevo
periodismo.
Cito:
«(…) su hibridez insoluble, las imperfecciones como condición, la movilidad, el
cuestionamiento, el sincretismo y esa marginalidad que no termina de
acomodarse en ninguna parte, son la mejor voz de una época -la nuestra- que
a partir de entonces sabe que sólo es cierta la propia experiencia, que se
mueve disgregada entre la información constante y la ausencia de otra
tradición que no sea la duda. Una época que vive -como los modernistas- en
busca de la armonía perdida, en pos de alguna belleza».
Si el futuro va a ser nuestre, que no sea, ya, por prepotencia de trabajo, sino
que lo arrebatemos, en todo caso, por prepotencia de sangre.