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Las crónicas de Indias: fronteras de espacios

y confluencia de géneros

Francesca Leonetti
(Università degli Studi “G. D’Annunzio” Chieti-Pescara)

Las crónicas de Indias conocen sus primeras expresiones en una


zona literaria fronteriza, caracterizada por una rica promiscuidad y
por confines fecundos, en los que tiene lugar la fusión entre las
culturas del Viejo y el Nuevo Mundo. Por esta razón presentan una
materia fluctuante, transitoria, en tensión entre verdad y ficción,
que es a su vez depositaria de la primera etapa del proceso de for-
mación de un sincretismo lingüístico y cultural. Se trata, como sa-
bemos, de textos que se originan de la sorpresa por el insospechado
encuentro con una tierra desconocida por parte de hombres finan-
ciados por la Corona española, cuyo vínculo con la cultura de ori-
gen se debilita al entrar en contacto con la maravilla de lo que se
les aparece ante los ojos y que produce en ellos asombro, espanto y
fascinación. Sin embargo, los primeros cronistas que recorrieron
las tierras y las poblaciones del Nuevo Mundo recuperaron esa co-
nexión a través de la lengua, el poder económico y político, los mi-
tos y las costumbres de una cultura conservadora. Según un enfo-
que cognitivo subjetivo y, muchas veces, equívoco, éstos recondu-
cen el espacio desconocido y cargado de signos indescifrables a
sus modelos culturales y a sus esquemas preexistentes, sustitu-
yendo la realidad con su interpretación.
El resultado del choque cultural, destructivo y constructivo a su
vez, es una materia que parece rehuir delimitaciones e inscripcio-
nes de género. En cambio, gracias a sus fronteras porosas, parecen
transitar a través de diferentes «formaciones discursivas» (Mignolo
1981: 361), donde los criterios de clasificación geográficos y cro-
nológicos, no consiguen marcar límites precisos y los elementos
peculiares siguen confundiendo los ámbitos genéricos.
El primer texto perteneciente a este corpus es un libro de viajes,
el Diario de Cristóbal Colón, a partir del que, cuando se habla del
espacio americano, hay que referir viajes, desplazamientos, migra-
ciones y hablar, por tanto, de la experiencia del encuentro con el
otro y de fronteras, o sea de «lugares donde entran en contacto
cuerpos, ideologías, visiones del mundo, lenguas y no meramente
espacios geográficos» (Altuna 2004: 14). En esas «zonas de con-
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tacto» (Pratt 1997: 11) el imaginario colectivo europeo encuentra y


reconoce la alteridad que le permite la amplificación de su percep-
ción. La lengua intenta adaptarse a una realidad que la supera por
asombro, admiración y sorpresa. Para percibirla hay que nombrarla
y clasificarla según las tipologías de lo conocido, pero las palabras
no logran designar con exactitud el objeto al que hacen referencia.
Muy a menudo aparecen en las crónicas expresiones que declaran
la incapacidad de verbalizar lo que los cronistas tienen ante sí, «me
es imposible escribir», «no hay persona que lo sepa decir», «no
hay lengua humana que sepa explicar». Las limitaciones de la len-
gua española para dar nombre a algo tan asombroso para los euro-
peos explican la adopción, tras un progresivo proceso de adapta-
ción, de términos autóctonos para referirse a las cosas, a la natura-
leza y a las organizaciones de las diferentes etnias, creando, de esta
manera, un mestizaje lingüístico en grado de suplir el vacío entre
lengua y realidad. Todo esto se convierte en un ejercicio necesario
de enriquecimiento semántico y de aproximación a un nuevo espa-
cio que permite legitimar la apropiación de las nuevas tierras, la
fijación de la nueva realidad y la fusión de los dos mundos. Ade-
más de esas adopciones, el cronista acude a expresiones hiperbóli-
cas de fascinación que, al reiterarlas, se convierten en modalidades
retóricas del «asombro verbal» (González 1994), que registran el
sentimiento auténtico de estupor; o bien aplica el comparativismo,
con la rememoración de lo conocido, instituyendo paralelismos
que le ayudan a familiarizarse con la diversidad.
De hecho, con el fin de escribir relatos verdaderos y creíbles, el
mestizaje, el comparativismo descriptivo y la expresión hiperbólica
parecen los recursos más utilizados por la lengua del descubri-
miento y de la conquista, la cual reconoce su dificultad para expli-
car «estas tierras lejanas del más allá [...] tierras de confines, luga-
res donde cultura y naturaleza se confunden, donde el logos em-
pieza a tartamudear» (Rozat Dupeyron 2010).
Las escrituras que testimonian y registran esta aproximación
verbal de fronteras culturales sufren la misma dificultad que en-
contramos cuando hablamos de crónicas de Indias para referirnos
a un conjunto de textos que adopta la terminología de la escritura
histórica de la Edad Media, a pesar de que le corresponda sólo par-
cialmente. En realidad, cuando la Corona oficializa el cargo de
«cronista de Indias», el término se generaliza en escritos con ca-
racterísticas afines. Así pues, la crónica hace referencia a un gé-
nero medieval antiguo y ya anacrónico, mientras que los cronistas
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de Indias corresponden a un nuevo papel, o sea al cargo oficiali-


zado por la Corona española. De todos modos, el término de ‘cró-
nica’ se extendió a otros historiadores de Indias ya desde las pri-
meras obras del siglo XVI y, vaciado de su significado medieval,
termina por corresponder a ‘historia’ y ‘relación’, vocablos utiliza-
dos indistintamente por los primeros cronistas.
Sobre este aspecto relativo a la elección terminológica para refe-
rirse a las crónicas, nos hace reflexionar José Carlos González
Boixo en su artículo “Hacia una definición de las crónicas de In-
dias” (González Boixo 1999), en el que pone de manifiesto el rela-
tivismo de algunos términos que identifican objetos y realidades
que han cambiado de manera sustancial. González Boixo afirma
que la lectura de las crónicas ofrece indudablemente datos históri-
cos verificables, pero advierte de que estos mismos datos se comu-
nican, se explican y se justifican según una «convencionalidad cul-
tural» (González Boixo 1999: 230) diferente, que hay que tener en
cuenta a fin de «no distorsionar las distintas realidades que pueden
encubrir términos comunes» (González Boixo 1999: 230).
El criterio de clasificación de las crónicas de Indias más utili-
zado en el pasado era el de tipo temático, que encontramos en la
Historiografía indiana de Estive Barba (Barba 1964), clasifica-
ción, según González Boixo, inevitablemente incompleta por ser
incapaz de recoger la increíble variedad de las crónicas. Decepcio-
nante resulta también la clasificación histórica que se basa en coor-
denadas espacio-temporales, que excluye toda cuestión relativa al
texto. Además, nos vemos obligados a excluir también una cla-
sificación según criterios rigurosamente literarios y a buscar, en
cambio, lo literario en escrituras donde confluyen otros géneros no
literarios, como la historia y la geografía.
De literatura colonial y de los posibles criterios de su definición
y clasificación se ocupó Walter Mignolo en su “Cartas, crónicas y
relaciones del descubrimiento y la conquista” (Mignolo 1992),
estudio clave sobre la historiografía indiana. Los textos que toma
en consideración Mignolo pertenecen a diferentes «formaciones
textuales», como él las denomina, cuyo criterio organizativo de la
materia está determinado por el referente, o sea, el descubrimiento
y la conquista de las Indias, y por coordenadas cronológicas – del
Diario de navegación de Cristóbal Colón a la Historia del Nuevo
Mundo de Muñoz de 1793 – e ideológicas – el cambio de denomi-
nación de las tierras descubiertas, de ‘Indias’ o ‘Nuevo Mundo’ en
los escritos anteriores al siglo XVIII a ‘América’ en el siglo XIX,
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cambio naturalmente marcado por la independencia –. En esa «fa-


milia textual» (Mignolo 1992: 58) Mignolo identifica diversidad de
formas y de funciones que le permiten agrupar los escritos en tres
clases, cartas, crónicas y relaciones, cuyos elementos característi-
cos ilustra con riqueza de detalles y que paso a resumir breve-
mente.
Las cartas o cartas relatorias comunican un acontecimiento, do-
cumentan un hecho a un destinatario explícito que condiciona fuer-
temente la escritura. Entre las cartas encontramos los primeros tex-
tos resultantes del descubrimiento: el objetivo principal de Colón o
de Cortés no es escribir, sino descubrir y conquistar. Escribir es
una actividad secundaria que responde a una obligación, porque en
todas las tierras sometidas a la Corona española había orden y
mandato de dar informe fidedigno de cuanto pasaba en las Indias.
Las relaciones, en cambio, no registran la observación libre de
quien escribe, sino que responden a la petición de información por
parte de la Corona española, que es cada vez más codificada lle-
gando incluso, en 1547, a la redacción de un cuestionario por parte
del cronista mayor Juan de Ovando.
Crónica e historia, en la España de los siglos XVI y XVII, con-
funden sus ámbitos y acabarán por anularse con la progresiva des-
aparición de los últimos testigos de vista, y la historia absorberá la
crónica. A ésta, caracterizada por la dimensión temporal, le falta
muy a menudo la intencionalidad estética, sin poder ser conside-
rada ni siquiera una mera fuente documental; puede colocarse en
un estadio intermedio entre la transmisión inmediata y una narra-
ción con una tipología textual ya codificada. Una de las crónicas
que más se acercan a las características susodichas es, sin duda al-
guna, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de
Bernal Díaz del Castillo, mientras que una conciencia historiográ-
fica mayor aparece en las obras de Fernández de Oviedo y de Las
Casas.
González Boixo (1999: 9) considera la clasificación de Mignolo
restrictiva porque «detecta los aspectos no literarios de las crónicas
pero no llega a afirmar qué crónicas pueden ser incluidas en la lite-
ratura». Lo que se critica es la exclusión de elementos literarios en
las obras de Colón y Cortés en las que, según Mignolo, los recur-
sos retóricos estarían relacionados con el ‘oficio’ o el ‘arte’ en el
sentido que el término tenía en el siglo XVI.
Hay que notar que el acercamiento crítico al texto colonial de
Mignolo coincide con el de Margarita Zamora (1987), que decla-
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raba problemático y anacrónico tratar de encontrar elementos li-


terarios en una serie de textos que no fueron escritos con un propó-
sito editorial y que, a su juicio, se consideran fundamentales en la
literatura hispanoamericana, por la necesidad de cubrir el vacío li-
terario de la colonia.
No obstante, parece evidente que las imágenes deslumbrantes
del Nuevo Mundo, de esa inmensa entidad desconocida que pare-
cía, al mismo tiempo, real y fantástica, desmoronaron los modelos
utilizados por los cronistas medievales. El carácter particular y pri-
merizo de la experiencia de conquista, su lejanía del centro de po-
der, la falta de testimonios precedentes1, hacen emerger la impor-
tancia de una percepción sensorial de la nueva realidad. En ella la
vista y el oído representan las primeras fuentes de conocimiento y
justifican las equivocaciones en la comunicación entre europeos e
indígenas, por apoyarse exclusivamente en percepciones fonéticas.
A veces, a través de expresiones híbridas reproducidas tal y como
se oyeron y entendieron por primera vez, sometidas a continuas
oscilaciones gráfico-fonéticas, se nombra la nueva realidad. Léase
lo que relata Bernal Díaz del Castillo (2005: 11) sobre las primeras
expediciones a Yucatán:

Entonzes estava diziendo en su lengua: “Cones cotoche, cones coto-


che”, que quiere dezir: “Andad acá a mis casas”. Y por esta causa
pusimos por nombre [a] aquella tierra punta de Cotoche; y ansí está
en las cartas de marear.

Y poco después:

les mostravan los montones donde ponen las plantas de cuyas raízes
se haze el pan caçabe, y llámase en la isla de Cuba yuca; y los indios
dezían que las avía en su tierra, y dezían tlati por la tierra en que las
plantavan. Por manera que yuca con tlati quiere dezir Yucatán. Y
para deçir esto, dezíanles los españoles qu’estavan con el Vázquez
hablando juntamente con los indios: “Señor, dizen estos indios que su
tierra se dize Yucatlán”. Y ansí se quedó con este nombre, que en su
lengua no se dize ansí (Díaz del Castillo 2005: 22).

Falto de recursos para dar noticia de una materia tan maravi-


llosa, el cronista, además de relatar lo que veía y lo que ocurría,
experimentó la necesidad de echar mano de los recursos de la
prosa novelada. Servirse, para las descripciones, de dichos de la
1
Por el rechazo y la destrucción de los documentos indígenas.
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cultura oral, de textos caballerescos, de historias clásicas o sagra-


das y llenar el espacio ignoto con la cultura europea respondía al
intento de convertir lo ‘raro’ y ‘maravilloso’ en un mundo accesi-
ble, reconociéndoles normalidad al recibirlos en su propio hori-
zonte mental. Se trató de una operación que si por una parte creaba
una solución de continuidad histórico-cultural, al mismo tiempo
implicaba la presencia del ámbito americano. Según Rosa María
Grillo (2010: 48) «hoy podemos leer las crónicas como novelas,
como género mixto de verdad y fantasía, o como muestrario de las
ideas y del imaginario colectivo de la época». Esta afirmación
coincide con la opinión de Beatriz Pastor (1983: 105) que alude al
proceso de ficcionalización al que fue sometida la realidad ameri-
cana que «tiene como resultado una creación mucho más próxima
a la ficción que a las realidad que pretende fielmente representar».
Por esta razón, aunque la historia exige que el historiador cum-
pla con determinadas condiciones, la historiografía indiana repre-
senta una excepción a la regla, dada la circunstancia histórica que
hace a capitanes y soldados emprender una tarea para la que no tie-
nen ninguna competencia. Por esto, las peticiones de disculpas que
encontramos en sus escritos, además de representar el tópico de la
falsa modestia, expresan la conciencia de estar ejercitando una
práctica cuyos criterios no dominan. A estas alturas, considero
oportuno volver a aludir a la Historia verdadera de Bernal Díaz
del Castillo que, por su ambigüedad genérica, no cabe en ningún
marco historiográfico de la época. Una memoria viva, global y
obstinada, que abarca todo lo que una palabra, un nombre logra
despertar, junto al vigor polémico, empujaron a Bernal a escribir la
que nace como «probanza de méritos» y se convierte en «historia
verdadera», en la que la presencia de un lenguaje dialógico con
elementos novelescos nos restituye la totalidad del acontecimiento
histórico. Bernal opone al espíritu apologético del cronista Fran-
cisco López de Gómara autor de la Historia General de las Indias,
basada en informaciones de segunda mano de las hazañas de Her-
nán Cortés, la fuerza de una historia experimentada en primera per-
sona. A través de esta, se revive la conquista como el fruto del va-
lor y del sacrificio de todo un ejército. El resultado es una modali-
dad historiográfica diferente de la convencional, concebida, por
Gómara entre otros, como la biografía de un gran hombre. Además
de humanizar el evento histórico, haciendo su relato más íntimo y
personal, Bernal testimonia el proceso de transculturación, infor-
mándonos sobre una realidad en evolución en la que él, junto a sus
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compañeros, cambia su manera de pensar y de actuar, adaptándose


progresivamente al nuevo espacio americano.
Volviendo al tema general, a pesar de la dificultad de clasifica-
ción, en la mayor parte de escritos producidos durante el descubri-
miento y conquista de América, se pueden hallar características
comunes, a las que alude Blanca López de Mariscal (2004), a pro-
pósito de relatos y relaciones de viaje a la Nueva España en el si-
glo XVI: el factor del peligro y del obstáculo que convierte las ac-
ciones de los conquistadores en hazañas novelescas, los marcado-
res de tiempo y de espacio junto a la utilización de la prolepsis y de
la analepsis, con el fin de crear tensión narrativa, los criterios de
verosimilitud, la visión providencialista con la invocación cons-
tante a Dios, la percepción del ‘yo’ y del ‘otro’. Elementos estos
que pueden fácilmente remitir a la que Oswaldo Estrada (2009)
llama «imaginación novelesca».
El nexo mental entre lo legendario y las tierras descubiertas
constituye el elemento primario de las crónicas de Indias del siglo
XVI, donde los esquemas rígidos medievales se descomponen ce-
diendo el paso a la imaginación2. Los cronistas, encargados de dar
noticias de ultramar, justo en el acto de creación se encuentran en
un nuevo sistema que reclama una nueva manera de pensar la his-
toria. El discurso histórico medieval sufre, por lo tanto, una altera-
ción y se reconstruye trascendiendo las antiguas visiones esque-
matizadas.
Ahora bien, el género de las crónicas se revela mestizo como el
continente en el que nace, radicando su importancia en su carácter
histórico y testimonial y en su relación con otros géneros, pero
también en ser «la etapa primitiva, pero sui generis» del discurso
cultural de Hispanoamérica, como afirma Enrique Pupo-Walker
(1982: 38). Gabriel García Márquez al recibir el premio Nobel de
literatura vio en las crónicas de Indias el germen de la novela his-
panoamericana moderna, o sea, el origen de lo que sería la princi-
pal tendencia artística hispanoamericana del siglo XX, el realismo
mágico, que, como afirma Rosalba Campra (1987), recupera, se-
gún una nueva perspectiva, lo que había sido el espejo fabuloso de
2
A este propósito Rosa Maria Grillo (2010: 47) comenta «Sin duda en las
crónicas emerge la realidad que corresponde al modelo cultural de la época o,
como diría hoy en día, al imaginario colectivo de aquel momento muy delicado
de transición entre la cosmovisión medieval homogénea y hondamente condi-
cionada por las Sacras Escrituras, la mitología y las mirabilia medievales, y las
nuevas propuestas del pensamiento laico y racional del Renacimiento».
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la mirada europea.
Inmediatamente después del choque psíquico generado por un
contacto violento, la búsqueda de lo nuevo y extraordinario, es de-
cir, de la maravilla, ocupa buena parte de las crónicas de Indias,
porque el cronista la anhela y cuando no la encuentra la inventa:

Cuando los cronistas de Indias arribaron a América estaban imbutidos


de las consejas y leyendas medievales, y al topar con un paisaje exu-
berante, una flora y una fauna desconocidas y unos aborígenes con
creencias y costumbres exóticas para los europeos, concibieron de in-
mediato una nueva mitología, una serie de leyendas que ansiosas de
explicar lo natural por vía de lo sobrenatural, terminaron por forjar
ese sustrado milagrero y amante del prodigio que caracteriza a las
crónicas de Indias y que acabaría incidiendo en la imaginación
desbordante del realismo mágico (Serrano 2006: 9).

A Bernal Díaz se refirió Alejo Carpentier (1966: 93), viendo en


su Historia verdadera

el único libro de caballería real y fidedigno que se haya escrito, libro


de caballería donde los hacedores de maleficios fueron los “teules”
visibles y palpables, auténticos los animales desconocidos, contem-
pladas las ciudad ignotas, vistos los dragones en sus ríos y las monta-
ñas insólitas en sus nieves y humos. Bernal Díaz, sin sospecharlo,
había superado las hazañas de Amadís de Gaula, Belianís de Grecia y
Florismarte de Hircania.

La misma reflexión induce a Carlos Fuentes (1990) a afirmar


que la obra de Bernal es la fundadora de la novelística hispanoa-
mericana al confluir en la misma el referente histórico con una ela-
boración novelesca. Esta simbiosis, a su vez, se debe poner ine-
vitablemente en relación con la inteligente sugerencia que, algunos
años antes, hacía el estudioso mejicano Antonio Castro Leal
cuando, no sin cierta ironía, preguntaba si no era pertinente afirmar
que en América la novela principia con la historia misma (Castro
Leal 1968). Bernal nos informa de que todo México estaba tan
lleno de cosas maravillosas que él no sabría cómo describirlas:

desque que vimos tantas çibdades y villas pobladas en el agua, y en


tierra firme otras grandes poblazones, y aquella calçada tan derecha y
por nivel como iva a México, nos quedamos admirados; y decíamos
que pareçía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de
Amadís, por las grandes torres y cues y edifiçios que tenàian dentro
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en el agua, y todos de calicanto, y aun algunos de nuestros soldados


dezían que si aquello que vían si hera entre sueños. Y no es de ma-
ravillar que yo lo escriva aquí de esta manera, porque ay mucho que
ponderar en ello que no sé cómo lo cuente, ver cosas nunca oídas ni
vistas, ni aun soñadas, como víamos (Díaz del Castillo: 218-219).

De esta manera, esa maravillosa ciudad que las huestes de Cor-


tés vieron emerger como un sueño de las aguas en la laguna de
México y otras historias maravillosas que registran las crónicas
presentan una red de semejanzas y correspondencias con los rela-
tos prodigiosos de los cuentos y novelas hispanoamericanas del
‘900, que permiten señalarlas como remotas precursoras3. Cual-
quiera que sea la intención de los cronistas de Indias, informativa,
historiográfica o memorialista, sus escritos representan, entre igno-
rancia y necesidad de informar, el primer inconsciente ejemplo del
realismo mágico hispanoamericano, que relata una historia más
extraña que la ficción.
Encaminándome ya hacia la conclusión, me quedan por añadir
unas consideraciones finales.
Las crónicas de Indias representan un nuevo género que se
forma y se construye fundamentalmente para responder a la exi-
gencia de contar lo ignoto. El cronista de Indias se sirve de todo
aquello de lo que le ofrece su cultura literaria, utilizando y mez-
clando los diversos tipos textuales y discursivos que conoce – en-
sayo, narrativa de ficción, libros de viajes, poesía, épica –, y en
esta búsqueda concibe una pluralidad de nuevas fórmulas que se
definen según la materia multiforme que tratarán y que producen
esa polisemia que notamos en las crónicas indianas. Aquí reside la
dificultad para establecer una rigurosa clasificación que delimite
con fronteras rígidas de género estos textos híbridos, en los que
confluyen y se conjugan la función historiográfica y la realización
literaria, involuntaria, de presentar la interpretación del hecho
histórico que relatan.
Cabe mencionar, a éste propósito, los trabajos investigativos del

3
A este propósito remito al estudio de Remedio Mataix (2009: 105) en el
que afirma que «una más de las respuestas posibles a la polémicas cuestión de
por qué incluir las Crónicas de Indias, un género (en principio) historiográfico,
en la historia de la literatura hispanoamericana la proporciona su innegable
condición de discurso modelo y modelador para con la producción literaria
contemporánea».
328 Francesca Leonetti

Quinto Congreso Internacional de edición y anotación de textos4,


que tuvieron como objetivo principal valorar las crónicas de Indias
como ámbito que requieren un estudio interdisciplinar que ponga
en contacto la investigación de literatos, antropólogos, historiado-
res, filólogos, etc. (Arellano, Del Pino 2004).
Las crónicas de Indias constituyen un espacio de confluencia de
diferentes visiones del mondo cuyo estudio5 no puede prescindir de
la confluencia de competencias disciplinarias que, en lugar de ex-
presarse en juicios dicotómicos – la estimación como obras pura-
mente literarias por un lado, como mera fuente histórica por otro –,
coincidan y se complementen en la aproximación a textos que se
caracterizan por su entramado de módulos promiscuos y que ofre-
cen un abanico rico y variado de posibilidades de lecturas.
A pesar de ciertas posturas ideologizadas, tampoco podemos ex-
presarnos de manera radical sobre pertenencias literarias y cultura-
les rígidamente definidas, de las que, hay que admitirlo, se escapan
continuamente.
La lengua castellana lleva consigo toda la herencia literaria his-
pánica que pasa a través de estas producciones y se trasmite in-
evitable y ‘maravillosamente’ transformada, por las peculiaridades
contextuales y contingentes de América, a la literatura hispanoa-
mericana posterior y a la novela del siglo XX. En este sentido, las
crónicas se inscriben en el marco de la cultura hispánica no sólo
por la lengua en la que están escritas sino también por ser fruto de
una exigencia española, por referirse al hecho crucial del descubri-
miento y por estar relacionadas con la estructura del poder de esa
cultura en el momento de escribir; al mismo tiempo, sin embargo,
marcan un momento fundamental de la historia de la literatura his-
panoamericana, el momento inaugural de la convivencia del euro-

4
El Coloquio fue patrocinado por la Universidad de Navarra y el Consejo
Superior de Investigaiones Científicas (2-4 de deciembre de 2002). Los resulta-
dos de esos trabajos se encuentran reunidos en el volumen Lecturas y ediciones
de crónicas de Indias. Una propuesta interdisciplinaria (Arellano, Del Pino
2004).
5
Como subraya Ignacio Arellano en el prólogo al volumen susodicho, el pa-
norama variadísimo de las crónicas de Indias está lleno de huecos (Arellano,
Del Pino 2004: 9-10). En el apartado titulado “Ediciones electrónicas de las
crónicas de Indias y el nuevo servicio de las bibliotecas digitales” se presentan
las iniciativas de informatización de crónicas de Indias por parte de diversos
organismos y se subraya la utilidad de las bibliotecas digitales como medio de
difusión de la producción colonial (Arellano, Del Pino 2004: 13-34).
Francesca Leonetti 329

peo y el indio6.
En ese tiempo y en ese lugar, los cronistas se atreven a superar
las fronteras físicas y psíquicas de lo desconocido y, cuando ya no
es suficiente proyectar en el nuevo e inmenso espacio el imaginario
occidental colectivo, experimentan la riquísima realidad de la otre-
dad, generando ese mestizaje que identifica a la cultura hispa-
noamericana.

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6
Véase el estudio de Teodosio Fernández para el análisis de la inclusión de
las crónicas de Indias en la historia de la literatura de Hispanoamérica. A partir
de la Historia literaria de la América española de Alfred Coester, Fernández
documenta el proceso por el que: «simultáneamente, los relatos del descubri-
miento y de la conquista habían derivado hacia el territorio de la ficción, y en
último término hacia el territorio de una narrativa que a medida que avanzaba
el siglo XX se mostraba más capaz de adentrarse en las dimensiones míticas
que consideraban propias del nuevo mundo y constitutivas de su identidad cul-
tural. Sacralizadas en su condición de relatos o mitos del origen, enriquecidas
con el estatus literario de la novela, las crónicas de Indias habían ingresado con
pleno derecho en la historia de la literatura de Hispanoamérica» (Fernández
2009: 61-62).
330 Francesca Leonetti

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