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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
Autoridades Nacionales
Presidente de la Nación
Dr. Néstor Carlos Kirchner
Vicepresidente
D. Daniel Osvaldo Scioli
Ministra de Defensa
Dra. Nilda Garré
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Responsables de la edición
Coordinadora
Dra. Maria Luisa Peruso
Colaboración
Dra. Mariela Gedeón
Lic. Beatriz Gagliardi
Título original:
ISBN:
Depósito Legal:
Diseño, impresión y encuadernación: Formularios CARCOS S.R.L.
México 3038 - Capital Federal
E-mail: fcarcos@sion.com
Impreso en Argentina - Noviembre 2006
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
PRÓLOGO
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
Conferencia inaugural
Sra. Ministra de Defensa Nilda Garré
Quiero aclarar que no voy a hablar desde mi rol de ministra sino principal-
mente como mujer, como una mujer argentina comprometida con mi país, con
esta Argentina que está creciendo, que sin dudas ha encontrado el norte con el
cual guiarse para transitar el camino, tantas veces olvidado, del desarrollo, de la
justicia social y del respeto por los derechos y garantías de todos sus ciudada-
nos.
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defendieron su patria, su familia y su honor, hasta la lucha digna y valiente de las
Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que defendieron la verdad, la justicia y la
memoria sobre el dramático proceso del terrorismo de estado, éstas y otras
muchas valiosas acciones de mujeres argentinas merecen ser hoy recordadas y
homenajeadas, ya que es gracias a ellas que las mujeres tenemos hoy lo que
tenemos.
Basta con repasar las leyes, e incluso nuestra propia constitución, para ob-
servar que en teoría no existe diferencia alguna de trato entre hombres y mujeres
en nuestro país. Sin embargo, la evidencia irrefutable de la realidad del día a día
nos muestra que ello no es así, que en la práctica subsisten diferencias, “barreras
invisibles”, que hacen del igual acceso a las oportunidades un objetivo aún no
alcanzado por el cual hay que trabajar.
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siendo cada uno de ellos decidido, firme y orientado hacia el próximo con una
visión estratégica, lo cual necesariamente deberá apuntar al mediano y largo
plazo como escenarios para la consecución de sus objetivos.
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posibles vulnerabilidades al igual que necesidades de reformas a realizar.
En segundo lugar, se proyecta crear bajo la órbita del Ministerio una Uni-
dad Especializada en temas de género, un Observatorio de la Mujer, que
analizaría el estado de las relaciones de género en las Fuerzas, teniendo a su vez
facultades propositivas en la materia.
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Amigas y Amigos,
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MESA 1
INTRODUCCIÓN GENERAL
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INTRODUCCIÓN
Debo decir de una manera muy subjetiva y casi íntima que ingresé a esta
casa con una cierta conmoción. Agradezco profundamente a la iniciativa de la
Ministra de Defensa, Dra. Nilda Garré, la circunstancia de haber promovido
esta oportunidad para que reflexionemos sobre la condición de los géneros,
sobre la condición de las mujeres en nuestro país y sobre todo en el ámbito de
las Fuerzas Armadas. Henos aquí en este acontecimiento que de todas maneras
parece ser histórico: hacer luz en este recinto acerca de la secundaria condición
femenina en nuestra sociedad, en nuestras instituciones y particularmente en las
Fuerzas Armadas. A treinta años de nuestro infortunio colectivo esta iniciativa no
parece ser una mera coincidencia. Por otra parte, coincide desde luego con el
Día Internacional de la Mujer que como la Ministra ha dicho claramente, tiene un
origen centenario y deriva de una de las más penosas circunstancias vividas por
mujeres que aspiraban simplemente a tener derechos. Este acontecimiento que
estamos viviendo ahora abona de modo directo a los principios democráticos
de nuestra sociedad.
Seré muy breve pero me gustaría reflexionar, antes de dar la palabra a los
queridos colegas, acerca de que la primera violencia que conoce la historia, la
proto violencia generadora de todas las otras violencias, es la que se ha ejercita-
do a lo largo de los tiempos contra las mujeres. Esta es una experiencia
transhistórica que una figura como Pierre Bourdieu, uno de los más eminentes
sociólogos del siglo pasado, ha analizado en “La dominación masculina”, un
libro excepcional sobre las características casi inmutables de la violencia de gé-
nero.
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dida, del ocultamiento de la construcción social y cultural por la que se crea la
dominación de un sexo sobre otro. A esta diferencia construida culturalmente la
denominamos género. Cuando decimos naturalización decimos que nos acos-
tumbramos a ver las asimetrías como algo inamovible, nos acostumbramos a ver
como un hecho inexorable que los varones dominen.
Este ciclo invita pues a la reflexión y al debate. Ahora voy a dar la palabra a
una querida amiga, una ilustre pionera de la historia de las mujeres de nuestro
medio, como es la Profesora Lily Sosa de Newton y entonces la invitamos a
hablar.
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Los clásicos ejemplos que nos dejaron las invasiones de 1806 y 1807 dan
testimonio de la participación femenina en esos días de prueba. El primer nom-
bre que trascendió fue el de Manuela Pedraza, llamada “la tucumanesa”, valero-
sa mujer que, en agosto de 1806, se mantuvo junto a su marido mientras él
luchaba contra el invasor en la Plaza Mayor, siempre en el lugar de mayor peli-
gro. Cuando Liniers trataba de retomar la Fortaleza, en medio de los estampi-
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dos y el humo, presenció cómo su marido, soldado de patricios, era muerto por
un soldado inglés. Sin vacilar, tomó el arma del caído y mató al enemigo. Cuan-
do terminó la lucha, se presentó al general vencedor, quien la premió con el
grado de alférez y goce de sueldo de soldado del cuerpo de artillería de la
Unión. En el parte correspondiente, decía Liniers: “No debe omitirse el nombre
de la mujer de un cabo de Asamblea, llamada Manuela la Tucumanesa (por la
tierra de su nacimiento), que combatiendo al lado de su marido con sublime
entereza mató a un soldado inglés del que me presentó el fusil”.1
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La Guerra de la Independencia
No pasó mucho tiempo sin que los hechos políticos y militares diesen
oportunidad a las mujeres de participar en la lucha que había comenzado brava-
mente, pero en medio de la mayor carencia de medios. Ellas, de manera secun-
daria pero efectiva, contribuyeron al equipamiento de los ejércitos que marcha-
ban al interior para difundir la revolución y los propósitos del gobierno. Ninguna
quedó al margen de la enorme tarea. Desde la entrega de dinero según las posi-
bilidades de cada una hasta la confección de uniformes, camisas y ponchos,
todas hicieron su aporte. La Gaceta se encargaba de publicar las listas de do-
nantes mostrando el desprendimiento de las que, no teniendo dinero, ofrecían
sus hijos para pelear o su trabajo para coser o tejer ponchos.
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Iban a prudente distancia como para no sobresaltar al jefe de la división, impi-
diendo que tratara de alejarlas. Porque el chinerío seguidor de los batallones no
pocas veces constituyó un peso muerto para el desplazamiento de la soldades-
ca. Sin embargo, aquellas mujeres aparecían como por encanto en el momento
del triunfo o para aliviar las desgracias de las retiradas y de los desastres... Más
de una vez alguna tomó el fusil de un muerto y comenzó a disparar con certera
puntería...Algún chasque se enancó en el caballo y galopó leguas y leguas para
llevar el parte pidiendo auxilio. Al descolgarse de la cabalgadura se dieron cuen-
ta de que había disimulado su condición mujeril debajo del guardamonte y las
bombachas.” La presencia de Belgrano en Córdoba causó revuelo pues pasó
después a la Capilla del Pilar, en Río Segundo. Se intentaba desanimar a las
chinas cargosas, en lo que el general era inflexible aunque ellas se mostrasen
insistentes y atrevidas. El 19 de marzo envió una nota al gobernador remitiéndo-
le “dos mujeres llamadas Juana María y Juana Agustina González”, que
habían sido encontradas con ropa masculina en el Regimiento de Dragones de la
Nación para que, “teniéndolas en seguridad, las remita en la primera proporción
ocasión a su país.” Fueron ellas remitidas a Córdoba y encerradas en el Cabil-
do, que servía de cárcel, como en Buenos Aires.5
También el general San Martín tuvo esta clase de problemas cuando prepa-
raba en Mendoza el Ejército de los Andes. Mujeres de a caballo, la mayoría de
ellas, no era difícil cambiar las polleras por pantalones o bombachas,
mimetizándose con los soldados. Muy atento San Martín, a estas artimañas, no
tardó en desenmascarar a los falsos militares mandándolas de vuelta. Era inflexi-
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ble en su decisión de no permitir mujeres en las filas. Sin embargo, una de ellas
pasó a la historia pues el general Jerónimo Espejo recordó sus valerosas accio-
nes. Al aludir a la batalla de Moquegua y al “Batallón sagrado” de los jefes y
oficiales argentinos, que debían proteger a los dispersos, refería: “Se le dio el
mando al comandante don Juan Lavalle, contándose entre las filas a Pringles y al
sargento distinguido Dionisio Hernández, natural de San Luis, que llevaba a su
lado a su esposa La Pancha (también puntana), vestida de uniforme militar y
armada de sable y pistolas, como era su costumbre en los combates en que
entraba su marido.” Agregaba Espejo que era una de las cuatro mujeres a quie-
nes San Martín “concedió licencia para acompañar a sus maridos a la campa-
ña.” Y evocando los terribles momentos de la derrota de Moquegua, Pringles
relató que la Pancha, junto a su marido, acarreaba agua de los barriles y la
distribuía entre los soldados caídos.7
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resistente mula caminera, durmiendo con las riendas al brazo y calzadas las bo-
tas de campaña, apareciendo aquí y apareciendo allá para acosar constante-
mente al enemigo (...) sus cargas de caballería, dirigidas al vuelo de su caballo,
se hicieron temibles.”9
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integro. Tuvo otros ascensos y Rosas la destinó a la plana mayor activa, por lo
cual ella, en agradecimiento, tomó el nombre de Remedios Rosas, con el que
aparecía en las listas respectivas. En la del 8 de noviembre de 1847 una nota
reza: “Baja. El mayor de caballería Da. Remedios Rosas falleció.” Una calle de
Buenos Aires lleva su nombre desde 1944.1 1
Durante su campaña al frente del ejército del norte el general Belgrano con-
tó con la entusiasta ayuda de las mujeres de Tucumán, Salta y Jujuy, que se
desprendieron de sus bienes para contribuir al equipamiento de los efectivos. En
Tucumán hubo gestos como el de Lucía Aráoz de López Molina, quien, en un
arranque ejemplar, entregó a Belgrano un valioso collar de perlas, que lucía en
una recepción, “para las cajas del ejército”. Lo hizo conmovida por las palabras
del general aludiendo al estado de necesidad en que se encontraban sus fuerzas
después del triunfo de Tucumán, con el que, el 24 de septiembre de 1812 había
librado a la provincia de la amenaza realista.1 2
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que en el vuestro, el triunfo de la causa por la que luchamos será fácil”.
Cuenta Bernardo Frías que esa mañana algunas patriotas de la ciudad mon-
taron a caballo y, apoyándose en la fuerza que había preparado Martina
Silva, fueron a las tierras que quedaban detrás de las lomas de Medeiros
recogiendo a todos los campesinos para llevarlos a la batalla. Belgrano la
premió con un título honorífico y un manto de seda, prenda que usaban las
mujeres, con la leyenda: “A la benemérita patriota Capitana del Ejército doña
Martina Silva de Gurruchaga”.1 3
Así, las mujeres del norte fueron colaboradoras insustituibles en los años
de la guerra, cuando esas provincias eran invadidas constantemente por el
ejército español que, desde sus posiciones en el Alto Perú y Perú, avanza-
ban sobre los territorios que no tenían más defensa que las tropas irregulares
comandadas por Güemes, astutos practicantes de la llamada “guerra de re-
cursos o de partidas”. Entonces las mujeres prestaron valiosa ayuda como
espías o “bomberas”. Cultas damas de la sociedad no vacilaron en disfra-
zarse de paisanas para introducirse en cuarteles enemigos, averiguando todo
lo que podían sobre las tropas. Muchas, emparentadas con realistas, com-
partían reuniones a las que asistían oficiales enemigos, aprovechando para
sonsacar información sobre movimientos de tropas y dedicándose al espio-
naje con audacia. Los españoles se vengaban autorizando a los soldados a
asaltar las casas donde sólo había mujeres y niños y a arrasar con lo que
encontraban. Exigían a las mujeres exorbitantes tributos y si no podían pagar
las deportaban a Jujuy. Algunas realistas también comunicaban a Pezuela, el
jefe español, los nombres de las patriotas.
Uno de los principales objetivos era lograr que los oficiales realistas se
pasaran a las filas patriotas. Juan José Campero, marqués de Yavi y dueño
de extensas posesiones en Jujuy, fue uno de los que cayeron en la trampa.
La que se encargó de la tarea fue Juana Moro de López, jujeña casada con
un oficial de la revolución, residente en Salta. Era tan influyente que logró
comprometer a Campero y a otros oficiales realistas para que se pasaran en
medio de la inminente batalla, huyendo con la caballería, maniobra que eje-
cutaron. Descubierta por los españoles, Juana fue condenada a morir empa-
redada en su propia casa, cuyas puertas y ventanas tapiaron. Unas vecinas
realistas se compadecieron, horadaron la pared y la salvaron de una muerte
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Doña Pepa, la Federala, fue otro de los soldados con faldas que pasaron
a las crónicas gracias a su prolongada actuación en las filas. Llegó a ser alférez
graduada de caballería de los ejércitos rosistas. En 1844 presentó una solicitud
de ajuste de sueldos y otorgamiento de premios en razón de los servicios pres-
tados. Declaraba ser viuda del sargento mayor Raimundo Rosa, muerto en 1820
en Cañada de la Cruz. Ella había servido a la patria desde 1810. En 1839 estuvo
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en la acción de Chascomús y en 1840 sirvió en Entre Ríos a las órdenes de
Pascual Echagüe, llevando veintiséis voluntarios bajo sus órdenes. Fue bombera
en las trincheras de Lavalle donde, al ser descubierta, la raparon y sentenciaron
a muerte, logrando escapar. Participó en la batalla de Sauce Grande, librada
entre fuerzas de Lavalle y Echagüe. Allí fue herida y conducida a Paraná, de
donde pudo pasar a la provincia de Buenos Aires, incorporándose al regimiento
mandado por Vicente González, apodado “Carancho del Monte”, que participó
en la campaña de Oribe contra Lavalle. En Quebracho Herrado, donde Oribe
fue vencedor, Josefa, convaleciente de sus heridas, se hizo cargo del hospital de
sangre. Continuó hasta la derrota de Lavalle en Famaillá y posteriormente se
trasladó a Buenos Aires, desde donde dirigió a Rosas la nota mencionada, que
firmaba “Doña Pepa la Federala”.
“No eran así seguramente –son conceptos del general Paz en sus Memorias- los
ejércitos que mandaba el general Belgrano y últimamente nos ha dado ejemplo Urquiza,
que hizo su invasión a Corrientes en 1846 sin llevar en su ejército una sola mujer.” En efecto,
la orden del día 28 de junio de 1843, en su artículo 2º decía: “Se previene al ejército que no
podrá seguirle ninguna mujer, bajo ningún pretexto”.1 6
Sin embargo, el propio Paz debió admitir después de Caaguazú que, mortifi-
cadas sus tropas por el calor y la falta de agua, fueron las mujeres las que se encar-
garon espontáneamente de esta operación (transportar agua a la línea de guerrillas),
“y aunque habían pasado muchas contraviniendo mis órdenes, pues las había man-
dado quedar al otro lado del río Corrientes, tuve que capitular y permitirles seguir en
su utilísima operación.”1 7 No obstante esto, había quedado firme su convicción de que
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Sarmiento también opinó sobre la presencia femenina en las filas: “Las mu-
jeres –decía-, lejos de ser un embarazo en las campañas eran por el contrario el
auxiliar más poderoso para el mantenimiento, disciplina y servicio de las
montoneras. Sirven en los ejércitos para hacer de comer a los soldados, repa-
rarles sus vestidos, cargar las provisiones y equipos, guardar las caballadas du-
rante el combate y aumentar la línea o fingir reservas cuando es necesario. Su
inteligencia, su sufrimiento y su adhesión sirven para mantener fiel al soldado,
que no puede desertar o no quiere teniendo en el campo todo lo que ama.
Fructuoso Rivera no deja jamás a las mujeres de los soldados atrás. Es el padri-
no de todos los nacidos y el compadre de todos sus jefes y soldados. Las muje-
res vestían uniforme, más completo que el de los hombres, por cuanto servían de
almacén, de depósito para transportarlos.
El general Lavalle estuvo alojado ocho días en la estancia del doctor Vélez.
Tenía ciento veintiséis mujeres en su regimiento, todas con morriones de pena-
cho rojo, altos como se usaban entonces y tan completamente equipadas, que
formaban a la izquierda del regimiento con la mayor compostura.” Aclaraba
además Sarmiento: “En Caseros cayó prisionera la chusma del cacique Catriel,
pues los indios, de quienes nos viene esta costumbre, llevan sus mujeres y ocu-
pan éstas la retaguardia con sus caballos.”1 8
Como sucedió muchas veces en las guerras de la independencia y civiles, las tropas
que emprendieron la lucha contra los indios fueron acompañadas por sus familias. Los
cronistas de esta epopeya destacaron, en páginas inolvidables, la abnegación de las com-
pañeras de los soldados, que impidieron la deserción de hombres mal pagados, ex-
puestos a los peligros, al hambre y a todas las necesidades imaginables. Ellas
iban tras la tropa o quedaban solas en los fortines, debiendo muchas veces hacer
frente a los ataques de los temibles enemigos, improvisar comidas y curar heri-
das y enfermedades. Fueron las fundadoras de pueblos a lo largo de intermina-
bles trayectos y manejaban el fusil y la lanza con destreza y valentía. Eran las
fortineras, las vivanderas, las curanderas, las que simbolizaban el hogar lejano o
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ilusorio, el sostén de las familias trashumantes. Estuvieron presentes en todos los
lugares donde fue necesario disputar la tierra a sus dueños primitivos y fueron
codiciadas por los guerreros indígenas como botín de guerra, lo mismo que el
ganado, las armas y el alcohol. Vivían en la frontera, la mítica “tierra adentro”,
cambiante según los azares de la guerra, y acompañaron a las tropas en sus
marchas o en la vida de fortín.
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celebró en Trenque Lauquen con todo el fausto posible. Además de la emotiva
ceremonia efectuada a la salida del sol, hubo a lo largo del día carneada y asado,
carreras y palo enjabonado y, lo más esperado, baile para cerrar el festejo. La
banda del regimiento lo inició con una cueca y las mujeres fueron las reinas de la
fiesta, vestidas con sus mejores galas. Ellas, que como “fuerza efectiva” recibían
racionamiento, también tenían sus obligaciones: lavar la ropa de los enfermos,
cuidarlos y arrear las caballadas. Algunas eran capaces de amansar un potro o
bolear un avestruz pero disfrutaban las humildes fiestas como si concurrieran al
más elegante salón. “Eran toda la alegría del campamento y el señuelo que con-
tenía en gran parte las deserciones –escribió Prado-. Sin esas mujeres, la exis-
tencia hubiera sido imposible.”2 3
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monolito con placa recordatoria que la recuerda, lo mismo que a todas las
mujeres que ayudaron a concretar la conquista del desierto. Había ido a la
guerra del Paraguay acompañando a su marido, y después se sumó a las
fuerzas que combatieron a los indios. Participó en la fundación de Carhué,
Puán, Trenque Lauquen, fortines que darían origen a pujantes poblaciones.
Se estableció en Neuquén, adonde la llevará la campaña del general Roca
en 1879, y allí falleció en 1917. Esta valerosa mendocina tuvo su rancho
junto a la vertiente que brotaba en el fondo de un barranco, donde se dete-
nían los viajeros, a los que brindaba generosa hospitalidad. Con el tiempo se
convirtió en una figura legendaria, cantada por poetas y músicos.2 5
Pasaron desde entonces muchos años y transcurrió gran parte del siglo XX
sin la presencia femenina en las fuerzas armadas. Sin embargo, el ejemplo de
otros países y las guerras que se sucedieron determinaron que aquí se abriera
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paso la idea de que las mujeres podían desempeñar funciones en el ámbito cas-
trense, especialmente en el terreno profesional. La punta de lanza fue la incorpo-
ración de mujeres docentes en el Colegio Militar de la Nación. Esto ocurrió a
partir de 1965 y fue un llamativo cambio en las pautas que habían regido hasta
entonces. Tanto los jefes como los alumnos del colegio debieron acostumbrarse
a que un territorio, hasta entonces netamente masculino, se viera modificado en
su esencia sexista.
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de ingeniería química, una a electrónica y una era licenciada analista de sistemas. Su
alta capacidad técnica les permitió asumir delicadas tareas dentro del complejo en-
granaje de la marina militar. Simultáneamente, la marina mercante capacitaba a las
primeras oficiales femeninas que por entonces egresarían para lanzarse a la vida del
mar, emulando a las antepasadas que, en los viajes por aguas desconocidas asom-
braban al mundo de los siglos XVI y XVII con sus audaces travesías junto a los
descubridores y conquistadores, demostrando ser expertas navegantes capaces de
asumir el mando de un barco cuando las circunstancias lo exigían.
En 1989 se creó la Escuela del Cuerpo Profesional Femenino para oficiales y subofi-
ciales, y en 1992 empezó a funcionar la Escuela Militar de Oficiales de los Servicios para
Apoyo de Combate (EMOSPAC). Apartir de entonces funcionaron separadamente las
escuelas de oficiales y suboficiales, integrada cada una por alumnos de ambos sexos, a
diferencia de la primera, donde estaban separados.
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como caballería, blindados o infantería. Las que se incorporasen en otros cuar-
teles, desempeñarían tareas no operacionales en sanidad, intendencia u otros
destinos.3 3
Como cierre de esta reseña quiero referirme a una mujer. Sin ser militar ha
seguido una singular carrera y la ejerce con solvencia en el orden local e interna-
cional. Se trata de la argentina Virginia Gamba, licenciada en estudios latinoame-
ricanos, diplomada en filología y master en Estudios Estratégicos. Es directora
del Instituto de Investigaciones para la Paz y la Seguridad Safer-África. Estudió
en Córdoba, La Paz y Salamanca. Fue profesora de la cátedra de Estrategia en
las Escuelas Superiores de Guerra del Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y la
Gendarmería, el Instituto de Servicio Exterior Argentino, las Universidades del
Salvador y Belgrano, la Universidad de Maryland, y la Escuela Superior del
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Ejército de los Estados Unidos. Ha sido asesora del Estado Mayor Conjunto,
directora del Centro de Altos Estudios Estratégicos del Ministerio de Defensa,
investigadora de conflictos en la Organización de Security Archives de Washing-
ton y pertenece al Instituto de Estudios Estratégicos de Londres. Ha publicado
artículos y libros, en inglés y castellano. Algunos sobre la guerra de las Malvinas.
Trabaja en la asistencia a gobiernos, organismos internacionales y sociedades
civiles para la administración de la paz, la seguridad y el desarrollo. Reside en
Pretoria, Sudáfrica.3 6
Injusto sería terminar este esbozo sobre las mujeres que participaron de
distintas maneras en las luchas del siglo XIX dejando de lado a las que en el siglo
XX lo hicieron en temas relacionados con la afirmación de nuestra soberanía.
Uno de estos temas tiene que ver con la Antártida y queremos recordar que
cuatro mujeres, pertenecientes al Museo Argentino de Ciencias Naturales, rea-
lizaron en 1968-1969 estudios científicos de alto valor en aquella zona. Hubo
otras intrépidas investigadoras que visitaron las bases argentinas de los hielos,
viajando en los rompehielos y en avión. Pero fue en la guerra de las Malvinas, en
1982, cuando algunas mujeres arriesgaron su vida, embarcadas en buques de
1
ENRIQUE UDAONDO. Diccionario histórico argentino, Buenos Aires, Institución Mitre,
1938, p. 811.
2
MANUEL J. SANGUINETTI. San Telmo y su pasado histórico, Buenos Aires, Ediciones Repú-
blica de San Telmo, 1965, p. 60.
3
VICENTE FIDEL LÓPEZ. Historia de la República Argentina. Su origen, su revolución y su
desarrollo político hasta 1852, Buenos Aires, Editorial Sopena, 1938, t. 1, pp. 55-57.
4
ADOLFO P. CARRANZA, Patricias argentinas, Buenos Aires, “Sociedad Patricias Argentinas
Dios y Patria”, 1910.
5
EFRAÍN U. BISCHOFF, Historia de rebeldías (y otras historias), Córdoba, Alción Editora,
1994, pp. 55-57.
6
GREGORIO ARÁOZ DE LAMADRID, Memorias del general... Campo de Mayo, Biblioteca del
Suboficial, t. I, p. 57.
7
REYNALDO A. PASTOR, San Luis. Su gloriosa y callada gesta. 1810-1967. Buenos Aires,
Bartolomé U. Chiesino, 1970, p. 60.
8
BARTOLOMÉ MITRE, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, Buenos Aires.
9
Ibídem.
37
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10
PACHO O‘DONNELL. Juana Azurduy, la tenienta coronela. Bs. As., Planeta, 1994. Estela
Bringuer, Juana AZURDUY, teniente coronel de las Américas, Buenos Aires, AZ Editora,
1976.
11
DIEGO ABAD DE SANTILLÁN, Gran Enciclopedia Argentina, Buenos Aires, Ediar, 1963, T.
VIII, p. 300. J. Catalina Pistone, “La sargento mayor María Remedios del Valle”, Gaceta
Literaria de Santa Fe, Nº 100, 21/6/1998.
12
LILY SOSA DE NEWTON, Diccionario biográfico de mujeres argentinas, Buenos Aires, Plus
Ultra, 1986.
13
En su Historia del general don Martín de Güemes y de la Provincia de Salta o sea de la
revolución de 1810 BERNARDO FRÍAS dedicó muchas páginas a las mujeres, especialmente
en el capítulo “Las mujeres en la guerra”. Salta, Imprenta y Librería de L. Ortiz Portillo,
1911, T. III, p. 154 y sigs. Véase Vitry, Mujeres salteñas, Salta, Víctor Manuel Hanne,
2000.
14
FRÍAS, ob. cit.
15
JOSÉ MARÍA SAROBE, Urquiza, Buenos Aires, Comisión del Monumento al Capitán Gene-
ral Justo José de Urquiza, T. I, p. 320.
16
JOSÉ MARÍA PAZ, Memorias. Guerras civiles, Buenos Aires, T. II, Anaconda, s/f, p. 40.
17
Ibídem.
18
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO, Juicios sobre la mujer, en Conflictos y armonías de las
razas en América, T. XXXVIII de las Obras.
19
JOSÉ S. DAZA, Episodios militares, Buenos Aires, Vicente Daroqui, 1908.
20
ALFREDO EBELOT, “La mujer del soldado”, en Frontera sur. Recuerdos y relatos de la
campaña del desierto, 1875-1879, Buenos Aires, Guillermo Kraft, 1978.
21
MARÍA TERESA VILLAFAÑE CASAL, La mujer en la pampa (siglos XVIII y XIX), e/a, La Plata,
1958.
22
EDUARDO GUTIÉRREZ, Croquis y siluetas militares, Buenos Aires, Hachette, 1956.
23
COMANDANTE MANUEL PRADO, La guerra al malón. 1877-1879. Buenos Aires, EUDEBA, 1960.
24
EDUARDO RAMAYÓN. El fortín en la guerra contra el indio, en el avance de la civilización y
en la conquista del desierto, Buenos Aires, Kraft, 19l4.
25
JUAN MARIO RAONE, Fortines del desierto, Buenos Aires, Biblioteca del Suboficial, 1969,
T. i.
26
TTE. CORONEL GUILLERMO PECHMAN. El campamento 1878. Algunos cuentos históricos de
fronteras y campañas, Buenos Aires, 1980, EUDEBA, 1980.
27
Revista de la Escuela Superior de Guerra Tte. Gral. “Luis María Campos”, Nº 521, Buenos
Aires, abril-junio 1996, “Women in National Service”, USA, Teacher College Record,
1972. Ver revista española Ejército, noviembre 1995.
28
TTE. CNEL. EDUARDO HORACIO CUNDINS, “Mujer y militar”, en Revista de la Escuela Supe-
rior de Guerra, Nº 521, abril-junio 1996.
30
La Nación, Bs. As., 25/6/1994.
31
JIMENA MASSA, “Las mujeres buscan su espacio como pilotos de combate”, La Nación,
Bs.As., 1/2/2001. ORLANDO ANDRADA, ”Recibieron uniformes y sables las primeras mujeres
del aire”, La Nación, 20/5/2001.
32
ORLANDO ANDRADA, “Levantó vuelo la primera piloto de guerra del país”, La Nación,
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
28/5/2005. Marta Platía, “Una chica de ciudad Evita es la primera piloto militar de la
Argentina”, La Nación, 28/5/2005.
33
JORGE O. MANCHIOLA, “Un batallón sólo para mujeres en City Bell”, La Nación, 27/2/
1995.
34
TTE. GRAL. MARTÍN A. BALZA, “En 1997, la mujer en el Colegio Militar”, La Nación, 23/1/
1996.
35
CAROLINA RAVIER, “Las chicas van al frente”, Revista Clarín, 20/7/1997.
36 LILY SOSA DE NEWTON, Diccionario biográfico de mujeres argentinas. 4ª edición au-
mentada, en preparación.
37 ALFIO A. PUGLISI. Faldas a bordo, Buenos Aires, Instituto de Publicaciones Navales
Editores, 2006. Este original libro de reciente publicación contiene un exhaustivo
relevamiento de mujeres que, a lo largo del tiempo y en todos los países, tuvieron que ver
con hechos de guerra, viajes, organismos militares, historia, literatura, etc., relaciona-
dos con el mar y los ríos.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA
Y LAS MUJERES
Ahora también creo que hay otros motivos -y sobre esos otros motivos yo
tengo un poco más de reserva-, que se refieren no tanto a la reconstrucción
integral del pasado sino a la construcción de una memoria. No tengo reserva
sobre la construcción de la memoria: memorias oficiales, memorias alternativas,
la memoria de lo que no tienen voz, etc., sino que creo que ésa no es la tarea del
historiador. La tarea del historiador es intentar comprender del modo más com-
plejo posible un pasado que es el mismo mucho más complejo que lo que se
pensaba en el pasado y esa labor debe ser enfocada desde un punto de vista
universal o si se prefiere general y no desde una mirada particular. Por otra
parte, el historiador no es ni el testigo ni el político (aunque pueda ser ambas
cosas y quizás deba serlo, pero no en tanto que historiador), su papel es com-
prender más que juzgar, es (en términos de Todorov) rememorar no conmemo-
rar. Es criticar los mitos no construirlos. La historia es o aspira a ser un conoci-
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miento científico con todos los límites que podamos asignarle a esa expresión y
que busca la verdad por inasible que esta sea.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
en el horizonte de algo que todos tenemos siempre escaso, que es el tiempo. Ese
horizonte de tiempo escaso es la primera limitación de las mujeres para una
participación activa y libre: muchos hijos, expectativa de vida relativamente cor-
ta, llegada al matrimonio relativamente joven. Si nosotros miramos hoy el último
censo del año 2001, vemos que la expectativa de vida es 74 años, la cantidad de
hijos por unión -ya dejamos de hablar de matrimonio- es de 2 a 4. Estos hechos
puramente demográficos contribuyen a crear las condiciones de posibilidad para
una presencia de la mujer en otra esfera que no es la esfera doméstica y familiar
sino la esfera del mundo del trabajo o de la vida pública.
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ponía esa definición o, finalmente, que la casa, los hijos eran lo que ocupaba más
tiempo en la vida de las mujeres pero no excluía la realización de trabajos, fue-
sen ellos en el ámbito del hogar, temporarios u ocasionales.
Pero de todas maneras sabemos claramente que hay una presencia mucho
más masculina en el mercado del trabajo. Si miramos un poquito a vuelo de
pájaro ese censo, hay algunas profesiones en las que las mujeres están muy
representadas y también otras poco calificadas en que son bien visibles: costure-
ras, 13.000 mujeres declaran esa ocupación; 11.000 declaran ser modistas;
11.000 declaran ser domésticas; 7.000 cocineras; 8.000 mucamas; 7.000 plan-
chadoras. Pero la gran mayoría, el 65%, no declara ninguna ocupación. Noso-
tros suponemos que estos datos, que muestran una presencia de la mujer en
trabajos poco estimados o poco prestigiosos, corresponde a su ubicación en la
jerarquía social de la época y que en ello influyen las percepciones dominantes
en la sociedad más que la concreta habilidad de las personas.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
Desde luego los hombres preferían esa alternativa para ellos más “segura” y
que además correspondía al rol que creían que tenía que desempeñar la mujer.
No tanto no al trabajo como no al trabajo fuera de la casa.
Algunos datos bien interesantes sobre los inmigrantes italianos en Nueva York
en el período de entreguerras muestran bien que ellos no deseaban incluso que las
niñas y adolescentes fuesen a la escuela pública en tanto allí estaban expuestas a todo
tipo de peligros, la iniciación sexual evidentemente pero también el abandono de la
familia y de sus normas (y de la autoridad paterna entre ellas). Pero mirémoslo desde
le punto de vista de la mujer más allá de que tuviesen o no internalizado valores que
no eran suyos - y aquí apelo a la sensatez a veces tan poco común entre los historia-
dores- no era más razonable no tener que trabajar (como hacían las mujeres bur-
guesas en los lugares de origen) que tener que ocuparse en un frigorífico o como
lavanderas?
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sa”. Y acá no entiendo el término burgués en el sentido económico, sino que me
refiero a una sociedad en la cual hay un deber ser, hay un conjunto de reglas que
se deben cumplir y respetar, reglas que le atribuyen un lugar a la mujer.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
eran clubes de hombres. Unos pocos ejemplos pertinentes para la ocasión: el Joc-
key Club, la Escuela Naval, el Círculo Militar así lo eran. Esto se daba no sólo en los
clubes de la élite. También en las Sociedades de Socorros Mutuos que creaban los
inmigrantes había presencia de mujeres en algunas, pero la mayoría era masculina. La
sociabilidad era el hombre en el club o en el bar, y la mujer en la casa. En consecuen-
cia, las posibilidades de las mujeres aparecen limitadas, primero por el tiempo y
segundo por los lugares a los que les estaba concedido acceder sin vulnerar sus
propia condición .
Ese mundo del deber ser ha cambiado, y de esto hay que tomar nota, y
tomar nota significa también considerar otros factores que explican el cambio
del lugar de la mujer en la sociedad. Tenemos los imaginarios, no sólo las nor-
mas, no sólo la cultura de élite, sino también una cultura amplia que involucra no
a todos pero si a la gran mayoría de las personas de una sociedad en un momen-
to dado. Pensemos en el tema del imaginario de la mujer como madre en la
sociedad argentina y en otras sociedades. Imaginario que llega hasta hoy con las
Madres de Plaza de Mayo, con la capacidad evocadora del hecho de ser ma-
dres. También en este sentido quisiera citar un ejemplo histórico. El 17 de octu-
bre de 1945, fecha histórica para la Argentina, que algunos celebrarán y otros
no, pero ciertamente es uno de los pocos acontecimientos que divide aguas y
que cambia el estado de cosas imperante. Ese día, Perón se asoma al balcón,
donde lo espera una multitud que estaba allí desde hacía muchas horas y, en un
discurso bastante corto, dice: “quiero en esta oportunidad, como simple ciuda-
dano, mezclándome en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente a mi
corazón como lo podría hacer con mi madre ....” Y se escucha una voz al lado en
el balcón, que agrega “... un abrazo para la vieja...” y como respuesta el ruido de
la plaza que se escucha en el fondo, un verdadero rugido cuando Perón mentó a
la madre. El tema de la madre, tema tan importante, tan popular, que coloca a la
mujer en un lugar. Con esto yo no quiero decir que la mujer, en el imaginario del
peronismo, es sólo la madre. La madre en el hogar se ve muy a menudo en la
publicidad del peronismo pero también tenemos la figura de Evita, que cierta-
mente no es una madre y tampoco es una figura tradicional.
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la cosmovisión y en la iconografía católica, es decir con la Virgen, con la Madonna
que caracteriza un tipo particular de catolicismo, el del mediterráneo, español,
italiano, que otorga un papel tan central en el culto a ese personaje femenino.
Esperamos los estudios que nos puedan brindar apoyos o desmentidas a esta
perspectiva.
En cualquier caso, la Argentina, en la mayor parte del siglo XX, fue una
sociedad en la cual no solo la madre sino la familia, el familismo reforzado tam-
bién por los inmigrantes fue siempre un tema muy importante. La familia ante
todo, he ahí un lema que podría iluminar muchas cosas del comportamiento de
los argentinos.
Muchas cosas han cambiado en los últimos años y explicar esos cambios,
supongo, es tarea difícil. Volviendo al mundo del trabajo yo me he quedado
sorprendido del dato de la cantidad de miembros mujeres de las Fuerzas Arma-
das que ha presentado la Ministra . En mi Universidad, la de Buenos Aires, por
poner otro, hoy seis de cada 10 estudiantes son mujeres. Entre estas dimensio-
nes, hay una que yo no quiero ignorar, que es ciertamente la dimensión política,
la de los derechos políticos, es decir el lento proceso de adquisición del sufragio
femenino a lo largo del siglo XX, pero también la de su participación en los
elencos dirigentes. ¿Acción afirmativa, o sea cupos, para promoverlo o mejor
dejar que el proceso vaya dándose naturalmente a partir de reglas iguales y sin
restricciones para todos de modo tal que no importa si se es hombre o mujer
sino si se es competente para la tarea. Es otra discusión. Empero es bueno
recordar que entre los muchas veces excluidos no solamente había mujeres.
Que la cuestión de la desigualdad de género no impida ver otras desigualdades.
Yo diría, para concluir, que efectivamente tenemos que pensar en las muje-
res en muchos sentidos. Como historiadores debemos reintegrarlas en la histo-
ria; pero no sólo a las mujeres, porque esta historia de las mujeres es también
una historia de personas de cualquier género que la construyeron, en sus posibi-
lidades, con sus límites, con el pequeño heroísmo cotidiano.
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MESA 2
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INTRODUCCIÓN
A principios del siglo XIX, con la caída del imperio español, se disolvie-
ron los lazos políticos que unían a estas tierras con España pero también con
otras regiones de Hispanoamérica. Esa ruptura generó un vacío e inauguró un
proceso de cambio y largas décadas de construcción de nuevas comunidades
políticas y de definición de nuevas soberanías. El mapa político de la región
cambió una y otra vez y solo a finales del siglo se definió un patrón relativamente
estable de estados-nación luego de procesos que distaron mucho de ser linea-
les.
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actores de esta historia: cómo y en qué condiciones es el tema de esta mesa.
Para eso vamos a escuchar primero a María Silvia Di Lisia, que hablará sobre el
tema de las mujeres y el trabajo en el siglo XIX; luego a María Elba Argeri, que
disertará sobre las mujeres indígenas del sur de Buenos Aires y norte de la
Patagonia, entre 1830 y 1926, y finalmente mi exposición será sobre las mujeres y
la política en el diecinueve.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
MUJERES ARGENTINAS
EN EL SIGLO XIX
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esas prescripciones (Stern, 1995), perspectiva sobre la cual nos interesa avan-
zar aquí.
Esta doble situación que señala Mariquita, desear ser varón y a la vez lamentar
la subordinación de las mujeres, fue sin duda una constante para muchas y muy
diversas de toda condición y clase social. Porque, cuál es el papel de las mujeres, su
lugar en el mundo, en la sociedad argentina de hace dos siglos atrás? Casi no tene-
mos que preguntarlo, para saberlo: el hogar, y no el trabajo, o mejor: el trabajo en el
hogar. Jennie Howard, una de las maestras norteamericanas que trajo Sarmiento, y
que llegaron a la provincia de Corrientes, describía hacia 1883 que el único objetivo
de las mujeres jóvenes de esa época era casarse y tener más y más hijos; había
familias que tenían hasta dieciocho; cuanto más numerosa era la prole, mayor orgullo
para las madres. Las mujeres eran controladas absolutamente por sus parientes va-
rones: no podían salir de sus casas hasta casarse, y les estaban impedidas multitud de
diversiones que los varones sí podían realizar. La educación, por ejemplo, era casi un
tabú para muchas de ellas.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
dera, se había enterado que no era casada y tenía 4 hijos. Y esto por qué? La mujer
le dijo: “de haberme casado con Juan, con quien vivo, me habría obligado a someter-
me y vivir con él, aunque abusara de mí, en cambio así, si él no me trata bien, yo le
puedo decir que se vaya” (Szumurk, 2000).
Así, alimentación, higiene y educación de los más pequeños eran todos tra-
bajos femeninos, realizados día a día. En su monotonía, se perdía la noción de su
valor económico y social para toda la familia. Las de las grandes mansiones de
Buenos Aires tenían un batallón de sirvientes a cargo, pero las de los conventillos
porteños no podían más que hacer frente con su propio cuerpo y su tiempo a las
pesadas tareas hogareñas; cuando fracasaban, eran culpables ante los demás de
la muerte y la enfermedad de los suyos, puesto que la suciedad de las viviendas
y el abandono de los niños señalaba siempre la pérdida del “ángel del hogar”, la
caída de ese ángel de su pedestal.
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zapatos o como cigarreras. Dice Wilde, recordando los días pasados de Buenos
Aires, que armar los cigarros era profesión de mujeres. La madre compraba las
hojas y las “niñas honradas de las madres pobres, honestamente se ganaban el
pan”. Mucho más que las prostitutas, otro trabajo para mujeres pobres (e
inmigrantes), que las sumía en la marginalidad y en la frontera de la mala vida en
grandes y pequeñas ciudades argentinas.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
¿Por qué fueron las mujeres las que respondieron a estas demandas socia-
les? Para el imaginario de la época, eran quienes tenían las cualidades para ac-
tuar con eficacia; por ejemplo, gracias a su sensibilidad, no podían permanecer
indiferentes ante el dolor ajeno. La filantropía suministraba a las mujeres otra
forma de cumplir funciones vinculadas culturalmente a la maternidad. Estas ta-
reas eran vistas como una misión, como un deber patriótico que perseguía fines
nobles y humanitarios; en fin, un apostolado. Para el espíritu de la época la
maternidad no sólo era la misión «natural» de la mujer en la sociedad; era ade-
más la única fuente de virtud, felicidad, sociabilidad y subjetividad femeninas. En
esencia, incluía una serie de prácticas, capacidades, saberes y cualidades éticas
que, en una coyuntura percibida como de aguda crisis social y moral, fueron
consideradas necesarias, imprescindibles, para la «regeneración» de la socie-
dad.
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apta a la mujer. Para ejercer la beneficencia, entonces, bastaba ser mujer, y
poseer cualidades morales y de conducta socialmente reconocidas como válidas.
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sino que redefinió el contenido social de la maternidad. En tercer lugar, este
discurso escondió otra razón que hizo posible el ejercicio de la docencia por las
mujeres.
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5. Bibliografía
-Di Liscia, María Silvia, “Dentro y fuera del hogar. Mujeres, familias y
medicalización en Argentina, 1870-1940”, en: Revista Signos Históricos, Méxi-
co, Universidad Autónoma de México, nº 13, enero-junio, p. 95-110.
-Estrada, José Manuel, Discursos selectos, Buenos Aires, W.M. Jackson,
1953.
-Llames Masini, J. C., La partera en Buenos Aires y la escuela de parte-
ras, Buenos Aires, Imprenta Flaiban, 1915.
61
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-Stern, Steve J., La historia secreta del género. Mujeres, hombres y po-
der en México en las postrimerías del período colonial, México, FCE, 1995.
-Szumurk, Mónica, Mujeres en viaje, Barcelona, Aguilar, Altea-Taurus,
2000.
-Torrado, Susana, Historia de la familia en la Argentina moderna, 1870-
2000, Buenos Aires, Ediciones La Flor, 2003.
-Wilde, José Antonio, Buenos Aires desde setenta años atrás, Buenos
Aires, W. M. Jackson, 1953.
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Introducción
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cacique rebelde comenzó la pacificación signada por las muertes, de-
portaciones y traslados de personas. Quienes habían sido llevados a
Buenos Aires o a otros sitios del país, regresaron al sur. A partir de ese
momento comenzó la lenta reconstrucción de los grupos domésticos en
un contexto de fuerte violencia, con imposición de papeletas de con-
chabo para los varones, que hacían las veces de pasaportes internos,
firmados por los patrones y por los jefes de las guarniciones.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
En este orden social, el sitio de las mujeres era el ámbito privado. Pero
no debe creerse que allí tenían alguna capacidad de decisión, ya que eran los
varones quienes dominaban tanto el espacio público como el privado. Cuan-
do se produjo la conquista de los pueblos indígenas regía en todo el territo-
rio argentino una sociedad patriarcal, jurídicamente sustentada por la ley
civil y penal, un modelo social antagónico con el orden indígena, donde las
mujeres eran reconocidas y tenían autoridad. Es decir que, una vez iniciada
la pacificación, ellas comenzaron el proceso de convertirse en menores de
edad.
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3. Los Indígenas y el Ejercicio de la Autoridad.
Entre los habitantes del toldo, la mujer principal tenía gran predica-
mento. El matrimonio para los indígenas garantizaba unión de parientes
en tiempos de paz y guerra. Cuanto más se había pagado por una mujer,
más valía ésta. Los indígenas más ricos tenía todas las esposas y concu-
binas que su riqueza permitía; los más pobres sólo una. Las mujeres
principales dirigían el trabajo de concubinas y cautivos. La producción
doméstica se componía de la crianza de pequeños animales, la labranza
y la tejeduría. Las mujeres también se dedicaban al comercio, cambian-
do por ejemplo tejidos por tintes o por “vicios”. Para un cacique sus
mujeres representaban las alianzas políticas, que podían perderse en
caso de divorcio. En Una excursión a los indios ranqueles cuenta Lucio
V. Mansilla que cuando fue a despedirse del cacique Mariano Rosas,
éste se quitó el poncho pampa que tenía puesto, diciendo: “Tome, her-
mano, úselo en mi nombre, es hecho por mi mujer principal”3 . Ese pon-
cho si se rompían los pactos entre ranqueles y cristianos iba a tener la
función de proteger a Mansilla en el campo de combate.
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En casi toda la literatura del siglo XIX se menciona a las “viejas”, identifi-
cándolas por su función de machis, yuyeras, adivinadoras, hechiceras o brujas.
No quiere decir que esta profesión era exclusivamente femenina, pero sí que las
mujeres eran en ella una absoluta mayoría, y cuando esta ocupación era desempeña-
da por varones, asumían identidad y caracteres femeninos desde la infancia.
Cuando una joven nacía con algún defecto físico, como por ejemplo la
bizquera, se consideraba un signo de su vinculación con lo sagrado. En este
ámbito había diferentes funciones. Una era la de bruja. Las más temidas eran
siempre las viejas, quienes representaban un poder social que todo cacique de-
bía someter si estaba dispuesto a ejercer una real jefatura. Santiago Avendaño
da detalles de un aquelarre en versión pampeana, que en sus rasgos más desta-
cados no difiere de algunas interpretaciones que existen para la Europa medie-
val. Observemos el esquema. Para las que aspiraban a ingresar al círculo, la
iniciación consistía en un lavado de cabeza con sangre humana. Existía una “com-
pañía de brujas maestras” que se reunían en los médanos y grandes lomadas
donde consultaban con el espíritu del mal que se presentaba vestido de macho
cabrío. Las brujas tenían capacidad de desdoblamiento. Llegaban sólo en espí-
ritu, mientras dejaban sus cuerpos en la vivienda. La reunión era un torneo don-
de jugaban a la chueca y danzaban al son del cultrún, ofertando la vida de
todos aquellos que aborrecían. Para los indígenas, en esas reuniones diabólicas
tenían origen las enfermedades. Una vez que éstas les ganaban la batalla al cuer-
po había que llamar a la machi o médica, quien estaba capacitada para conjurar
el mal y curar a los enfermos. Se realizaba una ceremonia. En ese acto la machi
llegaba a hablar con el dios, padre de la gente, y a su regreso terminaba espan-
tando al espíritu del mal5 .
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Las hechiceras conformaban un grupo de poder destacado. Cuando Mansilla
se aproximó a los toldos de Leuvucó, y el cacique Rosas estaba a la vista, fue
“examinado” por las brujas: “las viejas brujas, en virtud de los informes y deta-
lles que recibían, descifraban el horóscopo leyendo en el porvenir, relataban mis
recónditas intenciones y conjuraban el espíritu maligno, el gualicho”6 .
Éstos eran grosso modo los ámbitos y funciones donde las mujeres indíge-
nas ejercían poder. Veamos seguidamente cómo eran sus vínculos íntimos. De
acuerdo con las normas sociales estaban obligadas a casarse una vez en la vida.
El matrimonio podía hacerse de muchas maneras, pero en líneas generales res-
petaba dos patrones básicos: el arreglo entre parientes o la libre decisión de los
contrayentes. En el primer caso la novia se “compraba”. A cambio de ella había
que entregar prendas. Si el joven no tenía bienes, acudían en su ayuda los pa-
rientes y amigos para componer el conjunto de bienes que se le exigía. Cuanto
más valía una joven, más cara era. También existía la libre elección. En estos
casos el matrimonio se iniciaba como un rapto, práctica que tenía amplio con-
senso en las diferentes comunidades. Pero se casaran según una u otra modali-
dad las mujeres debían absoluta fidelidad al marido, aunque podían divorciarse
siguiendo determinados pasos. El más común era levantar niños y petates, refu-
giándose en el toldo paterno.
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Para las mujeres casadas el marido era su representante legal en todos los
actos de la vida civil. Debido a su minoría de edad nunca podían ejercer tutela o
curatela sobre menores e incapaces respectivamente, salvo cuando eran abuelas
siempre que se mantuviesen viudas.
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era el proveedor material, quien decidía el lugar de residencia y las estrategias
económicas. En el Código civil la auctoritas maritalis estaba pautada a partir
de los siguientes impedimentos que tenía la mujer casada: no podía estar en
“juicio por sí, ni por procurador, sin licencia especial del marido” dada por
escrito8 ; celebrar contratos o adquirir bienes o acciones, enajenar o contraer
obligaciones9 ; suponiéndose que estaba autorizada si ejercía alguna profesión u
oficio, lo mismo cuando realizaba compras al contado o al fiado de “objetos
destinados al consumo ordinario de la familia”10 .
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71
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1
M. Hux, Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño, Buenos Aires, El Elefante Blanco,
2001, p. 130.
2
E. Zevallos, Callvucurá y la dinastía de Los Piedra, Buenos Aires, Ediciones Solar, 1994,
página 150. Primera edición 1884. “Esta india, que he conocido el otro día, de 45 años de
edad, a lo que parece, de una fisonomía sin belleza pero atrayente, gozaba de gran favor
entre los indígenas porque mucho la había distinguido Callvucurá y fue la primera influen-
cia de la corte”, p. 149.
3
Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles, Buenos Aires, CEAL, 1993,
volumen II, p. 131.
4
M. Baigorria, Memorias, Buenos Aires, Solar –Hachette, 1975, pp. 111-112.
5
S. Avendaño, Usos y costumbres de los indios de la Pampa, Buenos Aires, El Elefante
Blanco, 2000, pp. 33-42. Recopilación de M. Hux.
6
L. V. Mansilla, op. cit. volumen I, p. 152.
7
A. Yorio, Tratado de la Capacidad Jurídica de la Mujer, Buenos Aires, El Ateneo, 1943.
8
Ley 340, Código Civil, Artículo 188.
9
Idem, Artículo189.
10
Idem, Artículo 190.
11
N. Sosa, Mujeres indígenas de la Pampa y la Patagonia, Buenos Aires, Emecé, 2001, p. 73.
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siglo XIX que propusieron estos modelos de comunidad política y de ciudada-
nía diseñaron instituciones, crearon mecanismos y difundieron símbolos destina-
dos a “inventar” al ciudadano. Sobre todo a principios de ese siglo, las tradicio-
nes y las ideas coloniales mantenían vigencia entre la población, por lo que
imponer la política “moderna” requirió de tiempo y de esfuerzo por parte de las
elites que impulsaban el nuevo modelo de una sociedad formada por individuos
y una nación integrada por ciudadanos.
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Vemos, entonces, que de acuerdo con las normas vigentes, en las instancias
formales de la vida política el lugar de la mujer era menor y subordinado. Sin
embargo, el modelo republicano del XIX consideraba que la mujer tenía que
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jugar otro papel en la república, diferente del rol público de los hombres. En
particular, le daba un lugar fundamental como “madre republicana”, a cargo de
la educación de los futuros ciudadanos en las virtudes cívicas. Por lo tanto, si por
un lado remitía a la mujer al ámbito doméstico, por el otro daba a ese ámbito una
importancia pública, pues es allí donde la mujer debía ejercer su papel de ma-
dre, debía educar a sus hijos en las virtudes del civismo. De esta manera, abría
un horizonte relacionado también con la educación de la mujer, pues para poder
formar a sus hijos era importante que ella misma se instruyera. Quedaba así
habilitada para intervenir en espacios antes vedados relacionados con lo público.
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En el año 1873/74, cuando hubo una disputa muy fuerte por las candida-
turas, el diario La Tribuna daba cuenta de ese clima cuando decía que, al leer
los diarios, “...a las señoritas fastidia hoy día esa literatura ligera de las gaceti-
llas... les gusta más un artículo extenso de política”. “Un joven (apuntaba el
mismo cronista), no puede ir a visitar a una familia, sin que las niñas de la casa y
la mamá le exijan con muy amable tono, una profesión de fe política...”. De
alguna manera, indicaban así el involucramiento de las mujeres en la política, y
de allí puede deducirse lo que esto podía significar en el terreno de las redes de
sociabilidad y de las influencias que podían ejercer sobre la vida política, aunque
siempre a través de los hombres.
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Album de Señoritas aparecido en 1854 y La Alborada del Plata, de 1870 y
1880. También escribían mujeres en la prensa dirigida por hombres y hubo per-
sonajes emblemáticos del periodismo femenino, como Juana Manso y Josefina
Pelliza, entre otras. Esta presencia se acentuó hacia hasta fines de siglo cuando
la mujer fue ocupando lugares cada vez más importante en el campo intelectual
y en la esfera pública.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
que fuera “acompañada” por mujeres. A medida que avanzaba el siglo, éstas
pasaron de los balcones a las calles y los estrados, de los márgenes al centro de
la escena, aunque todavía el foco más importante lo ocuparan los hombres.
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MESA 3
MUJERES Y MOVIMIENTOS
SOCIALES EN LA PRIMERA
MITAD DEL SIGLO XX
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INTRODUCCIÓN
Dra. Dora Barrancos
Bueno, muchísimas gracias, una vez más henos aquí reunidos todas y todos.
Esta tercera mesa va a enfocar, tal como se ha dicho, raudas transformaciones
del país durante gran parte del siglo XX, e intentará reunir al movimiento social
general y al movimiento de mujeres en torno a derechos hasta mediados del
siglo. En primer lugar, el tema que tengo a cargo es justamente dar un panorama
de lo que fue la constitución del movimiento social de mujeres en reclamo de sus
derechos, hasta alrededor de los años 30/40. Luego le daré la palabra a Norberto
Álvarez y luego finalmente a Adriana Valobra.
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Voy a enfocar sobre todo el movimiento que tuvo como objetivo fundamen-
tal la búsqueda de la ciudadanía. Las mujeres se movilizaban por muchos dere-
chos, pero creo que los dos aspectos importantes de su actuación de fines del
siglo XIX y principios del siglo XX tienen que ver con dos derechos fundamen-
tales: el primero, remover la ominosa circunstancia del padecimiento de la infe-
rioridad jurídica sancionada por el Código Civil argentino en 1869. Esa inferio-
ridad tornaba incapaces a las mujeres. Las mujeres al casarse no tenían dere-
chos, ni siquiera a la tenencia de sus propios bienes. El Código argentino co-
piando, en general, otros códigos como el Código napoleónico de 1804, y los
códigos que sucedieron o antecedieron al Código napoleónico, colocó a las
mujeres en una situación de minoridad como nunca se había dado. Una vez
casadas no tenían derecho a comerciar, estudiar, profesionalizarse, gerenciar
sus propios medios económicos y sus herencias, si no era con el consentimiento
de su marido. Esta grave circunstancia sólo pudo ser removida en 1926, de
modo que hasta ese momento una parte fundamental de la agenda femenina
consistió en remover la inferioridad civil articulada con la lucha por el voto. La
única ventaja del Código Civil argentino, de Vélez Sársfield, fue la garantía del
usufructo de los bienes gananciales. Y esto es muy sencillo de interpretar; la hija
de Vélez Sársfield se había separado de su marido y nuestro ilustre jurisconsulto
no fue tonto. Pensó que los derechos gananciales debían ser de usufructo co-
mún, por lo tanto, en ese punto el derecho argentino era más avanzado que
otros derechos del área continental.
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La Lucha por el Sufragio Femenino
Yo voy a recordar a un liberal inglés, John Stuart Mill - uno de los mejores
amigos que tuvieron las mujeres- en su lucha a favor del sufragio femenino. Es-
cribió un libro notable, que animo a leer y que todavía es un clásico: “La subor-
dinación de las mujeres”. Allí decía que la esclavitud que todavía existía en el
mundo occidental, habiéndose acabado la esclavitud sobre todo de los pueblos
africanos, era la de las mujeres. Porque veía con espanto que en toda y cualquier
latitud las mujeres padecían la ominosa condición de subordinadas a sus padres
o a sus maridos. Esa era una esclavitud intolerable para John Stuart Mill. La-
mentablemente su propuesta a favor del sufragio en Inglaterra no prosperó. Pero
sí prosperó el movimiento de mujeres. Es bueno saber que el movimiento
sufragista inglés fue uno de los más interesantes e instigantes y, al mismo tiempo,
uno de los más dolorosos. Se cobró hasta una víctima a inicios del siglo XX.
Una pobre muchacha se tiró en uno de los Premios Derby debajo de las patas
de un caballo, para mostrar a los ingleses y a las inglesas la falta de igualdad
cívica.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
trabajar fuera de la casa, algo que siempre fue desprestigiado en nuestro país.
En la Argentina, como en otros países, el derecho de las mujeres a salir a traba-
jar, a ganarse el pan, a hacer una experiencia de libertad personal mediante el
trabajo fuera de la casa, no tuvo legitimidad. Ésta es una conquista muy reciente,
hace muy poco tiempo que los varones en general se han acostumbrado a ver
con buenos ojos el trabajo femenino fuera de la casa. Ningún grupo, ninguna
fracción política o ideológica está exenta de esa visión en Argentina. Los univer-
sitarios, la gente de izquierda, los miembros de las Fuerzas Armadas, cualquier
sector del país, pregonaba en contra del trabajo extradoméstico de las mujeres.
Vemos con claridad que la buena disposición para que las mujeres trabajen
fuera de sus hogares es una conquista reciente.
A principios de siglo, llegó al país una notable mujer pro sufragio, Belén de
Sárraga. Era una libre pensadora, adherente de la masonería, que recorrió todo
el continente latinoamericano. No hubo lugar donde no hubiera estado, con ex-
cepción tal vez de Brasil. Pero en el resto de los países de habla española se hizo
presente; estaba absolutamente imbuida de la necesidad de otorgar los dere-
chos cívicos a las mujeres y fue hacia 1906/1907 una de las que más propulsó el
voto en nuestro medio. Y muy unidas en torno a ella van a aparecer dos figuras:
María Abella Ramírez y Julieta Lanteri. Esta última merece unos cuantos párra-
fos aparte. Fue una inmigrante de familia italiana que se graduó de médica; a la
sazón pocas, muy pocas eran las mujeres que ingresaban a nuestras universida-
des. Por suerte las primeras egresadas se tornaron feministas: Cecilia Grierson y
Elvira Rawson. Julieta Lanteri merece que me detenga porque hizo una exhibi-
ción práctica de sus principios feministas y de su profunda convicción de arrai-
garse en el suelo argentino luchando con denuedo por adoptar la ciudadanía.
Ese fue un sentido mayor que imprimió a su vida. En 1911, como vecina de
Buenos Aires, se le permite votar y por eso algunas historiadoras la colocan
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como una de las primeras sufragistas, pero esto es difícil de sostener porque
también había habido voto municipal en el siglo XIX en San Juan, de modo que
no es seguro que haya sido la primera votante. La importancia que tiene Julieta
es que pleitea judicialmente el estado de ciudadanía, aunque no fue la única, y el
Juez se expidió muy claramente acerca de que nuestra Constitución no determi-
na el sexo de la ciudadanía; cuando habla de ciudadanos no dice que el ciudada-
no es del sexo masculino. Por lo tanto, ésa era una ventaja interpretativa que
Julieta encontró como una vía para llegar, finalmente, a lo que pensaba iba a ser
resuelto en torno de la ciudadanía. Sin embargo, voy a recordar que el estatuto
del ciudadano en esos momentos está atravesado por la idea de una Nación
armada, por esa atribución del Estado-Nación que hace que la condición de
ciudadanía, para los varones, esté vinculada a la función armada, a que sean
movilizados militarmente. Lo cierto es que la imposibilidad de que hubiera muje-
res movilizadas hace que Julieta Lanteri pida una audiencia con el Jefe de la
Guarnición militar correspondiente, y apele al mismísimo Ministro. Se pueden
imaginar los resultados de esas entrevistas. Se le aseguró que el estado militar,
el estado de ciudadanía dada por el registro de la “clase” – que era la forma que
asumía la condición militarizada -, no era compatible con la inclusión de mujeres.
Por lo tanto, Julieta Lanteri no pudo obtener la ciudadanía.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
Volviendo algo atrás debo decir que 1910 había sido un hito en la vida del
movimiento de mujeres y del movimiento feminista, puesto que son cosas dife-
rentes. Porque hay movimientos de mujeres que no son feministas. Se hicieron
dos congresos: el primero, el congreso de las universitarias que es el más cono-
cido, reunió justamente a las mujeres que habían salido de la universidad y que
se juntaron con muchas otras y proclamaron una serie de derechos. Y yendo
hacia más adelante, en 1932, emerge un nuevo grupo de mujeres de clase me-
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dia. No todas fueron feministas, pero por su gran preocupación en torno a los
derechos femeninos es incontestable por lo que deben ser incluidas en esta re-
construcción. Entre estos grupos voy a citar a la Asociación Argentina del Sufra-
gio Femenino, dirigida por una conocida feminista, Carmela Horne de Burmeister,
quien tenía un vínculo más fuerte con las mujeres más tradicionales de la socie-
dad porteña. Si bien con lazos en esos sectores, al comienzo Carmela no se
privó de hacer conferencias incluyendo a algunas socialistas.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
Esta historia que hemos narrado de manera sucinta debe hacernos recordar
la fuerza, la energía de muchísimas mujeres que sorteando todos los obstáculos
abogaron y se manifestaron a favor de prerrogativas igualitarias. Sin luchas no
hay avances, efectivamente, en materia de derechos .
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
A partir de los años sesenta se dio una profundísima revolución en las cos-
tumbres y en los hábitos, otra manera de vincularse entre las personas, tanto al
interior de la propia familia como del mundo social. En el caso concreto de las
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mujeres, esos treinta años produjeron la Ley 13.010 (1947) sobre el derecho al
voto de la mujer. También debemos hablar de una serie de derechos importan-
tes, por ejemplo la propiedad (1968), pero yo quería referirme, dado el tema
del ciclo, a otro tipo de luchas, luchas que no son tan evidentes, tan conscientes,
tan perceptibles en el propio momento. Hay algunos combates más subcons-
cientes, más de trasfondo, pero que generan cambios tan intensos como los
otros.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
Ocurrieron otros cambios más fuertes que éstos pero en otras direcciones.
Las prácticas reproductivas y las renuencias a las proposiciones demográficas
estatales, que tuvieron por escenario privilegiado el de la vida familiar. En este
caso, para ser breve, quisiera tan sólo hablar de la natalidad. Argentina entró en
lo que se llama la modernidad demográfica muy tempranamente, en la segunda
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mitad del siglo XIX o el último tercio para ser más precisos. La natalidad y la
mortalidad descendieron bruscamente, lo mismo que ocurriese unos años antes
en los países capitalistas centrales europeos. Esto ha tenido muchas explicacio-
nes, como es el caso de la influencia de la inmigración europea, con la cual yo
disiento parcialmente, porque es muy simplista decir que habían traído costum-
bres arraigadas en cuanto a su comportamiento demográfico. La mayoría de los
inmigrantes que llegaron a la Argentina no venían de regiones donde esos cam-
bios demográficos habían acontecido, venían de España y sur de Italia donde la
transición demográfica aconteció avanzado el siglo XX. Es decir que el cambio
no estaba “genéticamente” incorporado sino que fue una cuestión de prácticas
sociales y culturales, desarrolladas claramente en el contexto argentino.
Ese descenso de natalidad enmarcado a fin del siglo XIX y las primeras
décadas del siglo XX generó altísimas preocupaciones en la clase dirigente. En
los años 30, esa voz preponderante que fue Alejandro Bunge desde la Revista
Argentina de Economía daba sucesivamente, mes a mes, notas sobre su pre-
ocupación de lo que él llamaba la desnatalidad. Con respecto a las mujeres, a
comienzos del siglo XX los indicadores medios para la Argentina terminan
promediando situaciones sociales muy distintas como es la ciudad de Buenos
Aires con algunas provincias y los promedios indican cosas que no son, que no
forman parte de la realidad. Es decir, que las mujeres al principio del siglo XX
estaban en 3,4 hijos o 3,2 hijos por mujer, tomando en cuenta el período fértil;
hacia fines de la década del 30 esta cifra se había colocado apenas por arriba de
2 hijos por mujer o sea en la tasa mínima de reproducción de la población. Esto
provocaba seria preocupación no sólo en A. Bunge y en algunos sectores de la
clase dirigente, sino también en la Iglesia, porque temían lo que ellos llamaban el
deterioro del sentido nacional. Además del cuantum demográfico, les preocu-
paba íntimamente la composición étnica. Al bajo crecimiento vegetativo se le
unía un “grave” diferencial social de la fecundidad, ante lo cual desde los ámbitos
de poder se propiciaba una política claramente pro natalista. Esto significaba,
por lo tanto, una política hacia la familia, con una concepción particular de la
familia, con vértice en la mujer. Se debía acentuar el tipo de familia que ya venía
tomando forma desde mediados del siglo XIX: una fuerte división interna del
trabajo, un hombre proveedor, en el mundo público, en el mundo del trabajo;
una mujer garante moral de la familia y dedicada a cuestiones básicas de la
reproducción biológica y material. Se propiciaron algunas políticas natalistas muy
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
reclamativas, muy moralistas, pero con poca resonancia en las prácticas reales.
La curva de natalidad nunca invirtió la tendencia declinante. Silenciosamente, las
mujeres, tanto nativas como inmigrantes, mantenían sus pareceres e iban deci-
diendo como sería la población argentina.
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no no exclusivo de la Argentina, fenómeno casi mundial, un fenómeno que ocu-
rrió en muchos países occidentales que duró como tres años. En el caso argen-
tino, poco tuvo que ver con la política natalista peronista, ya que aparece aplica-
da después del baby boom. Aparece cuando el fenómeno se agota, de tal modo
que no podemos explicar el incremento como resultado de la política natalista
peronista, porque podía haber sido el resultado de la política natalista de los
años 30 y no hay muchas medidas que hayan inducido a ello. ¿Por qué crece la
natalidad?, estoy absolutamente convencido de que los ritmos de la fecundación
son manejados por las mujeres, en colaboración o no, pero siempre la tiene de
protagonista principal y/o exclusiva.
En los años ‘60, se modificaron, como decía antes, las costumbres; las
maneras de vincularse entre las personas. En los años anteriores a los años ‘60,
esto podría ser adjudicado a ciertas maneras, a ciertas represiones, a ciertas
formas de sexualidad en la Argentina. Los cambios posteriores a los años ‘60,
no son explicables por esa vía, se pretende explicarlos por otras razones mucho
más profundas. Hasta antes de los años ‘60, el uso de formas anticonceptivas
era alto pero no extendido; a partir de esa década son absolutamente generali-
zados. Por lo tanto cualquier movilidad en estas tasas de natalidad son decisio-
nes de alguna manera individuales no colectivas, que van tomando las mujeres.
Una lucha silenciosa, a veces sin que exista una política específica sobre el asun-
to, que a veces contraría políticas específicas sobre el asunto. A mi me parece
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
Algunas luchas que han hecho las mujeres no son tan visibles. Las luchas
por reivindicaciones laborales, por la cuestión del sufragio, por los derechos
civiles son importantísimas; estas otras luchas también me parecen interesantes
porque deciden en el conjunto de la sociedad mucho más de lo que deciden
algunas mujeres.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
Conocer la posición histórica de las mujeres implica “examinar (...) las épo-
cas de grandes cambios sociales en términos de la liberación o represión poten-
cial de la mujer...” 1 . En este sentido, seguramente las décadas en estudio resul-
tarían ser etapas de complejas tensiones entre liberación y represión de las mu-
jeres particularmente en el ámbito político. En efecto, la indagación del pasado
sigue abriendo nuevas posibilidades de interpretación, visibilización de temas,
teorías y desafíos a las ideas sobre ciertos temas que repercuten sobre el modo
que tenemos de investigar. En este sentido, tenemos que reconocer que el cono-
cimiento siempre da respuestas provisorias y contingentes y que para que el
conocimiento no se detenga es necesario estimular preguntas sobre lo que todos
consideran ya como algo evidente e incuestionable y ofrecer nuevas respuestas,
provisorias a su vez2 .
Particularmente, la historia de las mujeres intenta mostrar que hay una idea
acerca de que lo masculino es superior y dominante mientras lo femenino es
inferior y dominado y a lo largo de la historia es posible ver cómo los varones y
las mujeres han sido educados en esta idea. Pero también la historia ha mostra-
do cómo algunas mujeres y algunos varones han cuestionado esta visión y han
hecho y pensado de modo distinto.
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chos formales, la ciudadanía política vista como una tarea más amplia de
concientización y compromiso que puede desarrollarse, por ejemplo, en movi-
mientos sociales o políticos de diversa entidad).
Sin duda, dos acontecimientos mundiales marcan el tono de los ’30 a los
‘50: la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, así como el período
que se abre luego de su conclusión. Estos episodios produjeron una polarización
político ideológica que tuvo un enorme eco en el escenario argentino. La socie-
dad civil y política se consternó ante ellos y fue habitual que siguiera los episo-
dios en esos procesos se iban hilvanando en los diarios así como también se
abocara a una actividad más comprometida con la situación a través de la crea-
ción de innumerables asociaciones y comités de reflexión.
A partir de 1943, los gobiernos conservadores, que desde 1930 regían los
destinos nacionales basados en el fraude electoral y la violencia política, vieron
su fin cuando se produjo el golpe de estado. Los militares que tomaron el poder
–entre los que pronto se destacó Perón- no sólo se arrogaron el derecho de
terminar con el venal sistema conservador sino que también se hicieron eco de
las posiciones de neutralidad internacional que, en realidad, cubrían un apoyo a
las potencias del Eje. Ciertos sectores de la sociedad civil y política pronto
acuñaron el concepto de naziperonismo, identificando el régimen autoritario y el
gobierno local al tiempo que se unían en la lucha con los aliados por la democra-
cia. Claramente se trasladaban las confrontaciones. El triunfo de Perón, en las
elecciones de febrero de 1946, profundizaría el conflicto.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
No es una tarea fácil intentar responder a estas preguntas, pero las formulo
como un horizonte de expectativas, una aspiración de máximo conocimiento de
los hechos. Ensayando respuestas podríamos empezar mencionando sólo algu-
nos nombres de mujeres que en aquellos años 40 y 50 cobraron singular rele-
vancia por su actuación política. Debo señalar que, como una exposición muy
breve de los temas centrales de este período, seguramente, quedarán fuera mu-
chos nombres femeninos –más o menos anónimos- y que sólo mencionaré a
algunas de las más destacadas mujeres –aunque sin duda, algunas serán desco-
nocidas pues la historia no le ha dado un lugar a la mayoría de las mujeres-. La
primera y la más visible de todas ellas, Eva Perón. Luego, Alicia Moreau de
Justo como otra de las más recordadas hoy en día. Pero sería una injusticia no
mencionar a Clotilde Sabattini de Barón Biza, Ana Rosa Schliepper de Martínez
Guerrero, Alcira de la Peña, Fanny Edelman, la misma Victoria Ocampo que,
aunque nunca se afilió a un partido, no pudo resistirse en estos años a la partici-
pación política. Claro que así mencionadas todas parecen unidas por su condi-
ción de mujeres en la política; sin embargo, había profundos desencuentros en-
tre ellas. Veamos un poco sus recorridos y develemos quiénes eran estas muje-
res.
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trabajadoras y amas de casa en busca de mejores condiciones laborales y so-
ciales en general3 . En el campo político, desde principios de siglo, varias agru-
paciones feministas y dirigentes partidarias propiciaron un cambio en el estatuto
ciudadano de las mujeres a partir de las luchas por la obtención del sufragio. Si
bien los intentos habían fracasado a nivel nacional, en la provincia de San Juan y
en la ciudad de Santa Fe se había logrado un voto censitario para las mujeres,
clausurado luego por la intervención de Yrigoyen a San Juan y el golpe del ‘30.
Aunque en 1932 se asistió a uno de los debates más lúcidos sobre los derechos
políticos femeninos, las mujeres debieron esperar más de una década para su
sanción4 .
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
Ahora bien, cabe señalar que, además, durante este período no puede
desestimarse la movilización político-partidaria. En efecto, los partidos o alian-
zas políticas mantenían alas femeninas o incluían mujeres. Este es el caso de
Acción Argentina y la Unión Democrática. Allí vemos participar a muchas de las
mismas mujeres que trabajaban por el sufragio femenino.
Aquí quisiera señalar que como primer intento de contestar las preguntas
planteadas antes, tomamos nota de una fluida vida pública durante el período de
entreguerras con una importante movilización social donde las mujeres estuvie-
ron llamadas a cumplir un rol destacado a través de agrupaciónes multipartidarias
como es el caso de la Junta de la Victoria ya citada, en la que los conflictos
internacionales no hicieron olvidar las demandas de los derechos sociales y políti-
cos de las mujeres y donde, también, las mujeres se insertaron en estructuras partidarias
pujando por el reconocimiento de su capacidad de dirección política.
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El Derecho al Sufragio
¿De qué modo habría cambiado la historia si las mujeres hubieran votado en
1946? ¿Hubiera habido un triunfo de Perón? ¿Podría pensarse que las mujeres
habrían votado de distinto modo que la mayoría de la población?¿Habría que-
dado el sufragio unido indefectiblemente a Evita si el voto, por decreto, se hu-
biera sancionado antes? ¿Habría podido Evita construir buena parte de su legi-
timidad pública a partir de la apelación a este derecho de la ciudadanía femeni-
na? Cualquier posible respuesta a estas cuestiones entra en el plano de un ejer-
cicio contra fáctico, difícil de resolver porque el voto no fue sancionado por
decreto antes de 1946 pero no por ello menos estimulante.
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la vieja Argentina, oscura y humillante, del pasado. Los derechos políticos feme-
ninos no fueron exceptuados de este tratamiento.
La dignidad política les sería devuelta a las mujeres por Perón, que las había
reconocido junto a los varones que clamaban por él en la gesta de octubre de
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
1945. Así, Evita escindió el lazo que se había tejido entre sufragismo y feminis-
mo. El sufragio pasó a ser “peronista” y el feminismo quedó sin objeto de lucha
(Discursos Completos, 1985). Desde ese lugar, invita a las mujeres a “votar
bien”, a votar por Perón, en honor a atributos maternales que las hacían capaces
de sanear lo político. Además, el sufragio implicaba en sí mismo la liberación de
las mujeres de las ataduras patriarcales, sobre todo domésticas. Parte de la
herejía evitiana consistió en visibilizar la condición de subordinación de la mujer.
“En las puertas del hogar termina la nación entera y comienzan otras leyes y
otros derechos... la ley y el derecho del hombre... que muchas veces sólo es un
amo y a veces también... dictador” (Eva Perón, 1997: 206). Ante esto, conminó
a las mujeres a reforzar sus tareas “naturales”, maternidad y domesticidad, y no
la salida al mercado laboral, pues “el voto femenino será el arma que hará de
nuestros hogares el recaudo supremo e inviolable de una conducta pública”15 . Si
bien Evita pensó en una “ciudadanía” que privilegiaba una identidad
sexual maternalista también recuperó las potencialidades de la política
en el hogar, donde más que un factor morigerante, fue una latencia con-
flictiva.
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misión crucial para las futuras elecciones: serían las encargadas de realizar un
“censo” que en realidad era una afiliación. En efecto, las “delegadas censistas”
recorrieron palmo a palmo las provincias que les habían asignado logrando que
muchas mujeres se afiliaran al peronismo y conocieran sus postulados al tiempo
que realizaban un plan de detección de problemas y necesidades sociales para
que Eva Perón, a través de la acción social, atendiera. El fenómeno fue exponencial
y era posible observar la formación de unidades básicas femeninas todos los
días. Con mucho, el peronismo desbordaba a las clases populares como objeto
de afiliación. Esta tarea conllevó un gran ejercicio político para las “censistas”
que construyeron una base política para la reelección de Perón cuando en 1951
votaron por primera vez las argentinas y, al mismo tiempo, generó y reforzó un
notable proceso de adhesión a Perón16 .
¿Qué sucedió con las mujeres que en el período anterior habían volcado sus
energías a movimientos y partidos de la oposición? ¿Cómo asumieron las tareas
de inclusión femenina los partidos políticos a la luz de los cambios aparejados
por la ley de derechos políticos de la mujer y la avasallante campaña de afiliación
femenina que realizaba el PPF?
A continuación, trataré de resumir la respuesta a estos planteos.
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nos, la relevancia del PPF y la figura de Evita habrían jugado ese rol. No se
observa cómo se apropiaron estos grupos del momento histórico y de las venta-
jas que supusieron los derechos políticos adquiridos tras la sanción de la ley
13010/47 ni tampoco qué estrategias implementaron, en tanto opositores, para
evitar la manipulación o las condiciones antidemocráticas que criticaron en el
gobierno que sancionó el sufragio.
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sólo recientemente. A nivel provincial se cuentan 58 diputadas y 19 senadoras.
En total, sumando legisladoras nacionales, provinciales y delegadas eran 109
mujeres electas. En 1954, el peronismo siguió cosechando votos entre las muje-
res y se alzó con la mayoría; el radicalismo languidecía al ritmo de su desinterés
por las mujeres mientras que el comunismo creció exponencialmente en los vo-
tos de las mujeres.
Para terminar, quisiera señalar que durante este período asistimos a cam-
bios notables respecto de la participación política de las mujeres, muchos de los
cuales se harán visibles en los años 60 con una presencia cada vez más impor-
tante de ellas en distintos ámbitos políticos y educativos así como laborales. De
estos dos períodos analizados encontramos, entonces, que la mayoría de las
mujeres que hasta el surgimiento del peronismo habían luchado por los derechos
políticos femeninos desde el feminismo se alinearon en la oposición al peronismo.
Si bien la mayoría de las opositoras criticaban en Evita su falta de feminismo, la
manera en que ellas mismas habían pensado a las mujeres no se alejaba tanto de
las ideas de Evita. Más bien, lo que molestaba era su no posicionamiento en el
feminismo y, sin duda, su peronismo. El discurso de Evita reflejaba un modelo
tradicional de ser mujer pero también tuvo virtudes liberadoras. En pocas oca-
siones estas feministas reconocieron las posibilidades de encumbramiento que
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
Creo que la historia tiene aún mucho que indagar sobre la acción de las
mujeres, por ejemplo en ciertas profesiones (arquitectura o ingeniería), en cier-
tos ámbitos (religiosos, ejército) en algunos partidos (de derecha poco estudia-
dos hasta ahora). La historia tiene todavía que escribir páginas sobre aquellas
mujeres y, sin duda, sobre uds. mismas. Desconocer a las mujeres como sujetos
de la historia empobrece a la historia y nos muestra, además, como dice G.
Bock, la necesidad de recuperar a las mujeres en la historia y devolverles, al
mismo tiempo, su historia a las mujeres para que comprendamos que no parti-
mos de cero en la búsqueda de nuestros derechos32 .
1
Gadol, Joan Kelly. “La relación entre los sexos” en Ramos Escandón, Carmen (comp.).
Género e historia. Instituto Mora, México, 1992, pág. 125.
2
Sobre estas cuestiones puede verse Donna Haraway “Saberes situados: el problema de
la ciencia en el feminismo y el privilegio de una perspectiva parcial” en Cangiano,
María Cecilia y Dubois, Lindsay: De mujer a género, teoría, interpretación y práctica
feminista en las ciencias sociales, Buenos Aires, CEAL, 1993. Fox Keller, Evelyn: Reflexio-
nes sobre género y ciencia, Valencia, Alfons El Magnanim, 1991.
3
D’ Antonio, Débora. “Representaciones de género en la huelga de la construcción. Bs. As.,
1935-1936”. En Fernanda Gil Lozano, Valeria Pita y Gabriela Ini (comp.) Historia de las
mujeres en Argentina. Siglo XX. Buenos Aires, Taurus, 2000.
4
Palermo, Silvana A. “El sufragio femenino en el congreso nacional: ideologías de género
y ciudadanía en la Argentina (1916-1955)”. Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Ameticana “Dr. E. Ravignani” - Tercera serie, nº 16 y 17, 2º semestre de 1997 y 1º de 1998.
5
Edelman, Fanny J. de. Pasiones, Banderas y Camaradas. Buenos Aires, Dirple, 1996, p.
86. También en Junta de la Victoria Boletín informativo, nº 3, s/e, Buenos Aires, Junio 7 de
1946, p. 2
6
También se clausuraron Junta Pro Abaratamiento de la Vida y Contra los Monopolios,
Acción Argentina, la Confederación Democrática Argentina de Solidaridad y Ayuda a
los Pueblos Libre, la Asociación de Ayuda a los Rusos Víctimas de la Guerra, Argentina
Libre, la Confederación General del Trabajo; La Liga Argentina por los Derechos Huma-
nos. Bisso, A. 2002 b. “¡Estar alerta! Mítines, asambleas, conferencias y otras estrategias
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de movilización social para la construcción de una identidad cívica desde la práctica
política de la agrupación Acción Argentina (1940-1946)”. II Jornadas Nacionales de
Espacio, Memoria, Identidad, Rosario. Publicado en Actas de Congreso Territorio, me-
moria y relato en la construcción de entidades colectivas. Tomo II, editado por Dávilo,
B., Germain, M., Gotta, C., Manavella, A. Múgica, M. (2004). Rosario: UNR.
7
Deleis, Mónica; de Titto, Ricardo y Arguindeguy, Diego. 2001. Mujeres de la política
argentina. Buenos Aires : Aguilar, p. 393.
8
Asimismo, la creación durante la gestión de Perón en la Secretaría de Trabajo y Previ-
sión de la Dirección de Trabajo y Asistencia a la Mujer es indicio de estas preocupacio-
nes.
9
Ver Programa de la Unión Democrática reproducido en Ciria, Alberto. Política y cultu-
ra popular: la Argentina peronista, 1946-1955. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1983,
pp. 182-184.
10
James, Daniel. Resistencia e integración. Buenos Aires , Sudamericana, 1990.
11
Véase el Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados en septiembre de 1947 y el de
Senadores en 1946.
12
Sobre todo me baso en la importante manifestación organizada el 3 de septiembre de
1947 ante la posibilidad del tratamiento de la ley sobre derechos políticos de la mujer.
Esta demostración de la fuerza femenil peronista no ha sido ponderada aunque el segui-
miento de los diarios de la época permite inferir su dimensión. En especial, Clarín, El
Mundo y La Prensa y, aunque crítico, también La Nación.
13
Perón, Eva, La razón de mi vida. Buenos Aires, Planeta, pp. 265-267.
14
Ídem, p. 200.
15
Eva Perón. Discursos Completos. 1949-1952. Buenos Aires, Editorial Megafón, 1986, p.
33.
16
Barry, Carolina. El partido peronista femenino. La organización total. 1949-1955. Institu-
to Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón, Buenos Aires, 2001.
17
Queirolo, Graciela. “La mujer en la sociedad moderna a través de los escritos de
Victoria Ocampo (1935-1951)”. Xº Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia.
Rosario, 20 al 23 de septiembre de 2005.
18
Bianchi, Susana y Sanchís, Norma. El partido peronista femenino (1949-1955). Buenos
Aries, CEAL, 1988. Barry, Carolina. El partido peronista femenino. La organización total.
1949-1955. Buenos Aires, Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón,
2001. Barrancos, Dora. Inclusión/Exclusión. Historia con mujeres. Buenos Aires, FCE,
2002. Guivant, Julia. “La visible Eva Perón y el invisible rol político femenino: 1946-
1952”. Cadernos de Ciencias Sociais 5 : 1, 1985.
19
Navarro, Marysa. Evita. Buenos Aires, Planeta, 1994, p. 191.
20
Romero, Luis Alberto. Breve historia de la Argentina contemporánea, Buenos Aires,
FCE, 1994, p. 153.
21
Ídem, p. 154.
22
Capobianco, Carina. “Los partidos políticos opositores en la encrucijada, 1951-
1955”. IX Jornadas Interescuelas y Departamentales de Historia, UNCórdoba, 2003.
116
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23
Gutiérrez, Leandro y Romero, L. A. Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires
en la entreguerra. Buenos Aires, Sudamericana, 1995.
24
En efecto, paralelamente a la crisis de entreguerras, el radicalismo tuvo su propio
conflicto desatado –aunque no explicado sólo por ella- con la muerte de Marcelo T. de
Alvear a principios de 1942. A mediados de los ’40, pueden distinguirse tres líneas
internas en el radicalismo. Una, los antipersonalistas alvearistas representados, entre
otros, por Silvano Santander. Otra, la de Amadeo Sabattini que desde Córdoba ejercía
su influencia a través de Santiago del Castillo. Finalmente, otra línea intransigente con
base en Buenos Aires y Capital Federal liderada por Moisés Lebensohn, Ricardo Balbín
y Arturo Frondizi. Se retoma a García Sebastiani, Marcela. Los antiperonistas en la
Argentina peronista. Radicales y socialistas en la política argentina entre 1943 y 1951.
Buenos Aires, Prometeo, 2005.
25
Véase Edit Gallo. Las mujeres en el radicalismo argentino. 1890-1991. Buenos Aires,
Eudeba, 2001.
26
Era hija del caudillo radical más importante de la década del ’30 y ’40, Amadeo
Sabattini.
27
El grupo rector del Congreso estuvo dirigido por mujeres: C. Sabattini fue presidenta,
Martínez Guerrero –por Buenos Aires- y Blanca Y. De Tort –por Santa Fe- vicepresidentas
primeras y segundas respectivamente. Leonor Aguiar Vázquez –por San Juan- fue secre-
taria general, finalmente, un secretariado compuesto por Clara S. de Favier –Catamarca-
, María D. S. de Catán –Salta-, Miguel A. Juárez Peñalva –Tucumán-, Benjamín Guzmán
–Jujuy-. Del Mazo, Gabriel. El radicalismo. El movimiento de intransigencia y renovación
(1945-1957). Buenos Aires, Ediciones Gure, 1957.
28
Henault, Mirta. Alicia Moreau de Justo. Buenos Aires, CEAL, 1983. Cichero, Marta.
Alicia Moreau de Justo. La historia privada y publica de una legendaria y auténtica militan-
te. Buenos Aires, Planeta, 1994.
29
Valobra, Adriana. “La UMA en marcha. El Partido Comunista Argentino y las tradi-
ciones y estrategias de movilización social en el primer gobierno peronista: el caso de la
Unión de Mujeres Argentinas (UMA)”, Canadian Journal of Latin American and Caribbean
Studies. Revue canadienne des études latino-américaines et caraïbes, Número 61, Vol. 31
(Primavera 2005).
30
Valobra, Adriana. “Partidos, tradiciones y estrategias de movilización social: de la
Junta de la Victoria a la Unión de Mujeres de la Argentina» aceptado para ser incluido
en el dossier de la revista prohistoria, historia – políticas de la historia.
31
Peláez, Sol y Adriana Valobra. “<Sea legisladora…> Una aproximación a la repre-
sentación de las primeras legisladoras nacionales argentinas (1952-1955)”, en
Ramacciotti, Karina y Valobra Adriana (comp.). Generando el peronismo. Buenos Aires,
Proyecto Editorial.
32
Bock, Gisela. ”La historia de las mujeres y la historia del género: aspectos de un
debate internacional”, Revista de Historia Social , nº 9, 1991.
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El Mundo Guerra Civil Española 1936 Segunda
PS
PPF
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DE EVA PERÓN Y
LOS DERECHOS POLÍTICOS
DE LA MUJER AL
REESTABLECIMIENTO DEL
ORDEN DEMOCRÁTICO
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Por otra parte, Perón sostendrá en la reunión Pro Sufragio Femenino del 26 de
julio de 1945 en la Cámara de Diputados que: «Soy un convencido de la necesi-
dad de otorgar a la mujer los derechos políticos y apoyo con toda la fuerza de
mi convicción el propósito de hacer esto una realidad argentina. Es necesario
dar a nuestra Constitución su plena aplicación dentro de las formas demo-
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cráticas que practicamos; y debemos una reparación a esa Constitución,
mutilada en lo que se refiere a la mujer...En síntesis, soy partidario de otor-
gar el sufragio a la mujer, porque no hay ninguna razón que se oponga a
que esto llegue a concretarse en una realidad».
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En este marco, Eva emprendió la campaña desde distintos lugares: con los
legisladores, con las delegaciones que la visitaban, con las mujeres nucleadas en
los centros cívicos, a través de la radio y de la prensa. El mensaje de Eva iba
dirigido a un conglomerado femenino extenso, se instaló en las mujeres y ellas
pasaron a desempeñar un papel activo: se realizaron mitines, se publicaron ma-
nifiestos y grupos de obreras salieron a las calles a pegar carteles en reclamo por
la ley. Centros e instituciones femeninas emitieron declaraciones de adhesión.
Las mujeres reconocían en Eva Perón a su portavoz.
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a su efectivización. Si el camino para la obtención del derecho había sido arduo,
el de la capacitación cívica y el de la preparación de las mujeres para desempe-
ñarse en las lides políticas, lo sería aún más. En este último sentido, el 14 de
septiembre de 1947 el Consejo Superior del Partido Peronista resolvió modifi-
car sus reglamentos de afiliación, lo cual permitiría, en el futuro, la formación de
otro partido peronista, exclusivamente femenino.
La acción política dirigida a la mujer cosechó sus frutos en las elecciones del
11 de noviembre de 1951. El Peronismo incluyó a mujeres en todas sus listas
nacionales. Votaron por primera vez las mujeres de todo el país: fueron 3.816.654
sufragios y 2.441.558 apoyaron la fórmula Perón - Quijano. El 63,9% lo hizo
por el Partido Peronista, el 30,8% por la Unión Cívica Radical. Concretando el
sueño de miles de mujeres, 23 diputadas y 6 senadoras ocuparon sus bancas en
1952.
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Las Interrupciones del Orden Constitucional
Se produjo así una brutal transformación de las relaciones sociales que nos
apartó del deber ser autoritario de la familia, del deber ser autoritario de las
instituciones totales, a un mundo más libre, a un mundo más amplio, a un mundo
con menos barreras en el cual, para las mujeres, no es un dato menor que por
primera vez la ciencia permitió separar el ejercicio de la actividad sexual del
ejercicio de la reproducción. Tal vez escuchen que los años 60 fue la década de
la píldora. ¿Qué quiere decir que haya sido la década de la píldora? Significa
que es prácticamente la primera vez en la historia que las mujeres pudimos em-
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Éste es el clima de ideas que conforma la década de los años 60, que es una
década mucho más parecida a la que vivimos hoy que a la década de los 50. En
alguna medida, los cambios en nuestros comportamientos son hijos de ese brutal
cambio que se produjo en esos años. Por eso no es extraño que el golpe militar de
1966, el golpe de Onganía, que se planteó como un golpe que tenía objetivos y no
plazos, lo que implicaba un proceso de reformulación de todo este escenario social
de cambio, se recuerde hoy por haber intentado, además de medidas de tipo político
y económico, alterar este clima más democrático, de más tolerancia, de más liber-
tad, que se estaba imponiendo en esa sociedad que buscaba formas de moder-
nización, formas de democratización, en las cuales el cambio en el rol de la mujer
era un cambio absolutamente imprescindible. Una sociedad que quería romper con
las características más tradicionales del pasado, que colocaba a la mujer en una
nueva posición, y contra esa nueva posición que ocupaban las mujeres, también
operó el clima cultural que rodeó a este golpe militar que tiene fin en el año 1973.
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El Golpe del 24 de Marzo de 1976
El golpe del año 1976, en línea con los objetivos refundadores del año
1966, sí es un golpe, dirigido a cambiar todas las reglas de juego, para el con-
junto de los actores sociales y para las mujeres. Es un golpe que define clara-
mente una nueva forma de ubicación de las mujeres en la escena pública. Por
dos características: porque a partir de la fuerza que aplica y la forma de terroris-
mo de estado que adopta, erradica todo tipo de derecho de ciudadanía. Esto
obliga a las mujeres a incorporarse a la resistencia casi como si fueran hombres,
y las que no lo hacen vuelven a sus hogares luego de un período de enorme
movilización política y callejera.
Estoy hablando de una época en que, como decía Serrat, había que volver
a casa antes de que dieran las diez, y eso como un gesto de audacia extraordina-
rio. Fue una etapa especialmente significativa porque si bien muchas mujeres son
víctimas o no les queda otro camino que la reclusión hogareña porque no hay
oportunidad de participar en los sindicatos, ni de hacer política, ni de participar
en las iglesias, esa resistencia comienza a ser contestada por un grupo de muje-
res que son las que marcan el acceso, el ingreso, la viabilidad de la nueva transi-
ción democrática de 1983, unas figuras que aparecen por primera vez en la
historia argentina. Las conocemos como las Madres de la Plaza de Mayo, quie-
nes a partir de la desaparición de sus chicos comienzan a ocupar el escenario
público con estrategias novedosas que, si bien al inicio no implican una reivindi-
cación como mujeres y sí sólo como madres, empiezan a generar un escenario
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
que señala que la transición democrática que se avecina va a ser claramente una
transición marcada por las mujeres.
Los Años 80
Es muy difícil hablar de los cincuenta años del siglo pasado en poco tiempo,
de modo que voy a saltar rápidamente a los años 80, -un período difícil de
búsqueda de estabilización económica, política y social- que son una fase, un
lapso de configuración y constitución de lo nuevo. Ya durante los años 80, las
voces de las mujeres son fuertes, se organizan diferentes movimientos de muje-
res, algunos con una clara identidad de género que reconocen el rol que las
mujeres desempeñan en la lucha contra la carestía de la vida, en la lucha contra
la ampliación de cupos en los comedores escolares, en la lucha por el mejora-
miento de la salita del barrio, pero también quieren luchar por sus derechos
inalienables como mujeres, empezando a generar un modelo de articulación en-
tre el género y la clase que es seguramente la característica “argentina” de la
consolidación de los movimientos de mujeres.
En el centro de esos derechos inalienables están los que tienen que ver con
la discriminación, entendida como igualdad de oportunidades y con la centralidad
que tiene para las mujeres la capacidad de ejercer el derecho sobre su propio
cuerpo. La capacidad de poder decidir cuándo quiero tener un hijo, con quién
quiero tener un hijo, cuándo no quiero tener un hijo, y la demanda sobre el
Estado para que garantice políticas públicas que pongan al acceso de todas, -
ricas y pobres- servicios de salud pública, algunos complejos y otros sencillos,
como esos a los que sólo accedían las mujeres que podían pagar la consulta
médica privada.
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Los Años 90: La Ley de Cupos y la Reforma Constitucional
Los años 90, a contrapelo de lo que pasó en el país en otras áreas, sí son
claramente un momento de importante maduración del movimiento de mujeres,
y esta maduración se expresa en dos hechos de fortaleza extraordinaria: por un
lado, el dictado de la Ley de Cupos, que consiste en que no se aprueba la lista
de candidatos de un partido político si en esa lista no hay por lo menos un treinta
por ciento de mujeres, en condiciones en las cuales tengan una probabilidad de
ser elegidas. ¿Qué quiere decir esto? Que no el 70% de los hombres arriba y las
mujeres abajo, sino intercalados de manera que haya probabilidad de que las
mujeres sean elegidas. El camino que fuimos recorriendo y que nos hace soñar
ahora con el cincuenta y cincuenta.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
¿Cuál es la novedad de este siglo XXI? El siglo XX termina con una crisis
económica, política, social y de representación de proporciones, en la cual se hace
público un fenómeno que estuvo atrás de la década neoliberal de los años 90. Ese
fenómeno es el hecho de cómo las mujeres responden a la crisis económica, se
convierten en nuevos actores sociales, se convierten en nuevos actores políticos,
forman parte del movimiento social de protesta, con el cual tropezamos todos los
días en la calle, que es un movimiento que en el fondo expresa la falta de resignación
de nuestra sociedad a vivir en la pobreza. Estos nuevos grupos de mujeres ligados al
movimiento popular han tenido la particularidad de tomar la agenda de las mujeres.
Creo que ésta es la novedad extraordinaria del siglo XXI. Si en la década de los años
60, de los 70 y aún en parte de los 80, la reinvindicación de género, la demanda
antidiscriminatoria, del acceso al derecho a nuestro cuerpo, del acceso a la vieja
meta de igual salario por igual trabajo, si ésas eran metas para un grupo de mujeres,
hoy esas metas se han extendido al conjunto de las mujeres del movimiento popular. Es
una novedad; esto le da una fuerza extraordinaria y creo que se complementa de manera
virtuosa con las otras innovaciones que hemos visto en lo que va de este siglo.
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en el Ministerio de Economía, posiciones que nunca habían sido ocupadas por
las mujeres. Ustedes saben que casi siempre que nos tocaban los cargos altos
del Estado eran en Educación o en Desarrollo Social, es decir en aquellos luga-
res donde los hombres pensaban que nos iba a ir bien porque, como éramos
madres, íbamos a hacer muy bien las tareas de educar bien a los chicos y cuidar
bien a los viejitos. Una novedad extraordinaria es la llegada de mujeres a posi-
ciones en el Ejecutivo que no son posiciones tradicionalmente femeninas, así
como también el ingreso de mujeres a la Corte Suprema de Justicia, al Poder
Judicial, que era un poder que ya se venía feminizando en su base pero en el que
se carecía de reconocimiento en la cúpula.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina
laven los platos y los varones miren televisión, para erradicar el hecho de que
hay tareas menos dignas porque son de mujeres. Es una doble tarea en la socie-
dad y en el interior de nuestros hogares, pero creo que vamos en un buen cami-
no y el hecho de haber tenido la oportunidad de estar hablando lo confirma
como un camino de una enorme potencialidad, en el que se abren crecientemente
nuevos espacios.
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PODER Y PATRIARCADO EN LA
HISTORIA DE LAS MUJERES
El Patriarcado
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¿Qué es el patriarcado? Es un concepto que nos llevaría largo tiempo de
exposición. Es una palabra fuerte, una palabra que, más allá de todo lo que
signifique en sus aspectos sociopolíticos interesantes y positivos, tendríamos que
recordarlo como responsable de las prácticas de las que venimos defendiéndo-
nos, no solamente las mujeres que estudiamos y enfrentamos el ejercicio absolu-
to del poder patriarcal, sino también aquellas que han quedado comprometidas
con el patriarcado, ya sea consciente o inconscientemente. Ellas constituyen un
problema grave para los movimientos de mujeres, porque son mujeres coloniza-
das por las políticas y mentalidades patriarcales. Son aquellas que ustedes segu-
ramente conocen, las que siempre escuchamos diciendo: “¡ A mí nunca me dis-
criminaron!” o “¡yo realmente nunca, nunca fui discriminada!” o “a mí nunca me
pasó nada en ese sentido”. Y cuando se comienza a informarles que existen las
mujeres discriminadas, dominadas, esclavizadas y oprimidas, recordándoles la
conquista de América del Sur, entonces afirman : “Si actualmente hay mujeres
que están sometidas o no llegan a lugares calificados es porque realmente no
están capacitadas”.
Usaré la palabra moral como sinónimo de ética -que no lo es- pero lo haré
por extensión, con referencia a la costumbre, es decir, lo moral como aquellas
prácticas, pensamientos y actitudes relacionadas con el modo de vivir aceptado
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Vuelvo al primer planteo que remite a los paradigmas, las creencias y los
valores. Nosotras heredamos, hombres y mujeres, el paradigma que afirma la
inferioridad del género mujer, así como hace siglos se promovió la teoría de la
mujer como aquella que no tenía alma. Tampoco inteligencia. Esta afirmación fue
complementada con la tesis formada por tres categorías: la mujer histérica, la
frívola o la madre abnegada, que se nuclean en dos polos, y la afirmación se
mantiene si tiene como base una creencia fuerte que la sostenga y que precisa
insistir en la inferioridad femenina, que es uno de los baluartes de la postura
patriarcal. Éste es uno de los baluartes acerca de la pelea permanente para
ocupar los lugares que nos corresponden. Este paradigma entró en crisis porque
se empezó a resquebrajar la creencia acerca de nuestra estupidez, debido a la
evidencia que vamos aportando las mujeres al desarrollar y exponer nuestros
potenciales y capacidades en distintas áreas.
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desde los mandatos patriarcales, interesados en dirigir nuestras vidas y en lograr
nuestra servidumbre, pero que no fueron revisadas ni evaluadas por nosotras.
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en su lugar de trabajo. Las mujeres que trabajan no son ajenas a la práctica del
acoso sexual, que es un delito, el cual parte de la convicción de que la mujer
debe servir al varón, aceptando sus reclamos sexuales, aprovechándose de su
lugar de mando y de poder en la institución en la que ambos trabajan.
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lino. Los varones definieron cuál debería ser la moral de los comportamientos de
las mujeres.
Veo que alguien, una de ustedes, alcanza a reírse cuando digo esto. Lo
agradezco porque estos discursos que venimos proponiendo se escuchan con
tanta solemnidad que al mirar al público pienso si lo que estamos diciendo es
solemne o si solemnes son ustedes. Por eso agradezco que alguien se esté rien-
do de esta caracterización de histéricas. Ustedes saben que histeris es el nom-
bre original del útero. Siendo psicoanalista debo recordarles que la histeria es
una enfermedad inventada con ese nombre por Galeno y los griegos de su épo-
ca. Ellos afirmaban que las mujeres hacíamos y decíamos cosas locas porque el
útero se nos subía y se nos bajaba dentro del cuerpo porque era como un animal
que tenemos suelto en nuestro interior. Por ese motivo, los sofoques que tenía-
mos las mujeres debido a la menopausia, correspondían al animal suelto en nues-
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Advenimiento de la Democracia
Voy a repasar algunas etapas en relación a lo que ocurre a partir del adve-
nimiento de la democracia. Lo que ocurre durante la dictadura militar es que se
interrumpen procesos sociales y, cuando se abre el proceso democrático, lo que
hace la Argentina es recuperar todo lo que pudo. Recuperar esos procesos que
se venían dando desde hacía más de cincuenta años, con interrupciones, en la
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Argentina. La constitución del llamado movimiento de mujeres, de las mujeres
como actor social y político en la Argentina, fue producto obviamente de la
democracia. Y tuvo como antecedente toda esa historia anterior. Y fue creo una
de la mayores novedades de la democracia. Hasta este momento las formas
clásicas de participación de las mujeres ya se vieron en este seminario y, en la
última mitad del siglo, las había marcado el peronismo.
Todavía faltaba mucho por hacer, lo que más faltaba era interpelar a la sociedad,
hacer visibles estas temáticas. Pocas sabíamos que había una Convención, que tenía-
mos derechos, que esos derechos eran reconocidos por la legislación interna. A las
mujeres organizadas a través de las organizaciones de mujeres nos costaba mucho
interpelar a la sociedad. Había un movimiento que iba creciendo en forma muy rápi-
da, que se expresaba en marchas. Por ejemplo, los 8 de marzo, los encuentros
nacionales de mujeres en los que han participado -en este último evento- más de
40.000 mujeres. Las primeras veces fuimos apenas unas 600 o 700 mujeres que
nos reunimos en un sitio de la Ciudad de Buenos Aires. Desde esas expresiones
se fue constituyendo un movimiento que fue poco a poco interpelando a la so-
ciedad, interpelando al Estado y a los medios de comunicación y a todas las
mujeres. No solamente a las mujeres que optaban por organizarse.
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Y así llegamos muy rápidamente a los años 90, con una acumulación intere-
sante, con organizaciones de mujeres, con profesionalización en estos saberes, con
postgrados en temas de la mujer, con un Estado que estaba aprendiendo y reflexio-
nando sobre la insuficiencia de los mecanismos que se habían creado en situaciones
muy novedosas pero marginales dentro de lo que era la administración de los temas
sociales. Y con ese aprendizaje en la década de los años 90, teníamos el propósito,
como ya había ocurrido en otros países de la América Latina como Brasil con un
consejo nacional que había impactado también en la Argentina, de crear un organis-
mo de la mujer, un Consejo como el de la Provincia de Buenos Aires que dependía
del Gobernador y que incluyó mujeres de distintos sectores.
Ley de Cupos
Por eso, de los años 90 podríamos decir que fue la etapa de jerarquización
de estas temáticas, del logro de la Ley de Cupos, sin dudas como un hito, con
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una enorme capacidad de poder impactar sobre otros ámbitos de la sociedad.
También fue la etapa durante la cual la sociedad se mostró y los medios de
comunicación, en este sentido claves, acompañaron la apertura de ese debate y
se mostraron abiertos a la comprensión y a la legitimación de estas temáticas.
No fue sencillo, pasaron varios años para lograrlo. Hoy vemos que los diarios
habitualmente traen varias notas sobre la cuestión de la mujer. Esto era impensa-
do hace veinte años.
Con relación al balance sobre la década del 90, parecía que veníamos en un
proceso de avanzada hasta la apertura del debate sobre el aborto. La Argentina
tenía y tiene una deuda con esta cuestión que hace a la salud pública de las
mujeres, de todas y, fundamentalmente, de las pobres. Fue un debate que costó
muchísimo abrir y que significó la renuncia del staff del Consejo Nacional de la
Mujer y el retroceso de una serie de políticas que habíamos podido avanzar en
la administración pública nacional y en el interior del país. Pero lograda la Ley de
Cupos florecieron mil flores y, abierto el debate sobre la salud reproductiva, se
lograron leyes de prevención de la violencia doméstica. Para plantear las más
importantes, mencionaré las de prevención y asistencia en materia de salud y
derechos reproductivos en casi todas las provincias argentinas.
Para reflexionar, podríamos decir que en este dilema las mujeres hemos
avanzado, hemos avanzado en el proceso de democratización, con las caracte-
rísticas de estos procesos en la Argentina y en la región, con el peso enorme del
empobrecimiento y la exclusión social. De modo que todas estas políticas, hoy
son más importantes que nunca. Si nos hubieran hecho caso hace veinte años
seguramente la Argentina sería otra. Nos hemos cansado de plantear que cuan-
do hablábamos de salud reproductiva, estábamos hablando de antídotos contra
la pobreza, de promoción de convivencia social. Creo que esto ahora se ha
entendido, se está entendiendo, a pesar de todo lo que falta por hacer. Intentan-
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do hacer un balance, creo que la etapa que comienza con el gobierno del Presi-
dente Kirchner ofrece una enorme oportunidad, a diferencia de los años 90, en
los que nosotras avanzábamos contra la corriente.
Cuando se logró la Ley de Cupos, recuerdo que ese día también se trataba
en la Cámara de Diputados la Desregulación Económica, y yo recuerdo muy
bien que, cuando entré al Bloque del Partido Justicialista siendo Presidenta del
Consejo de la Mujer, algunos diputados muy conmovidos me dijeron cómo es-
tábamos planteando ese tema en un momento tan difícil. Yo recuerdo que les dije
que la desregulación económica era contra todos, fundamentalmente contra las
mujeres. Y creo que se entendió porque en los medios también lo planteamos de
esa manera. La Ley de Cupos era efectivamente una medida de regulación so-
cial en un proceso de desregulación que tuvo los efectos que conocemos.
En esos dilemas hemos avanzado, y creo que hoy tenemos una nueva opor-
tunidad que es diferente porque antes avanzábamos contra la corriente. Creo
que ahora hay un gobierno con una perspectiva progresista, que por sí mismo –
sin la demanda de las mujeres- incluyó mujeres en la Corte Suprema de Justicia,
promovió mujeres en temas no tradicionales en el Ejecutivo, fortaleció la política
de salud reproductiva convirtiéndola en una política de Estado, está instalando
mujeres en sitios que son y serán importantísimos, como la Defensora Oficial y
las integrantes de la Corte.
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En estas responsabilidades ineludibles de los Estados, falta muchísimo por
hacer, falta jerarquización, falta proceso de implementación. Hay que recorrer el
interior del país y no tan lejos el gran Buenos Aires, los barrios pobres de la
Ciudad de Buenos Aires, para ver cómo el flagelo de la violencia tiene una esca-
sa respuesta sistemática de parte de las administraciones del Estado. Para el
movimiento de mujeres, para las mujeres organizadas se dan procesos muy inte-
resantes como la inclusión de estas temáticas en las organizaciones de desocu-
pados. Hemos visto las mujeres organizadas en el campo, las mujeres organiza-
das en distintos ámbitos no tradicionales, no pensados inclusive por nosotras, las
feministas. Pero creo que todavía falta definir estrategias, ponernos de acuerdo,
señalar cuáles son los objetivos. Poner a la pobreza como un tema central de
nuestra agenda creo que tiene que ser el desafío del movimiento de mujeres y de
la política.
Todo lo hemos hecho con una enorme mística, no hay procesos de transfor-
mación en ningún ámbito y en ningún momento de la historia sin mística. Estoy
segura que la decisión del Presidente de haber nombrado a una Ministra mujer
estará seguramente impulsando en este ámbito una nueva mística social, una
nueva responsabilidad social, que yo aplaudo, que yo felicito y que estoy segura
que también va a impactar y contagiar a otros sectores sociales.
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de que “usted está provocando” o porque “la milanesa se quemó”, ese funda-
mento justificativo para la violencia contra la mujer en el ámbito doméstico, y
fueran analizadas de otra forma. Hubo otras, en una segunda instancia, que de-
nunciaron, tuvieron reprimendas, pero hubo reformas, se introdujeron modifica-
ciones en sus códigos de convivencia, hasta en la infraestructura, y realmente
empezaron a tomar en serio los casos.
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Cuando decimos que la principal prioridad es la paz, sin duda tenemos que
empezar a cambiar algunas categorías. Y aquí sí importa la perspectiva de géne-
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ro, en donde hemos visto que a partir de distintos instrumentos de Naciones
Unidas que nosotros hemos ido incorporando a nuestra legislación interna y
otorgándole rango constitucional a muchos de ellos, en nuestra Carta Magna
aparece el juego dinámico de tres ejes: seguridad, desarrollo, paz, por una
interrelación conceptual y de realidades que no estaban necesariamente puestas
en relación antes de decir que la prioridad es la paz. Porque empezamos a com-
prender, y mientras tanto va creciendo una categoría, el concepto que ustedes
trabajan y conocen muy bien que es el de seguridad humana, y aparecen en esto
las relaciones virtuosas pero también disvaliosas que se dan cuando hay déficit
de desarrollo, o subdesarrollo, o no desarrollo, y la conflictividad social intraestatal
o interestatal. La paz supone, exige, requiere desarrollo con equidad, inclusión,
y la seguridad no puede ser contradictoria con la preservación de la paz y el
impulso al desarrollo.
A mí me parece que este avance del mapa conceptual se enlaza con otras
instancias que han ido avanzando favorablemente y con muchas dificultades,
con enormes asimetrías y conformidades y pujas de poder. Este dinamismo en-
tre desarrollo, seguridad y paz obviamente exige y requiere sistemas políticos
democráticos, promueve y exige una visión del multiteralismo cooperativo y tam-
bién nos invita y nos obliga a regímenes internacionales vinculantes. Porque pa-
samos del modelo de la hostilidad, donde el conflicto y la rivalidad eran los ejes
de la militarización de la política del estado y de la militarización de la agenda de
la defensa; de esta visión del conflicto y la rivalidad, pasamos a la persuasión y la
cooperación. Y claro que nos equivocamos pero también acertamos si tenemos
la humildad de reconocer el error. Entonces del conflicto y la rivalidad se pasa a
la persuasión y la cooperación. Y esto nos exige otra mirada de la política de
defensa, que hoy, con claridad, vamos siguiendo en las declaraciones y decisio-
nes de la Ministra. Una mirada que exige asociar la política de defensa a la
prevención de conflictos y no a la resolución del conflicto. Esto supone tener un
desarrollo inteligente, lúcido y eficaz de los sistemas de alerta temprana, y exige
no solamente pensarlo aisladamente sino en el espacio de una diplomacia pre-
ventiva, que no solamente la hace una cancillería, también los parlamentos, tam-
bién el sistema de defensa que tienen que trabajar los ciudadanos que ejercen
funciones de dirección o de conducción en el área, los ciudadanos militares que
tienen esta profesión. Tenemos que trabajar en el marco de profundizar la
prospectiva en términos preventivos, y esto es bueno, porque ayuda a concientizar
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Instrumentos Internacionales para una Relación de Ma-
yor Igualdad entre Varones y Mujeres
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Quiero por último resumir lo que he dicho en esto: creo realmente que el
sistema de defensa es uno de los ámbitos más atractivo, desafiante, intenso y
profundo para animarnos a repensar, no solamente la ciudadanización de la agenda
de Defensa sino también en qué país, en qué América Latina, en qué Américas y
en qué mundo estamos dispuestos y dispuestas a vivir, que no va a ser otro que
el que estemos comprometidas y comprometidos a construir.
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Empecé a lidiar con este tema en el año 1985, en la institución donde estaba
trabajando, el Centro de Investigaciones EURAL, dentro de un proyecto que
se estudiaba en la mayoría de los países de América Latina: recién llegadas las
democracias era necesario analizar el tema de las transiciones a la democracia,
y específicamente poníamos el acento en una corriente de pensamiento basada
en el texto de Barrington Moore, sobre los legados autoritarios que quedaban
en la nueva democracia argentina. En ese proyecto conducido por el Dr. Atilio
Borón, me pidieron que me encargara de investigar los legados autoritarios que
provenían de la institución militar. Y cuando empecé a estudiar el tema y a vincu-
larme a las instituciones militares, había muchísima resistencia pero no necesa-
riamente porque fuera mujer, sino porque era un período bastante tenso de las
relaciones entre civiles y militares y cualquier persona que llegara del campo de
la universidad, del campo civil, que intentara entender, estudiar, analizar el com-
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portamiento institucional de las fuerzas armadas, generaba resquemores y cierta
resistencia.
Por otra parte, fuera de lo que podía ser específicamente esta tensión parti-
cular por el momento histórico que se estaba viviendo, había otra situación que
tocaba al conjunto de la sociedad y es que para la sociedad argentina la defensa
no era una política pública, no había una tradición de investigación, de análisis,
de estudio de la defensa como política de Estado. Entonces, poco a poco se fue
dando una apertura porque no había muchos especialistas del ámbito académi-
co y con el proyecto de investigación que llevábamos a cabo fui ampliando mi
campo de estudio, no solamente a la cuestión cívico-militar, sino también a las
políticas de defensa, las políticas de seguridad internacional y como un aspecto
que en ese momento estaba en debate, las cuestiones de no proliferación.
Tratar de entender lo que era la defensa como una política pública y pensar
los temas centrales de ese debate estaba para nosotros centrado en lograr una
conducción civil de la defensa. Asimismo, implicaba tener funcionarios civiles
que pudieran manejar esta área. Un funcionario público desempeña roles públi-
cos y está obligado a seguir reglas universales. Y si hay que seguir reglas univer-
sales, por lo menos en nuestro país, cualquier ciudadano, no importa su género,
que tenga la misma capacidad, debe disfrutar de los mismos derechos frente a la
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sociedad. Por eso me parece importante que cada vez haya más mujeres que
estudien o trabajen en el ámbito de la defensa.
Sin embargo, pese a que hoy nosotros tenemos la suerte de tener una Ministra
de Defensa, cosa que nunca ocurrió en el pasado, y una Presidenta en la Comi-
sión del Senado, también mujer, la realidad es que en el ministerio de defensa
hay muchas mujeres pero muy pocas de ellas en puestos directivos a nivel de
Secretarios, Subsecretarios y Directores. Lo que demuestra que en realidad la
mujer tiene que esforzarse mucho más para mostrar su capacidad. Esto es lla-
mativo porque ya hace bastantes años, alrededor de quince años, egresan más
mujeres que hombres de la universidad, lo que implicaría que estas mujeres
naturalmente tendrían que ir ganándose estos espacios que históricamente no
estuvieron entre las tareas tradicionales de la mujer.
Hay interrogantes que deben dar pie a una investigación o por lo menos a un
pensamiento reflexivo: si la incorporación de la mujer en este sector y sobre
todo la incorporación de la mujer en las Fuerzas Armadas responde a un proble-
ma ocupacional o a un problema de acceso democrático. Porque lo que yo he
visto y por lo que ahora contó la primera expositora, la incorporación de la
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mujer ha sido lenta, y ustedes saben que todavía esta incorporación no ha alcan-
zado los lugares de mayor conducción dentro de las Fuerzas. Y me parece im-
portante remarcar que la mujer que vaya accediendo a estas funciones lo haga
realmente en situaciones de igualdad y no en condiciones inferiores como ha
sido tradicionalmente el primer ingreso de la mujer a las Fuerzas Armadas. En
numerosas ocasiones, el nexo de ingreso es el que del lado del feminismo defini-
mos como la invisibilidad del trabajo femenino, o sea, las tareas de cuidado de
personas, de alimentación, más que las tareas netamente militares.
Hay una autora que ha trabajado mucho este tema que se llama Ilene Feinman,
inglesa, que dice que lo que primero que habría que preguntarse cuando uno se
enfrenta a estos procesos de apertura, de incorporación de la mujer en los sectores
de la defensa, en las fuerzas armadas, es ¿por qué ahora? ¿por qué en este preciso
momento? ¿a qué está respondiendo esta incorporación? Y la respuesta que se dé
nos hace entender cuál ha sido la lógica de esta incorporación. Mi temor, por ejem-
plo, es que esta apertura de la incorporación de la mujer haya sido vista como un
paliativo, que por un lado mostrara apertura pero que por el otro estuviera de alguna
manera ocultando una mala relación de algún sector de las Fuerzas Armadas con la
sociedad. O sea, dada una situación de tensión, una situación de conflictividad, jugar
por el lado menos conflictivo. Plantear una apertura sin tocar los nudos duros que la
institución militar sigue teniendo todavía que resolver.
Por otro lado, me parece -y esto creo que se desprende un poco de las palabras
de la primera expositora- que hubiera sido necesario pensar en esta apertura deba-
tiendo a qué tipo de institución se van a incorporar las mujeres, a qué tipo de códigos
culturales. Tal vez, generar algunos mecanismos dentro de las fuerzas armadas que
nos garanticen que la actuación de la mujer, y la actuación general de los hombres
también, está resguardada dentro de la lógica del derecho. Me parece que sería
interesante y todavía no hemos logrado hacerlo de forma tan amplia, que hubiera
más mecanismos de rendición de cuentas dentro de las instituciones militares. Aún
estas instituciones son muy cerradas y puede pasar, como alguna vez ha pasado, que
persistan mecanismos o acciones en las cuales los oficiales superiores no observen el
respeto a los inferiores, o se reserven decisiones que son autónomas y que no pasan
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por la jerarquía civil aunque deberían hacerlo. En definitiva, que jueguen en contra de
los derechos sin que se hayan incorporado herramientas que hagan factible conocer
cómo son esos mecanismos y que, al mismo tiempo, la rendición de cuentas no traiga
sanciones justificadas.
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con elementos que están presentes en la sociedad y en la administración, parti-
cularmente en este momento en el Ministerio de Defensa. Una doctrina que, por
lo tanto, tuviera una visión regional, una dimensión de los distintos sectores entre
los que cuento a la universidad, a los partidos políticos, a los grupos de opinión
y a los grupos de interés. A mi me gustaría que ese tema de pensar en la incorpo-
ración de la mujer en la defensa no quedara cercado a un problema solamente
femenino, sino a mirar a un proceso más amplio que tiene que ver con todo este
proceso de democratización desde el año 1983 en adelante, construir una polí-
tica de defensa democrática incorporando a la sociedad civil y a distintos miem-
bros al debate y, finalmente, lograr coincidencia en que se lleve a cabo una
política pública consensuada de defensa en el Estado argentino.
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LA INCORPORACIÓN DE LA MUJER EN
LAS FUERZAS ARMADAS
Pero me cabe aquí resaltar lo que ocurrió en nuestro país, en nuestra queri-
da Argentina, con la actuación significativa de las mujeres cuyos nombres no se
recuerdan en los libros de historia, salvo el de un par de ellas, aunque por sus
méritos muchas llegaron hasta cobrar sueldos en el ejército y a tener grado mili-
tar. Las mujeres pelearon y sirvieron desde las guerras de la independencia hasta
la actualidad, luchando por sus vidas y las de sus semejantes, aunque sea con
agua y dando algún aliento a los hombres; “algo se hace para ayudar a la patriada”,
dijo alguna vez Manuela Godoy, una santigueña que estuvo en la batalla de
Tucumán, “y si tengo que agarrar una bayoneta y ensartar... no soy lerda ni me
voy a quedar atrás”. El ejército de los Andes también tuvo a sus mujeres; fue
San Martín quien las autorizó a que acompañaran a sus maridos, y cumplieron
con misiones de apoyo a los combatientes. Un ejemplo fue Josefa Tenorio, una
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esclava negra que le pidió al general Gregorio de Las Heras que la dejara com-
batir y la mujer hizo la campaña como delegada al cuerpo del Comandante de
guerrillas, Toribio Dávalos. San Martín la recomendó entonces para el primer
sorteo que se hiciere por la libertad de los esclavos. Durante la Campaña del
Desierto, las mujeres sobresalieron como las fortineras y bien lo expresa el ilu-
minado Sarmiento cuando dice “..las mujeres lejos de ser un embarazo en las
campañas, eran por el contrario el auxilio más poderoso para el mantenimiento,
la disciplina y el servicio, su inteligencia, su sufrimiento y su adhesión sirvieron
para mantener fiel al soldado que pudiendo desertar no lo hacía porque tenía en
el campo todo lo que amaba...” Asimismo, lo corrobora en sus escritos el
Comandante Manuel Prado cuando dice que las mujeres de la tropa eran consi-
deradas como fuerza efectiva de los cuerpos, se les daba racionamiento y en
cambio se les imponía también obligaciones. Lavaban la ropa de los enfermos y
cuando la división tenía que marchar de un punto a otro, arreaban las caballadas.
Había algunas mujeres que rivalizaban con los milicos más diestros en el arte de
amansar un potro y de bolear un avestruz. Eran toda la alegría del campamento
y el señuelo que contenía en gran parte las deserciones. Sin esas mujeres la
existencia hubiera sido imposible, acaso los pobres impedían el desbande de los
cuerpos. Como puede notarse desde el nacimiento del ejército en 1810, y hasta
nuestros días, la mujer ha asentado en las crónicas de la historia su participación
decidida y valiente, algunas auxiliando los heridos en las batallas, otras como
valientes combatientes pero todas ofrendando la vida al servicio de la patria y de
nuestro ejército.
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El Proceso de Adaptación
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tica, teniendo en cuenta el personal civil femenino, ya que en este momento el
personal de mujeres civiles ha sobrepasado a los hombres dentro del Ejército, y
cada cinco soldados una de esas soldados es mujer, además de las que están en
las brigadas mecanizadas. Así que miren a qué lugares hemos llegado.
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Me toca a mí relatar las experiencias vividas por las mujeres militares dentro
de la institución, teniendo en cuenta que hemos sido las pioneras. Egresamos en
el año 1982 con el grado de Teniente, mientras que los hombres lo hacían con el
grado de Teniente 1°, aunque después de muchas luchas conseguimos la igual-
dad. Cabe destacar que en ese momento nuestro país se encontraba en plena
situación de conflicto bélico, razón por la cual nuestra inserción fue muy rápida y
fuimos destinadas en cortos plazos a las unidades y elementos de las fuerzas.
Esto no nos permitió un mayor perfeccionamiento, ya que cuando nosotras in-
gresamos todas íbamos a tener residencias hechas, pero por un problema
institucional del momento en que se vivía, tan sólo 10 quedaron en Buenos Aires
y todas las demás fuimos al interior; personalmente fui a Tucumán, fui muy feliz y
aprendí mucho en Tucumán, gracias a mi institución. Discúlpenme pero es muy
movilizador esto para mí. (Aplausos) En ese momento, en una situación de pleno
conflicto bélico, nos encontramos que la institución no estaba preparada para
nuestra inserción, como, por ejemplo, alojamientos adecuados; los casinos eran
para hombres, dos o tres subtenientes compartían las habitaciones con baños
que eran para hombres, y bueno acá está sentada una compañera que fue con-
migo a Tucumán, nos dieron habitaciones sin bidé, se pueden imaginar lo que es
eso para una mujer. Después había una falta de directivas claras, no se sabía qué
iba a pasar con las embarazadas, cómo iban a ser las formaciones, el uniforme,
si nos poníamos el correaje arriba de la panza o debajo de la panza, qué pasaba
con las lactancias, cuál era el tiempo que nos iban a dar, en fin... la formación, el
combate, la lactancia, y creo que fundamentalmente los hombres tampoco fueron
instruídos para el cambio que la institución estaba llevando a cabo; fue mucho apren-
dizaje, un difícil aprendizaje, pero lo hicimos con mucho amor, tanto de los hombres
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como de las mujeres, porque queremos entrañablemente a este ejército bendito.
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La Incorporación de la Mujer en la Fuerza Aérea
Y terminando ya, desde que se inició nuestra Patria, la mujer ha tenido un rol
preponderante en la construcción de nuestra querida nación, realizando una ta-
rea silenciosa y en muchas oportunidades empuñando las armas en defensa de
sus ideales de libertad. Si bien no fue reconocida su labor y sacrificio, hoy pode-
mos decir que paulatinamente y tomando como ejemplo los avances de otras
fuerzas extranjeras, las Fuerzas Armadas de nuestro País han integrado plena-
mente a la mujer en sus filas, otorgándonos un espacio que por derecho merece-
mos.
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to Educativo.
Asesoría de la Mujer. Gobierno de Mendoza (1991)
Responsable (ad honorem) del diseño y puesta en marcha del «Programa Igualdad de
Oportunidades para la Mujer: educación y capacitación».
Asesoría de la Mujer. Ministerio de Educación y Subsecretaría de Cultura, Ciencia y
Tecnología. Gobierno de Mendoza (1989-1991)
Publicaciones yTrabajos de Investigación:
Monografías para el Consejo de Investigaciones de la UNCuyo (1987-2001)
»Criterios de verdad y teorías del significado»; «Significado y verdad en la filosofía
actual»; «Juegos de Lenguaje y Formas de Vida»; «Razón dialéctica y racionalidad
hermenéutica»; «La metafísica del poder y el poder de la metafísica»; «La explosión de
las diferencias y la implosión de la realidad», entre otros.
Cuadernillos de capacitación para el Instituto de la Mujer. Gobierno de Mendoza
(1990-1995) Títulos: «Mujer y poder» (para mujeres líderes); «Planificación estratégica
de género» (para mujeres que actúan y trabajan dentro del Estado); «Mujer y sociedad»
(para mujeres de organizaciones sociales); «Violencias cotidianas y equidad social» (para
responsables y efectores del Programa Provincial de Prevención de la Violencia contra la
Mujer)
Dirección de la publicación «Los derechos de las Mujeres». UNICEF. 1995.
»Paradojas de la Igualdad» INSTECO para UNESCO. 1998
Publicaciones de Insteco para decisores gubernamentales y sociales de la provincia y el
país y representantes de organismos internacionales (1996-2000): «Por qué, dónde y
cómo trabajan las mujeres», «Mujeres y representación» «La agenda de la equidad:
trabajo, pobreza, educación y ciudadanía. Creación de las políticas públicas de equidad
innovadoras». Proyecto BID de fortalecimiento de las áreas de igualdad provinciales
(2000) «Piloteando futuros: empleabilidad, ciudadanía y liderazgo». CEM- PROLID.
2000
»Igualdad de oportunidades para la mujer en el ámbito científico tecnológico».
UNESCO- FONTAR
»Avis Rarae. Impacto de la Ley de Cupo en la Argentina (1991-1998)» PROLID-BID.
2000
Coordinación de proyectos de investigación y desarrollo para distintos organismos
gubernamentales y no gubernamentales a nivel local, provincial y nacional, como así
también en organismos internacionales (Unifem; Centro de Estudios en Salud Mental de
Friuli/Venezia/Giulia, Embajada de Canadá, Embajada de Israel).
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Índice
PRÓLOGO................................................................................................... 5
Conferencia inaugural - Sra. Ministra de Defensa Nilda Garré ...................... 7
MESA 1
INTRODUCCIÓN GENERAL
Moderadora: Dra. Dora Barrancos .............................................................13
MESA 2
MUJERES EN EL SIGLO XIX
Moderadora: Dra. Hilda Sábato ................................................................. 49
MESA 3
MUJERES Y MOVIMIENTOS SOCIALES EN LA PRIMERA MITAD
DEL SIGLO XX
Moderadora: Dra. Dora Barrancos ............................................................. 81
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LAS MUJERES Y SUS LUCHAS “IMPERCEPTIBLES” Argentina,
entre mediados de los ‘40s y ‘70s - Lic. Norberto Álvarez .......................... 93
LOS MOVIMIENTOS DE MUJERES EN LOS AÑOS 40-50
Lic. Adriana María Valobra ....................................................................... 101
MESA 4
DE EVA PERÓN Y LOS DERECHOS POLÍTICOS DE LA MUJER
AL REESTABLECIMIENTO DEL ORDEN DEMOCRÁTICO ............... 121
MESA 5
LA MUJER EN LAS FUERZAS ARMADAS ........................................ 153
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Fe de erratas
En la página 37 fue omitido el siguiente párrafo: «...Pero fue en la guerra de
las Malvinas, en 1982, cuando algunas mujeres arriesgaron su vida, embarcadas
en buques de ...»
nuestra Armada cumpliendo funciones de enfermeras y de otro tipo, según las
necesidades bélicas que se presentaban. Estuvieron en zona de combate y co-
rrieron serio riesgo. Entre ellas había cadetas y una que fue comisario de a bor-
do. Hubo asimismo enfermeras instrumentistas del Ejército que navegaron en el
rompehielos Almirante Irízar, en funciones de buque hospital. Precisamente en
este buque todos los años un grupo de cadetes viaja para cumplir la campaña de
verano y en 2005 lo hicieron por primera vez una cadeta de tercer año y una de
cuarto, que egresarán en 2006. Así han llegado las mujeres a integrar el plantel
de personal superior o subalterno de la Armada Argentina y de la Marina Mer-
cante, pudiendo en ésta comandar un buque petrolero.
Estas mujeres de mar nada tienen que envidiar a las que en épocas remotas
desafiaron los peligros y supieron hacerles frente, como las vikingas, sus más
remotas antecesoras que hoy constituyen una fascinante leyenda, dieron y dan
testimonio de valor y abnegación. 37
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