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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

Las Mujeres y sus Luchas


en la Historia Argentina

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

Autoridades Nacionales

Presidente de la Nación
Dr. Néstor Carlos Kirchner

Vicepresidente
D. Daniel Osvaldo Scioli

Jefe de Gabinete de Ministros


Dr. Alberto Fernández

Ministra de Defensa
Dra. Nilda Garré

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Responsables de la edición

Jefe de Prensa y Difusión


Lic. Jorge Bernetti

Coordinadora
Dra. Maria Luisa Peruso

Corrección de prueba y estilo


Lic. Lucía Vilanova

Colaboración
Dra. Mariela Gedeón
Lic. Beatriz Gagliardi

Título original:
ISBN:
Depósito Legal:
Diseño, impresión y encuadernación: Formularios CARCOS S.R.L.
México 3038 - Capital Federal
E-mail: fcarcos@sion.com
Impreso en Argentina - Noviembre 2006

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

PRÓLOGO

En el marco del Día Internacional de la Mujer se llevó a cabo un ciclo de


conferencias sobre “Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina” entre el
7 de marzo y el 10 mayo del presente año. Se organizaron en cinco mesas de
charlas y debates con el fin de examinar la condición de las mujeres en diferentes
momentos de la historia argentina, contribuir a la equidad de género, analizar la
creciente presencia de la mujer en las Fuerzas Armadas en Argentina y el mundo.
En este contexto se destacaron las luchas de la mujer en las diversas gestas
emancipadoras así como su creciente participación - civil y militar - en las activi-
dades de la Defensa y en el conjunto de las Fuerzas Armadas.

Este ciclo de conferencias fue iniciado por la Señora Ministra de Defensa,


Dra. Nilda Garré, acompañada por el Jefe del Estado Mayor Conjunto de las
Fuerzas Armadas Brig.. Gral. Jorge Alberto Chevalier, el Jefe del Estado Mayor
Gral. del Ejército, Tte. Gral. Roberto Fernando Bendini, el Jefe del Estado Ma-
yor Gral. de la Armada, Alte. Jorge Omar Godoy y el Jefe del Estado Mayor
Gral. de la Fuerza Aérea, Brig. Gral. Eduardo Augusto Schiaffino.

Se agradece la participación y colaboración de los destacados expositores


que brindaron un aporte inestimable al análisis y reflexión sobre la temática, re-
saltando el sobresaliente papel de la mujer desde la época de la independencia
hasta nuestros días. Se contó con la presencia de destacadas académicas y aca-
démicos de nuestro país en diferentes especialidades como sociología, historia,
epistemología, medicina, psicología, ciencias políticas y abogacía.

Los trabajos que se incluyen en esta publicación corresponden a las confe-


rencias dadas en cada una de las mesas del ciclo, algunos presentados en forma
escrita y otros tomados de la grabación hecha a los expositores.

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Conferencia inaugural
Sra. Ministra de Defensa Nilda Garré

“ Las Mujeres y sus Luchas en la


Historia Argentina”

Quiero aclarar que no voy a hablar desde mi rol de ministra sino principal-
mente como mujer, como una mujer argentina comprometida con mi país, con
esta Argentina que está creciendo, que sin dudas ha encontrado el norte con el
cual guiarse para transitar el camino, tantas veces olvidado, del desarrollo, de la
justicia social y del respeto por los derechos y garantías de todos sus ciudada-
nos.

Hoy, hace exactamente 98 años, un valiente grupo de mujeres, que el azar


de la historia quiso que fueran empleadas textiles norteamericanas, decidieron
poner fin al yugo que representa la desigualdad de trato al que eran sometidas y
emprendieron el difícil camino que implica luchar por el respeto de sus derechos
fundamentales y de sus aspiraciones.

Azar de la historia dije, porque el Día de la Mujer que hoy celebramos en


nombre de aquellas tenaces empleadas textiles, sin duda alguna, podría haberse
creado en honor al histórico accionar realizado por muchas compatriotas argen-
tinas. En efecto, desde la firme reivindicación de los derechos de las primeras
mujeres colonas realizada por Isabel de Guevara a la Corona española allá por
1556, hasta la incansable lucha por el firme respeto de los derechos sociales y
políticos encarnada por Evita; desde las heroicas intervenciones de Manuela
Pedraza y Martina Céspedes en las Invasiones Inglesas, y de Macacha Güemes
y Juana Azurduy en las luchas por la independencia, cuando arma en mano

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defendieron su patria, su familia y su honor, hasta la lucha digna y valiente de las
Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que defendieron la verdad, la justicia y la
memoria sobre el dramático proceso del terrorismo de estado, éstas y otras
muchas valiosas acciones de mujeres argentinas merecen ser hoy recordadas y
homenajeadas, ya que es gracias a ellas que las mujeres tenemos hoy lo que
tenemos.

Sin embargo, el camino emprendido por las mujeres no ha sido simple y


lineal. Por el contrario, ha estado lleno de sinsabores y retrocesos, a tal punto
que podríamos inquirirnos si muchos de los avances que en materia de derechos
hemos conseguido, no han sido suficientes.

Basta con repasar las leyes, e incluso nuestra propia constitución, para ob-
servar que en teoría no existe diferencia alguna de trato entre hombres y mujeres
en nuestro país. Sin embargo, la evidencia irrefutable de la realidad del día a día
nos muestra que ello no es así, que en la práctica subsisten diferencias, “barreras
invisibles”, que hacen del igual acceso a las oportunidades un objetivo aún no
alcanzado por el cual hay que trabajar.

El rol de la mujer en nuestras Fuerzas Armadas no ha sido ajeno al devenir


de la situación descripta, potenciado esto por la propia naturaleza del accionar
de la institución, históricamente relacionada con los hombres más que con noso-
tras, las mujeres. El ingreso de la mujer a las Fuerzas se produjo recién en los
albores de la década del 80 y con posibilidades de ascenso y crecimiento profe-
sional bastante acotadas.

Hoy, 26 años más tarde, la situación ha cambiado significativamente. La


participación de la mujer en las distintas actividades y ramas de las Fuerzas
Armadas se ha incrementado en forma considerable, a tal punto que las mujeres
representan aproximadamente 1/3 del total de miembros en actividad tanto en el
Ejército, como en la Armada y en la Fuerza Aérea.

El camino hacia una equitativa representación que refleje la situación de la


sociedad en su conjunto en las Fuerzas Armadas es una realidad. De todas
formas, no debemos perder de vista que la plena incorporación en ellas de la
mujer es un proceso complejo, sobre el cual debe actuarse paso por paso,

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siendo cada uno de ellos decidido, firme y orientado hacia el próximo con una
visión estratégica, lo cual necesariamente deberá apuntar al mediano y largo
plazo como escenarios para la consecución de sus objetivos.

Teniendo esta metodología de trabajo como guía el Ministerio de Defensa,


en su rol de coordinar y fortalecer a las Fuerzas Armadas de la Nación, se ha
decidido dar otro importante paso en lo que a participación y capacitación de la
mujer en las Fuerzas se refiere. Nuestro objetivo primero es y será incorporar y
consolidar una necesaria perspectiva de género en la conducción de las Fuerzas
Armadas, centrada ésta en la profundización de la igualdad de acceso a oportu-
nidades al interior de las mismas y en el firme respeto por los derechos y garan-
tías fundamentales de la mujer.

Hacer de la equidad de género y el igual acceso a oportunidades la piedra


angular de unas Fuerzas Armadas modernas y plenamente incorporadas al res-
peto a las reglas del estado de derecho y los derechos humanos será una de las
premisas fundamentales de nuestra gestión. En vista de ello, hemos comenzado
ya a planificar y trabajar, y hoy tengo la satisfacción de comunicarles las medidas
a ser tomadas e implementadas al respecto a partir de este mismo significativo
día.

En primer lugar, se procederá a realizar un diagnóstico de la presente


situación de la mujer en las Fuerzas Armadas desde una perspectiva inte-
gral y exhaustiva, lo cual nos permitirá evaluar el grado de acceso y obstáculos
que tienen las mujeres para disfrutar de sus derechos.

Para ello se proyecta realizar:


- Un censo de alcance nacional, que nos permita conocer de forma fide-
digna las condiciones socio-económicas de las mujeres en las Fuerzas Armadas.

- Una seria y representativa encuesta de opinión que se realizará a las


mujeres de las Fuerzas Armadas sobre sus percepciones y expectativas al inte-
rior de sus unidades y de la fuerza en general.

- Un profundo análisis sobre la situación jurídica de la mujer y de la


infraestructura edilicia en las Fuerzas Armadas, paso esencial para detectar

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posibles vulnerabilidades al igual que necesidades de reformas a realizar.

En segundo lugar, se proyecta crear bajo la órbita del Ministerio una Uni-
dad Especializada en temas de género, un Observatorio de la Mujer, que
analizaría el estado de las relaciones de género en las Fuerzas, teniendo a su vez
facultades propositivas en la materia.

En tercer lugar, se procurará estrechar los lazos de cooperación


institucional, tanto a nivel interno como internacional, lo cual le permitirá al
Ministerio nutrirse de la experiencia y el apoyo académico y profesional de ca-
lificadas instituciones dedicadas a cuestiones de género y seguridad.

Al respecto, tengo hoy el agrado de anunciarles que mañana en el Salón


Blanco ante el Presidente de la Nación, estaremos firmando con el Consejo
Nacional de la Mujer un acuerdo marco de cooperación y asistencia recíproca
para el estudio, capacitación, investigación y difusión en temas de género.

El apoyo y experiencia del Consejo Nacional de la Mujer será fundamental


para nosotros, por lo que aprovecho la ocasión para agradecerle a su Presiden-
ta, la Licenciada Colombo, la predisposición y voluntad para llevar este proyec-
to adelante.

Finalmente, desde el Ministerio promoveremos también la realización de


cursos abiertos de capacitación sobre cuestiones de género en las Fuerzas
Armadas, bajo el firme convencimiento de que es la sociedad en su conjunto,
hombres y mujeres, la que debe reflexionar y actuar en la materia, siendo esta la
única posibilidad de que las “barreras invisibles” que antes hemos mencionado
queden sólo como un mero recuerdo del pasado.

No se me escapa que también merecen la misma atención y dedicación los


problemas de las más de diez mil compañeras trabajadoras civiles, profesionales
y administrativas, que trabajan en este Ministerio y las que lo hacen en depen-
dencias de las Fuerzas que permiten desde esos lugares su valioso e imprescin-
dible apoyo al progreso del sistema de defensa. Ellas serán también objeto de
nuestra preocupación y nuestro accionar.

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Amigas y Amigos,

Son estos los lineamientos estratégicos que el Ministerio de Defensa ya ha


comenzado a implementar para contribuir a que la mujer militar en las Fuerzas
Armadas y la mujer civil que colabora en diversas dependencia del área defensa
puedan dar hoy un paso más hacia una integral y equitativa integración laboral,
que les garantice la posibilidad de crecer y progresar en su carrera, al mismo
tiempo que lograr que sus derechos como madres y esposas estén asegurados.
Ésta es la tarea a la cual hoy públicamente nos comprometemos y a la que
dedicaremos nuestros esfuerzos.

Quiero concluir mis palabras agradeciendo sinceramente la presencia de


todos y todas ustedes hoy en este acto. Espero que cuando nos volvamos a
encontrar estemos un escalón más arriba en el camino hacia una sociedad repu-
blicana y democrática con justicia social y respeto por los derechos humanos,
sin discriminación y con igualdad de oportunidades.

Muchas gracias y hasta pronto.

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MESA 1

INTRODUCCIÓN GENERAL

Moderadora: Dra. Dora Barrancos

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INTRODUCCIÓN

Dra. Dora Barrancos

Debo decir de una manera muy subjetiva y casi íntima que ingresé a esta
casa con una cierta conmoción. Agradezco profundamente a la iniciativa de la
Ministra de Defensa, Dra. Nilda Garré, la circunstancia de haber promovido
esta oportunidad para que reflexionemos sobre la condición de los géneros,
sobre la condición de las mujeres en nuestro país y sobre todo en el ámbito de
las Fuerzas Armadas. Henos aquí en este acontecimiento que de todas maneras
parece ser histórico: hacer luz en este recinto acerca de la secundaria condición
femenina en nuestra sociedad, en nuestras instituciones y particularmente en las
Fuerzas Armadas. A treinta años de nuestro infortunio colectivo esta iniciativa no
parece ser una mera coincidencia. Por otra parte, coincide desde luego con el
Día Internacional de la Mujer que como la Ministra ha dicho claramente, tiene un
origen centenario y deriva de una de las más penosas circunstancias vividas por
mujeres que aspiraban simplemente a tener derechos. Este acontecimiento que
estamos viviendo ahora abona de modo directo a los principios democráticos
de nuestra sociedad.

Seré muy breve pero me gustaría reflexionar, antes de dar la palabra a los
queridos colegas, acerca de que la primera violencia que conoce la historia, la
proto violencia generadora de todas las otras violencias, es la que se ha ejercita-
do a lo largo de los tiempos contra las mujeres. Esta es una experiencia
transhistórica que una figura como Pierre Bourdieu, uno de los más eminentes
sociólogos del siglo pasado, ha analizado en “La dominación masculina”, un
libro excepcional sobre las características casi inmutables de la violencia de gé-
nero.

La “naturalización” de las diferencias sexuales es responsable, en gran me-

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dida, del ocultamiento de la construcción social y cultural por la que se crea la
dominación de un sexo sobre otro. A esta diferencia construida culturalmente la
denominamos género. Cuando decimos naturalización decimos que nos acos-
tumbramos a ver las asimetrías como algo inamovible, nos acostumbramos a ver
como un hecho inexorable que los varones dominen.

Quiero asegurarles, desde mi condición de historiadora y sobre todo como


ciudadana, que no hay ningún mandato divino acerca de las ocupaciones dife-
renciales de varones y mujeres. Dios no lo ha querido así, Mahoma tampoco y
estoy segura de que Buda tampoco. Es una construcción que hemos realizado
nosotros, los seres humanos. No se trata de una imposición religiosa, se trata de
una cuestión social y cultural de la que tenemos que hacernos cargo. Las muje-
res no somos ni más buenas, ni mejores, ni más puras. No tenemos necesidades
de celebraciones extraordinarias en algunos días del año. Sólo deseamos el goce
de derechos, de derechos iguales, el mismo reconocimiento y las prerrogativas
que una sociedad democrática concede incluso a los que no cumplen las leyes.

Estamos frente a un acontecimiento singular que debe cooperar con la afir-


mación democrática de nuestra sociedad, con la necesaria igualdad de todos los
individuos más allá de su clase, de su identidad étnica, de su sexo y de su orien-
tación sexual. La democracia que deseamos comienza fundamentalmente con el
reconocimiento de que es imprescindible remover la desigualdad entre los géne-
ros, desigualdad en la que, estoy cada vez más segura, reposan originariamente
las restantes ominosas desigualdades de nuestra sociedad.

Este ciclo invita pues a la reflexión y al debate. Ahora voy a dar la palabra a
una querida amiga, una ilustre pionera de la historia de las mujeres de nuestro
medio, como es la Profesora Lily Sosa de Newton y entonces la invitamos a
hablar.

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LAS MUJERES EN LOS EJÉRCITOS


ARGENTINOS

Prof. Lily Sosa de Newton

En la guerra como en la paz, en el pasado y en el mundo actual, se destaca


la presencia femenina, siempre decidida y eficiente. Muchas han sido las formas
de colaboración prestada por mujeres de toda condición social en momentos
difíciles para la patria, y han quedado registradas en la historia. Este trabajo
rememora a las que se integraron en las circunstancias bélicas del pasado, a
menudo en forma irregular, para llegar a su incorporación formal y legal a las
Fuerzas Armadas, hecho que se da en nuestro país a partir de las últimas déca-
das del siglo XX. Así, en la actualidad, y a partir de un tímido comienzo en 1982,
ellas han sido equiparadas a los varones en las responsabilidades militares y en
las diversas armas, salvo para las tareas que involucran acciones de combate.
Nuestra historia es rica en mujeres guerreras que lucharon a la par de los hom-
bres y no vacilaron en empuñar las armas con el mismo denuedo que las legen-
darias amazonas, en tanto que hoy se preparan científicamente para las más
delicadas tareas militares.

Las Invasiones Inglesas

Los clásicos ejemplos que nos dejaron las invasiones de 1806 y 1807 dan
testimonio de la participación femenina en esos días de prueba. El primer nom-
bre que trascendió fue el de Manuela Pedraza, llamada “la tucumanesa”, valero-
sa mujer que, en agosto de 1806, se mantuvo junto a su marido mientras él
luchaba contra el invasor en la Plaza Mayor, siempre en el lugar de mayor peli-
gro. Cuando Liniers trataba de retomar la Fortaleza, en medio de los estampi-

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dos y el humo, presenció cómo su marido, soldado de patricios, era muerto por
un soldado inglés. Sin vacilar, tomó el arma del caído y mató al enemigo. Cuan-
do terminó la lucha, se presentó al general vencedor, quien la premió con el
grado de alférez y goce de sueldo de soldado del cuerpo de artillería de la
Unión. En el parte correspondiente, decía Liniers: “No debe omitirse el nombre
de la mujer de un cabo de Asamblea, llamada Manuela la Tucumanesa (por la
tierra de su nacimiento), que combatiendo al lado de su marido con sublime
entereza mató a un soldado inglés del que me presentó el fusil”.1

Otra decidida criolla, Martina Céspedes, pasó a la historia sin combatir


o, más exactamente, combatiendo con las armas de la astucia. El episodio que
protagonizó ocurrió en 1807, en la segunda invasión de los ingleses, no escar-
mentados con el fracaso de la primera. Martina vivía en San Telmo, en la actual
calle Humberto Primero, frente a la iglesia, donde tenía un modesto negocio que
atendía con sus tres hijas. El 5 de julio de ese año los ingleses avanzaban hacia el
centro y pedían bebidas a quienes encontraban a su paso. Al llegar a la pulpería
de Martina un grupo de doce soldados, ya ebrios, pretendió que les sirviesen
alcohol. Ella accedió, con la condición de que entraran de a uno. Así lo hicieron,
y las resueltas mujeres los fueron desarmando y atando hasta tenerlos prisione-
ros, mientras los amenazaban con las armas que les habían quitado. Al día si-
guiente, Martina se presentó al virrey Liniers y le refirió su hazaña. Cuenta la
tradición que entregó sólo once ingleses pues su hija Josefa, enamorada de uno
de ellos, lo reservó para convertirlo en su marido.2

En su historia de la Argentina, Vicente Fidel López describió con pluma


maestra aquellos dramáticos momentos de las dos invasiones, en los que se
jugaba el destino de la patria por nacer. Al referir la marcha de nuestras fuerzas
desde los corrales de Miserere hacia el centro, dificultada en el terreno pantano-
so por las copiosas lluvias, aludió con admiración a la forma en que los poblado-
res sacrificaban cuanto tenían para impedir el avance de los enemigos. Decidi-
dos a vencer, “...todo fue superado por la cooperación popular –escribió-. El
vecindario abría portillos en los cercos, cargaba a brazo las piezas de artillería,
cegaba con árboles, con maderas y con materiales los pantanos y la columna
pudo avanzar tan rápidamente que, a las cuatro de la tarde, el Retiro fue asalta-
do a la bayoneta.” Cuando quedaron descubiertas las calles que llevaban a la
Plaza Mayor, “el pueblo en masa se desbordó por allí rodando cañones y tre-

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pándose a todas las azoteas y tejados” –agregaba López con emoción-.3

Estaban todos, mujeres, hombres y chicos sin distinción de edad o de sexo,


pero identificados por un solo pensamiento: rechazar a los enemigos y franquear
de cualquier modo los fosos del Fuerte con escaleras, muebles y todo lo que
sirviese para rellenarlos. También las azoteas sirvieron de atalayas para que las
mujeres y los chicos atacaran a los ingleses, que avanzaban por las estrechas
calles, con armas rudimentarias: agua y aceite hirviendo.

La Guerra de la Independencia

No pasó mucho tiempo sin que los hechos políticos y militares diesen
oportunidad a las mujeres de participar en la lucha que había comenzado brava-
mente, pero en medio de la mayor carencia de medios. Ellas, de manera secun-
daria pero efectiva, contribuyeron al equipamiento de los ejércitos que marcha-
ban al interior para difundir la revolución y los propósitos del gobierno. Ninguna
quedó al margen de la enorme tarea. Desde la entrega de dinero según las posi-
bilidades de cada una hasta la confección de uniformes, camisas y ponchos,
todas hicieron su aporte. La Gaceta se encargaba de publicar las listas de do-
nantes mostrando el desprendimiento de las que, no teniendo dinero, ofrecían
sus hijos para pelear o su trabajo para coser o tejer ponchos.

Un grupo de señoras, encabezadas por María Sánchez de Thompson, la


ardorosa patricia que llenaría muchas páginas de historia, formó en 1812 una
sociedad patriótica para organizar lo que se llamó “el complot de los fusiles”,
que tenía el propósito de aportar las sumas necesarias para pagar los fusiles
encargados por el gobierno y que no podían ser retirados por falta de fondos.4

El entusiasmo llevó a muchas mujeres del pueblo al intento de acompañar


a sus maridos en la marcha a las provincias del norte. En los primeros años de la
revolución se produjeron muchos incidentes por esta causa. Al pasar por Cór-
doba, por ejemplo, varias trataron de hacerlo sin medir las consecuencias. Un
historiador de esa provincia relató los hechos ocurridos en 1819, cuando llegó
desde el norte el general Manuel Belgrano con los restos de su ejército. “Se
entreveraban –cuenta Efraín U. Bischoff- con los soldados de la retaguardia.

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Iban a prudente distancia como para no sobresaltar al jefe de la división, impi-
diendo que tratara de alejarlas. Porque el chinerío seguidor de los batallones no
pocas veces constituyó un peso muerto para el desplazamiento de la soldades-
ca. Sin embargo, aquellas mujeres aparecían como por encanto en el momento
del triunfo o para aliviar las desgracias de las retiradas y de los desastres... Más
de una vez alguna tomó el fusil de un muerto y comenzó a disparar con certera
puntería...Algún chasque se enancó en el caballo y galopó leguas y leguas para
llevar el parte pidiendo auxilio. Al descolgarse de la cabalgadura se dieron cuen-
ta de que había disimulado su condición mujeril debajo del guardamonte y las
bombachas.” La presencia de Belgrano en Córdoba causó revuelo pues pasó
después a la Capilla del Pilar, en Río Segundo. Se intentaba desanimar a las
chinas cargosas, en lo que el general era inflexible aunque ellas se mostrasen
insistentes y atrevidas. El 19 de marzo envió una nota al gobernador remitiéndo-
le “dos mujeres llamadas Juana María y Juana Agustina González”, que
habían sido encontradas con ropa masculina en el Regimiento de Dragones de la
Nación para que, “teniéndolas en seguridad, las remita en la primera proporción
ocasión a su país.” Fueron ellas remitidas a Córdoba y encerradas en el Cabil-
do, que servía de cárcel, como en Buenos Aires.5

Quizás en esas circunstancias el general en desgracia habrá recordado a las


Mujeres de Ayohuma, la madre con sus dos hijas que, ubicadas en la reta-
guardia, tras la derrota acudieron en socorro de los heridos. Gregorio Aráoz de
Lamadrid las evocó en sus memorias: “Es digno de transmitirse a la historia una
acción sublime que practicaba una morena, hija de Buenos Aires, llamada Tía
María y conocida como “madre de la patria”. Tenía dos hijas mozas y se ocupa-
ba con ellas de lavar la ropa de la mayor parte de los jefes y oficiales y acompa-
ñada con ambas se le vio constantemente conduciendo agua en tres cántaros
que llevaban a la cabeza desde un lago o vertiente situado entre ambas líneas y
distribuyéndola entre los diferentes cuerpos de la nuestra y sin la menor altera-
ción.”6

También el general San Martín tuvo esta clase de problemas cuando prepa-
raba en Mendoza el Ejército de los Andes. Mujeres de a caballo, la mayoría de
ellas, no era difícil cambiar las polleras por pantalones o bombachas,
mimetizándose con los soldados. Muy atento San Martín, a estas artimañas, no
tardó en desenmascarar a los falsos militares mandándolas de vuelta. Era inflexi-

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ble en su decisión de no permitir mujeres en las filas. Sin embargo, una de ellas
pasó a la historia pues el general Jerónimo Espejo recordó sus valerosas accio-
nes. Al aludir a la batalla de Moquegua y al “Batallón sagrado” de los jefes y
oficiales argentinos, que debían proteger a los dispersos, refería: “Se le dio el
mando al comandante don Juan Lavalle, contándose entre las filas a Pringles y al
sargento distinguido Dionisio Hernández, natural de San Luis, que llevaba a su
lado a su esposa La Pancha (también puntana), vestida de uniforme militar y
armada de sable y pistolas, como era su costumbre en los combates en que
entraba su marido.” Agregaba Espejo que era una de las cuatro mujeres a quie-
nes San Martín “concedió licencia para acompañar a sus maridos a la campa-
ña.” Y evocando los terribles momentos de la derrota de Moquegua, Pringles
relató que la Pancha, junto a su marido, acarreaba agua de los barriles y la
distribuía entre los soldados caídos.7

Vencido y en retirada el ejército patriota en el Alto Perú, se hicieron cargo


de la lucha grupos locales que se empeñaron en un movimiento singular conoci-
do como “guerra de las republiquetas”. “Cada valle, cada montaña, cada desfi-
ladero, cada aldea –escribió Bartolomé Mitre-, es una republiqueta, un centro
local de insurrección, que tiene su jefe independiente, su bandera y sus termópilas
vecinales.”

El comandante Manuel Padilla era el jefe de una de ellas y lo acompañaba


en sus correrías su esposa, Juana Azurduy, quien llegó a hacerse tan famosa
como su marido por la bravura con que se batía y la gravitación que ejercía
sobre sus conciudadanos. Nacida en 1781 en Chuquisaca o Charcas, hoy Sucre,
República de Bolivia, la provincia altoperuana pertenecía entonces al territorio
argentino, por lo que Juana se consideraba compatriota nuestra aunque los boli-
vianos, con igual derecho, la cuentan entre sus héroes.

En unión de Arenales, Padilla mantenía la insurrección en una vasta zona y


no había acción en la que no se lo viera junto a su mujer, acompañada por un
séquito de amazonas tan valerosas como su capitana. En los combates vestía
túnica escarlata con alamares de oro y birrete adornado con plata y plumas
blancas y celestes, colores de su patria. “De gallarda presencia, rostro hermoso
y tan valiente como virtuosa –según Mitre-, contaba en aquella época treinta y
cinco años de edad.”8 Y añadía: “Saltando de su fogoso caballo de batalla a una

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resistente mula caminera, durmiendo con las riendas al brazo y calzadas las bo-
tas de campaña, apareciendo aquí y apareciendo allá para acosar constante-
mente al enemigo (...) sus cargas de caballería, dirigidas al vuelo de su caballo,
se hicieron temibles.”9

El 14 de septiembre de 1816 los patriotas fueron sorprendidos en Viluma,


después de causar a los realistas serias pérdidas. Procuraron huir, pero Padilla
cayó en el intento de salvar a su mujer, a punto de ser apresada. También murió
una de las mujeres que los acompañaban. Ambos fueron degollados y sus cabe-
zas exhibidas, en la creencia de que la mujer era Juana. Ésta pudo escapar,
herida, y se puso de nuevo al frente de sus guerrilleros vestida de negro, hosti-
gando constantemente al enemigo, en cuyas manos jamás cayó. El general
Belgrano envió un oficio al gobierno de Buenos Aires refiriéndose a la bandera
que Juana había obtenido como trofeo y le contestaron que se le había expedido
el despacho de teniente coronel de milicias partidarias de los Decididos del Perú
“a la amazona doña Juan Azurduy.” Al año siguiente a la muerte del marido se
retiró a la vida privada en Pomabamba y luego fue a Salta, donde vivió hasta
1825, cuando regresó a su ciudad natal. Allí murió octogenaria el 25 de mayo de
1862. El gobierno le otorgó una pensión, como guerrera y viuda de militar, que
nunca fue pagada.1 0

María Remedios del Valle, fue una heroína de la guerra de la indepen-


dencia, nacida en Buenos Aires, legendaria mujer soldado, era negra y se incor-
poró al ejército auxiliar para las provincias del norte el 6 de julio de 1810, con su
marido y dos hijos, uno adoptado. Participó en las acciones de Desaguadero,
Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma como combatiente. Herida en Ayohuma,
fue tomada prisionera. Aprovechó para ayudar a huir a varios jefes patriotas y
fue condenada a la pena de azotes. Durante nueve días fue flagelada pública-
mente pero logró huir y volvió al ejército para pelear o para servir en los hospi-
tales de sangre. Había perdido marido e hijos en la guerra y tras ésta tuvo que
recurrir a la mendicidad aunque tenía el grado de capitana y había gozado de
sueldo como tal. En 1827 solicitó que se le concediese la suma de seis mil pesos
por los servicios a la patria. El general Juan José Viamonte, que la conoció
durante las campañas de la independencia, informó favorablemente y el benefi-
cio le fue concedido, con el sueldo de capitán de infantería. En 1829 fue ascen-
dida a “sargenta mayor de caballería” e incluida en la plana mayor con sueldo

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integro. Tuvo otros ascensos y Rosas la destinó a la plana mayor activa, por lo
cual ella, en agradecimiento, tomó el nombre de Remedios Rosas, con el que
aparecía en las listas respectivas. En la del 8 de noviembre de 1847 una nota
reza: “Baja. El mayor de caballería Da. Remedios Rosas falleció.” Una calle de
Buenos Aires lleva su nombre desde 1944.1 1

Durante su campaña al frente del ejército del norte el general Belgrano con-
tó con la entusiasta ayuda de las mujeres de Tucumán, Salta y Jujuy, que se
desprendieron de sus bienes para contribuir al equipamiento de los efectivos. En
Tucumán hubo gestos como el de Lucía Aráoz de López Molina, quien, en un
arranque ejemplar, entregó a Belgrano un valioso collar de perlas, que lucía en
una recepción, “para las cajas del ejército”. Lo hizo conmovida por las palabras
del general aludiendo al estado de necesidad en que se encontraban sus fuerzas
después del triunfo de Tucumán, con el que, el 24 de septiembre de 1812 había
librado a la provincia de la amenaza realista.1 2

También dieron ejemplo de sacrificio las jujeñas, cuando Belgrano ordenó


abandonar la ciudad sin dejar nada que sirviese al enemigo. Este episodio es
conocido como “el éxodo jujeño”. Después del triunfo de Tucumán, el ejército
avanzó sobre Salta y obtuvo el triunfo del 20 de febrero de 1813, en el que
muchas mujeres contribuyeron en diversas formas. Gertrudis Medeiros de
Fernández Cornejo fue una de las que se destacaron en su valerosa acción.
Había sido despojada de sus propiedades por los realistas y reducida a prisión
hasta la batalla de Salta. La invasión de 1814 la encontró en su finca de Campo
Santo, donde resistió el ataque de una partida enemiga al frente de su personal y
con las armas en la mano. Después fue conducida a pie hasta Jujuy, donde se
convirtió en espía de los patriotas. El general Belgrano dirigió al gobierno un
pedido de pensión para esta señora, por tratarse, decía, de “una distinguida y
benemérita hija de la patria”.

Otra salteña, Martina Silva de Gurruchaga, hospedó a Belgrano en su


finca de Los Cerrillos, obtuvo de su marido paño para hacer los uniformes,
armó y equipó una partida de gauchos y la víspera de la batalla del 20 de
febrero de 1813 penetró en el Campo de Castañares al frente de sus hom-
bres, con una bandera bordada por ella. La entregó a Belgrano, quien le
dijo: “Señora, si en todos los corazones americanos existe la misma decisión

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que en el vuestro, el triunfo de la causa por la que luchamos será fácil”.
Cuenta Bernardo Frías que esa mañana algunas patriotas de la ciudad mon-
taron a caballo y, apoyándose en la fuerza que había preparado Martina
Silva, fueron a las tierras que quedaban detrás de las lomas de Medeiros
recogiendo a todos los campesinos para llevarlos a la batalla. Belgrano la
premió con un título honorífico y un manto de seda, prenda que usaban las
mujeres, con la leyenda: “A la benemérita patriota Capitana del Ejército doña
Martina Silva de Gurruchaga”.1 3

Así, las mujeres del norte fueron colaboradoras insustituibles en los años
de la guerra, cuando esas provincias eran invadidas constantemente por el
ejército español que, desde sus posiciones en el Alto Perú y Perú, avanza-
ban sobre los territorios que no tenían más defensa que las tropas irregulares
comandadas por Güemes, astutos practicantes de la llamada “guerra de re-
cursos o de partidas”. Entonces las mujeres prestaron valiosa ayuda como
espías o “bomberas”. Cultas damas de la sociedad no vacilaron en disfra-
zarse de paisanas para introducirse en cuarteles enemigos, averiguando todo
lo que podían sobre las tropas. Muchas, emparentadas con realistas, com-
partían reuniones a las que asistían oficiales enemigos, aprovechando para
sonsacar información sobre movimientos de tropas y dedicándose al espio-
naje con audacia. Los españoles se vengaban autorizando a los soldados a
asaltar las casas donde sólo había mujeres y niños y a arrasar con lo que
encontraban. Exigían a las mujeres exorbitantes tributos y si no podían pagar
las deportaban a Jujuy. Algunas realistas también comunicaban a Pezuela, el
jefe español, los nombres de las patriotas.

Uno de los principales objetivos era lograr que los oficiales realistas se
pasaran a las filas patriotas. Juan José Campero, marqués de Yavi y dueño
de extensas posesiones en Jujuy, fue uno de los que cayeron en la trampa.
La que se encargó de la tarea fue Juana Moro de López, jujeña casada con
un oficial de la revolución, residente en Salta. Era tan influyente que logró
comprometer a Campero y a otros oficiales realistas para que se pasaran en
medio de la inminente batalla, huyendo con la caballería, maniobra que eje-
cutaron. Descubierta por los españoles, Juana fue condenada a morir empa-
redada en su propia casa, cuyas puertas y ventanas tapiaron. Unas vecinas
realistas se compadecieron, horadaron la pared y la salvaron de una muerte

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

horrible, privada de agua y comida.

Otras audaces patriotas fueron Celedonia Pacheco de Melo, Magdale-


na Güemes de Tejada, Juana Torino, María Petrona Arias y Andrea Zenarruza.
Se hizo célebre Loreto Sánchez de Peón, que corría de Salta a Jujuy y de
Jujuy a Orán en todas las invasiones, disfrazada de paisana joven, con las
informaciones cosidas en el ruedo de su pollera. Todas eran hábiles en su
propósito “de transmitir –decía Pezuela- las ocurrencias más diminutas del
ejército.” Según Bernardo Frías, “algunas llegaron hasta el extremo de en-
trar en pendencias de amores, aunque con la discreción necesaria, si eran
gente de calidad, para seducir oficiales, y si eran de la plebe, para hacer
desertar soldados o tomar revelaciones”. Estos episodios se sucedieron a lo
largo de varios años, en las numerosas invasiones realistas, que pretendían
sojuzgar a las provincias del norte para marchar desde allí a Buenos Aires y
Montevideo.

Párrafo aparte merece Magdalena Güemes de Tejada, la hermana


del jefe de las guerrillas de Salta. Conocida con el apodo de Macacha, tuvo
patrióticas iniciativas como cuando, tras la revolución de Mayo, convirtió su
casa en taller de costura para confeccionar la ropa para los soldados de la
partida de observación organizada por su hermano. Desde entonces fue su
más entusiasta colaboradora y supo sacar partido de su posición y su inteli-
gencia para desempeñar tareas arriesgadas cada vez que los realistas ocu-
paban Salta. Elegido Güemes gobernador, ella fue el verdadero ministro de
su hermano. “Se cuenta que la confianza de Güemes llegó al extremo de que,
en cierta oportunidad, ella debió poner en el mando a un jefe de milicias en
representación de su hermano y que lo hizo con aplomo, recorriendo las filas
a caballo, arengando a la tropa y blandiendo su abanico a guisa de espa-
da.”1 4

Doña Pepa, la Federala, fue otro de los soldados con faldas que pasaron
a las crónicas gracias a su prolongada actuación en las filas. Llegó a ser alférez
graduada de caballería de los ejércitos rosistas. En 1844 presentó una solicitud
de ajuste de sueldos y otorgamiento de premios en razón de los servicios pres-
tados. Declaraba ser viuda del sargento mayor Raimundo Rosa, muerto en 1820
en Cañada de la Cruz. Ella había servido a la patria desde 1810. En 1839 estuvo

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en la acción de Chascomús y en 1840 sirvió en Entre Ríos a las órdenes de
Pascual Echagüe, llevando veintiséis voluntarios bajo sus órdenes. Fue bombera
en las trincheras de Lavalle donde, al ser descubierta, la raparon y sentenciaron
a muerte, logrando escapar. Participó en la batalla de Sauce Grande, librada
entre fuerzas de Lavalle y Echagüe. Allí fue herida y conducida a Paraná, de
donde pudo pasar a la provincia de Buenos Aires, incorporándose al regimiento
mandado por Vicente González, apodado “Carancho del Monte”, que participó
en la campaña de Oribe contra Lavalle. En Quebracho Herrado, donde Oribe
fue vencedor, Josefa, convaleciente de sus heridas, se hizo cargo del hospital de
sangre. Continuó hasta la derrota de Lavalle en Famaillá y posteriormente se
trasladó a Buenos Aires, desde donde dirigió a Rosas la nota mencionada, que
firmaba “Doña Pepa la Federala”.

A propósito de este personaje, el general José María Sarobe, en su libro Urquiza,


apunta que “las mujeres soldados acompañaron en gran número a los ejércitos de Rosas,
siendo ardientes propagandistas del sistema encarnado en la persona del “Ilustre Restaura-
dor de las Leyes”, cuya causa sirvieron siempre con fe ciega y devoción religiosa.Algunas
de estas mujeres, astutas y hábiles, familiarizadas con la vida militar y hechas a sus riesgos y
penurias, hacían de “bomberas” introduciéndose en los campamentos del enemigo y sedu-
ciendo a la tropa para propalar noticias falsas o rumores alarmantes, conseguir así la
deserción y conmover la moral de los hombres.Algunas de ellas rivalizaron con los solda-
dos en el desempeño de los deberes militares y, por su actuación distinguida en acciones de
guerra o misiones arriesgadas, obtuvieron grados de oficial.”1 5

“No eran así seguramente –son conceptos del general Paz en sus Memorias- los
ejércitos que mandaba el general Belgrano y últimamente nos ha dado ejemplo Urquiza,
que hizo su invasión a Corrientes en 1846 sin llevar en su ejército una sola mujer.” En efecto,
la orden del día 28 de junio de 1843, en su artículo 2º decía: “Se previene al ejército que no
podrá seguirle ninguna mujer, bajo ningún pretexto”.1 6

Sin embargo, el propio Paz debió admitir después de Caaguazú que, mortifi-
cadas sus tropas por el calor y la falta de agua, fueron las mujeres las que se encar-
garon espontáneamente de esta operación (transportar agua a la línea de guerrillas),
“y aunque habían pasado muchas contraviniendo mis órdenes, pues las había man-
dado quedar al otro lado del río Corrientes, tuve que capitular y permitirles seguir en
su utilísima operación.”1 7 No obstante esto, había quedado firme su convicción de que

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

las mujeres “eran el cáncer de nuestros ejércitos”.

Sarmiento también opinó sobre la presencia femenina en las filas: “Las mu-
jeres –decía-, lejos de ser un embarazo en las campañas eran por el contrario el
auxiliar más poderoso para el mantenimiento, disciplina y servicio de las
montoneras. Sirven en los ejércitos para hacer de comer a los soldados, repa-
rarles sus vestidos, cargar las provisiones y equipos, guardar las caballadas du-
rante el combate y aumentar la línea o fingir reservas cuando es necesario. Su
inteligencia, su sufrimiento y su adhesión sirven para mantener fiel al soldado,
que no puede desertar o no quiere teniendo en el campo todo lo que ama.
Fructuoso Rivera no deja jamás a las mujeres de los soldados atrás. Es el padri-
no de todos los nacidos y el compadre de todos sus jefes y soldados. Las muje-
res vestían uniforme, más completo que el de los hombres, por cuanto servían de
almacén, de depósito para transportarlos.

El general Lavalle estuvo alojado ocho días en la estancia del doctor Vélez.
Tenía ciento veintiséis mujeres en su regimiento, todas con morriones de pena-
cho rojo, altos como se usaban entonces y tan completamente equipadas, que
formaban a la izquierda del regimiento con la mayor compostura.” Aclaraba
además Sarmiento: “En Caseros cayó prisionera la chusma del cacique Catriel,
pues los indios, de quienes nos viene esta costumbre, llevan sus mujeres y ocu-
pan éstas la retaguardia con sus caballos.”1 8

La Conquista del Desierto

Como sucedió muchas veces en las guerras de la independencia y civiles, las tropas
que emprendieron la lucha contra los indios fueron acompañadas por sus familias. Los
cronistas de esta epopeya destacaron, en páginas inolvidables, la abnegación de las com-
pañeras de los soldados, que impidieron la deserción de hombres mal pagados, ex-
puestos a los peligros, al hambre y a todas las necesidades imaginables. Ellas
iban tras la tropa o quedaban solas en los fortines, debiendo muchas veces hacer
frente a los ataques de los temibles enemigos, improvisar comidas y curar heri-
das y enfermedades. Fueron las fundadoras de pueblos a lo largo de intermina-
bles trayectos y manejaban el fusil y la lanza con destreza y valentía. Eran las
fortineras, las vivanderas, las curanderas, las que simbolizaban el hogar lejano o

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ilusorio, el sostén de las familias trashumantes. Estuvieron presentes en todos los
lugares donde fue necesario disputar la tierra a sus dueños primitivos y fueron
codiciadas por los guerreros indígenas como botín de guerra, lo mismo que el
ganado, las armas y el alcohol. Vivían en la frontera, la mítica “tierra adentro”,
cambiante según los azares de la guerra, y acompañaron a las tropas en sus
marchas o en la vida de fortín.

Entre estos personajes singulares se recuerda a Isabel Medina, heroí-


na de la batalla de La Verde durante la revolución de 1874, encabezada por
Bartolomé Mitre contra el presidente Nicolás Avellaneda. Los rebeldes ha-
bían sitiado a las fuerzas nacionales en una estancia de Mercedes. El 6 de
infantería, al mando del coronel José Arias, quedó sin cartuchos. Isabel, con
riesgo de su vida, arrastró varios sacos de municiones y, como publicó el
diario El Nacional, quiso apoderarse de la bandera enemiga al ver caer al
abanderado. Sólo las balas la hicieron retroceder. Informado el gobierno de
sus hazañas, le regaló una casita en la calle Viamonte y la ascendió a capita-
na de infantería, grado con el que figuraba en la lista del regimiento con
sueldo de tal. Montada en brioso caballo, con amplia pollera verde y lucien-
do en su chaqueta los galones de capitán, desfiló por la calle Florida junto a
las tropas leales. José S. Daza, quien refirió esto en su libro de recuerdos
Episodios militares, la encontró años después en Choele Choel, asegurán-
dole ella que extrañaba la vida de campamento. Más tarde la vio en la capi-
tal, como cuidadora de la casa de Sarmiento.1 9

Cuando en 1875 comenzó a construirse la famosa “zanja de Alsina”,


ideada por el ministro de guerra de Avellaneda con el propósito de unir las
comandancias y los fortines, se esperaba que la nueva frontera comprendie-
se los territorios ubicados entre Bahía Blanca, el río Quinto y Puán. Era un
plan ambicioso pero el efecto conseguido fue opuesto al buscado, lo que
hizo comprender al mismo Alsina que la guerra ofensiva era lo correcto. La
zanja fue abandonada después de construirse setenta leguas, pero quedaron
páginas del ingeniero francés Alfredo Ebelot que conmueven por sus des-
cripciones de la vida en la frontera y del espíritu de cuerpo que animaba
a las compañeras de los soldados, espíritu nacido, según él, cuando
dejaban los ranchos aislados en que vivían para incorporarse a los for-
tines. “Es muy raro –aseguraba- que una mujer cambie de batallón. Si

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

reemplaza a su marido con otro, lo que acontece con menos frecuencia


de lo que se cree, el nuevo titular llevará en el kepis el mismo número
que el antiguo.”2 0

María Teresa Villafañe Casal destacó la presencia femenina apoyándose en


las crónicas de la época. “La mujer del soldado –dice- vive por y para su mari-
do, desprovista de las debilidades y gustos exteriores de la mujer del medio
urbano... Si marcha, está a su lado, si pelea, está cerca y lo defiende, y si lo
castigan por faltas de servicio consigue, a fuerza de rogar, el alivio de la pena.”2 1

Eduardo Gutiérrez, en Croquis y siluetas militares, no es menos elo-


cuente cuando evoca al legendario personaje de la negra Carmen, sargen-
to primero con faldas a quien llamaban “Mama Carmen”. Este autor vivió la
experiencia de la milicia y supo contarla con realismo, como demuestra este
episodio. Durante la revolución mitrista contra Avellaneda, ya mencionada,
Gutiérrez estaba en el regimiento 2 de caballería, llamado para sofocar la
rebelión. El coronel Hilario Lagos marchó con sus tropas abandonando la
frontera y dejando a Carmen Ledesma a cargo del fuerte General Paz, que
guarnecía ese punto de la línea. Como los indios merodeaban, ella tomó sus
precauciones: hizo vestir uniforme a las mujeres, organizó la vigilancia y apron-
tó los cañoncitos que tenían. Cuando los indios, creyendo el fortín abando-
nado se lanzaron al ataque, los recibió una fusilería iniciada por Carmen, que
de inmediato disparó la artillería poniéndolos en fuga. Los persiguió a caballo
con los dos soldados enfermos que quedaron en el fuerte y apresó tres indios,
los que al llegar al fortín descubrieron con furia que allí sólo había un puñado de
milicas. De esta valerosa mujer contaba Gutiérrez que era capaz de cebar mate
a caballo y amasar unas increíbles empanadas usando las caronas como mesa.
Le tocó presenciar un episodio patético, digno de la tragedia griega: en un
combate, Ángel, el hijo de Carmen, fue lanceado y ella, tras feroz lucha
cuerpo a cuerpo, partió el corazón del indio con su puñal, le cortó la cabeza, la
ató a la cola de su caballo y la arrastró, en tanto transportaba el cadáver de su
hijo.2 2

Al comandante Manuel Prado, en su libro La guerra al malón, se deben


páginas apasionantes por la información y la habilidad narrativa de que hizo gala.
Contaba que el 9 de julio de 1877, como era de rigor en las fiestas patrias, se

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celebró en Trenque Lauquen con todo el fausto posible. Además de la emotiva
ceremonia efectuada a la salida del sol, hubo a lo largo del día carneada y asado,
carreras y palo enjabonado y, lo más esperado, baile para cerrar el festejo. La
banda del regimiento lo inició con una cueca y las mujeres fueron las reinas de la
fiesta, vestidas con sus mejores galas. Ellas, que como “fuerza efectiva” recibían
racionamiento, también tenían sus obligaciones: lavar la ropa de los enfermos,
cuidarlos y arrear las caballadas. Algunas eran capaces de amansar un potro o
bolear un avestruz pero disfrutaban las humildes fiestas como si concurrieran al
más elegante salón. “Eran toda la alegría del campamento y el señuelo que con-
tenía en gran parte las deserciones –escribió Prado-. Sin esas mujeres, la exis-
tencia hubiera sido imposible.”2 3

Así pasaron estas sufridas mujeres, mencionadas en crónicas, memorias,


informes y otros testimonios, presentes como colaboradoras de una epopeya
inolvidable. Eran familia de los miembros del ejército, cautivas blancas, cautivas
indias, milicas, cantineras, fortineras, pobladoras de la salvaje frontera, que vi-
vieron peligrosamente hasta fines del siglo XIX. Respecto de ellas, escribió
Eduardo Ramayón, en El fortín en la guerra contra el indio, que compartían
las mismas condiciones del soldado y “como él, sufrían prisión, corta o larga,
según la falta cometida.”2 4 Estas mujeres recibían una parte del racionamiento
del soldado, suprimida cuando desapareció el problema del indio.

Carmen Funes de Campos, “La Pasto Verde”, merece, por su guape-


za, capítulo aparte. En el libro de Ramayón citado anteriormente se cuenta que
esas mujeres tenían nombres pintorescos, por los que todos las conocían. “Cuan-
do tenían que ser anunciadas, el sargento de guardia, con toda naturalidad, co-
municaba al oficial que “La Polla Triste”, “La Botón Patria” o “La Pasto Verde”
pedían licencia para entrar, o que “La Pastelera” y “La Pocas Pilchas” se habían
peleado y promovido escándalo”. Otros nombres graciosos eran “La
Trenzadora”, “Luz Linda”, “La Siete Ojos” y “Mamboretá”. Algunas eran cu-
randeras, como “Mama Culepina”, la araucana que mereció ser el personaje de
la obra de Enrique García Velloso interpretada a principios del siglo XX por la
gran actriz Orfilia Rico.

En cuanto a Carmen Funes, llamada “La Pasto Verde”, autoridades,


instituciones y pueblo de Neuquén erigieron en Plaza Huincul, en 1965, un

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monolito con placa recordatoria que la recuerda, lo mismo que a todas las
mujeres que ayudaron a concretar la conquista del desierto. Había ido a la
guerra del Paraguay acompañando a su marido, y después se sumó a las
fuerzas que combatieron a los indios. Participó en la fundación de Carhué,
Puán, Trenque Lauquen, fortines que darían origen a pujantes poblaciones.
Se estableció en Neuquén, adonde la llevará la campaña del general Roca
en 1879, y allí falleció en 1917. Esta valerosa mendocina tuvo su rancho
junto a la vertiente que brotaba en el fondo de un barranco, donde se dete-
nían los viajeros, a los que brindaba generosa hospitalidad. Con el tiempo se
convirtió en una figura legendaria, cantada por poetas y músicos.2 5

Es nutrida la literatura sobre las esforzadas chinas fortineras, especialmente


en la parte testimonial, que retrató el sacrificio de esas mujeres llegadas de todos
los rincones del país. Las elocuentes palabras de un autor reflejan el espíritu
justiciero con que, a la distancia, se ha reivindicado a quienes supieron estar a la
altura de los más difíciles momentos.

“Debo un recuerdo a las pobres mujeres del regimiento –escribió Eduardo


Ramayón-; yo no he olvidado sus servicios y he sido testigo de la abnega-
ción de aquellas infelices. Había mujeres de todas las provincias argentinas,
viejas y jóvenes, en número de cuarenta y cinco, más o menos; unas casadas
por la iglesia, y otras detrás de la puerta. Sus viviendas, un rancho con un
cuero de puerta; por todo racionamiento recibían una libra y media de carne
y alguna onza de arroz, lo que unido a la parte del marido, cuando estaba
presente en el campamento, les permitía mantenerse durante el día, ayudán-
dose con un mate amargo... El agua y la leña las traían desde lejos, y siem-
pre con sus hijitos a cuestas. Durante el año lavaban la ropa de la tropa a
cambio de una parte de la quincena, que consistía en yerba, jabón, tabaco
muy malo y dos pliegos de papel de fumar.”2 6

Las Modernas Guerreras

Pasaron desde entonces muchos años y transcurrió gran parte del siglo XX
sin la presencia femenina en las fuerzas armadas. Sin embargo, el ejemplo de
otros países y las guerras que se sucedieron determinaron que aquí se abriera

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paso la idea de que las mujeres podían desempeñar funciones en el ámbito cas-
trense, especialmente en el terreno profesional. La punta de lanza fue la incorpo-
ración de mujeres docentes en el Colegio Militar de la Nación. Esto ocurrió a
partir de 1965 y fue un llamativo cambio en las pautas que habían regido hasta
entonces. Tanto los jefes como los alumnos del colegio debieron acostumbrarse
a que un territorio, hasta entonces netamente masculino, se viera modificado en
su esencia sexista.

Debido a la repercusión que tuvo entre nosotros la segunda guerra mundial,


en 1941 fue presentado un proyecto de ley de servicio militar obligatorio para
ambos sexos, sin otra limitación, en cuanto a la mujer, que su aptitud para el
desempeño de las tareas correspondientes. Quedó sólo en proyecto.

En 1960 fue creada, por decreto, la Escuela de Enfermeras del Ejército. El


resto de las fuerzas armadas iba a acompañar la iniciativa de la incorporación de
mujeres a sus filas como oficiales y suboficiales en el Cuerpo de Sanidad Militar.
Tuvieron el bautismo de fuego, por así decirlo, en la guerra de las Malvinas, y
participan en misiones de paz de las Naciones Unidas como compromiso de las
fuerzas armadas ante esa organización.

Fue haciéndose evidente que la incorporación de las mujeres al Ejército


Argentino procuraba satisfacer una demanda imperativa de la sociedad en cuan-
to a la igualdad de oportunidades. Este tema fue estudiado ampliamente en los
Estados Unidos y otros países, como España, donde las mujeres se incorpora-
ron a las filas en 1978, analizándose prolijamente el pro y el contra de la situa-
ción. En la revista española Ejército se escribió: “La incorporación de la mujer
irrumpe en la estructura militar rompiendo una tradición de siglos. Sigue viéndo-
se al sexo femenino como el elemento al que hay que apoyar y defender, que
tiene su lugar en la familia y sobre todo se le asigna el papel de “la dama”.2 7

Después de la guerra del Golfo, donde murieron muchas mujeres en com-


bate, en los Estados Unidos fue incorporado más personal femenino al que ha-
bilitaron como pilotos de caza y tripulantes de buques de guerra. A partir de
entonces, tanto el hombre como la mujer son allá soldados voluntarios y profe-
sionales.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

En otros países y aquí hay aspectos muy importantes considerados para la


inclusión de mujeres en el ejército, entre ellos el dilema de su presencia en pues-
tos de combate, su grado de eficiencia, el mantenimiento de la disciplina y sus
particularidades fisiológicas, en especial lo que se refiere a la maternidad. Es un
desafío enorme para la mujer si se considera que la Convención de Ginebra ha
establecido que las personas no combatientes son los médicos, el personal de
sanidad y los religiosos, vale decir que el resto, hombres y mujeres, son comba-
tientes y deben ser tratados como prisioneros de guerra en todos los casos, en la
retaguardia o en primera línea.

La mujer ha sido excluida de las armas de infantería y caballería y su incor-


poración al Cuerpo Comando es dudosa debido a que no hay parámetros para
medir capacidades físicas y efectividad militar. Además, depende de las pautas
culturales sostenidas por una profesión ejercida tradicionalmente, y durante si-
glos, por hombres. En West Point se ha estudiado el problema detalladamente
pero no hay todavía conclusiones definitivas que puedan ser aceptadas por to-
dos los interesados. En una publicación de los Estados Unidos se reprodujo una
original teoría de la antropóloga Margaret Mead. Afirmaba que la negación his-
tórica de dar armas a las mujeres sería no porque se rehúsen a poner el “poder
de matar” en manos de las que dan la vida, sino más bien porque las mujeres que
matan son más implacables y menos sujetas a las reglas de la caballerosidad,
con lo cual “los hombres tratan de enmudecer el salvajismo de la guerra”.2 8 El
mismo autor opina que “La mujer en el ejército contribuirá decisivamente a in-
crementar la calidad de los recursos humanos disponibles. Permitirá encauzar
vocaciones militares masculinas a funciones más afines al combate, explotando
adecuadamente las capacidades y las inclinaciones del hombre que desee incor-
porarse a una fuerza armada.”

Las Primeras Militares Argentinas

La Armada Nacional fue pionera en la habilitación de la carrera de las armas


para las mujeres, pues creó el Liceo Naval Militar en la provincia de Salta en el año
1976 y la Escuela de Enfermería en 1981. En 1982 egresaron de la escuela Naval
Militar las primeras mujeres oficiales. El 28 de enero de ese año se incorporaron a la
Armada, recibiendo los despachos correspondientes. Dos pertenecían al escalafón

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de ingeniería química, una a electrónica y una era licenciada analista de sistemas. Su
alta capacidad técnica les permitió asumir delicadas tareas dentro del complejo en-
granaje de la marina militar. Simultáneamente, la marina mercante capacitaba a las
primeras oficiales femeninas que por entonces egresarían para lanzarse a la vida del
mar, emulando a las antepasadas que, en los viajes por aguas desconocidas asom-
braban al mundo de los siglos XVI y XVII con sus audaces travesías junto a los
descubridores y conquistadores, demostrando ser expertas navegantes capaces de
asumir el mando de un barco cuando las circunstancias lo exigían.

Por su parte, el Ejército incorporó a sus cuadros, en forma orgánica e


institucionalizada, a sesenta y cinco mujeres con el grado de tenientes en comisión,
que eran cursantes médicas, bioquímicas, odontólogas, farmacéuticas y analistas de
sistemas. El acto de incorporación se realizó en Campo de Mayo, en la Escuela del
Cuerpo Auxiliar Femenino del Ejército, construida en pocos meses. El acto de pro-
moción de las primeras egresadas tuvo lugar en julio de 1982. Desde el año anterior,
las mujeres estaban incorporadas, con grado militar, a la Escuela de Suboficiales de
los Servicios de Apoyo de Combate General Lemos (ESSPAC).

En 1989 se creó la Escuela del Cuerpo Profesional Femenino para oficiales y subofi-
ciales, y en 1992 empezó a funcionar la Escuela Militar de Oficiales de los Servicios para
Apoyo de Combate (EMOSPAC). Apartir de entonces funcionaron separadamente las
escuelas de oficiales y suboficiales, integrada cada una por alumnos de ambos sexos, a
diferencia de la primera, donde estaban separados.

En 1996 tuvo lugar en el seno del Ejército un hecho de enorme importancia:


se suprimió el servicio militar obligatorio creándose el Servicio Militar Voluntario
por medio de la Ley 24.429, con una salvedad de orden constitucional, ya que
se aclaraba que, en caso de no cubrirse la cantidad de efectivos necesarios se
podría convocar a los ciudadanos a las filas. Dos años atrás se había propuesto
al gobierno, dentro del programa de voluntariado, que se incorporase a mujeres.
El entonces jefe de Estado Mayor, teniente general Martín A. Balza, se reunió
con los jefes de la Armada y de la Fuerza Aérea para conformar un proyecto
único y, después de un estudio a fondo de la propuesta, se llegó a la resolución
definitiva. Los analistas de estos temas, entre ellos Rosendo Fraga, opinaron
que era apropiado reclutar mujeres para misiones complementarias de apoyo,
pero no de combate. La experiencia de países como Rusia e Israel mostraban

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

que las mujeres en unidades de combate no cumplían con las expectativas y


ninguno de los consultados creía que el reclutamiento para tareas específicas de
artillería, infantería o blindados fuera conveniente. 3 0 Lo cierto es que en 1996
egresó la primera mujer piloto del Ejército, dato que se señala como significativo.

En el año 1980 la Fuerza Aérea incorporó a su cuadro permanente personal


femenino en la especialidad de Policía Aeronáutica Militar, y luego enfermeras e
integrantes del Cuerpo de Apoyo de Operaciones y Técnico. Al año siguiente se
ampliaba a las especialidades de Protección de Vuelo y Comunicaciones. Den-
tro de esta órbita hay que mencionar que, a fines de 2000, un grupo de 45
aspirantes al ingreso a la Escuela de Aviación de Córdoba se presentaba a rendir
las pruebas correspondientes junto a 450 varones. Esta institución fue creada en
1912 y, por primera vez, las mujeres intentaban compartir con los hombres la
riesgosa carrera. En cuatro años de estudio podían llegar a ser pilotos de com-
bate si tenían la suerte de aprobar los exigentes estudios, aunque sólo ingresarían
105 aspirantes en total. De esa primera camada, cuatro meses después, doce
cadetas del escalafón de Comando recibieron sus uniformes y sables en una cere-
monia celebrada en la Escuela de Aviación Militar.3 1

Las etapas se fueron cumpliendo y el 27 de mayo de 2005 realizó su viaje


inaugural la primera piloto de guerra argentina. Ese día Débora Pontecorvo co-
mandó sola un avión Mentor y realizó a la perfección los movimientos de rigor,
ante la admiración de sus jefes y compañeros, y el orgullo de su padre y herma-
no, también aviadores. De las veinte jóvenes que ingresaron en 2001, sólo tres
se convirtieron en las primeras cadetas de la Fuerza Aérea y sólo ella llegó a
piloto militar.3 2

Como afirmación de este avance femenino en las carreras militares puede


mencionarse un hecho relevante, y es la incorporación de 82 mujeres al Batallón
de Operaciones Electrónicas 601 con asiento en City Bell, en enero de 1995.
Sería ésta la primera unidad operacional del Ejército operada por esas mujeres,
elegidas entre 234 aspirantes que contaban entre 18 y 24 años, para realizar su
adiestramiento, que les permitiría especializarse como operadoras de equipos
de comunicaciones y electrónicos y como conductoras motoristas de camiones
grúas, jeeps, Unimog y toda clase de vehículo militar. Ésta fue una prueba piloto
para que en el futuro la mujer pudiera incorporarse a unidades de combate,

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como caballería, blindados o infantería. Las que se incorporasen en otros cuar-
teles, desempeñarían tareas no operacionales en sanidad, intendencia u otros
destinos.3 3

A casi un año de la instauración del Servicio Militar Voluntario en el país, uno de


los cambios más notables fue la incorporación de la mujer a los cuarteles. Se recono-
ció en esta decisión no sólo la capacidad femenina para ser soldado sino el
protagonismo que le cabe y lo bueno que aporta a un ámbito donde los hombres
fueron siempre mayoría. En ese momento, comienzos de 1996, se informó que las
oficiales, suboficiales y voluntarias constituían el seis por ciento del efectivo total de la
fuerza, índice equivalente al de Gran Bretaña y superior al de Francia (3 por ciento)
y al de España (1 por ciento). Era inferior al de Estados Unidos (12 por ciento) e
Israel (13 por ciento). El éxito de la medida hacía suponer que en 1997 podrían
acceder al Colegio de la Nación y convertirse en oficiales del Cuerpo de Comando
y de aquellos servicios sólo reservados a los hombres hasta entonces.3 4 Esta pers-
pectiva se hizo pronto realidad y en diciembre de 2000 las primeras trece subtenientes
recibieron sus diplomas, con la posibilidad de continuar hasta llegar a generales. En el
transcurso de la carrera demostraron que los sacrificios que les imponía no las habían
acobardado, y si el elegante uniforme de salida incluía chaquetilla y falda, el de ins-
trucción era igual al de los varones, lo mismo que los extenuantes ejercicios.3 5

Las mujeres se integraron también al Regimiento de Granaderos a Caballo,


donde cumplen tareas administrativas, de enfermería o servicios de Policía Militar.
Pueden practicar equitación pero no participar de las formaciones. Usan un uniforme
de ceremonial compuesto de chaquetilla y pollera larga cruzada. Al presente (2004)
hay diecinueve granaderas.

Como cierre de esta reseña quiero referirme a una mujer. Sin ser militar ha
seguido una singular carrera y la ejerce con solvencia en el orden local e interna-
cional. Se trata de la argentina Virginia Gamba, licenciada en estudios latinoame-
ricanos, diplomada en filología y master en Estudios Estratégicos. Es directora
del Instituto de Investigaciones para la Paz y la Seguridad Safer-África. Estudió
en Córdoba, La Paz y Salamanca. Fue profesora de la cátedra de Estrategia en
las Escuelas Superiores de Guerra del Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y la
Gendarmería, el Instituto de Servicio Exterior Argentino, las Universidades del
Salvador y Belgrano, la Universidad de Maryland, y la Escuela Superior del

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

Ejército de los Estados Unidos. Ha sido asesora del Estado Mayor Conjunto,
directora del Centro de Altos Estudios Estratégicos del Ministerio de Defensa,
investigadora de conflictos en la Organización de Security Archives de Washing-
ton y pertenece al Instituto de Estudios Estratégicos de Londres. Ha publicado
artículos y libros, en inglés y castellano. Algunos sobre la guerra de las Malvinas.
Trabaja en la asistencia a gobiernos, organismos internacionales y sociedades
civiles para la administración de la paz, la seguridad y el desarrollo. Reside en
Pretoria, Sudáfrica.3 6

Las Mujeres en el Siglo XX

Injusto sería terminar este esbozo sobre las mujeres que participaron de
distintas maneras en las luchas del siglo XIX dejando de lado a las que en el siglo
XX lo hicieron en temas relacionados con la afirmación de nuestra soberanía.
Uno de estos temas tiene que ver con la Antártida y queremos recordar que
cuatro mujeres, pertenecientes al Museo Argentino de Ciencias Naturales, rea-
lizaron en 1968-1969 estudios científicos de alto valor en aquella zona. Hubo
otras intrépidas investigadoras que visitaron las bases argentinas de los hielos,
viajando en los rompehielos y en avión. Pero fue en la guerra de las Malvinas, en
1982, cuando algunas mujeres arriesgaron su vida, embarcadas en buques de

1
ENRIQUE UDAONDO. Diccionario histórico argentino, Buenos Aires, Institución Mitre,
1938, p. 811.
2
MANUEL J. SANGUINETTI. San Telmo y su pasado histórico, Buenos Aires, Ediciones Repú-
blica de San Telmo, 1965, p. 60.
3
VICENTE FIDEL LÓPEZ. Historia de la República Argentina. Su origen, su revolución y su
desarrollo político hasta 1852, Buenos Aires, Editorial Sopena, 1938, t. 1, pp. 55-57.
4
ADOLFO P. CARRANZA, Patricias argentinas, Buenos Aires, “Sociedad Patricias Argentinas
Dios y Patria”, 1910.
5
EFRAÍN U. BISCHOFF, Historia de rebeldías (y otras historias), Córdoba, Alción Editora,
1994, pp. 55-57.
6
GREGORIO ARÁOZ DE LAMADRID, Memorias del general... Campo de Mayo, Biblioteca del
Suboficial, t. I, p. 57.
7
REYNALDO A. PASTOR, San Luis. Su gloriosa y callada gesta. 1810-1967. Buenos Aires,
Bartolomé U. Chiesino, 1970, p. 60.
8
BARTOLOMÉ MITRE, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, Buenos Aires.
9
Ibídem.

37

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10
PACHO O‘DONNELL. Juana Azurduy, la tenienta coronela. Bs. As., Planeta, 1994. Estela
Bringuer, Juana AZURDUY, teniente coronel de las Américas, Buenos Aires, AZ Editora,
1976.
11
DIEGO ABAD DE SANTILLÁN, Gran Enciclopedia Argentina, Buenos Aires, Ediar, 1963, T.
VIII, p. 300. J. Catalina Pistone, “La sargento mayor María Remedios del Valle”, Gaceta
Literaria de Santa Fe, Nº 100, 21/6/1998.
12
LILY SOSA DE NEWTON, Diccionario biográfico de mujeres argentinas, Buenos Aires, Plus
Ultra, 1986.
13
En su Historia del general don Martín de Güemes y de la Provincia de Salta o sea de la
revolución de 1810 BERNARDO FRÍAS dedicó muchas páginas a las mujeres, especialmente
en el capítulo “Las mujeres en la guerra”. Salta, Imprenta y Librería de L. Ortiz Portillo,
1911, T. III, p. 154 y sigs. Véase Vitry, Mujeres salteñas, Salta, Víctor Manuel Hanne,
2000.
14
FRÍAS, ob. cit.
15
JOSÉ MARÍA SAROBE, Urquiza, Buenos Aires, Comisión del Monumento al Capitán Gene-
ral Justo José de Urquiza, T. I, p. 320.
16
JOSÉ MARÍA PAZ, Memorias. Guerras civiles, Buenos Aires, T. II, Anaconda, s/f, p. 40.
17
Ibídem.
18
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO, Juicios sobre la mujer, en Conflictos y armonías de las
razas en América, T. XXXVIII de las Obras.
19
JOSÉ S. DAZA, Episodios militares, Buenos Aires, Vicente Daroqui, 1908.
20
ALFREDO EBELOT, “La mujer del soldado”, en Frontera sur. Recuerdos y relatos de la
campaña del desierto, 1875-1879, Buenos Aires, Guillermo Kraft, 1978.
21
MARÍA TERESA VILLAFAÑE CASAL, La mujer en la pampa (siglos XVIII y XIX), e/a, La Plata,
1958.
22
EDUARDO GUTIÉRREZ, Croquis y siluetas militares, Buenos Aires, Hachette, 1956.
23
COMANDANTE MANUEL PRADO, La guerra al malón. 1877-1879. Buenos Aires, EUDEBA, 1960.
24
EDUARDO RAMAYÓN. El fortín en la guerra contra el indio, en el avance de la civilización y
en la conquista del desierto, Buenos Aires, Kraft, 19l4.
25
JUAN MARIO RAONE, Fortines del desierto, Buenos Aires, Biblioteca del Suboficial, 1969,
T. i.
26
TTE. CORONEL GUILLERMO PECHMAN. El campamento 1878. Algunos cuentos históricos de
fronteras y campañas, Buenos Aires, 1980, EUDEBA, 1980.
27
Revista de la Escuela Superior de Guerra Tte. Gral. “Luis María Campos”, Nº 521, Buenos
Aires, abril-junio 1996, “Women in National Service”, USA, Teacher College Record,
1972. Ver revista española Ejército, noviembre 1995.
28
TTE. CNEL. EDUARDO HORACIO CUNDINS, “Mujer y militar”, en Revista de la Escuela Supe-
rior de Guerra, Nº 521, abril-junio 1996.
30
La Nación, Bs. As., 25/6/1994.
31
JIMENA MASSA, “Las mujeres buscan su espacio como pilotos de combate”, La Nación,
Bs.As., 1/2/2001. ORLANDO ANDRADA, ”Recibieron uniformes y sables las primeras mujeres
del aire”, La Nación, 20/5/2001.
32
ORLANDO ANDRADA, “Levantó vuelo la primera piloto de guerra del país”, La Nación,

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

28/5/2005. Marta Platía, “Una chica de ciudad Evita es la primera piloto militar de la
Argentina”, La Nación, 28/5/2005.
33
JORGE O. MANCHIOLA, “Un batallón sólo para mujeres en City Bell”, La Nación, 27/2/
1995.
34
TTE. GRAL. MARTÍN A. BALZA, “En 1997, la mujer en el Colegio Militar”, La Nación, 23/1/
1996.
35
CAROLINA RAVIER, “Las chicas van al frente”, Revista Clarín, 20/7/1997.
36 LILY SOSA DE NEWTON, Diccionario biográfico de mujeres argentinas. 4ª edición au-
mentada, en preparación.
37 ALFIO A. PUGLISI. Faldas a bordo, Buenos Aires, Instituto de Publicaciones Navales
Editores, 2006. Este original libro de reciente publicación contiene un exhaustivo
relevamiento de mujeres que, a lo largo del tiempo y en todos los países, tuvieron que ver
con hechos de guerra, viajes, organismos militares, historia, literatura, etc., relaciona-
dos con el mar y los ríos.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA
Y LAS MUJERES

Prof. Fernando Devoto

Agradezco la invitación -para mí sorprendente- primero, por estar en este


edificio Libertador y, segundo, por tratar temas de la historia de las mujeres. Mi
primera prevención es la referida a los límites de lo que yo pueda decir. Quizá,
por un problema de género, nunca he pensado la historia argentina en esos te-
mas. En las últimas décadas, en las últimas tres décadas más o menos, los histo-
riadores han comenzado a ocuparse de otros temas, de otras dimensiones, no
visibles en la historia tradicional que era una historia ciertamente masculina, una
historia de héroes, una historia de personajes notables. Así, recientemente, la
historia de las mujeres ha adquirido un peso importante pero también la historia
de los sectores populares, la historia de los grupos étnicos, la de las minorías en
general . Yo creo que este movimiento es muy positivo en tanto es un movimiento
hacia una historia más integral.

Ahora también creo que hay otros motivos -y sobre esos otros motivos yo
tengo un poco más de reserva-, que se refieren no tanto a la reconstrucción
integral del pasado sino a la construcción de una memoria. No tengo reserva
sobre la construcción de la memoria: memorias oficiales, memorias alternativas,
la memoria de lo que no tienen voz, etc., sino que creo que ésa no es la tarea del
historiador. La tarea del historiador es intentar comprender del modo más com-
plejo posible un pasado que es el mismo mucho más complejo que lo que se
pensaba en el pasado y esa labor debe ser enfocada desde un punto de vista
universal o si se prefiere general y no desde una mirada particular. Por otra
parte, el historiador no es ni el testigo ni el político (aunque pueda ser ambas
cosas y quizás deba serlo, pero no en tanto que historiador), su papel es com-
prender más que juzgar, es (en términos de Todorov) rememorar no conmemo-
rar. Es criticar los mitos no construirlos. La historia es o aspira a ser un conoci-

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miento científico con todos los límites que podamos asignarle a esa expresión y
que busca la verdad por inasible que esta sea.

Dicho esto, efectivamente, tenemos que introducir, no sé si la perspectiva


de las mujeres porque eso lo dirán las mujeres, sino a las mujeres en la historia.
Ellas han tenido un papel protagónico que a menudo ha sido soslayado porque
no aparecían tan frecuentemente en la historia pública y en los documentos ofi-
ciales del pasado. Sin embargo quisiera recordar que la historia de las mujeres
no puede ni debe escindirse de esa historia general sino integrarse plenamente en
ella. Quisiera recordar una anécdota, de un gran historiador francés, Fernand
Braudel. Cuando otro gran historiador, Emanuel Le Roi Ladurie terminó su tesis
de doctorado que se llamaba “Los Campesinos del Languedoc, y se la llevó a
Braudel éste le dijo: “Está muy bien pero ahora la tienen que estudiar los campe-
sinos porque no hay campesinos sin señores”. Es como decir, en mi caso que
estudio los inmigrantes, que no hay inmigrantes sin nativos o que hay empresa-
rios sin trabajadores. Así, no hay mujeres sin hombres. Entonces, bienvenida la
perspectiva de género pero recordando que lo fundamental es estudiar las rela-
ciones entre las personas o las relaciones entre grupos sociales , con la aspira-
ción de encontrar en esta complejidad de la interacción de los actores, una his-
toria más libre de determinismos a priori.

Dicho esto, lo que yo quisiera preguntar aquí bastante brevemente es cuá-


les fueron las condiciones que llevan a las mujeres, desde 1900 hasta hoy, a
desempeñar todavía un papel limitado y todavía secundario en tantas cosas,
aunque actualmente mucho más importante que en el pasado. Evidentemente no
es una pregunta acerca de las personas notables, héroes o heroínas acerca de
esos pocos sobre los que han centrado su atención los historiadores del pasado.
Por el contrario es preguntarse por las personas corrientes, anónimas que tam-
bién hacen y viven los avatares de la historia. Es preguntarnos por esas dimen-
siones profundas, más de larga duración pero a la vez por esas dimensiones de
la cotidianeidad, del día a día que ocupa la inmensa mayoría del tiempo de todos
nosotros.

Entonces, la primera observación, sería una observación demográfica. En


1891, ¿cuál era la expectativa de vida?: 40 años. ¿Cuál era la cantidad de hijos
promedio de una familia?: 7. Pongamos esas dos cosas en relación y pensemos

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

en el horizonte de algo que todos tenemos siempre escaso, que es el tiempo. Ese
horizonte de tiempo escaso es la primera limitación de las mujeres para una
participación activa y libre: muchos hijos, expectativa de vida relativamente cor-
ta, llegada al matrimonio relativamente joven. Si nosotros miramos hoy el último
censo del año 2001, vemos que la expectativa de vida es 74 años, la cantidad de
hijos por unión -ya dejamos de hablar de matrimonio- es de 2 a 4. Estos hechos
puramente demográficos contribuyen a crear las condiciones de posibilidad para
una presencia de la mujer en otra esfera que no es la esfera doméstica y familiar
sino la esfera del mundo del trabajo o de la vida pública.

La segunda condición de posibilidad , los segundos límites, son los econó-


micos que empujan a la presencia de la mujer en el mundo del trabajo, y es
necesario recordar que la emancipación de las personas es siempre una emanci-
pación a través del trabajo. Cuando se llega a la madurez, el trabajo crea ade-
más de otros espacios, otros lugares de sociabilidad que no son simplemente
laborales. Esa multiplicidad de espacio permiten otros contactos, otras relacio-
nes y ellas, en todos los planos, amplían las posibilidades de las mujeres no
reducidas ya al espacio familiar -sea la familia nuclear sea la parentela- y vecinal.
Refiriéndonos al mundo del trabajo, si nosotros nos detenemos hacia 1904, es
mucho menor que hoy (o que en el 2001) pero, de manera a primera vista
sorprendente es también mucho menor que en 1869. Usamos esas fechas por-
que en ellas tenemos relevamientos generales más confiables: el primer y el últi-
mo censo nacional de población y un censo de la ciudad de Buenos Aires (1904)

A partir de la situación descripta, algunos sociólogos hablan de una curva en


U que grafica que las mujeres participan más en el mercado del trabajo en el
siglo XIX, en el país antiguo digamos, participan menos desde fines del siglo
XIX hasta la primera guerra mundial y, luego, esa participación aumenta ince-
santemente, en especial desde la segunda mitad del siglo XX en un fenómeno
que no es solo argentino sino mundial. Si tomamos unos datos de la Ciudad de
Buenos Aires de 1904 vemos que las personas que declaran una ocupación son
315.000 hombres y 55.000 mujeres. Es decir, muchos más hombres que muje-
res en el mercado de trabajo. Podemos argumentar que a veces hay problemas
con los censistas, que éstos le preguntaban a la mujer cuál era su ocupación y la
mujer contestaba que era “su casa” “sus labores” que era lo que se esperaba
que dijese o incluso que en otras ocasiones era el censista el que automáticamente

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ponía esa definición o, finalmente, que la casa, los hijos eran lo que ocupaba más
tiempo en la vida de las mujeres pero no excluía la realización de trabajos, fue-
sen ellos en el ámbito del hogar, temporarios u ocasionales.

Pero de todas maneras sabemos claramente que hay una presencia mucho
más masculina en el mercado del trabajo. Si miramos un poquito a vuelo de
pájaro ese censo, hay algunas profesiones en las que las mujeres están muy
representadas y también otras poco calificadas en que son bien visibles: costure-
ras, 13.000 mujeres declaran esa ocupación; 11.000 declaran ser modistas;
11.000 declaran ser domésticas; 7.000 cocineras; 8.000 mucamas; 7.000 plan-
chadoras. Pero la gran mayoría, el 65%, no declara ninguna ocupación. Noso-
tros suponemos que estos datos, que muestran una presencia de la mujer en
trabajos poco estimados o poco prestigiosos, corresponde a su ubicación en la
jerarquía social de la época y que en ello influyen las percepciones dominantes
en la sociedad más que la concreta habilidad de las personas.

Sin embargo esa mirada cuantitativa no deja ver el conjunto al centrarse


solamente en los casos más numerosos. En este sentido, hay que recordar
que en ese mismo 1904 hay en Buenos Aires 9 médicas contra 910 médicos
varones pero ya hay más docentes femeninas que masculinos: 2.400 muje-
res contra 1.300 hombres. No se registra ninguna abogada, y entre los em-
pleados se registran 2.000 mujeres contra 19.000 hombres. Hay, sin em-
bargo, ya una proporción relativamente más alta de mujeres entre los estu-
diantes: 8.000 hombres y 3.000 mujeres. Por otra parte, aunque los datos
no lo presenten con claridad había también mujeres en las fábricas, muchas
referencias hablan de ello aunque sea bueno recordar, metodológicamente,
que el peso del número, de la estadística debe ser atendido, en este plano,
antes que otras fuentes. Finalmente es bueno recordar también que a igual
trabajo el salario de las mujeres era significativamente más bajo.

La pregunta que surge inmediatamente es acerca de esta limitada presencia


de las mujeres en el mundo del trabajo, tiene que ver con muchas cosas y puede
ser explicada de diferente manera. Algunos han argumentado que en realidad
era la escasa especialización la que limitaba su incorporación al mercado de
trabajo. Yo también creo que tenemos que pensar bastante en las imágenes de
los hombres sobre el papel que debían ocupar las mujeres pero también las

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

mismas mujeres acerca de sí mismas y acerca de su rol en la sociedad, para no


tener la culpa sólo nosotros.

Mirando listas de inmigrantes que venían a Buenos Aires, siempre me sorpren-


día que en las mujeres inmigrantes que llegaban a los puertos de embarque (donde se
confeccionaba una lista), sobre todo de España, una gran mayoría no declaraba
profesión sino “sus labores” o “su casa”. Es posible que esa expectativa acerca del
lugar a ocupar en la nueva sociedad sea algo más característico de las mujeres
inmigrantes que de las criollas ya que en la expectativa de un mejor vivir en el nuevo
mundo estaba la de abandonar los trabajos duros que las mujeres desempeñaban en
el país de origen (recordar aquí que la gran mayoría eran campesinas y la labor de los
campos era todo menos algo agradable). Así, en las creencias de la época estaba en
gran medida presente una expectativa que era a veces una ilusión: la mujer en la casa
y no en el trabajo.

Desde luego los hombres preferían esa alternativa para ellos más “segura” y
que además correspondía al rol que creían que tenía que desempeñar la mujer.
No tanto no al trabajo como no al trabajo fuera de la casa.

Algunos datos bien interesantes sobre los inmigrantes italianos en Nueva York
en el período de entreguerras muestran bien que ellos no deseaban incluso que las
niñas y adolescentes fuesen a la escuela pública en tanto allí estaban expuestas a todo
tipo de peligros, la iniciación sexual evidentemente pero también el abandono de la
familia y de sus normas (y de la autoridad paterna entre ellas). Pero mirémoslo desde
le punto de vista de la mujer más allá de que tuviesen o no internalizado valores que
no eran suyos - y aquí apelo a la sensatez a veces tan poco común entre los historia-
dores- no era más razonable no tener que trabajar (como hacían las mujeres bur-
guesas en los lugares de origen) que tener que ocuparse en un frigorífico o como
lavanderas?

Sea de ello lo que fuere, es evidente que en esa sociedad de principios de


siglo domina la idea de la mujer en la casa y el hombre fuera de ella. Esa idea que
convierte a la mujer en un estereotipo de madre y esposa, era compartida por
casi todos independientemente de sus convicciones ideológicas, desde los so-
cialistas hasta los católicos. La sociedad atribuía roles y funciones. Ese conjunto
de normas nosotros las podemos llamar con una expresión: “sociedad burgue-

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sa”. Y acá no entiendo el término burgués en el sentido económico, sino que me
refiero a una sociedad en la cual hay un deber ser, hay un conjunto de reglas que
se deben cumplir y respetar, reglas que le atribuyen un lugar a la mujer.

Cuando nosotros pensamos en un nuevo lugar de la mujer, ese nuevo lugar


también va acompañado por la crisis de esa sociedad que me gusta llamar bur-
guesa.

Hoy nosotros vivimos en una sociedad que puede definirse como


posburguesa. Cualquiera que quiera saber cuáles eran las normas de la sociedad
burguesa puede leer a José María Ramos Mejía, o a Juan Agustín García, que
refieren cómo se debía comportar uno en sociedad en la Argentina de principios
de siglo, cómo se debía vestir, cómo se debía comer, cómo se tomaban los
cubiertos, qué cosas se hacían en el teatro, qué consumos culturales se debían
tener. Quien haya estudiado el Jockey Club, como la prestigiosa colega que me
acompaña, recuerda la correspondencia entre Cané y Pellegrini y sus referen-
cias a que acá eran todos unos guarangos, no sólo los inmigrantes sino todos,
entiende bien que si se pretendía educar en ese conjunto de normas rígidas, la
mujer tenía un lugar específico. Esto iba más allá de lo que podríamos llamar las
clases sociales. Les pongo un ejemplo no argentino. A mediados de los años 50,
el líder del partido comunista más importante de Occidente, el italiano, que se
llamaba Palmiro Togliatti y que era un hombre muy tradicional, decidió separar-
se de su esposa y juntarse con una militante política más joven. Eso fue un es-
cándalo en el que sus compañeros comunistas, en especial los de la base, se
preguntaban alarmados cómo el como el compañero Togliatti se separó de su
esposa, eso no es algo que deban hacer los comunistas. Esto indica que esa
cultura comunista también era parte de la cultura burguesa, llena de valores y
normas como el matrimonio, que determinaban el rol de la mujer. Esto no existe
más, nos guste o no nos guste. En el pasado esos roles asignados a la mujer
expresaban valores sociales pero también encontraban una expresión jurídica.
Una de esas expresiones jurídicas está en el Código Civil de Vélez Sársfield, en
la patria potestad, en los derechos del hombre sobre la mujer y sobre los hijos.

Así esa sociedad limitaba muy fuertemente, y en muchos modos, el papel de


la mujer y no solamente referidos al mundo del trabajo. Tómese otro ejemplo:
los grandes ámbitos de sociabilidad, los clubes que encontramos a veces allí: que

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eran clubes de hombres. Unos pocos ejemplos pertinentes para la ocasión: el Joc-
key Club, la Escuela Naval, el Círculo Militar así lo eran. Esto se daba no sólo en los
clubes de la élite. También en las Sociedades de Socorros Mutuos que creaban los
inmigrantes había presencia de mujeres en algunas, pero la mayoría era masculina. La
sociabilidad era el hombre en el club o en el bar, y la mujer en la casa. En consecuen-
cia, las posibilidades de las mujeres aparecen limitadas, primero por el tiempo y
segundo por los lugares a los que les estaba concedido acceder sin vulnerar sus
propia condición .

Ese mundo del deber ser ha cambiado, y de esto hay que tomar nota, y
tomar nota significa también considerar otros factores que explican el cambio
del lugar de la mujer en la sociedad. Tenemos los imaginarios, no sólo las nor-
mas, no sólo la cultura de élite, sino también una cultura amplia que involucra no
a todos pero si a la gran mayoría de las personas de una sociedad en un momen-
to dado. Pensemos en el tema del imaginario de la mujer como madre en la
sociedad argentina y en otras sociedades. Imaginario que llega hasta hoy con las
Madres de Plaza de Mayo, con la capacidad evocadora del hecho de ser ma-
dres. También en este sentido quisiera citar un ejemplo histórico. El 17 de octu-
bre de 1945, fecha histórica para la Argentina, que algunos celebrarán y otros
no, pero ciertamente es uno de los pocos acontecimientos que divide aguas y
que cambia el estado de cosas imperante. Ese día, Perón se asoma al balcón,
donde lo espera una multitud que estaba allí desde hacía muchas horas y, en un
discurso bastante corto, dice: “quiero en esta oportunidad, como simple ciuda-
dano, mezclándome en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente a mi
corazón como lo podría hacer con mi madre ....” Y se escucha una voz al lado en
el balcón, que agrega “... un abrazo para la vieja...” y como respuesta el ruido de
la plaza que se escucha en el fondo, un verdadero rugido cuando Perón mentó a
la madre. El tema de la madre, tema tan importante, tan popular, que coloca a la
mujer en un lugar. Con esto yo no quiero decir que la mujer, en el imaginario del
peronismo, es sólo la madre. La madre en el hogar se ve muy a menudo en la
publicidad del peronismo pero también tenemos la figura de Evita, que cierta-
mente no es una madre y tampoco es una figura tradicional.

No obstante el proceso de cambio que hemos vivido en los últimos años, el


lugar central de la madre en la imagen de los argentinos ha sido un tema de larga
duración. Quizás tiene que ver, al menos en el pasado con el lugar de la madre en

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la cosmovisión y en la iconografía católica, es decir con la Virgen, con la Madonna
que caracteriza un tipo particular de catolicismo, el del mediterráneo, español,
italiano, que otorga un papel tan central en el culto a ese personaje femenino.
Esperamos los estudios que nos puedan brindar apoyos o desmentidas a esta
perspectiva.

En cualquier caso, la Argentina, en la mayor parte del siglo XX, fue una
sociedad en la cual no solo la madre sino la familia, el familismo reforzado tam-
bién por los inmigrantes fue siempre un tema muy importante. La familia ante
todo, he ahí un lema que podría iluminar muchas cosas del comportamiento de
los argentinos.

Muchas cosas han cambiado en los últimos años y explicar esos cambios,
supongo, es tarea difícil. Volviendo al mundo del trabajo yo me he quedado
sorprendido del dato de la cantidad de miembros mujeres de las Fuerzas Arma-
das que ha presentado la Ministra . En mi Universidad, la de Buenos Aires, por
poner otro, hoy seis de cada 10 estudiantes son mujeres. Entre estas dimensio-
nes, hay una que yo no quiero ignorar, que es ciertamente la dimensión política,
la de los derechos políticos, es decir el lento proceso de adquisición del sufragio
femenino a lo largo del siglo XX, pero también la de su participación en los
elencos dirigentes. ¿Acción afirmativa, o sea cupos, para promoverlo o mejor
dejar que el proceso vaya dándose naturalmente a partir de reglas iguales y sin
restricciones para todos de modo tal que no importa si se es hombre o mujer
sino si se es competente para la tarea. Es otra discusión. Empero es bueno
recordar que entre los muchas veces excluidos no solamente había mujeres.
Que la cuestión de la desigualdad de género no impida ver otras desigualdades.

Yo diría, para concluir, que efectivamente tenemos que pensar en las muje-
res en muchos sentidos. Como historiadores debemos reintegrarlas en la histo-
ria; pero no sólo a las mujeres, porque esta historia de las mujeres es también
una historia de personas de cualquier género que la construyeron, en sus posibi-
lidades, con sus límites, con el pequeño heroísmo cotidiano.

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MESA 2

MUJERES EN EL SIGLO XIX

Moderadora: Dra. Hilda Sábato

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

INTRODUCCIÓN

Dra. Hilda Sábato

El siglo XIX es, como todos sabemos, el de la construcción de la Argentina


como estado, como nación, como sociedad moderna. Esa construcción no fue
para nada un proceso lineal: la Argentina no estaba inscripta en ningún origen, no
estaba en embrión en ningún lado; fue el resultado de una construcción humana.
Muchos de nosotros, por el hecho haber nacido argentinos, de habernos criado
aquí, tomamos a la Argentina casi como un dato de la naturaleza. Los historiado-
res, en cambio, nos enseñan que los artefactos humanos no son hechos de la
naturaleza y que en particular las naciones son productos de procesos de cons-
trucción social, política y cultural. Por lo tanto, desde esa perspectiva, el siglo
XIX resulta de gran interés pues entonces toma forma ese artefacto que llama-
mos Nación Argentina. Y lo hace a partir de proyectos muy diferentes, de pro-
cesos muy conflictivos, de ensayos muchas veces frustrados y de la acción, en
fin, de los hombres y de las mujeres que habitaron este rincón del mundo.

A principios del siglo XIX, con la caída del imperio español, se disolvie-
ron los lazos políticos que unían a estas tierras con España pero también con
otras regiones de Hispanoamérica. Esa ruptura generó un vacío e inauguró un
proceso de cambio y largas décadas de construcción de nuevas comunidades
políticas y de definición de nuevas soberanías. El mapa político de la región
cambió una y otra vez y solo a finales del siglo se definió un patrón relativamente
estable de estados-nación luego de procesos que distaron mucho de ser linea-
les.

A lo largo de esa historia, fue tomando forma la República Argentina,


hecha por hombres y mujeres que nacieron en estas tierras y también por los que
vinieron de otros rincones del mundo y se asentaron aquí. Los primeros -los
hombres- han sido más visibles, porque durante mucho tiempo concentraron el
poder público y ejercieron el poder privado. Las mujeres también hemos sido

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actores de esta historia: cómo y en qué condiciones es el tema de esta mesa.
Para eso vamos a escuchar primero a María Silvia Di Lisia, que hablará sobre el
tema de las mujeres y el trabajo en el siglo XIX; luego a María Elba Argeri, que
disertará sobre las mujeres indígenas del sur de Buenos Aires y norte de la
Patagonia, entre 1830 y 1926, y finalmente mi exposición será sobre las mujeres y
la política en el diecinueve.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

MUJERES ARGENTINAS
EN EL SIGLO XIX

Dra. María Silvia Di Liscia

1. Una Ley para los Varones

En el mundo americano, y durante la época colonial, se forjó un sistema de


control de las mujeres que les impedía, en gran medida, una actuación autónoma. La
condición jurídica constituyó un elemento fundante de la sujeción, legitimando la do-
minación masculina. Para el imaginario de género, las mujeres tenían un status infe-
rior, como la población infantil, y por eso debían ser guiadas en toda su existencia por
sus pares masculinos, representantes de la fortaleza, la justicia y la verdad. Con la
organización estatal, no disminuyó esa situación de inequidad.

En el Código Civil de Vélez Sársfield, aprobado en 1869, las mujeres casadas


perdían totalmente la capacidad de decidir sobre sus bienes o la patria potestad de
los hijos, ya que constituían “una persona” unida al marido y representada por él. El
varón se consagraba como jefe indiscutido de la familia, que fijaba el domicilio con-
yugal y administraba todos los bienes, incluso los de la esposa. La legislación occi-
dental permitía a solteras, viudas y divorciadas una libertad mucho mayor en el sen-
tido jurídico, pero siempre estaba sin discusión la inferioridad femenina, a raíz de su
debilidad corporal, de su mayor sensibilidad e incapacidad física e incluso, de su
inteligencia desigual.

Así, los derechos femeninos estuvieron circunscriptos por un sistema corporati-


vo patriarcal en el cual el poder formal residía en el varón. Pero se puede analizar este
sistema considerando el patriarcalismo como un formador total de cuerpos y mentes
–masculinas y femeninas- (con una normatividad que cierra todas las posibilida-
des), o ver a las mujeres como participantes claves en los espacios abiertos de

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esas prescripciones (Stern, 1995), perspectiva sobre la cual nos interesa avan-
zar aquí.

Los códigos legales, en realidad, expresan valores y normas sociales. Decía


Juan Manuel Estrada, en una conferencia pronunciada en 1862: “El hombre ha naci-
do para pensar y la mujer para amar. El sentimiento es su elemento, por eso ama
todo lo delicado, buscando la ternura en lo moral”. ¿Qué pensaban las mujeres de
esta división de roles? Como ejemplo, una frase extraída de las cartas de Mariquita
Sánchez de Thompson, emblemática mujer e ícono entre los patriotas que, estando
exiliada en Uruguay, decía de la lucha llevada a cabo en Buenos Aires entre Rosas y
los unitarios en 1851: “Cómo estarán los patriotas de mi país, si será verdad! A cada
momento estoy llorando, no puedo hacer nada, ando de un lado a otro como sonsa,
(…), yo, yo nací para ser hombre”. Y, a la vez, se lamentaba de cómo los varones
trataban a las mujeres, las seducían y abandonaban, porque no saben “la cadena de
desgracias y aún de crímenes, que trae a una mujer su primera falta” (Szumurk,
2000).

Esta doble situación que señala Mariquita, desear ser varón y a la vez lamentar
la subordinación de las mujeres, fue sin duda una constante para muchas y muy
diversas de toda condición y clase social. Porque, cuál es el papel de las mujeres, su
lugar en el mundo, en la sociedad argentina de hace dos siglos atrás? Casi no tene-
mos que preguntarlo, para saberlo: el hogar, y no el trabajo, o mejor: el trabajo en el
hogar. Jennie Howard, una de las maestras norteamericanas que trajo Sarmiento, y
que llegaron a la provincia de Corrientes, describía hacia 1883 que el único objetivo
de las mujeres jóvenes de esa época era casarse y tener más y más hijos; había
familias que tenían hasta dieciocho; cuanto más numerosa era la prole, mayor orgullo
para las madres. Las mujeres eran controladas absolutamente por sus parientes va-
rones: no podían salir de sus casas hasta casarse, y les estaban impedidas multitud de
diversiones que los varones sí podían realizar. La educación, por ejemplo, era casi un
tabú para muchas de ellas.

2. Las Mujeres en su Casa ¿No trabajan?

Al mismo tiempo que esta maestra norteamericana hablaba de la vigilancia y


cerradas normas para las mujeres decía que, por ejemplo, hablando con una lavan-

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

dera, se había enterado que no era casada y tenía 4 hijos. Y esto por qué? La mujer
le dijo: “de haberme casado con Juan, con quien vivo, me habría obligado a someter-
me y vivir con él, aunque abusara de mí, en cambio así, si él no me trata bien, yo le
puedo decir que se vaya” (Szumurk, 2000).

Pero entonces, éstas y otras mujeres no eran flores de adorno. Trabajaban,


y lo hacían todo el día, todos los días. En una época en la cual no había agua
potable, ni electricidad, debían solucionar diariamente para toda su familia (en
las grandes casas solariegas, no eran sólo marido mujer e hijos, sino ellos, los
sirvientes, los parientes y los entenados) los problemas cotidianos: cocinar el
pan, cuidar el gallinero, atender la huerta y conseguir los alimentos en el merca-
do, si vivían en las ciudades. Lavar y acondicionar la ropa, limpiar las casas…la
magnitud de las tareas hogareñas se nos escapa; si además, a todas ellas les
agregamos el cuidado de los niños, la vigilancia de los enfermos y hasta de la
salud de toda la familia.

Así, alimentación, higiene y educación de los más pequeños eran todos tra-
bajos femeninos, realizados día a día. En su monotonía, se perdía la noción de su
valor económico y social para toda la familia. Las de las grandes mansiones de
Buenos Aires tenían un batallón de sirvientes a cargo, pero las de los conventillos
porteños no podían más que hacer frente con su propio cuerpo y su tiempo a las
pesadas tareas hogareñas; cuando fracasaban, eran culpables ante los demás de
la muerte y la enfermedad de los suyos, puesto que la suciedad de las viviendas
y el abandono de los niños señalaba siempre la pérdida del “ángel del hogar”, la
caída de ese ángel de su pedestal.

También las mujeres de la campaña trabajaban muy duramente y no sólo en


sus hogares: desde niñas guardaban el ganado, llevaban las majadas a pastar,
tejían, se encargaban del gallinero y del jardín, de los frutales y las verduras. En
las familias de colonos que poblaron las provincias litoraleñas con la utopía del
trigo y la alfalfa, al levantarse iban al tambo y cuidaban los cerdos; si había una
plaga de langostas, las espantaban; si hacían falta más brazos para la cosecha,
las hijas y esposas estaban también al frente; al igual que en las tareas más duras
del campo.

En las fábricas, como tejedoras, en las curtiembres, haciendo sombreros y

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zapatos o como cigarreras. Dice Wilde, recordando los días pasados de Buenos
Aires, que armar los cigarros era profesión de mujeres. La madre compraba las
hojas y las “niñas honradas de las madres pobres, honestamente se ganaban el
pan”. Mucho más que las prostitutas, otro trabajo para mujeres pobres (e
inmigrantes), que las sumía en la marginalidad y en la frontera de la mala vida en
grandes y pequeñas ciudades argentinas.

En sus casas y fuera de ellas, también trabajaban mujeres: lavanderas, plan-


chadoras, mucamas, cocineras, sirvientas para todo servicio. El problema no
era el trabajo, sino el registro del trabajo: las estadísticas en Argentina, y en casi
todo el mundo, no se ocuparon de registrar a las campesinas sino a los trabaja-
dores varones del campo, jornaleros y puesteros.

En el I censo nacional, se consideró como población económicamente acti-


va al 59 % de las mujeres mayores de 10 años. En 1914, el III censo nacional
censó sólo al 27 %. En parte, porque desaparece casi la tejeduría, cuestión de
mujeres, pero también porque el trabajo femenino pasa desapercibido, se invisibiliza
a los ojos de los censos. Al opacarse ese registro, se oscurece también su
importancia en la vida económica de una nación.

3. Los Intersticios del Poder: Las Mujeres de Clase Alta y


la Beneficencia

Entonces, a pesar de los códigos y los censos, las mujeres se abrieron un


camino propio. Desde fines del siglo pasado, la tarea social institucionalizada
constituyó uno de los espacios legítimamente considerados para el accionar pú-
blico de las mujeres. La participación en la cuestión social supuso múltiples ta-
reas que vincularon a las damas de la beneficencia con el Estado en sus distintos
niveles (nacional, territorial y municipal) y paralelamente, con grupos sociales de
los niveles más alejados de la escala social. Así, señoras y señoritas de las fami-
lias “destacadas”, dedicadas al comercio, al ejercicio profesional, al gobierno y
a la actividad agraria, fueron las encargadas de poner en marcha instituciones al
servicio de los más necesitados, donde se fortalecieron como autorreferentes
femeninas.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

¿Por qué fueron las mujeres las que respondieron a estas demandas socia-
les? Para el imaginario de la época, eran quienes tenían las cualidades para ac-
tuar con eficacia; por ejemplo, gracias a su sensibilidad, no podían permanecer
indiferentes ante el dolor ajeno. La filantropía suministraba a las mujeres otra
forma de cumplir funciones vinculadas culturalmente a la maternidad. Estas ta-
reas eran vistas como una misión, como un deber patriótico que perseguía fines
nobles y humanitarios; en fin, un apostolado. Para el espíritu de la época la
maternidad no sólo era la misión «natural» de la mujer en la sociedad; era ade-
más la única fuente de virtud, felicidad, sociabilidad y subjetividad femeninas. En
esencia, incluía una serie de prácticas, capacidades, saberes y cualidades éticas
que, en una coyuntura percibida como de aguda crisis social y moral, fueron
consideradas necesarias, imprescindibles, para la «regeneración» de la socie-
dad.

Quizá sea preciso recordar que el surgimiento y estructuración de la benefi-


cencia respondió a la cuestión social vinculada de manera estrecha al crecimien-
to demográfico y, en consecuencia, a la demanda creciente de servicios sociales,
en un contexto en que los postulados del higienismo adquirieron carácter hege-
mónico. Desde los últimos años del siglo pasado, los problemas vinculados a la
salud, a los menores, a las mujeres y a los ancianos pobres, constituyeron pre-
ocupaciones permanentes, no sólo para la clase política sino también para la
gran mayoría de los habitantes de la sociedad pampeana.

En otras palabras, la cuestión social fue considerada crucial tanto para la


sociedad como para el Estado. No hay que olvidar que, para la concepción de
la época, la preocupación en torno a la raza y a la conformación biológica de la
población constituyó un elemento central, por lo que cobraron gran desarrollo
las medidas sanitarias y de bienestar social que contribuirían a evitar la degene-
ración racial.

Las influencias higiénicas impulsaban a las mujeres a garantizar la procrea-


ción y la supervivencia “racial” de las futuras generaciones de ciudadanos en
óptimas condiciones de salud mental y física. Todas las mujeres eran madres en
potencia y en el ámbito de la beneficencia las mujeres se constituían también en
madres de los pobres. Se planteaba la índole moral, “propios de su sexo” de los
problemas que la beneficencia pretendía resolver, y que hacía particularmente

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apta a la mujer. Para ejercer la beneficencia, entonces, bastaba ser mujer, y
poseer cualidades morales y de conducta socialmente reconocidas como válidas.

Si bien en la tarea benéfica las mujeres reprodujeron sus roles tradicionales


vinculados a la maternidad, también ejercitaron formas de poder y prácticas de
tipo político. En este sentido, desarrollaron nuevas funciones que las pusieron en
contacto con los sectores de poder (aparato político, grandes comerciantes y
hacendados, la Iglesia) y con los pobres. En su relación con estos últimos, deci-
dían a quién, cómo y hasta cuántos socorrer; generalmente, estos eran los más
pobres, enfermos y enfermas mentales, ancianos, niños y mujeres embarazadas.
Muchos de estos sectores habían quedado al margen de la expansión económi-
ca y, por lo tanto, eran los “excluidos” del sistema capitalista, que podían erosio-
nar el orden social imperante.

Así, huérfanos, histéricas, prostitutas, marginales y enfermos se consti-


tuyeron en el eje de las políticas públicas. Para ellos, las damas fundaron y
mantuvieron asilos, hospicios, hospitales, maternidades, orfanatos; toda una
red institucional para cubrir a aquéllos que habían caído del sistema y podían
caer aún más. El Hospicio de Alienadas, que llegó a tener miles y miles de
pacientes inmigrantes, o a mujeres del interior, es uno de ellos, ejemplo de la
modernidad científica, con sus ordenadas salas para las histéricas, las ner-
viosas, para las delirantes y las epilépticas, que deseaba clasificar a todas
bajo una patología mental y lograr, con mucho esfuerzo y a veces poco éxi-
to, volverlas a la normalidad de la vida que les deparaba el hogar y la familia.
Las “damas” se ocupaban a tiempo completo; tanto pedían los subsidios
como las donaciones a toda la comunidad, e incluso podían terciar en el
momento de decidir sobre las formas de llevar a cabo las políticas higiénicas
luchando a brazo partido con médicos y especialistas. Tenemos registro de
estas batallas, que no siempre perdían, con la Asistencia y otras instituciones
de atención pública. En ellas, se demuestran las posibilidades abiertas a las
mujeres que, por su clase social pero también por las diferencias de género,
se abrieron un camino diferente y fueron parte de la política y del poder en el
ámbito ciudadano.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

4. Profesiones Femeninas: Maestras, Enfermeras y Parteras

Otras mujeres también trabajaron, en “profesiones de mujeres”. Para las


mujeres de clase media, las posibilidades de la educación pública, abiertas a
partir de la Ley 1420, les brindó cierta equiparación con sus colegas masculinos.
Hacia 1869, 82 % de las mujeres mayores de 14 años eran analfabetas (varo-
nes: 73 %); en 1914, esa diferencia era menor aunque subsistía: mujeres, 40 %
y un 32 % de varones eran analfabetos en el país. La matrícula universitaria es
casi inexistente para las mujeres en ese momento.

En el siglo XIX, el desafío de “educar al soberano” no podría haberse lleva-


do a cabo sin las mujeres y, de hecho, esa transformación en la educación está
enmarcada en el esfuerzo de las maestras de todo el territorio nacional. No está
de más detenernos un poco aquí. La feminización de la enseñanza fue un proce-
so que se desarrolló en el nivel mundial pero en nuestro país se produjo en forma
acelerada desde fines del XIX y la primera década del XX. Cuando analizamos
este proceso, nos referimos tanto al significado cuantitativo, feminización en tan-
to aumento del peso relativo del sexo femenino en la ocupación como al signifi-
cado cualitativo, feminización propiamente dicha que alude al significado y valor
social originados a partir del primer proceso. En la Argentina ambos procesos se
fortalecieron mutuamente.

La participación femenina del 65,22% en la enseñanza primaria hacia 1893,


creció hasta un 83,51% en 1929. Los varones participaron como directores e
inspectores de educación, es decir, en el tope jerárquico. La docencia, al igual
que la tarea social, se convirtió en una ocupación para y de mujeres por varias
razones; en primer lugar se la consideró como una prolongación de la tarea
femenina por excelencia, la maternidad. Las madres habían sido tradicionalmen-
te las primeras educadoras, transmisoras de hábitos y valores que constituyeron
la educación moral. De esta manera, la mujer poseía un instinto primitivo, el
maternal, unido a otras características, también consideradas “femeninas” en el
imaginario de la época: la abnegación, el sacrificio, la paciencia, el altruismo, la
espiritualidad, que le permitían “naturalmente” el acceso a la tarea docente. En
segundo lugar, este discurso no sólo permitió una ampliación del rol social de la
mujer al adjudicarle una nueva función basada en su capacidad reproductiva,

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sino que redefinió el contenido social de la maternidad. En tercer lugar, este
discurso escondió otra razón que hizo posible el ejercicio de la docencia por las
mujeres.

El Estado necesitaba implementar el sistema educativo con el menor costo


posible; la mujer se presentaba así como una alternativa de trabajadora barata.
De esta manera, la mujer podía dedicarse al magisterio a pesar de los bajos
sueldos de la profesión porque éste no era el recurso principal para mantener un
hogar. Se consideraba que la participación de la mujer en el trabajo remunerado
complementaba las entradas familiares tanto si era soltera como si era casada.
Además, ante el abandono de los hombres de la labor educativa, especialmente
de las tareas menos jerarquizadas, el empleo femenino solucionó la necesidad
de profesionales que requería el sistema educativo en expansión, sin aumentar
las presiones económicas sobre el Estado, responsable de su puesta en marcha.

Los médicos varones mantuvieron durante el siglo XIX un completo predomi-


nio, aún cuando Cecilia Grierson y Elvira Rawson de Dellepiane ya habían sentado
las bases de un saber médico-científico profesional en el ámbito porteño, y otras
destacadas mujeres abrían un camino que progresivamente descartaba a la medicina
como estudio supuestamente opuesto a la sensibilidad femenina.

En otras profesiones médicas que se desarrollaron en el país como auxilia-


res de la medicina y, sobre todo en la atención al parto y la puericultura, las
mujeres tuvieron mayores oportunidades. Se suponía que la experiencia femeni-
na en el nacimiento y cuidado infantil sería positiva para la extensión del proceso
de medicalización en los sectores populares, que alejara prácticas y curadores
tradicionales.

Las enfermeras y parteras, como en el caso de las maestras, fueron en


Argentina una profesión femenina. El cuidado cotidiano de los enfermos, así
como la aplicación de las órdenes masculinas, más un salario bajo, la hicieron
una tarea de mujeres para la comunidad de sufrientes. ¿Quién podía acudir al lecho
de un doliente, cuidarlo noche a noche, limpiar sus desechos, brindarle los remedios
e incluso consolarlo en los peores momentos, sino una mujer? La madre, entonces,
extendía como en los otros casos su maternidad a todos los sufrientes.

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La diferencia, en el siglo XIX, fue la capacitación; traer al mundo a los niños


ya no fue una tarea que podía dejarse en manos de mujeres sin conocimientos.
Los partos debían ser atendidos por mujeres que supieran las mínimas reglas
higiénicas y antisépticas, y que obedecieran las instrucciones de los médicos
para una tarea que habían desempeñado durante siglos. En el 1er reglamento de
la Escuela de Parteras, de 1856, dependiente de la Facultad de Ciencias Médi-
cas, se dice que podrán inscribirse en los cursos sólo mujeres a partir de los 18
años, bautizadas, que supieran leer y escribir. (Llames Masini, 1915). Estas
mujeres fueron las encargadas de la mayoría de los partos, ya en las primeras
maternidades porteñas, ya en las del interior del país. Con su Caja de Partos,
iban a los hogares a ayudar a las parturientas y, sin duda, su atención mejoró las
posibilidades de vida de muchos bebés, que antes de ellas morían, a veces con
sus madres, víctimas del tétanos y la septicemia.

Estos ejemplos nos demuestran, aún de manera parcial, la enorme impor-


tancia de las mujeres en la salud, la educación y la economía de la Argentina del
siglo XIX. Fueron responsables de la producción en los campos de trigo, en
viñedos y en las zafras azucareras; fueron también una parte insoslayable del
aprendizaje del abecedario en las escuelas, y además, impidieron la muerte a
cientos de miles, niños y adultos. En una sociedad que pugnaba por entrar a la
modernidad, reconocer el papel femenino significa fijar la atención y centrar una
mirada diferente sobre las capacidades y las posibilidades de una minoría que
representa a la mitad de la población, y que merece entonces un lugar destacado en
la memoria histórica de nuestro país.

5. Bibliografía

-Di Liscia, María Silvia, “Dentro y fuera del hogar. Mujeres, familias y
medicalización en Argentina, 1870-1940”, en: Revista Signos Históricos, Méxi-
co, Universidad Autónoma de México, nº 13, enero-junio, p. 95-110.
-Estrada, José Manuel, Discursos selectos, Buenos Aires, W.M. Jackson,
1953.
-Llames Masini, J. C., La partera en Buenos Aires y la escuela de parte-
ras, Buenos Aires, Imprenta Flaiban, 1915.

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-Stern, Steve J., La historia secreta del género. Mujeres, hombres y po-
der en México en las postrimerías del período colonial, México, FCE, 1995.
-Szumurk, Mónica, Mujeres en viaje, Barcelona, Aguilar, Altea-Taurus,
2000.
-Torrado, Susana, Historia de la familia en la Argentina moderna, 1870-
2000, Buenos Aires, Ediciones La Flor, 2003.
-Wilde, José Antonio, Buenos Aires desde setenta años atrás, Buenos
Aires, W. M. Jackson, 1953.

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LAS MUJERES INDÍGENAS


PATAGÓNICAS Y SU ADAPTACIÓN
DESPUÉS DE LA CONQUISTA (1880-1926)

Dra. María E. Argeri

Introducción

Si se analizan las conquistas desde la lógica del poder se pueden delimitar


grosso modo las configuraciones históricas que resultan de la combinación más
o menos antagónica entre la capacidad de resistencia cultural por parte de los
vencidos, con la fuerza y los marcos normativos de los vencedores. En esta
oportunidad nos referiremos a una de esas situaciones históricas: la conquista de
los pueblos indígenas pampeano y patagónico y, dentro de ella, al proceso de
adaptación seguido por las mujeres. El periodo seleccionado es 1880-1926. Un
arco temporal que indica, por un lado, el inicio de la guerra al sur del río Negro
y, por otro, recuerda la sanción de la Ley 11.357, que concedió derechos civiles
a las mujeres casadas, modificando parcialmente aspectos relevantes del Códi-
go Civil.

1. La Campaña del Desierto

Sabido es que para lograr la conquista definitiva de las últimas poblaciones


indígenas que vivían al sur de la línea de fronteras se organizó la denominada
Campaña del Desierto, dividida en dos etapas. La primera se desarrolló al norte
del río Negro, entre 1874 y 1880. Mientras la segunda tuvo lugar entre 1880 y
1885, siendo su objetivo ocupar la Patagonia. Con la rendición del último

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cacique rebelde comenzó la pacificación signada por las muertes, de-
portaciones y traslados de personas. Quienes habían sido llevados a
Buenos Aires o a otros sitios del país, regresaron al sur. A partir de ese
momento comenzó la lenta reconstrucción de los grupos domésticos en
un contexto de fuerte violencia, con imposición de papeletas de con-
chabo para los varones, que hacían las veces de pasaportes internos,
firmados por los patrones y por los jefes de las guarniciones.

Para las mujeres, la guerra, además de significar la desorganización de su socie-


dad y de sus valores culturales, tuvo una connotación específica. En este caso la
conquista se ejercía sobre los cuerpos. No era la primera vez que sucedía. Cuando
los indígenas eran tomados prisioneros y las mujeres llegaban a los fortines, las viola-
ciones eran muy habituales. También cuando los soldados las encontraban solas en
medio de la campaña. Hay documentos que dan cuenta de estas prácticas, antes de
la derrota definitiva. Dice Santiago Avendaño:”La primera china que cayó en manos
de la emboscada se llamaba Guzmay-pang, a la que le siguieron otras. Su caída se
produjo del siguiente modo. Venía ésta que acabo de nombrar delante de las que la
acompañaban. Todas ellas creían que ya no habría novedad. Salieron, pues, al mon-
te al oscurecer. Se habían salvado de los rondines que guardaban la costa. Se apea-
ron de los caballos flacos y sedientos en los que venían. Alzaron las manos hasta el
cielo en ademán de dar gracias al Vichá Huentrú (Dios, el Gran Hombre) por haber
desviado la expedición. No bien Guzmay –pang pronunció su oración se vieron
rodeadas por un gran número de soldados gritando “Hen amutuy malón puén (Oh,
ya se ha ido el malón). Los soldados desenfrenados atropellaron a las chinas que
temblaban de terror. Echando pie a tierra, les quitaron cuanto tenían en el cuerpo y
cometieron toda clase de violaciones y de excesos brutales. Todas fueron conduci-
das al campamento, donde sufrieron el doble de vejámenes, porque se vieron pasar
de mano en mano y en poder de los hombres cristianos, más deshonestos, más
brutos y más obscenos que podían haber conocido”1 .

2. La Organización de los Territorios Nacionales

Cuando todavía no había finalizado la campaña militar se dictó la Ley 1532,


de organización de los territorios nacionales. Por ella y por decretos sucesivos
del poder ejecutivo nacional, en los espacios recientemente ocupados, se asentó

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el poder judicial. Con la llegada de los primeros jueces letrados el conflicto


social va a encontrar una vía de arbitraje, que por cierto no será uniforme.

La imposición de la ley, al mismo tiempo que intentaba resguardar los


bienes y la vida de los pobladores sometidos, hizo una clara diferenciación
según el género, con el fin de imponer el orden patriarcal que regía en la
sociedad conquistadora. Ser varón o mujer no era lo mismo en esa época.
Mientras los primeros eran personas jurídicas, portadores de derechos, las
mujeres formaban parte de un colectivo social sometido a tutela. Ellas no
eran ciudadanas. La teoría política que legitimaba ese derecho ponía el acento
en la capacidad que emanaba de la fuerza. El ciudadano era un soldado
potencial o real que podía, mediante las armas, defender el territorio y la
soberanía. De allí que servir a la patria y votar formaban parte de un conjun-
to de derechos y obligaciones masculinas, a las que se sumaban la instruc-
ción y el pago de impuestos. Para este esquema, los varones indígenas eran
ciudadanos argentinos. En virtud del ius solis, se los consideró con capaci-
dad para defender la patria y votar -siempre que se radicasen en alguna
provincia, ya que en los territorios el voto quedaba circunscrito a los espa-
cios comunales-.

En este orden social, el sitio de las mujeres era el ámbito privado. Pero
no debe creerse que allí tenían alguna capacidad de decisión, ya que eran los
varones quienes dominaban tanto el espacio público como el privado. Cuan-
do se produjo la conquista de los pueblos indígenas regía en todo el territo-
rio argentino una sociedad patriarcal, jurídicamente sustentada por la ley
civil y penal, un modelo social antagónico con el orden indígena, donde las
mujeres eran reconocidas y tenían autoridad. Es decir que, una vez iniciada
la pacificación, ellas comenzaron el proceso de convertirse en menores de
edad.

El ingreso en la plena regencia de la ley civil y penal implicó un cambio


radical, pasando de ser personas con predicamento a verse de buenas a
primeras convertidas en incapaces, mutación que no sólo las afectó en sus
funciones sociales sino también en sus vínculos íntimos y familiares.

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3. Los Indígenas y el Ejercicio de la Autoridad.

En las sociedades pampeanas y patagónicas las mujeres tenían autoridad.


La producción doméstica y la magia eran sus ámbitos por excelencia, ejerciendo
asimismo de mediadoras en muchos conflictos masculinos, tanto personales como
políticos, llegando algunas de ellas a cumplir funciones de cacicas, como Bibiana
García. Otras no alcanzaron ese rango, pero estuvieron presentes en negocia-
ciones importantes. Estanislao Zevallos da cuenta de que mientras se discutía la
sucesión del cacique general Juan Calfucurá, se encontraba su hija preferida -
Josefa Canayllancatu Curá2 , cuyo nombre significa “Amiga de los collares de
Piedra”-, en medio de los conflictos que enfrentaban a sus hermanos varones.
Una vez desplazado el mayor, se enfrentaron Manuel Namuncurá y Bernardo.
Josefa y Alvarito Reumay Curá –Piedra cruel- el hermano menor y jefe de la
mitad de las huestes salineras, apoyaban a Manuel, mientras Bernardo había
logrado la adhesión de los cuatro más destacados caciques generales. Como
no se pudo determinar un único sucesor, los ancianos finalmente fueron fa-
vorables a la constitución de un triunvirato, en el que participaron Manuel,
Bernardo y Alvarito.

Entre los habitantes del toldo, la mujer principal tenía gran predica-
mento. El matrimonio para los indígenas garantizaba unión de parientes
en tiempos de paz y guerra. Cuanto más se había pagado por una mujer,
más valía ésta. Los indígenas más ricos tenía todas las esposas y concu-
binas que su riqueza permitía; los más pobres sólo una. Las mujeres
principales dirigían el trabajo de concubinas y cautivos. La producción
doméstica se componía de la crianza de pequeños animales, la labranza
y la tejeduría. Las mujeres también se dedicaban al comercio, cambian-
do por ejemplo tejidos por tintes o por “vicios”. Para un cacique sus
mujeres representaban las alianzas políticas, que podían perderse en
caso de divorcio. En Una excursión a los indios ranqueles cuenta Lucio
V. Mansilla que cuando fue a despedirse del cacique Mariano Rosas,
éste se quitó el poncho pampa que tenía puesto, diciendo: “Tome, her-
mano, úselo en mi nombre, es hecho por mi mujer principal”3 . Ese pon-
cho si se rompían los pactos entre ranqueles y cristianos iba a tener la
función de proteger a Mansilla en el campo de combate.

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También es factible encontrar textos donde quedan en evidencia las funcio-


nes de mediadoras que solían cumplir las esposas. Dice Manuel Baigorria en sus
Memorias: “Al otro día a las ocho de la mañana vino la chinita Montiguana,
mujer de Pichún, y se acercó a él con el pelo suelto y los ojos colorados, demos-
trando la noche intranquila que había pasado, y le dijo: dice tu Cumpa que vas.
Baigorria le contestó: luego voy a ir. Pasándose un corto intervalo, volvió a venir
y después de repetirle lo de antes, añadió: andá sin cuidado; tu Cumpa ha dicho
que no se anima a matarte y te espera para almorzar”4 .

En casi toda la literatura del siglo XIX se menciona a las “viejas”, identifi-
cándolas por su función de machis, yuyeras, adivinadoras, hechiceras o brujas.
No quiere decir que esta profesión era exclusivamente femenina, pero sí que las
mujeres eran en ella una absoluta mayoría, y cuando esta ocupación era desempeña-
da por varones, asumían identidad y caracteres femeninos desde la infancia.

Cuando una joven nacía con algún defecto físico, como por ejemplo la
bizquera, se consideraba un signo de su vinculación con lo sagrado. En este
ámbito había diferentes funciones. Una era la de bruja. Las más temidas eran
siempre las viejas, quienes representaban un poder social que todo cacique de-
bía someter si estaba dispuesto a ejercer una real jefatura. Santiago Avendaño
da detalles de un aquelarre en versión pampeana, que en sus rasgos más desta-
cados no difiere de algunas interpretaciones que existen para la Europa medie-
val. Observemos el esquema. Para las que aspiraban a ingresar al círculo, la
iniciación consistía en un lavado de cabeza con sangre humana. Existía una “com-
pañía de brujas maestras” que se reunían en los médanos y grandes lomadas
donde consultaban con el espíritu del mal que se presentaba vestido de macho
cabrío. Las brujas tenían capacidad de desdoblamiento. Llegaban sólo en espí-
ritu, mientras dejaban sus cuerpos en la vivienda. La reunión era un torneo don-
de jugaban a la chueca y danzaban al son del cultrún, ofertando la vida de
todos aquellos que aborrecían. Para los indígenas, en esas reuniones diabólicas
tenían origen las enfermedades. Una vez que éstas les ganaban la batalla al cuer-
po había que llamar a la machi o médica, quien estaba capacitada para conjurar
el mal y curar a los enfermos. Se realizaba una ceremonia. En ese acto la machi
llegaba a hablar con el dios, padre de la gente, y a su regreso terminaba espan-
tando al espíritu del mal5 .

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Las hechiceras conformaban un grupo de poder destacado. Cuando Mansilla
se aproximó a los toldos de Leuvucó, y el cacique Rosas estaba a la vista, fue
“examinado” por las brujas: “las viejas brujas, en virtud de los informes y deta-
lles que recibían, descifraban el horóscopo leyendo en el porvenir, relataban mis
recónditas intenciones y conjuraban el espíritu maligno, el gualicho”6 .

Éstos eran grosso modo los ámbitos y funciones donde las mujeres indíge-
nas ejercían poder. Veamos seguidamente cómo eran sus vínculos íntimos. De
acuerdo con las normas sociales estaban obligadas a casarse una vez en la vida.
El matrimonio podía hacerse de muchas maneras, pero en líneas generales res-
petaba dos patrones básicos: el arreglo entre parientes o la libre decisión de los
contrayentes. En el primer caso la novia se “compraba”. A cambio de ella había
que entregar prendas. Si el joven no tenía bienes, acudían en su ayuda los pa-
rientes y amigos para componer el conjunto de bienes que se le exigía. Cuanto
más valía una joven, más cara era. También existía la libre elección. En estos
casos el matrimonio se iniciaba como un rapto, práctica que tenía amplio con-
senso en las diferentes comunidades. Pero se casaran según una u otra modali-
dad las mujeres debían absoluta fidelidad al marido, aunque podían divorciarse
siguiendo determinados pasos. El más común era levantar niños y petates, refu-
giándose en el toldo paterno.

En cambio las viudas y solteras era absolutamente libres de tener vínculos


sexuales con quienes les apeteciera. Dice Mansilla que dependía siempre de la
voluntad de la “china” decidir si aceptaba o rechazaba un amante. Los padres y
parientes no intervenían en cuestiones amorosas. Cuanto más solicitada era una
mujer, mayor su valor, cuando llegara la hora de casarse. Y si de esas uniones
libre nacían hijos, no eran parias.

En asuntos íntimos también es posible observar entre los indígenas


pampeanos y patagónicos una práctica que resulta común a toda América
Latina. Las madres acompañaban a sus hijas menores a las visitas amorosas
en la vivienda de los comandantes, suponiendo que en esas uniones se reno-
varía la estirpe guerrera. Gabriel García Márquez describe esta costumbre
en Cien Años de Soledad.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

4. La Subordinación de las Mujeres

Después de hacer referencia a las funciones que cumplían las mujeres en el


universo indígena y de indicar cómo eran sus vínculos íntimos, no es difícil com-
prender cuál fue la mirada de los jueces y funcionarios estatales sobre la socie-
dad que pretendían disciplinar e incorporar a la sociedad mayoritaria. En este
sentido, las mujeres constituyeron un gran desafío, sobre el que confluyeron la moral
y las leyes. Su subordinación significaba la construcción del orden social imperante,
estructurado sobre el matrimonio civil.

En efecto, en el orden patriarcal la mayoría de las mujeres se encontraba


subsumida en alguna de las tantas “esferas privadas” legalmente reconocidas.
Ellas eran los espacios de dominio de los pater familiae, quienes habían adqui-
rido tal condición una vez casados legalmente. A ellos competía imponer la dis-
ciplina interna y el control de los bienes materiales que poseyeren todos los
integrantes del dominio privado. Poseían asimismo facultades para ejercer la
violencia y hasta disponer de la vida de esposas e hijas, favorecidos por una ley
penal que consideraba acciones inimputables tanto el asesinato de la esposa
bajo acusación de adulterio, como la muerte de la hija en caso de encontrarla
yaciendo con hombre bajo techo paterno. La patria potestad era un derecho
que obligaba a las menores a estar bajo dominio paterno y a las casadas bajo
dominio marital, siempre que hubiese unión legal.

Para las mujeres casadas el marido era su representante legal en todos los
actos de la vida civil. Debido a su minoría de edad nunca podían ejercer tutela o
curatela sobre menores e incapaces respectivamente, salvo cuando eran abuelas
siempre que se mantuviesen viudas.

En el siglo XIX no se hablaba de sujeción absoluta sino de “protección”, a


la que estaba “obligado” el marido. Se sostenía que la incapacidad jurídica de la
mujer casada, no se relacionaba con las aptitudes físicas o intelectuales, sino con
el régimen matrimonial, es decir antes que en el propio vínculo marital se ponía el
acento en la familia y se sostenía que por el bien de los hijos era necesaria la
preponderancia masculina, porque dos voluntades equiparadas podían llevar a
conflictos o a la disolución del matrimonio7 . En la sociedad conyugal el marido

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era el proveedor material, quien decidía el lugar de residencia y las estrategias
económicas. En el Código civil la auctoritas maritalis estaba pautada a partir
de los siguientes impedimentos que tenía la mujer casada: no podía estar en
“juicio por sí, ni por procurador, sin licencia especial del marido” dada por
escrito8 ; celebrar contratos o adquirir bienes o acciones, enajenar o contraer
obligaciones9 ; suponiéndose que estaba autorizada si ejercía alguna profesión u
oficio, lo mismo cuando realizaba compras al contado o al fiado de “objetos
destinados al consumo ordinario de la familia”10 .

Frente a un orden civil como éste, las mujeres que no se casaban, si no


querían echar por tierra su buen nombre y la honra de la familia, permanecían de
hecho sujetas a los dictámenes del pariente varón con quien residían. Los grupos
domésticos tenían entre sus filas un buen número de solteras que permanecían al
amparo de hermanos, tíos o sobrinos, si su progenitor había muerto. En acuerdo
con la moral de época, las mujeres se dividían en “buenas” y “malas”; “decen-
tes” e “indecentes”; “piadosas” y “pecaminosas”. Las unas permanecían bajo el
“amparo” familiar, y las otras bajo la atenta mirada de agentes del estado y
magistrados. Quienes residían solas o compartían vivienda con otras mujeres
solteras no podían escapar del control policial y judicial. Mujeres solas era sinó-
nimo de “mala vida” y de ejercicio de la prostitución. Asimismo, en acuerdo con
esos parámetros, quienes vivían en concubinato tampoco gozaban de predica-
mento social. El “amancebamiento” o una causa por prostitución conducían in-
mediatamente a la pérdida de derechos sobre los hijos, quienes hasta 1919 –
año en que se sancionó la Ley 10.903 de patronato de menores - iban a parar a
“casas decentes”, ingresando a las filas del personal doméstico y a los circuitos
de prostitución de menores.

Con este marco legal, jueces y funcionarios estatales que llegaban a la


Patagonia fueron imponiendo el orden civil. Producida la conquista, el Estado
argentino no reconoció ningún vínculo que se hubiese legitimado según ritos indí-
genas. Para la legislación todos los pobladores era solteros, y aquellos que se
habían casado de acuerdo con sus propias normas eran considerados
amancebados. La ley también desconocía la poligamia. Por diferentes razones
burocráticas los indígenas estuvieron obligados a casarse. Por ejemplo, cada
vez que las familias solicitaban usufructo o arrendamiento de tierras –como los
permisos se trasladaban de padres a hijos-, antes de iniciar el trámite debían

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

legalizar la familia en la justicia de paz. En estos casos tenía lugar el matrimonio


civil y el reconocimiento conjunto de los hijos. Así Manuel Namuncurá, quien
según E. Zevallos había tenido quince mujeres, se casó con Ignacia Inaipán el 12
de febrero de 1900 en General Roca, Río Negro. En ese acto reconocieron a
varios hijos naturales. Y si bien Ignacia tenía treinta y ocho años, reconoció
como hijo propio y de su marido a: Juan de cincuenta y seis años, Juana de
veintiocho, Vicente de veinticinco, Julián de veinticuatro, Clarisa de catorce na-
cidos en Salinas Grandes, Ceferino de trece, Alfredo de diez, Clarisa Segunda
de ocho, Ignacio de cinco, Aníbal de cuatro y Fermina de tres nacidos en Choele
Choel11 .

El matrimonio era la instancia legal por excelencia que incardinaba el orden


social. De allí que todas las mujeres que la guerra privó de familiares y no logra-
ron permanecer al amparo de algún cacique corrieron la peor de las suertes.
Siempre vigiladas, muchas buscaron sitio donde arrancharse con sus hijos. A la
vera de caminos, construían viviendas precarias y abrían despachos de bebidas
que los comerciantes de campaña vieron como sitio de competencia. Estas mu-
jeres fueron perseguidas por la policía y la justicia, acusadas de ejercer la pros-
titución clandestina. Al no estar legalmente casadas, el ministerio público tenía la
facultad de inmiscuirse en su vida privada.

Así existió una sistemática represión hacia el sector femenino de la pobla-


ción que se llevó a cabo mediante la justificación de diferentes imputaciones:
«corrupción de menores», «atentado a la moral», «aposentadoras de vagos»,
«indecencia», «prostitución», «poligamia». Todas estas imputaciones tendrán por
fin facilitar la ingerencia de los poderes públicos en los espacios domésticos, y
conducirán indefectiblemente a la sustracción de los menores. Para hacer frente
a esta situación muchas reclamaban ante la justicia o al gobernador -en muchos
casos aconsejadas por los «leguleyos» locales y defensores de oficio-, y hasta
llegaron a legalizar sus vínculos maritales. Para el orden social decimonónico, y
claramente hasta 1926, las mujeres tenían una única manera de escapar a la
influencia de los poderes públicos: estar casadas. El dominio privado las res-
guardaba del dominio público. Para la época era impensable que las mujeres
pudiesen estar por fuera de alguno de los dos dominios.

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1
M. Hux, Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño, Buenos Aires, El Elefante Blanco,
2001, p. 130.
2
E. Zevallos, Callvucurá y la dinastía de Los Piedra, Buenos Aires, Ediciones Solar, 1994,
página 150. Primera edición 1884. “Esta india, que he conocido el otro día, de 45 años de
edad, a lo que parece, de una fisonomía sin belleza pero atrayente, gozaba de gran favor
entre los indígenas porque mucho la había distinguido Callvucurá y fue la primera influen-
cia de la corte”, p. 149.
3
Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles, Buenos Aires, CEAL, 1993,
volumen II, p. 131.
4
M. Baigorria, Memorias, Buenos Aires, Solar –Hachette, 1975, pp. 111-112.
5
S. Avendaño, Usos y costumbres de los indios de la Pampa, Buenos Aires, El Elefante
Blanco, 2000, pp. 33-42. Recopilación de M. Hux.
6
L. V. Mansilla, op. cit. volumen I, p. 152.
7
A. Yorio, Tratado de la Capacidad Jurídica de la Mujer, Buenos Aires, El Ateneo, 1943.
8
Ley 340, Código Civil, Artículo 188.
9
Idem, Artículo189.
10
Idem, Artículo 190.
11
N. Sosa, Mujeres indígenas de la Pampa y la Patagonia, Buenos Aires, Emecé, 2001, p. 73.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

LAS MUJERES Y LA POLÍTICA EN EL SI-


GLO XIX

Dra. Hilda Sábato

Abrí la mesa refiriéndome a la compleja historia de la construcción de la


Argentina y parte de lo que acabamos de escuchar se refiere a ello, es decir, a la
diversidad de esfuerzos y de ensayos para conformar nuevas naciones en His-
panoamérica, y en particular, en la región del Río de la Plata. Desde muy tempra-
no, sin embargo, todos esos ensayos tuvieron un rasgo común: la adopción de
formas republicanas de gobierno y del principio de soberanía popular. En un
momento en el cual Europa redoblaba la apuesta por la monarquía y hasta por el
absolutismo, América optaba por la república. Se abrió así un proceso original y
marcado por la incertidumbre, para sociedades que durante siglos habían vivido
bajo régimen monárquico. Este constituye un punto de partida muy importante
para atender a nuestra historia: aquí la república precedió a la nación, o mejor
dicho, la instauración de formas republicanas de gobierno constituyó un aspecto
insoslayable de la formación nacional.

Desde el principio, la aventura republicana implicó un cambio radical en


los fundamentos del poder político. La adopción del principio de la soberanía
popular cambió las reglas de juego de la vida política. El poder ya no se fundaría
en una instancia suprema trascendente, divina, sino en el pueblo. El “pueblo” se
entendía entonces como el conjunto de la comunidad política que aparecía como
la fuente del poder: no podía haber poder legítimo sin legitimación por parte de la
sociedad sobre la cual ese poder se habría de ejercer. Esa comunidad política
sería la base de la nueva nación. Pero esa comunidad ya no se concebía de la
misma manera que en tiempos coloniales, integrada por estamentos y cuerpos
según el orden natural. Se la pensaba, en cambio, como formada por individuos
libres, iguales entre sí, no anclados en ninguna posición previa: los ciudadanos.
Se trata de una noción un tanto abstracta, pero que tuvo una importancia muy
grande en la definición de las nuevas formas de hacer política. Las dirigencias del
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siglo XIX que propusieron estos modelos de comunidad política y de ciudada-
nía diseñaron instituciones, crearon mecanismos y difundieron símbolos destina-
dos a “inventar” al ciudadano. Sobre todo a principios de ese siglo, las tradicio-
nes y las ideas coloniales mantenían vigencia entre la población, por lo que
imponer la política “moderna” requirió de tiempo y de esfuerzo por parte de las
elites que impulsaban el nuevo modelo de una sociedad formada por individuos
y una nación integrada por ciudadanos.

Estas transformaciones tenían lugar en el plano de las ideas pero también de


las prácticas políticas. La instauración de formas republicanas de gobierno im-
plicó la puesta en marcha de instituciones y mecanismos nuevos vinculados con
el principio de la soberanía popular y con la representación moderna. Para
alcanzar y mantener el poder, las dirigencias y quienes aspiraban a integrarlas
debían establecer relaciones con el resto de la sociedad, fuente de legitimidad.
Tres instancias cumplieron un papel fundamental en ese sentido: las elecciones,
las milicias y las instituciones de la opinión pública. Estos fueron los mecanismos
formales creados desde muy temprano después de la revolución de indepen-
dencia y ensayados en diferentes variantes a lo largo de todo el siglo XIX.

En este marco, ¿cómo operaba el género? En esta nueva institucionalidad


republicana y con estos mecanismos de generación de legitimidad ¿cuál era el
lugar de las mujeres en la vida política? ¿Qué fijaban las normas y qué ocurría en
la práctica? Para empezar con las normas: Según las nuevas doctrinas, que ins-
piraban la legislación, los individuos que formaban la nación tenían derechos (y
deberes), que se explicitaron en las constituciones y las leyes. Estos derechos
atañían a dos planos de la vida en sociedad: el político y el civil. Y se vinculaban
con las tres instancias republicanas a las que hacíamos referencia más arriba
(elecciones, milicias e instituciones de la opinión pública).

El derecho político por excelencia, aunque no el único, era (y sigue siendo)


el derecho de sufragio. Contra muchos de los prejuicios y supuestos de nuestros
contemporáneos, los historiadores han demostrado que, en comparación con lo
que ocurría entonces en el resto del mundo, el derecho de sufragio fue muy
amplio en casi todo el espacio de la América hispánica. En Buenos Aires, desde
1821 se estableció el voto para todos los hombres adultos libres (es decir, no
esclavos), sin ningún requisito de propiedad, bienes o educación. Otras provin-

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

cias también siguieron ese modelo y, finalmente, éste se impuso en la organiza-


ción de la República Argentina con la Constitución del 53. A partir de entonces
y hasta 1912, el voto no fue obligatorio ni secreto, pero sí universal para los
hombres. De manera que a lo largo de la mayor parte del siglo XIX rigió un
sufragio extendido y una ciudadanía amplia, en la que el único criterio estricto de
exclusión era la falta de autonomía. Claro que las mujeres no figuraban. No eran
ni siquiera mencionadas por la legislación. Y esto se vincula con el hecho de que
las mujeres no eran consideradas personas autónomas y, por lo tanto, como los
niños, no podían gozar de la ciudadanía política que exigía autonomía.

El segundo punto vinculado a la ciudadanía política -que se conoce menos,


pero que es muy importante- remite a la ciudadanía armada, al derecho y al
deber de todos los hombres libres de portar armas en defensa de la patria y de
la Constitución (art. 21 de la Constitución del 53). Este principio, que regía
también en la primera mitad del siglo en muchas provincias, dió lugar a la forma-
ción de las milicias, que fueron parte de la organización militar del siglo XIX.
Esta incluía un ejército profesional, llamado “ejército de línea”, y las milicias (que
después de 1854 llevaron el nombre de Guardia Nacional y guardias provincia-
les) formadas por los ciudadanos. El reclutamiento era muy amplio, pero entera-
mente masculino, como en el caso del sufragio, pues no había restricciones para
los varones adultos mientras las mujeres quedaban, de hecho, excluidas.

El tercer aspecto a tratar, el que remite a la opinión pública, se vincula no


solo con los derechos políticos sino sobre todo con los derechos civiles. Este
era un terreno bastante más flexible, pues a pesar de que se establecían límites
normativos al lugar de la mujer, en la práctica se abrían espacios de intervención
y participación. Durante el siglo XIX el ámbito de la opinión estaba constituido
sobre todo por la prensa periódica y por las asociaciones de distinto tipo, que
actuaban en la vida pública tanto a través de sus actividades específicas como
de la organización de actos y manifestaciones. En todos estos planos, las muje-
res fueron abriéndose paso, y si al principio solo actuaban entre bambalinas, a
medida que avanzaba el siglo, vemos que su presencia se tornó más visible.

Vemos, entonces, que de acuerdo con las normas vigentes, en las instancias
formales de la vida política el lugar de la mujer era menor y subordinado. Sin
embargo, el modelo republicano del XIX consideraba que la mujer tenía que

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jugar otro papel en la república, diferente del rol público de los hombres. En
particular, le daba un lugar fundamental como “madre republicana”, a cargo de
la educación de los futuros ciudadanos en las virtudes cívicas. Por lo tanto, si por
un lado remitía a la mujer al ámbito doméstico, por el otro daba a ese ámbito una
importancia pública, pues es allí donde la mujer debía ejercer su papel de ma-
dre, debía educar a sus hijos en las virtudes del civismo. De esta manera, abría
un horizonte relacionado también con la educación de la mujer, pues para poder
formar a sus hijos era importante que ella misma se instruyera. Quedaba así
habilitada para intervenir en espacios antes vedados relacionados con lo público.

Este modelo republicano del siglo XIX contenía limitaciones doctrinarias


muy fuertes al rol de las mujeres, pero a la vez, en la práctica, sus propias con-
tradicciones permitieron a muchas mujeres el abrirse lugares a través de una
acción de tipo capilar. De manera tal que si en teoría, el lugar de la mujer se
relacionaba estrictamente con el mundo doméstico, en la práctica vamos a verla
buscando intervenir en la vida pública.

Algunos ejemplos concretos referidos a las tres instancias de participación


(elecciones, milicias y opinión pública) pueden ilustrar mejor lo que quiero decir.
Así, en el terreno electoral, las mujeres no podían participar y de hecho no
participaban en el comicio. Pero la movilización política no ocurría solamente el
día y en el lugar de la votación, sino que implicaba una actividad intensa de más
larga duración, desde la designación de los candidatos hasta la confirmación de
los resultados por el Congreso. En todo ese trámite, las mujeres se movían para
impulsar sus candidatos e incidir sobre los resultados. Esto no solo ocurría con
algunas mujeres célebres, como por ejemplo, Doña Encarnación Ezcurra, quien
sabemos tuvo un rol fundamental en la organización de los apoyos populares a
Rosas, sino también a mujeres menos conocidas, como –siguiendo con el mismo
ejemplo- las que formaban parte de las redes de seguidores tanto de Doña
Encarnación como de su marido. En tiempos del Mitre, primero como goberna-
dor de Buenos Aires y más tarde como Presidente e importante dirigente políti-
co nacional, es conocido el papel que jugaban algunas mujeres en su apoyo. En
el libro La gran aldea, Lucio López caricaturiza a Misia Medea, su propia tía,
quien reunía en su casa a todos los dirigentes políticos para armar las listas elec-
torales. Claro que López era opositor de Mitre y por lo tanto criticaba esa
situación, pero a la vez reflejaba una práctica que resultaba familiar en Buenos

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

Aires: la incidencia de algunas mujeres en las negociaciones electorales. Esa


incidencia se daba en el marco de una politización más amplia, a la cual el con-
junto de las mujeres de diferentes sectores sociales no eran ajenas.

En el año 1873/74, cuando hubo una disputa muy fuerte por las candida-
turas, el diario La Tribuna daba cuenta de ese clima cuando decía que, al leer
los diarios, “...a las señoritas fastidia hoy día esa literatura ligera de las gaceti-
llas... les gusta más un artículo extenso de política”. “Un joven (apuntaba el
mismo cronista), no puede ir a visitar a una familia, sin que las niñas de la casa y
la mamá le exijan con muy amable tono, una profesión de fe política...”. De
alguna manera, indicaban así el involucramiento de las mujeres en la política, y
de allí puede deducirse lo que esto podía significar en el terreno de las redes de
sociabilidad y de las influencias que podían ejercer sobre la vida política, aunque
siempre a través de los hombres.

En el caso de las milicias, la figura del ciudadano armado está totalmente


vinculada a lo que en ese momento se consideraban virtudes masculinas, la glo-
ria y el honor. Sin embargo, las mujeres como es sabido, en general acompaña-
ban a los ejércitos. Las soldaderas, por cierto, eran parte importantísima de
toda movilización militar que se hiciera en el territorio, incluyendo las de las
milicias. Esto no solo implicaba a las mujeres de clase baja que podían acompa-
ñar a sus hombres soldados, sino también a las de clase alta. Voy a citar aquí un
caso paradigmático que no ocurrió en la Argentina sino en Bolivia: el caso de
Juana Manuela Gorriti, quien, cuando murió su marido, el presidente Belzú , le
escribía a un cronista de La Nación: “...cuando te escribía fui interrumpida por
los clamores del pueblo que se había levantado en masa y me pedía a gritos
unirme a él... hemos levantado de nuevo barricadas”. Ella, una mujer educada,
de clase alta, refinada, se ponía a la vanguardia de una movilización popular,
retomando las banderas de su marido pero protagonizando la revuelta.

Para terminar voy a referirme al tema de la opinión pública, en el que pode-


mos a su vez distinguir tres ámbitos de acción. En primer lugar, la prensa, que era
el terreno por excelencia de la opinión pública y del debate político. Las mujeres
se abrieron un lugar en la prensa muy despacio, muy dificultosamente, pero hubo
periódicos escritos por mujeres desde muy temprano en el siglo XIX: La Aljaba
es el primero, de 1830, pero luego hubo otros, como La Camelia en 1852,

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Album de Señoritas aparecido en 1854 y La Alborada del Plata, de 1870 y
1880. También escribían mujeres en la prensa dirigida por hombres y hubo per-
sonajes emblemáticos del periodismo femenino, como Juana Manso y Josefina
Pelliza, entre otras. Esta presencia se acentuó hacia hasta fines de siglo cuando
la mujer fue ocupando lugares cada vez más importante en el campo intelectual
y en la esfera pública.

El otro terreno importantísimo es el del asociacionismo. La sociedad civil


fue creando, sobre todo en la segunda mitad del siglo, densas tramas de organi-
zación y autoorganización. Se crearon asociaciones de ayuda mutua, círculos
científicos y literarios, clubes, gremios, sociedades profesionales, etc. El ámbito
del asociacionismo también era mayoritariamente masculino. Al principio, a las
mujeres se les reservó un lugar específico, el de la beneficencia. Pero ese espa-
cio inicialmente limitado se fue ampliando. Incluso en un espacio muy diferente al
de la beneficencia, como era el de las sociedades festivas y carnavalescas, las
mujeres tuvieron un rol importante. El carnaval era una ocasión social y política-
mente significativa, en torno al cual se organizaban las comparsas. Estas funcio-
naban durante todo el año fundamentalmente como espacios de sociabilidad
festiva, pero jugaban, también, un rol político y eran muchas veces auspiciadas
por figuras públicas importantes, que actuaban como “padrinos”. En ese mundo
las mujeres tenían una participación activa, que incluía la formación de compar-
sas exclusivamente femeninas.

Aunque participaran las mujeres, el asociacionismo estuvo, durante buena


parte del siglo, controlado por hombres. Solo hacia finales del diecinueve, fue
surgiendo un asociacionismo estrictamente femenino. En 1900 se creó el Con-
sejo Nacional de Mujeres, que inscribió a 250 organizaciones de todo el país,
organizaciones de beneficencia, profesionales y otras, formadas todas ellas por
mujeres.

Para terminar, me voy a referir a los actos y movilizaciones públicas. Buenos


Aires y después Rosario y Córdoba, así como otras ciudades menores, fueron
espacio de movilizaciones públicas muy importantes. En un principio, las muje-
res tenían una presencia marginal pero muy visible: aplaudían desde los balco-
nes, arrojaban flores y agitaban pañuelos. Esa presencia se consideraba rele-
vante y era una referencia constante para indicar el éxito de una manifestación el
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

que fuera “acompañada” por mujeres. A medida que avanzaba el siglo, éstas
pasaron de los balcones a las calles y los estrados, de los márgenes al centro de
la escena, aunque todavía el foco más importante lo ocuparan los hombres.

Para terminar: la mujer en la república tenía un lugar restringido pero no


inexistente. Y generó espacios de acción y reacción por parte de los hombres de
la época. Hubo hombres, como Sarmiento por ejemplo, que tuvieron un papel
muy importante en fomentar la participación femenina, mientras una mayor parte
la resistía, de acuerdo con las ideas predominantes en esos tiempos. El fin de
siglo, sin embargo, trajo novedades. Junto con otros cambios sociales y políti-
cos, la presencia de las mujeres se hizo más visible y más temida, empezaron a
aparecer restricciones más fuertes que en la era republicana, pero a la vez, las
mujeres reclamaron cada vez mayor autonomía. Surgió el feminismo y, también,
se difundieron otros movimientos políticos más inclusivos que, como el socialis-
mo y el anarquismo, defenderían los derechos de la mujer. Esos cambios con
que cierra el siglo XIX solo se plasmarían, lenta y conflictivamente, en el siglo
XX. Pero esa ya es otra historia...

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

MESA 3

MUJERES Y MOVIMIENTOS
SOCIALES EN LA PRIMERA
MITAD DEL SIGLO XX

Moderadora: Dra. Dora Barrancos

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

INTRODUCCIÓN
Dra. Dora Barrancos

Bueno, muchísimas gracias, una vez más henos aquí reunidos todas y todos.
Esta tercera mesa va a enfocar, tal como se ha dicho, raudas transformaciones
del país durante gran parte del siglo XX, e intentará reunir al movimiento social
general y al movimiento de mujeres en torno a derechos hasta mediados del
siglo. En primer lugar, el tema que tengo a cargo es justamente dar un panorama
de lo que fue la constitución del movimiento social de mujeres en reclamo de sus
derechos, hasta alrededor de los años 30/40. Luego le daré la palabra a Norberto
Álvarez y luego finalmente a Adriana Valobra.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

LAS MUJERES Y LA CONQUISTA


DE LA CIUDADANÍA

Dra. Dora Barrancos

La Inferioridad Jurídica de la Mujer establecida en el


Código Civil

Voy a enfocar sobre todo el movimiento que tuvo como objetivo fundamen-
tal la búsqueda de la ciudadanía. Las mujeres se movilizaban por muchos dere-
chos, pero creo que los dos aspectos importantes de su actuación de fines del
siglo XIX y principios del siglo XX tienen que ver con dos derechos fundamen-
tales: el primero, remover la ominosa circunstancia del padecimiento de la infe-
rioridad jurídica sancionada por el Código Civil argentino en 1869. Esa inferio-
ridad tornaba incapaces a las mujeres. Las mujeres al casarse no tenían dere-
chos, ni siquiera a la tenencia de sus propios bienes. El Código argentino co-
piando, en general, otros códigos como el Código napoleónico de 1804, y los
códigos que sucedieron o antecedieron al Código napoleónico, colocó a las
mujeres en una situación de minoridad como nunca se había dado. Una vez
casadas no tenían derecho a comerciar, estudiar, profesionalizarse, gerenciar
sus propios medios económicos y sus herencias, si no era con el consentimiento
de su marido. Esta grave circunstancia sólo pudo ser removida en 1926, de
modo que hasta ese momento una parte fundamental de la agenda femenina
consistió en remover la inferioridad civil articulada con la lucha por el voto. La
única ventaja del Código Civil argentino, de Vélez Sársfield, fue la garantía del
usufructo de los bienes gananciales. Y esto es muy sencillo de interpretar; la hija
de Vélez Sársfield se había separado de su marido y nuestro ilustre jurisconsulto
no fue tonto. Pensó que los derechos gananciales debían ser de usufructo co-
mún, por lo tanto, en ese punto el derecho argentino era más avanzado que
otros derechos del área continental.

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La Lucha por el Sufragio Femenino

La segunda circunstancia que impulsó a las mujeres fue lograr el sufragio. La


búsqueda de un estado de ciudadanía a fines del siglo XIX contaba con algunas
voces que clamaban por el sufragio. Había, de todas maneras, más discursos
clamando por la superación de la inferioridad jurídica de las mujeres. Eran más
las voces que decían que las mujeres tenían que tener derechos civiles, pareci-
dos a los de los varones, y muchas menos las voces que reclamaban para las
mujeres el derecho a votar y a ser elegidas. En general, era bastante extensa la
opinión de que debía accederse antes a los derechos civiles.

Yo voy a recordar a un liberal inglés, John Stuart Mill - uno de los mejores
amigos que tuvieron las mujeres- en su lucha a favor del sufragio femenino. Es-
cribió un libro notable, que animo a leer y que todavía es un clásico: “La subor-
dinación de las mujeres”. Allí decía que la esclavitud que todavía existía en el
mundo occidental, habiéndose acabado la esclavitud sobre todo de los pueblos
africanos, era la de las mujeres. Porque veía con espanto que en toda y cualquier
latitud las mujeres padecían la ominosa condición de subordinadas a sus padres
o a sus maridos. Esa era una esclavitud intolerable para John Stuart Mill. La-
mentablemente su propuesta a favor del sufragio en Inglaterra no prosperó. Pero
sí prosperó el movimiento de mujeres. Es bueno saber que el movimiento
sufragista inglés fue uno de los más interesantes e instigantes y, al mismo tiempo,
uno de los más dolorosos. Se cobró hasta una víctima a inicios del siglo XX.
Una pobre muchacha se tiró en uno de los Premios Derby debajo de las patas
de un caballo, para mostrar a los ingleses y a las inglesas la falta de igualdad
cívica.

En la Argentina la lucha a favor del sufragio se dirige rápidamente, a fines


del siglo XIX, a encontrarse con el concepto de feminismo, porque era un país
que se decía moderno y el feminismo era la nueva palabra que había sido acuña-
da en lugares a donde avanzaba la modernización. En la Argentina, uno de los
principales intérpretes del concepto feminismo, fue una figura muy conocida:
Ernesto Quesada, que hizo una difusión del concepto, cerrando la exposición
internacional de 1898. Se trató de una conferencia con aires innovadores en
estas latitudes. Quesada se animaba a sostener el derecho de las mujeres a

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

trabajar fuera de la casa, algo que siempre fue desprestigiado en nuestro país.
En la Argentina, como en otros países, el derecho de las mujeres a salir a traba-
jar, a ganarse el pan, a hacer una experiencia de libertad personal mediante el
trabajo fuera de la casa, no tuvo legitimidad. Ésta es una conquista muy reciente,
hace muy poco tiempo que los varones en general se han acostumbrado a ver
con buenos ojos el trabajo femenino fuera de la casa. Ningún grupo, ninguna
fracción política o ideológica está exenta de esa visión en Argentina. Los univer-
sitarios, la gente de izquierda, los miembros de las Fuerzas Armadas, cualquier
sector del país, pregonaba en contra del trabajo extradoméstico de las mujeres.
Vemos con claridad que la buena disposición para que las mujeres trabajen
fuera de sus hogares es una conquista reciente.

Otro sector, que va rápidamente a pregonar a favor del derecho de las


mujeres es el Partido Socialista argentino, que emerge en 1896. En general, la
socialdemocracia en el mundo fue una de las fuerzas que emitió una opinión
favorable al voto de las mujeres. En nuestro país, consecuentemente, el Partido
Socialista asumió esa consigna aunque no la llevara a proponerla en su progra-
ma mínimo. Sin embargo, desde sus fuerzas, las simpatías por el voto femenino
nunca faltaron.

A principios de siglo, llegó al país una notable mujer pro sufragio, Belén de
Sárraga. Era una libre pensadora, adherente de la masonería, que recorrió todo
el continente latinoamericano. No hubo lugar donde no hubiera estado, con ex-
cepción tal vez de Brasil. Pero en el resto de los países de habla española se hizo
presente; estaba absolutamente imbuida de la necesidad de otorgar los dere-
chos cívicos a las mujeres y fue hacia 1906/1907 una de las que más propulsó el
voto en nuestro medio. Y muy unidas en torno a ella van a aparecer dos figuras:
María Abella Ramírez y Julieta Lanteri. Esta última merece unos cuantos párra-
fos aparte. Fue una inmigrante de familia italiana que se graduó de médica; a la
sazón pocas, muy pocas eran las mujeres que ingresaban a nuestras universida-
des. Por suerte las primeras egresadas se tornaron feministas: Cecilia Grierson y
Elvira Rawson. Julieta Lanteri merece que me detenga porque hizo una exhibi-
ción práctica de sus principios feministas y de su profunda convicción de arrai-
garse en el suelo argentino luchando con denuedo por adoptar la ciudadanía.
Ese fue un sentido mayor que imprimió a su vida. En 1911, como vecina de
Buenos Aires, se le permite votar y por eso algunas historiadoras la colocan

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como una de las primeras sufragistas, pero esto es difícil de sostener porque
también había habido voto municipal en el siglo XIX en San Juan, de modo que
no es seguro que haya sido la primera votante. La importancia que tiene Julieta
es que pleitea judicialmente el estado de ciudadanía, aunque no fue la única, y el
Juez se expidió muy claramente acerca de que nuestra Constitución no determi-
na el sexo de la ciudadanía; cuando habla de ciudadanos no dice que el ciudada-
no es del sexo masculino. Por lo tanto, ésa era una ventaja interpretativa que
Julieta encontró como una vía para llegar, finalmente, a lo que pensaba iba a ser
resuelto en torno de la ciudadanía. Sin embargo, voy a recordar que el estatuto
del ciudadano en esos momentos está atravesado por la idea de una Nación
armada, por esa atribución del Estado-Nación que hace que la condición de
ciudadanía, para los varones, esté vinculada a la función armada, a que sean
movilizados militarmente. Lo cierto es que la imposibilidad de que hubiera muje-
res movilizadas hace que Julieta Lanteri pida una audiencia con el Jefe de la
Guarnición militar correspondiente, y apele al mismísimo Ministro. Se pueden
imaginar los resultados de esas entrevistas. Se le aseguró que el estado militar,
el estado de ciudadanía dada por el registro de la “clase” – que era la forma que
asumía la condición militarizada -, no era compatible con la inclusión de mujeres.
Por lo tanto, Julieta Lanteri no pudo obtener la ciudadanía.

Entre 1910 y 1919 se presentó en el Congreso de la Nación un proyecto de


sufragio femenino, que no tuvo resultado. Había terminado la primera guerra mun-
dial, que fue una verdadera convulsión en muchos sentidos, y desde luego también
fue una verdadera convulsión para los vínculos entre los géneros. Los varones tuvie-
ron que salir a hacer la guerra y las mujeres ocuparon sus lugares en la producción,
inclusive en la producción de armas. Cuando la guerra terminó, fueron desalojadas
de sus lugares de trabajo. Por lo tanto, lo que parecía ser un salto notable en materia
de independencia femenina, con nuevas actividades económicas, se desvaneció y las
cosas volvieron a su lugar, aunque no del todo. Algunos países otorgaban el voto de
las mujeres, como es el caso de Inglaterra, y un poco más adelante la notable Virginia
Woolf pudo escribir ese maravilloso libro llamado “Un Cuarto Propio”. Sin decirse
feminista, todo lo contrario, analiza en “Un Cuarto Propio”, la dolorosa y persistente
condición de la subalternancia de las mujeres.

En la Argentina, el inicio de los años 20 fue también un momento de trans-


formaciones en las que contaba la experiencia de la guerra. Además del corte de

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

melena, del acortamiento de las polleras, algunas costumbres cambiaron y otras


persistieron. Era muy común en la Argentina que las mujeres fueran acompaña-
das a cualquier lugar público. Las argentinas eran muy dicharacheras, para asom-
bro de los viajeros y viajeras que nos visitaban. Sin embargo, decían algunos,
luego que se casaban permanecían algo ensimismadas. Lo cierto es que nuestras
costumbres decían que había lugares para mujeres y lugares para varones. En
las confiterías, por ejemplo, era de pésimo gusto, y pregúntenle por ahí a alguna
abuela, ir a una confitería a sentarse sola. Eso sólo lo hacían mujeres de “mala
vida”, quienes tenía dificultades con el código moral impuesto al género femenino.

Una periodista norteamericana viene a la Argentina, en 1919, y no se le


permitió ocupar un cuarto sola en los más distinguidos hoteles de nuestra ciudad.
Pero, aún cuando existieron algunas costumbres muy arraigadas, lo que sabe-
mos muy bien es que los años 20 fueron bastante revulsivos en materia de
derechos femeninos, y los grupos de mujeres, los grupos feministas, volvieron a
militar con fuerza a favor del sufragio. Además de Julieta Lanteri con su Partido
Feminista, Alicia Moreau, la notable socialista que sólo fue candidata por su
partido en la circunscripción 16 en 1952, fue una de las más conspicuas
animadoras de la lucha por el sufragio de las mujeres, y ella creó el Comité pro
sufragio femenino luego de su visita a Estados Unidos en los años 20. Esto
también sumó un gran incentivo a la idea de los derechos femeninos. Julieta
Lanteri, Alicia Moreau, Elvira Rawson de Dellepiane, son las más importantes
en esta etapa porque tuvieron un alto acatamiento por parte de las mujeres mo-
vilizadas por sus prerrogativas. Elvira estaba al frente de la Asociación pro dere-
chos de las mujeres, organismo al que se sumaron algunos varones. El 7 de
marzo de l920 la ciudad fue convocada a mirar un nuevo paisaje. Las mujeres
hicieron una ficción de sufragio, se movilizaron, organizaron el sufragio de mane-
ra teatral, y fueron más de 4.000 a votar. Y ganó el Partido Socialista.

Volviendo algo atrás debo decir que 1910 había sido un hito en la vida del
movimiento de mujeres y del movimiento feminista, puesto que son cosas dife-
rentes. Porque hay movimientos de mujeres que no son feministas. Se hicieron
dos congresos: el primero, el congreso de las universitarias que es el más cono-
cido, reunió justamente a las mujeres que habían salido de la universidad y que
se juntaron con muchas otras y proclamaron una serie de derechos. Y yendo
hacia más adelante, en 1932, emerge un nuevo grupo de mujeres de clase me-

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dia. No todas fueron feministas, pero por su gran preocupación en torno a los
derechos femeninos es incontestable por lo que deben ser incluidas en esta re-
construcción. Entre estos grupos voy a citar a la Asociación Argentina del Sufra-
gio Femenino, dirigida por una conocida feminista, Carmela Horne de Burmeister,
quien tenía un vínculo más fuerte con las mujeres más tradicionales de la socie-
dad porteña. Si bien con lazos en esos sectores, al comienzo Carmela no se
privó de hacer conferencias incluyendo a algunas socialistas.

El golpe de 1930 interrumpe en gran medida estas actividades, pero el pro-


yecto sobrevive en el Congreso de la Nación gracias a algunos grupos de dipu-
tados amigos de la causa femenina. De igual modo al inicio de los años 30, con
el nuevo agenciamiento de los derechos cívicos a través de una buena cantidad
de grupos, se avanza y la Cámara de Diputados de la Nación sanciona el voto
femenino en 1932. Pero la Cámara de Senadores, en la que estaban efectiva-
mente los sectores más conservadores, ni siquiera se tomó el trabajo de discutir
este proyecto.

Entre l932 y 1938 aparecieron nuevos proyectos sobre sufragio femenino,


pero ninguno pudo ser exitoso. Me gustaría recordar especialmente a una figura
que a menudo las feministas recordamos: la del socialista Silvio Ruggeri, que no
se cansó de presentar proyectos pro sufragio femenino. Se llega a los años 40
sin que se haya concretado el voto femenino en nuestro país, aunque en algunas
naciones de América Latina ya se había obtenido este derecho. Ecuador, a fines
de la década de los años 20, fue el primer país en otorgar el voto a las mujeres.
Lo mismo ocurrió en Uruguay a inicios de la década del 30, y en Brasil, donde el
voto fue primero calificado. También los varones, conocieron inicialmente una
mengua en la ciudadanía, porque no todos fueron considerados ciudadanos du-
rante buena parte del siglo XIX e inicios del XX. En general, sólo se considera-
ba ciudadanos a aquellos que estaban alfabetizados y que tenían bienes raíces.
Una excepción fue la de Colombia, que cuando se terminan las luchas por la
independencia, dicta su Constitución de 1821 que sostenía que ningún hombre
tenía la culpa de haber sido privado de la educación porque la colonización
española le había retaceado el derecho a instruirse. Por eso, Colombia fue uno
de los raros países que otorgó el derecho de ciudadanía de modo más pleno.
Pero en general, incluso en nuestro país, sólo se perfeccionó la ciudadanía de los
varones a inicios del XX.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

Esta historia que hemos narrado de manera sucinta debe hacernos recordar
la fuerza, la energía de muchísimas mujeres que sorteando todos los obstáculos
abogaron y se manifestaron a favor de prerrogativas igualitarias. Sin luchas no
hay avances, efectivamente, en materia de derechos .

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

LAS MUJERES Y SUS LUCHAS


“IMPERCEPTIBLES”
Argentina, entre mediados de los ‘40s y ‘70s

Lic. Norberto Álvarez

El saber histórico ha sido acusado en ocasiones, y no siempre sin funda-


mento, de ocuparse sólo de la parte visible del iceberg. Para no recaer, he esco-
gido -para esta ocasión tan singular- presentar algunos aspectos menos bullicio-
sos del protagonismo femenino en el período que ocupa a este Panel. Un tiempo
singular para la Argentina y quizás muy significativo para el mundo entero, unas
décadas prominentes dentro del siglo XX. Treinta años que fueron testigos de
profundísimos cambios sociales. En el caso de Argentina concretamente, esos
treinta años quizás haya que concebirlos en dos fases: una desde mediados de
los años cuarenta y otra distinta desde los años sesenta hasta mediados de los
setenta. Durante ese lapso se produjeron fenómenos intensos y contundentes
cambios sociales; sin exagerar en la trascendencia debemos aceptar que la so-
ciedad argentina tomó otro formato. Esos treinta años contribuyeron, entre otras
cosas y a simple enumeración, a: la emergencia de los trabajadores en la escena
política; otra manera de concebir la distribución del ingreso; una implementación
más explicita del estado de bienestar, por lo tanto un fuerte incremento del gasto
social; otra manera de entender la participación popular en la vida pública; vi-
sualización de la parte oculta de la población, y con esto me estoy refiriendo a
los jóvenes y las mujeres que hasta ese entonces, por lo mismo que contaba
Dora recién, eran como esa parte del under que no se veía, o se veía nada más
que para algunas cuestiones, unas cuestiones subalternas en el contexto de la
vida pública.

A partir de los años sesenta se dio una profundísima revolución en las cos-
tumbres y en los hábitos, otra manera de vincularse entre las personas, tanto al
interior de la propia familia como del mundo social. En el caso concreto de las

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mujeres, esos treinta años produjeron la Ley 13.010 (1947) sobre el derecho al
voto de la mujer. También debemos hablar de una serie de derechos importan-
tes, por ejemplo la propiedad (1968), pero yo quería referirme, dado el tema
del ciclo, a otro tipo de luchas, luchas que no son tan evidentes, tan conscientes,
tan perceptibles en el propio momento. Hay algunos combates más subcons-
cientes, más de trasfondo, pero que generan cambios tan intensos como los
otros.

Dado el tiempo disponible expondremos sólo algunas. Las situaremos en el


contexto de esa antigua agenda de investigación que nació con la pretensión de
explicar el cambio social bajo los efectos del capitalismo industrial. A explicar el
cambio social se han dedicado las Ciencias Sociales desde que surgieron como
tal a mediados del siglo XIX. Ese saber ha tenido siempre por finalidad alentar al
cambio o desinhibirlo. Dentro de esas teorías resultaba vital saber quién era el
agente de ese cambio social, dónde estaba la “esencia” del cambio social, cuál
era el sujeto central de esas transformaciones, si un sujeto colectivo, si un sujeto
individual, si eran las ideas, si eran las instituciones. Durante largos años las
mujeres estuvieron fuera de esas explicaciones porque no eran consideradas
protagonistas centrales de la Historia ni de sus historias.

En la producción bibliográfica reciente sobre temáticas que giran en torno a


los movimientos femeninos, a las políticas aplicadas a las mujeres, a las luchas
reivindicativas, se manifiesta una concepción que yo querría hoy poner en discu-
sión. Se trata de un tipo de planteamiento que pone énfasis en cierto tipo de
receptividad, en una pasividad del sujeto mujer frente al Estado o grupos ideo-
lógicos. Se descuidan las resistencias y las acciones silenciosas. Si realmente la
pasividad fuese de tal envergadura, si la naturaleza femenina implica el consenti-
miento, cómo explicar los enormes y prolongados esfuerzos realizados desde
ámbitos de poder para conformar esa concepción de género.

Me interesa presentar a la mujer como sujeto directo de esas transforma-


ciones cotidianas. Quisiera tomar unos pocos de esos muchos cambios que se
produjeron en ese período de treinta años. Entre ellos se destacan los giros
vinculados a la educación y formación de la mujer. A lo largo de la primera mitad
del siglo XX, las luchas estaban orientadas a estimular la participación política y
social como respuesta a la concepción disciplinadora que circunscribía el papel

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

de la mujer al mundo doméstico, en la función de reproducción y garante de la


buena familia. La mujer era “el ángel del hogar”.

En los años 40, la mayoría de los analfabetos en la Argentina, o un porcen-


taje bastante alto, eran mujeres. El grueso de los estudiantes del nivel secundario
era claramente masculino, así como la mayoría de los estudiantes universitarios.
Sin que mediasen políticas explícitas y focalizadas la situación se fue modifican-
do. A mediados de los ‘60 ya la mayoría de los analfabetos, como 15% más,
eran hombres. Para 1965, las mujeres estudiantes secundarias los superaban en
un 18% y en el mundo universitario se habían equiparado cuantitativamente.
Para el año 2000, cuando los analfabetos se incrementaron en la Argentina, la
mayoría eran hombres, y una amplísima porción de estudiantes secundarios eran
mujeres. Hacia ese año el número de estudiantes mujeres en la universidad
superaba ampliamente a los estudiantes varones.

Hoy día, en el caso de la Universidad de Mar del Plata, el 60% de la


población es femenina; en las últimas 10 colaciones el 70% de notas sobre-
salientes son de mujeres, y de casi 100 becas de investigación que otorgó la
universidad este año, 62 fueron a mujeres. No ocupan todavía cargos de
dirección o conducción de manera mayoritaria pero hacia ahí parecen mar-
char las cosas. De nueve unidades académicas, hay 7 decanos y sólo 2 de-
canas, pero en los vicedecanatos son 7 mujeres y 2 varones; de las secreta-
rias de investigación, con las que debo lidiar, 8 son mujeres y un sólo varón.
Esto me parece que es un dato fuerte para tener en cuenta; ese proceso se
dio a lo largo de esos 30 años, y prosiguió después, pero las novedades en
cuanto a forma e intención fueron claramente en los años 60. Hubo una
transformación lenta, subterránea, no claramente visible en la superficie, sin
políticas que la alentasen, no hubo becas diferenciales para mujeres, no hubo
acciones positivas como las que otros países tienen. Quería señalar es-
pecialmente este cambio.

Ocurrieron otros cambios más fuertes que éstos pero en otras direcciones.
Las prácticas reproductivas y las renuencias a las proposiciones demográficas
estatales, que tuvieron por escenario privilegiado el de la vida familiar. En este
caso, para ser breve, quisiera tan sólo hablar de la natalidad. Argentina entró en
lo que se llama la modernidad demográfica muy tempranamente, en la segunda

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mitad del siglo XIX o el último tercio para ser más precisos. La natalidad y la
mortalidad descendieron bruscamente, lo mismo que ocurriese unos años antes
en los países capitalistas centrales europeos. Esto ha tenido muchas explicacio-
nes, como es el caso de la influencia de la inmigración europea, con la cual yo
disiento parcialmente, porque es muy simplista decir que habían traído costum-
bres arraigadas en cuanto a su comportamiento demográfico. La mayoría de los
inmigrantes que llegaron a la Argentina no venían de regiones donde esos cam-
bios demográficos habían acontecido, venían de España y sur de Italia donde la
transición demográfica aconteció avanzado el siglo XX. Es decir que el cambio
no estaba “genéticamente” incorporado sino que fue una cuestión de prácticas
sociales y culturales, desarrolladas claramente en el contexto argentino.

Ese descenso de natalidad enmarcado a fin del siglo XIX y las primeras
décadas del siglo XX generó altísimas preocupaciones en la clase dirigente. En
los años 30, esa voz preponderante que fue Alejandro Bunge desde la Revista
Argentina de Economía daba sucesivamente, mes a mes, notas sobre su pre-
ocupación de lo que él llamaba la desnatalidad. Con respecto a las mujeres, a
comienzos del siglo XX los indicadores medios para la Argentina terminan
promediando situaciones sociales muy distintas como es la ciudad de Buenos
Aires con algunas provincias y los promedios indican cosas que no son, que no
forman parte de la realidad. Es decir, que las mujeres al principio del siglo XX
estaban en 3,4 hijos o 3,2 hijos por mujer, tomando en cuenta el período fértil;
hacia fines de la década del 30 esta cifra se había colocado apenas por arriba de
2 hijos por mujer o sea en la tasa mínima de reproducción de la población. Esto
provocaba seria preocupación no sólo en A. Bunge y en algunos sectores de la
clase dirigente, sino también en la Iglesia, porque temían lo que ellos llamaban el
deterioro del sentido nacional. Además del cuantum demográfico, les preocu-
paba íntimamente la composición étnica. Al bajo crecimiento vegetativo se le
unía un “grave” diferencial social de la fecundidad, ante lo cual desde los ámbitos
de poder se propiciaba una política claramente pro natalista. Esto significaba,
por lo tanto, una política hacia la familia, con una concepción particular de la
familia, con vértice en la mujer. Se debía acentuar el tipo de familia que ya venía
tomando forma desde mediados del siglo XIX: una fuerte división interna del
trabajo, un hombre proveedor, en el mundo público, en el mundo del trabajo;
una mujer garante moral de la familia y dedicada a cuestiones básicas de la
reproducción biológica y material. Se propiciaron algunas políticas natalistas muy

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

reclamativas, muy moralistas, pero con poca resonancia en las prácticas reales.
La curva de natalidad nunca invirtió la tendencia declinante. Silenciosamente, las
mujeres, tanto nativas como inmigrantes, mantenían sus pareceres e iban deci-
diendo como sería la población argentina.

Y llegó el peronismo, pero las cosas parecen no haber cambiado. Aunque


aquí los acuerdos entre historiadores se hacen más débiles y dejan lugar a unos
atractivos debates. Entre otros, la Dra. Barrancos tomó parte en ese debate;
¿tuvo el peronismo una política natalicia o simplemente prolongó la política ins-
talada en los años 30? Hay quienes sostienen que sí y quienes desacuerdan. En
el fondo lo que se debate es el grado de intervención del Estado sobre la familia.
El Estado fue tomando, fue invadiendo, ese espacio de la privacidad, esa divi-
sión que había entre el mundo público o el mundo del trabajo, y el mundo priva-
do o el mundo de la familia: el mundo de la reproducción. El Estado peronista
fue interviniendo fuertemente sobre esto, y parecía algo más que los gobiernos
de los años ’30, pero sin que el aliento al incremento de la natalidad sea clara-
mente manifiesto. Hay un debate y sigue abierto. Yo no quiero hoy insistir sobre
él, sólo quiero dar vuelta ese debate y plantearlo al revés.

Estoy firmemente convencido de que la existencia de una política no implica


en absoluto el logro de los objetivos de esa política. A los historiadores nos
resulta más fácil saber de la existencia de políticas, nos resulta muy complicado
saber los resultados de esa política. No sabemos o sabemos muy poco de los
resultados de esa política de los años ‘30 y de los años ‘40 y ‘50. Tenemos un
ejemplo muy claro: la política natalicia del General Franco en España, que hizo
esfuerzos notables por tener un fuerte incremento de los nacimientos. Se pagaba
más dinero por nacimientos, había premios por estos nacimientos, se entraba a
trabajar en el Estado, había estímulos. Las mujeres españolas en general eran
muy religiosas y poco rebeldes en la cosa política, sin embargo la rebeldía sobre
esa política natalista fue sostenida a lo largo de todo el período del gobierno
franquista. La natalidad en España no creció nunca y no paró de decrecer, des-
de los años 30 hasta la actualidad, cuando tiene la tasa de natalidad más baja del
planeta a pesar de haber existido muchísimas políticas de natalidad en España.
¿Qué ocurrió en el caso de Argentina? Esa curva de la tasa de natalidad se
modificó a fines de la segunda guerra mundial; en los años 1947 y 1948, se
produjo una inflexión de la curva que se conoce como el baby boom. Fenóme-

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no no exclusivo de la Argentina, fenómeno casi mundial, un fenómeno que ocu-
rrió en muchos países occidentales que duró como tres años. En el caso argen-
tino, poco tuvo que ver con la política natalista peronista, ya que aparece aplica-
da después del baby boom. Aparece cuando el fenómeno se agota, de tal modo
que no podemos explicar el incremento como resultado de la política natalista
peronista, porque podía haber sido el resultado de la política natalista de los
años 30 y no hay muchas medidas que hayan inducido a ello. ¿Por qué crece la
natalidad?, estoy absolutamente convencido de que los ritmos de la fecundación
son manejados por las mujeres, en colaboración o no, pero siempre la tiene de
protagonista principal y/o exclusiva.

¿Qué ocurrió con la tasa de natalidad después de 1948?: volvió a descen-


der. ¿Cómo explicar ese ascenso?: quizás por el tema de las expectativas de la
posguerra y en el caso de la Argentina, el peronismo había creado el estímulo.
Se incrementaron las uniones y casamientos, pero era más un tema de expecta-
tivas sociales que un tema de política. Otro pico de fecundidad se da en la
Argentina entre 1982 y 1983 después de la guerra de Malvinas, quizás por el
optimismo que generaba en la Argentina un retorno a la democracia, una cierta
situación económica que amenazaba mejorar y luego quedó sólo en esto.

Cómo se explican estos comportamientos femeninos, de dónde salen, por-


qué estas regulaciones y por qué no; no se pueden encontrar explicaciones
mecanicistas. A mi me parece que no debieran dejar de ser tomadas en cuenta;
ahí hay toda una lucha a veces consciente, a veces inconsciente.

En los años ‘60, se modificaron, como decía antes, las costumbres; las
maneras de vincularse entre las personas. En los años anteriores a los años ‘60,
esto podría ser adjudicado a ciertas maneras, a ciertas represiones, a ciertas
formas de sexualidad en la Argentina. Los cambios posteriores a los años ‘60,
no son explicables por esa vía, se pretende explicarlos por otras razones mucho
más profundas. Hasta antes de los años ‘60, el uso de formas anticonceptivas
era alto pero no extendido; a partir de esa década son absolutamente generali-
zados. Por lo tanto cualquier movilidad en estas tasas de natalidad son decisio-
nes de alguna manera individuales no colectivas, que van tomando las mujeres.
Una lucha silenciosa, a veces sin que exista una política específica sobre el asun-
to, que a veces contraría políticas específicas sobre el asunto. A mi me parece

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

que es una cuestión interesante a tener en cuenta.

Algunas luchas que han hecho las mujeres no son tan visibles. Las luchas
por reivindicaciones laborales, por la cuestión del sufragio, por los derechos
civiles son importantísimas; estas otras luchas también me parecen interesantes
porque deciden en el conjunto de la sociedad mucho más de lo que deciden
algunas mujeres.

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LOS MOVIMIENTOS DE MUJERES


EN LOS AÑOS 40-50

Lic. Adriana María Valobra

Conocer la posición histórica de las mujeres implica “examinar (...) las épo-
cas de grandes cambios sociales en términos de la liberación o represión poten-
cial de la mujer...” 1 . En este sentido, seguramente las décadas en estudio resul-
tarían ser etapas de complejas tensiones entre liberación y represión de las mu-
jeres particularmente en el ámbito político. En efecto, la indagación del pasado
sigue abriendo nuevas posibilidades de interpretación, visibilización de temas,
teorías y desafíos a las ideas sobre ciertos temas que repercuten sobre el modo
que tenemos de investigar. En este sentido, tenemos que reconocer que el cono-
cimiento siempre da respuestas provisorias y contingentes y que para que el
conocimiento no se detenga es necesario estimular preguntas sobre lo que todos
consideran ya como algo evidente e incuestionable y ofrecer nuevas respuestas,
provisorias a su vez2 .

Particularmente, la historia de las mujeres intenta mostrar que hay una idea
acerca de que lo masculino es superior y dominante mientras lo femenino es
inferior y dominado y a lo largo de la historia es posible ver cómo los varones y
las mujeres han sido educados en esta idea. Pero también la historia ha mostra-
do cómo algunas mujeres y algunos varones han cuestionado esta visión y han
hecho y pensado de modo distinto.

Mi exposición se va a ocupar del modo en que las mujeres rompieron con la


idea de que la política no era cosa de mujeres. En sentido amplio, analizo la
ciudadanía política femenina (es decir, el acceso al sufragio, la posibilidad de ser
elegidas como representantes -legislativas o ejecutivas-, dirigir y decidir en dis-
tintas instituciones, participar en distintos niveles de decisión en los partidos po-
líticos, formar parte de las listas electorales y, finalmente, por fuera de los dere-

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chos formales, la ciudadanía política vista como una tarea más amplia de
concientización y compromiso que puede desarrollarse, por ejemplo, en movi-
mientos sociales o políticos de diversa entidad).

Quisiera dividir mi exposición en dos momentos marcando un punto de


fricción, un antes y un después, en el año 1946; es decir, antes y después del
peronismo. Recorreré este período tratando de mirar en un sentido amplio la
forma en que las mujeres intervinieron en la arena pública a través de importan-
tes grupos colectivos, tanto en movimientos no partidarios como en agrupacio-
nes político-partidarias.

Sin duda, dos acontecimientos mundiales marcan el tono de los ’30 a los
‘50: la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, así como el período
que se abre luego de su conclusión. Estos episodios produjeron una polarización
político ideológica que tuvo un enorme eco en el escenario argentino. La socie-
dad civil y política se consternó ante ellos y fue habitual que siguiera los episo-
dios en esos procesos se iban hilvanando en los diarios así como también se
abocara a una actividad más comprometida con la situación a través de la crea-
ción de innumerables asociaciones y comités de reflexión.

A partir de 1943, los gobiernos conservadores, que desde 1930 regían los
destinos nacionales basados en el fraude electoral y la violencia política, vieron
su fin cuando se produjo el golpe de estado. Los militares que tomaron el poder
–entre los que pronto se destacó Perón- no sólo se arrogaron el derecho de
terminar con el venal sistema conservador sino que también se hicieron eco de
las posiciones de neutralidad internacional que, en realidad, cubrían un apoyo a
las potencias del Eje. Ciertos sectores de la sociedad civil y política pronto
acuñaron el concepto de naziperonismo, identificando el régimen autoritario y el
gobierno local al tiempo que se unían en la lucha con los aliados por la democra-
cia. Claramente se trasladaban las confrontaciones. El triunfo de Perón, en las
elecciones de febrero de 1946, profundizaría el conflicto.

Ahora bien, el período estudiado parece estar signado por la guerra o su


fantasma y la movilización política. Tanto la guerra como la política han sido
vistos tradicionalmente como espacios masculinos y una historia de grandes nom-
bres seguramente nos devolvería sólo nombres de varones. ¿Acaso podríamos

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

rescatar el nombre de alguna mujer en este contexto?¿Qué hacen las mujeres


cuando hay una guerra o cuando los varones se movilizan en demanda de sus
derechos civiles, sociales o políticos?¿Nos aportaría algo conocer esto? ¿Cam-
biaría nuestra interpretación del período conocer algo sobre la actuación de las
mujeres?

No es una tarea fácil intentar responder a estas preguntas, pero las formulo
como un horizonte de expectativas, una aspiración de máximo conocimiento de
los hechos. Ensayando respuestas podríamos empezar mencionando sólo algu-
nos nombres de mujeres que en aquellos años 40 y 50 cobraron singular rele-
vancia por su actuación política. Debo señalar que, como una exposición muy
breve de los temas centrales de este período, seguramente, quedarán fuera mu-
chos nombres femeninos –más o menos anónimos- y que sólo mencionaré a
algunas de las más destacadas mujeres –aunque sin duda, algunas serán desco-
nocidas pues la historia no le ha dado un lugar a la mayoría de las mujeres-. La
primera y la más visible de todas ellas, Eva Perón. Luego, Alicia Moreau de
Justo como otra de las más recordadas hoy en día. Pero sería una injusticia no
mencionar a Clotilde Sabattini de Barón Biza, Ana Rosa Schliepper de Martínez
Guerrero, Alcira de la Peña, Fanny Edelman, la misma Victoria Ocampo que,
aunque nunca se afilió a un partido, no pudo resistirse en estos años a la partici-
pación política. Claro que así mencionadas todas parecen unidas por su condi-
ción de mujeres en la política; sin embargo, había profundos desencuentros en-
tre ellas. Veamos un poco sus recorridos y develemos quiénes eran estas muje-
res.

Movimiento de Mujeres con Intereses Políticos o Sociales

Estos movimientos hacen eclosión en Argentina a principios del siglo XX.


La mayoría de ellos no duda en adscribir su acción a una reivindicación feminis-
ta. Aunque, como hemos visto en la exposición de Dora Barrancos, es impor-
tante diferenciar la idea de feminismo de entonces y no presuponer sus semejan-
zas con la actualidad. Esos comienzos de siglo se caracterizan por las luchas por
el sufragio femenino –una de cuyas agrupaciones más destacadas fue la Unión
Argentina de Mujeres liderada por V. Ocampo, María Rosa Oliver y A. R.
Schlieper de M. Guerrero- aunque no fue menos visible la movilización de las

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trabajadoras y amas de casa en busca de mejores condiciones laborales y so-
ciales en general3 . En el campo político, desde principios de siglo, varias agru-
paciones feministas y dirigentes partidarias propiciaron un cambio en el estatuto
ciudadano de las mujeres a partir de las luchas por la obtención del sufragio. Si
bien los intentos habían fracasado a nivel nacional, en la provincia de San Juan y
en la ciudad de Santa Fe se había logrado un voto censitario para las mujeres,
clausurado luego por la intervención de Yrigoyen a San Juan y el golpe del ‘30.
Aunque en 1932 se asistió a uno de los debates más lúcidos sobre los derechos
políticos femeninos, las mujeres debieron esperar más de una década para su
sanción4 .

Los vaivenes de los gobiernos y la situación mundial coadyuvaron en la


disolución de las demandas sufragistas. Por un lado, el conflicto de la Guerra
Civil Española o la Segunda Guerra Mundial no sólo encontró hombres dispues-
tos a morir por una causa. También encontró mujeres que, desde distintos luga-
res, se comprometieron con esa lucha y, por ejemplo, como en la Guerra Civil
Española, participaron en el frente de batalla como enfermeras y como comba-
tientes. Su justificación fue buscar la libertad y la democracia para el futuro.
Embanderadas en ese ideal, otras mujeres comenzaron a organizar en nuestro
país grupos de ayuda a través de los centros de residentes de Navarro, Galicia,
el país Vasco, entre otros. Así surgen un sinfín de comités pro aliados como el
Comité Argentino Pro Ambulancia de España o la Asociación de Ayuda Pro
huérfanos españoles.

Esta misma lógica de intervención continuó al desatarse la Segunda Guerra


Mundial. Quisiera destacar entre las agrupaciones una que nucleó de modo sin-
gular las voluntades femeninas. Me refiero a la Junta de la Victoria; creada en
1941 por una mayoría de militantes de la UAM, privilegió la labor social y polí-
tica. La ayuda material de la JV era sustentada por ciento veinticinco filiales
distribuidas en ciudades y pequeños pueblos de la Capital y las provincias ar-
gentinas –sobre todo en Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Mendoza- y estaba
conformada exclusivamente por mujeres. Éstas organizaron “...cientos de talle-
res donde se confeccionaron centenares de miles de prendas, (...), además de
colectas populares, recolectó todo tipo de alimentos no perecederos, confor-
mando cada envío una verdadera movilización de masas”5 . Desplegó su acción
hasta 1947, con períodos de acción clandestina pues el 17 de enero de 1944 el

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

decreto 1050 de Ramírez suspendió a la JV así como a otras instituciones del


estilo6 .

Una característica importante de la Junta fue su heterogénea composición


política. Las comunistas trabajaban junto a mujeres socialistas, radicales, con-
servadoras, apartidarias, católicas. Ana Rosa Schlieper de Martínez Guerrero,
presidenta de la JV y representante de la élite local, compartía sus tareas con
una militante del PCA, Cora Ratto, secretaria de la Junta. Tal camaradería sólo
es comprensible a la luz de la particular situación en que se encontraba el país
frente al conflicto bélico mundial. Los objetivos de la organización, expresos en
su Estatuto, remitían a la articulación de la lucha por “aniquilar definitivamente al
fascismo, para estabilizar la paz, para defender los derechos de la mujer y solu-
cionar los problemas de la salud y la educación de los niños”. Así, el compromi-
so asumido para el sustento material de los aliados involucró a quienes veían en
el fascismo una amenaza para la paz mundial. La JV movilizó las sensibilidades
democráticas allende las diferencias partidarias. La JV, como agrupación
prodemocrática femenina, “se había convertido en un polo opositor al go-
bierno. En agosto de 1944, para celebrar la liberación de París, había con-
vocado a un acto en Plaza Francia de la Capital, que fue la primera de-
mostración opositora en gran escala”7 .

Ahora bien, cabe señalar que, además, durante este período no puede
desestimarse la movilización político-partidaria. En efecto, los partidos o alian-
zas políticas mantenían alas femeninas o incluían mujeres. Este es el caso de
Acción Argentina y la Unión Democrática. Allí vemos participar a muchas de las
mismas mujeres que trabajaban por el sufragio femenino.

Aquí quisiera señalar que como primer intento de contestar las preguntas
planteadas antes, tomamos nota de una fluida vida pública durante el período de
entreguerras con una importante movilización social donde las mujeres estuvie-
ron llamadas a cumplir un rol destacado a través de agrupaciónes multipartidarias
como es el caso de la Junta de la Victoria ya citada, en la que los conflictos
internacionales no hicieron olvidar las demandas de los derechos sociales y políti-
cos de las mujeres y donde, también, las mujeres se insertaron en estructuras partidarias
pujando por el reconocimiento de su capacidad de dirección política.

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El Derecho al Sufragio

La llegada del peronismo a la escena política implicó otros posicionamientos


por parte de las mujeres. Desde 1943, la escalada de tradicionalismo que desa-
tó el golpe de Estado cercenó las posibilidades de las mujeres de interpelar al
Estado en este aspecto. Sin embargo, y desentonando con la tónica del gobier-
no militar, el ascendente Perón comenzó a dar muestras de una preocupación
por la “cuestión femenina” promoviendo la idea de que el derecho al sufragio
podía ser dictado por decreto8 . Ahora bien, según hemos visto, para la oposi-
ción política en toda su extensión, el gobierno de facto, y Perón en particular, no
hacía más que alimentar la desconfianza sobre sus posicionamientos ideológicos
–a los que tachaban de nazis-. Ello fue crucial para que la mayoría de las agrupa-
ciones sufragistas o de acción político-social femeninas rechazaran la propuesta
de Perón y condenaran a las feministas “ocasionales” que entonces estuvieron
dispuestas a aceptarlo como la agrupación sufragista de Carmela Horne, Aso-
ciación Argentina del Sufragio Femenino creada en 1932 (y originada en 1930
en el Comité Pro voto de la Mujer).

¿De qué modo habría cambiado la historia si las mujeres hubieran votado en
1946? ¿Hubiera habido un triunfo de Perón? ¿Podría pensarse que las mujeres
habrían votado de distinto modo que la mayoría de la población?¿Habría que-
dado el sufragio unido indefectiblemente a Evita si el voto, por decreto, se hu-
biera sancionado antes? ¿Habría podido Evita construir buena parte de su legi-
timidad pública a partir de la apelación a este derecho de la ciudadanía femeni-
na? Cualquier posible respuesta a estas cuestiones entra en el plano de un ejer-
cicio contra fáctico, difícil de resolver porque el voto no fue sancionado por
decreto antes de 1946 pero no por ello menos estimulante.

Retomando el argumento, señalemos entonces que la lucha por los dere-


chos políticos femeninos, en especial el sufragio, no podía anteponerse a la tarea
de construir un sistema democrático. Las sufragistas no abandonaron el sufra-
gio, sino que lo enmarcaron en la acción pro-democrática y buscaron en las
organizaciones más amplias, formas específicas de intervención. Esta situación
coincide con la construcción de la Unión Democrática. En ella coincidieron la
mayoría de las militantes sufragistas logrando incluir su derecho en la plataforma

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

de la alianza electoral, aunque entre las últimas consideraciones. Los resultados


de las elecciones hicieron naufragar el proyecto de la Unión9 . Los partidos inte-
grantes de la UD se separaron y resistieron el embate por separado y con difi-
cultad. Como veremos, las mujeres tuvieron distintos grados de dificultad para
encontrar canales de expresión en esos partidos.

Sin embargo, es central destacar que el proyecto del sufragio no sucumbió


en ese proceso. Perón había ganado las elecciones en el imperio de la ley Sáenz
Peña que otrora parecía dar triunfos sólo al radicalismo. Esta situación fue
sorpresiva para el mundo político y el sufragio fue objeto de disputa pues en el
fondo se trataba de apropiarse de la idea de ciudadanía y refundarla10 . En el
caso de Perón, éste retomó en varias oportunidades su interés porque las muje-
res adquirieran este derecho. En la Cámara de Diputados varios proyectos de
ley aguardaban discusión, la que finalmente se dió en 1947. Fue un sustrato
común sostener que las mujeres, al adquirir la ciudadanía, no debían combatir –
aunque uno de los proyectos planteó que debían prestar asistencia según su
carácter femenino-. Para otros fue impensable que una mujer pudiera, por ejem-
plo, presidir la sesión legislativa y en un plano doméstico, algunos plantearon
preguntas acerca de cómo se organizaría la familia cuando la mujer fuera a vo-
tar11 . Estas discusiones nos muestran el modo en que se pensaba el sufragio
como un problema que podía llegar a socavar las bases sobre las que se organi-
zaba la sociedad.

Aunque la historiografía académica ha desestimado el papel de Evita en la


sanción de la ley creo que este rol no fue menor. A su regreso de Europa, Evita
presiona para que se vote inmediatamente la ley y, para ello, el 3 de septiembre
de 1947 organiza una de las primeras manifestaciones multitudinarias de mujeres
peronistas12 . Así, hace su entrada en la escena política una nueva Eva Perón y un
colectivo de mujeres que hasta entonces poco habían tenido que ver con las
luchas feministas anteriores, pero que tenían el mismo objetivo: la obtención del
sufragio.

En efecto, se ha criticado mucho a Evita por su falta de feminismo. Me


quiero detener unos momentos en este núcleo conflictivo. Los discursos guber-
namentales destacaban la particularidad del peronismo como forjador de una
nueva Argentina cuya luminosidad promisoria de alba naciente contrastaba con

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la vieja Argentina, oscura y humillante, del pasado. Los derechos políticos feme-
ninos no fueron exceptuados de este tratamiento.

En 1946, la Cámara de Senadores dió media sanción a un proyecto de ley


sobre los derechos políticos femeninos. El inminente tratamiento en Diputados
fue terreno propicio para apropiarse de la petición. A principios de 1947, Eva
Perón encabezó una campaña cuyo objeto fue la “peronización” del sufragio.
Sin duda, fue fácil construirla dado que las argumentaciones en pro del sufragio
femenino habían legado las páginas más notables de los debates legislativos,
sobre todo en el verbo socialista, pero nunca su sanción ni por gobiernos radica-
les ni conservadores. “Creíamos demasiado en los hombres” sentenció Eva se-
ñalando el vano hacer legislativo masculino previo. Para ella, la contracara de
esa credulidad era que las mujeres no habían apostado a sí mismas: No creía-
mos en la mujer. En esa operación, minimizó cualquier puja previa por el dere-
cho al sufragio y borró a las sufragistas de la historia.

En La Razón de mi vida, Evita expresó que se abstuvo del camino “femi-


nista” porque “ni era soltera entrada en años, ni era tan fea por otra parte como
para ocupar un puesto así...”. Entonces, ella, casada y bonita, transita otro cami-
no en el que, según ella, evade “el paso de lo sublime” –luchar por el sufragio- “a
lo ridículo” -intentar igualarse al varón- que habían dado aquéllas13 . Estado civil
y belleza definen una confrontación y las expresiones sobre la corporeidad fe-
menina desbordan las usuales consideraciones del status legal de ciudadanía. Al
estereotiparlas, se encumbraba a sí misma: “¿Qué podía hacer yo, humilde mu-
jer del pueblo, allí donde otras mujeres, más preparadas que yo, habían fracasa-
do rotundamente?”14 . Aún cuando sus discursos la ubicaban en un rol subordi-
nado en relación a Perón, Eva pensaba, tanto en el discurso como en la práctica,
la sexualización y jerarquización de ese papel. Ella dirá de sí misma: “Nadie me
hubiera recriminado ser solamente la esposa del general Perón, confun-
diendo mis deberes de sociabilidad con mis deberes sociales” (Discursos
completos, 1985:32). Su empoderamiento presenta marcas distintivas; ella es
más que la mujer del líder, excede modelos de socialización femeninos del perío-
do, su posicionamiento político es inusual.

La dignidad política les sería devuelta a las mujeres por Perón, que las había
reconocido junto a los varones que clamaban por él en la gesta de octubre de

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

1945. Así, Evita escindió el lazo que se había tejido entre sufragismo y feminis-
mo. El sufragio pasó a ser “peronista” y el feminismo quedó sin objeto de lucha
(Discursos Completos, 1985). Desde ese lugar, invita a las mujeres a “votar
bien”, a votar por Perón, en honor a atributos maternales que las hacían capaces
de sanear lo político. Además, el sufragio implicaba en sí mismo la liberación de
las mujeres de las ataduras patriarcales, sobre todo domésticas. Parte de la
herejía evitiana consistió en visibilizar la condición de subordinación de la mujer.
“En las puertas del hogar termina la nación entera y comienzan otras leyes y
otros derechos... la ley y el derecho del hombre... que muchas veces sólo es un
amo y a veces también... dictador” (Eva Perón, 1997: 206). Ante esto, conminó
a las mujeres a reforzar sus tareas “naturales”, maternidad y domesticidad, y no
la salida al mercado laboral, pues “el voto femenino será el arma que hará de
nuestros hogares el recaudo supremo e inviolable de una conducta pública”15 . Si
bien Evita pensó en una “ciudadanía” que privilegiaba una identidad
sexual maternalista también recuperó las potencialidades de la política
en el hogar, donde más que un factor morigerante, fue una latencia con-
flictiva.

La Ley 13010 de Voto Femenino

La ley 13010 de derechos políticos femeninos fue finalmente sancionada el


9 de septiembre de 1947 y se promulgaría el 23. A continuación comenzaron las
tareas de empadronamiento que, en un primer momento, se preveía terminar
para 1948, aunque finalmente se concluyeron antes de las elecciones de
noviembre de 1951. Frente a esta situación, para los partidos políticos se volvía
crucial organizar a sus militantes. ¿Cómo se resolvió esta situación en cada par-
tido?

El peronismo encontró en Evita una organizadora eficaz que se abocó a la


construcción del ala femenina del partido. Para ello convocó a un número im-
portante de mujeres. Ninguna de ellas había tenido participación previa en la
militancia sufragista ni en agrupaciones proaliadas. La mayoría eran jóvenes,
preferentemente solteras o casadas sin hijos, y sin ninguna militancia previa. Su
principal virtud era su fanatismo hacia el peronismo, aunque, en realidad, bien
podría decirse, el evitismo. De estas mujeres seleccionó un grupo que tenía una

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misión crucial para las futuras elecciones: serían las encargadas de realizar un
“censo” que en realidad era una afiliación. En efecto, las “delegadas censistas”
recorrieron palmo a palmo las provincias que les habían asignado logrando que
muchas mujeres se afiliaran al peronismo y conocieran sus postulados al tiempo
que realizaban un plan de detección de problemas y necesidades sociales para
que Eva Perón, a través de la acción social, atendiera. El fenómeno fue exponencial
y era posible observar la formación de unidades básicas femeninas todos los
días. Con mucho, el peronismo desbordaba a las clases populares como objeto
de afiliación. Esta tarea conllevó un gran ejercicio político para las “censistas”
que construyeron una base política para la reelección de Perón cuando en 1951
votaron por primera vez las argentinas y, al mismo tiempo, generó y reforzó un
notable proceso de adhesión a Perón16 .

¿Qué sucedió con las mujeres que en el período anterior habían volcado sus
energías a movimientos y partidos de la oposición? ¿Cómo asumieron las tareas
de inclusión femenina los partidos políticos a la luz de los cambios aparejados
por la ley de derechos políticos de la mujer y la avasallante campaña de afiliación
femenina que realizaba el PPF?
A continuación, trataré de resumir la respuesta a estos planteos.

Algunas mujeres, como Victoria Ocampo, se distanciaron de la política par-


tidaria y se recluyeron en su profesión sin abandonar la confrontación con el
gobierno, al menos solapadamente17 . La mayoría de las mujeres que tuvieron
participación en el período anterior volvieron al seno de sus partidos políticos o
se insertaron en alguno de modo más o menos formal mientras que otras, sin
perder el nexo con sus partidos, pusieron energías en movimientos políticos so-
ciales. Muchas de las que no tenían filiación partidaria siguieron en distintos gru-
pos que impulsaban reivindicaciones particulares. A continuación detallaré de
qué modo se dieron estos recorridos. Antes quiero hacer una observación. Pa-
rece extraño que después de tantos años, aún no se haya abordado y discutido
con más detalle el modo en que las mujeres participaron durante los años
peronistas. Creo que ello se debe a varias razones. Por un lado, las estructuras
del Partido Peronista Femenino (PPF), formalmente organizado en 1949, y la
figura de Eva Perón ocuparon buena parte de las disquisiciones académicas18 .
Éstas señalan la estructura verticalista del partido y el modo en que se construyó
en torno a Evita un lugar fundacional respecto de la ciudadanía femenina y de

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

liderazgo carismático del peronismo que llegó a disputarle al mismo Perón. En


este sentido, el PPF y Evita eclipsaron otras vías de análisis, otras subjetivida-
des. Esta preponderancia se justifica porque la mayoría de las investigaciones
considera que hubo un silenciamiento cuando las organizaciones femeninas apo-
yaron a la Unión Democrática vencida por el Partido Laborista liderado por
Perón en las elecciones de 194619 .

Finalmente, la idea que creo que más peso tiene en la explicación de


porqué ha tenido tanta relevancia el peronismo es la difundida concepción
de Luis Alberto Romero acerca de que “el peronismo sesgó sistemáticamente
los ámbitos de participación autónoma, ya fueran estos partidarios, sindica-
les o civiles, y tuvo una tendencia a penetrar y ‘peronizar’ cualquier espacio
de la sociedad civil...”20 . Esta peronización de la sociedad realizada desde
el Estado se combinó con la encarnación y concreción de “un vigorosísimo
movimiento democratizador, que aseguró los derechos políticos y sociales
de vastos sectores hasta entonces al margen, culminando con el estableci-
miento del voto femenino y la instrumentación de medidas concretas para
asegurar a la mujer un lugar en las instituciones”.21 Esta suerte de “democra-
cia estatizada” o “autoritarismo antiliberal corporativo” habría barrido con
todos los movimientos previos o los habría cooptado22 .

Como hemos visto, durante el período de entreguerras se conformó una


vigorosa sociedad democrática alentada por pequeñas y medianas agrupa-
ciones del núcleo civil23 , y parece necesario analizar de qué modo éstas
reformularon sus prácticas profundizando o no las relaciones con los parti-
dos políticos, oponiendo estrategias de resistencia y buscando nuevos cana-
les de expresión. No hacerlo lleva a minimizar su fortaleza anterior y su ca-
pacidad de resistencia o, por el contrario, magnifica la habilidad del peronismo
para imponerse como un todo coherente y unívoco desde el primer momento.
Personalmente, cuestiono estas imágenes: más que desaparecer esa socie-
dad civil y política bulliciosa, lo que se produjo fue una invisibilización de esos
movimientos por al menos dos motivos. Uno, el peronismo mismo se legitimó
como inaugural desestimando cualquier otro precedente. Otro, las investigacio-
nes posteriores al realzar al peronismo como desestructurante de un proceso
democrático próspero en el período de entreguerras no dieron cuenta de las
resistencias existentes. Particularmente, en el caso de los movimientos femeni-

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nos, la relevancia del PPF y la figura de Evita habrían jugado ese rol. No se
observa cómo se apropiaron estos grupos del momento histórico y de las venta-
jas que supusieron los derechos políticos adquiridos tras la sanción de la ley
13010/47 ni tampoco qué estrategias implementaron, en tanto opositores, para
evitar la manipulación o las condiciones antidemocráticas que criticaron en el
gobierno que sancionó el sufragio.

La derrota electoral del radicalismo en 1946 profundizó la crisis de un par-


tido carcomido por corrientes internas. En la Convención Nacional de 1946, la
intransigencia señaló que participar en la UD había sido una “tragedia cívica”
que unió la UCR a sus enemigos24 . Para superar las divisiones, el partido ambi-
cionaba reorganizarse y estar a la altura del adversario político. Un primer inten-
to de tal renovación tuvo lugar el 29 de julio de 1946 en la Asamblea de Mujeres
Radicales, realizada en la Casa Radical de la ciudad de Buenos Aires en la que
se planteó cómo debían considerarse las mujeres dentro del partido25 . Paralela-
mente, el periódico La semana radical comienza a publicar las ideas del que
con justicia podría considerarse el pensamiento más rico en el radicalismo sobre
la ciudadanía política femenina: el ideario de Clotilde Sabattini de Barón Biza26 .
Ella defendía el feminismo “bien entendido”, es decir, un feminismo que buscaba
la igualdad política sin olvidar las diferencias que había entre varones y mujeres.
Con esta idea, Sabattini exigía al radicalismo que le diera lugar a las mujeres en
las decisiones y puestos de poder en el partido. Con este objetivo, se realizó el
Primer Congreso Femenino entre el 9 y 11 de octubre de 194927 . Sin embargo,
los dirigentes radicales no estaban en su mayoría interesados en este tema pues
consideraban que las mujeres eran muy conservadoras y votarían al peronismo.
Sabattini insistía en que si el radicalismo no tenía una estrategia de inclusión de
las mujeres, el partido iba a perder a la mitad de la población. La respuesta fue
que había que estudiar la cuestión. Es decir, retardaron las decisiones.

En el caso del Partido Socialista, las mujeres tenían un lugar propio en el


partido que se habían ganado desde los orígenes del partido y había muchas
dirigentes destacadas como Alicia Moreau de Justo, Leonilda Barrancos, María
Luisa Berrondo y Delia Etcheverry28 . Durante el gobierno peronista no fue prio-
ritario, entonces, organizar a las mujeres. Para el socialismo fue más importante
la estrategia de supervivencia frente al gobierno peronista que lo persiguió insis-
tentemente, pues era uno de los partidos que con más agresividad planteaba la

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

idea del autoritarismo del peronismo.

Finalmente, el Partido Comunista fue uno de los que más se esforzó en


organizar a las mujeres durante esos años. Tenían en claro que el peronismo
avanzaba fuertemente en este sentido y creían que ellos, como partido de la
clase baja, tenían que salir a disputar a esas futuras electoras. En consecuencia,
el PC tuvo dos estrategias: una, dar lugar a las mujeres en el partido y dos,
organizar a las que no eran comunistas. Para organizar a las mujeres en el parti-
do se impulsó que las numerosas militantes con que contaba el PCA escribieran
en los diarios del partido, formaran parte de la dirección y adoptaran decisiones.
Una de las dirigentes más importantes fue Alcira de la Peña. Para organizar a las
no militantes, se organizó en 1947 un movimiento de mujeres, la Unión de Mu-
jeres de la Argentina29 . Este movimiento tenía como objetivo concientizar a las
mujeres como ciudadanas. No era tan importante que votaran al partido sino
que comprendieran la responsabilidad que les daba el voto y que pensaran,
además, que ser ciudadanas no era sólo votar sino también luchar por otras
reivindicaciones. En este movimiento político y social podemos encontrar a mu-
chas mujeres que habían participado en las organizaciones proaliadas, pro Es-
paña y sufragistas durante el período anterior como la JV y la UAM30 . Se orga-
nizaron con pequeñas agrupaciones en los barrios. Había militantes del comunis-
mo en la dirección (como Fanny Edelman), pero también mujeres sin partido o
simpatizantes del peronismo (como Mané Bernardo). Fue un movimiento im-
portante que subsiste hoy en día.

Los resultados de estas acciones se verían en las elecciones de noviembre


de 1951 en las que votaron las mujeres por primera vez y en las de 1954. El
peronismo llevó un número importante de mujeres en las listas electorales y las
votantes eligieron al peronismo mayoritariamente y en mayor medida que sus
compañeros. El radicalismo no tuvo mujeres en las listas en 1951, lo cual no
debe sorprendernos dado que prácticamente no las había considerado. Las
mujeres votaron al radicalismo, pero en menor medida que los varones. El so-
cialismo y comunismo también llevaron muchas mujeres en las listas y el comu-
nismo tuvo la única candidata a vicepresidenta de la Nación, Alcira de la Peña.
Sólo las peronistas lograron acceder a puestos en la Cámara de Diputados y
Senadores. A nivel nacional llegaron a ser 6 senadoras y 23 diputadas tras las
elecciones de noviembre de 1951, siendo este número alcanzado a nivel mundial

113

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sólo recientemente. A nivel provincial se cuentan 58 diputadas y 19 senadoras.
En total, sumando legisladoras nacionales, provinciales y delegadas eran 109
mujeres electas. En 1954, el peronismo siguió cosechando votos entre las muje-
res y se alzó con la mayoría; el radicalismo languidecía al ritmo de su desinterés
por las mujeres mientras que el comunismo creció exponencialmente en los vo-
tos de las mujeres.

Como balance de ambas elecciones, podríamos decir que la acción de las


delegadas censistas de Evita en favor del peronismo había dado sus frutos al
afiliar a las mujeres al partido y al incluirlas en el mismo, aunque a veces tenían
más investidura que poder31 . El lado oscuro de este éxito es la renuncia de Eva
a la vicepresidencia. Si bien la mayoría, y Evita misma, han concentrado la expli-
cación del renunciamiento en su enfermedad y en los resquemores de los secto-
res militares y eclesiásticos que la ven como una arribista peligrosa, creo que
desde una lectura de género bien podríamos preguntarnos por el papel que jugó
Perón en tal renuncia. Es decir, considero que su responsabilidad en este hecho
ha sido obliterada y no puede dejarse como un factor relevante para el análisis
teniendo en cuenta el poder de Perón en ese momento político de la Argentina y,
mucho más, si se piensa que –aún con desacuerdos- la candidatura ya había
sido lanzada por la CGT. Creo que bien puede hipotetizarse que el “renuncia-
miento” de Evita a su candidatura, en agosto de 1951, marca los límites del
poder femenino en el acceso de las mujeres a las instituciones políticas.

Para terminar, quisiera señalar que durante este período asistimos a cam-
bios notables respecto de la participación política de las mujeres, muchos de los
cuales se harán visibles en los años 60 con una presencia cada vez más impor-
tante de ellas en distintos ámbitos políticos y educativos así como laborales. De
estos dos períodos analizados encontramos, entonces, que la mayoría de las
mujeres que hasta el surgimiento del peronismo habían luchado por los derechos
políticos femeninos desde el feminismo se alinearon en la oposición al peronismo.
Si bien la mayoría de las opositoras criticaban en Evita su falta de feminismo, la
manera en que ellas mismas habían pensado a las mujeres no se alejaba tanto de
las ideas de Evita. Más bien, lo que molestaba era su no posicionamiento en el
feminismo y, sin duda, su peronismo. El discurso de Evita reflejaba un modelo
tradicional de ser mujer pero también tuvo virtudes liberadoras. En pocas oca-
siones estas feministas reconocieron las posibilidades de encumbramiento que

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

les permitió la ley de derechos políticos femeninos y las habilidades, movilización


y organización política de su adversaria. Su feminismo se cruzaba con su condi-
ción de opositoras y el peronismo no les ahorró exilios, persecución y prisión.
La dicotomía peronismo – antiperonismo abría un diálogo imposible. En conjun-
to, la acción de todas estas mujeres tuvo un efecto multiplicador de las posibili-
dades de las mujeres, sus prácticas y su desarrollo político así como el impulso
para que participaran en otros ámbitos hasta entonces “masculinos”.

Creo que la historia tiene aún mucho que indagar sobre la acción de las
mujeres, por ejemplo en ciertas profesiones (arquitectura o ingeniería), en cier-
tos ámbitos (religiosos, ejército) en algunos partidos (de derecha poco estudia-
dos hasta ahora). La historia tiene todavía que escribir páginas sobre aquellas
mujeres y, sin duda, sobre uds. mismas. Desconocer a las mujeres como sujetos
de la historia empobrece a la historia y nos muestra, además, como dice G.
Bock, la necesidad de recuperar a las mujeres en la historia y devolverles, al
mismo tiempo, su historia a las mujeres para que comprendamos que no parti-
mos de cero en la búsqueda de nuestros derechos32 .
1
Gadol, Joan Kelly. “La relación entre los sexos” en Ramos Escandón, Carmen (comp.).
Género e historia. Instituto Mora, México, 1992, pág. 125.
2
Sobre estas cuestiones puede verse Donna Haraway “Saberes situados: el problema de
la ciencia en el feminismo y el privilegio de una perspectiva parcial” en Cangiano,
María Cecilia y Dubois, Lindsay: De mujer a género, teoría, interpretación y práctica
feminista en las ciencias sociales, Buenos Aires, CEAL, 1993. Fox Keller, Evelyn: Reflexio-
nes sobre género y ciencia, Valencia, Alfons El Magnanim, 1991.

3
D’ Antonio, Débora. “Representaciones de género en la huelga de la construcción. Bs. As.,
1935-1936”. En Fernanda Gil Lozano, Valeria Pita y Gabriela Ini (comp.) Historia de las
mujeres en Argentina. Siglo XX. Buenos Aires, Taurus, 2000.
4
Palermo, Silvana A. “El sufragio femenino en el congreso nacional: ideologías de género
y ciudadanía en la Argentina (1916-1955)”. Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Ameticana “Dr. E. Ravignani” - Tercera serie, nº 16 y 17, 2º semestre de 1997 y 1º de 1998.
5
Edelman, Fanny J. de. Pasiones, Banderas y Camaradas. Buenos Aires, Dirple, 1996, p.
86. También en Junta de la Victoria Boletín informativo, nº 3, s/e, Buenos Aires, Junio 7 de
1946, p. 2
6
También se clausuraron Junta Pro Abaratamiento de la Vida y Contra los Monopolios,
Acción Argentina, la Confederación Democrática Argentina de Solidaridad y Ayuda a
los Pueblos Libre, la Asociación de Ayuda a los Rusos Víctimas de la Guerra, Argentina
Libre, la Confederación General del Trabajo; La Liga Argentina por los Derechos Huma-
nos. Bisso, A. 2002 b. “¡Estar alerta! Mítines, asambleas, conferencias y otras estrategias

115

PXMHUHVDS SP
de movilización social para la construcción de una identidad cívica desde la práctica
política de la agrupación Acción Argentina (1940-1946)”. II Jornadas Nacionales de
Espacio, Memoria, Identidad, Rosario. Publicado en Actas de Congreso Territorio, me-
moria y relato en la construcción de entidades colectivas. Tomo II, editado por Dávilo,
B., Germain, M., Gotta, C., Manavella, A. Múgica, M. (2004). Rosario: UNR.
7
Deleis, Mónica; de Titto, Ricardo y Arguindeguy, Diego. 2001. Mujeres de la política
argentina. Buenos Aires : Aguilar, p. 393.

8
Asimismo, la creación durante la gestión de Perón en la Secretaría de Trabajo y Previ-
sión de la Dirección de Trabajo y Asistencia a la Mujer es indicio de estas preocupacio-
nes.
9
Ver Programa de la Unión Democrática reproducido en Ciria, Alberto. Política y cultu-
ra popular: la Argentina peronista, 1946-1955. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1983,
pp. 182-184.
10
James, Daniel. Resistencia e integración. Buenos Aires , Sudamericana, 1990.
11
Véase el Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados en septiembre de 1947 y el de
Senadores en 1946.
12
Sobre todo me baso en la importante manifestación organizada el 3 de septiembre de
1947 ante la posibilidad del tratamiento de la ley sobre derechos políticos de la mujer.
Esta demostración de la fuerza femenil peronista no ha sido ponderada aunque el segui-
miento de los diarios de la época permite inferir su dimensión. En especial, Clarín, El
Mundo y La Prensa y, aunque crítico, también La Nación.
13
Perón, Eva, La razón de mi vida. Buenos Aires, Planeta, pp. 265-267.
14
Ídem, p. 200.
15
Eva Perón. Discursos Completos. 1949-1952. Buenos Aires, Editorial Megafón, 1986, p.
33.
16
Barry, Carolina. El partido peronista femenino. La organización total. 1949-1955. Institu-
to Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón, Buenos Aires, 2001.
17
Queirolo, Graciela. “La mujer en la sociedad moderna a través de los escritos de
Victoria Ocampo (1935-1951)”. Xº Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia.
Rosario, 20 al 23 de septiembre de 2005.
18
Bianchi, Susana y Sanchís, Norma. El partido peronista femenino (1949-1955). Buenos
Aries, CEAL, 1988. Barry, Carolina. El partido peronista femenino. La organización total.
1949-1955. Buenos Aires, Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón,
2001. Barrancos, Dora. Inclusión/Exclusión. Historia con mujeres. Buenos Aires, FCE,
2002. Guivant, Julia. “La visible Eva Perón y el invisible rol político femenino: 1946-
1952”. Cadernos de Ciencias Sociais 5 : 1, 1985.
19
Navarro, Marysa. Evita. Buenos Aires, Planeta, 1994, p. 191.
20
Romero, Luis Alberto. Breve historia de la Argentina contemporánea, Buenos Aires,
FCE, 1994, p. 153.
21
Ídem, p. 154.
22
Capobianco, Carina. “Los partidos políticos opositores en la encrucijada, 1951-
1955”. IX Jornadas Interescuelas y Departamentales de Historia, UNCórdoba, 2003.

116

PXMHUHVDS SP
Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

23
Gutiérrez, Leandro y Romero, L. A. Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires
en la entreguerra. Buenos Aires, Sudamericana, 1995.

24
En efecto, paralelamente a la crisis de entreguerras, el radicalismo tuvo su propio
conflicto desatado –aunque no explicado sólo por ella- con la muerte de Marcelo T. de
Alvear a principios de 1942. A mediados de los ’40, pueden distinguirse tres líneas
internas en el radicalismo. Una, los antipersonalistas alvearistas representados, entre
otros, por Silvano Santander. Otra, la de Amadeo Sabattini que desde Córdoba ejercía
su influencia a través de Santiago del Castillo. Finalmente, otra línea intransigente con
base en Buenos Aires y Capital Federal liderada por Moisés Lebensohn, Ricardo Balbín
y Arturo Frondizi. Se retoma a García Sebastiani, Marcela. Los antiperonistas en la
Argentina peronista. Radicales y socialistas en la política argentina entre 1943 y 1951.
Buenos Aires, Prometeo, 2005.
25
Véase Edit Gallo. Las mujeres en el radicalismo argentino. 1890-1991. Buenos Aires,
Eudeba, 2001.
26
Era hija del caudillo radical más importante de la década del ’30 y ’40, Amadeo
Sabattini.
27
El grupo rector del Congreso estuvo dirigido por mujeres: C. Sabattini fue presidenta,
Martínez Guerrero –por Buenos Aires- y Blanca Y. De Tort –por Santa Fe- vicepresidentas
primeras y segundas respectivamente. Leonor Aguiar Vázquez –por San Juan- fue secre-
taria general, finalmente, un secretariado compuesto por Clara S. de Favier –Catamarca-
, María D. S. de Catán –Salta-, Miguel A. Juárez Peñalva –Tucumán-, Benjamín Guzmán
–Jujuy-. Del Mazo, Gabriel. El radicalismo. El movimiento de intransigencia y renovación
(1945-1957). Buenos Aires, Ediciones Gure, 1957.
28
Henault, Mirta. Alicia Moreau de Justo. Buenos Aires, CEAL, 1983. Cichero, Marta.
Alicia Moreau de Justo. La historia privada y publica de una legendaria y auténtica militan-
te. Buenos Aires, Planeta, 1994.
29
Valobra, Adriana. “La UMA en marcha. El Partido Comunista Argentino y las tradi-
ciones y estrategias de movilización social en el primer gobierno peronista: el caso de la
Unión de Mujeres Argentinas (UMA)”, Canadian Journal of Latin American and Caribbean
Studies. Revue canadienne des études latino-américaines et caraïbes, Número 61, Vol. 31
(Primavera 2005).
30
Valobra, Adriana. “Partidos, tradiciones y estrategias de movilización social: de la
Junta de la Victoria a la Unión de Mujeres de la Argentina» aceptado para ser incluido
en el dossier de la revista prohistoria, historia – políticas de la historia.
31
Peláez, Sol y Adriana Valobra. “<Sea legisladora…> Una aproximación a la repre-
sentación de las primeras legisladoras nacionales argentinas (1952-1955)”, en
Ramacciotti, Karina y Valobra Adriana (comp.). Generando el peronismo. Buenos Aires,
Proyecto Editorial.

32
Bock, Gisela. ”La historia de las mujeres y la historia del género: aspectos de un
debate internacional”, Revista de Historia Social , nº 9, 1991.

117

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El Mundo Guerra Civil Española 1936 Segunda

Argentina Hasta 1943 1943 1946 G

Sufragistas Unión Femenina Socialista


1918 Alicia Moreau de Justo

Unión Argentina de Mujeres (UAM)


1936
Integrada por M.R.Oliver (PC),
Ana R. Schlieper
Victoria Ocampo

Proaliados Junta de la Victoria Unión


1941 1947
Ana R. Schlieper Mané B
Fanny Edelman Fanny E
Margarita de Ponce (s/part.) Margari
M.R.Oliver (PCA) María R
Marta V
ProEspaña C. Argentino Pro Ambulancia de España
1937 Marta Vera (PS)

Partidos Acción Argentina UD PCA


1940-1943 1943.1946
Victoria Ocampo Alcira de la Peña
A. R. Schlieper Ana Rosa Schlieper
Alicia Moreau de Justo UCR

PS

PPF
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118

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

1936 Segunda Guerra mundial 1939-1945

1943 1946 Gobierno Peronista

Unión de Mujeres de la Argentina (UMA) Prosoviética


1947
Mané Bernardo (sin partido)
Fanny Edelman (PCA)
Margarita de Ponce
María Rosa Oliver
Marta Vera

UD PCA Alcira de la Peña (candidata a vicepresidenta, 1951)


1943.1946 María Rosa Oliver
Alcira de la Peña Fanny Edelman
Ana Rosa Schlieper
UCR Ana R. Schlieper

PS Alicia Moreau de Justo


Leonilda Barrancos

PPF Eva Perón


119
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

MESA 4

DE EVA PERÓN Y
LOS DERECHOS POLÍTICOS
DE LA MUJER AL
REESTABLECIMIENTO DEL
ORDEN DEMOCRÁTICO

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

EVA PERÓN Y LA CONQUISTA


DEL SUFRAGIO FEMENINO

Cristina Álvarez Rodríguez


Diputada Nacional

La Argentina accede a la modernidad gracias al Peronismo como movimiento


nacional, de orientación socialcristiana, con base en el movimiento obrero organiza-
do, que impulsa un Estado industrialista, hace hincapié en la Justicia Social y ejecuta
un modelo revolucionario de inclusión social amplio en el cual las mujeres van a
desempeñar un papel central de sus políticas. Ya en los planes de la Secretaría de
Trabajo y Previsión se encuentran los fundamentos para dar a las mujeres no sólo
igualdad en sus derechos laborales sino para otorgarles los derechos cívicos que las
equipararían jurídicamente con los varones de su época.

El Cnel. Juan Perón, al inaugurar el 3 de octubre de 1944 la División del Trabajo


y Asistencia de la Mujer, afirma que: «dignificar moral y materialmente a la mu-
jer equivale a vigorizar la familia. Vigorizar la familia es fortalecer la Nación,
puesto que ella es su propia célula. Para imponer el verdadero orden social, ha
de comenzarse por esa célula constitutiva, base cristiana y racional de toda
agrupación humana». De esta labor se impulsaría el estudio de las condiciones
laborales de la mujer en Argentina para proyectar el Estatuto de Trabajo Femenino.

Por otra parte, Perón sostendrá en la reunión Pro Sufragio Femenino del 26 de
julio de 1945 en la Cámara de Diputados que: «Soy un convencido de la necesi-
dad de otorgar a la mujer los derechos políticos y apoyo con toda la fuerza de
mi convicción el propósito de hacer esto una realidad argentina. Es necesario
dar a nuestra Constitución su plena aplicación dentro de las formas demo-

123

PXMHUHVDS SP
cráticas que practicamos; y debemos una reparación a esa Constitución,
mutilada en lo que se refiere a la mujer...En síntesis, soy partidario de otor-
gar el sufragio a la mujer, porque no hay ninguna razón que se oponga a
que esto llegue a concretarse en una realidad».

Se formó entonces la Comisión Pro Sufragio Femenino, que elevó un petitorio


al gobierno solicitando el cumplimiento de las Actas de Chapultepec, por las
cuales los países firmantes que aún no habían otorgado el voto a la mujer se
comprometían. Recuperar estos datos es muy importante pues diversos secto-
res sostienen que el otorgamiento del voto femenino se debía a especulación
electoral del Peronismo o al cumplimiento de las Actas citadas, pero esto reafir-
ma que la idea del sufragio femenino en Perón venía de antes y que es él, quien
solicita al Gobierno del Gral. Edelmiro Farrell el tratamiento de dicho tema.

El 3 de septiembre de 1945 la Asamblea Nacional de Mujeres, presidida


por Victoria Ocampo, resolvió rechazar el voto otorgado por un gobierno de
facto y reclamó que el gobierno fuera asumido por la Corte Suprema. El lema de
la Asamblea era: «Sufragio femenino pero sancionado por un Congreso ele-
gido en comicios honestos». Los sucesos del 17 de octubre del 45 pospusie-
ron el tema.

La campaña electoral de 1946 con Eva Perón acompañando a su marido


puso en evidencia que la mujer, aún sin derechos políticos, había ingresado en la
política argentina. Faltaba la legitimación. Una vez en la presidencia, Perón vol-
vió sobre la cuestión del sufragio femenino. Lo hizo en su Mensaje, al inaugurar
el período ordinario de sesiones del Congreso el 26 de junio de 1946. Allí afirma
que «La creciente intervención de la mujer en las actividades sociales, eco-
nómicas, culturales y de toda índole la han acreditado para ocupar un lu-
gar destacado en la acción cívica y política del país. La incorporación de la
mujer a nuestra actividad política, con todos los derechos que hoy sólo se
reconocen a los varones, será un indiscutible factor de perfeccionamiento
de las costumbres cívicas. Oportunamente tendré el honor de elevar a la
consideración de vuestra honorabilidad un proyecto de ley, estableciendo
el voto y demás derechos políticos de la mujer».

También en el Primer Plan Quinquenal, remitido el 19 de octubre de 1946,

124

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

se incluyó el proyecto de ley sobre derechos electorales femeninos, a lo que se


sumó la capacidad y voluntad de Eva Perón para llevar adelante dichas iniciati-
vas. Ella sostendrá el 27 de febrero de 1946 que «la mujer argentina ha supe-
rado el período de las tutorías civiles...la mujer debe afirmar su acción. La
mujer debe votar. La mujer, resorte moral de su hogar, debe ocupar el sitio
en el complejo engranaje social del pueblo. Lo pide una necesidad nueva
de organizarse en grupos más extendidos y remozados. Lo exige, en suma,
la transformación del concepto de mujer, que ha ido aumentando
sacrificadamente el número de sus deberes sin pedir el mínimo de sus dere-
chos».

Evita, en su misión de ayuda humanitaria por Europa, dirá en Madrid el 15


de junio de 1947 que «Este siglo no pasará a la historia con el nombre de
«Siglo de las Guerras Mundiales... sino con otro nombre mucho más signi-
ficativo: «Siglo del Feminismo Victorioso». Este concepto estaba unido no
sólo a la idea de una integración de la mujer en la acción cívica y política en
Argentina sino que se extendía a las demás mujeres del mundo.

La Ley 13010 de Voto Femenino

En este marco, Eva emprendió la campaña desde distintos lugares: con los
legisladores, con las delegaciones que la visitaban, con las mujeres nucleadas en
los centros cívicos, a través de la radio y de la prensa. El mensaje de Eva iba
dirigido a un conglomerado femenino extenso, se instaló en las mujeres y ellas
pasaron a desempeñar un papel activo: se realizaron mitines, se publicaron ma-
nifiestos y grupos de obreras salieron a las calles a pegar carteles en reclamo por
la ley. Centros e instituciones femeninas emitieron declaraciones de adhesión.
Las mujeres reconocían en Eva Perón a su portavoz.

El impulso y decisión de Evita permitió sancionar y promulgar la Ley 13.010


de voto femenino en 1947, lograr el empadronamiento de las mujeres de todo el
país, crear el Partido Peronista Femenino en 1949 e impulsar la participación
política de la mujer a partir de las elecciones de 1951. Y el 23 de septiembre, en
medio de un gigantesco acto cívico en Plaza de Mayo, se promulgó la Ley. La
sanción de la Ley 13.010 implicó la realización de una serie de tareas que hacían

125

PXMHUHVDS SP
a su efectivización. Si el camino para la obtención del derecho había sido arduo,
el de la capacitación cívica y el de la preparación de las mujeres para desempe-
ñarse en las lides políticas, lo sería aún más. En este último sentido, el 14 de
septiembre de 1947 el Consejo Superior del Partido Peronista resolvió modifi-
car sus reglamentos de afiliación, lo cual permitiría, en el futuro, la formación de
otro partido peronista, exclusivamente femenino.

Este hecho se concretó el 26 de julio de 1949. En el Teatro Nacional


Cervantes se llevó a cabo la Primera Asamblea Nacional del Movimiento Peronista
Femenino. Allí nació el Partido Peronista Femenino, cuyo principio fundamental
era la unidad en torno a la doctrina y la persona de Perón. Eva fue elegida
Presidenta del mismo, con plenos poderes de organización. Las unidades bási-
cas del Partido Peronista Femenino desarrollaron, a la par de la tarea de
adoctrinamiento (fueron bastiones en la campaña presidencial de 1951), tareas
de acción social.

La acción política dirigida a la mujer cosechó sus frutos en las elecciones del
11 de noviembre de 1951. El Peronismo incluyó a mujeres en todas sus listas
nacionales. Votaron por primera vez las mujeres de todo el país: fueron 3.816.654
sufragios y 2.441.558 apoyaron la fórmula Perón - Quijano. El 63,9% lo hizo
por el Partido Peronista, el 30,8% por la Unión Cívica Radical. Concretando el
sueño de miles de mujeres, 23 diputadas y 6 senadoras ocuparon sus bancas en
1952.

En cuanto a lo social, la labor de la Fundación Eva Perón dedicó su tarea a


impulsar la capacitación laboral de la mujer al tiempo de brindarle la atención
requerida tanto es sus hospitales, policlínicos, Hogares de Tránsito, Escuela de
Enfermeras, como en la ayuda social directa que miles de mujeres de Argentina
y el mundo recibían a fin de paliar sus necesidades.

Un concepto racional de ayuda integral recorría el pensamiento de Evita


que tenía su referencia no sólo en el pensamiento del Gral. Juan Perón sino que,
como mujer de su época, abrevaba en la Doctrina Social de la Iglesia y en las
ideas de Maritain sobre Cristianismo Integral, donde sólo se podía dar una Co-
munidad Cristiana que se oriente al Bien Común, acorde a la voluntad de Dios,
si todos los hombres podían estar amparados y disfrutar de la Justicia Social.

126

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

Quizás en tiempos en los que el hombre ha dejado de pensar en su semejan-


te, el legado de esta joven mujer nos haga reflexionar sobre cuánto se puede
hacer en poco tiempo si uno se guía por un pensamiento y una acción basada en
el amor, la solidaridad y el trabajo.

Hoy, legisladoras y funcionarias del Ejecutivo, trabajamos con la enseñanza


que nos dejara Eva Perón para la construcción de un proyecto nacional junto al
presidente Néstor Kirchner.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

DOS ETAPAS FUNDAMENTALES


EN LA HISTORIA DE LAS MUJERES
DEL SIGLO XX

Lic. María del Carmen Feijoó

Valorando la iniciativa tomada por el Ministerio de Defensa, es fundamental


preguntarse cuál es la razón de este interés en los temas que estamos analizando,
para no correr el riesgo de un exceso de abstracción. Por eso, el hilo conductor
de esta presentación va dirigido a brindar elementos que ayuden a pensar las
transformaciones que tuvieron lugar en nuestra sociedad, como para hacer posi-
ble el ingreso de mujeres a las Fuerzas Armadas, a las fuerzas de seguridad, a las
fuerzas policiales, ámbitos que las mujeres de mi edad, considerabamos como
totalmente impenetrables a la presencia de la mujer.

Se aludió a un momento paradigmático, un momento ejemplar de la his-


toria, -que es el año 1951-, momento en el que las mujeres argentinas votan
por primera vez como consecuencia de la promulgación de la Ley del voto
femenino. Ese momento está totalmente ligado a la figura de Evita, y tiene a
lo largo del tiempo avatares y cambios que reflejan los cambios de nuestra
propia historia nacional. Antes de pensar qué pasó con el sufragio femenino,
antes de pensar qué pasó con la participación política de las mujeres, debe-
ríamos pensar que todos esos elementos, todas esas transformaciones, en
un país como la Argentina, están subordinadas o sometidas a un fenómeno
político de mucha mayor magnitud que quién vota o quién no vota, que es lo
que se conoce como los ciclos de alternancia cívico-militar.

129

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Las Interrupciones del Orden Constitucional

Pues, la característica de la historia contemporánea de Argentina, de l930 a


l983, es el hecho de que el desarrollo político del país democrático, popular, con
sufragio más o menos restringido, se ve sistemáticamente interrumpido por gol-
pes militares cuya esencia hace que se postergue la habilitación del derecho
político de todos los sectores de la población. Por eso, la primera luz que debe-
mos poner sobre la participación política de las mujeres es ésta que no estuvi-
mos hasta veinte años atrás ante un proceso maduro porque, ni para hombres ni
para mujeres, porque la interrupción del orden democrático reiteradamente efec-
tuada por las Fuerzas Armadas terminó postergando el derecho de toda la ciu-
dadanía. En los años 1930, 1943, 1955, 1966 y 1976 se abolieron los derechos
de todos.

Las Décadas del 60 y del 70

En este sentido me gustaría destacar dos momentos claves de nuestra histo-


ria contemporánea: la década del 60, con el golpe militar del año 1966, y la
década de los 70, con el golpe militar del año 1976. ¿Con qué idea? Con la idea
de que el escenario en el cual todas actuamos hoy es en buena medida resultante
de estos dos momentos. Las jóvenes podrán preguntarles a sus mamás por qué
la década de los 60 fue una década de brutal cambio cultural. Fue una década
importantísima, porque se cambiaron las costumbres, se liberaron los compor-
tamientos, se comenzó a conocer la tolerancia, se comenzó a reconocer que las
mujeres, además de sujetos políticos, somos sujetos de pleno derecho en todos
los espacios de la vida pública y privada.

Se produjo así una brutal transformación de las relaciones sociales que nos
apartó del deber ser autoritario de la familia, del deber ser autoritario de las
instituciones totales, a un mundo más libre, a un mundo más amplio, a un mundo
con menos barreras en el cual, para las mujeres, no es un dato menor que por
primera vez la ciencia permitió separar el ejercicio de la actividad sexual del
ejercicio de la reproducción. Tal vez escuchen que los años 60 fue la década de
la píldora. ¿Qué quiere decir que haya sido la década de la píldora? Significa
que es prácticamente la primera vez en la historia que las mujeres pudimos em-
130

PXMHUHVDS SP
Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

pezar a ejercer el derecho a nuestra sexualidad sin que esto implicase


automáticamente ser madres. La década de los años 60 fue también un cambio
revolucionario en las costumbres. Tengo aquí a mi izquierda a Eva Giberti, famo-
sa por “Escuela para Padres”, una serie publicada periódicamente en medios de
gran circulación nacional en cuyo contenido había una invitación a que los pa-
dres, las familias, criaran a sus chicos de manera menos autoritaria, de manera
más democrática, de manera más abierta.

Éste es el clima de ideas que conforma la década de los años 60, que es una
década mucho más parecida a la que vivimos hoy que a la década de los 50. En
alguna medida, los cambios en nuestros comportamientos son hijos de ese brutal
cambio que se produjo en esos años. Por eso no es extraño que el golpe militar de
1966, el golpe de Onganía, que se planteó como un golpe que tenía objetivos y no
plazos, lo que implicaba un proceso de reformulación de todo este escenario social
de cambio, se recuerde hoy por haber intentado, además de medidas de tipo político
y económico, alterar este clima más democrático, de más tolerancia, de más liber-
tad, que se estaba imponiendo en esa sociedad que buscaba formas de moder-
nización, formas de democratización, en las cuales el cambio en el rol de la mujer
era un cambio absolutamente imprescindible. Una sociedad que quería romper con
las características más tradicionales del pasado, que colocaba a la mujer en una
nueva posición, y contra esa nueva posición que ocupaban las mujeres, también
operó el clima cultural que rodeó a este golpe militar que tiene fin en el año 1973.

Desde los años 60 hasta 1973 se desarrolló un período durante el cual


millones de jóvenes, cientos de miles de mujeres integradas a la vida pro-
ductiva, que concurríamos a la universidad, que teníamos distinto tipo de
militancia política, empezábamos a sentir que había un espacio para noso-
tras, que ese espacio tenía que ser respetado, pero que sin embargo no era
fácil que se tradujera en un incremento de nuestro poder político. Todavía
esas mujeres de la década de los años 70 éramos mujeres que estábamos
cumpliendo un proceso de ruptura con esos viejos años 50, asumiendo las
características de esta nueva sociedad, que no estaba todavía completa-
mente configurado.

131

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El Golpe del 24 de Marzo de 1976

El golpe del año 1976, en línea con los objetivos refundadores del año
1966, sí es un golpe, dirigido a cambiar todas las reglas de juego, para el con-
junto de los actores sociales y para las mujeres. Es un golpe que define clara-
mente una nueva forma de ubicación de las mujeres en la escena pública. Por
dos características: porque a partir de la fuerza que aplica y la forma de terroris-
mo de estado que adopta, erradica todo tipo de derecho de ciudadanía. Esto
obliga a las mujeres a incorporarse a la resistencia casi como si fueran hombres,
y las que no lo hacen vuelven a sus hogares luego de un período de enorme
movilización política y callejera.

Vuelven a sus hogares porque la participación en el espacio público está


cerrada, no es posible tener vida asociativa, no es posible juntarse con la gente,
hay estado de sitio, y es en este aislamiento del hogar de todas aquellas mujeres
que retrocedieron de la escena pública en donde las mujeres comienzan a re-
flexionar de manera novedosa sobre sus experiencias históricas. Ven cómo ha-
bían ganado un espacio y cómo lo habían perdido de golpe. Ese retroceso, ese
retorno a la retaguardia del hogar, permite que se conforme el pensamiento y la
práctica del nuevo pensamiento de las mujeres, de la nueva ideología de las
mujeres. Que es probablemente aquella que hoy forma parte de nuestra vida,
casi sin que nos demos cuenta.

Estoy hablando de una época en que, como decía Serrat, había que volver
a casa antes de que dieran las diez, y eso como un gesto de audacia extraordina-
rio. Fue una etapa especialmente significativa porque si bien muchas mujeres son
víctimas o no les queda otro camino que la reclusión hogareña porque no hay
oportunidad de participar en los sindicatos, ni de hacer política, ni de participar
en las iglesias, esa resistencia comienza a ser contestada por un grupo de muje-
res que son las que marcan el acceso, el ingreso, la viabilidad de la nueva transi-
ción democrática de 1983, unas figuras que aparecen por primera vez en la
historia argentina. Las conocemos como las Madres de la Plaza de Mayo, quie-
nes a partir de la desaparición de sus chicos comienzan a ocupar el escenario
público con estrategias novedosas que, si bien al inicio no implican una reivindi-
cación como mujeres y sí sólo como madres, empiezan a generar un escenario

132

PXMHUHVDS SP
Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

que señala que la transición democrática que se avecina va a ser claramente una
transición marcada por las mujeres.

No sólo el caso de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo quisiera yo recor-


dar, sino también el de otras mujeres que encabezadas por alguien que pocas
veces se cita pese a su valiosa contribución -Nelly Casas- lanzaron un movi-
miento de abolición del servicio militar obligatorio, que fue posterior a la guerra
de las Malvinas, escenario en el cual las mujeres, sensibilizadas en un contexto
de privación de todo derecho, salían primero a defender la vida y a señalar una
transición que no tenía límites en su audacia reivindicativa.

Los Años 80

Es muy difícil hablar de los cincuenta años del siglo pasado en poco tiempo,
de modo que voy a saltar rápidamente a los años 80, -un período difícil de
búsqueda de estabilización económica, política y social- que son una fase, un
lapso de configuración y constitución de lo nuevo. Ya durante los años 80, las
voces de las mujeres son fuertes, se organizan diferentes movimientos de muje-
res, algunos con una clara identidad de género que reconocen el rol que las
mujeres desempeñan en la lucha contra la carestía de la vida, en la lucha contra
la ampliación de cupos en los comedores escolares, en la lucha por el mejora-
miento de la salita del barrio, pero también quieren luchar por sus derechos
inalienables como mujeres, empezando a generar un modelo de articulación en-
tre el género y la clase que es seguramente la característica “argentina” de la
consolidación de los movimientos de mujeres.

En el centro de esos derechos inalienables están los que tienen que ver con
la discriminación, entendida como igualdad de oportunidades y con la centralidad
que tiene para las mujeres la capacidad de ejercer el derecho sobre su propio
cuerpo. La capacidad de poder decidir cuándo quiero tener un hijo, con quién
quiero tener un hijo, cuándo no quiero tener un hijo, y la demanda sobre el
Estado para que garantice políticas públicas que pongan al acceso de todas, -
ricas y pobres- servicios de salud pública, algunos complejos y otros sencillos,
como esos a los que sólo accedían las mujeres que podían pagar la consulta
médica privada.

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Los Años 90: La Ley de Cupos y la Reforma Constitucional

Los años 90, a contrapelo de lo que pasó en el país en otras áreas, sí son
claramente un momento de importante maduración del movimiento de mujeres,
y esta maduración se expresa en dos hechos de fortaleza extraordinaria: por un
lado, el dictado de la Ley de Cupos, que consiste en que no se aprueba la lista
de candidatos de un partido político si en esa lista no hay por lo menos un treinta
por ciento de mujeres, en condiciones en las cuales tengan una probabilidad de
ser elegidas. ¿Qué quiere decir esto? Que no el 70% de los hombres arriba y las
mujeres abajo, sino intercalados de manera que haya probabilidad de que las
mujeres sean elegidas. El camino que fuimos recorriendo y que nos hace soñar
ahora con el cincuenta y cincuenta.

Con la reforma de la Constitución Nacional en 1994 se incorporan diversos


tratados internacionales, el reconocimiento de igualdad de género, la lucha o el
reconocimiento de la discriminación como un problema y las metas de igualdad
y participación política a las que ya nos hemos referido. Esto es muy importante
porque es lo que ha permitido, por ejemplo, que Argentina sea hoy uno de los
sólo dieciséis países del mundo que tienen en el Parlamento más del treinta por
ciento de mujeres. Y esto es muy importante porque en un país como el nuestro
que está muy descreído de la política y en el cual con frecuencia se dice que para
qué van a cambiar las leyes si las leyes no sirven, está demostrando que cuando
hay una ley que va bien dirigida, que va bien apuntada a la resolución de un
problema, las leyes producen resultados. Imagínense, sólo dieciséis países en el
mundo tienen parlamentos en los cuales más del 30% son mujeres.

No obstante, la Ley de Cupos y en general este modelo de participación de


las mujeres ha sido muy controvertido y creo que es interesante escuchar las
críticas, porque no siempre el 30% elegido son las que nos hubieran gustado, no
siempre tienen una clara conciencia de género, no siempre están ahí por mérito
propio y a veces están por relaciones familiares, pero están ahí y, en todo caso,
a los hombres nunca se les aplica este sistema métrico decimal para identificar
las razones por las que llegaron o la excelsitud de su desempeño como legisla-
dores. Están ahí, y ahí las compañeras que votamos, de cualquier partido, apren-
den en uno de los espacios fundamentales de ejercicio de la ciudadanía.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

Me gustaría decir, recordando a Simone de Beauvoir, que no se nace mujer.


Ser mujer no es sólo el ejercicio de una característica biológica, sino que es un
aprendizaje social, colectivo, intersubjetivo. Nos hacemos mujeres aprendiendo
las formas de desempeño de nuestro rol que la sociedad espera y violando mu-
chas veces ese mandato social para poder imponer nuestros propios intereses.
Creo que las legisladoras se hacen legisladoras que atienden los intereses de las
mujeres sentadas en el Parlamento aprendiendo de la misma manera en que lo
hacen los hombres y orientando su agenda hacia una sociedad menos
discriminatoria. En fin, no nacemos mujeres por la biología solamente, es la cul-
tura la que nos termina de hacer mujer.

Las Mujeres se Convierten en Nuevos Actores Sociales

¿Cuál es la novedad de este siglo XXI? El siglo XX termina con una crisis
económica, política, social y de representación de proporciones, en la cual se hace
público un fenómeno que estuvo atrás de la década neoliberal de los años 90. Ese
fenómeno es el hecho de cómo las mujeres responden a la crisis económica, se
convierten en nuevos actores sociales, se convierten en nuevos actores políticos,
forman parte del movimiento social de protesta, con el cual tropezamos todos los
días en la calle, que es un movimiento que en el fondo expresa la falta de resignación
de nuestra sociedad a vivir en la pobreza. Estos nuevos grupos de mujeres ligados al
movimiento popular han tenido la particularidad de tomar la agenda de las mujeres.
Creo que ésta es la novedad extraordinaria del siglo XXI. Si en la década de los años
60, de los 70 y aún en parte de los 80, la reinvindicación de género, la demanda
antidiscriminatoria, del acceso al derecho a nuestro cuerpo, del acceso a la vieja
meta de igual salario por igual trabajo, si ésas eran metas para un grupo de mujeres,
hoy esas metas se han extendido al conjunto de las mujeres del movimiento popular. Es
una novedad; esto le da una fuerza extraordinaria y creo que se complementa de manera
virtuosa con las otras innovaciones que hemos visto en lo que va de este siglo.

Las Mujeres Integran los Tres Poderes

Un ejemplo de ello es que las mujeres ocupen también altísimas posiciones


en el Poder Ejecutivo, cargos de Ministras como en el Ministerio de Defensa o

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en el Ministerio de Economía, posiciones que nunca habían sido ocupadas por
las mujeres. Ustedes saben que casi siempre que nos tocaban los cargos altos
del Estado eran en Educación o en Desarrollo Social, es decir en aquellos luga-
res donde los hombres pensaban que nos iba a ir bien porque, como éramos
madres, íbamos a hacer muy bien las tareas de educar bien a los chicos y cuidar
bien a los viejitos. Una novedad extraordinaria es la llegada de mujeres a posi-
ciones en el Ejecutivo que no son posiciones tradicionalmente femeninas, así
como también el ingreso de mujeres a la Corte Suprema de Justicia, al Poder
Judicial, que era un poder que ya se venía feminizando en su base pero en el que
se carecía de reconocimiento en la cúpula.

En fin, creo que la situación actual, si ustedes quieren, es la de un triángulo


bastante virtuoso y bastante equilibrado en el cual hay una creciente participa-
ción femenina en el parlamento, con la cual tenemos que ser muy activas, tene-
mos que pedirles cuentas, tenemos que presionarlas, para que las mujeres que
están ahí sepan qué queremos las mujeres que estamos afuera. Tenemos muje-
res en el Poder Ejecutivo en altas posiciones de liderazgo y tenemos también un
fuerte movimiento popular de mujeres que toma los temas de género. Creo que
hay un camino extraordinario para avanzar a salidas antidiscriminatorias.

Veinte años atrás, tuve la oportunidad de trabajar en la provincia de Buenos


Aires con el Consejo Provincial de la Mujer, en un proceso de apertura de
“Comisarías para la mujer” para atender fenómenos de violencia doméstica. En
ese momento el escalafón policial gravaba al personal femenino con el doble de
años de permanencia en un cargo para poder acceder a un ascenso. Reciente-
mente volví en un rol totalmente distinto y lo primero que pregunté fue si las
mujeres seguían castigadas en su carrera profesional teniendo que estar el doble
de años por ser mujeres. Afortunadamente eso ya no sucede más. Creo que de
ahora en adelante la tarea es identificar dónde están esos núcleos de discrimina-
ción, esos núcleos de resistencia, esos obstáculos que se oponen a nuestro de-
recho a ser sujetos sociales como los demás, y trabajar fuerte y direccionalmente
en ese camino.

Y también trabajar en nuestras casas, con nuestros chicos, con nuestros


nietos, con nuestros maridos para que lo mismo que intentamos instalar en la
sociedad se instale en nuestras casas. Para erradicar el hecho de que las chicas

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

laven los platos y los varones miren televisión, para erradicar el hecho de que
hay tareas menos dignas porque son de mujeres. Es una doble tarea en la socie-
dad y en el interior de nuestros hogares, pero creo que vamos en un buen cami-
no y el hecho de haber tenido la oportunidad de estar hablando lo confirma
como un camino de una enorme potencialidad, en el que se abren crecientemente
nuevos espacios.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

PODER Y PATRIARCADO EN LA
HISTORIA DE LAS MUJERES

Dra. Eva Giberti

Nosotras y nosotros hemos venido escuchando a lo largo de las exposicio-


nes una parte fundamental de la historia de nuestro país. A esos segmentos signi-
ficativos de historia, me voy a permitir añadirle, probablemente porque soy la
más antigua o la mayor en edad del panel, otros recuerdos históricos, teniendo
en cuenta que América latina es un continente conquistado. Es un continente que
está resurgiendo de los horrores que la conquista española y portuguesa desa-
rrollaron en nuestras tierras. Fue la tierra de los que eran y son, y seguirán sien-
do, los dueños y las dueñas de la tierra, es decir los pueblos llamados primitivos,
que son en realidad los pueblos originarios.

Venimos de una tradición que instala la conquista denominada colonización,


y que fue la que impuso el primer genocidio sobre este continente. Pienso que
esta historia no es ajena a lo que voy a plantear. Lo pensé a medida que escu-
chaba a las colegas, cómo -entre nosotras, en el Cono Sur- fue sucediendo la
historia.

El Patriarcado

Un denominador común en todas las exposiciones, al que voy a adherir, es


la presencia del poder en relación con la vida de las mujeres. ¿Quiénes ejercie-
ron y ejercen ese poder que mencionamos? La respuesta es el patriarcado, en
sus versiones más peligrosas.

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¿Qué es el patriarcado? Es un concepto que nos llevaría largo tiempo de
exposición. Es una palabra fuerte, una palabra que, más allá de todo lo que
signifique en sus aspectos sociopolíticos interesantes y positivos, tendríamos que
recordarlo como responsable de las prácticas de las que venimos defendiéndo-
nos, no solamente las mujeres que estudiamos y enfrentamos el ejercicio absolu-
to del poder patriarcal, sino también aquellas que han quedado comprometidas
con el patriarcado, ya sea consciente o inconscientemente. Ellas constituyen un
problema grave para los movimientos de mujeres, porque son mujeres coloniza-
das por las políticas y mentalidades patriarcales. Son aquellas que ustedes segu-
ramente conocen, las que siempre escuchamos diciendo: “¡ A mí nunca me dis-
criminaron!” o “¡yo realmente nunca, nunca fui discriminada!” o “a mí nunca me
pasó nada en ese sentido”. Y cuando se comienza a informarles que existen las
mujeres discriminadas, dominadas, esclavizadas y oprimidas, recordándoles la
conquista de América del Sur, entonces afirman : “Si actualmente hay mujeres
que están sometidas o no llegan a lugares calificados es porque realmente no
están capacitadas”.

Esta respuesta es uno de los paradigmas de los efectos del patriarcado, es


decir, impedir que determinadas mujeres adquieran conciencia acerca de la do-
minación que otras padecen. Además de no haber logrado reconocer cuántas
veces fueron discriminadas sin que ellas lo advirtieran, porque admitieron como
normal la supuesta superioridad del varón. Son mujeres convencidas de que es
muy bueno que los hombres manden, y que es muy saludable obedecer, porque
al fin y al cabo “no tenemos la estatura ni moral ni mental de los varones”. Innu-
merables mujeres nunca han tenido oportunidad ni siquiera de poder pensar que
podían desobedecer a su padre, a su marido, a su hermano y después a sus
hijos. Estos son procesos de colonización intelectual, emocional y mental que se
sostienen en una idea en la cual centraré mi exposición: la posición moral de las
mujeres.

La Moral y los Paradigmas, Creencias y Valores

Usaré la palabra moral como sinónimo de ética -que no lo es- pero lo haré
por extensión, con referencia a la costumbre, es decir, lo moral como aquellas
prácticas, pensamientos y actitudes relacionadas con el modo de vivir aceptado

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

en determinada comunidad. Comenzaré seleccionando una palabra: paradigmas.


En el ámbito de la moral es posible plantear varios niveles de análisis: los
paradigmas, las creencias y los valores.

Los valores no me ocuparán demasiado tiempo porque muchos de ellos han


caído, afortunadamente. Por ejemplo, la obediencia ciega al varón, o sea la
mujer como sujeto de obediencia respecto de los hombres, cualquiera fuese su
posición. Ante lo cual surgió, paulatinamente, una política de insurrección por
parte del género mujer, como valor opuesto a la obediencia sometedora. Voy a
incluir un pie de página: existen dos marcadores del género mujer, uno la obe-
diencia y otro la vergüenza, porque se supone -estos son paradigmas y creen-
cias- que la moral de la mujer está regulada por la obediencia y por la vergüenza.
Ella tiene que ser una persona capaz de sentir vergüenza por determinado tipo
de prácticas, habitualmente de índole sexual.

Vuelvo al primer planteo que remite a los paradigmas, las creencias y los
valores. Nosotras heredamos, hombres y mujeres, el paradigma que afirma la
inferioridad del género mujer, así como hace siglos se promovió la teoría de la
mujer como aquella que no tenía alma. Tampoco inteligencia. Esta afirmación fue
complementada con la tesis formada por tres categorías: la mujer histérica, la
frívola o la madre abnegada, que se nuclean en dos polos, y la afirmación se
mantiene si tiene como base una creencia fuerte que la sostenga y que precisa
insistir en la inferioridad femenina, que es uno de los baluartes de la postura
patriarcal. Éste es uno de los baluartes acerca de la pelea permanente para
ocupar los lugares que nos corresponden. Este paradigma entró en crisis porque
se empezó a resquebrajar la creencia acerca de nuestra estupidez, debido a la
evidencia que vamos aportando las mujeres al desarrollar y exponer nuestros
potenciales y capacidades en distintas áreas.

Las creencias no se modifican velozmente ni de manera total. A pesar de las


nuevas actividades de las mujeres, el imaginario social (es decir un modo de
pensar y sentir compartido que nos acoge cada día cuando recién nos levanta-
mos) que corresponde a la frase: “Siempre fue así”, tarda en modificarse y equi-
vale a sostener que las situaciones no se pueden cambiar ya que “se trata de lo
que siempre fue de determinado modo”. Cuando se nos aparece esta expresión,
estamos ante un efecto del imaginario social que nos impone pautas aprendidas

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desde los mandatos patriarcales, interesados en dirigir nuestras vidas y en lograr
nuestra servidumbre, pero que no fueron revisadas ni evaluadas por nosotras.

El imaginario social que ilustra nuestras creencias conduce a que no logre-


mos pensar por nuestra cuenta, y conduce a adherir a una frase paradigmática
“siempre fue así”, verbalización que cierra todo camino para revisar lo existente
y cambiarlo. El imaginario social está poblado de mitos, prejuicios, tabúes y
creencias Por ejemplo, todavía sigue funcionando aquella afirmación que sostie-
ne que “la maternidad es la realización máxima de la mujer”. Ustedes saben que
no es así, que la maternidad es una de las realizaciones de la mujer, de lo contra-
rio la mujer estaría definida como sujeto persona en tanto y cuanto su útero fuese
fecundo, o sea, las mujeres realizadas -que no sabemos exactamente qué quiere
decir-seríamos el producto de una víscera, el útero. Concepción que además
deja de lado a las madres adoptantes que también son madres por elección.

Esta creencia que reduce a la mujer a la instancia biológica o a una idealiza-


ción masiva, como cuando se habla de la abnegación materna, forma parte de
afirmaciones que llevan a plantear los postulados de ciertas conductas que de-
berían ser naturales en la mujer, una de ellas engendrar hijos. Actualmente esta-
mos asistiendo a prácticas violentas sobre el cuerpo de la mujer, mediante la
fertilización asistida, porque no pueden sentirse no-madres en tanto engendradoras.
Entonces, en varias de las técnicas de fertilización asistida, las mujeres son trata-
das, en algunas instituciones, como si fueran cobayos, ensayando una fecunda-
ción, luego otra y otra más, hasta cinco sin que se conozcan los efectos de estas
prácticas en el futuro de la salud y equilibrio de las mujeres que las incorporan.

Estos hechos están asociados con la creencia acerca del engendrar: si no lo


logra, “la mujer no es una persona realizada”. Dicho principio que aún persiste
en algunos medios sociales, está no obstante perdiendo eficacia en las mentali-
dades actuales. En cambio, lo que sí se mantiene es uno de sus derivados: como
es madre debe quedarse en el hogar, manteniendo la servidumbre hacia el mari-
do y la limpieza del hogar. Seguramente este tema ya ha sido analizado en re-
uniones anteriores, solamente pretendo dejar en claro como fenómeno prototípico
y paradigmático de las enseñanzas del patriarcado, por ejemplo, que la mujer
debe seguir siendo servidora del varón. Esto mantiene su eficacia en diversos
niveles. Por sólo citar uno, el acoso sexual que padecen innumerables mujeres

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

en su lugar de trabajo. Las mujeres que trabajan no son ajenas a la práctica del
acoso sexual, que es un delito, el cual parte de la convicción de que la mujer
debe servir al varón, aceptando sus reclamos sexuales, aprovechándose de su
lugar de mando y de poder en la institución en la que ambos trabajan.

Como advertirán, continúo planteando el tema del poder en relación con el


patriarcado, porque creo que se mantiene fortalecido todavía en las institucio-
nes, familia, escuelas. En general, las ciencias humanas tuvieron una función, y
continúan con ella, de desactivar estas creencias y descubrir el rastro que mues-
tra el origen de estos prejuicios y creencias. Veamos uno de esos rastros que
tiene que ver con la moral. Históricamente las mujeres no fuimos consideradas
personas capaces de pensar, menos aún de filosofar. Lean y recuerden los nom-
bres de los filósofos, ¿ustedes suponen que las mujeres no podíamos filosofar?
Sí podíamos en tanto y cuanto disponíamos de capacidad intelectual, pero no
nos mandaban a la escuela, porque la escuela estaba destinada solamente a los
hombres. No podíamos ingresar en las universidades, por lo tanto la mujer no
tenía oportunidad de entrenar su mente. La mujer estaba posicionada en el lugar
que la imposibilitaba. Entonces, cuando las mujeres empiezan a producir en el
ámbito de la filosofía, y por ende del análisis de las costumbres morales, descubren
que mientras el varón sería entre comillas “alguien”, nosotras seríamos un “algo”;
seríamos un algo de ese alguien, la persona inteligente y superior, el varón.

Quiebre del Discurso Masculino

Debido a los avances de las distintas formas de racionalidad, el discurso


unívoco que permitió que el mundo se dividiera en “alguienes”, los varones, y en
“algo”, nosotras las mujeres, se fracturó, se fue quebrando paulatinamente ese
modelo original. En la historia de las ideas hubo varios hombres que, en el ámbi-
to de la filosofía, adhirieron a resquebrajar estas pautas patriarcales colaboran-
do con los movimientos de mujeres y pensando desde otras perspectivas.

Pero el discurso del sujeto fue siempre un discurso masculino, y el discurso


de la filosofía también, por eso cuando la filosofía impone las pautas morales del
género mujer resultan ser las pautas morales al servicio al varón; lo que se deno-
mina discurso del sujeto, o sea de las personas, siempre fue un discurso mascu-

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lino. Los varones definieron cuál debería ser la moral de los comportamientos de
las mujeres.

Razones históricas, económicas, psicológicas, facilitaron la subordinación de la


mujer a este modelo masculino, y cuando se comenzó a producir este pasaje y la
transformación de “algo” en “alguien”, empezamos a ser alguienes, entonces se
evidenció la paradoja. Las mujeres, al ingresar en el género humano de personas
plantearon el conflicto y la paradoja, porque se fracturó el modelo convencional.
Anteriormente cuando quienes eran “alguienes” o sea varones tenían que convivir
con esos “algos”, las mujeres, la mecánica se resolvía manteniéndolas en estricta
inferioridad y “haciéndoles el favor” de constituir una familia con ellas. Pero paulati-
namente fue preciso que las mujeres estuvieran a la par de los varones porque esta-
ban demostrando su capacidad y entonces nosotras tuvimos que ser traducidas y
levantadas al nivel de “alguien”, o sea de personas inteligentes. De lo contrario, los
varones si seguían al lado nuestro, terminarían convirtiéndose en un “algo”.

Durante décadas fueron produciéndose una serie de rupturas en el ámbito


de la filosofía y en el ámbito de las convenciones morales en relación con este
cambio, cuando se comenzó a considerar persona a las mujeres y a reconocer
sus capacidades, superando la idea de nuestra tontería o de nuestra superficiali-
dad. Entre las convenciones morales que se pusieron en juego a medida que la
historia cambiaba su rumbo en relación con las mujeres, la única que voy a citar
es la adjudicación de locura a las mujeres: somos las locas, sazonada con la
calificación de histéricas.

Veo que alguien, una de ustedes, alcanza a reírse cuando digo esto. Lo
agradezco porque estos discursos que venimos proponiendo se escuchan con
tanta solemnidad que al mirar al público pienso si lo que estamos diciendo es
solemne o si solemnes son ustedes. Por eso agradezco que alguien se esté rien-
do de esta caracterización de histéricas. Ustedes saben que histeris es el nom-
bre original del útero. Siendo psicoanalista debo recordarles que la histeria es
una enfermedad inventada con ese nombre por Galeno y los griegos de su épo-
ca. Ellos afirmaban que las mujeres hacíamos y decíamos cosas locas porque el
útero se nos subía y se nos bajaba dentro del cuerpo porque era como un animal
que tenemos suelto en nuestro interior. Por ese motivo, los sofoques que tenía-
mos las mujeres debido a la menopausia, correspondían al animal suelto en nues-

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

tros cuerpos. Gracias al psicoanálisis sabemos que la histeria es una enfermedad


compartida, que es masculina y es femenina, (para tener algo más compartido en
la convivencia); es una patología que ambos podemos asumir. Pero la califica-
ción de loca y de locas no es casual, porque forma parte de las pautas morales
que las mujeres continuamos aceptando: que somos locas.

Tenemos que distinguir: efectivamente encontramos una índole especial de


locas, como fueron llamadas locas las Madres de Plaza de Mayo, en el sentido
del coraje y de la decencia ciudadana, de salvataje de la historia de la Patria; en
este sentido sí, claro, hay muchas formas de ser loca en tanto y cuanto arriesga-
ron sus vidas en nombre del derecho a la vida de sus hijos. Corresponde enten-
der que si las mujeres a lo largo de los tiempos y de los siglos y aún hoy, prota-
gonizan conductas que podrían ser consideradas extravagantes, esos comporta-
mientos están asociados a nuestra historia como género: hemos vivido durante
siglos en un clima tóxico, intoxicadas por las imposiciones patriarcales. De ma-
nera que cada vez que alguien recurra al reclamo de locura por parte de las
mujeres, sólo resta sonreír y decir: “Claro, si algo tenemos fuera de lugar es
porque desde hace centurias vivimos en un clima irrespirable de violencia y de
subordinación que nos ha intoxicado”.

Cuando hablamos en voz alta y exponemos ideas y críticas que pueden


resultar molestas o perturbadoras para ciertas personas o instituciones, estamos
devolviendo -parcialmente- lo que nos molestaron. Por otra parte, y esta última
afirmación mía es clave, no puede sostenerse que siempre hayamos sido vícti-
mas. Existieron otras mujeres que apenas pudieron ser escuchadas, pero que
han ido marcando, señalizando, durante distintas épocas y en todos los siglos, la
posición de la resistencia. Las mujeres -que mucho sabemos acerca de las víc-
timas- no queremos ser consideradas víctimas. Porque aquí estamos de frente y
luchando.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

AVANCE DEL MOVIMIENTO DE LAS


MUJERES EN LAS ÚLTIMAS DÉCADAS

Lic. Virginia Franganillo

Me han pedido que haga un balance de políticas públicas desde el adveni-


miento de la democracia y yo no puedo dejar de reflexionar que, como nosotros
bien planteamos en la historia de la participación de las mujeres, hablamos de
avances, hablamos de retrocesos y hablamos de hitos, es decir de situaciones
que, cambie lo que cambie, son irreversibles. Yo creo que en este momento, en
la Argentina y en este lugar, estamos ante un nuevo hito: la presencia de una
mujer en el Ministerio de Defensa. Eso va a significar, no solamente hacia el
interior de las Fuerzas Armadas sino simbólicamente para el conjunto de la so-
ciedad, un hito más.

Hace unos años, siendo Presidenta del Consejo Nacional de la Mujer, no


pudimos avanzar en una política consistente y creo que éste es el momento, ésta
es la oportunidad y por eso aplaudo la decisión de iniciar una tarea sistemática
en relación a cómo hoy se plantea la perspectiva de género en los ámbitos de
formación y de estudio en las Fuerzas Armadas.

Advenimiento de la Democracia

Voy a repasar algunas etapas en relación a lo que ocurre a partir del adve-
nimiento de la democracia. Lo que ocurre durante la dictadura militar es que se
interrumpen procesos sociales y, cuando se abre el proceso democrático, lo que
hace la Argentina es recuperar todo lo que pudo. Recuperar esos procesos que
se venían dando desde hacía más de cincuenta años, con interrupciones, en la

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Argentina. La constitución del llamado movimiento de mujeres, de las mujeres
como actor social y político en la Argentina, fue producto obviamente de la
democracia. Y tuvo como antecedente toda esa historia anterior. Y fue creo una
de la mayores novedades de la democracia. Hasta este momento las formas
clásicas de participación de las mujeres ya se vieron en este seminario y, en la
última mitad del siglo, las había marcado el peronismo.

En los últimos años ocurre un proceso que ya había impactado en el resto de


mundo. La nueva oleada del feminismo implica que las mujeres nos organizáramos,
no sólo partidariamente y a través de los sindicatos u organizaciones profesionales,
sino que nos organizáramos transversalmente. Esta forma novedosa de organización
nos fue constituyendo como un actor, no como mujeres peronistas o mujeres radica-
les o mujeres de tales o cuales profesiones, sino como un actor social y político.

En una primera etapa fue un espacio de resocialización, donde todas aprendía-


mos a ser mujeres, aprendíamos a tener una conciencia o íbamos aprendiendo a
tener una conciencia que, si bien tenía antecedentes históricos, se manifestaba de un
modo distinto. El Estado no tardó en responder. La ola democratizante del primer
gobierno de la democracia que encabezó el Dr. Alfonsín muy rápidamente hizo avan-
ces interesantes, como la ratificación de la Convención contra toda forma de Discri-
minación y la democratización de la legislación en materia civil, con la patria potestad
compartida y el derecho al divorcio. Estos fueron, sin duda, los avances más impor-
tantes de la década de los años 80.

Todavía faltaba mucho por hacer, lo que más faltaba era interpelar a la sociedad,
hacer visibles estas temáticas. Pocas sabíamos que había una Convención, que tenía-
mos derechos, que esos derechos eran reconocidos por la legislación interna. A las
mujeres organizadas a través de las organizaciones de mujeres nos costaba mucho
interpelar a la sociedad. Había un movimiento que iba creciendo en forma muy rápi-
da, que se expresaba en marchas. Por ejemplo, los 8 de marzo, los encuentros
nacionales de mujeres en los que han participado -en este último evento- más de
40.000 mujeres. Las primeras veces fuimos apenas unas 600 o 700 mujeres que
nos reunimos en un sitio de la Ciudad de Buenos Aires. Desde esas expresiones
se fue constituyendo un movimiento que fue poco a poco interpelando a la so-
ciedad, interpelando al Estado y a los medios de comunicación y a todas las
mujeres. No solamente a las mujeres que optaban por organizarse.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

Y así llegamos muy rápidamente a los años 90, con una acumulación intere-
sante, con organizaciones de mujeres, con profesionalización en estos saberes, con
postgrados en temas de la mujer, con un Estado que estaba aprendiendo y reflexio-
nando sobre la insuficiencia de los mecanismos que se habían creado en situaciones
muy novedosas pero marginales dentro de lo que era la administración de los temas
sociales. Y con ese aprendizaje en la década de los años 90, teníamos el propósito,
como ya había ocurrido en otros países de la América Latina como Brasil con un
consejo nacional que había impactado también en la Argentina, de crear un organis-
mo de la mujer, un Consejo como el de la Provincia de Buenos Aires que dependía
del Gobernador y que incluyó mujeres de distintos sectores.

Creación del Consejo Nacional de la Mujer

Desde ese aprendizaje creamos el Consejo Nacional de la Mujer, primer


organismo jerarquizado a nivel nacional, en esa época, en la región. Y tuvimos el
acierto de lograr también la sanción y la implementación de la Ley de Cupos,
que fue un gran disparador de la apertura del debate social y del fortalecimiento
de estas temáticas dentro de la sociedad.

Desde el Consejo, avanzamos con programas de igualdad de oportunida-


des en el ministerio de educación, en el de trabajo, en el de desarrollo social, y
en otras áreas de la administración pública nacional. La cuestión de la
jerarquización, si bien era un mandato de la Convención contra toda forma de
discriminación contra la mujer, era una experiencia que en pocos lugares se ha-
bía desarrollado, pero teníamos la certeza que rápidamente íbamos a poder
tener el poder suficiente para darle fuerza al tratamiento de estas temáticas en la
administración nacional, y que íbamos también a poder impactar en el conjunto
de la sociedad y así fue.

Ley de Cupos

Por eso, de los años 90 podríamos decir que fue la etapa de jerarquización
de estas temáticas, del logro de la Ley de Cupos, sin dudas como un hito, con

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una enorme capacidad de poder impactar sobre otros ámbitos de la sociedad.
También fue la etapa durante la cual la sociedad se mostró y los medios de
comunicación, en este sentido claves, acompañaron la apertura de ese debate y
se mostraron abiertos a la comprensión y a la legitimación de estas temáticas.
No fue sencillo, pasaron varios años para lograrlo. Hoy vemos que los diarios
habitualmente traen varias notas sobre la cuestión de la mujer. Esto era impensa-
do hace veinte años.

Con relación al balance sobre la década del 90, parecía que veníamos en un
proceso de avanzada hasta la apertura del debate sobre el aborto. La Argentina
tenía y tiene una deuda con esta cuestión que hace a la salud pública de las
mujeres, de todas y, fundamentalmente, de las pobres. Fue un debate que costó
muchísimo abrir y que significó la renuncia del staff del Consejo Nacional de la
Mujer y el retroceso de una serie de políticas que habíamos podido avanzar en
la administración pública nacional y en el interior del país. Pero lograda la Ley de
Cupos florecieron mil flores y, abierto el debate sobre la salud reproductiva, se
lograron leyes de prevención de la violencia doméstica. Para plantear las más
importantes, mencionaré las de prevención y asistencia en materia de salud y
derechos reproductivos en casi todas las provincias argentinas.

Así se llegó al año 2000, a la hecatombe del 2000, producto de todo un


proceso histórico que nos puso en el escenario de un dualismo brutal. Por un
lado, teníamos un proceso de avance en materia de políticas públicas, en materia
de conciencia pública y en relación a las organizaciones de las mujeres, pero
también teníamos una situación social sumamente crítica y un proceso de empo-
brecimiento masivo y de exclusión social.

Para reflexionar, podríamos decir que en este dilema las mujeres hemos
avanzado, hemos avanzado en el proceso de democratización, con las caracte-
rísticas de estos procesos en la Argentina y en la región, con el peso enorme del
empobrecimiento y la exclusión social. De modo que todas estas políticas, hoy
son más importantes que nunca. Si nos hubieran hecho caso hace veinte años
seguramente la Argentina sería otra. Nos hemos cansado de plantear que cuan-
do hablábamos de salud reproductiva, estábamos hablando de antídotos contra
la pobreza, de promoción de convivencia social. Creo que esto ahora se ha
entendido, se está entendiendo, a pesar de todo lo que falta por hacer. Intentan-

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

do hacer un balance, creo que la etapa que comienza con el gobierno del Presi-
dente Kirchner ofrece una enorme oportunidad, a diferencia de los años 90, en
los que nosotras avanzábamos contra la corriente.

Cuando se logró la Ley de Cupos, recuerdo que ese día también se trataba
en la Cámara de Diputados la Desregulación Económica, y yo recuerdo muy
bien que, cuando entré al Bloque del Partido Justicialista siendo Presidenta del
Consejo de la Mujer, algunos diputados muy conmovidos me dijeron cómo es-
tábamos planteando ese tema en un momento tan difícil. Yo recuerdo que les dije
que la desregulación económica era contra todos, fundamentalmente contra las
mujeres. Y creo que se entendió porque en los medios también lo planteamos de
esa manera. La Ley de Cupos era efectivamente una medida de regulación so-
cial en un proceso de desregulación que tuvo los efectos que conocemos.

Una Nueva Oportunidad

En esos dilemas hemos avanzado, y creo que hoy tenemos una nueva opor-
tunidad que es diferente porque antes avanzábamos contra la corriente. Creo
que ahora hay un gobierno con una perspectiva progresista, que por sí mismo –
sin la demanda de las mujeres- incluyó mujeres en la Corte Suprema de Justicia,
promovió mujeres en temas no tradicionales en el Ejecutivo, fortaleció la política
de salud reproductiva convirtiéndola en una política de Estado, está instalando
mujeres en sitios que son y serán importantísimos, como la Defensora Oficial y
las integrantes de la Corte.

Tenemos la responsabilidad de hacer política frente a este proceso de dua-


lismo social, casi dualismo estructural, como lo llaman los sociólogos, que nos
exige también pensar en nuevos paradigmas. Yo creo que para el Estado, para
quienes tenemos responsabilidades políticas, es fundamental la jerarquización
de esta temática y por eso recibimos con un enorme interés y alegría la decisión
del gobierno de incluir, en el Ministerio del Interior, un programa de atención a
las víctimas de violencia coordinado por la Dra. Eva Giberti, que sin duda va a
ser fundamental para acelerar los procesos de implementación de las legislacio-
nes existentes.

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En estas responsabilidades ineludibles de los Estados, falta muchísimo por
hacer, falta jerarquización, falta proceso de implementación. Hay que recorrer el
interior del país y no tan lejos el gran Buenos Aires, los barrios pobres de la
Ciudad de Buenos Aires, para ver cómo el flagelo de la violencia tiene una esca-
sa respuesta sistemática de parte de las administraciones del Estado. Para el
movimiento de mujeres, para las mujeres organizadas se dan procesos muy inte-
resantes como la inclusión de estas temáticas en las organizaciones de desocu-
pados. Hemos visto las mujeres organizadas en el campo, las mujeres organiza-
das en distintos ámbitos no tradicionales, no pensados inclusive por nosotras, las
feministas. Pero creo que todavía falta definir estrategias, ponernos de acuerdo,
señalar cuáles son los objetivos. Poner a la pobreza como un tema central de
nuestra agenda creo que tiene que ser el desafío del movimiento de mujeres y de
la política.

Todo lo hemos hecho con una enorme mística, no hay procesos de transfor-
mación en ningún ámbito y en ningún momento de la historia sin mística. Estoy
segura que la decisión del Presidente de haber nombrado a una Ministra mujer
estará seguramente impulsando en este ámbito una nueva mística social, una
nueva responsabilidad social, que yo aplaudo, que yo felicito y que estoy segura
que también va a impactar y contagiar a otros sectores sociales.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

MESA 5

LA MUJER EN LAS FUERZAS


ARMADAS

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

DESARROLLO, SEGURIDAD Y PAZ:


CAMBIOS CONCEPTUALES EN
EL ENFOQUE DE LA POLÍTICA
DE DEFENSA

Dra. María Cristina Perceval


Senadora Nacional

Después de mucho tiempo de trabajar en el Congreso de la Nación por la


tipificación del acoso sexual como delito, con una experiencia de frustración,
silenciamiento o la peor indiferencia, hoy hemos podido, en el Senado de la
Nación actuando a partir de un proyecto acompañado por veinte senadoras de
distintos signos políticos y algunos senadores también de distintos signos políti-
cos, aprobar por inmensa mayoría, excepto un voto negativo, la tipificación del
acoso sexual en el ámbito laboral, educativo y otros ámbitos como delito de
instancia privada. Como yo siempre digo cuando me hacen una entrevista, está
bien que nos alegremos pero celebremos cuando sea ley. Hay que mirar la Cá-
mara de Diputados, que es ahora donde está este proyecto con media sanción,
y que descuento va a tener un interés prioritario, para poder transformarlo en
ley en la Argentina. Este tema también importa en las Fuerzas Armadas. Recor-
demos, y acá me refiero a los dignísimos señores de las Fuerzas, cuando en el
año 2003 nos conmovió que desde EE.UU., desde el Pentágono, se reconocie-
ra por primera vez la situación del acoso sexual y que mujeres cadetes, 109
cadetes, indicaran haber sido víctimas de abuso sexual, desde acoso hasta vio-
lación. Realmente esto permitió revisar las prácticas institucionales ya que las
autoridades insinuaron que las cadetes tenían la culpa de ser violadas, por esto
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de que “usted está provocando” o porque “la milanesa se quemó”, ese funda-
mento justificativo para la violencia contra la mujer en el ámbito doméstico, y
fueran analizadas de otra forma. Hubo otras, en una segunda instancia, que de-
nunciaron, tuvieron reprimendas, pero hubo reformas, se introdujeron modifica-
ciones en sus códigos de convivencia, hasta en la infraestructura, y realmente
empezaron a tomar en serio los casos.

Yo me quiero centrar en el estado de la situación de las mujeres. Como


vengo del movimiento de mujeres, nosotras siempre empezamos diciendo cuán-
tas somos pero también advertimos que no se trata de añadir mujeres y batir la
mezcla, que con contar cuántas somos no está garantizada ni mayor democrati-
zación ni mejor democracia. Desde el año 2002, sólo 2 del total de 88 embaja-
dores en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas han sido mujeres. Para
el año 2000, el 50% del personal del sistema de Naciones Unidas debía estar
constituido por mujeres. Sin embargo, éstas sólo representaron el 4% del cuer-
po policial y el 3% en las operaciones militares de Naciones Unidas. Durante el
año 2003, sólo hubo una mujer entre los 50 representantes del Secretario Gene-
ral o enviados especiales a operaciones de mantenimiento de la paz. En julio de
2004, las mujeres constituían el 27.5% del personal civil internacional sirviendo
en operaciones de mantenimiento de la paz. Sin embargo, analizamos el tema de
las niñas reclutadas para conflictos armados y vemos que las niñas combaten
para fuerzas gubernamentales, grupos paramilitares y milicias o grupos armados
en 39 países. El 65% de estos países tienen un reclutamiento forzoso. Where are
the girls? es el informe que da la información que cito.

Proporción de Mujeres en las Fuerzas Armadas

Las mujeres en las Fuerzas Armadas argentinas representan el 11.82% del


cuadro de oficiales y constituyen el 4.03% del total de suboficiales. En la Arma-
da, el 17.98% de los oficiales profesionales son mujeres, en la Escuela Naval
Militar, 14.56% de los cadetes cursantes son mujeres, en la Escuela de Subofi-
ciales la proporción es de 12.81%, en la Fuerza Aérea, 22.3% del total del arma
son mujeres, en la Escuela de Aviación Militar, el porcentaje de mujeres oficiales
es el 10.63%, en tanto que en la Escuela de Suboficiales el porcentaje alcanza
al 26.08%. Si nos comparamos con los países de la región podríamos decir:

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

¡cuántas mujeres! No hay diferencia negativa, al contrario, hay una impor-


tante presencia aunque veamos los porcentajes lejos de ser los porcentajes
paritarios, pero vemos porcentajes optimistas en cuanto a la participación e
incorporación de mujeres.

En esta visión del cuantum, a veces obviamos o postergamos el analizar, el


comprender, el pensar para la toma de decisiones, en qué contextos estamos
varones y mujeres. Definiendo políticas, impulsando leyes, como ciudadanas de
profesión militar, en qué contexto estamos. Y aquí sí importa la perspectiva de
género. Estamos en este inicio del siglo XXI. Mi formación es la epistemología y,
antes de asumir como senadora, trabajábamos la epistemología crítica. Los clá-
sicos que ya eran entonces vanguardia, que ya sé que ustedes los tienen en su
formación, Paul Feyeraben, Thomas Kuhn, plantean de otra manera el modo de
mirar la construcción de las verdades científicas y la solidez de las teorías
orientadoras de decisiones en las que el criterio de objetividad pasa por la cons-
trucción de un objetivo como historicidad y consensos o imposiciones, según las
relaciones de poder, y esto nos permite mirar de otra manera también la agenda
de la guerra y la paz en el escenario del fin de la guerra fría. Porque al mismo
tiempo que aparecía esta nueva visión de la construcción de los mapas concep-
tuales, de las teorías y de las doctrinas, una relativización contextual de las ver-
dades y decisiones, también aparecía aquí el resquebrajamiento de la lógica de
la guerra como solución. La lógica amigo-enemigo, la lógica del uno y el otro en
cuanto a una diferencia, en la medida en que se mantenía como diferencia, se
expresaba como hostilidad. Esto que se empieza aceleradamente a revisar hacia
finales del siglo XX, desde distintos ámbitos, nos instala en un siglo XXI en
donde el principio de que la solución es la guerra cambia y se decide que la
principal prioridad es la paz. Y esto no es una visión romántica de la vida, sino
que es una definición responsable, desde el lugar en que hoy me desempeño, el
Senado de la Nación. Esa es la acción que debemos llevar adelante como fun-
cionarios públicos, pero sobre todo como ciudadanos y ciudadanas.

Seguridad, Desarrollo y Paz

Cuando decimos que la principal prioridad es la paz, sin duda tenemos que
empezar a cambiar algunas categorías. Y aquí sí importa la perspectiva de géne-

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ro, en donde hemos visto que a partir de distintos instrumentos de Naciones
Unidas que nosotros hemos ido incorporando a nuestra legislación interna y
otorgándole rango constitucional a muchos de ellos, en nuestra Carta Magna
aparece el juego dinámico de tres ejes: seguridad, desarrollo, paz, por una
interrelación conceptual y de realidades que no estaban necesariamente puestas
en relación antes de decir que la prioridad es la paz. Porque empezamos a com-
prender, y mientras tanto va creciendo una categoría, el concepto que ustedes
trabajan y conocen muy bien que es el de seguridad humana, y aparecen en esto
las relaciones virtuosas pero también disvaliosas que se dan cuando hay déficit
de desarrollo, o subdesarrollo, o no desarrollo, y la conflictividad social intraestatal
o interestatal. La paz supone, exige, requiere desarrollo con equidad, inclusión,
y la seguridad no puede ser contradictoria con la preservación de la paz y el
impulso al desarrollo.

A mí me parece que este avance del mapa conceptual se enlaza con otras
instancias que han ido avanzando favorablemente y con muchas dificultades,
con enormes asimetrías y conformidades y pujas de poder. Este dinamismo en-
tre desarrollo, seguridad y paz obviamente exige y requiere sistemas políticos
democráticos, promueve y exige una visión del multiteralismo cooperativo y tam-
bién nos invita y nos obliga a regímenes internacionales vinculantes. Porque pa-
samos del modelo de la hostilidad, donde el conflicto y la rivalidad eran los ejes
de la militarización de la política del estado y de la militarización de la agenda de
la defensa; de esta visión del conflicto y la rivalidad, pasamos a la persuasión y la
cooperación. Y claro que nos equivocamos pero también acertamos si tenemos
la humildad de reconocer el error. Entonces del conflicto y la rivalidad se pasa a
la persuasión y la cooperación. Y esto nos exige otra mirada de la política de
defensa, que hoy, con claridad, vamos siguiendo en las declaraciones y decisio-
nes de la Ministra. Una mirada que exige asociar la política de defensa a la
prevención de conflictos y no a la resolución del conflicto. Esto supone tener un
desarrollo inteligente, lúcido y eficaz de los sistemas de alerta temprana, y exige
no solamente pensarlo aisladamente sino en el espacio de una diplomacia pre-
ventiva, que no solamente la hace una cancillería, también los parlamentos, tam-
bién el sistema de defensa que tienen que trabajar los ciudadanos que ejercen
funciones de dirección o de conducción en el área, los ciudadanos militares que
tienen esta profesión. Tenemos que trabajar en el marco de profundizar la
prospectiva en términos preventivos, y esto es bueno, porque ayuda a concientizar

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

y hacer consistente la trilogía inicial que planteaba como seguridad, desarrollo y


paz.

Para relacionar otras categorías, y por eso importa la perspectiva de géne-


ro, la seguridad humana, sin duda se relaciona con el desarrollo sustentable,
pero también con la seguridad estatal, en términos de soberanización. Pero no
soberanización a la defensiva, sino en el marco de una soberanía que se define
también desde las oportunidades y logros del desarrollo de ese Estado y de esa
sociedad. Y por otro lado, la seguridad internacional, que sin duda se debate y
se construye en el marco multilateral en donde la cooperación es imprescindible
y es enriquecedora, con lo cual la articulación para la consolidación de la paz
supone trabajar un marco conceptual común. Decía un reconocido psiquiatra,
”basta de certezas...” Veamos si somos capaces de construir nuevas verdades,
un marco conceptual común, medidas de fomento de confianza, siguiendo noso-
tros cómo se avanza y se profundiza en las relaciones con estas acciones bilate-
rales, por ejemplo con Chile y Brasil, de cooperación, de avance en medidas de
transparencia, verificación, con un manejo presupuestario conjunto. Debemos
analizar cómo las fuerzas han ido encontrando en esta articulación y coopera-
ción mayores niveles de confiabilidad y confianza.

Pero el marco conceptual, las medidas de fomento de confianza, también


requieren y exigen transparencia y participación. Y esto es trabajar en la demo-
cratización de las instituciones del sistema de defensa y del Estado, y del espacio
internacional, que también hay que democratizarlo. Por lo tanto, el marco que
ahí tendríamos que aportar, desde la perspectiva de género también, es el respe-
to al derecho humanitario, a los derechos humanos y las búsquedas de alternati-
vas no militares a los conflictos. Y aquí sólo enumero porque las mujeres pode-
mos contribuir, porque hemos trabajado en el derecho internacional, hemos tra-
bajado en el respeto al derecho humanitario, en el respeto a los derechos huma-
nos y en la búsqueda de alternativas no militares a los conflictos, desde el espa-
cio de la vida cotidiana hasta nuestros roles laborales, hasta nuestras misiones
estratégicas. Brevemente, como información, va una guía no exhaustiva, pero sí
orientadora, de los instrumentos que contribuyen sin duda a relaciones de mayor
igualdad entre varones y mujeres dentro del sistema de defensa, pero sobre
todo y fundamentalmente a asegurar la consolidación de la paz.

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Instrumentos Internacionales para una Relación de Ma-
yor Igualdad entre Varones y Mujeres

La resolución de Naciones Unidas sobre la participación de las mujeres en


el fortalecimiento de la paz y de la seguridad internacional de 1975 exhorta a
todos los gobiernos y a las organizaciones intergubernamentales y no guberna-
mentales a intensificar sus esfuerzos con el fin de fortalecer la paz, ampliar y
profundizar el proceso de distensión internacional y darle carácter irreversible,
eliminar completa y definitivamente todas las formas de colonialismo, poner fin a
la política y a la práctica del apartheid, a todas las formas de racismo, discrimi-
nación racial, agresión, ocupación y dominación extranjera como así también a
la proliferación armamentística.

CEDAW l979. Convención sobre la Eliminación de todas las Formas


de Discriminación contra la Mujer, tan mal interpretada por no leída esta
Convención, en la cual su artículo 2° plantea compromisos para consagrar en las
instituciones nacionales y en las legislaciones, el principio de igualdad entre hom-
bres y mujeres, adoptar las medidas adecuadas con las correspondientes san-
ciones que prohíban toda forma de discriminación, la protección jurídica y los
derechos de igualdad.

Declaración sobre la Participación de la Mujer en Pie de Igualdad en


la Prevención, la Gestión y la Solución de los Conflictos y en la Consoli-
dación de la Paz después de los Conflictos, Res. 3763 de la Asamblea de
Naciones Unidas, en la cual se pide igualdad de oportunidades y el nombra-
miento de mujeres en condiciones de igualdad como miembros de delegaciones
a reuniones nacionales, regionales o internacionales y como miembros de las
misiones de paz.

Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (Res.


48/104) en donde se plantea el marco de estrategia de Nairobi, y por fin se
empieza a hablar de crímenes de guerra y lesa humanidad, cosa que hay que
esperar en el caso de las violaciones hasta que llegue después la plataforma
Beijing, que es el otro instrumento en el cual se toma como capítulo especial “la
mujer y los conflictos armados”.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

La Declaración de Windhoek y el Plan de Acción de Namibia, sobre


la Incorporación de una Perspectiva de Género en las Operaciones
Multidimensionales de Apoyo a la Paz. Después de este instrumento
importantísimo en donde hay hasta elementos que seguramente a la Teniente
Coronel le van a resultar sumamente interesantes, es la Resolución del año 2000,
una declaración política donde se pide la revisión justamente de la plataforma de
Beijing sobre la participación de la mujer en los conflictos armados. Se presen-
tan los obstáculos y se proponen quince medidas para superar estas situaciones
de violencia contra las mujeres y las niñas, en la medida en que esto impide
lograr una agenda de la paz.

Y más recientemente la Resolución 1325, que debatimos nuevamente el


año pasado en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sobre Muje-
res, Paz y Seguridad, en donde indudablemente se alienta el aumento de la
participación de mujeres en los procesos de adopción de decisiones en materia
de prevención y solución pacífica de conflictos.

Y por fin llegamos al Estatuto de la Corte Penal Internacional, en donde


tenemos tipificadas aquellas situaciones en las cuales son las mujeres
mayoritariamente y las niñas, víctimas de los conflictos armados, como delitos
de lesa humanidad.

Hay muchas otras herramientas internacionales que no son palabras vacías


ni retóricas globalizadas. Son mandatos, son imperativos, en la medida en que
forman parte de nuestra plexo normativo, son leyes de la Nación Argentina, son
un objetivo de nuestra sociedad y de nuestro Estado, y le voy a dejar a la señora
Ministra todos estos avances en Derecho Internacional que han impactado en
nuestro Derecho interno.

Quiero por último resumir lo que he dicho en esto: creo realmente que el
sistema de defensa es uno de los ámbitos más atractivo, desafiante, intenso y
profundo para animarnos a repensar, no solamente la ciudadanización de la agenda
de Defensa sino también en qué país, en qué América Latina, en qué Américas y
en qué mundo estamos dispuestos y dispuestas a vivir, que no va a ser otro que
el que estemos comprometidas y comprometidos a construir.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

LAS FUERZAS ARMADAS Y


LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA

Dra. Rut Diamint

Quiero agradecer al Ministerio de Defensa que me haya invitado a este


ciclo de conferencias y también felicitarlos por la iniciativa de haber abierto este
debate, que no se había hecho antes y que refleja una interesante iniciativa de
esta gestión. Me pidieron que contara mi propia experiencia como especialista
en cuestiones de defensa y yo voy a hablar más ampliamente del tema de la
mujer en la defensa y luego voy a hacer una breve referencia al tema de la mujer
en las Fuerzas Armadas.

La Mujer y los Temas de la Defensa

Empecé a lidiar con este tema en el año 1985, en la institución donde estaba
trabajando, el Centro de Investigaciones EURAL, dentro de un proyecto que
se estudiaba en la mayoría de los países de América Latina: recién llegadas las
democracias era necesario analizar el tema de las transiciones a la democracia,
y específicamente poníamos el acento en una corriente de pensamiento basada
en el texto de Barrington Moore, sobre los legados autoritarios que quedaban
en la nueva democracia argentina. En ese proyecto conducido por el Dr. Atilio
Borón, me pidieron que me encargara de investigar los legados autoritarios que
provenían de la institución militar. Y cuando empecé a estudiar el tema y a vincu-
larme a las instituciones militares, había muchísima resistencia pero no necesa-
riamente porque fuera mujer, sino porque era un período bastante tenso de las
relaciones entre civiles y militares y cualquier persona que llegara del campo de
la universidad, del campo civil, que intentara entender, estudiar, analizar el com-

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portamiento institucional de las fuerzas armadas, generaba resquemores y cierta
resistencia.

Por otra parte, fuera de lo que podía ser específicamente esta tensión parti-
cular por el momento histórico que se estaba viviendo, había otra situación que
tocaba al conjunto de la sociedad y es que para la sociedad argentina la defensa
no era una política pública, no había una tradición de investigación, de análisis,
de estudio de la defensa como política de Estado. Entonces, poco a poco se fue
dando una apertura porque no había muchos especialistas del ámbito académi-
co y con el proyecto de investigación que llevábamos a cabo fui ampliando mi
campo de estudio, no solamente a la cuestión cívico-militar, sino también a las
políticas de defensa, las políticas de seguridad internacional y como un aspecto
que en ese momento estaba en debate, las cuestiones de no proliferación.

Una vez pasados los primeros momentos de tensión y el asombro de algu-


nos militares frente a mi interés de seguir el tema, pude trabajar bastante amplia-
mente pero siempre había una cierta desconfianza. Me acuerdo, por ejemplo,
que un colega académico que trabaja en la Fuerza Aérea, consultó específicamente
a su profesor, con quien había finalizado un doctorado en Inglaterra, para eva-
luar entre ambos si una persona que no conocía de armamentos, es decir que no
podía catalogar las armas, podía considerarse un experto en cuestiones de segu-
ridad y defensa. Y, por supuesto, este profesor le contestó que era imposible.
Por lo tanto anularon mi capacitación en el tema. O sea, se generaba una cierta
desconfianza hacia una mujer que no provenía para nada del mundo militar y que
se dedicaba a este campo. Mientras que desde el lado de mi formación como
socióloga me parecía bastante obvio entender esta cuestión que había marcado
tan directamente la historia argentina, era una forma de entender mejor la sociedad ar-
gentina.

Tratar de entender lo que era la defensa como una política pública y pensar
los temas centrales de ese debate estaba para nosotros centrado en lograr una
conducción civil de la defensa. Asimismo, implicaba tener funcionarios civiles
que pudieran manejar esta área. Un funcionario público desempeña roles públi-
cos y está obligado a seguir reglas universales. Y si hay que seguir reglas univer-
sales, por lo menos en nuestro país, cualquier ciudadano, no importa su género,
que tenga la misma capacidad, debe disfrutar de los mismos derechos frente a la

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

sociedad. Por eso me parece importante que cada vez haya más mujeres que
estudien o trabajen en el ámbito de la defensa.

Sin embargo, pese a que hoy nosotros tenemos la suerte de tener una Ministra
de Defensa, cosa que nunca ocurrió en el pasado, y una Presidenta en la Comi-
sión del Senado, también mujer, la realidad es que en el ministerio de defensa
hay muchas mujeres pero muy pocas de ellas en puestos directivos a nivel de
Secretarios, Subsecretarios y Directores. Lo que demuestra que en realidad la
mujer tiene que esforzarse mucho más para mostrar su capacidad. Esto es lla-
mativo porque ya hace bastantes años, alrededor de quince años, egresan más
mujeres que hombres de la universidad, lo que implicaría que estas mujeres
naturalmente tendrían que ir ganándose estos espacios que históricamente no
estuvieron entre las tareas tradicionales de la mujer.

La Incorporación de la Mujer en el Ámbito de la Defensa

Ahora, cuando me llamaron y me pidieron que participara de esta conferen-


cia, me cuestioné y trato ahora de transmitir algunas de esas dudas, de porqué se
está discutiendo el tema de la incorporación de la mujer en el ámbito de la defen-
sa. Inicialmente se puede entender como un tema de democratización, de igual-
dad de oportunidades, como un tema de modernización, de incorporación de un
sector de la sociedad que ha adquirido capacitación técnica, profesional y que
puede efectuar una contribución importante y positiva a la sociedad. Mirando
con más detalle me acordaba de una posición bastante fuerte sostenida por la
literatura inglesa en estos temas, una posición feminista, antimilitarista y que dice
que en realidad el debate que hay que hacer no es por incorporar a la mujer en
el sector defensa, sino en realidad por racionalizar y disminuir todo el sector
defensa. Entonces, estamos tratando de incorporar cuando hay también una
corriente que habla de limitar. Esta es una elección.

Hay interrogantes que deben dar pie a una investigación o por lo menos a un
pensamiento reflexivo: si la incorporación de la mujer en este sector y sobre
todo la incorporación de la mujer en las Fuerzas Armadas responde a un proble-
ma ocupacional o a un problema de acceso democrático. Porque lo que yo he
visto y por lo que ahora contó la primera expositora, la incorporación de la

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mujer ha sido lenta, y ustedes saben que todavía esta incorporación no ha alcan-
zado los lugares de mayor conducción dentro de las Fuerzas. Y me parece im-
portante remarcar que la mujer que vaya accediendo a estas funciones lo haga
realmente en situaciones de igualdad y no en condiciones inferiores como ha
sido tradicionalmente el primer ingreso de la mujer a las Fuerzas Armadas. En
numerosas ocasiones, el nexo de ingreso es el que del lado del feminismo defini-
mos como la invisibilidad del trabajo femenino, o sea, las tareas de cuidado de
personas, de alimentación, más que las tareas netamente militares.

Hay una autora que ha trabajado mucho este tema que se llama Ilene Feinman,
inglesa, que dice que lo que primero que habría que preguntarse cuando uno se
enfrenta a estos procesos de apertura, de incorporación de la mujer en los sectores
de la defensa, en las fuerzas armadas, es ¿por qué ahora? ¿por qué en este preciso
momento? ¿a qué está respondiendo esta incorporación? Y la respuesta que se dé
nos hace entender cuál ha sido la lógica de esta incorporación. Mi temor, por ejem-
plo, es que esta apertura de la incorporación de la mujer haya sido vista como un
paliativo, que por un lado mostrara apertura pero que por el otro estuviera de alguna
manera ocultando una mala relación de algún sector de las Fuerzas Armadas con la
sociedad. O sea, dada una situación de tensión, una situación de conflictividad, jugar
por el lado menos conflictivo. Plantear una apertura sin tocar los nudos duros que la
institución militar sigue teniendo todavía que resolver.

La Necesidad de un Trato Igualitario

Por otro lado, me parece -y esto creo que se desprende un poco de las palabras
de la primera expositora- que hubiera sido necesario pensar en esta apertura deba-
tiendo a qué tipo de institución se van a incorporar las mujeres, a qué tipo de códigos
culturales. Tal vez, generar algunos mecanismos dentro de las fuerzas armadas que
nos garanticen que la actuación de la mujer, y la actuación general de los hombres
también, está resguardada dentro de la lógica del derecho. Me parece que sería
interesante y todavía no hemos logrado hacerlo de forma tan amplia, que hubiera
más mecanismos de rendición de cuentas dentro de las instituciones militares. Aún
estas instituciones son muy cerradas y puede pasar, como alguna vez ha pasado, que
persistan mecanismos o acciones en las cuales los oficiales superiores no observen el
respeto a los inferiores, o se reserven decisiones que son autónomas y que no pasan

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

por la jerarquía civil aunque deberían hacerlo. En definitiva, que jueguen en contra de
los derechos sin que se hayan incorporado herramientas que hagan factible conocer
cómo son esos mecanismos y que, al mismo tiempo, la rendición de cuentas no traiga
sanciones justificadas.

Una de las cuestiones que se está debatiendo y yo sé que esta administra-


ción lo está pensando, es la idea de tener un ombudsman militar, o sea una
persona que defienda los derechos básicos de los soldados y de los oficiales
frente a las autoridades superiores.

La Importancia de la Incorporación de Civiles

Ahora, me parece, cerrando ya mi presentación, que el desafío más grande


frente al cual estamos, no es solamente la incorporación de la mujer al sector
defensa o al sector militar, sino también la incorporación de civiles, una inclusión
más abierta de civiles, y yo lo digo especialmente por mi experiencia, pues sigo
siendo una de las pocas académicas que trabajamos este tema. Estamos casi
ante un discurso familiar porque casi en todas las reuniones, conferencias, nos
encontramos las mismas personas, trabajamos los temas por tradición y nos
conocemos los discursos. Falta la incorporación de gente nueva que provenga
de distintas experiencias, de una formación distinta a la nuestra y que pueda
incorporar miradas alternativas al debate de la defensa. Miradas diferenciadas
que enriquecerían mucho el pensamiento de la defensa y los problemas que tiene
la Argentina frente a este tema. Al mismo tiempo, la ampliación al sector civil,
tanto sea en el ámbito académico, de ONGs, en el Congreso, en los partidos
políticos, y obviamente, en el Ministerio de Defensa, permitiría la construcción
de consensos. Esto es algo que todavía no hemos logrado porque hemos estado
siempre en períodos de crisis, tratando de solucionar problemas coyunturales
sin poder tener la dimensión necesaria para crear una política pública de defensa.

La Necesidad de una Política de Defensa Democrática

Esta alternancia, esta amplitud, esta posibilidad de incorporar nuevas voces


y de construir consensos, permitiría que se formulara una doctrina democrática,

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con elementos que están presentes en la sociedad y en la administración, parti-
cularmente en este momento en el Ministerio de Defensa. Una doctrina que, por
lo tanto, tuviera una visión regional, una dimensión de los distintos sectores entre
los que cuento a la universidad, a los partidos políticos, a los grupos de opinión
y a los grupos de interés. A mi me gustaría que ese tema de pensar en la incorpo-
ración de la mujer en la defensa no quedara cercado a un problema solamente
femenino, sino a mirar a un proceso más amplio que tiene que ver con todo este
proceso de democratización desde el año 1983 en adelante, construir una polí-
tica de defensa democrática incorporando a la sociedad civil y a distintos miem-
bros al debate y, finalmente, lograr coincidencia en que se lleve a cabo una
política pública consensuada de defensa en el Estado argentino.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

LA INCORPORACIÓN DE LA MUJER EN
LAS FUERZAS ARMADAS

Tte. Cnel. Médica Estela Lodero Granizo

Me toca hablar de la inserción de la mujer en nuestras queridas Fuerzas


Armadas, toda su vivencia, la problemática. Espero hacerlo con el mejor amor
posible, porque así siento mi Institución. En el mundo actual, la situación reinante
en la década de los años 30 y anteriores, con los conflictos bélicos como la gran
guerra de 1914-1918 y, posteriormente, la Segunda Guerra Mundial, permitió
la incorporación de la mujer dentro de las distintas fuerzas en países como Fran-
cia, EE.UU. y Reino Unido, donde las mujeres han dado ejemplo de su desem-
peño en distintas especialidades y tareas, que debieron afrontar sin descuidar la
protección de su familia, realizando así una enorme y estoica función. Se destaca
dentro de este marco el heroico desempeño de las enfermeras francesas durante
los conflictos vividos. El ejército de Israel es otro ejemplo que podemos desta-
car, incorporando a las mujeres dentro del cuadro de oficiales como combatien-
tes y se desempeñaron y se desempeñan actualmente en forma satisfactoria a la
par del hombre.

Pero me cabe aquí resaltar lo que ocurrió en nuestro país, en nuestra queri-
da Argentina, con la actuación significativa de las mujeres cuyos nombres no se
recuerdan en los libros de historia, salvo el de un par de ellas, aunque por sus
méritos muchas llegaron hasta cobrar sueldos en el ejército y a tener grado mili-
tar. Las mujeres pelearon y sirvieron desde las guerras de la independencia hasta
la actualidad, luchando por sus vidas y las de sus semejantes, aunque sea con
agua y dando algún aliento a los hombres; “algo se hace para ayudar a la patriada”,
dijo alguna vez Manuela Godoy, una santigueña que estuvo en la batalla de
Tucumán, “y si tengo que agarrar una bayoneta y ensartar... no soy lerda ni me
voy a quedar atrás”. El ejército de los Andes también tuvo a sus mujeres; fue
San Martín quien las autorizó a que acompañaran a sus maridos, y cumplieron
con misiones de apoyo a los combatientes. Un ejemplo fue Josefa Tenorio, una

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esclava negra que le pidió al general Gregorio de Las Heras que la dejara com-
batir y la mujer hizo la campaña como delegada al cuerpo del Comandante de
guerrillas, Toribio Dávalos. San Martín la recomendó entonces para el primer
sorteo que se hiciere por la libertad de los esclavos. Durante la Campaña del
Desierto, las mujeres sobresalieron como las fortineras y bien lo expresa el ilu-
minado Sarmiento cuando dice “..las mujeres lejos de ser un embarazo en las
campañas, eran por el contrario el auxilio más poderoso para el mantenimiento,
la disciplina y el servicio, su inteligencia, su sufrimiento y su adhesión sirvieron
para mantener fiel al soldado que pudiendo desertar no lo hacía porque tenía en
el campo todo lo que amaba...” Asimismo, lo corrobora en sus escritos el
Comandante Manuel Prado cuando dice que las mujeres de la tropa eran consi-
deradas como fuerza efectiva de los cuerpos, se les daba racionamiento y en
cambio se les imponía también obligaciones. Lavaban la ropa de los enfermos y
cuando la división tenía que marchar de un punto a otro, arreaban las caballadas.
Había algunas mujeres que rivalizaban con los milicos más diestros en el arte de
amansar un potro y de bolear un avestruz. Eran toda la alegría del campamento
y el señuelo que contenía en gran parte las deserciones. Sin esas mujeres la
existencia hubiera sido imposible, acaso los pobres impedían el desbande de los
cuerpos. Como puede notarse desde el nacimiento del ejército en 1810, y hasta
nuestros días, la mujer ha asentado en las crónicas de la historia su participación
decidida y valiente, algunas auxiliando los heridos en las batallas, otras como
valientes combatientes pero todas ofrendando la vida al servicio de la patria y de
nuestro ejército.

La Incorporación de la Mujer en el Ejército

Voy a relatar brevemente los antecedentes jurídicos de la formación de nuestro


cuerpo de ejército femenino. El cuerpo auxiliar femenino fue creado el 27 de
enero de 1982 y su funcionamiento tuvo su comienzo en la Escuela del Cuerpo
Auxiliar Femenino, ECAF. A partir del año 1992 egresan de la Escuela Militar
de Oficiales para los servicios de apoyo de combate, ESPAC, en Campo de
Mayo, las oficiales profesionales del cuerpo femenino. Simultáneamente, los sub-
oficiales femeninos de las diferentes especialidades de la Fuerza egresaban de la
Escuela de los Servicios para Apoyo de Combate General Lemos en Campo de
Mayo, con la jerarquía de Cabo. A partir del año 2000, las oficiales femeninos

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

profesionales y del cuerpo comando egresan del Colegio Militar de la Nación. A


su vez, los suboficiales del cuerpo profesional y de comando continúan hacién-
dolo de la Escuela de Suboficiales del Ejército Sargento Cabral. Además, como
antecedente, cabe destacar que la mujer se incorporó a las Fuerzas Armadas a
partir de la década de los años 60. ¿Cómo se incorporó la mujer? Se creó el
primer cuerpo de enfermería del ejército cuyos integrantes eran civiles. En el año
1982, durante el mes de abril y debido a la situación reinante en ese momento ya
que estábamos en una guerra, la guerra del Atlántico Sur, egresa nuestra primera
promoción de oficiales femeninas del Ejército, constituida por 64 tenientes de
distintas especialidades en su mayoría médicas, odontólogas, bioquímicas, una
farmacéutica y seis analistas de sistema. En ese momento nosotras teníamos una
ilusión, el proyecto de poder hacer un viaje para ir a conocer a otras mujeres de
otros ejércitos, cosa que no se pudo dar por el difícil momento que vivíamos por
la guerra del Atlántico Sur. En el año 1993 ingresan a la fuerza de Ejército las
abogadas en el cuerpo jurídico castrense, los técnicos pilotos de la aviación de
ejército, servicio de banda y servicio de veterinaria. Y en el año 2000 egresan
nuestras primeras oficiales del cuerpo comando, de las armas de artillería de
ingenieros, comunicaciones y en las especialidades de intendencia y arsenales.

El Proceso de Adaptación

La incorporación de la mujer a las distintas fuerzas ha sido un proceso fun-


damentalmente de adaptación a una nueva situación, la cual no ha sido algo fácil
de zanjar. Se necesitó un adecuado y conciente estudio de las distintas proble-
máticas que se presentaron durante la inserción a las actividades y funciones que
debía ocupar. Los aspectos que fueron tenidos en cuenta en un principio, para la
ejecución del ingreso a la Fuerza por parte de la mujer, se basaron particular-
mente en variados estudios y exámenes que otras fuerzas extranjeras realizaban
en ese momento, como ser los exhaustivos exámenes físicos, psicológicos,
socioambientales y el examen profesional de cada especialidad que determinaría
nuestra selección para el ingreso. Nosotras, mi primera promoción, fuimos aproxi-
madamente 300 postulantes, ingresamos 70 y egresamos 64, y ahí se nos dio el
orden de mérito que determina la antigüedad dentro de cada promoción. Cabe
destacar que el personal femenino hoy en dia representa aproximadamente un
tercio del total de las fuerzas en actividad, tanto en Ejército, Marina y Aeronáu-

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tica, teniendo en cuenta el personal civil femenino, ya que en este momento el
personal de mujeres civiles ha sobrepasado a los hombres dentro del Ejército, y
cada cinco soldados una de esas soldados es mujer, además de las que están en
las brigadas mecanizadas. Así que miren a qué lugares hemos llegado.

Como se puede apreciar, la inserción de la mujer, dentro de la orgánica de


las Fuerzas, se encuentra paulatinamente en pleno desarrollo de acuerdo a las
leyes, decretos, resoluciones y reglamentaciones vigentes particulares para cada
una, donde se contemplan las funciones y tareas que actualmente desempeña el
personal femenino incorporado con o sin estado militar, poniéndose de relieve
claramente que la mujer está ocupando un lugar y un espacio en el ámbito cas-
trense. Estos fenómenos sociales se iniciaron hace algunas décadas y la incorpo-
ración de la mujer en papeles considerados tradicionalmente masculinos cambió
la estructura de las sociedades.

La permanente e histórica búsqueda del derecho de la mujer a la igualdad


de oportunidades en el mercado laboral, las nuevas situaciones que el mundo
globalizado ha generado, las ha obligado a capacitarse y desarrollar una sana
competencia dentro de todos los ámbitos de la sociedad, incluido el medio mili-
tar. Estudios de sociología militar efectuados en los Estados Unidos de América,
Europa e Israel, y algunos estudios realizados por algunos sociólogos argenti-
nos, como así también algunos informes de las distintas fuerzas, coinciden en
concluir que la incorporación de la mujer ha dado plenamente resultados positi-
vos, particularmente en el desempeño dentro de las unidades. Los argumentos
empíricos de las investigaciones demuestran que el nivel de capacitación y rendi-
miento académico de las mujeres ha igualado y muchas veces superado a los
hombres, contrariamente a lo que se esperaba. Queda demostrado así que al
incorporar personal femenino a distintas unidades operativas, su rendimiento
alcanzó un paralelo junto con los hombres.

Como podemos ver la mujer está consolidando su presencia en las Fuerzas


Armadas, aunque en algunos países sea mayor. En nuestra Fuerza se registra el
10% del efectivo militar, lo que reafirma lo dicho anteriormente en cuanto a la
inserción de la mujer, cada cinco hombres una mujer; pero lo que pasa es que
nosotros tenemos un ejército muy joven con respecto a la incorporación de la
mujer, con tan sólo 25 años y los otros países llevan casi 70.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

Es de destacar que la profesión militar reúne características sociológicas


institucionales que demandan una vocación sólida de todos sus integrantes, y
como todas las vocaciones puras implica una voluntad de servir, una renuncia y
en definitiva la aceptación de un sacrificio, siempre bajo la tutela de las leyes que
rigen este tipo de profesiones, fundamentalmente en un estado de derecho. La
mujer argentina ha demostrado en tan corto tiempo una excelente adaptación al
medio militar y ha sido aceptada sin discriminaciones por parte de los hombres
que abrazaron esta vocación, tendiendo paulatinamente a la igualdad entre hom-
bres y mujeres, fenómeno especialmente afianzado en las sociedades más ade-
lantadas y que constituyen un referente para aquellas en vías de serlo.

Me toca a mí relatar las experiencias vividas por las mujeres militares dentro
de la institución, teniendo en cuenta que hemos sido las pioneras. Egresamos en
el año 1982 con el grado de Teniente, mientras que los hombres lo hacían con el
grado de Teniente 1°, aunque después de muchas luchas conseguimos la igual-
dad. Cabe destacar que en ese momento nuestro país se encontraba en plena
situación de conflicto bélico, razón por la cual nuestra inserción fue muy rápida y
fuimos destinadas en cortos plazos a las unidades y elementos de las fuerzas.
Esto no nos permitió un mayor perfeccionamiento, ya que cuando nosotras in-
gresamos todas íbamos a tener residencias hechas, pero por un problema
institucional del momento en que se vivía, tan sólo 10 quedaron en Buenos Aires
y todas las demás fuimos al interior; personalmente fui a Tucumán, fui muy feliz y
aprendí mucho en Tucumán, gracias a mi institución. Discúlpenme pero es muy
movilizador esto para mí. (Aplausos) En ese momento, en una situación de pleno
conflicto bélico, nos encontramos que la institución no estaba preparada para
nuestra inserción, como, por ejemplo, alojamientos adecuados; los casinos eran
para hombres, dos o tres subtenientes compartían las habitaciones con baños
que eran para hombres, y bueno acá está sentada una compañera que fue con-
migo a Tucumán, nos dieron habitaciones sin bidé, se pueden imaginar lo que es
eso para una mujer. Después había una falta de directivas claras, no se sabía qué
iba a pasar con las embarazadas, cómo iban a ser las formaciones, el uniforme,
si nos poníamos el correaje arriba de la panza o debajo de la panza, qué pasaba
con las lactancias, cuál era el tiempo que nos iban a dar, en fin... la formación, el
combate, la lactancia, y creo que fundamentalmente los hombres tampoco fueron
instruídos para el cambio que la institución estaba llevando a cabo; fue mucho apren-
dizaje, un difícil aprendizaje, pero lo hicimos con mucho amor, tanto de los hombres

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como de las mujeres, porque queremos entrañablemente a este ejército bendito.

Posteriormente con el correr de los años, la institución fue adoptando medi-


das y reformas que permitieron un mejoramiento en nuestra calidad de vida y
poder desenvolvernos dentro de las unidades al igual que el hombre. En las
campañas y maniobras nos tuvimos que adaptar situaciones simuladas de com-
bate, realizando tareas y misiones propias de nuestra profesión. Creo que lo
hicimos con mucho profesionalismo, como así lo indican los informes produci-
dos posteriormente. Si bien participamos juntos, los hombres eran mayoría, pero
siempre fuimos respetadas y nosotras tratamos por todos los medios de conser-
var nuestra femineidad, típica de nuestra querida sociedad argentina.

Hoy podemos decir que la mujer se ha insertado plenamente con verdade-


ros resultados positivos, ya que ha empezado a ocupar puestos de jerarquía y
con responsabilidades de toma de decisión, con nuestras jefaturas; casi todas
somos jefes de servicio, jefas de divisiones, jefas de departamento. Por otra
parte, las mujeres se encuentran incorporadas en las misiones de paz que la
Argentina posee en distintos países extranjeros.

La mujer en la Fuerza actualmente se ha ganado su posición, debido a su


capacitación, perseverancia y a la adquisición de habilidades y destrezas que
son necesarias para el funcionamiento de los elementos, compitiendo de igual a
igual con los hombres. De todas maneras la mujer debe cumplir con una funda-
mental misión que sólo ella puede hacer, aparte de su trabajo y responsabilidad,
la de ser madre y pilar fundamental de la educación de nuestros hijos, actividad
que la engrandece ante la sociedad. Hoy creo que los hombres de la institución
así lo entienden, no sólo lo aceptan sino que nos brindan su ayuda y nos incentivan
desde sus puestos de trabajo para lograr la identidad e igualdad por la que tanto
hemos luchado en el transcurso de estos 25 años de servicio y de nuestra histo-
ria. Nuestro rol identitario dentro de nuestras Fuerzas Armadas no se configuró
a partir de mecanismos de copia o de igualación con los hombres, por el contra-
rio, lo hemos construido a partir de la resolución de las diferentes problemáticas
que se nos presentaban en el desarrollo de nuestras tareas, y podemos afirmar
hoy que se puede definir el verdadero perfil de la mujer de nuestras Fuerzas
Armadas, perfil que se logró con mucho sacrificio, trabajo, aportes y límites
personales.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

La Incorporación de la Mujer en la Armada

Ahora me cabe hablar, brevemente, de la mujer en la Armada Argentina y


en la Aeronáutica. En el año 1976 se creó el Liceo Naval Femenino en la ciudad
de Salta, que hoy se encuentra desactivado, y en el año 1978 la Escuela Nacio-
nal de Náutica Gral. Manuel Belgrano que incorpora a la mujer en algunas espe-
cialidades.

Durante el año 1979 se incorpora a la Fuerza personal subalterno femenino


en los escalafones de comunicaciones, enfermeros, furrieles y operaciones, más
tarde informática, músicos y arsenales. En el año 1981 ingresa el personal supe-
rior femenino al cuerpo profesional en el escalafón de ingeniería, al siguiente se
completa con el escalafón de sanidad, bioquímica y farmacia. Esta incorpora-
ción tenía premisas y determinaba que la mujer no podía embarcar ni integrar
fuerzas de combate. Durante el año 1987 por primera vez el personal femenino
embarca en el rompehielos y en el año 1997, y luego de las experiencias adqui-
ridas, se reforma la reglamentación teniendo en cuenta principalmente los emba-
razos y períodos de lactancia con la finalidad de aggiornarse a las leyes naciona-
les vigentes. En el año 2002 ingresa la mujer por primera vez a la Escuela Naval
Militar como integrante del cuerpo comando y profesional en el escalafón Inten-
dencia. En el año 2003 y atendiendo a las nuevas necesidades planteadas por la
incorporación de la mujer en la mayoría de las actividades y misiones que desa-
rrolla la Fuerza, se inicia un estudio que concluye la reforma de la reglamenta-
ción, y que incluye dentro de la misma el período de lactancia, con cambios de
tareas, eximisión de guardias militares y de servicios y adiestramiento físico, otor-
gando licencias por nacimiento de hijos con síndrome de Down y licencia por
maternidad por adopción. En el año 2006 esta modificación también se extiende
a las alumnas del curso de integración naval, cadetes de la escuela naval y aspi-
rantes navales. Si bien en la actualidad la mujer en la Marina se encuentra inte-
grada al igual que en el Ejército, todavía a citaciones especiales existen algunas
limitaciones propias del funcionamiento de las unidades navales, por lo cual no
pueden embarcar en las unidades de submarinos, integrar tropas especiales, ser
comandos anfibios y realizar actividades de combate que impliquen cuerpo a
cuerpo.

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La Incorporación de la Mujer en la Fuerza Aérea

La Fuerza Aérea Argentina incorpora en el año 1977 personal femenino al


cuerpo de policía Aeronáutica, pero sin estado militar y con la categoría de
personal civil. Luego de dos años pasarán a formar parte del cuadro permanente
como personal militar subalterno y suboficiales.

En el año 1980 se incorpora a las enfermeras, posteriormente ingresa per-


sonal femenino a la especialidad de protección al vuelo, meteorología y comuni-
caciones. Durante el año 1982 se incorpora, con la especialidad de bioquímica,
al personal superior y luego a las enfermeras profesionales con el grado de alféres.
En el año 1988 ingresan a la Fuerza el cuerpo profesional médico, odontólogas,
farmacéuticas, ingenieras, cartógrafas y una larga lista. Actualmente, desde la
Escuela de Aviación Militar egresan oficiales del cuerpo de Comando, General y
Aires; hoy, al igual que las otras Fuerzas, 168 oficiales y 1.250 suboficiales
mujeres se encuentran integradas plenamente en sus puestos de trabajo junto a
los hombres.

Y terminando ya, desde que se inició nuestra Patria, la mujer ha tenido un rol
preponderante en la construcción de nuestra querida nación, realizando una ta-
rea silenciosa y en muchas oportunidades empuñando las armas en defensa de
sus ideales de libertad. Si bien no fue reconocida su labor y sacrificio, hoy pode-
mos decir que paulatinamente y tomando como ejemplo los avances de otras
fuerzas extranjeras, las Fuerzas Armadas de nuestro País han integrado plena-
mente a la mujer en sus filas, otorgándonos un espacio que por derecho merece-
mos.

En la actualidad las mujeres que vestimos uniforme desarrollamos misiones


y ocupamos puestos que antiguamente eran prioritarios de los hombres; sabe-
mos que la inserción no ha sido fácil, pero gracias a la iniciativa y a la voluntad de
integración, puesta de manifiesto por el personal de las distintas instituciones, el
resultado ha sido muy exitoso. Hoy, como debe ser, las mujeres de nuestras
Fuerzas Armadas argentinas, marchamos a la par de los hombres.

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PARTICIPANTES
EN EL SEMINARIO

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ARQ. CRISTINA ALVAREZ RODRIGUEZ

Arquitecta.1992 - Facultad deArquitectura y Urbanismo Universidad Nacional de


BuenosAires
Estudios de Posgrado: - Master Gestión Cultural del MERCOSUR,
Universidad de Palermo, 2001 - Carrera Docente 1993-1994
Directora del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas «Eva
Perón»
Directora del Museo «Evita»
• Diputada Nacional Frente por la Victoria (PJ)
• Presidenta del Instituto Cultural de la Pcia. de Bs.As, 2003 -2005-
• Subsecretaria de Cultura de la Provincia de Buenos Aires, 2002 - 2003.
• Miembro fundador y Directora ad honorem del Museo Evita, 2002 y continúa
• Presidenta del Instituto de Previsión Social de la Provincia de BuenosAires, 2001.
• Directora delArchivo Histórico de la Provincia de BuenosAires “Dr. Ricardo Levene”,
2000.
• Miembro fundador y Presidenta del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas
Eva Perón, 1998 y continúa
• Miembro fundador y Presidenta de la Fundación de Investigaciones Históricas EVITA
PERON 1995 y continúa
EXPOSITORA , en Conferencias, Paneles, Presentaciones y Debates sobre temas
históricos y de gestión cultural
PUBLICACIONES
•Asesoramiento para el libro “Aproximaciones al estudio de la Literatura Hispánica
(“Los obreros y yo”, de Eva Perón “) Mac Graw Hill, San Francisco, 1999
• Asesoramiento e investigación de “EVITA, Obras Completas”, 1999
• Asesoramiento y material documental del libro “Evita, el retrato de su vida”,
Editorial Rizzoli, Nueva York- Bs.As. 1996
• Epígrafes del libro “Evita por ella misma: La Razón de mi Vida y otros escritos”,
Editorial Planeta, Bs.As., 1996
• Numerosas notas periodísticas para diarios y revistas del país y del exterior.

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LIC. NORBERTO ÁLVAREZ

Es Licenciado y Profesor en Historia por la Universidad Nacional de La


Plata [1978], título homologado por el Ministerio de Educación y Ciencia de
España [1993]. Es también Profesor en Física y Matemáticas [1972].

Ha cursado estudios de posgrado en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences


Sociales de Paris y la Universidad Complutense de Madrid.

Ha dictado clases en varias universidades de Argentina y España y fue In-


vestigador del Conicet.

Actualmente es Secretario de Ciencias e Innovación Tecnológica de la


Universidad Nacional de Mar del Plata. Profesor Titular Exclusivo Ordinario
[Categorizado 2] en el Departamento de Ciencias Sociales en la Facultad de
Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Profesor Titular de
la Maestría en Filosofía Práctica Contemporánea: Poder, Trabajo y Sociedad en
el Departamento de Filosofía de la Facultad de Humanidades de la Universidad
Nacional de Mar del Plata.

Ha investigado y publicado sobre una amplia gama de temas, siempre vin-


culados a la problemática social y demográfica. Actualmente se encuentra traba-
jando sobre cuestiones referidas al mundo de la familia contemporánea en Ar-
gentina.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

DRA. DORA BARRANCOS

Es Licenciada en Sociología por la UBA y Doctora en Historia por la Uni-


versidad Estadual de Campinas - UNICAMP - Brasil. Es Investigadora del
CONICET y Profesora Titular Regular de la Facultad de Ciencias Sociales de la
UBA. Dirige actualmente el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género
de la UBA y la MAESTRIA en Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad
Nacional de Quilmes. Ha sido Profesora invitada de diversas Universidades del
exterior entre las que se cuenta la Université de Paris, University of Arizona,
Ohio´s State Unuiversity, UAM de México. Posee una vasta obra dedicada a la
historia de los sectores populares en la Argentina y a la historia de las mujeres,
en la que es especialista. Es autora de los libros «Anarquismo, educación y
costumbres en la Argentina de principios de siglo», «Cultura, educación y tra-
bajadores - 1890-1930», «La escena iluminada. Ciencias para trabajadores -
1890-1930», e «Inclusión/Exclusión. Historia con Mujeres». Integra el grupo
coordinador de la Historia de las Mujeres en España y América Latina - Ed
Cátedra. Madrid.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

DRA. MARÍA E. ARGERI:

Es Licenciada y Profesora en Historia por la Universidad Nacional del


Centro de la Provincia de Buenos Aires. Obtuvo el Diplome d´ Etudes
Approfondies, “Etudes des Sociétés Latinoaméricaines” en la Nouvelle Sorbonne,
Paris III; y el Doctorado en Filosofía y Letras en el la Universidad Autónoma de
Madrid. Es investigadora y docente de grado y posgrado en el Dto. de Política
y Gestión de la Facultad de Ciencias Humanas (Tandil) y de grado en la Escuela
Superior de Derecho (Azul), en la Universidad Nacional del Centro de la Pro-
vincia de Buenos Aires. Es Directora del Programa “Estado, Nación y Nueva
Ciudadanía. Las dirigencias y la producción de discursos. Argentina entre fines
del siglo XIX y el siglo XXI”. Investiga las relaciones de poder, la estatalidad y
la formación de subjetividades (imaginarios, género, ideologías y etnicidad). Ha
publicado numerosos trabajos en revistas especializadas nacionales e interna-
cionales, y es de reciente aparición su libro De guerreros a delincuentes. La
desarticulación de las jefaturas indígenas y el poder judicial. Norpatagonia
1880-1930, editado por el Consejo de Investigaciones Científicas de España.

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DRA. RUT DIAMINT

Es profesora de Seguridad Internacional y de Negociaciones Internaciona-


les en la Universidad Torcuato Di Tella. Coordinó el proyecto “La cuestión cívi-
co-militar en las nuevas democracias de América Latina. Entrenando a una red
de especialistas”, en la Universidad Torcuato Di Tella, financiada por la Funda-
ción Ford y asociada a varios Centros de América Latina.

Es investigadora del Creando Comunidad en las Américas, coordinado por


el Woodrow Wilson Center for International Scholars. Obtuvo becas de U.N.
Commission for Peace Studies-International Association of University Presidents
(IAUP); Fulbright Research Scholarship, The Latin American Program of
Woodrow Wilson Center, Thinker Professor, el PIF Programs del Gobierno de
Canadá.

Trabajó en la Carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Ai-


res, fue asesora de la Subsecretaría de Política y Estrategia del Ministerio de
Defensa (1993-1996) y del Ministro de Defensa (2003-2005).

Ha escrito numerosos artículos en libros y revistas académicas sobre cues-


tiones de seguridad regional y hemisférica, cuestiones cívico-militares y temas de
desarme. Es editora de los libros Argentina y la seguridad internacional (1998);
Control civil y fuerzas armadas en las nuevas democracias latinoamerica-
nas (1999)); La OTAN y los desafíos en el MERCOSUR, Comunidades de
Seguridad y estabilidad democrática (2001).. Su ultimo libro es Democracia
y Seguridad en América Latina publicado en 2002.

Rut Diamint se graduó en la Universidad de Buenos Aires (Sociología, 1985),


en 1990 obtuvo un Master en Ciencias Sociales en FLACSO y es PhD candidate,
de King´s College, Universidad de Londres, en el Departamento de War Studies.

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PROF. FERNANDO J. DEVOTO

Se graduó con diploma de honor en Historia en la Universidad de Buenos


Aires. Realizó estudios de posgrado en la Universidad de Roma y se doctoró en
la Universidad Nacional del Centro. Es Profesor Titular de Teoría e Historia de
la Historiografía y Director de Programa de Investigación en el Instituto Ravignani
de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Ha sido profesor invitado en la
Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (Paris), en el Istituto Italiano per
gli Studi Filosofici (Nápoles), en el Instituto Ortega y Gasset (Madrid) y en las
Universidades de Burdeos, Paris VII, Barcelona, Valencia, Santiago de
Compostela, Internacional de Andalucía, Turín, Milán, Ancona, Sassari y
Nápoles,. Ha publicado entre otros libros: Los nacionalistas, Buenos Aires, 1982
(con M.I. Barbero), Estudios sobre la emigración italiana a la Argentina en la
segunda mitad del siglo XIX, Nápoles, 1991, Entre Taine y Braudel, Buenos
Aires, 1992, Le migrazioni italiane in Argentina: un saggio interpretativo,
Nápoles,1994. Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina mo-
derna, Buenos Aires, 2002, Historia de la inmigración en la Argentina, Buenos
Aires, 2003 y Brasil-Argentina, Um ensaio de historia comparada, San Pablo,
2004. (con Boris Fausto) y como codirector, Political Culture, Social Movements
and Democratic Transitions in South America in the XXTH Century, Milán, 1997,
Historia de la vida privada en la Argentina, Buenos Aires, 1999, 3 v. , Emigration
politique. Une perspective comparative, Paris, 2001.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

DRA. MARÍA SILVIA DI LISCIA.

Doctora en Historia por el Instituto Universitario Ortega y Gasset (Univer-


sidad Complutense, Madrid) y Profesora Asociada regular en del Departamen-
to de Historia de la Universidad Nacional de la Pampa. Autora de Saberes,
terapias y prácticas médicas en Argentina 1750-1910 (Madrid, CSIC, 2003),
co-editora de Higienismo, educación y discurso en la Argentina, 1870-1940
(Santa Rosa, EDULPAM, 2004) y de Instituciones y formas de control social
en América Latina (Buenos Aires, Prometeo, 2005), participó en libros colecti-
vos sobre historia de las mujeres en América Latina y ha publicado numerosos
artículos referidos a historia de la salud y la enfermedad en Argentina. Ha orga-
nizado mesas y simposios en jornadas y congresos nacionales e internacionales
en relación con esa temática, tanto en el país como en el extranjero.

Expositora: charla 21 de marzo de 2006

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

LIC. MARÍA DEL CARMEN FEIJOO:

Es socióloga, egresada de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actual-


mente se desempeña como Oficial de Enlace del Fondo de Población de Na-
ciones Unidas en la Argentina. Fue consultora de diversos organismos interna-
cionales, Convencional constituyente en la reforma constitucional de 1994 por
la provincia de Buenos Aires, Secretaria Ejecutiva del Consejo Nacional de
Coordinación de Políticas Sociales, Subsecretaria de Equidad y Calidad Edu-
cativa del Ministerio de Educación de la Nación, Subsecretaria de Educación
de la Provincia de Buenos Aires. Es autora de numerosos libros y artículos.

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LIC. VIRGINIA FRANGANILLO:

Es socióloga, con especialización en estudios de la Mujer. Fundadora del


Consejo Nacional de la Mujer. Feminista, militante del peronismo, fue conduc-
tora Nacional del Partido Justicialista e integró los equipos de Gobierno del
Frente Grande, creadora de la multisectorial de la mujer y de la multipartidaria,
presidió las oficinas de Gobierno de la Mujer del Conosur, integrante de organi-
zaciones de derechos humanos , de la mujer a nivel nacional e internacional,
actualmente se desempeña como Directora General de la Mujer del Gobierno
de la Ciudad de Bs. As.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

DRA. NILDA GARRÉ:

Abogada egresada de la Universidad del Salvador (1968)

Cargos desempeñados en el Poder Legislativo de la Nación


Fue elegida Diputada de la Nación por el Partido Justicialista, integrante del
Frente Justicialista de Liberación, entre 1973/1976 (mandato interrumpido por
el golpe militar del 24 de marzo/76.
Diputada de la Nación por la Confederación Frepaso entre 1995/99.
Diputada de la Nación por la Confederación Frepaso en la Alianza, electa
para el período 1999/2003, mandato que cesó por renuncia en el año 2000
para ocupar cargo en el Poder Ejecutivo Nacional.
Diputada Nacional electa por la Confederación Frepaso en la Alianza, para
cumplir el mandato comprendido entre 2001/05, mandato que cesó por renun-
cia en junio de 2005 para asumir la Embajada de la República Argentina en la
República Bolivariana de Venezuela.

Cargos desempeñados en el Poder Legislativo de la Nación

Secretaria de Asuntos Políticos del Ministerio del Interior entre el mes de


octubre de 2000 y el mes de marzo de 2001, fecha en que presentó su renuncia.
Coordinadora de la Unidad Especial de Investigación para el Esclareci-
miento del Atentado a la AMIA, creada por Decreto PEN 452/00, entre Octu-
bre de 2000 y octubre de 2001.
Por Decreto N° 545 del 30 de mayo de 2005 fue designada Embajador
Extraordinario y Plenipotenciario de la República Argentina en la República
Bolivariana de Venezuela, haciéndose cargo de sus funciones el 25.06.2005.
Por Decreto Nº 1497 del 01/12/2005 fue designada Ministra de Defensa.

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DRA. EVA GIBERTI :

Licenciada en Psicología (UBA); Asistente Social (UBA).


Actualmente: docente universitaria en postgrado de Violencia Familiar
(UBA. Facultad de Psicología).
Postgrado Derecho de Familia (UBA. Facultad de Derecho).
Postgrado Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES).
Coordinadora del Programa LAS VICTIMAS CONTRA LA VIOLEN-
CIA (Ministerio del Interior de Nación).
Docente invitada en universidades latinoamericanas.
Miembro del Consejo de Presidencia de la ASAMBLEA PERMANENTE
PR LOS DERECHOS HUMANOS.
Asesora del Registro de Adoptantes de la Ciudad de Bs.As.

Libros publicados: La Adopción, Adopción y silencios (con S. Chavanneau


de Gore), Tiempos de Mujer, La mujer y la violencia invisible (con A.Fernández),
La familia, a pesar de todo, Vulnerabilidades, desvalimientos y malos tratos contra
niñas y niños, Políticas y Niñez. Escuela para Padres. Otros.

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TENIENTE CORONEL MÉDICA


STELLA REGINA LOREDO GRANIZO

Egresó de la Universidad de Buenos Aires en el año 1981 con el título de


Médica.
Se incorporó, en abril de 1982, a la Escuela del Cuerpo Profesional Feme-
nino del Ejército Argentino, egresando el 05 de agosto del mismo año. Pertene-
ce a la promoción 113 del Colegio Militar de la Nación.
Su primer destino fue el Hospital Militar de Tucumán y realizó en el medio
civil su residencia en la especialidad de Cirugía General.
Fue la primer mujer que efectuó la revisación médica correspondiente a la
incorporación de soldados del servicio militar obligatorio.
En el año 1985 fue destinada al Hospital Militar Campo de Mayo donde se
constituyó en la primera integrante femenina de un servicio de cirugía del Ejérci-
to.
En el año 1987 fue trasladada al Hospital Militar de Corrientes y ese mismo
año regresó al Hospital Militar Campo de Mayo.
Realizó los siguientes cursos:
- Perfeccionamiento en Quemados
- Superior de Especialista en Cirugía Reparadora y Quemados del Hospi-
tal Municipal de Quemados, donde trabajó durante 5 años.
- Ecografía General en la Sociedad de Ultrasonografía.
- Superior de Medicina Interna de la Asociación Médica Argentina
- Superior de Auditoria Médica del Hospital Italiano
En 1999 creó el Sistema de Residencia en el Hospital Militar Campo de
Mayo siendo instructora ante la Facultad de Medicina de Buenos Aires.
En el Hospital Militar Central “Cirujano Mayor Dr Cosme Argerich”,
fue Jefa de Auditoria, Jefa del Servicio de Urgencias y actualmente se des-
empeña como Jefa del Servicio de Clínica Médica. También ejerce la Presi-
dencia de la Junta de Reconocimientos de Soldados Voluntarios del Ejérci-
to.
Ha publicado trabajos en el país y en el exterior.
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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

DRA. HILDA SABATO

Es historiadora, profesora titular de la UBA e investigadora principal del


CONICET. Trabaja en temas de la historia política y social argentina y latinoa-
mericana del siglo XIX y participa de los debates contemporáneos sobre el
pasado, la memoria y l a historia. Entre sus libros se cuentan Capitalismo y
ganadería en Buenos Aires: la fiebre del lanar, 1850-1880 (Bs. As. 1989; en
inglés: Albuquerque 1990); Los trabajadores de Buenos Aires: la experiencia
del mercado, 1850-1880, con L. A. Romero (Bs. As. 1992) y La Argentina
en la escuela. La idea de nación en los textos escolares, en colaboración
(Bs. As. 2004) y, como compiladora, Ciudadanía política y formación de
naciones. Perspectivas históricas de América Latina (México, 1999) y La
vida política. Armas, votos y voces en la Argentina del siglo XIX , en cola-
boración. (Bs. As. 2003). Sus últimos libros son La política en las calles. En-
tre el voto y la movilización. Buenos Aires 1862-1880 (Buenos Aires, 1998,
reeditado 2004; en inglés, Stanford, 2001) y Pueblo y política. La construc-
ción de la república (Buenos Aires, 2005)

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PROF. LILY SOSA DE NEWTON

Es una pionera en materia de historia de las mujeres en el país. Realizó


contribuciones de enorme significado trayendo a luz la vida de numerosas muje-
res relegadas en la historia convencional que abrieron paso a las indagaciones
académicas de las décadas recientes. En su vasta obra figuran : «Diccionario
biográfico de mujeres argentinas», «Las argentinas de ayer y de hoy»,»Las pro-
tagonistas», «Margarita Praxedes Muñoz, médica de los quebrachos
santiagueños, filósofa, escritora, periodista» - aparecido en Todo es Historia -
«Carlota Garrido de la Peña y su revista El Pensamiento». Ha recibido numero-
sos reconocimientos entre los que se cuenta la de Vecina Ilustre de la Ciudad de
Buenos Aires, acordado por la Legislatura porteña. Es miembro de la Academia
Argentina de la Historia.

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

DRA. MARÍA CRISTINA PERCEVAL


SENADORA NACIONAL
Período 10/12/2003 - 09/12/2009

Profesora de Enseñanza Media y Superior en Filosofía (1980)


Doctorada en Filosofía (1999)
Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo.
Área de trabajo: epistemología y teoría crítica.
Docenciauniversitaria:
Profesora titular de la cátedra Epistemología.
Carrera de Filosofía. Facultad de Filosofía y Letras. UNCuyo (1995-2001).
Profesora coordinadora (ad honorem) del Seminario de Pre-tesis de Licenciatura.
Especialidad: Epistemología.
Facultad de Filosofía y Letras. UNCuyo (2000-2001)
Directora del Instituto de Gestión Social (ad honorem).
Universidad delAconcagua (2000-2002)
Profesora de Historia de las Ciencias (1990- 1999); profesora adjunta interina de
Filosofía de las Ciencias (1990- 1995); profesora adjunta por extensión de Metafísica
(1990-1995)
Carrera de Filosofía Facultad de Filosofía y Letras. UNCuyo.
Antecedentes laborales:
Coordinadora del Programa de Igualdad de Oportunidades en Educación.
Dirección General de Cultura y Educación.
Gobierno de la Provincia de BuenosAires (2000-2001)
Asesora de la Cámara de Diputados de la Nación, en el área de políticas sociales y
mujer (1995)
Presidenta del Instituto de la Mujer.
Gobierno de Mendoza. (1993-1995)
Secretaria Técnica del Instituto de la Mujer
Gobierno de Mendoza (1992-1993)
Coordinadora (ad honorem) de lasAreas Mujer Gubernamentales del Nuevo Cuyo
(1992-1995)
Coordinadora del Programa de Igualdad de Oportunidades para la Mujer en el Ámbi-

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to Educativo.
Asesoría de la Mujer. Gobierno de Mendoza (1991)
Responsable (ad honorem) del diseño y puesta en marcha del «Programa Igualdad de
Oportunidades para la Mujer: educación y capacitación».
Asesoría de la Mujer. Ministerio de Educación y Subsecretaría de Cultura, Ciencia y
Tecnología. Gobierno de Mendoza (1989-1991)
Publicaciones yTrabajos de Investigación:
Monografías para el Consejo de Investigaciones de la UNCuyo (1987-2001)
»Criterios de verdad y teorías del significado»; «Significado y verdad en la filosofía
actual»; «Juegos de Lenguaje y Formas de Vida»; «Razón dialéctica y racionalidad
hermenéutica»; «La metafísica del poder y el poder de la metafísica»; «La explosión de
las diferencias y la implosión de la realidad», entre otros.
Cuadernillos de capacitación para el Instituto de la Mujer. Gobierno de Mendoza
(1990-1995) Títulos: «Mujer y poder» (para mujeres líderes); «Planificación estratégica
de género» (para mujeres que actúan y trabajan dentro del Estado); «Mujer y sociedad»
(para mujeres de organizaciones sociales); «Violencias cotidianas y equidad social» (para
responsables y efectores del Programa Provincial de Prevención de la Violencia contra la
Mujer)
Dirección de la publicación «Los derechos de las Mujeres». UNICEF. 1995.
»Paradojas de la Igualdad» INSTECO para UNESCO. 1998
Publicaciones de Insteco para decisores gubernamentales y sociales de la provincia y el
país y representantes de organismos internacionales (1996-2000): «Por qué, dónde y
cómo trabajan las mujeres», «Mujeres y representación» «La agenda de la equidad:
trabajo, pobreza, educación y ciudadanía. Creación de las políticas públicas de equidad
innovadoras». Proyecto BID de fortalecimiento de las áreas de igualdad provinciales
(2000) «Piloteando futuros: empleabilidad, ciudadanía y liderazgo». CEM- PROLID.
2000
»Igualdad de oportunidades para la mujer en el ámbito científico tecnológico».
UNESCO- FONTAR
»Avis Rarae. Impacto de la Ley de Cupo en la Argentina (1991-1998)» PROLID-BID.
2000
Coordinación de proyectos de investigación y desarrollo para distintos organismos
gubernamentales y no gubernamentales a nivel local, provincial y nacional, como así
también en organismos internacionales (Unifem; Centro de Estudios en Salud Mental de
Friuli/Venezia/Giulia, Embajada de Canadá, Embajada de Israel).

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

LIC. ADRIANA M. VALOBRA

Es profesora de enseñanza primaria y licenciada en historia. Actualmente


becaria de formación superior, docente adjunta del área de metodología e histo-
ria de las mujeres y género y doctoranda de la UNLP. Sus temas de investiga-
ción, dirigidos por Dora Barrancos, giran en torno a la ciudadanía política feme-
nina en los primeros gobiernos peronistas. Medalla de oro al mejor promedio
promoción 2000 en historia argentina y americana, Academia Nacional de la
Historia. En 2005, obtuvo el Tercer premio en el concurso “Situación de la
mujer en la provincia de Buenos Aires”, Secretaría de Derechos Humanos de la
Provincia. Participó como expositora, coordinadora y comentarista en numero-
sos Congresos y Jornadas. Entre sus publicaciones vinculadas a mujeres y polí-
tica:
Valobra, A. y Ramacciotti, K. (compiladoras) Generando el peronismo.
Estudios de cultura, política y género. Buenos Aires, Proyecto Editorial, 2004.
Valobra, A. “La UMA en marcha. El Partido Comunista Argentino y las
tradiciones y estrategias de movilización social en el primer gobierno peronista:
el caso de la Unión de Mujeres Argentinas (UMA)”,Canadian Journal of Latin
American and Caribbean Studies Revue canadienne des études latino-américaines
et caraïbes, Número 60, Vol. 30, 2005.
Valobra, A. “Partidos, tradiciones y estrategias de movilización social: de la
Junta de la Victoria a la Unión de Mujeres de la Argentina» aceptado para ser
incluido en el dossier de la revista prohistoria, historia – políticas de la historia,
2006.

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Índice

PRÓLOGO................................................................................................... 5
Conferencia inaugural - Sra. Ministra de Defensa Nilda Garré ...................... 7

MESA 1
INTRODUCCIÓN GENERAL
Moderadora: Dra. Dora Barrancos .............................................................13

INTRODUCCIÓN - Dra. Dora Barrancos ...................................................15


LAS MUJERES EN LOS EJÉRCITOS ARGENTINOS
Prof. Lily Sosa de Newton .........................................................................17
LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA Y LAS MUJERES
Prof. Fernando Devoto................................................................................ 41

MESA 2
MUJERES EN EL SIGLO XIX
Moderadora: Dra. Hilda Sábato ................................................................. 49

INTRODUCCIÓN - Dra. Hilda Sábato ...................................................... 51


MUJERES ARGENTINAS EN EL SIGLO XIX - María Silvia Di Liscia ..... 53
LAS MUJERES INDÍGENAS PATAGÓNICAS Y SU ADAPTACIÓN
DESPUÉS DE LA CONQUISTA (1880-1926) - María E. Argeri ............... 63
LAS MUJERES Y LA POLÍTICA EN EL SIGLO XIX - Dra. Hilda Sábato.... 73

MESA 3
MUJERES Y MOVIMIENTOS SOCIALES EN LA PRIMERA MITAD
DEL SIGLO XX
Moderadora: Dra. Dora Barrancos ............................................................. 81

INTRODUCCIÓN Dra. Dora Barrancos .................................................. 83


LAS MUJERES Y LA CONQUISTA DE LA CIUDADANÍA
Dra. Dora Barrancos ................................................................................. 85

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LAS MUJERES Y SUS LUCHAS “IMPERCEPTIBLES” Argentina,
entre mediados de los ‘40s y ‘70s - Lic. Norberto Álvarez .......................... 93
LOS MOVIMIENTOS DE MUJERES EN LOS AÑOS 40-50
Lic. Adriana María Valobra ....................................................................... 101

MESA 4
DE EVA PERÓN Y LOS DERECHOS POLÍTICOS DE LA MUJER
AL REESTABLECIMIENTO DEL ORDEN DEMOCRÁTICO ............... 121

EVA PERÓN Y LA CONQUISTA DEL SUFRAGIO FEMENINO


Cristina Álvarez Rodríguez .......................................................................... 123
DOS ETAPAS FUNDAMENTALES EN LA HISTORIA DE LAS
MUJERES DEL SIGLO XX - Lic. María del Carmen Feijoó .................... 129
PODER Y PATRIARCADO EN LA HISTORIA DE LAS MUJERES
Dra. Eva Giberti ......................................................................................... 139
AVANCE DEL MOVIMIENTO DE LAS MUJERES EN LAS
ÚLTIMAS DÉCADAS - Lic. Virginia Franganillo ...................................... 147

MESA 5
LA MUJER EN LAS FUERZAS ARMADAS ........................................ 153

DESARROLLO, SEGURIDAD Y PAZ: CAMBIOS CONCEPTUALES EN


EL ENFOQUE DE LA POLÍTICA DE DEFENSA
Dra. María Cristina Perceval .......................................................................... 155
LAS FUERZAS ARMADAS Y LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA
Dra. Rut Diamint ...........................................................................................163
LA INCORPORACIÓN DE LA MUJER EN LAS FUERZAS
ARMADAS
Tte. Cnel. Médica Estela Lodero Granizo ................................................ 169

PARTICIPANTES EN EL SEMINARIO ................................................... 179

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Las Mujeres y sus Luchas en la Historia Argentina

Fe de erratas
En la página 37 fue omitido el siguiente párrafo: «...Pero fue en la guerra de
las Malvinas, en 1982, cuando algunas mujeres arriesgaron su vida, embarcadas
en buques de ...»
nuestra Armada cumpliendo funciones de enfermeras y de otro tipo, según las
necesidades bélicas que se presentaban. Estuvieron en zona de combate y co-
rrieron serio riesgo. Entre ellas había cadetas y una que fue comisario de a bor-
do. Hubo asimismo enfermeras instrumentistas del Ejército que navegaron en el
rompehielos Almirante Irízar, en funciones de buque hospital. Precisamente en
este buque todos los años un grupo de cadetes viaja para cumplir la campaña de
verano y en 2005 lo hicieron por primera vez una cadeta de tercer año y una de
cuarto, que egresarán en 2006. Así han llegado las mujeres a integrar el plantel
de personal superior o subalterno de la Armada Argentina y de la Marina Mer-
cante, pudiendo en ésta comandar un buque petrolero.

Estas mujeres de mar nada tienen que envidiar a las que en épocas remotas
desafiaron los peligros y supieron hacerles frente, como las vikingas, sus más
remotas antecesoras que hoy constituyen una fascinante leyenda, dieron y dan
testimonio de valor y abnegación. 37

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