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A pechadas de pampero

Para Emilio Frugoni, Carlos Molina (Melo, 1927-Montevideo, 1998) era “una
voz de ciudad dedicada a cantar temas civiles con preocupación social y humana”.
Atahualpa del Cioppo, por su parte, intentó abarcarlo diciendo que era “un cantor con
misión”. Más acá, Daniel Viglietti destacó que “tuvo el genio de un payador lleno de
inventiva y de sabia técnica junto al temple inclaudicable de sus ideas libertarias”. Se
trata de un exponente fundamental del arte payadoril rioplatense, que cobró una fuerte
notoriedad hacia mediados de 1950, cuando, además de erigirse como ganador absoluto
del Certamen Internacional de Payadores, publicó su ópera prima: Cantándole al pueblo
(1956). Este libro inaugura una sostenida producción escrita (que va a la par de una
intensa y comprometida actividad como “payador contrapuntista”, como le gustaba
decir), y lleva en su título las marcas de esas dos dimensiones que definieron su periplo
artístico-vital: la del canto y la de la lucha social.

El bardo del Tacuarí, de reciente publicación, consiste en una antología crítica


de Carlos Molina, llevada adelante por el poeta, ensayista, traductor y músico Martín
Palacio Gamboa (1977). De esta forma, se rompe el prolongado letargo editorial de la
obra de Molina, que data de 1999. El libro propone un recorrido por su obra escrita, a lo
largo de un tramo que va, desde mediados de la década de 1950, hasta fines de los años
noventa. Una concienzuda introducción a cargo del antólogo, no solo le da un marco a
los textos, sino que apunta algunas reflexiones en torno a las múltiples aristas
conceptuales inherentes a la figura de este “poeta-payador”, término este último que
utiliza Pablo Rocca para estudiar el fenómeno del cantor repentista que se incorpora al
sistema de la escritura en el cruce del siglo XIX al XX. Así lo explica Martín Palacio:
“La idea de abordar una antología de Carlos Molina es, en realidad, una puesta al día
con varios lineamientos temáticos: la payada como puesta en voz, la configuración de
un ethos militante desde la herencia anarca, las relaciones tensivas entre la poesía
gauchesca repentista y la letra impresa”. En cuanto a la selección de textos, es
importante decir que esta no sigue un criterio cronológico, sino que opta más bien por
una modalidad transversal de temas, formas estróficas y estilos, que Molina cultivó a lo
largo de su carrera. El énfasis está puesto, además, en aquellos poemas “que se
acercaran más al sustrato de la oralidad improvisativa”.

El bardo del Tacuarí abre un horizonte nuevo de recepción de la obra de este


poeta de cuño popular, y entra, si se quiere, en sintonía con la propuesta de algunos
escritores contemporáneos (Gustavo Espinosa en Las arañas de Marte o Martín
Bentancor en Muerte y vida del sargento poeta), que en sus novelas han evidenciado un
interés por ciertos motivos de esta vertiente de la lírica rioplatense. También con
trabajos investigativos de los últimos años, como Voz y palabra (2012), de Luis Bravo,
que en uno de sus apartados aborda la poética de diversos “troveros orientales
contemporáneos”, o como el que llevaron adelante Jorge Basilago y Guillermo
Pellegrino en A la orilla del silencio. Vida y obra de Osiris Rodríguez Castillos (2015),
por mencionar solo algunos ejemplos. Un libro que se hizo esperar, en una edición muy
cuidada.

Mathías Iguiniz

El bardo del Tacuarí. Antología crítica de Carlos Molina, Martín Palacio Gamboa,
Montevideo, 2016, 124 págs.

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