Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La otra razón sería que el mismo Job -según leemos en las primeras líneas del libro que
lleva su nombre- no era hebreo, ya que pertenecía a la tierra de Hus, tierra de idólatras.
Hay un gran poeta argentino, autor de un breve poema titulado "Dios, Job y Satanás", que
consta de seis líneas que trataré de recordar. Creo que son así:
He hablado de mi ignorancia del hebreo, ignorancia que espero corregir alguna vez,
pero yo he cumplido sesenta y seis años y no me convienen las promesas a largo plazo
porque éste es breve; pero en cambio, esta ignorancia mía me ha servido para releer en
la admirable versión inglesa del siglo XVII el Libro de Job. Asimismo he leído, siquiera
fragmentariamente, la curiosísima, y hoy casi olvidada traducción del Libro de Job del
gran poeta español de origen judío -creo- Fray Luis de León. Y un trabajo de otro gran
poeta español, Don Francisco de Quevedo y Villegas sobre "La constancia y los
padecimientos del santo Job" y no he descuidado tampoco el estudio y la traducción
francesa del gran orientalista Renan y algún otro artículo se me ha alcanzado también.
Además, cuando yo era chico leí el Libro de Job. No lo leí enteramente; no podía seguir
los razonamientos de Bildad y de Elifaz y de los otros dos amigos. Pero leí con una suerte
de fascinación, en la que no faltaba el horror, la descripción del Behemot y del Leviatán
que -y esto muestra cuánto me impresionó esa descripción- llegaron a ser huéspedes de
mis pesadillas, de mis "night fears" como se dice en inglés, de mis terrores nocturnos.
Ahora les recordaré a ustedes, que sin duda podrán ampliar este resumen, el Libro de
Job, pero antes diré algunas palabras sobre su autor, sobre su incierto, anónimo e
inmortal autor.
Dice Froude, en su estudio sobre el Libro de Job, basado en dos versiones literales
alemanas del Libro, una del orientalista Ervald, que el Libro de Job es la obra más alta de
todas las literaturas humanas y lo pone por encima de Shekespeare, de Dante, de la
Ilíada, la Odisea y la Eneida. En cuanto a la fecha del autor se sabe muy poco. Algunos lo
retraen a la época patrimonial. Don Francisco de Quevedo lo supone anterior a Moisés;
dice que Moisés tradujo el Libro de algún dialecto semítico al hebreo y que en cuanto a
los dos primeros capítulos en que se refiere al diálogo de Dios con sus ángeles y que
Moisés puso en verso, se deben a una revelación especial de Moisés. Quevedo creía
(desde luego actualmente nadie puede aceptar esta conjetura, que para Quevedo no pasa
de tal) que el Libro de Job fue escrito por el mismo Job y cita en su apoyo algunos
pasajes en que dice "...que ojalá su obra fuera grabada en láminas de plomo o de
bronce..." y dice "...que sólo Job pudo escribirla con autoridad...".
Y así, en lugar de un varón recto y temeroso de Dios, de la tierra de Hus en los días
patrimoniales, tenemos a un médico del año 1916 que ha perdido a su hijo en la guerra,
que será sometido a una operación, que conversa sobre sus desdichas con unos amigos
y luego, bajo la influencia de la anestesia, conversa personalmente con Dios y lo ve como
una especie de viejo sabio que está trabajando en su laboratorio, y trata de hacer un
mundo aceptable usando un material adverso. Es decir, Wells escribió un Libro de Job
actual, en el cual, deliberadamente, conserva los nombres de los protagonistas del texto
bíblico.
Veamos ahora, siquiera brevemente, ese texto bíblico. Empieza de una manera muy
sencilla, que contrasta con el estilo poético de los razonamientos. En ese tratado de
Quevedo, que he mencionado, se lee que la doctrina aristotélica de las tres unidades
trágicas (de tiempo, de lugar, de acción), le fue inspirada a Aristóteles por el Libro de Job,
a través de los fenicios. Quevedo supone -creo que contra la cronología más verosímil,
más razonable- que los trágicos griegos Esquilo, Sófocles, Eurípides, se inspiraron en el
Libro de Job y encuentra paralelismo entre el drama griego y este libro. Podríamos
agregar otro testimonio ilustre: el testimonio de Milton. En su "Paradise regained" o
"Paraíso recuperado" inventa una discusión entre Cristo y el diablo. El diablo, después de
haber tentado a Cristo de todas las maneras y haber fracasado, recurre a tentaciones más
sutiles que las tentaciones de la carne o la "del poderío sobre la tierra".
Recurre a las tentaciones de la filosofía y del arte y entonces Cristo dice ante el
demonio que le muestra la ciudad de Atenas, la Academia, los trágicos griegos, que "...en
la literatura hebrea anterior hay tragedias aún superiores a la de Esquilo y a la de
Sófocles" y cita directamente el Libro de Job, ya que esté concebido en forma dramática y
hecho de discursos. Pero volvamos a la historia de Job. Job, es un varón de la tierra de
Hus, de Idumea. Es un hombre recto y temeroso de Dios; se nos dice sus virtudes y luego
su riqueza material. Se habla de los siete mil camellos, siete mil asnos, siete mil ovejas;
se habla de sus hijos también, del respeto que todos, muy justamente, le tenían, y luego,
de pronto, pasamos a un prólogo en el Cielo. Como se lee en el "Fausto" de Goethe,
"Prolog in Himmel". Así Dios conversa con sus ángeles y pregunta a uno de ellos:
"¿Satanás, que has estado haciendo?" (desde luego, se presume que Dios ya sabe la
contestación) y Satanás le dice que "...ha estado rodeando la tierra, cercando la tierra" y
Dios le preguta "si en la tierra ha visto a alguien semejante a su siervo Job, temerosos de
Dios..." y Satán le dice que"...finalmente, no es tan raro que Job quiera y respete tanto a
Dios ya que Dios lo ha colmado de venturas, de toda suerte de venturas morales y
materiales; pero que si Dios retirara su mano de él, entonces, quizá Job no sería tan
virtuoso, ni lo querría tanto...".
Entonces Dios le permite a Satán que toque los bienes de Job; entre los bienes están
los hijos también. Y luego lo vemos a Job con su mujer y llegan cuatro mensajeros; cada
uno viene, supongo, de uno de lo cuatro puntos cardinales. Y uno le dice que los caldeos
han atacado su tierra, han matado a todos sus camellos, han matado a sus hijos, han
matado a sus siervos y que sólo se ha salvado él para traer la noticia. Luego viene otro
del sur, otro del este, otro del oeste, con noticias análogas; entonces la mujer de Job le
reprocha su fe y le dice "...maldice a Dios y muere..." pero el escriba no se atrevió a
imprimir esa frase. En eso están de acuerdo los comentaristas. Le dice "...bendice a
Dios", lo cual puede entenderse de dos modos: puede ser una frase irónica, o una manera
decente de decir "maldice a Dios". Job le contesta con palabras que Quevedo recordó
después cuando compuso un epitafío para una supuesta pirámide sepulcral de Job:
"...Dios ha dado y Dios ha quitado; hágase su voluntad...".
Luego hay otra asamblea divina y Dios usa las mismas palabras; le pregunta a Satán
"que ha hecho" y éste le contesta "...que ha cercado la tierra...". Dios le pregunta si ha
reparado en su siervo Job y si ha visto la fortaleza y la paciencia de Job y el demonio,
Satán, le responde "... que hasta ahora sólo ha tocado los bienes de Job, pero que si le
tocara a él mismo, quién sabe si Job seguiría mostrándose tan paciente...". Entonces Dios
concede a Satán poder sobre Job, pero no sobre su vida; Satanás puede herir a Job, pero
no matarlo. Entonces Satanás lo hiere de una enfermedad, que según dicen puede ser la
sarna, la lepra o la elefantiasis. Y Job aparece, como lo verán después durante siglos:
sentado en un muladar, cubierta de cenizas la cabeza, como símbolo de su duelo,
rascándose con una teja. Luego llegan tres amigos de Jobm y un cuarto amigo, Elihú,
quienes lo quieren.
Para nosotros esos amigos son personajes casi diabólicos. Pero Froude hace notar que
por aquellos años se creía en un gobierno moral del mundo. Desde luego, a pesar de
algún pasaje deliberadamente mal traducido, no se creía en la inmortalidad del alma, de
suerte que, si admitimos un Dios justo y todopoderoso, entonces los males que afligen a
los hombres son castigos por sus pecados, públicos o desconocidos, del mismo modo
que su prosperidad es una recompensa.
Llegan los tres amigos de distintas regiones; ven a Job sentado en el suelo, rasgan sus
vestiduras -todo esto ya pertenece al estilo metafórico de la tragedia- esparcen cenizas
sobre sus cabezas y pasan siete días y siete noches en silencio, compadeciéndose de él.
Froude dice que no debemos ver una maldad en esta conducta; además el mismo Job
tiene que haber pensado como sus amigos. Al cabo Job rompe el silencio y maldice el día
en que salió del vientre de su madre y dice "...borrado sea aquel día entre los días, que no
resplandezca su luz. ¿Para qué he nacido? ¿Para llegar a este abismo ínfimo de la
miseria y de la desdicha?". Entonces empiezan los amigos a razonar con él; al principio lo
hacen de un modo abstracto, pero todos le insinúan, y al final ya no le insinúan sino que lo
declaran de modo abierto ante su terquedad, que sin duda él ha pecado de algún modo,
ya que tales calamidades sólo pueden ser castigos; y Job dice que "...él habrá pecado,
como todos, alguna vez en su mocedad, pero que se ha arrepentido debidamente y que él
es un hombre justo". Entonces, uno de sus amigos ve un pecado en esta observación; le
dice que el hombre no puede ser justo y considera una blasfemia que Job, ante la
evidencia de esos castigos bruscos, sistemáticos, multiplicados y abrumadores, siga
creyendo en su inocencia. Dice que sin duda Dios lo ha castigado por algo, que las cosas
no pueden ocurrir de otra manera y Job, a pesar de todo, sigue declarando su inocencia y
dice que él querría comparecer ante Dios, declarar su inocencia, no sólo a sus tres
amigos y a un cuarto amigo que llega después, sino a la misma divinidad. Abrevio el texto.
Entonces Dios habla con Job, desde un torbellino, desde una nube que podemos suponer,
según conjetura Quevedo, sobre la cabeza de Job. Empieza hablándole con ironía. Le
dice "...y refútame, muéstrame que estoy equivocado...". Y luego Dios no dice una palabra
de los dos diálogos anteriores con los ángeles. Dios se extiende sobre su poder y le
pregunta a Job quién es él, si acaso el sabe dónde está la patria de la nieve, del granizo;
si acaso él conoce los confines del universo. Es decir, lo refuta mediante su ignorancia.
Luego enumera sus obras. Empieza hablando del caballo de batalla. Esta descripción ha
sido comparada con un pasaje análogo de Virgilio. Luego habla de dos monstruos; del
Behemot cuyo nombre es plural ya que significa, según Fray Luis de León, animales. Es
un animal tan grande que vale por muchos. Describe cómo las armas de los hombres se
estrellan contra su dureza y luego habla de otro animal: el Leviatán, el cual es un
monstruo de la tierra. Estos animales han sido tradicionalmente identificados con el
elefante y con la ballena, pero, si no me equivoco, los orientalistas actuales los identifican
con el hipopótamo y con el cocodrilo. Lo cierto es que el autor parece haber conocido bien
Egipto. Otro rasgo curioso del diálogo es que no se habla -por ejemplo- de un pueblo
elegido, no se habla del pacto de Dios con Israel; en cambio, abundan referencias a la
astronomía, o mejor dicho astrología babilónica, a la influencia de las pléyades, a los
astros. Y un momento (sobre el cual volveré), muy significativo para mí, en que Jehová,
hablando desde el torbellino (Dios es invisible) pasa del tema del Behemot y Leviatán, a
Sí mismo; es decir, pasa de esas criaturas monstruosas a Él, que es su creador. Entonces
Job ya no se justifica. Declara que él es indigno de contender con Dios; y luego Dios
reprocha a los amigos de Job, a los amigos que han querido, precisamente, justificar las
calamidades que Él ha acumulado sobre Job y les ordena que hagan un sacrificio. Los
amigos cumplen el sacrificio. Dios devuelve a Job todo lo que ha perdido; le devuelve su
salud, naturalmente, y Job engendra otra vez siete hijos, siete hijas, en su mujer y muere
colmado de días y justificado. Tal es la historia de Job, resumida, desde luego, de un
modo muy deficiente por mí.
Veamos ahora las tres interpretaciones posibles del texto. La primera es la que
prevaleció hasta el siglo XIX. Podría expresarse en unos versos de Quevedo que dicen:
El Libro de Job sería así una suerte de fábula del estoicismo; leemos que el hombre
debe sufrir y no perder su fe. El mismo Job dice: "...aunque me mate -refiriéndose a
Jehová- creeré en Él...".
En el tratado de Quevedo "La constancia y los padecimientos del Santo Job" él ve,
además, en Job una prefiguración de Cristo y de los todavía futuros mártires. Luego
llegamos al siglo XIX y entonces se propone otra interpretación de la obra. El tema central
de la obra no sería la explicación del mal. Evidentemente, si Dios es justo, si Dios es
omnipotente, ¿por qué existe el mal en el mundo? Leibniz, en el siglo XVIII, buscó
explicaciones al mal, imaginó una biblioteca que constaba de mil volúmenes, pero esos
mil volúmenes eran mil ejemplares de la Eneida; ahí la Eneida está tomada como libro
perfecto. Dice "...esa biblioteca compuesta de mil ejemplares de la Eneida sería inferior a
una biblioteca en la cual hubiera, no sólo la Eneida, sino obras muy inferiores a ella; esta
segunda biblioteca sería superior en variedad a la primera".
Pero esto no toma en cuenta que los libros, mientras no se leen son cosas muertas, son
objetos. En cambio, para un hombre, ser malvado, ser estúpido y ser, acaso, condenado
al infierno, es un mal; de modo que este argumento de la variedad no parece muy
convincente. Se ha usado, también un argumento tomado de la pintura; se ha dicho que
en un cuadro hay pequeñas zonas oscuras, opacas, y que estas zonas son necesarias
para la armonía del conjunto. Se ha dicho que en la música puede haber discordancias
-es el mismo argumento repetido- pero, este argumento carece de valor si pensamos en
un ser humano, si pensamos que ninguno de nosotros querría ser el peor volumen de la
biblioteca, una discordancia o una mancha oscura.
Es decir, ese libro vendría a ser un libro escéptico, no en el sentido de que se niegue la
existencia de Dios, sino en el de que no podemos comprender o medir a Dios; el universo
existe, nuestras desdichas y a veces, felicidades, raras veces felicidades, existen, no
sabemos por qué, salvo que hay un sentido moral que nos dice que debemos obrar de un
modo y no de otro. Es decir, Job, al ser un varón justo ha tenido razón. Yo creo que esta
última explicación es la verdadera. Pero querría recordar, también, antes de concluir que
hay dos maneras de razonar, que un comentador de Joyce ha llamado: "El pensamiento
del día" (day thinking) y "El pensamiento de la noche" (night thinking).
Un poeta romántico, Coleridge, creía que estamos siempre razonando, aun cuando
soplamos; el dice "...alguien está durmiendo, siente una opresión de su brazo o de una
frazada o lo que fuere, y entonces, sin despertarse, inventa una conjetura". Dice: "siento
una opresión sobre mi pecho porque se me ha acostado encima un león". Pero esa
explicación no se la propone como una hipótesis, sino que le da forma visual; sueña que
tiene un león encima y padece una pesadilla. Corresponde a un razonamiento falso, y, sin
duda, débil, ya que el hombre está durmiendo y su inteligencia es muy baja. Pues bien, el
pensamiento humano según Jung, se parecería a los sueños, es decir, la mitología es
anterior a la filosofía. En un texto griego leemos que "el mar es el padre de todos los
dioses". Este es un pensamiento mitológico y luego en el período presocrático leemos que
Tales de Mileto dice: "...el agua es la raíz o el origen de todas las cosas...".
He citado tres interpretaciones: la estoica, aquella sobre el origen del mal y la que
supone que lo esencial del Libro es lo inescrutable de Dios y del universo. Si esta
conferencia sirve para que ustedes relean en el original o en una traducción ese libro
infinito, entonces, creo no haber hablado en vano hoy.