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Razonar sobre el acierto o error del veredicto del jurado en el caso del carnicero Oyarzún,

máxime cuando este pronunciamiento es inmotivado (pero no por ello carente de


fundamentos) puede resultar una tarea que no nos lleve a ningún sitio. Ciertamente, podemos
conjeturar múltiples especulaciones sobre la forma en que hubiéramos preferido que se
resolviese el caso. Unos estarán conformes con la absolución por valederos motivos, otros
hubieran deseado una condena, y también habrá quienes (como el fiscal) hubieran preferido
una solución intermedia, que implicara un reproche pero que, posiblemente, no significara
tener que ir preso. Tantas alternativas como personas nos pongamos a opinar sobre el tema,
de acuerdo a nuestra formación, nuestras experiencias y nuestro modo de ver el mundo. Unas
tan respetables como las otras, como corresponde a una sociedad pluralista.

Frente a este panorama, lo único cierto y concreto es que el soberano, el pueblo, los pares,
seis mujeres y seis hombres que hasta la semana pasada jamás hubieran pensado en tener que
ser jueces en un juicio de estas características, y que mañana seguirán con sus vidas en forma
normal, hablaron y en forma unánime dijeron "no culpable", cerrando definitivamente el caso.
Ello al cabo de cuatro audiencias donde todos los intereses estuvieron debidamente
representados: los del carnicero, los de los familiares de la víctima y los del Estado. Y donde
cada uno de ellos tuvo la posibilidad de producir sus pruebas y decir todo lo que desearan en
favor de su posición.

Este es el juicio que quiere la Constitución y que todos debemos respetar, del mismo modo
que respetamos el pronunciamiento del pueblo en los comicios, cuando decide la suerte del
país. Son las reglas de juego de la democracia y a esa institucionalidad nos debemos. Nos guste
o no nos guste, ya que no existe país sin personas que lo sustenten y le den razón de ser.

Formuladas las aclaraciones precedentes, que más que aclaraciones son una profesión de fe,
me interesa dar respuesta a una de las voces que más se escuchan por estas horas en redes
sociales y medios de comunicación: ¿Este pronunciamiento implica una carta blanca para que
cada uno de nosotros nos transformemos en justicieros y salgamos a saldar cuentas por
nuestra propia mano? Tengo la convicción que esa no puede ser la lectura.

En primer lugar no existe una reacción lineal de la ciudadanía frente a los denominados
"justicieros", que las emprenden por las vías de hecho. Traigo a colación en este momento tres
juicios por jurados donde la ciudadanía emitió veredicto condenatorio para los "justicieros". El
primero en Quilmes, en diciembre de 2016, donde un vecino, efectivo de la Policía Federal,
disparó contra unos motochorros, dando muerte a uno de ellos. El segundo en San Martín, en
mayo de 2017, donde se condenó a un vecino que había salido a sacar la basura, en pijama y
portando una pistola 9 mm. Al ser abordado por un asaltante, sin mediar palabras, le disparó
provocándole la muerte. El tercero en La Matanza, en agosto de 2018, en ocasión en que un
individuo discutía con su mujer en forma violenta, y varios vecinos le propinaron una feroz
golpiza, hasta que uno de ellos le provocó la muerte. Todos casos de condena, de donde puede
aparecer un tanto liviana la opinión que atribuye a los ciudadanos la justificación de la mal
llamada "justicia por mano propia".

Luego, también peca de liviandad emitir juicios de valor a la distancia, sin tomar en
consideración todos los aspectos que se ventilaron en el juicio y que, de un modo u otro,
terminaron de influir en la percepción de los jurados, al punto de emitir el fallo en forma
unánime.

Por mi parte me atreveré a realizar una lectura genérica sobre la voz de la ciudadanía, sujeta a
todas las prevenciones anteriores. Desde mi perspectiva, este fallo también puede ser visto
como un cuestionamiento a las políticas estatales que, desde hace 20 años a esta parte, se
vienen intentando en forma fracasada para atender las urgencias en materia de seguridad.
Existen problemas de seguridad concretos, objetivos y tangibles a los que no somos ajenas
ninguna de las personas que habitamos este suelo y, principalmente, los que viven en zonas
calientes. Las recetas estatales han sido repetidas y no obstante su notorio fracaso, la
respuesta ha sido la de aumentar la apuesta. Más patrulleros, más efectivos, endurecimiento
de las leyes penales. Sin embargo, la realidad no se da por apercibida y sigue golpeando a los
vecinos en una absurda guerra de pobres contra pobres que, como siempre ocurre, son los que
más sufren las consecuencias.

Creo que este es un contexto que no debe ser desatendido para comprender los alcances del
veredicto que exculpó al carnicero: la puntual justificación de una conducta antijurídica frente
a la impotencia estatal para proteger a la ciudadanía. Considero que los responsables en
materia de seguridad no deberían desentenderse de este pronunciamiento popular y,
probablemente, revisar sus estrategias frente a estos reclamos.

Por último, el carnicero Oyarzún ha sido declarado "no culpable" y queda definitivamente
desvinculado del caso. Pero nadie debe pensar que esto ha sido gratuito. Su vida ha sufrido
cambios trascendentes. Se trata de un antes y un después, de la misma forma que ha sucedido
con todas las personas que en un momento determinado de sus vidas optaron por tomar por
su propia mano la justicia. Con lo cual quiero significar que no se trata de un camino
aconsejable y que lo aconsejable sigue siendo resolver los conflictos en el marco de las
instituciones y, fundamentalmente, hacer todas las contribuciones que se encuentren a
nuestro alcance para promover la convivencia y la pacificación.

*Mario Juliano es juez del Tribunal en lo Criminal 1 de Necochea y Director Regional de la


Asociación Pensamiento Penal

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