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Indiosciudad005 PDF
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solares para edificar casas, al agua, a los derechos de mercado, estaba de-
terminado por la adscripción a un barrio. Lo mismo puede decirse de las
obligaciones, como la participación en los cargos y funciones de “república”,
el servicio personal obligatorio, el pago de tributo y otras contribuciones.
Por esta razón, en los autos judiciales locales los indígenas se identifica-
ban frecuentemente por su barrio preciso de pertenencia. Por ejemplo, no
decían pertenecer a la “república” de San Juan Tenochtitlan, sino a una de
sus partes constitutivas, como el barrio de San Juan Moyotlan.
Por otro lado, más que un espacio geográfico o institucional, el
barrio era una densa red de comunicaciones, parentescos, amistades y
enemistades. Todos conocían a todos, y cuando no era así podía seguir-
se una complicada línea de filiación personal, que pasaba por la familia
extensa, los compadrazgos, el oficio y las amistades. Desde luego en
los barrios había también personajes detestados o temidos; pero el odio
y el amor siempre tenían rostros concretos y familiares. Los historiado-
res de las redes sociales, que han tendido a ocuparse prioritariamente
de los comerciantes, hacendados o nobles españoles, podrían tener aquí
un campo fértil de trabajo.
Existía asimismo en los barrios lo que podríamos llamar una morali-
dad local, normas de convivencia socialmente obligatorias y que implica-
ban una sanción difusa, hecha de chismes, apodos denigrantes y miradas
de reojo, que resultaba muy efectiva contra quienes no cumplían con las
obligaciones comunitarias, rehusaban participar en los “cargos” civiles o
eclesiásticos, no mostraban el debido respeto a los mayores o acudían ante
la autoridad española por asuntos que debían resolverse localmente.
Es probable que estas múltiples características den razón de la per-
durabilidad de los barrios, y de su capacidad para adaptarse a los cam-
bios históricos. Aunque las antiguas repúblicas de indios desaparecie-
ron, sus barrios frecuentemente mantuvieron una identidad particular
hasta nuestros días.
Marcela Dávalos, “El espacio consuetudinario ante la cuadrícula borbónica”, en Sonia
Lombardo de Ruiz (coord.), El impacto de las reformas borbónicas en la estructura de las ciudades: un enfo-
que comparativo, México, Consejo del Centro Histórico de la Ciudad de México, 2000, p. 109-116.
Teresa Lozano Armendares, “ ‘Y es de pública voz y fama’. Conflictos entre vecinos
en el siglo xviii”, en Casa, vecindario y cultura en el siglo xviii. vi Simposio de historia de las men-
talidades, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1998, p. 117-128.
relacionadas entre sí. Para los historiadores de la ciudad, los barrios son
subdivisiones de la urbe, y los de indios un caso particular dentro de esta
definición general. Este punto de vista tiene sus méritos cuando los pro-
blemas que se consideran son los de población, ocupación y distribución
del espacio, economía y política urbanas. Efectivamente, entre los barrios
de indios y de “gente de razón” había una continuidad espacial. Incluso
en donde inicialmente se estableció una división, una “traza”, ésta aca-
bó por desdibujarse a lo largo del tiempo. También es muy pertinente
cuando se adopta una perspectiva a largo plazo, porque con el tiempo los
barrios “de indios” se convirtieron en asentamientos mestizos y llegan a
ser los arrabales (las “goteras”, como solía decirse) de la ciudad.
En cambio, para los etnohistoriadores, el aspecto territorial es secun-
dario frente al jurisdiccional: el barrio era una subdivisión del gobierno
indígena, de una “república”. Un “barrio” en este sentido podría estar a
buena distancia de la ciudad: en este volumen, Tomás Jalpa cita los casos
de San Juan Coxtocan, Santiago, Tlazintla, Calpan, Los Reyes y Acax-
tlihuayan, que aunque estaban enclavados en la cabecera de Tenango,
cerca de Chalco, eran sujetos de Tlatelolco y Tenochtitlan, a los cuales
pagaban tributo y daban servicio personal. Los barrios, en este sentido,
constituían entidades corporativas que tenían sus propios oficiales de
república, y en ocasiones casas de comunidad, hospitales y cofradías.
También gozaban a veces de tierras, solares, aguas, bosques, pastizales
y otros bienes. Podían ser asimismo el asiento de una parroquia, o por
lo menos una “visita” con su propia ermita o iglesia, donde cada tanto
acudía el párroco o su vicario para administrar los sacramentos.
15
José Luis Lara Valdés, El barrio de mazahuas de la ciudad de Guanajuato. Guanajuato,
Presidencia Municipal de Guanajuato, 2005, 73 p. Los españoles utilizaron el término de
“nación” en un sentido bastante similar al contemporáneo de “etnia”, para designar grupos
con una historia y una lengua compartidas.
16
“Fray Juan Pedrique al virrey conde de Galve”, 5 de julio de 1692, en Edmundo
O’Gorman (ed.), “Sobre los inconvenientes de vivir los indios en el centro de la ciudad”, en
Boletín del Archivo General de la Nación, ix, n. 1, enero-febrero de 1938, p. 20, 21.
17
“Fray Bernabé Núñez de Páez al virrey”, en O’Gorman, op. cit.
Los antiguos y los nuevos barrios indios pasaron a lo largo del primer
siglo colonial por una transformación importante. En efecto, la Corona
española implantó un modelo de organización social que vinculaba a
todos los indios del común con una “república” o corporación muni-
cipal. Cada “república” tuvo derecho a un conjunto de tierras que se
repartían entre los pobladores. A cambio, todos los indios del común
debían dar tributos y servicios personales al rey. Esto incluyó a los que
habían sido terrazgueros (o, como a veces se decía, “siervos”) de los
nobles indios.20
Así, aunque los nombres de pueblos y barrios siguieron siendo
los mismos, la naturaleza de sus relaciones sociales cambió radical-
mente. La tierra y los solares para construir casas ya no eran una
concesión de la nobleza nativa, ni se derivaba de la pertenencia a
un linaje, sino que era otorgada por el rey. Fue una grande y brusca
18
Luis Enrique Orozco, Los Cristos de caña de maíz y otras venerables imágenes de Nuestro
Señor Jesucristo, Guadalajara [sin editorial], 1970.
19
Jesús Gómez Serrano, La guerra chichimeca, la fundación de Aguascalientes y el exterminio
de la población aborigen (1548-1620), Jalisco, El Colegio de Jalisco-Ayuntamiento de Aguasca-
lientes, 2001, 129 p.
20
Margarita Menegus Bornemann, “El cacicazgo en Nueva España”, en Margarita
Menegus Bornemann y Rodolfo Aguirre Salvador (coords.), El cacicazgo en Nueva España y
Filipinas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios Sobre la
Universidad-Plaza y Valdés, 2005, p. 29-34.
21
“Pedimento de los naturales del barrio de San Miguel contra Joseph Domingo, indio,
sobre que acuda al barrio con sus pensiones. Valladolid”, Valladolid, 1764, Archivo Histórico
Municipal de Morelia, i.4.1,c-51, exp.11, 4 f.
22
William Taylor, “Pueblos de indios de Jalisco central en la víspera de la independen-
cia”, en Entre el proceso global y el conocimiento local. Ensayos sobre el Estado, la sociedad y la cul-
tura en el México del siglo xviii, Brian Connaughton (ed.), México, Universidad Autónoma
Metropolitana-conacyt-Porrúa, 2003, p. 118.
23
Felipe Castro Gutiérrez, “Orígenes sociales de la rebelión de San Luis Potosí, 1767”,
en Jaime E. Rodríguez (ed.), Patterns of Contention in Mexican History, Willmington, Scholarly
Resources-University of California, 1992, p. 37-47.
24
Alfonso Caso, “Los barrios antiguos de Tenochtitlan y Tlatelolco”, en Memorias de la
Academia Mexicana de la Historia, México, v. 15, n. 1, 1956, p. 7-64.
25
Felipe Castro Gutiérrez, “Alborotos y siniestras relaciones: la república de indios
de Pátzcuaro colonial”, en Relaciones, n. 89, v. 23, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2002,
p. 203-234.
La situación de las tierras de los barrios fue muy variada, lo cual refleja
la heterogeneidad de los procesos históricos que les dieron origen. No
era raro que en una misma población un barrio careciera de tierras su-
ficientes, mientras otro gozara de tales extensiones que dedicaba parte
de ellas a arrendarlas.34 Pesaba también la inexistencia de un marco
general jurídico sobre las tierras de los barrios urbanos (que estaba en
contraste bien definido para los pueblos rurales).
La legislación hispánica estableció muy prontamente que la con-
quista no anulaba los derechos de propiedad de los indios. Así, muchos
barrios podían alegar como títulos válidos las concesiones otorgadas
por los reyes “de la gentilidad” prehispánica, o incluso la simple y con-
tinua posesión (esto es, la ocupación “inmemorial” sin contradicción de
terceros). Por esta razón, los españoles aceptaron inicialmente los deta-
llados mapas que especificaban cuidadosamente la propiedad urbana,
así como la opinión de los antiguos jueces de calpulli y de los ancianos
que servían como testigos. Fue el caso, por ejemplo, de los habitantes de
los barrios de la ciudad de México.35 De esa manera, los indios quedaron
en una situación de relativa igualdad con los españoles y pudieron go-
zar de tierras, bosques, salinas, pesquerías y otros valiosos recursos.
Los barrios podían recibir mercedes virreinales otorgadas para
dotarles de tierras, o bien para bienes comunes, sostenimiento de co-
34
William B. Taylor, Terratenientes y campesinos en la Oaxaca colonial, Oaxaca, Instituto
Oaxaqueño de las Culturas, 1998, p. 96, 97.
35
Edward E. Calnek, “Conjunto urbano y modelo residencial en Tenochtitlan”, en Calnek
et al., Ensayos sobre el desarrollo urbano de México, México, Secretaría de Educación Pública,
1974, p. 11-65.
36
Véase el marco legal en el “Estudio preliminar”, de Ernesto de la Torre Villar, a Las
congregaciones de los pueblos de indios. Fase terminal: aprobaciones y rectificaciones, México, Univer-
sidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1995, p. 7-74.
37
El gobernador, alcaldes y regidores de los barrios de Valladolid sobre usurpaciones
que les hace el alférez Figueroa”, 1635, agn, Indios, v. 12, exp.200, f. 124.
38
Documentos para la historia urbana de Querétaro. Siglos xvi y xvii, introd. de José Ignacio
Urbiola Pemisán, México, [sin editor], 1994.
39
John K. Chance, Razas y clases en la Oaxaca colonial, México, Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes-Instituto Nacional Indigenista, 1982, p. 114, 115.
40
Pedro López de Villaseñor. Cartilla vieja de la nobilísima ciudad de Puebla, 1781 (facsímil),
pról. de Arturo Córdova Durano. México, Gobierno del Estado de Puebla, 2001, p. 105, 106.
41
Sobre este tema, véase Stephanie Wood, “The Fundo Legal or Lands por Razón de
Pueblo: New Evidence from Central New Spain”, en Arij Ouweneel and Simon Miller (eds.),
The Indian Community of Colonial Mexico. Fifteen Essays on Land Tenure, Corporate Organizations,
Ideology and Village Politics, Amsterdam, Centro de Estudios y Documentación Latinoameri-
canos, 1990, p. 117-129.
42
Por ejemplo, “Composición de las tierras del pueblo de Santa Ana (Valladolid)”, 1713,
Archivo de Notarías de Morelia, Tierras y aguas, v. 6, f. 507-514.
43
William Taylor, “Haciendas coloniales en el valle de Oaxaca”, en Enrique Florescano
(coord.), Haciendas, latifundios y plantaciones en América Latina, México, Siglo XXI Editores,
1975, p. 71-104.
44
Alonso de Zorita, loc. cit.
45
Alejandro Alcántara Gallegos, “Los barrios de Tenochtitlan. Topografía, organización
interna y tipología de sus predios”, en Pablo Escalante Gonzalbo (coord.). Historia de la vida
cotidiana en México. Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, México, Fondo de
Cultura Económica-El Colegio de México, 2004, v. 1, p. 167-198.