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El Artista y Su Tiempo - Albert Camus PDF
El Artista y Su Tiempo - Albert Camus PDF
"...es mejor desempeñar el papel que la época nos impone, puesto que ella lo
reclama con tanta fuerza* y reconocer tranquilamente que ha terminado el
tiempo de los queridos maestros, de los artistas de camelias y de los genios
entronizados. Hoy crear es crear peligrosamente. Toda publicación es un acto y
ese acto nos expone a Iqs pasiones de un siglo que no perdona nada. La
cuestión está, pues, en saber si eso es o no perjudicial al arte. Para todos los
que no pueden vivir sin el arte y lo que éste significa, la cuestión está sólo en
saber cómo, entre los guardias de tantas ideologías sea posible la extraña
libertad de creación." I
El hecho de que el artista ponga en tela de juicio el arte tiene muchas razones,
de las que sólo bastará señalar las más importantes. En el mejor de los casos,
ese enjuiciamiento se explica por la impresión que puede tener el artista
contemporáneo de mentir o de hablar por hablar... En efecto, lo que caracteriza
a esta época es la irrupción de las masas y de su condición miserable, frente a
la sensibilidad contemporánea. Ahora sabemos que existe... siendo así que se
tenía tendencia a olvidarlas. Y si lo sabemos, no es porque las élites, artísticas
o de otra índole, se hayan hecho mejores; no, tranquilicémonos. Es que las
masas se hicieron más fuertes e impiden que se las ignore... Hay aún otras
razones, y algunas menos nobles, de esta misión del artista. Pero cualesquiera
sean estas razones, todas ellas concurren en el mismo fin: desalentar la
creación libre, atacando su principio esencial, que es la fe del creador en sí
mismo. "La obediencia de un hombre a su propio genio- dijo magníficamente
Emerson- es la fe por la excelencia". Y otro escritor norteamericano del siglo
XIX agregaba: "Mientras un hombre permanece fiel a sí mismo, todo abunda en
su sentido, gobierno, sociedad, el mismo sol, la luna y las estrellas".
La primera respuesta honesta que pueda darse es ésta: ocurre, en efecto, que
el arte es un lujo mentiroso. En la toldilla de las galeras siempre y en todas
partes se puede, lo sabemos, cantar a alas estrellas mientras los forzados
reman y se agotan en la cala; siempre puede registrarse la conversación
mundana que se mantiene en las gradas del circo, mientras la víctima queda
destrozada entre los dientes del león. Y es muy difícil objetar algo a ese arte
que conoció grandes éxitos en el pasado. Sólo que las cosas cambiaron un
poco; sobre todo, el número de galeotes y de mártires aumentó
prodigiosamente en la superficie del globo. Frente a tanta miseria, ese arte, si
pretende continuar siendo un lujo, debe aceptar hoy ser también una mentira.
La mentira del arte por el arte fingía ignorar el mal y asumía sí la
responsabilidad de él; pero al mentira realista, si asume con coraje la
responsabilidad de reconocer la desdicha presente de los hombres, traiciona
asimismo gravemente esa desdicha presente de los hombres, al utilizarla para
exaltar una felicidad futura de la que nadie sabe nada y que, por lo tanto,
autoriza todos los engaños.
¿Hay que llegar pues, a la conclusión de que esta mentira es la esencia misma
del arte? Yo diría, en cambio, que las actitudes de las que hablé no son
mentira, sino en al medida en que no tienen gran cosa que ver con el arte.
¿Qué es, pues, el arte?. Cosa nada sencilla, eso es seguro. Y resulta aún más
difícil comprenderlo en medio de los gritos de tanta gente desdichada con
encarnizamiento a simplificarlo todo.
Por una parte se quiere que el genio sea espléndido y solitario; por otra, se le
impone que sea semejante a todos. ¡Ay la realidad es más compleja!. Y Balzac
lo hizo sentir en una frase: "El genio se parece a todo el mundo y nada se
parece a él". Y esto cabe afirmar del arte, que no es nada sin la realidad, y sin
el cual la realidad es poca cosa. El arte, en cierto sentido, es una rebelión
contra el mundo en lo que éste tiene de fugitivo y de inacabado: no se propone,
pues, sino dar otra forma a una realidad que sin embargo él está obligado a
conservar, porque ella es la fuente de su emoción. En este sentido, todos
somos realistas y nadie lo es. El arte no es ni el repudio total de lo existe, ni la
aceptación total de lo que existe. Es al mismo tiempo repudio y aceptación. Y
por eso no puede ser sino un desgarramiento perpetuamente renovado. El
artista se encuentra siempre en esta ambigüedad, incapaz de negar lo real y
sin embargo eternamente desdichado a discutirlo en que lo real tiene de
eternamente inacabado. Para hacer una naturaleza muerta es menester que se
enfrenten y se corrijan recíprocamente un pintor y una manzana. Y si las
formas no son nada sin la luz del mundo, ellas a su vez agregan algo a esa luz.
El universo real que por su esplendor, suscita los cuerpos y las estatuas recibe
de ellos al mismo tiempo una segunda luz, que fija la del cielo... No se trata,
pues, de saber si el arte debe huir de los real o someterse a lo real , sino tan
sólo de saber qué dosis exacta de lo real debe conservar la obra para no
desaparecer en las nubes o, por otra parte, arrastrase con plantillas de plomo.
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La obra más elevada será siempre la que equilibre lo real y el repudio que el
hombre opone a la realidad...
"Todo muro es una puerta", dijo con razón Emerson. No busquemos la puerta y
la salida sino en el muro contra el cual vivimos. Busquemos el paso donde éste
se encuentra, quiero decir, en el centro mismo de la batalla... Se ha dicho que
las grandes ideas vienen al mundo en patas de paloma. Si aguzamos el oído,
acaso oigamos entonces, en medio del estrépito de los imperios y de las
naciones, como un débil aleteo, el suave bullicio de la vida y de la esperanza.
Unos dirán que esta esperanza está alimentada por un pueblo; otros, por un
hombre. Yo creo, en cambio, que está suscitada, reanimada y alimentada por
millones de solitarios, cuyas acciones y obras niegan cada día las fronteras y
las más groseras apariencias de la historia para hacer resplandecer
fugazmente la verdad, siempre amenazada, que cada cual, con sus
sufrimientos y sus goces, eleva para todos.
La meta del arte no es legislar ni reinar, sino que es, ante todo, comprender.
Por eso el artista, al término de su camino, absuelve en lugar de condenar. No
es juez, sino justificador, es el abogado permanente de la criatura viva, porque
ella está viva. Aboga en verdad por amor al prójimo, no por ese amor de lo
remoto que degrada al humanismo contemporáneo en catecismo de tribunal.
En cambio, la gran obra termina por confundir a todos los jueces. Mediante ella,
el artista rinde homenaje a la más elevada figura del hombre y al mismo tiempo
se inclina ante el último de los criminales. "No hay uno solo- escribe Wilde en la
prisión- de los desdichados encerrados conmigo en este miserable lugar, que
no se encuentre en relación simbólica con el secreto de la vida". Sí, y ese
secreto de la vida coincide con el arte...
Hay unas palabras de Gide que yo siempre aprobé: "El arte vive de coacción y
muere de libertad". Eso es cierto, pero no hay que concluir por ello que el arte
deba ser dirigido. El arte no vive sino de las coacciones que él mismo se
impone: muere por obra de los demás.
El arte más libre y el más sublevado será, pues, el más clásico. Coronará el
mayor esfuerzo. Mientras una sociedad y sus artistas no consientan en realizar
este prolongado y libre esfuerzo, mientras no se abandonen a la comodidad de
los enfrentamientos o a la del conformismo, a los juegos del arte por el arte o a
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las prédicas del arte realista, permanecerán en el nihilismo y en la esterilidad.
Decir esto equivale a decir que hoy el renacimiento depende de nuestro coraje
y de nuestra voluntad de clarividencia.