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Franz Kafka, el existencialismo a través del absurdo

El estilo literario de Kafka se ha relacionado, por una parte, con el expresionismo y, por otra,
con el surrealismo. Al primero le debe su redacción poco minuciosa pero enormemente
significativa y, al segundo, esa combinación de lo fantástico con lo real y cotidiano que era
capaz de congeniar de forma magistral (cómo si no leer con naturalidad la trama de ‘La
metamorfosis’, por ejemplo). Todo ello desemboca en un profundo simbolismo. En este
sentido, ha habido críticos como Hannah Arendt o Adorno que han defendido el sentido
puramente literario de las obras kafkianas, sin mayores intenciones parabólicas. No podemos
estar más en desacuerdo, ya que es imposible una interpretación de sus libros sin buscarles un
sentido profundo y enormemente humano, el que lo erige como el autor que más
originalmente ha sabido expresar la alienación del Hombre moderno a través del absurdo.

En lo que casi todos están de acuerdo es en el carácter existencialista de sus relatos: Kafka nos
brinda su visión del Hombre en el mundo contemporáneo, una criatura indefensa ante una
poderosa y anónima maquinaria que no acierta a comprender. Ello desemboca, forzosamente
en la alienación. Pero lo más original es su forma de mostrarlo, muchas veces a través de lo
fantástico, que en él se combina de forma natural con lo cotidiano, y otras mediante la
reducción al absurdo.

Habla acerca de la angustia del hombre. El mundo no tiene explicación, sólo somete, condena
o degrada.

En los aforismos de Kafka se refleja aquello de lo que habíamos hablado, un espíritu


existencialista. Basta con el primero de sus aforismos: “El camino verdadero transcurre sobre
una cuerda que no ha sido tendida en las alturas, sino apenas a escasa distancia del suelo.
Parece haber sido dispuesta para tropezar antes que para pasar sobre ella”, quizás refiriéndose
a la propia vida en la que debemos orientarnos hacia a aquello que nos ciega, hacia aquello
indecible. Un pensamiento cercano al existencialismo Kierkegaardiano.

El mundo de Kafka es, en verdad, un universo inefable en el que el hombre se permite el lujo
torturante de pescar en una bañera sabiendo que no saldrá nada de ella.
Kafka expresa la tragedia mediante lo cotidiano y lo absurdo mediante lo lógico.

Además de la imposibilidad absurda de ir por el camino recto todavía están las debilidades
humanas: “todos los errores humanos provienen de la impaciencia, de una ruptura precipitada
del método, de la aparente aprehensión de una cuestión aparente”.

La esperanza se introduce por medio de la humildad. Pues lo absurdo de esta existencia les
asegura un poco más de la realidad sobrenatural. Si el camino de esta vida va a parar a Dios,
hay, pues, una salida.

Al existir el absurdo, existe necesariamente la esperanza. Los hombres estamos “sometidos” a


vivir esta realidad y como somos tan pequeños en relación a lo que nos rodea, debemos
aceptar la idea de que vivimos para cumplir únicamente la instancia de vivir.

Mediante los símbolos, damos afecto a las cosas; de aquí la esperanza a la angustia y de la
sensatez desesperada a la obcecación voluntaria.
Un símbolo está siempre en lo general, y, por precisa que sea su traducción, un artista no
puede restituirle sino el movimiento: no hay traducción literal. Por lo demás, nada es más
difícil de entender que una obra simbólica. Un símbolo supera siempre a quien lo emplea y le
hace decir en realidad más de lo que cree expresar.

El sentido secreto de El castillo con el arte natural por el que discurre, la búsqueda apasionada
y orgullosa de K... con la apariencia cotidiana por la que camina, se comprenderá lo que puede
ser su grandeza. Pues si la nostalgia es la marca de lo humano, nadie ha dado, quizá, tanta
carne y tanto relieve a esos fantasmas de la añoranza. Pero se advertirá, al mismo tiempo, cuál
es la singular grandeza que exige la obra absurda y que ésta no tiene acaso.

El funesto error que consiste en dar a Dios lo que no es de Dios es también el tema de este
episodio de El castillo.

Si lo propio del arte es ligar lo general con lo particular, la eternidad perecedera de una gota
de agua con los juegos de sus luces, es más natural todavía valorar la grandeza del escritor
absurdo por la diferencia que sabe introducir entre esos dos mundos. Su secreto consiste en
saber encontrar el punto exacto en que se unen, en su mayor desproporción.

Llega un momento en que la creación no es tomada ya por lo trágico: sólo es tomada en serio.
Entonces el hombre se preocupa por la esperanza. Pero ése no es asunto suyo.

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