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En Francia de 1752 Franklin llevó a cabo un experimento que confirmó que los rayos son
descargas eléctricas. Este experimento consistió en una cometa dotada de un alambre
metálico unido a un hilo de seda y en el extremo de este hilo se colgó una llave metálica.
En plena tormenta, Franklin salió a volar la cometa. Acercó la mano a la llave y de ésta
saltó una chispa, con lo cual demostró la presencia de electricidad.
Los rayos tienen electricidad gracias a las corrientes positivas y negativas. La positiva se
encuentra en los cristales de hielo presentes en la parte superior de las nubes, y en la
superficie de la Tierra. La carga negativa está en la parte inferior de la nube de la
tormenta, que, por el fenómeno de atracción de cargas opuestas, tiende a querer unirse
con la positiva de la superficie terrestre, lo que produce una descarga.
Concluyó que todos los cuerpos están envueltos por una atmósfera eléctrica, a la que
consideró como un “fluido sutil” que se podía presentar en exceso o en defecto. Un objeto
con exceso de fluido (cargado positivamente), atraería a otro con defecto (cargado
negativamente).
Un siglo más tarde, se demostró que eran los electrones (partículas subatómicas con una
carga elemental negativa) los que portaban la carga en los materiales conductores. Es
decir, que el sentido real de la corriente era el opuesto al expresado por Franklin.